Dark Chat

sábado, 2 de abril de 2011

Corazón de Hierro

CAP.7. CAMBIOS

—¿Qué fue lo que hiciste? —preguntó Rosalie incrédula.

—Ayer me acosté con Edward Cullen —repetí escondida entre mis brazos, ya se me hacia una costumbre cuando hablaba de él.

—¡Dios mío, Bella! —se dejó caer en uno de sus sillones.

Era día sábado por la mañana, la noche anterior fue la más excitante pero aterradora de mi vida, la noche anterior Edward Cullen derribó todas mis barreras y me hizo suya.

—Bella, Bella, Bella —decía Rosalie sin poder creerlo—. Dios Bella, ahora sí que estás en problemas.

—Lo sé —acepté con pesar—, pero lo hecho, hecho esta, ya no puedo arrepentirme, no puedo retroceder el tiempo.

—Demonios Bella, ¿pero como paso esto?, ¿no se supone que lo odiabas?, ¿qué él te odiaba? ¿¡Cuando demonios te enamoraste de él! —preguntó exaltada.

—A ver Rose —la detuve antes de que se hiciera una mala impresión—, yo no estoy enamorada de él, no amo a Edward Cullen.

—¿Entonces por qué demonios te acostaste con él? —mi cara expresaba toda la confusión que tenía.

—Por… ¿atracción? ¡No lo sé! —agité mi cabeza—. Realmente creo que no lo sé, cuando estoy con él es como… como una fuerza que me lleva hacia donde está. Su mirada, sus manos, su piel… ¡Maldita sea! —grité exasperada.

—Si eso no es amor no sé que es —dijo mi amiga soltando un suspiro.

—¡Claro que no es amor! ¡Yo sé lo que es amor! Edward Cullen es un gigoló, un hombre de mundo, eso debe ser lo que me atrae, su intensidad, su pasión, eso no es amor.

—Bueno Bella piensa lo que quieras, jamás pensé que terminarías en la cama con ese tipo, yo no te critico, no soy quien para hacerlo, pero lo que más te pido es que tengas cuidado amiga, ten mucho cuidado con lo que haces, presiento que esto te traerá más tristezas que alegrías.

—Yo también lo pienso —sentí la tristeza y desolación de mi corazón.

—Bueno —continuó Rosalie—. ¿Iremos a buscar casas?

—Sí, dejé a mi papá con Kate, debo buscar cuanto antes algo donde vivir ya que Carmen saldrá pronto de la cárcel. Ahora que tengo mi sueldo puedo rentar en cualquier parte.

—Entonces vamos enseguida —me dijo tomando su bolso, me puse de pie y nos encaminamos hacia el periódico de la ciudad, ahí había millones de anuncios en donde se rentaban casas.

Fuimos en el auto de mi amiga, ella tenía un espectacular convertible de color rojo brillante, era completamente hermoso. Llegamos al periódico y nos fuimos directamente a la parte de los anuncios. Había enormes diarios murales con todos los anuncios de la semana.

—A ver —comenzó a buscar Rose—, propiedades —su dedo siguió todos los anuncios hasta que dio con lo que buscábamos—. Mira Bella, aquí está la parte en donde se rentan casas y apartamentos.

—Entonces ahí busquemos —comencé a mirar detenidamente cada anuncio, cuando íbamos por la mitad me sorprendió un enorme anuncio que destacaba de todos los demás.

—Mira —me dijo Rosalie—, ahí rentan una casa, dice: «Se renta casa en las afueras de la ciudad, cerca de Nothing Hill. La casa está en perfectas condiciones, tiene cuatro cuartos, amplios espacios y mucha iluminación. Los interesados llamar al Buffete de Abogados: Parnavich y Asociados»

—Nothing Hill es donde trabajo, ahí está la casa de Cullen —le dije restándole importancia—. Me quedaría cerca del trabajo.

—¡Bella! —me llamó la atención Rosalie—. Mira la renta, es bajísima. Wow, es una ganga —me dijo emocionada, miré el precio y era una completa ridiculez por tamaña propiedad—. Tenemos que llamar.

—Está bien.

—A ver, díctame el número —mi amiga sacó su BlackBerry del bolsillo y comenzó a discar.

—No creo que este abierto un buffete en día sábado —dije dudosa.

—Parnavich & Asociados, buenos días —Rosalie me hizo callar.

—Buenos días, mire, estamos en el Chicago Sometimes y estamos viendo un anuncio que hay por la renta de una propiedad.

—Sí. A ver, espéreme un momento, la comunico —el tono de espera salió al teléfono.

—Dios Bella cruza los dedos, ojala te resulte —me dijo mi amiga emocionada, estuvo esperando como dos minutos y la comunicaron. Ella de inmediato me pasó el teléfono.

—Buenos días —respondió la voz grave de un hombre—. ¿Con quién hablo?

—Buenos días, mi nombre es Isabella Swan y estoy interesada en la renta de una propiedad que ustedes tienen a cargo.

—¡Oh! Sí señorita Swan, no hay problema, ¿desea ver la propiedad?

—Claro, si se puede.

—Sí, por supuesto. ¿Cuándo desea verla?

—¿Podría ser ahora mismo? La verdad es que me urge.

—No hay problema, nos vemos en una hora, la dirección del anuncio es la real.

—Bien, entonces nos vemos allá, adiós.

—Adiós.

—¡Rose, me dijo que sí! —las dos comenzamos a dar saltitos y a gritar, ganándonos las miradas de todas las personas a nuestro alrededor—. Ahora anotemos la dirección y vayamos a conocer la casa.

—Está bien.

Anotamos rápidamente la dirección y nos dirigimos a toda velocidad hacia la casa. Mientras íbamos por la carretera rogaba a Dios porque saliera todo bien y nos pudiéramos marchar de ese departamento, estaba harta de estar ahí y lo mejor de todo es que podría sacar a mi padre y hermana de ese infierno. Llegamos a la calle que nos indicaba el anuncio y comenzamos a buscar.

—Veamos, veamos —dijo Rosalie buscando el número.

—No creo que sea aquí, las casas son hermosas ¡Y enormes! —le dije cuando vi una casa que parecía de ensueños.

—Mira, ahí está —dijo mi amiga señalando la última casa de la corrida, la más grande de todas, era un sueño, el sueño de cualquier familia. Nos bajamos y un hombre alto y de tez morena nos esperaba en la puerta de afuera.

—Buenos días. ¿Señorita Swan?

—Sí, soy yo —le dije extendiéndole mi mano—. Buenos días.

—Mi nombre es Alexis Parnavich y soy abogado, mi buffete está encargado de esta propiedad.

—Encontramos este anuncio en el periódico y llamaba la atención porque la casa es enorme y el precio en la que está a la renta es módico.

—Sí, los dueños de esta casa no quieren rentarla en más, ellos viven fuera del país y la renta de esta propiedad va para una entidad benéfica.

—Que interesante —dijo mi amiga—, sin duda eso nos beneficia mucho —el abogado nos dio una amable sonrisa.

—Bueno ¿pasamos?

—Sí, claro —respondí feliz.

Abrió los enormes portones, la entrada parecía impenetrable, sonreí al ver que todo era muy seguro, el barrio parecía demasiado tranquilo. Entramos en el jardín y era como un parque, tenía enormes arboles, bancas y una pileta en la entrada, las flores se extendían a todo lo largo del suelo, el césped era tupido y de un color verde intenso.

—¡Qué hermoso! —exclamó Rosalie.

—Y solo esperen a verla por dentro.

Cuando abrió las puertas casi quede sin aire, la casa era sacada de un cuento, tenía solamente un piso, pero todo parecía hecho por los mejores diseñadores del país. Una sala de estar fue la que nos recibió, tenía una chimenea casi del porte de la mitad de la pared, el piso era de madera flotante, era tan hermoso que el reflejo de mi cara totalmente asombrada se veía en él. El abogado nos dio un tour por la casa, cada vez que atravesábamos un cuarto me enamoraba mas de ella, no podía ni siquiera pensar en que esta casa costara lo que me había dicho ¡era una burla!

—¿Y qué le parece?, ¿le gustó la propiedad?

—¿Qué si me gusto? ¡Dios mío! Esa casa es un sueño —le dije mientras la observaba ya desde afuera.

—Que bueno señorita, ¿tiene alguna duda?

—Sí, la verdad. ¿Los muebles que están dentro se los llevaran si me quedo con la casa?

—No, son inmobiliario, vienen con la renta de la casa —mi pecho ya no podía contener mas felicidad, la casa estaba provista de muchas cosas que no teníamos, además de otras que podríamos botar porque tendríamos esas nuevas.

—Esto es demasiado, ¿está seguro que me está hablando del precio correcto?

—Se lo aseguro. Bueno, si está dispuesta a pagar lo que decía el anuncio la casa es suya, podría firmar los papeles ahora mismo si quiere.

—¿De verdad? —pregunté casi llorando por la emoción.

—Claro que sí, la propiedad hace mucho que no se renta y los dueños estarán felices de que alguien la ocupe.

—¡Dios! Entonces ¡Sí! ¡La quiero! —casi grité, Rose me abrazó y no pude contener las lagrimas, sin duda la vida me estaba sonriendo, después de todo lo que había pasado la vida nos daba una oportunidad para ser felices

—Entonces hoy en la tarde vaya al Bufete, está en el centro de la ciudad. Pase y firmaremos los papeles, tiene que dar el primer pago y le paso de inmediato las llaves.

—Sí, sí, sí —asentí energéticamente—. No se preocupe, ahí estaré.

—Nos vemos señorita —el hombre se despidió y se fue en un lujoso auto. Rosalie y yo nos miramos y ambas soltamos un enorme grito al mismo tiempo.

—¡Bella! ¡Al fin! —nos abrazamos como nunca lo habíamos hecho, ambas sabíamos que esta casa era el comienzo a una nueva vida, era nuestra nueva oportunidad para vivir.

—No puedo creerlo —la emoción que sentía no la pude reprimir, comencé a llorar como hace tiempo no lo hacía. Estaba feliz, quería saltar por todas partes, pero no podía evitar la emoción, tanto había pasado y ahora era tiempo de dejar todo atrás. Lleve mis manos a la cara tratando de contener toda la emoción y la pena a la vez, ha sido tanto lo que hemos pasado que tener un respiro parecía un sueño muy lejano.

—Ya Bella, no llores —me dijo Rose rodeándome con sus brazos—. No te preocupes, ¿vez? Tienes un jefe que es una mierda, pero aun así la vida te sonríe.

—Sí, no sabes todo lo que siento en este momento —sin poder evitarlo imagine a Kate sentada en esos hermosos jardines y a mi padre disfrutando del sol de la tarde—. Rose, no puedo creer que esto sea verdad.

—Pues créelo porque es así, ahora vamos a tu casa para que comencemos a empacar todo.

—Sí, vamos —sequé mis lagrimas y nos fuimos a toda velocidad a mi casa.

Cuando llegamos no pude evitar contarles de inmediato a mi padre y a Kate, las caras de ellos eran de total asombro, lo que siguió fue lo que me imaginaba que pasaría.

—Bella, ¿de verdad nos sacaras de aquí? —preguntó Kate con sus ojos hinchados, estaba reprimiendo las lagrimas.

—Sí mi pequeña, se los prometí y así lo haremos, desde mañana viviremos en una casa nueva y tendremos todo lo que siempre hemos querido.

—No puedo creerlo —dijo mi padre llorando, tenía su vista fija en un punto, pero las lágrimas caían sin control sobre sus mejillas, me acerqué a él y se las sequé con mis manos.

—Créelo papá, créelo. Al fin tendremos una vida tranquila.

—Bella, mi pequeña —me dijo, y sus brazos me rodearon. Kate se acercó a nosotros y se unió a nuestro abrazo. Me sentía en una nube, no podía evitarlo, mi familia al fin estaría fuera de esta pesadilla. Mire a Rose y ella nos observa, sus mejillas al igual que las de todos nosotros estaban bañadas en lagrimas.

—Bueno, pero basta de llorar, hoy es un excelente día. Papá, Kate —les dije separándome de ellos y secando sus lágrimas—, ya no quiero que vuelvan a llorar nunca más, necesito que empaquen todas las cosas que quieran llevarse, lo demás déjenlo aquí, la casa donde nos iremos tiene algunos muebles y lo demás lo comprare nuevo, así que sólo lleven lo necesario.

—Sí Bella —me dijo Kate, ella inmediatamente se fue a la habitación a empacar.

—Ahora papá, iré a firmar los papeles de la casa y a entregar el depósito, así que no te preocupes, Rosalie se quedara contigo y con Kate empacando.

—Sí Charlie, no te preocupes, yo me quedo.

—Está bien hija, gracias Rose —le dijo mi padre agradeciendo su gesto, él en este estado de emoción se veía aun mas demacrado, los años no habían pasado en vano para él, pero tenía fe de que con una vida más tranquila su condición mejorara un poco más.

Salí del apartamento como rayo, tomé un taxi hacia el centro y en sólo unos minutos llegué al buffete. En la recepción pregunté por el abogado y una señorita muy amable me condujo hasta su oficina. El trámite duró al menos dos horas, ya que tenían que hacerme los contratos, y además, los pagares. Las condiciones para rentar la casa eran muy simples y no había problema para cumplir alguna. Cuando ya todo había terminado le entregué el dinero al hombre y él me pasó las llaves, parecía que me había vuelto el alma al cuerpo, esa que perdí cuando comenzaron los problemas en mi casa. Cerramos todo el trato y salí casi brincando de su oficina, nos despedimos y me prometió ir al siguiente mes para recoger la renta, yo acepté feliz.

Caminando por las calles de Chicago encontré una oficina de mudanzas, renté un camión y lo pedí para las tres de la tarde, teníamos algunas cosas que llevar y no quería que Kate hiciera fuerza tratando de ayudarme. Cuando ya todo estaba listo volví al apartamento y mi pequeña hermana ya tenía todo listo.

—Ya tengo todo preparado —me dijo, me enternecí al ver que sólo llevaba dos maletas pequeñas, mi padre tenía un poco mas de cosas, pero la mayoría eran medicamentos.

—Que bueno, ¿llevaste todo?, ¿no se te queda nada? Porque después de esto no podremos volver aquí.

—Sí, no te preocupes Bella, me encargué de que guardaran todo lo necesario.

Mientras Rose ayudaba a papá a ordenar lo que llevaba fui a empacar lo mío, no era mucho la verdad, pero tenía cosas con mucho valor sentimental. Guardé todo en una maleta y la llevé al estar. Ayudé a papá a bañarse y a cambiarse de ropa, no quería que llegara todo desarreglado a su nuevo hogar. Kate también hizo lo mismo, cuando ya eran las dos me metí a la ducha y me cambié. A las tres de la tarde en punto el camión se paró fuera del edificio.

—Buenos días señorita, somos de la mudanza, ¿es usted la señorita Swan?

—Sí, pasen por favor.

Le indiqué al hombre lo que tenían que hacer y sacar, ellos comenzaron a trabajar rápidamente, eran solo algunos muebles y adornos, lo demás lo dejaríamos todo. En la casa nueva había camas, cocina, mesones, mesa, sillas, sillones… Parecía hecha para nosotros, sin duda era un regalo del cielo. Cuando ya todo estaba preparado nos quedamos los tres solos en el espacio casi vacío.

—Esto me parece un sueño —dijo mi padre nuevamente emocionado.

—Lo sé, a mí también —dijo Kate.

—Debo reconocer que aquí pasamos penas, pero también algunas alegrías —les dije, ambos asintieron—. Por lo menos lo que nunca pudieron derribar fue nuestra unión, siempre estuvimos juntos y eso jamás debe cambiar.

—Claro que no, ahora más que nunca seremos una familia —Kate me abrazó—. Y todo gracias a ti hermanita, eres la mejor del mundo.

—Gracias al ángel guardián que tenemos en el cielo, ese que nos cuida y que nos está dando esta oportunidad —les dije conteniendo nuevamente la emoción—. Pero bueno, es hora de irnos —tomé la silla de ruedas de papá y la conduje hacia el pequeño balcón que había frente a la puerta, entré nuevamente y miré a mi alrededor—. Adiós, maldito infierno, espero jamás verte nuevamente ardiendo.

Salí del departamento y cerré la puerta, esperaba que ese ángel me ayudara a que mi promesa se cumpliera, aquí jamás volveríamos, eso podría jurarlo.

—Bien, vámonos —le dije a mi familia. Los hombres de la mudanza ayudaron a bajar a mi padre y a subirlo al convertible de Rose.

A medida que íbamos avanzando a través de la ciudad Kate y papá cada vez se asombraban mas, cuando entramos al barrio en donde se situaba la casa una hermosa «o» se formó en sus bocas.

—¿De verdad viviremos aquí? —preguntó por enésima vez Kate cuando estábamos doblando en nuestra calle.

—Sí, ésta es la calle, miren —les dije indicando la casa—, es allí en donde viviremos. Ambos contuvieron el aire en sus pulmones—. Y si les causa eso esperen a verla por dentro.

Ambos asintieron, pero lo único que podían hacer era ver era la casa. Rose aparcó justo delante de la acera y nuevamente los hombres de la mudanza nos ayudaron con mi papá, cuando ya todos estaban fuera abrí el portón de entrada.

—¡Wow! —gritó Kate cuando vio el jardín—. ¡Bella, esto es maravilloso!

—Lo es —respondí con entusiasmo, empujé la silla de papá hasta la puerta, saqué las llaves y me giré hacia ellos—. Bienvenidos a su nueva vida —abrí la puerta y ellos entraron, no cambiaría por nada las caras de felicidad que pusieron.

Cuando el reloj marcaba las siete de la tarde ya estábamos completamente instalados, la casa era de pasillos muy amplios y no tenía ninguna escala, puesto que papá podía deambular por todas partes. Él estaba feliz, se sentó contemplando el vivaz fuego que salía de la chimenea. Cuando era pequeña recuerdo que vivíamos en una casa como esta, llena de lujos y de amor, por sobre todo llena de amor.

La noche cayó de repente, como era de esperarse ahora cada uno teníamos una habitación, mi papá estaba en la primera ya que tenía baño propio. La segunda era ocupada por Kate ya que era de un color rosa intenso. y la mía era la de enfrente, era del mismo tamaño que las otras, pero de un color azul cielo. La otra habitación que quedaba libre parecía un estudio, ya que tenía un enorme escritorio y varios estantes con muchísimos libros. Por primera vez en años dormí muy bien.

El fin de semana pasó perfecto, Rosalie nos acompañó todo el domingo y se quedó con nosotros a cenar, estar con personas agradables nos ayudaba a estar mucho más tranquilos. Como esta semana era de cambios, le permití a Kate que faltara a clases, además, tendría que cambiarla de colegio ya que su antigua escuela le quedaba muy lejos, además de contratar a alguien para que hiciera la limpieza en la casa y ayudara a papá en el día. Sin duda comenzábamos una nueva vida.

El lunes llegó sin darnos cuenta, en la mañana les dejé preparados los alimentos del día y me fui a trabajar. La suerte de vivir aquí es que podía irme caminando hacia mi trabajo. Disfruté con el aire fresco de la mañana. Cuando estaba en la calle de la mansión el miedo súbitamente me embargó, no había visto a Edward en dos días, ¿qué estará pensando?... ¿después de saciar su deseo me echaría a la calle? Entré en el perímetro de la casa con la cabeza llena de dudas, estaba segura de que todas estas dudas serían respondidas pronto.

—Buenos días señorita Swan —me saludó Will tan amable como siempre.

—Buenos días señor Lickwood, ¿cómo ha pasado su fin de semana?

—Excelente, señorita Swan ¿y usted?

—Mejor que nunca —y todo se lo debía a mi nuevo hogar.

—El señor Cullen está en el comedor esperándola.

—Bien —respondí, con mi cuerpo temblando por el miedo—. Gracias —le dije mientras me dirigía hacia allá.

Will adelantó sus pasos y caminó un poco más adelante, entró en el comedor antes que yo anunciando mi llegada.

—La señorita Swan, señor —le dijo, e ingresé en el lugar, la mirada de Edward me penetró al instante, esos intensos ojos verdes me evaluaron tanto que casi me hice hacia atrás de la vergüenza. Mis manos sudaron frio y por mi piel se extendió un molesto temblor.

—Buenos días —me saludó con su voz grave, tomó un sorbo más de su café y se puso de pie sin esperar mi respuesta. La reacción había sido como esperaba, tan fría como un tempano de hielo—. Prepara mi auto Will.

—Sí, señor —respondió el mayordomo, perdiéndose entre los pasillos. Iba a decirle algo, cualquier cosa, pero él no me dejo, sus pasos se dirigieron hacia el hall de la casa. Tomó su maletín y me miró.

—Espero que venga preparada, hoy estaremos todo el día en la oficina —él pareció mirarme unos segundos más, como evaluándome con la vista, un escalofrió recorrió mi cuerpo al mismo tiempo que su mirada—. Y espero se cuide por lo que paso el viernes, no quiero un hijo bastardo en esta parte del mundo —ni siquiera alcancé a formular mis respuesta, él ya iba de camino hacia el auto.

La ira que creció dentro de mi fue casi insostenible ¿Quién demonios me pensaba?, ¿una embaucadora capaz de atarlo con un bebé? ¡Demonios! Caminé rápidamente hacia la puerta y él ya estaba subiéndose a su auto, me subí apresuradamente y el silencio mas incomodo de mi vida invadió el espacio.

—A la oficina James —le dijo en su usual tono de voz. Hoy no había sonrisas ni miradas pervertidas, nada, sólo la distancia que parecía un acantilado entre nosotros y ahora se acrecentaba aun mas con su comentario. En parte estaba agradecida, así no mezclábamos aun más las relaciones, agradecía su frialdad, así todos los deseos que tenía por él se apagaban con ese intenso frio.

Llegamos a la oficina casi igual que el viernes, nos recibió la amable secretaria de Edward, Irene, toda una dulce persona, con ella él se comporto como la otra vez, siempre amable y cordial, ni parecía la misma persona con la que salí de la casa. Entramos en la oficina y el silencio inundó nuevamente, el espacio era tan grande que parecía haber eco.

Me senté en el sillón, resignada por tener que esperar a que el día acabara para salir corriendo de allí, sabía que Edward me observaba en ciertos momentos porque sentía sus ojos en mi piel. Al estar con él se había establecido una maldita conexión entre nosotros y me odiaba por eso, no quería tener nada con el, pero mi cuerpo pensaba todo lo contrario.

La mañana pasó normal, la oficina llena de gente entrando y saliendo, Edward sumido en un montón de papeles, a veces gritaba otras no, era raro verlo aquí, en su entorno real ¿a caso de esta forma actuaba todos los días? No me extrañaba porque su cerebro se le desconectaba de repente, ya que estar sometido a todo este estrés de verdad debe abrumarte.

Cuando la hora marcaba pasado del medio día, me dedique a mirarlo un momento. Me asusté al ver que sus dos manos estaban en su frente y cerraba sus ojos con gran fuerza, se notaba que algo malo pasaba ya que las líneas de su frente estaban aun más marcadas que antes. Dejé el libro que leía encima de la mesa y me acerqué a él.

—Señor Cullen ¿está bien —le pregunte, acercándome cada vez más. Sin proponérmelo estaba parada justo a su lado, él levantó la cabeza y creo que se sorprendió de que estuviera tan cerca ya que dio un muy imperceptible respingo y se puso de pie.

—No, estoy bien —tal vez se puso de pie muy rápido porque se tambaleó un poco, pero lo alcancé a sostener. Como un niño que debía cuidar lo llevé hacia los sofás, él, con una resignación que me impresionó, me hizo caso y aceptó sin chistar, se recostó sobre los enormes sillones y se llevó una mano a la cabeza—. Esto es peor de lo que imaginaba.

—¿Le duele la cabeza? —él asintió—. ¿Mucho? —volvió a asentir.

—No sé qué demonios pasa conmigo —dijo algo enojado.

—Creo que su sistema nervioso le está pasando la cuenta.

—¿A qué se refiere? —preguntó, mirándome por primera vez a los ojos.

—A que —comencé a tartamudear, sentir su mirada era una cosa, pero verlo a la cara era otra muy diferente— su sistema esta tan estresado y colapsado que creo que es por eso que su cerebro se «desconecta» del cuerpo.

—Una interesante teoría —bufó y me molesté.

—Es sólo una acotación señor, me he dado cuenta de que cada vez que usted se enfrenta a algún tipo de estrés su cerebro reacciona de esa manera. Espéreme aquí, iré por una de sus pastillas

Me aleje de él hacia donde estaba mi bolso, ahí traía todo lo que él podría necesitar, pastillas, analgésicos, números de emergencia, cualquier cosa que fuera necesaria. Tomé dos capsulas de un frasco y caminé nuevamente hacia él.

—¿Podría ir por un jugo, por favor? El sabor de estas me desagrada.

—Claro, le diré a Irene que me ayude con eso, vuelvo enseguida.

Caminé afuera de la oficina y le pregunté a Irene en donde podría sacar un jugo para él. Por lo que había observado le gustaban los sabores tradicionales, ella me indicó una cafetería que estaba a solo unos pasos de la oficina de Edward, era de uso exclusivo de la presidencia y de los gerentes de la compañía. Caminé hacia el lugar y estaba vacío, tenía una decoración muy elegante, unas cuantas mesas dispersas por el lugar y una alegre mesera esperando por la orden.

—Buenos días señorita —me saludó con su cantarina voz—. ¿Qué desea?

—Quiero dos jugos de frutas porfavor, uno de naranja y el otro de durazno.

—Enseguida —me dijo, y se perdió en el mesón a prepararlos.

Escuché como hacía los jugos, pero sin darme cuenta mi mente comenzó a divagar en otras cosas, miré hacia la oficina de Edward y no podía creer encontrarme aquí. Estaba en su oficina, a solo días de haber tenido relaciones y no parecía haber cambiado nada. Una parte de mi estaba feliz ya que no tendría que dar explicaciones, pero había una pequeña porción de mi mente que realmente le disgustaba esta situación, ¿seria así con todas sus parejas? Porque por lo que decían los medios habían sido muchas. Mujeres de diferentes partes, de diferentes razas, con una elegancia que rebalsaba sus poros, con dinero a destajos, pero todas con solo una característica en común: hermosas, detestablemente bellas. ¿Qué habrá pensado mientras estaba conmigo? Me estremecía de solo pensarlo, yo, la sirvienta, la enfermera, una persona sin clase ni apellido. ¿Habría disfrutado? Luego estaba la barbaridad que me había dicho hoy en la mañana «un hijo bastardo en esta parte del planeta», ¡demonios! Si algún día estaba embarazada el padre de mi hijo jamás podría pensar así.

Edward Cullen era un hombre frio hasta la medula, nada en él era cálido, al menos no cuando estaba normal, ya que cuando era un hombre dispuesto a saciar su deseo era otra la historia. Sacudí mi cabeza y traté de no alimentar más esas dudas que jamás serían respondidas. Miré de reojo hacia un lado y un hombre me observaba de manera curiosa.

—Buenas tardes —me saludó, ¿tardes? Miré el reloj y ya eran casi la una de la tarde, ¡llevaba mucho aquí! Sólo pensando, miré hacia delante y los jugos estaban quizás hace mucho tiempo sobre la mesa.

—Bue… Buenas tardes —saludé al joven. El chico era completamente hermoso, tenía un cabello negro azabache y muy corto, sus ojos eran de un color extraño, tornasol, su piel era de un color muy blanco, casi tanto como la de Edward. Me erguí y él lo hizo conmigo, era unos cuantos centímetros más alto que yo.

—Nunca te había visto por aquí, ¿eres nueva?

—No —respondí—, bueno, a decir verdad sí, éste es sólo el segundo día que vengo.

—¿ Y en qué departamento estas?

—Estoy con Ed… con el señor Cullen. Soy su enfermera de cabecera.

—Wow, una enfermera. Bastante perdida andas entonces, debes sentirte como un pez fuera del agua.

—Algo así —reí. Las empresas, las finanzas y ese tipo de cosas nunca habían sido lo mío.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó ansioso mientras sus ojos me evaluaban.

—Isabella, pero todos me dicen Bella… ¿Y el tuyo?

—Aro —respondió una voz grave a mis espaldas, la reconocí de inmediato, todo mi cuerpo tembló ante el tono duro de su voz. Me giré y ahí estaba él mirándonos atentos, pero con su cara completamente disgustada.

—Se… señor Cullen —tartamudeé.

—¿Cómo estas Aro? —preguntó Edward, ignorándome por completo.

—Bien Cullen, mejor que tu al parecer. Bueno, más tarde me paso por tu oficina para que hablemos, nos vemos linda Bella —dijo tan fresco como una lechuga, el tipo salió de la cafetería y pude ver el cuerpo de Edward temblar, demonios ¿estaba enfadado?

—Señor Cullen —traté de disculparme.

—A mi oficina, ¡ahora! —su tono se elevó unos cuantos tonos más arriba haciéndome saltar.

No respondí nada, tomé mis jugos y me fui hacia la oficina, sentía sus pasos pegados a mis espaldas, entré y un portazo nos siguió.

—No quiero que hable con nadie de esta oficina.

—Pero… pero —intenté replicar.

—¡Nadie! —gritó, golpeando el escritorio, una de sus manos voló rápidamente hacia su cabeza, se dejo caer en su sillón de cuero y masajeo sus sienes—. Usted no vino aquí a entablar amistad, señorita Swan, está aquí por mí, y le agradecería que se concentrara en su cometido.

—Sí señor —respondí con mis puños temblando de ira, él no podía prohibirme eso, no podía ser sorda y muda sólo porque él me mandara, mordí mi lengua y recordé mi casa, todo esto había sido por el trabajo que tenía, así que una vez más me contuve.

Él tomo las pastillas y el vaso de jugo de durazno, como yo había presagiado. Se tomó los analgésicos y continuó trabajando. Por la tarde ya no hablamos nada mas, el aire se sentía totalmente tenso y casi parecía palparse.

Cuando eran los seis Edward me dijo que tendríamos que quedarnos un poco más, había unos proyectos que tenía que autorizar y no podían esperar hasta mañana, asentí sin poder negarme. Unos minutos más tarde vi como todas las oficinas del piso iban siendo desocupadas, la jornada de trabajo había terminado y todos se retiraban a sus casas, excepto nosotros. Los empleados de aseo hicieron rápidamente su cometido, limpiaron con gran eficacia todas las oficinas, hasta ellos querían marcharse pronto. Una hora más tarde los vi desaparecer. Cuando el reloj marcaba las ocho con diez de la noche el timbre del ascensor al fondo del pasillo sonó, miré por la ventana y la figura de un hombre venía caminando hacia la oficina de Edward. Golpeó sólo una vez y entró, me sorprendí al ver que Aro, el tipo que conocí en la cafetería, entró muy campante hacia donde estaba mi jefe.

—¿Se puede? —preguntó con el mismo tono con el que se había despedido de mí—. ¡Wow! Ni con tus malestares se te quita lo adicto al trabajo Cullen —miró hacia donde estaba yo y una sonrisa amplia se desató por su cara—. ¡Pero qué crimen! Y mas encima arrastras a esta pobre criatura a tu estrés —miré a Edward y era solo cosa de tiempo que lo echara de la habitación, sus ojos estaban rojos de ira y sus puños estaban apretados.

—Dime qué demonios quieres.

—Sólo te traía las correcciones de los balances que me entregaron, están listos para ser presentados mañana, ¿vez? Te ahorré trabajo, ahora podrás dejar que esta pequeña se vaya a dormir —dijo mirando fijamente a mis ojos, una mirada lasciva me observó.

—Esto no es asunto tuyo, gracias por los balances, ahora vete.

—Creo que no eres un buen jefe, bueno, siempre lo he pensado —él lo reto, ¡demonios! Iba a arder Troya en esta oficina. No sabía cuantos segundos más la ira de Edward iba a ser contenida. Miré su rostro y estaba completamente crispado por la rabia—. Tal vez debería ofrecerme para llevarla yo a casa, pobre, parece que no ha dormido bien, pero podríamos hacer algo para solucionar eso ¿no crees? —me miró y sus ojos me desnudaron, sentí el suelo temblar y un grito incontrolable se desató del pecho de mi Jefe.

—¡Vete al demonio, Vulturi!, ¡no te quiero ver aquí!, ¡lárgate o te saco a patadas! —Edward caminó hacia él, sabía que estaba dispuesto a golpearlo, había que ser idiota para no darse cuenta. En un rápido movimiento me atravesé en su camino, puse mis manos en su pecho tratando de contenerlo, sus ojos chispeaban de pura furia.

—¡Por Dios, Cullen! Tan intolerante como siempre —dijo casi soltando una risita maliciosa—. Bueno, para otra vez será linda Bella, la invitación sigue en pie.

—¡Lárgate! —gruñó Edward desde el fondo de su pecho.

—Ya ya, está bien —le dijo levantando los brazos y saliendo, como una burla el tipo soltó una risotada mientras cambia nuevamente al pasillo, ¿pero quién demonios era este chico?, ¿por qué Edward no había podido echarlo a patadas a la calle? Cada día mi jefe me parecía más misterioso.

El tiempo se detuvo ante nosotros, todo lo que escuchaba eran las erráticas respiraciones de Edward, miré su cara y tenía la vista perdida en cualquier parte, pero aun se notaba la furia que intentaba contener. Sus puños estaban tan apretados que la piel sobre ellos estaba blanca, bajé mis manos hacia ellos y los envolví intentando apaciguarlos.

—Cálmese, por favor —le pedí en un susurro.

—¿Está contenta? —me preguntó con la voz gélida—. Por haberle coqueteado ahora tendrá a ese imbécil detrás de usted —me dijo soltándose de mi agarre, su cuerpo parecía estremecerse con cada palabra. Su espalda estaba tan rígida que se notaban de inmediato las oscilaciones de su piel.

—¿Esta diciéndome que esto es mi culpa? —pregunté asombrada.

—Claro que lo es, no debería andar coqueteando con todos los hombres que conoce —apreté mis puños, ahora los míos estaban más blancos que los de él. Me mordí la lengua, apreté mis dientes e intenté contenerme todo lo que pude, pero esto me sobrepaso, la rabia salió casi expulsada de mi boca.

—¿Y quién demonios se cree usted para tratarme así? —no me iba a arrepentir de esto, él podría ser muchas cosas adinerado, poderoso, altivo, pero jamás dejaría que me pisoteara, eso nunca.

—No me hable en ese tono —se giró y avanzó unos pasos hacia mí. La furia que contenía estaba asomándose cada vez más en su rostro. Ambos estábamos en un estado muy inestable, en cualquier momento la ira de alguno se desataría.

—Y usted no me ofenda, no porque sea mi jefe dejare que me hable en ese tono. Nadie puede prohibirme lo que yo haga con mi vida. ¡Porque es mía!

—¿Entonces está feliz de que ese maldito se le quiera tirar encima? —no respondí, sabía la respuesta, pero él me había dejado atontada con esa pregunta. ¿Cuándo habíamos llegado a este nivel de confianza?—. No me responda —rió con amargura—, el que calla otorga —me dijo dándome una mirada de desprecio.

—No…

—¿No qué? —se acercó con rapidez—. ¿No quiere que la ofenda?, ¿pero que mas ofendida puede estar si usted misma hace que los demás la piensen así? Tan… tan… —calló, una de sus manos se acercó a mi rostro, me quedé estática esperando un contacto. Su gélido dedo atravesó mi pómulo, enviando descargas a todo mi cuerpo, cerré mis ojos e intenté controlar el impulso de saltar encima de él.

—Ya basta —le dije separándome de él, su dedo quedó suspendido en el aire, sus ojos me miraban y recorrían mi cuerpo haciéndome estremecer, mi mente me mostró esos mismos ojos el día que estuvimos juntos, me miraban de la misma manera, con tanto deseo en ellos. Su rostro cambió de repente y se crispó nuevamente, como si mi lejanía lo hubiera molestado.

—Entonces, sí estás feliz, quieres que él te invite a salir ¿verdad?, ¿acaso quieres terminar en su cama tal como lo hiciste en la mía? —dijo dé repente, y no pude detener mi mano, se estampo con fuerza en su mejilla haciendo que se tambaleara y perdiera un poco el equilibrio.

El silencio llenó la sala, lo único que hacía eco era el golpe de mi mano contra su rostro, sus ojos se ensancharon por la sorpresa de mi «ataque», mi respiración se aceleró a niveles insospechados al igual que el latido de mi corazón. La mano que había servido de arma palpitaba con fuerza y comenzaba a doler por el impacto, los siguientes segundos fueron eternos, ambos seguíamos parados allí, solo mirándonos. El pecho de Edward subía y bajaba con fuerza, la mejilla que había sido mi victima tomó un color rojo intenso y estaba segura de que le dolía tanto como mi mano lo hacía. Decidí que era momento de irme, si seguía aquí terminaría perdiendo aun mas mi trabajo, porque estaba segura de que después de esto ya no tenía donde volver mañana. Estaba por girarme para salir cuando su mano me detuvo.

(Aqui va la cancion, Quitale los espacios) , http : / / www . youtube . com / watch?v=8kJfTzj76Hg)

—Suélteme —le dije casi al borde de las lagrimas, la ira que tenía sólo podía dejarla salir así, en un sollozo, él ya me había ofendido demasiado y no seguiría soportándolo. Cuando pensé que él me soltaría apretó aun mas su agarre haciéndolo casi doloroso, sentía sus dedos tan apretados contra mi muñeca que faltaba poco para que su piel se fundiera con la mía. Comencé a forcejear, lo único que deseaba era salir de esa oficina y no volver más, pero mis intentos se vieron acallados por lo que jamás pensé que vendría, un beso, un ansioso y necesitado beso.

Su mano me atrajo hacia su cuerpo, ni siquiera dándome tiempo para respirar se adueñó de mis labios, la fuerza y la necesidad con la que me besaba me hacía sentir todo lo que él pasaba por dentro, sentía que ambos podríamos descargar la rabia en esto, pero no era así, él me había ofendido y no podía dejar que me humillara nuevamente.

—Suélteme —le dije forcejeando para que me soltara—. Ya basta, me hace daño —me resistí contra sus labios, él apretó aun mas su agarre y su cuerpo se fundió contra el mío, el calor de su piel era tan intenso que la sensación de calor me atravesó por completo. Sus labios desesperados buscaban los míos que se negaban a ceder

—No te soltare- —me dijo—. Te necesito —confesó, dejándome pasmada en sus brazos ¿él me necesitaba?, ¿a mí? Reaccioné de inmediato, eso era una mentira, él no me necesitaba precisamente a mí.

—Tú no me quieres a mí, búscate a una de tus modelos para descargar tus deseos en ellas, yo no me prestare para tu juego.

—¡Bella! —gritó cuando aun estábamos forcejeando, él para atraerme más y yo para soltarme y salir corriendo antes de que fuera presa del deseo. Su nombre en mis labios no paso inadvertido, tuve que contar con todo mi autocontrol para no rendirme ante él—. No te vayas —me pidió.

—No me pidas eso, quiero irme —le dije mintiéndole, mi piel me pedía a gritos que cediera, si me quedaba sería el comienzo de mi fin.

—No te vayas —se acercó nuevamente y fundió sus labios contra los míos, mi instinto de supervivencia me decía que corriera, pero mi cuerpo no lo escuchaba, el forcejeo aun estaba presente. Intenté liberarme de los brazos de mi captor, pero él no me dejo, sus manos se pegaron a mi espalda y casi a tientas entre las tenues luces de su oficina atravesó el espacio que nos separaba de la muralla y me aprisiono contra ella, dejándome sin posibilidades de escapar.

—Edward, déjame —le pedí en el último intento consiente que tenía antes de dejarme vencer.

—No quiero, no quiero que te vayas. Quédate conmigo —me pidió, o más bien me exigió, su boca no me dio más tregua y se adentró en la mía imposibilitándome la huida. Unos cuantos golpes en su espalda y todo acabó, los puños cerrados se abrieron y mis dedos se fundieron en la tela de su chaqueta presionándolo aun más contra mí.

—¿A qué estás jugando? —le pregunté, los besos y caricias eran demandantes y llenos de deseo.

—No sé, ni yo mismo me lo explico —me dijo besándome la boca. Bajó desde mi mentón hacia la piel que se extendía hacia abajo—. Tu piel… —lamió mi cuello— es tan adictiva —confesó, haciéndome sonreír, cerré mis ojos y disfruté de sus caricias.

—Edward —gemí cuando el placer apareció en todo mi ser.

—Eso —me dijo tocando mi cuerpo—, gime para mí —me pidió—. Mi nombre en tus labios me vuelve loco —volvió a confesar, sus rápidas y ansiosas caricias me acrecentaban aun más el deseo que intentaba sin mucho éxito contener.

—Edward —volví a decir cuando sus manos abrieron con fuerza mi camisa, haciendo saltar unos cuantos botones. Sus ojos lívidos y llenos de deseo miraron mis pechos devorándolos, sus manos sacaron mi camisa y todo lo demás, nuevamente quedé en frente de él sólo con mis medias, bragas y tacones. Nuestras respiraciones se hacían cada vez más rápidas y sonoras—. Edward —gemí cuando él comenzó a besar mi pecho, llevándose uno de mis pezones a su boca— alguien puede… vernos ¡Ah! —mordió el pequeño botón que coronaba mi seno.

—Nadie vendrá… estamos solos —dijo mientras degustaba mi piel, un suspiro de alivio se soltó de mi pecho. Sus caricias eran tan demandantes y necesitas que sólo bastaron unos minutos más para perder el control de mis actos, nuevamente había caído en las redes de Edward.

Sus manos recorrían mi piel explorando todo a su paso, mis temblorosos dedos comenzaron a desprenderlo a él también de su traje, algo impaciente por mi lentitud Edward se sacó todo, casi rasgando la tela de su camisa y su pantalón. Su urgencia me hacía excitarme a niveles insospechados.

—Eres hermosa —dijo contra la piel de mi abdomen, iba dejando un camino de besos y mordidas mientras intentaba llegar a mis bragas, sabía que no era el mejor momento, pero tenía que intentarlo.

—¿Por qué me… odias tanto? —le pregunté mientras ahogaba mis gemidos en las palabras.

—¿Odiarte? —me dijo poniéndose nuevamente de pie. Su boca se fue a mi mejilla, deposito unos cuantos besos mas y de pronto se me quedó viendo, mi cuerpo temblaba por el frio de la habitación, pero por dentro estaba ardiendo por sus caricias, él soltó una risa, negó con su cabeza y siguió trabajando contra mi piel—. Lo que odio es desearte de esta forma —se pegó contra mi dejándome sentir la excitación de su cuerpo.

—¿De verdad me deseas? —le pregunté mientras sentía el calor de su piel y la potente excitación.

—Sí, no hay manera de esconderlo.

—Entonces no hay porque reprimirse —le dije sin remordimientos.

—Lo mismo digo —dijo con una sonrisa , sus labios devoraron los míos con la misma urgencia que antes, sus brazos me tomaron a tientas y me sentaron ahorcadas sobre sus caderas. Caminó conmigo hacia los enormes sillones de la sala de estar y nos recostamos sobre ellos, tenía ese imponente cuerpo encima del mío, Edward acariciaba con sus cálidos dedos cada centímetro de mi piel. Mi espalda se arqueó al sentirlo devorar mis senos, mis manos atrajeron su cabeza más hacia mí para hacer más prolongado el contacto.

El placer que me daba este hombre jamás lo había experimentado con nadie más, casi sentí desfallecer cuando el sacó presurosamente mis bragas y se puso en mi entrada. Sin contemplaciones se adentró en mi, ambos gemimos contra nuestras bocas, los besos acallaban el mar de gemidos de placer que querían ser expulsados de lo más profundo de nuestros pechos, el vaivén que llevaba Edward era fuerte y me hacía pegarme a su cuerpo, sentía que si no me sujetaba de esos fuertes hombros sus embestidas podrían partir mi cuerpo por la mitad.

—Eres maravillosa —me dijo mientras me penetraba fuertemente—, no sabes… no sabes ¡Ah! —gimió contra mi piel, su respiración era frentica al igual que sus embestidas.

—Edward —lo llamé cuando sentía que mi orgasmo estaba cerca.

—Jamás desearas a nadie como a mí —me dijo, y no pude hacer nada contra eso, no podía, lo deseaba, lo quería conmigo, quería que estuviera siempre aquí, dentro de mí.

—Ni tú a otra mujer —me aventuré, sabía que estaba jugando con fuego, pero la conexión que teníamos cuando estábamos así era increíble.

—Nunca… —me respondió, haciéndome arquear por lo dura de sus embestidas—. Jamás.

—Edward —gemí una y otra vez con ansia cuando su ritmo se hizo casi bestial, su cuerpo se abrazaba al mío cubriéndonos a ambos con una pequeña capa de sudor, entraba y salía con gran pasión de mi cuerpo, me sentía en las nubes, me apreté mas contra él para que el roce fuera más intenso y no me arrepentí de ello, la fricción que se creó entre nosotros me llevo al éxtasis, grité muy fuerte su nombre cuando el orgasmo me arrasó, sólo unos segundos más tarde Edward convulsionó sobre mi cuerpo obteniendo su propia descarga.

Ambos nos quedamos en aquel lugar, solo disfrutando del momento, mi cuerpo estaba pegado al de él, su cara se reposó sobre mis pechos y besó la piel que ahí se extendía, sus dedos acariciaron mis brazos dándole un toque completamente dulce al momento. ¿Pero de qué demonios estaba hablando? No podía permitirme sentir… la palabra sentimientos tenía que quedar fuera de este universo paralelo, uno donde sólo se divisaba el sexo como horizonte. Me removí incomoda por lo que estaba pensando, él apretó un poco su agarre y levanto la cabeza para fijar sus ojos en mi, aun lo sentía dentro de mi cuerpo.

—Esta vez no te irás en la oscuridad —me dijo serio, casi como una reprimenda.

—¿No? —pregunté, riéndome por lo extraña que era esta situación, este hombre tenía dos caras una, de hombre duro y otra de enardecido amante. Nunca sabía con cuál de las dos me podría encontrar—. Debo irme, ya es tarde —le dije, intentando ponerme de pie, su enorme cuerpo estaba encima del mío y me impedía pararme.

—No te vayas —me pidió besando mi cuello, aunque recién había palpado el placer con mis manos el deseo parecía emerger nuevamente.

—Edward —susurré, mientras el acariciaba mi muslo con una de sus manos—, es tarde, debo irme —él detuvo el ataque contra mi piel y lentamente salió de mi, cuando vi su figura me fijé que el mismo deseo que había sentido con esa caricia se demostraba en una de las partes visibles de cuerpo.

Ambos nos vestimos en silencio, recogí con prisas la ropa que estaba regada por el suelo y me vestí, antes de que pudiera terminar de ponerme mi blusa un cuerpo se pegó a mi espalda, las manos de Edward rodearon nuevamente mi cintura pegándome contra su entrepierna, el deseo había retornado y estaba dispuesto a saciarlo.

—De verdad debo irme —le dije cuando él comenzó a sacar mi ropa nuevamente.

—Lo sé, pero no quiero —me dijo mientras mordía mi hombro, detuvo su incesante caricia, al parecer había recordado algo, ya que dio un suave beso contra mi piel y dejo que me siguiera vistiendo. Cuando ya estuve lista al igual que él abandonamos la oficina, el lugar estaba hecho un desastre.

—Parece que paso un tornado —le dije mientras esperábamos el ascensor.

—Todos los días en la mañana pasan los encargados del aseo a ver que todo esté en orden, se darán cuenta y mandaran a ordenar —él parecía tan seguro de sí mismo, me permití observarlo descaradamente por unos minutos, la suave punta de su nariz apuntaba hacia el techo, sus ojos seguían con ansias el marcador del ascensor mientras subía lentamente, piso por piso, sus mejillas aun sonrosadas por lo que había pasado hace algunos minutos delataban lo intenso de nuestro encuentro. Sin duda Edward Cullen era dos hombres totalmente diferentes. El ascensor llego y nos subimos, el silencio se produjo casi sin pensarlo, pero esta vez no era incomodo, al contrario, hasta parecíamos disfrutar solamente de estar en ese espacio cerrado, los dos solos y en silencio.

Salimos del edificio Cullen y James nos estaba esperando, sus ojos nos evaluaron y soltó una pequeña risita casi imperceptible.

—¿James sabe dónde vives? —me preguntó, sacándome de mis cavilaciones.

—Sí… sí… —respondí.

—Bien, entonces James —lo llamó— iremos a dejar a la señorita Swan primero.

—Sí jefe —le respondió el rubio conductor.

Ambos subimos al coche, el silencio aun estaba presente, pero era muy diferente al de esta mañana, podría decir que era un silencio pacifico. James comenzó a andar por las calles de la ciudad, cuando me di cuenta él se estaba dirigiendo a mi antiguo barrio, me apresuré a corregirlo.

—James —lo llamé con apremio.

—Dígame señorita Swan.

—Ya no vivo donde me fue a dejar la otra vez, vaya hacia Nothing Hill, déjeme en las casas que están cerca del parque.

—Sí señorita —asintió y cambió el rumbo.

Miré de reojo a Edward y él sólo observaba hacia fuera, en ningún momento establecimos algún contacto o cruzamos una palabra, esta iba ser la reacción después de algún encuentro, un total silencio. Cuando llegamos al parque James aparco el auto.

—Dile el número de la casa —me exigió Edward.

—Pero no, si puedo bajar aquí, no sé…

—Díselo —me ordenó. James nos observaba curioso desde el asiento de adelante.

—Calle Rhode Moon, #4460

—Está bien, conozco la calle —asintió James, el auto comenzó a tomar el real rumbo hacia mi casa, no quise replicarle nada al hombre que estaba junto a mí, no iba a hacer partícipe a James de una «pelea» entre jefe y empleada, o mejor dicho, una pelea entre jefe y amante.

Llegamos a la casa, James aparcó exactamente afuera del enorme portón. Las luces estaban apagadas, así que asumí que papá y Kate estaban dormidos.

—¿Es aquí señorita? —preguntó mirándome por el espejo.

—Sí, aquí es —le indiqué, él se comenzó a bajar del auto para ayudarme a salir.

—Buenas noches y gracias por traerme —me dirigí a Edward en la voz más neutral que podía. James rodeó el auto y abrió la puerta. Al no escuchar ninguna respuesta quise salir, cuando estaba dispuesta a hacerlo la mano de Edward me hizo girar, la otra buscó mi cintura y me atrajo hacia él. Me besó con la misma intensidad y deseo que antes, sus labios comieron de los míos, dándome un placer exquisito, acarició suavemente mi cara con la yema de sus dedos, llegando a mis labios.

—Hermosa —susurró, pasando sus dedos por mi boca. Se separó un poco de mí y me miró con la intensidad vivida de sus ojos—. Buenas noches señorita Swan —me dijo y sonrió.

—Adiós —le dije, aun en shock por su repentina reacción.

—Mañana continuaremos esta conversación —me dijo antes de que saliera del auto, un escalofrió de felicidad y de miedo recorrió mi piel.

—Buenas noches señorita Swan —dijo James cerrando la puerta y subiéndose al auto.

Me quedé quieta en ese lugar, no sabía cómo reaccionar, el auto partió y se perdió entre las colinas de Nothing Hill, mi nuevo hogar. Edward Cullen había comenzado un juego que no sabía hasta donde podía llegar, si esto seguía, más temprano que tarde me metería en problemas, no sabía hasta que punto podía llegar sin meter los sentimientos en esta erótica locura.

Pecados Carnales

Capítulo 27: Navidad una época de amor y paz

Edward

— Yo lo siento…

— No puedes hacerme esto, ¡No lo merezco!

— Estoy practicando la honestidad

— ¿No podrías haber elegido otro momento para practicar tu honestidad?

— No

—¡Maldición! ¿Por qué hoy, por qué a mí?

— Porque contrario a lo que piensas, tú la mereces. Mereces que sea hoy, que sea ahora y no después cuando ya no tenga objeto.

No sabía, en realidad, que más decirle o como actuar, así que opte por guardar silencio. Simplemente permanecí allí encarando su mirada sincera sin articular ninguna palabra arrebatada, sin discutir nada incluso por la forma en que la miraba pensé que era un sueño, un mal sueño, uno del cual iba a despertarme en cualquier momento a salvo en la seguridad de mi hogar pero no fue así.

A pesar que espere porque su voz, su esencia llegará a mí y me murmura al oído que despertará aquello jamás sucedió, yo ya estaba despierto y era real lo que estaba viviendo.

Sin embargo ahora no podía ocultar mi nerviosismo y aunque trataba de parecer calmado, lo cierto, era que había solo a una persona a la cual no podía engañar.

— ¿Edward qué sucede? —me preguntó Alice acercándose hasta mí.

— ¿Por qué? —le pregunté girándome para darle la cara, sus ojos, iguales a los míos se iluminaron ante lo obvio.

Enarcó una ceja y miró a todos lados, entonces, caí en cuenta que yo había sido demasiado obvio. A lo lejos contempló lo que yo había advertido solo segundos antes. Notó un cuerpo en la distancia, la notó a ella.

— ¿Piensas acercarte? —me preguntó en un suspiró frunciendo el ceño.

— ¿Debería? —murmuré en respuesta.

— Honestamente no lo sé —confesó mirando hacia atrás de mí.

— ¿Tan molesta está conmigo? —inquirí otra vez mirando hacia ella, en la lejanía.

— ¿Qué crees tú? —me preguntó de vuelta y medio sonreí.

Alice puso mala cara de inmediato. Apretó sus facciones. Ella se había convertido con los años en algo más que mi hermana, era algo así como mi conciencia, nuestra conciencia.

— ¿Qué acabo de agotar su infinita paciencia? —contesté en un soplido avergonzado.

No fue necesario que Alice asintiera ni que dijera nada, tenía claro que, había extralimitado esa virtud adquirida con los años y que ahora ella poseía.

— Deberías traer una ofrenda de paz —aconsejó al cabo de unos minutos de eterno silencio apoyándose en la cajuela de mi vehículo.

Trepó a ella con tanta facilidad que me recordó a cuando éramos unos niños. No es que Alice fuera una anciana, nuestra diferencia era sólo por cuatro años, así que no me convenía pensar en ella como una vieja pero tampoco éramos dos adolescentes.

— ¿Un collar tal vez? —exclamé al aire ladeando mi rostro y recordé que ella tenía millones.

— ¿Crees que un collar la haría feliz? —me preguntó irritada.

— Dejarás de contestarme con preguntas, en verdad necesito tu ayuda y hasta ahora lo único que he conseguido son más interrogantes que respuestas —exclamé impaciente con su afán conciliador.

— Edward, lo que necesita tu esposa no es un collar, no es un regalo, cuando hablé de una ofrenda de paz no me refería a algo material —aclaró y entonces me perdí.

No sabía ni tenía la más remota de las ideas de cómo enfrentar mi primera pelea conyugal, había pasado por montones de peleas, muchas, con distintos actores en distintas situaciones. Pero hoy, no podía simplemente pedir perdón. Perdón por ser un insensible, perdón por causarle dolor, perdón por hacerle sufrir de aquella manera, perdón y mil perdones. Suspiré.

— ¿Y bien? —inquirió mi duende favorito con la mirada fija en mí

— ¿Podrías? —le pedí y ella asintió sonriéndome.

— Diez minutos Edward, si no logras que ella vuelva contigo te quemaré —amenazó haciendo de su sonrisa una expresión macabra.

Eran diez minutos, ¿Serían suficientes?

Tanya

Seguía siendo atractivo, sin duda, Edward era el hombre más atractivo que yo hubiera conocido jamás, los años le daban un cierto aire maduro, místico y varonil que me fascinaba. Era como si hubiera sido ayer cuando le conocí. La sonrisa ladina se plasmo en mi rostro aunque traté de ocultarla y vaya que luche por opacarla, lo hice con todas mis fuerzas. Lentamente mientras se aproximaba bajé la comisura de mis labios, ahora torcidos hacía arriba formando aquella evidente sonrisa, pero solo conseguí formar una mueca imperfecta de seriedad. Por lo que ¡desistí!

— yo... lo siento, de verdad —comenzó a decirme y entonces quise arrojarme a sus brazos y asegurarle tantas cosas como por ejemplo que a mi no me importaba pero en el fondo sabía que no era así.

— Quisiera creerte juro que lo intento pero aún así… —exclamé y callé.

Detrás de él, dos pequeñas olivas verdes me enfrentaron y me desarmaron por completo. Enmudecí.

Dos, esa siempre había sido mi constante y hoy se reafirmaba. Habían sido y aún eran solo dos personas las capaces de lograr ese efecto en mí: él y aquel pequeño personaje parado detrás de sus varoniles y hoy maduras piernas.

Las manos de Edward se fueron de inmediato hasta la parte en que otras dos pequeñas pero también varoniles manos lo sujetaron.

— ¡Alice! —reclamó enseguida sonriendo al pequeño junto a él — que haré con ella —murmuró divertido, alzando en su regazo mi pequeño gran gigante.

En un momento de descuido y con una rapidez impresionante se llevó sus deditos hasta su boca y cuando me percaté que tenía arena entre ellos me abalance sobre él para impedirlo.

— ¡No! —decreté tomando entre mis manos las suyas, sujeté firme y él tendió a retirar su mano de mi opresión con un leve tirón.

Sus labios se curvaron en un puchero dispuesto a largar el llanto en cualquier momento. Me miró desconcertado.

— Están sucias —evidencié y aquella mirada infantil se desconcertó aún más.

— Tanya no importa lo harás llorar —advirtió Edward — No le pasará nada ¿No recuerdas que ya ha comido tierra? —me preguntó como si lo que acaba de suceder fuera de ocurrencia ordinaria.

¿Así que sí el mi pequeño consuelo comía tierra también debía comer arena?, me reí pero procuré apagar la sonrisa apenas brotó de mis labios.

— Te demoraste, pensé que no vendrías —advertí y observé atenta aquella infantil mirada aguamarina.

— ¿Crees en la absolución? —musitó bajito, entonces recobré la cordura.

— No soy yo quién debe creer en ella Edward, esta vez debes ser tú quien crea en ella —aclaré tomando al pequeño retoño entre mis brazos.

Lo arrebaté de los brazos de su padre con tal ligereza y sin ningún remordimiento que se me contrajo el corazón al hacerlo pero era necesario.

— ¡Tanya espera! —me pidió en un grito desesperado y entonces me giré para encararlo

— ¿Acaso no querías tu absolución? —le pregunté y él me miró confundido — Ve por ella —indiqué y corrí con el pequeño en mis brazos.

Bella

Diciembre era un mes frío, no solo por el clima sino por todo, demasiados recuerdos habían ocurrido un mes como esté muchos años atrás aunque como era de preveer para solo una persona era perfecta esta época del año. La idea central era pasar las festividades en familia, esa había sido la idea básica pero el destino tenía preparado otra cosa distinta y allí estaba yo, una vez más siendo una vil marioneta del antojadizo destino. De pronto sentí una ráfaga de viento en mi rostro y una piel tibia cubrir mis ojos, me cegó.

—Mi amor —susurró contra mi oído, me sonreí, sentir la tibieza de su aliento despertó todo y cada uno de mis sentidos, incluso los más básicos. Era un hecho yo le amaba con locura y lo necesitaba desesperadamente.

Estar casada había sido sin duda el paso más grande y el más ambiguo de todos, mi inseguridad se había plasmado en varias de mis decisiones anteriores y no había estaba segura de aquello sino hasta mucho después de aquel día en que dije "sí acepto". Aquella vez, en aquel prado frondoso, bajo un tenue sol de verano no hubo arrepentimientos.

Quién más que yo para saber que muchas veces no hay un "vivieron felices y comieron perdices", esas palabras para mi se habían convertido en falacias imaginadas por la gente, consuelos de pocos e ideas de quienes añoran darle un sentido a sus vidas, sin enfrentar la verdad cuando se es dolorosa. ¿Acaso era bueno tener un final feliz inmediato pero breve que un final triste momentáneo pero feliz de manera eterna?

Al final de camino aquellas reflexiones tal vez carecían de sabiduría pero solo podían ser entendidas por quien, al igual que yo, hubiera vivido tragedias y agonías. Eran mis reflexiones luego de pecados inconclusos, luego de decisiones acertadas, luego de entrega y sacrificio. Luego de amar de verdad y no de mentira. Hoy podía decir que yo había encontrado mi sacrificio junto a mi entrega. Por primera vez era feliz sin reservas, aunque esa felicidad no significaba miel sobre hojuelas.

—Mi amor —insistió sin quitarme sus hermosas y calidas manos de la vista, estaba detrás de mí, su cuerpo apegado a él mío y ese contacto tan próximo, tan cercano, tan íntimo estaba haciéndome sucumbir.

No le contesté de inmediato, sino que guarde silencio apropósito, de hecho bajé mis manos y deje de tocar aquellas manos que me habían tocado de una y mil maneras distintas, todas ellas haciendo gala de elegancia y sutileza, de amor y comprensión, de compañerismo y también de deseo. Demostrándome que todo vale la pena en esta vida, cada lágrima, cada llanto, cada sufrimiento tiene su recompensa, es un justo equilibrio y el más bello de todos los consuelos: Amor incondicional y sin reservas. Me quede impertérrita parada en la mitad de la nada donde me encontraba, sostenida solo por él y por el viento que bailaba a nuestro alrededor.

Él guardó un sabio silencio. Hasta hacía unos cuantos años yo había jurado amar a alguien y hoy me arrepentía de haber usado ese verbo en aquel entonces. Debía haber sabido que aquel sentimiento era restrictivo, no se entrega a cualquiera ni por cualquier cosa, yo no había sido exhaustiva sin embargo, la vida se había encargado de darme un sabio castigo. ¿Cómo amar cuando no se ama? ¿Cuándo no se sabe amar?

Yo amaba hoy al hombre que me sostenía, al hombre que esperaba paciente por mi respuesta, a aquel que hoy estaba frente a mí a pesar de todo yo le amaba. Amaba a aquel compañero de todos estos años, aquel que había logrado salvarme del mundo pero por sobre todo de mi misma. Aquel que había vencido todas las barreras, que había logrado despertar ese sentimiento que yo había creído tener alguna vez y que había perdido en un crepúsculo cualquiera. Después de todos mis dramas, de todas mis trancas, a pesar de todos los presagios y creencias yo había encontrado a alguien a quien amar, al igual que él quién también había encontrado a su otra mitad.

Frente a mi había alguien que me amaba de manera racional pero incondicional. Era mi todo, mi complemento, mi amigo, mi confidente, mi amante, mi pecado más carnal.

Este matrimonio no había sido mi primer intento, por lo mismo no llevábamos mucho de casados y aunque nunca pase más allá del altar, en un comienzo, finalmente con él había dicho "Si acepto" y lo había dicho feliz y conciente que esta vez sería para siempre puesto que era una aceptación sin reservas, sin condiciones, sin restricciones. Era una aceptación de verdad.

—Bella, mírame —balbuceo y giró mi cuerpo para encararme.

En el segundo exacto que sus manos se quitaron de mis ojos se fueron directo a mi vientre. Sentí como mi hijo no nato se movió ante el contacto de su padre. Una sonrisa se vislumbró en ese rostro que me había cautivado de una manera especial y diferente.

Acarició mis entrañas con una devoción impensada, deslizo sus dedos por el contorno que sobresalía de mi cuerpo y que estaba formado por el producto de nuestro amor. Ante aquellas caricias me rendí cuan pecadora era, sucumbí ante aquella mirada penetrante y expectante. Ante aquella mirada que yo amaba de verdad.

La comisura de sus labios se torció en una sonrisa exquisita. Él era un hombre feliz como había visto a pocos, yo era quien causaba esa felicidad y mi corazón se había regocijado por aquello, porque mis sonrisas también eran causadas por él.

El hombre frente a mí estaba feliz de tenerme como esposa, feliz de hacerme su mujer noche tras noche, feliz de haber concebido junto a mí a un hijo mutuo. Feliz porque éramos y seguiríamos siendo una familia. No alcanzó a decir nada, sus labios se separaron para hablarme pero yo de manera arrebata me lancé a sus brazos, enrolle los míos en su cuello y lo atraje hasta mí. Sus manos bajaron hacía mis caderas correspondiendo a ese abrazo cariñoso.

— Creo que tu hijo nacerá ahora —balbucee a duras penas sintiendo como una contracción recorría mi cuerpo de lado a lado.

Máscara de odio

Isabella Swan

El cielo azul era lo único que podía ver desde la ventanilla de la avioneta, nos habían situado en las sillas dándonos la bienvenida, luego nos habían entregado unas cobijas y nos habían ofrecido algo de comer, George y Adam pidieron vodka, por lo que alcance a escuchar, Charlie dijo que solo quería agua, su enfermera pidió agua mineral para ella y él, y yo preferí quedarme seca porque tenía una emoción que me impedía tener apetito u otra cosa que se le pareciera.

Ya empezaba a sentir el frio del clima en el ambiente, me arrebuje en mi cobija, aferrando la mano de Charlie, quien se encontraba a mi lado en la silla y mirando por la ventanilla.

Recordé mi viaje en avión con Edward, cuando nos marchamos a nuestra luna de miel y la diferencia con el ambiente en ese momento, hacia frio mientras que en esa ocasión lo templado del clima era reconfortante.

Este era mi segundo viaje, y hacerlo sin él, y teniéndolo presente no lo hizo más llevadero. Ya estaba comenzando a sentir su ausencia, y probablemente él estaría completamente disgustado conmigo por haberme ido así. Intente no pensar en que estuviera enfadado y más bien en que entendería por lo que estaba pasando en esos momentos.

Me di la vuelta y vi que la cabeza de Charlie se había apoyado en mi hombro, tenía una expresión de tranquilidad demasiado vistosa y me sentí bien por él. Me recosté en la silla y cerré los ojos dispuesta a disfrutar de lo que quedaba del viaje y lo que vendría después.

Cuando volví a abrir los ojos la mujer que acompañaba al piloto nos pidió que nos abrocháramos los cinturones pues íbamos a aterrizar, comprendí que me había quedado dormida todo el tiempo que duró el viaje, me pareció apropiado por qué no sabría que había podido hacer durante esas horas.

Abroche el cinturón de Charlie, este sonrió y tomo las manijas de la silla, su silla de ruedas había sido incluida en el equipaje y se hallaba sentado en una de las sillas de la avioneta sin ningún signo de incomodidad.

Abroche el mío recordando que Edward me había enseñado a hacerlo y comenzamos a descender.

Nos llevo 20 minutos pero al fin tocamos tierra, todo parecía indicar que era una pista de aterrizaje privada.

Hacia un frio terrible.

- Recuerdo esto – dijo Charlie mirando por la ventanilla, sonreí, el estaba empezando a recuperar su memoria y todo se debía a mí, sin proponérmelo estaba influenciando positivamente en la recuperación de Charlie.

La silla de ruedas llego 20 minutos después junto con el saco más grueso de mi padre. Lo trasladamos a ella y descendimos de la avioneta.

Como dije, estaba haciendo un frio que calaba, me aferre a mi sweater y lleve la silla de Charlie. Adam y George descendieron detrás de nosotros. Charlie volvía a decir que comenzaba a recordar cosas y lance una mirada de comprensión hacia mis tíos. El vaho salía de su boca lentamente.

Una van negra nos esperaba con dos personas vestidas de negro, había visto unos así cuando estaba con Edward y el les había llamado guardaespaldas, me pregunte que tan importante podía ser una persona para tener guardaespaldas que lo protegieran, nuevamente me avergoncé por no conocer estos detalles de la vida de Charlie, pero supuse que ya tendría tiempo.

Subimos a Charlie en la parte de atrás, aseguramos su cuerpo y nos subimos nosotros.

Adam nombro al conductor Samuel, lo cual me recordó a mi hijo ya que tenían el mismo nombre, le dijo que íbamos a casa. A casa.

A medida que avanzábamos por la ciudad me maravillada por las cosas que veía, las estructuras entre moderna y antiguas de lo desconocido para mí. El timón estaba en el lado derecho del auto y no como acostumbraba a ser en América. Me pregunte qué otras cosas podían tener de diferentes.

Nos llevo cerca de una hora detenernos, una hora durante la cual intente registrar en mi memoria cada cosa que veía para recordarla más tarde y deleitarme con ellas.

Estacionamos frente a una casa que se parecía en esencia a la mansión de Edward, tenía un antejardín enorme y la entrada era magistral.

Los que estaban vestidos de negro y conduciendo salieron primero, parecían asegurar el perímetro pero no podía estar segura.

Charlie estaba emocionado, parecía que cada cosa que veía le traía nuevos recuerdos y supuse que la Dra. Hale se sentiría orgullosa de él si lo pudiera escuchar.

Luego nos llego el turno de descender. Uno de los hombres, el más fuerte, tomo a Charlie en sus brazos mientras la enfermera descendía por el otro lado y sacaba la silla de ruedas para acomodarla y que el hombre pudiera poner a Charlie en ella, esperaba, tal vez demasiado, que la condición que hacía que Charlie usara esa silla fuera suprimida pronto y volviera a caminar con normalidad.

Una mujer de mediana edad nos abrió la puerta, la mirada d ella se dirigió inmediatamente hacia mí, que seguía llevando la silla de Charlie.

- Señores Swan…es un placer volverlos a ver – dijo la mujer estrechando la mano de Adam, George y Charlie. Este la miro algo desconcertado y la mujer soluciono su error con mucho tacto, me atrevería a decir – me llamo Molly y soy el ama de llaves de esta casa.

-Hola Molly - saludo Charlie, al parecer su memoria no abarcaba a las personas, aparte de sus hermanos y supuse que mis abuelos. Suspire con miedo cuando el ama volvió a mirarme a mí.,

-Así que usted es la señorita… - su mirada parecía corroborar cuan feliz se veía de verme, yo, por supuesto no la reconocía. Ella debió ver fotos mías cuando era bebe o eso pensé – como ha crecido… y tan hermosa – Edward también me había dicho que era hermosa, lo que no podía saber era por que las personas me consideraban tal si yo no me veía así. Edward…casi suspire al pensar en su nombre pero decidí controlarme un poco más. – sigan por favor, tenemos el te preparado.

Nos invito elegantemente a seguir.

La casa, por dentro, era igual de imponente, tenía varios grabados y artesanías que se veían costosas, el vestíbulo era alto y antiguo, lo mismo que las mesas que adornaban el frente de una chimenea enorme que había sido convertida en otra mesa de estar sobre la cual reposaban porcelanas de formas y tamaños diferentes.

Era todo tan…medieval como no lo era en América. Me resultaba difícil comprender que hacían mi padre y mi madre en América cuando me perdieron….aun tenía que conocer la parte de esa historia, supuse que todos la sabían, aunque bien podía estar equivocada.

Se escucho el repiqueteo de un bastón sobre el piso, lento, a velocidad de paso, venía desde el pasillo que se dejaba traslucir a la izquierda de nosotros.

Cuando enfoque la vista, lo mismo que los demás vi que un señor de edad, que estaba acompañado por una enfermera, caminaba enérgicamente hacia nosotros. Ella le sonreía solemnemente y parecía pedirle que fuera más despacio.

- no puedes pedirme eso, Constance – dijo el anciano mirando noblemente a la muchacha mientras parecía querer aligerar el paso. Cuando estuvo a una distancia menor se quedo parado mirándonos a todos. - Adam, George…los han traído. – dijo dando el resto de pasos que le faltaban para estar ante nosotros, se parecía asombrosamente a Charlie así que deduje que era su padre, mi abuelo.

Miro a Charlie acercándose para darle un beso en la frente que este recibió gustoso.

- Padre – dijo Charlie con una seriedad que nunca le había escuchado.

Luego llego mi turno, sentí que me miraba de arriba abajo y me llego el irracional pensamiento de que tal vez estaba intentando asegurarse de que yo me parecía lo suficiente a su esposa para ser parte de la familia, intente dejar mi inseguridad a un lado y dije.

- Buenas Tardes señor- esperando no sonar demasiado….temerosa.

- Oh Dios! Incluso su voz es la misma. – comento el hombre dando unos pasos hacia mi – acércate hija, déjame…déjame abrazarte – la enfermera soltó su brazo suavemente para que pudiera ofrecérmelo.

El alivio corrió por mis venas mientras dejaba que el anciano me abrazara con fuerza.

- me llamo Charles Swan…el padre de Charlie, Adam y George… soy tu abuelo- se presento el aunque no lo necesitaba, tenía una expresión tan bondadosa que se me hizo agua el corazón.

-Soy Isabella…Swan, señor…- dije yo sin saber exactamente que mas decir. El sonrió.

- tienes un nombre precioso…quien te encontrara hizo una elección perfecta.

Volvieron a asaltarme recuerdos en donde Edward decía mi nombre mientras hacíamos el amor, y cuando me decía que le gustaba, intente no sonrojarme con el recuerdo y a cambio de eso mire a mi abuelo que nos hacia seguir hacia la espaciosa sala mientras más personas, todas vestidas de negro y blanco, comenzaban a entrar y subir las escaleras con el equipaje de todos.

Nos sentamos mientras él se dejaba ayudar por la enfermera, Charlie se quedo en su silla sin manifestar ningún signo de incomodidad, aferraba mi mano y yo la de él, porque era al único que, en realidad conocía, no era que desconfiara de mis tíos, ni de la amable mirada del abuelo, era solo que… en mi inconsciente seguían siendo desconocidos.

- Molly– llamo suavemente la enfermera, susurro unas palabras que mi abuelo antes le había susurrado y la ama asintió retirándose educadamente. Eso me recordó súbitamente a las clases de etiqueta de las que Emmerald me hizo partícipe, sentí un impulso nuevo de reír, pero lo contuve y me quede con la boca cerrada.

- ¿y cómo te encuentras Charlie? – pregunto el abuelo.

Charlie comenzó a hablar inmediatamente comentándole, sin faltar a una sola palabra, como se había encontrado en los últimos meses y comenzó a hablar también de cómo nos habíamos conocido, menciono la clínica psiquiátrica y en ese momento el abuelo me miro intensamente, como si estuviera preguntándose las razones por las cuales yo había parado en un sitio semejante, pero luego de unos momentos comenzó a hablar con Charlie. Explico que su esposa Marie estaba arriba descansando un poco y que no se había enterado de que habían llegado.

- es quien más ansias tiene de conocerte. – explico, esa era la mujer que se parecía tanto a mí. Y era a quien, curiosamente yo también tenía más ganas de conocer.

El abuelo Swan presento a sus sirvientes quienes parecían tan contentos como el de que yo estuviera acá, jamás me había sentido tan bienvenida en un lugar como acá y comenzaba a relajar la tensión bajo la que me encontraba, reacción refleja ante lo desconocido.

La conversación se hizo amena entre los hombres, la enfermera guardaba silencio al lado de Charlie y yo escuchaba con atención esperando no perderme nada.

Aproximadamente una hora después Charlie hablo.

- Creo que debo acostarme, me siento muy agotado –

- ¿te encuentras bien? – le pregunte, me encontraba sentada al lado de él y le tome la mano que estaba tibia-

-estoy bien, hija, solo que permanecí muchas horas despierto en el viaje y me temo que me están cobrando cuentas.

Sonreí, la enfermera de él se adelanto a tomarlo de la silla de ruedas y llevarlo hacia el que había sido designado como su dormitorio. La casa, tan antigua, a la vez tenia la sofisticación que exigía el hecho de que dos ancianitos vivieran en ella y tuvieran que subir escaleras tan grandes y amplias, por eso el abuelo había hecho que parte de la escalera fuera diseñada mecánicamente para subir sin necesidad de fatigarse, añadiendo alguna especie de ascensor a la escalera, el ama de llaves indico a la enfermera como usarlo y la acompaño, supuse que para que fuera en la dirección correcta.

- nos vemos, hija – me dijo apretándome la mano y marchándose, no dijo nada sobre que me quedara a solas con el abuelo. Parecía que sabía que tenía demasiadas preguntas para ser resueltas por él.

Cuando se marcharon, el abuelo me invito a sentarme en la sala con él. Así lo hice aun cohibida pero su sonrisa de complacencia me obligó moralmente a devolvérsela esperando no ser grosera.

En cuando me senté, y antes de siquiera ponerme a pensar en ello comencé a hacerle preguntas al abuelo Swan, entre ellas la razón por la que mi padre y mi madre estaban en estados unidos cuando nací.

El, tranquilamente me explico que de hecho todos eran de allá, todos vivían allá, mi padre y mi madre se habían conocido en la universidad y al poco tiempo se habían casado. Ambos se fueron a vivir juntos, la familia Swan la aprobaba y no tuvieron ninguna objeción por ello.

- Renee se quedo embarazada y ambos muchachos eran más felices de lo que podía decirse con palabras – sus ojos brillaban tristemente – Renee entro en trabajo de parto antes de tiempo y la ingresaron a el Hospital Obstétrico de Forks, tenia buena fama, nunca había pasado nada, pero en esa única oportunidad una mujer, vestida de enfermera sustrajo a un bebe de la unidad. A ti. Luego desapareciste sin dejar rastro y ella también, emprendimos una búsqueda completa, de cada sitio de cada cosa, pero nunca logramos hallarte, nunca cejamos. Poco tiempo después, cuando Renee aun no había superado la depresión por tu perdida ella y Charlie decidieron hacer un viaje para alejarse de todo un poco, el viaje acabó en tragedia, en una curva de la carretera un auto trato de adelantarlos y tuvieron un accidente en el que ella murió. Nunca vi a mi Charlie sufrir como en ese momento, el tubo fracturas menores, no se lesiono la Columna ni nada parecido, pero psicológicamente quedo traumatizado y es por ello que ahora no camina. La búsqueda de nuestra nieta se prolongo durante años, creíamos que si la encontrábamos Charlie iba a poder volver a caminar, pero cada vez perdíamos mas las esperanzas, quince años después de lo ocurrido decidimos venirnos a vivir al otro continente, mis demás hijos se quedaban en América por sus empresas y trabajos, así que podían hacerse cargo de Charlie mientras nosotros nos alejábamos de la presión, compramos esta casa y el terreno y vivimos aquí desde entonces, pasando nuestra vejez solos.

- ¿y mis otros abuelos? - pregunte no muy segura de saber la respuesta.

-Renee no tenia familia, había salido de un orfanato, progresando y trabajando para pagarse sus estudios en la universidad, allí donde conoció a Charlie. Cuando él la trajo a la casa en América vimos que era una buena muchacha y no una caza fortunas que quería a Charlie solo por su dinero, su amor por él era sincero y era algo que podía apreciarse millares de distancia. Lloramos su muerte como si se nos hubiera ido otra hija.

Tenía más en común con mi madre de lo que creía, ambas habíamos estado en orfanatos.

- Nos recomendaron la Clínica St Thomas y allí residió Charlie, no podía viajar a vernos así que desde acá enviábamos todo lo necesario para él y su recuperación, con la ayuda de sus hermanos. Queríamos alejarnos del ambiente de tristeza y es por eso que vinimos aquí.

Mire hacia la casa nuevamente.

Luego el abuelo se dedico a contarme lo que hacían en la casa y a que se dedicaba, era economista como Edward, de ahí a que tuviera tanto dinero. Luego me conto de la abuela y su sutil talento para cocinar. Me estremecí pensando en que tal vez había heredado ese rasgo de ella, hacía mucho tiempo que no tocaba nada de una cocina, pero esperaba no haber perdido el talento irreparablemente. Con mi ayuda se puso de pie y juntos comenzamos a caminar hacia el ascensor que nos llevaría al segundo piso. Seguramente me llevaba con mi abuela y me sentía realmente emocionada. No me había hecho preguntas sobre mí, probablemente sabiendo que me sentiría incomoda al responderlas, sabía que aun no estaba lista para esa clase de intimidad.

El piso de arriba tenía en el ambiente un olor de vainillas que me parecía oler todo el tiempo en mí, mi abuelo aferraba mi mano mientras caminábamos por el que parecía un interminable pasillo, tan parecido al de la mansión de Edward. Se detuvo frente a la puerta más grande y toco.

- Adelante – dijo una voz juvenil, mi abuelo abrió la puerta y me hizo seguir ante él, en la habitación, con una cama para dos, había una enfermera, a ambos lados de la cama había dos balas de oxigeno, en uno de los lados de la cama había una mujer, de cabellos blancos, de espaldas a nosotros, pasándose un cepillo por el cabello, y la enfermera estabas sosteniendo un espejo frente a ella.

- debo estar bien…- decía la mujer de edad.

Luego súbitamente nuestras miradas se conectaron a través del espejo, me vi en esos ojos porque eran los míos, demasiado parecidos en forma y color. La mujer se dio media vuelta y se puso de pie con ayuda de la enfermera. Me miraba fijamente, evaluaba cada cosa de mí como habían hecho los demás y ya estaba comenzando a acostumbrarme, intente no parecer grosera al devolverle la mirada y preguntarme si cuando fuera abuela también luciría como ella.

- mi niña – dijo la anciana con voz ronca por la emoción,- mi preciosa niña –

Sonreí de lado mientras unas lágrimas tracione4ras se apoderaban de mí. Era curioso que solo con ella mi sensibilidad hubiera rebasado los límites, me había sentido desolada y feliz con mis tíos, me había sentido en la gloria con Charlie, pero con esta mujer…me parecía que podía ser mi madre no presente, como si lo fuera de verdad.

Extendió los brazos y no pude sino refugiarme en ellos mientras finalmente me ponía a llorar como la niña que ya no era.

- ¡por dios!,- decía ella entre sollozos, - tanto tiempo…y ahora estas aquí…cuando creímos haberte perdido para siempre.

Detrás de nosotras podía oír los sollozos silenciosos del abuelo, por fin, después de mucho tiempo de no sentir nada semejante, estaba en casa.

Un mes después

Cuando realmente disfrutas de algo, el tiempo se pasa demasiado rápido. Durante ese mes, desde que me di a conocer a la familia que había estado esperándome y a la que yo había estado esperando durante 19 años, conocí todo mi árbol genealógico, aprendí los nombres de mis primos, bisabuelos, los empleados de la casa, conocí cada recodo de esa casa que mis abuelos tenían y que tenía el calor de hogar que siempre busque. Conocí la empresa de mi abuelo, y lo mejor de todo, la mejoría de Charlie era tan notoria que el mes que seguía empezaría la terapia física para volver a caminar con pronósticos a corto y largo plazo bastante alentadores. La vida no podía ser mejor en esos momentos para mí, me sentía feliz por Charlie, feliz por todos…feliz por mí…pero no completamente.

En medio de toda mi felicidad, había algo que hacia la diferencia y estaba clavado tan profundamente en mi corazón como una espina en una rosa.

No era que el recuerdo entorpeciera mi tranquilidad, pero innegablemente influía en ella de manera alarmante. Porque aun en medio de cada matiz que estaba tomando mi vida mis recuerdos, mi memoria e incluso en gran medida mi cuerpo volvía al centro de todo….a Edward Cullen.

Era como si de alguna manera estuviera conectada a él y supiera que no se encontraba bien, lo cual me llenaba de una preocupación enorme, en mi carta le había dicho que le daría tiempo para pensar y bien cabía la posibilidad de que cambiara de opinión respecto a casarse conmigo, por eso no lo llame ni le envié nada de mi parte excepto mis pensamientos, para que fuera libre de decidir pero ahora, cada parte de mi lo extrañaba de una manera aterradora, urgente. Nada había cambiado respecto a mis sentimientos hacia el excepto que se hacían más intensos cada día.

Mi padre había notado mi deferencia, y me lo pregunto un día que nos encontrábamos juntos en el jardín.

- noto que no estás feliz en casa, Bella – me miraba intensamente y sentí que me sonrojaba, definitivamente esta era de las cosas que me daba vergüenza hablar con Charlie. Lo hubiera comentado con la abuela, todos de hecho en la familia sabían que era una chica casada y sabían quién era mi marido, había decidido que nunca se enteraran de lo que había pasado entre él y yo, las cosas oscuras de nuestra historia, creía que mis tíos lo sabían pero nunca dijeron nada ni me preguntaron nada más. La abuela al ser mujer tal vez comprendería mejor por lo que estaba pasando, pero se encontraba realizándose unas pruebas de esfuerzo en la ciudad, acompañada por mis tíos, nos encontrábamos solos en la casa.

- no…- quise decir que no pasaba nada pero sabía que él se daría cuenta de que estaba mintiendo y se sentiría mal así que sin darle preámbulos y esperando no morir de vergüenza en el intento le dije – extraño a mi esposo. Demasiado.

Charlie asintió con la cabeza y me levanto el mentón para que lo mirara, inclinándose hacia mí como si fuera una niña pequeña.

- no tienes nada de qué avergonzarte, el amor es un sentimiento apasionado y ustedes son jóvenes enamorados, eso se ve a simple vista. – la compasión en su mirada hizo aflorar lagrimas en mis ojos

- quería darle tiempo para que pensara bien las cosas, para que decidiera si quería quedarse conmigo…pero cada día que pasa siento que muero un poco, en medio de toda esta felicidad, esta que jamás creí poder tener…soy una desagradecida…- dije avergonzándome de mi propia fogosidad.

- te repito, no es algo de lo que tengas que avergonzarte…somos tu familia, pero a él lo conociste primero, nosotros te arrancamos de su lado sin pedir permiso y aunque quisiste complacernos, hay algo que no podemos cambiar, el hecho de que estés enamorada de él…- dijo afirmando con la cabeza

- así es. Cada día que pasa se hace más oscuro…tan lejano. – dije corroborando mi afirmación y mirando hacia la espesura del bosque detrás de nosotros para no tener que enfrentarme a su cálida inquisición.

-¿y tú?, ¿estarías dispuesta para él?- dijo Charlie después de un momento.

- no comprendo…- dije volviendo la mirada hacia él.

- el hecho de que estés aquí, con nosotros, no quiere decir que tengas que olvidarte de él. Ahora que te tenemos y te hemos tenido este tiempo, sabemos que existes y solo podemos pensar en tu felicidad. Y tu felicidad, aunque somos nosotros, también lo es el. – su voz estaba teñida de una compasión que pensé que no merecía.

- no quiero irme… pero quiero verle…quiero quedarme a su lado para siempre.- confesé mi verdad, seguía sintiéndome avergonzada por los deseos de mi corazón y, porque no decirlo, de mi cuerpo.

- siempre existe la palabra "visita". – dijo Charlie abriendo mucho los ojos y haciéndome sonreír.

Mire la expresión que me invitaba a ser impulsiva nuevamente, como cuando lo abandone todo por seguir a Edward, como cuando abandone a Edward por seguir a mi padre, como ahora quería abandonarlo todo para estar con el de vuelta.

Me puse de pie y le bese la frente sonoramente, sintiéndome llenar de una energía casi explosiva que Charlie, por supuesto, noto. Mirándome confianzudamente se inclino hacia delante y me dijo en voz de susurro.

- Llevame a mi habitación, te hare un regalo especial.

Lleve la silla de ruedas por el patio casi como en una carrera, subimos el ascensor rápidamente, Charlie reía a carcajadas por la velocidad a la que lo llevaba, se aferraba a la silla y parecía ser un crio disfrutando de la velocidad.

Llegamos al frente de su puerta y abrí entrando los dos rápidamente.

- en el buro - dijo señalándolo

Abrí el cajón, en el estaban todos los documentos legales que habían sido necesarios para mi llegada y estadía acá, mi pasaporte, documento de identificación. Y unas libras esterlinas fuertemente enrolladas en un manojo. Mis tíos y sus contactos eran realmente efectivos, no sabía cómo habían hecho para tener estos documentos míos aquí, pero se los agradecía enormemente, no sabía cómo pilotar una avioneta y no se me ocurría que mas hacer para viajar lo más pronto posible.

Mire a Charlie y sonreí.

- Un regalo de tu padre. Creo que tendré que poner la cara por tu ausencia. – dijo fingiendo una cara de preocupación.

Sabía que me iba a escapar, sabía que partiría inmediatamente hacia América, hacia Forks, para encontrar a Edward.

- no tendrás oportunidad de perderte, hay dinero suficiente para que compres un tiquete, al lado de la sala de migración hay una casa de cambio en donde podrás cambiar las libras por dólares.

Aun no podía creer que estuviera haciendo esto, me había enloquecido completamente.

Lleve a Charlie corriendo hacia mi habitación y comencé a sacar mi ropa como loca para ponerla encima de la cama.

El me ayudo a doblarlo todo y meterlo ordenadamente en una maleta, hablábamos entre susurros riendo de nuestra descarada manera de hacer planes.

Bajamos silenciosamente y me acompaño a la puerta principal, aferre mi maleta y me di la vuelta para despedirme, un taxi que habíamos llamado en medio de nuestras prisas esperaba pacientemente a que lo abordara.

- Gracias – dije, no se me ocurría otra palabra para expresar lo que sentía en esos momentos. – volveré, lo prometo, hare que Edward me traiga.

-lo sé, de otro modo no te dejaría marchar y estarías encerrada bajo llave.

Sonreí y me incline para abrazarlo.

- te veré pronto papa – dije besándole la frente cariñosamente

- ten mucho cuidado, y mucha suerte hija - Dijo el acariciándome el cabello. Charlie justificaría mi partida, esperaba que no le fueran a armar problema por lo que estábamos haciendo.

Pedí al taxista que me llevara al aeropuerto, Charlie se despedía desde la entrada.

Horas después

La emoción no me había dejado comer, solo dormir. Nada. Por cada minuto que pasaba me decía a mi misma que pronto vería a Edward y eso hizo la espera más llevadera.

Para cuando arribamos al aeropuerto, mi corazón parecía a punto de salir del pecho. Era de noche así que me sentí un poco temerosa de andar por ahí, pero mi propósito parecía hacer superar cualquier miedo que pudiera atravesárseme, así que aborde otro taxi, con equipaje en mano y le di la dirección de la casa de Edward.

Cuando el taxi se estaciono frente a la mansión, tan conocida, tan recordada, parecía que la boca se me había secado.

Pague lo que tenía que pagar y con maleta en mano me detuve frente a la puerta de rejas que se encontraba cerrada. Presione el timbre.

No sabía que me esperaba, no sabía qué pensaría Victoria ni Laurent al verme aquí. Podrían no saber por lo que había pasado y seguir pensando lo peor de mi. Mire incómodamente mi dedo mientras presionaba el timbre una vez más.

- ¿Si? – dijo una voz oscura y dramáticamente seria.

-Ehh – dije, sentía nervios y me sentía estúpida por ello, no podía cejar en mi intento por ver a Edward nuevamente, si debía pasar por encima de los que me odiaban, bienvenidos fueran – soy Isabella…necesito ver a Edward.

La bocina al otro lado se quedo en silencio, espere minutos, pensando en comenzar a gritar el nombre de Edward pero súbitamente la reja, con su sistema automático, se abrió para darme paso.

Camine sobre el empedrado que recordaba bien, al frente de la fuente se hallaba estacionado el auto de Edward, el deportivo y el Volvo. Reconocí la marca porque era casi igual al auto que tenía el tío Adam para la oficina (y por que rezaba VOLVO en la parte trasera tal como el de Edward).

Llegue ante la puerta principal con el corazón latiéndome en la garganta, levante mi mano y percibí que estaba temblando, presione el timbre victoriano y supe que había resonado en toda la casa.

Espere y pensé en irme demasiadas veces pero luego escuche los pasos que se acercaban y abrían la puerta, en el rellano se encontraba Victoria, detrás de ella estaba Laurent y ambos me miraban con distintos matices de sorpresa.

- Señora…- dijo Victoria haciendo una inclinación como si yo fuera de la realeza – no sabe cuánto me alegro de que este aquí. – su voz así lo atestiguaba.

Recordé la última vez que la había visto y lo que había pasado, ella, parada en esa misma puerta negándose a dejarme entrar y con mis maletas al frente esperando que las tomara, por la expresión de su rostro sabia que ella también lo recordaba bien pero en su expresión había arrepentimiento, el cual pude percibir sin ningún problema. Laurent por otro lado seguía teniendo su ceño fruncido pero no me miraba como antes, eso si podía decirlo, había en su rostro una expresión de resignación mezclada con… ¿alivio?

- Buenas Noches – salude a ambos sonriendo levemente para dar a entender que no guardaba rencor, después de todo eran los leales sirvientes de Edward.

- por favor siga – dijo ella haciéndose a un lado.

La casa seguía siendo la misma que recordaba, grande, ostentosa y ordenada, espere no notarme demasiado ansiosa por subir hacia el pasillo del segundo piso en pos de la habitación de Edward.

- qué bueno que ha vuelto – dijo Victoria detrás de mí, cuando me di la vuelta para mirarla vi que una expresión de preocupación circundaba su rostro, no pude callarme antes de preguntar.

- ¿sucede algo?- aunque hice lo posible por qué no lo hiciera, mi voz sonó bastante preocupada.

- pues…ya que lo menciona, tiene que ver con el señor.

Un acceso de pánico me inundo por completo pero trate de reprimirlo preguntándole.

- ¿que le pasa? –

- no se encuentra muy bien. – miro a Laurent y le pidió en voz baja que fuera al despacho del señor a ver si aun estaba ahí, quise seguirlo pero Victoria me retuvo. – no creo que esté en condiciones de verla ahora.

Aun no entendía que quería decir con eso, pero ella me indico que la siguiera hacia la cocina, así lo hice, me ofreció una de las sillas y ella se sentó en la otra, comenzó a relatarme lo que había sucedido desde hacía un mes con la vida de Edward.

Cuando termino sentía ganas de llorar, jamás se me hubiera cruzado por la cabeza que él estuviera sufriendo así, si, es cierto que me había dicho que me amaba, pero no creí que mi ausencia pudiera ser la causa de todo lo que Victoria me contaba.

- Dios bendiga al señor James, ha estado a la cabeza de todos los negocios del señor. Es de confianza y el señor Cullen sabe que puede contar con él, lo delego para todas las funciones importantes.

Eso no estaba bien, Edward no podía abandonar sus empresas de esa manera….pero al parecer eso era lo que había hecho. Suspire pesadamente mientras me frotaba las sienes, un incomodo dolor de cabeza se había apoderado de mi. Me sentía culpable, tonta e inmadura. Me levante lentamente.

-esto es mi culpa…debo verle ahora – Victoria sonrió mirándome comprensivamente.

- estaba en su despacho bebiendo, lo más probable es que haya subido a su habitación y este allá demasiado inconsciente, lo suficiente para no reconocerla.

Estaría ebrio, sabía lo que el alcohol podía hacer con Edward, así que asintiendo me senté y la mire.

- debo verlo – dijo después de un silencioso momento.

- en la mañana se encontrara mejor, puede subir a verlo si Laurent se cerciora de que está en su habitación.

-Mis cosas…- dije señalándolas-.

- no se preocupe, las acomodare en el cuarto del señor en la mañana. Suba a su habitación, el señor pidió expresamente que se mantuviera limpia pero tal y como usted la dejo.

Tanto tiempo desde aquello…

Laurent entro y nos dijo que el señor había subido a su habitación y que se hallaba dormido allá.

Subí las escaleras despidiéndome de ellos y camine lentamente hacia la habitación de él.

Cuando entre el olor a alcohol penetro por mi nariz, sentí un poco de nauseas pero mis ojos inmediatamente comenzaron a buscarlo a él. Estaba tirado de cualquier manera en la cama y respiraba profundamente, la barba de varios días poblaba su rostro, pero ni siquiera por eso se venía menos atractivo de lo que era. Su ropa estaba arrugada y en su rostro se podían ver varios días sin dormir. Me acerque sigilosamente y me senté a un lado, mi mano, sin poder evitarlo, se acerco y le toco la frente.

- lo siento - murmure para los dos, yo le había perdonado todo, podía decirlo con certeza, ahora el tenia que perdonarme a mí el haberlo convertido en esto.

Apreté fuertemente los ojos luchando contra el impulso de zarandearlo y hacerle saber de una vez que estaba ahí, pero me contuve, necesitaba descansar. Me levante enviándome un beso imaginario y Salí en dirección a mi habitación.

Ya que había dormido en el avión no me tomo el sueño y me quede mirando hacia la noche o lo que quedaba de ella. Tome el teléfono y marque el largo número que debía para llamar a Londres.

Molly fue quien levanto la bocina.

-Casa Swan? –

- Hola Molly, soy Bella.

Molly se quedo en silencio y luego comenzó a reír.

- Vaya, señorita, pensábamos que había desaparecido para siempre, el señor Charles estaba demasiado preocupado.

- tuve que volver de improviso…¿cómo están todos? – pregunte ansiosamente.

-bien, considerando que en el momento en que volvieron del hospital con la señora Swan y descubrieron que usted se había ido se armo el alboroto del siglo.

- lo sé…lo siento pero…tenia que hacer esto.

- no tiene nada de qué preocuparse, sus tíos estaban reacios al principio pero después de una bonita charla con su padre y sus abuelos desistieron de la hostilidad.

Mis tíos eran bastante sobreprotectores, parecían bastante preocupados de que algo similar a lo ocurrido 19 años atrás, pero había crecido, y aparte de ellos tenía a otras personas cuidando de mi, Edward entre ellas.

Le pedí a Molly que saludara a todos de mi parte y que les dijera que me encontraba bien, ella riendo por la línea dijo que no me preocupara, que lo dejara todo en sus manos.

Corte la línea y me senté en uno de los sillones a mirar hacia la ventana.

Eran casi las seis de la mañana cuando me removí en esa silla y estirando mis huesos me dirigí hacia el guardarropa.

Tal como lo había dicho Victoria, estaba como lo había dejado, suponía que aquella maleta que estaba al lado de la mía cuando me marche contenía esta ropa que estaba acomodada acá, elegí un vestido de color blanco y una ropa interior nada convencional, me metí al baño y me di una ducha rápida.

Cuando estuve lista camine hacia la habitación de Edward.

Al entrar me percaté de que aun estaba dormido por lo que me dirigí hacia el balcón para esperar a que se despertara y hacerle saber de mi presencia.

Debía admitir que me sentía realmente violenta por hacer esto, nunca me hubiera imaginado en ningún momento "buscando" a Edward.

Sentía una excitación en el pecho nada propia de una mujer decente y me importaba poco, estar donde estuve me había dado la fuerza suficiente, tal vez no la confianza necesaria, pero si la fuerza para intentar ir tras mi felicidad, ya tenía la mitad de la completa felicidad, ahora hacía falta mi otra mitad para compensarla. Faltaba él, el hombre al que amaba, a quien había perdonado y quien, a pesar de todo, había salvado mi vida.

Algo dentro de mi me decía que estaba haciendo bien perdonando a Edward, no quería pecar de ilusoria pero sentía casi a mis hijos pidiéndome que diera una segunda oportunidad a su padre, incluso sentía dentro de mí la fuerza y la presencia de Emmerald, y ella estaba de acuerdo con esto.

Me senté en una de las sillas blancas que estaban en el balcón. Desde allí el sol empezaba a despuntar dando una imponente vista. Me concentre en ello, en los sonidos que manaban de la naturaleza a mí alrededor….en nada.

No supe por cuánto tiempo permanecí soñando despierta, me puse de pie y me asome por el balcón para sentir la brisa de la mañana, acompañada por los rayos del sol que le daban un toque de calor como no podía ser en la casa de Londres.

Escuche que tras de mí se abrían las puertas del balcón. Me quede quieta esperando oír su voz, sabia por el repentino silencio que debió haberse percatado de mi presencia.

Me di la vuelta lentamente cuando se hizo casi obvio que él no iba a realizar el primer movimiento, seguramente no esperaba encontrarme ahí.

Cuando estuve completamente frente a él mire su rostro contraído por la sorpresa, había tal expresión de incredulidad en su rostro que casi hago una mueca de disgusto…

Sonreí lentamente mientras la emoción de verle nuevamente después de ese mes se apoderaba de mí.

- Bella – murmuro el roncamente y sentí que se me contraía el vientre, sus ojos ardían, como siempre, parecía tener ese efecto en él y me sentía placenteramente orgullosa.

Avanzo rápidamente hacia mí y desee que volara, aparto la mesa que se encontraba frente a la silla donde me había sentado y fui presa de sus brazos unos segundos más tarde.

Mi felicidad era tal que comencé a llorar silenciosamente, tenía la mejilla apoyada contra la cálida y húmeda piel de su pecho, el se removió un poco y supe que se había dado cuenta de mi llanto. Sus brazos se cerraron sobre mí con más fuerza y suspire rápidamente al sentirme un poco asfixiada pero no se movió y yo tampoco quería que lo hiciera. Cuando aflojo un poco la presión me separe un poco para mirarle el rostro, tan diferente de cómo lo había visto en la noche, con las mismas ojeras y expresión de preocupación, pero no con las secuelas de estar bebido.

- Espero que la vacante para ser tu esposa aun este libre.- murmure mirándolo a los ojos y sonriendo.

- Nunca estuvo vacante – me dijo él, sus manos acunaron mi cara. – es un empleo para toda la vida… y es solo tuyo. – suspire cómodamente.

- me alegro – dije, luego lo impulse a besarme, mis labios habían extrañado los de el de manera obsesiva, cada contacto era bienvenido así fuera un beso una caricia, una relación sexual.

El beso estaba cargado de promesas y puse mi alma en el. Sus manos me acariciaron lentamente hasta empujarme nuevamente hacia su cuerpo, gemí ante el intimo contacto, conocía esta parte del temperamento de Edward, entre más cerca, mejor.

Sus manos me tocaron los muslos subiendo el vestido lo suficiente para apretarme contra él y darme la señal de que podía treparlo sin restricciones y fue exactamente lo que hice, enrede mis piernas en sus caderas y estuvimos aun más cerca si es que eso era posible.

El comenzó a moverse, con los ojos cerrados imagine que me llevaba hacia la habitación, planeaba tomarme en su cama y estaba de acuerdo, lo echaba de menos, extrañaba su manera de tocarme, de amarme…

Me apoye en sus hombros tensos esperando no ser demasiado pesada para sus brazos, aproveche para volver a archivar en mi memoria la forma de su espalda y de sus músculos.

- Bella…- susurro el contra mis irritados labios, su halito cálido me hizo temblar, sus ojos permanecían cerrados y su frente se apoyaba contra la mía mientras ambos respirábamos agitados...- te necesito…te necesito tanto….

Sabia de que manera me necesitaba, mi confianza en el había vuelto a renacer, el me amaba, y amaba también la parte física de nuestro amor, y yo, con mi pasado, amaba solamente estar con él, solo con él. La decisión estaba en mis manos y no me podía sentirme más feliz de tomarla, había llegado la hora en la que debía dejar atrás mi antigua vida, esa de sufrimientos y desazón para tomar con mis propias manos a mi familia y a mi marido.

Asentí esperando ser lo suficientemente clara, con movimientos agiles, como los de un felino a la caza se desnudo completamente no sin antes haberme dejado en el piso, estudie su cuerpo sin timidez reconociendo cada parte de él, como lo consideraba de mi propiedad, y como estaba diseñado para hacer a una mujer feliz, para hacerme a mi feliz. Dio un paso hacia mí y ambos caímos suavemente hacia la cama, el encima mío apoyándose para no aplastarme. Comenzó a desatar los botones del vestido que portaba, tan sencillo pero que el parecía disfrutar enormemente.

Luego sentí sus labios en mi sensible cuello, intentábamos no apartar la mirada del otro mientras seguía descubriendo más y más de mi piel. Luego corto el contacto para trazar una húmeda línea con su lengua desde la base de mi cuello pasando por entre mis senos hasta detenerse en el ombligo, temblé ante la erótica sensación mientras seguía marcándome en camino descendente. Se detuvo allí donde tenía la cicatriz de la cesárea y súbitamente se detuvo.

- - ¿Edward…?- aun tenia rastro de inseguridades en mi, sentía que esa cicatriz era algo que me hacia diferente ante sus ojos, temí que por ella ya no me deseara. Luego su ardiente lengua trazo la cicatriz haciéndome estremecer casi hasta el punto de las cosquillas, apoye la cabeza en la cama incapaz de mirarlo hacer eso sin desmoronarme de placer. Sus manos rozaron mis caderas mientras el vestido pasaba por ahí retirando lentamente la ropa interior que había usado esa mañana. Ahora sentí un poco de frio cuando finalmente quede en el mismo estado que él. Desnuda y dolorosamente excitada.

- - Mi Bella…- susurro calentándome la piel de los muslos y besándolos lentamente cada roce de sus labios era como una oración hacia el cielo, como una caricia de una pluma, sus manos me tocaban lentamente, me alentaban a recibirlo, a abrir mi cuerpo nuevamente para que él lo tomara y lo amara – te amo – su halito rozo la piel desnuda de mi sexo y una placentera sensación subió por todo mi cuerpo, luego cuando lo sentí allí, probándome todo se desvaneció en una bruma de éxtasis seguido, parecía adorar cada recoveco de mi intimidad como si no fuera a hacerlo nuevamente, quería pedirle que parara, era una caricia demasiado intima, pero me calle ante el placer, el placer que hacia sucumbir al más fuerte, y mataba lentamente al más débil, lo llevaba a la muerte…a la pequeña muerte.

Sentía mi garganta arder con cada gemido que me arrancaba su lengua acariciándome, temblaba cada vez que me rozaba y casi lloraba por llegar al final, a ese único final que él y solo él me había mostrado alguna vez.

Estallaba sin previo aviso llenándome de calor y de suspiros, lo sentía en cada parte de mi cuerpo como si estuviera pegado a mí, aferraba su cabello esperando no hacerle daño en medio de la pasión.

- Edward….- dije una y otra vez perdiéndome en esa sensación nunca olvidada.

-Lo siento…- dijo él mientras los espasmos se hacían cada vez más lentos – perdóname, por todo, por haberte privado de la felicidad, por no tener a nuestros hijos aquí, por ser un imbécil y no saber valorar lo que tuve frente a mi…por no haberte dado todo lo que te merecías – cada una de esas frases se detenía cuando me besaba el vientre una y otra vez, y perdonaba cada una de sus acciones confiando en el otra vez, abriendo mi corazón una vez más.

Luego todo dejo de tener sentido cuando entro en mi cuerpo y comenzó a moverse lentamente, llenando de placer cada parte de mí, me abrazaba desesperadamente mientras se movía contra mí, sus caderas enterrándose entre mis piernas y el roce de su piel haciéndome casi gritar. Encajábamos de una manera perfecta, cada poro de mi piel clamaba por el placer que estaba recibiendo, el placer del alma, del espíritu.

Sentí el orgasmo acercarse una vez más, me sorprendía ser capaz de sentirlo nuevamente cuando hacía poco había tenido uno, no me importó y deje que la sensación comenzara a invadirme al mismo tiempo que la esencia de Edward.

Fui consciente de que se quedaba sin fuerzas y apoyaba su cuerpo delicadamente sobre el mío, con la cabeza contra mi esternón, el se estremecía con su propio clímax y gruñía bajamente.

Pasaron unos minutos hasta que finalmente cada recupero su propia cadencia de respiración, el se levanto apoyando los codos a ambos lados de mi cuerpo.

- Isabella Swan…- Hacia tiempo que no me llamaba por mi nombre completo, tenía una expresión demasiado solemne en su rostro, lo mire fijamente mientras él seguía estando dentro de mi - ¿me harías el extraordinario honor de ser mi esposa? –

La diferencia con la primera proposición de matrimonio que me hizo era demasiado notable, pero no por ello tuvo menos efecto en mi, el corazón comenzó a palpitarme violentamente mientras la alegría me bañaba como un cálido chorro de agua, sentí que los ojos se me llenaban de lagrimas y comenzaban a manar de ellos, me incline hacia arriba para poder besarlo en la frente mientras le respondía con la única respuesta que podía.

- Si…- lo acaricie como a un hijo y su cabeza volvió a descansar sobre mi pecho mientras de sus labios escapaba un masculino sonido de alivio. Luego decidí jugar un poco con el - pero no sé como podernos casarnos de nuevo si se supone que ya lo estamos.

El se movió un poco de manera que su boca quedo sobre mi seno izquierdo, comenzó a besarme el pezón lentamente.

- - por la iglesia…- susurro contra mi piel caliente y plena de sensación – como debió ser desde el principio…

Me imagine como una princesa, con un vestido enorme, largo, blanco y hermoso, con una catedral también enorme y con muchas personas, adornada primorosamente, un sacerdote…la presencia de Dios….era demasiado para soñarlo.

- -¿con un vestido blanco?- mi propia boca manifestó mis deseos –con velas…sacerdote y… ¿de verdad? – pregunte una última vez pensando que tal vez estaba explayándome demasiado.

- - sí, mi amor…- sentí que las mejillas se me llenaban de color cuando uso ese apelativo, su amor….sí, eso era. - como la boda que debimos tener….como la boda que te mereces.

Sonreí sin poder evitarlo, así pareciera frívola, supuse que era el sueño de cualquier mujer tener una boda de cuento, debía hacer a un lado los recuerdos de mi primera boda por lo civil y lo que había pasado después, sentí sueño, ahora el cuerpo me cobraba lo que no había dormido en la noche, parecía haber invertido mis horarios de sueño en esa ocasión, me quede dormida sin saber realmente en qué momento ni como.

Cuando desperté sentí sobre mí una sabana gruesa que daba calor a mi cuerpo desnudo, abrí los ojos y los cerré para quitarme de encima los últimos rescoldos de sueño, los frote suavemente y deslice la mano a mi lado esperando encontrar a Edward ahí, pero no estaba.

Me incorpore lentamente y vi que el vestido no estaba en el piso, donde lo había visto la ultima vez, sino apoyado suavemente sobre una silla, el sol se desvanecía lentamente lo cual me hizo pensar que era de avanzada tarde, mire hacia el buró y vi que el reloj marcaba las 16:30.

Mire por toda la habitación pero se hacía evidente que Edward no estaba en ella. Agarre la sabana y me envolví con ella el cuerpo, Salí de la cama admirando a la luz de la tarde la espaciosa y ordenada habitación de Edward, tal como lo había visto antes, muchos libros y CD's de música, me acerque un poco mas y en ese momento se abrió la puerta.

Edward entro por ella, y se quedo en el umbral mirándome fijamente. Yo lo mire y sonreí de lado.

- pensé que te habías ido. – dije mordiéndome el labio.

- me fui – dijo el cerrando la puerta tras de el – pero volví mas pronto de lo esperado, iba subir a despertarte.

- llegaste tarde – dije caminando hacia él. Cuando estuve frente a frente me empine y le di un beso corto como saludo.

El se inclino hacia mí y me beso con un poco mas de fuerza.

- vístete, vamos a ir a cenar – dijo en voz baja cuando nos separamos. Asentí mientras me daba la vuelta y caminaba hacia el baño de su propia habitación.

Sabía que me seguiría, sabía que me haría el amor en la ducha, sentía sus pasos tras de mí y lo vi reflejado en el espejo de su baño mientras apartaba de mi cuerpo la sabana.

Recordé como un mes antes habíamos compartido un baño similar, pero en esta ocasión hicimos el amor, bajo el agua escuchaba su respiración entrecortada, sentía sus dedos sobre mi cuerpo, sentía su aliento en mi frente, su cuerpo contra el mío, su voz enronquecida y estremecida por el deseo.

Cuando termino todo, y tal como esa vez, me seco, me mimo y me ayudo a seleccionar un precioso vestido de la ropa que Victoria había ordenado en esa habitación mientras yo dormía.

Cuando estaba cepillándome frente al espejo él se hizo detrás de mí y me miro a través de él.

- estas hermosa…tanto o más que antes. - me beso el hombro que el vestido de color azul oscuro dejaba al descubierto. –

- Gracias – susurre tomando la mano que estaba en mi cintura y llevándola a mis labios para besarla.

- tengo algo para ti – dijo moviendo su otra mano en el bolsillo del pantalón, me di la vuelta para ver que era.

Era la típica caja de joyería, yo lo mire sonriendo y la abrí lentamente para ver en ella un precioso anillo de rubíes y diamantes, un anillo de compromiso.

- me fui por él. Lo adquirí pensando en ti, no en una transacción, o en tener el dinero que te corresponde, lo compre porque pensé en tu pasión, en tu corazón y en tu valor, y con el quiero pedirte ahora, una vez más, pero genuinamente, que seas mi esposa, mi compañera para toda la vida, la madre de mis hijos…la dueña de mi alma. – dijo poniéndose de rodillas. Yo lo miraba de rodillas anonadada y pensando inevitablemente en cuan diferente era esto de la primera vez que lo hicimos. Cuando me pidió matrimonio casi obligándome y al cual cedí solamente por los sentimientos que albergaba hacia él. Silenciosamente tomándolo de las manos le pedí que volviera a ponerse en pie mientras sentía que las hermosas palabras hacían que se me llenaran los ojos de lágrimas.

El saco la sortija de la cajita y tomándome de la mano delicadamente me puso el anillo en la mano izquierda. Me beso los nudillos y luego lo abrace.

- te espero abajo. – me dijo separándose de mi después de un momento y dándome un beso en la nariz para después salir de la habitación.

Suspire y mire mi mano en donde ese anillo brillaba especialmente. Ni en mis sueños más locos me imagine que algo así podría pasar, y aquí estaba…siendo feliz.

Me volví hacia el espejo y comencé a cepillarme nuevamente.

Estaba mirándome distraídamente, cuando un destello de color rojo llamo mi atención entre los libros de la estantería detrás de mí, un rojo particularmente conocido. Deje el cepillo a un lado y me volví para encararlo de frente, di los pasos que faltaban para llegar a la estantería y confirme mis sospechas cuando tuve entre mis manos el diario rojo en donde había consignado mis memorias mientras estaba con Edward, un diario que, en medio del dolor y la desesperación de los meses anteriores, había dejado abandonado en esa casa, un diario que él había encontrado.

Lo abrí lentamente sintiendo como si el tiempo retrocediera y estuviera abriéndolo para consignar en el algo de lo que me había pasado. Mi duda residía en la razón por la que Edward lo tenía y en si debía sentirme enfadada, avergonzada o algo más.

Leí un poco de lo que habia en el dándome cuenta de que no me afectaba leer sobre lo que había escrito respecto a mis sentimientos por Edward. Nada había cambiado excepto tal vez yo, un poco, y para bien.

Seguramente Edward había leído esto y me preguntaba que había concluido después de leer sobre mi fiera adoración por él. Lo cerré nuevamente y lo puse en su sitio.

- ¿Bella…? – la puerta volvió a abrirse y el volvió a entrar, parecía que me había tomado más tiempo del que creía leer mis escritos, la mano aun la tenía en el diario y la aparte lentamente cuando me di la vuelta para mirarlo.

La mirada del paso por encima de mí ardientemente para luego posarse en donde mis manos habían estado antes.

La expresión de su rostro se volvió inescrutable, como si le hubiera descubierto algo personal, cuando técnicamente había sido él quien había violado mi privacidad.

Pero por más que hice un pequeño esfuerzo por enfadarme no lo hice, el dio los pasos que nos separaban, parecía, por la mirada preocupada que tenia, que temía que me enfadara.

- lo siento…- dijo cuando estuvo más cerca – se que no debí hacerlo, pero de alguna manera me ayudo a permanecer cuerdo…y a darme cuenta de cuánto daño te hice sin proponérmelo. Saber que habías escrito todo lo que escribiste fue como…como tener una atadura a este mundo…como saber que estabas viva aunque fuera por medio de esas tristes palabras.

Lo mire fijamente mientras la garganta se me cerraba, la intensidad de sus ojos no podía ser fingida y de alguna manera agradecía que sintiera eso tal hermoso por algo que yo había hecho.

Me acerque más y le tome de la mano.

- no estoy enfadada – dije para que dejara de fruncir el ceño con preocupación. – solo... ¿sorprendida? – aun no sabía si esa era la palabra correcta para lo que sentía, aunque no creía que estuviera sintiendo nada en particular – lo mire y recordé muchas cosas…pero – dije al ver que volvía a verse mal – creo que es hora de dejarlo todo atrás…de vivir la vida, la segunda oportunidad de vida que me han dado…contigo…la persona que a fin de cuentas salvo esa vida –

Lo abrace y él me abrazo de vuelta como si aun no pudiera creer lo que le había dicho, sonreí pensando en que en ese momento tenia la sensibilidad de un niño de tres años y que se alteraría por cualquier cosa negativa que le dijera.

Cuando me separe el me tomo de la mano y me condujo fuera de la habitación a darme la sorpresa que había dicho que tenia para mí.

Bajamos las escaleras con su brazo protectoramente en mi cintura y despacio para no caernos, ya era prácticamente de noche así que las luces de las lámparas antiguas hacían brillar el estar de una manera especial. Dijo a Laurent que él iba a conducir esta noche y se despidió de Victoria, yo hice lo mismo y me pareció ver que ambos, Victoria y Laurent, nos miraban con aprobación. Prometía ser una velada hermosa.

Y en realidad lo fue.

Cenamos en un restaurante que no había conocido nunca, hablamos de muchas cosas, el me hablo de sus proyectos a futuro y me pregunto muchas cosas sobre mí, sobre lo que pensaba hacer y lo que planeaba siempre que él estuviera implicado.

Realmente conocí mas de Edward en esa cena de lo que creí, incluso me hablo de sus padres y de cómo, de alguna manera yo le recordaba a su madre, me hablo de cómo había sido su infancia, adolescencia y adultez antes de conocerme, también me pregunto por las amigas que había tenido que lo que había hecho cuando era pequeña. Esa parte de la conversación no se extendió demasiado, no porque no confiara en él ni nada parecido sino porque no había mucho que contar y era un episodio que, a excepción de Emmerald, no quería recordar.

Me conto que Alice le había ayudado indirectamente a escucharla y que estaba pronta a regresar del último viaje que hizo para planear su boda con Jasper, recordé con remordimientos como le había olvidado de Alice pensando solo en mi y en lo que pudiera pasar con Edward pero el me dijo que había hablado y que estaba sinceramente feliz de que pudiéramos estar juntos de nuevo.

- me alegro de que se case con Jasper, es un buen hombre – dije pensando en aquellos dos jóvenes amantes.

- si yo también…también he hablado con Jacob…se encuentra en Venecia con Leah…pero vendrá para la boda – dijo el mirándome fijamente.

- me alegro también por él, fue un buen muchacho y me libro de una terrible experiencia, siempre le estaré agradecida – dije recordando cosas repentinamente…

- yo también – dijo él, continuaba mirándome a través de la vela – sentí mucho no haber podido ver la relación que los unía desde el principio y...haber hecho lo que hice…pero estas aquí conmigo, es lo que mas importa. – dijo el leyendo mi expresión pensativa correctamente.

- Lo sé – dije yo acariciando sus nudillos.

Luego la conversación se hizo más amena y menciono la cuenta bancaria que estaba a mi nombre y en donde había depositado todos los activos que su padre me había heredado y lo que el había estado depositando allí como me correspondía por ser su esposa.

- no tengo idea de cómo manejarlo – dije dejando la taza de café negro a un lado después de haber terminado de cenar – deberías seguirlo administrando.

- quiero que lo tengas presente en caso de que llegues a necesitar algo.

- todo lo que necesito y quiero esta frente a mí, y en Londres.

Sonrió. Estaba algo agotada así que apenas terminamos de hablar nos dirigimos hacia la casa nuevamente. Pedí prestado el móvil a Edward para llamar nuevamente a mi padre.

- me alegro que te encuentres bien, hija – dijo él, cuando le conté, intentando no pormenorizar demasiado, lo que había acontecido desde que había regresado y que me encontraba bien para que le trasmitiera mis saludos a la abuela y a los tíos. Los había mandado con Molly pero me gustaba más que mi padre fuera el que llevara mi recado. Su voz incluso se escuchaba más sana.

- nos vamos a casar por la iglesia, papa, quiero que vengan todos… ¿crees que sea posible? – dije después de un momento pensando en un viaje de esas magnitudes, me había emocionado en demasía.

- por supuesto que es posible, siempre y cuando nos den tiempo de ir, ¿cuando es? – dijo el alegremente.

- eeehh! – bueno, no le había preguntado esa parte a Edward, me volví y lo mire mientras conducía.

-papa quiere saber cuándo es la boda – dije después de suspirar un momento-

-una semana – contesto Edward rápidamente, tan rápidamente como estaba conduciendo...

- Una se…- iba a repetir lo que había escuchado pero luego en mi mente se proceso la frase. Me quede callada cuando escuche eso, seguramente no esperaba organizar toda una boda en ese corto lapso de tiempo… ¿o sí? - ¿es…estas seguro? – dije después de unos momentos.

- completamente…- dijo el asintiendo sin apartar la vista de la carretera.

- una semana, papa – dije finalmente volviéndome a poner el móvil en la oreja, seguía pensando que era demasiado poco tiempo.

-vaya…no pierde el tiempo ¿verdad? – dijo mi padre riendo al otro lado de la línea – me parece perfecto, el tiempo suficiente para darte una sorpresa que te tengo, que tengo para todos.

No podía imaginarme que sorpresa era pero preferí dejarlo estar.

- no te preocupes, les contarte a todos y planearemos nuestro viaje.

-No sabes cuánto lo aprecio, papa… estaré esperando ansiosa.

Cuando corto la comunicación mire a Edward nuevamente, tenía una expresión compasiva en su rostro.

- Edward… ¿por qué? – sabia que el adivinaría que era lo que quería preguntarle

- no quiero que cambies de opinión… ni quiero que nadie tenga la oportunidad de intervenir.

- ¿estás seguro?- volví a preguntarle.

- más que nunca, no debes preocuparte…todo estará listo para entonces. Mañana mismo vendrá Madame a tomarte las medidas. Arreglara cualquier vestido que escojas.

En ese campo, en donde quería tenerlo todo bajo control, no había cambiado nada. Sonreí pensando que esa semana me daría la razón respecto a que una boda no podía planearse de esa manera tan rápida.

Estaba bastante equivocada.