Dark Chat

jueves, 17 de febrero de 2011

Pecados Carnales

Capítulo 22 En las manos de dios


— Tengo miedo —susurré con un hilo de voz.

— No debes tener miedo, siempre estaré aquí para ti —contestó con la mirada dulce, sus ojos negros eran tiernos, la comprensión que reflejaban me inundo por completo.

— ¿Qué haré afuera? —exclamé indecisa, me sentía tan bien allí, parecía otro mundo, una realidad distinta.

— Es tiempo Bella, no puedes pasar toda tu vida aquí, tú no perteneces aquí —refutó él con decisión.

— Pero aquí me siento a salvo, segura, aquí no hay dolor —rebatí tratando de encontrar una esperanza en aquellos ojos negros tan profundos, me dio una sonrisa ladina, acercó su cuerpo al mío, nuestros rostros se juntaron, sus labios carnosos se acercaron a los míos.

— Aún así debes enfrentar tu vida, debes buscarlo a él —exclamó a centímetros de distancia, su hálito tibio me pego de lleno.

— ¿Crees que Edward quiera? —pregunté

— Tú eres su madre Bella, tienes tanto derecho como él a estar cerca de tu hijo —me confirmó tratando de tranquilizar mi ansioso corazón.

— Pero yo traté de…. —y mi voz se acalló por la culpa, una culpa que aún no podía olvidar, era un dolor punzante, presente en mi corazón, me sentía vacía y como quería poder retroceder el tiempo, volver atrás, tomar otras decisiones.

— ¿Abortarlo? —finalizó la frase por mí

— Sí —asentí con vergüenza

— ¿Crees que ese hecho te convierte en una mala madre? —me preguntó y a veces no me gustaba que utilizará su psicoanalogía conmigo.

— Sí —exclamé en un murmulló

— ¿Entonces, en que convierte a Edward, el hecho que te arrebatará a tu hijo a horas de haber nacido? —me preguntó y lo miré sin entender.

— Es diferente, él… trató de protegerlo —y había tratado de convencerme de aquello, eso hacía que mi corazón se conformará que mi razón, lo hiciera.

— ¿Cuándo dejarás de justificar lo injustificable? —inquirió de vuelta.

— Tengo miedo, miedo a perderlo para siempre —fue mi respuesta y mi corazón se contrajo ante ese hecho, aunque si lo analizaba, yo lo había perdido, había perdido a mi pequeño pateador.

— Pues entonces, debes irte, debes encontrarlo y evitar que Edward te quite a Anthony para siempre —me dijo y en parte, eso me motivo a irme de aquel lugar, encontrarlo, aunque no sabía cómo, ni donde, pero lo intentaría…

Ese recuerdo lejano se hizo patente, el miedo que había sentido aquel día, lo sentía hoy, lo sentí cuando advertí a Anthony parado en el umbral de la puerta, en ese minuto mi corazón se apretó como presintiendo algo, al ver su sonrisa tan dulce, tan tierna, fue como si mi corazón de madre presagiará que algo iba a pasar, apreté la mano de Edward sin tener la fuerza suficiente de quitarle la vista de encima a mi pequeño pedazo de cielo.

Cuando noté como Edward se levantó de la cama, tranquilo y sereno, pensé que tal vez todo ese miedo que había teñido mi corazón era una aprehensión innecesaria, algo sin sentido pero al ver su pequeño cuerpo escaparse por el pasillo, se formo un nudo en mi garganta, incapaz de dejarme gritar, ni siquiera el sonido seco del golpe fue suficiente para que yo pudiera gritar.

Edward permanecía en el borde de la escalera, yo caminé lento y dudoso a su encuentro solo para bajar mi vista y ver su pequeño cuerpo frágil tirado en los pies de la escalera, en el primer piso, mi vista se desenfoco, y no supe como baje hasta su encuentro, recuerdo que quise tomarlo entre mis brazos pero alguien me separó. El padre de Edward se acercó y quito de en medio a Alice, todo parecía suceder tan rápido y tan lento a la vez, no sé quién llamó a la ambulancia, pero llegó, tampoco sé cuando tiempo fue el que transcurrió, solo sé que mi vista se alzo cuando su pequeño cuerpo fue puesto en una camilla y me perdí en los ojos verdes de Edward que aún permanecía en la planta superior.

Aún tenía en el fondo de mi mente el grito desgarrador de Alice, el llanto de Esme, las palabras de Carlisle, y la voz de ella, Tanya, me había tomado separándome de mi hijo, impidiendo que me acercará.

— No, Bella espera —había dicho cuando traté de tomarlo, también había sido la que me había llevado hasta el automóvil y quién nos había traído tanto a Edward como a mí.

Mi corazón estaba congelado, no podía pensar bien, y no dejaba de escuchar su risa, en el fondo, en mi mente, escuchaba su risa infantil, escucha las palabras que me había dicho la noche anterior, escuchaba su respiración, y por primera vez, supe que esta pesadilla no terminaría nunca, no importaba que decisión tomará, yo parecía maldita y parecía que mi mala fortuna arrastraba a todo aquel que me quisiera.

Mirar a la gente entrar y salir, era como el escape justo para poder mantener la cordura — Ve a tu lugar feliz —había sido el consejo de Jacob, en las noches que había tenido pesadillas, pero ¿Cuál era mi lugar feliz? ¿Acaso había algún lugar feliz?. Me distrajo el sonido de la puerta de la sala de espera, del hospital donde estábamos, alce mi vista cuando sentí los repiqueteos de tacones hacía mi posición, era mi hermana quién corrió hasta mí y me estrecho entre sus brazos, me levanté justo para que sus tiernos y finos brazos me cobijarán.

- ¿Pero cómo paso? —me preguntó y yo no sabía que decirle, simplemente la abrace, apreté su cuerpo contra el mío con todas mis fuerzas y deje que las lagrimas salieran sin control de mis ojos, fue ahí cuando comencé a sentir mis piernas pesadas, el temple que había mostrado hasta hace un rato se quebró por completo y por primera vez lo odie.

Odie a Dios por hacerme ahora esto, justo cuando había creído que la luz finalmente iluminaba mi túnel oscuro, venía esto, que estaba tiñéndolo de un negro profundo, de uno que no sabía si lograría escapar. Comencé a sollozar automáticamente al recordar su cuerpo pequeño tirado en la mitad del piso con el enorme charco de sangre a un costado de sus finos cabellos, el color miel característico ahora era de un escarlata fulminante. Mi mundo se había detenido y no quería enfrentar una realidad. Mi hijo moriría un veinticinco de diciembre, y para mi jamás habría navidad.

Caímos ambas al suelo, ella aún me sostenía entre sus brazos, y yo estaba llorando de plano histérica sin control, sentía a lo lejos sus manos acariciar mi espalda y decirme que todo iba a salir bien pero ¿Cómo, cómo iba a salir bien si el estaba muerto?, me pregunté. Trataron que la soltará pero me aferre a ella, enterré mi cara en su cuello, pero aún así, sosteniéndola de manera desgarradora, sentí las manos tibias de alguien que hacía fuerza contraria para que dejará a mi pequeña hermana.

— ¿Por qué? ¿Por qué? —grité sin control y sentí la voz de Edward en mi odio.

— Bella por favor tranquilízate —me pidió con su voz cándida y aterciopelada pero ¿cómo quería que me tranquilizará?.

Hacía un par de semanas, que lo había encontrado luego de cuatro años y medio, y ahora él desaparecía, mi hijo se iba de mi lado, primero había sido arrebatado por su padre, ahora sería arrebatado por…, mi voz se silencio ante el hecho de ser incapaz de pronunciar su nombre, estaba demasiado enojada, demasiado triste, demasiado deshecha. Mi pequeño, un pedazo de mi, mi propia carne estaba sufriendo otra vez por mi tonta culpa, por mi mala fortuna, por mis propios errores, en un momento desesperado incluso pensé que lo había maldecido pero luego la cordura me llegó

— Esto no debió haber pasado —murmuré entre dientes con el corazón en la mano. Aferré mucho más el cuerpo de mi hermana y en eso sentí la presencia de alguien más, saque mi rostro del cuello de Ángela, y le vi, era Emmett, estaba al lado contrario. Miré que traía algo entre las manos, fue entonces cuando me separé de mi hermana y le grité.

— ¡No me toques! —y me levanté del suelo, sentía que las piernas se me doblarían en cualquier momento pero aún así le huí, Edward se levantó conmigo y me sostuvo por los brazos, me giró para que lo mirará — No quiero estar sedada, eso no calmará el dolor, ¿Qué no lo entiendes? ¡Quiero a mi hijo de vuelta! —le grité golpeándolo para separarme pero él me sostuvo con fuerza.

— Mi amor… Bella – me llamó Edward dulcemente tratando de razonar pero la verdad no quería razonar, quería que de una vez las cosas no salieran tan mal — ¡Bella! —gritó por última vez zamarreando mi cuerpo con fuerza, mis ojos se abrieron y lo miré un tanto asustada, las lágrimas inundaban mi rostro, y sus hermosos ojos verdes estaban brillosos, pero aún no había una sola lágrima en ellos, sus facciones eran de pesar, uno demasiado grande.

— Hermanita mírame – me pidió llorando Ángela — Te hará bien, tienes que calmarte —susurró pero la ignoré y otra vez estaba Emmett a mi lado.

— No quiero dormir, no quiero —protesté tratando de irme, de zafarme de ellos, Ángela se corrió, tenía una mano en su boca contiendo el llanto, noté que Alice la sacó para un lado.

— ¡Contrólate de una vez! —conminó Edward y lo abracé.

— Nuestro bebe no se puede morir – susurré apretando mi rostro contra su cuello.

— No va a morir – me dijo entre dientes y sabía que era una mentira.

— ¿Cómo lo sabes? – le pregunté ilusionada, tratando de creer en su mentira, en una que ni el mismo creía.

— Por qué es un niño, los niños son fuertes, es distinto, no me preguntes por qué simplemente lo son —me dijo separándome de su cuerpo, puso sus manos en mis mejillas — Él ya lucho una vez, lo hará de nuevo, Anthony es fuerte.

Me murmuró, secando mis lágrimas y me abrazo nuevamente, sentí como beso mis cabellos, mi corazón se calmo pero era una falsa apariencia de felicidad, cuando deje de huir, de luchar por separarme de ellos, fue cuando sentí el pinchazo infame de la jeringa.

— No te va a hacer dormir, pero te ayudará a tranquilizarte.

Me explico Emmett sonriendo sombrío y miré a la madre de Edward que estaba tan o más desecha que yo, murmuro en el oído de su marido mientras se aferraba a su cuello como lo estaba yo de su hijo, luego mi vista se fue a Tanya, quién estaba sentada, con la vista perdida en nosotros dos y una expresión culpable que no entendía, sus ojos verdes estaban vidriosos pero a diferencia de los de Edward, ella sí había llorado y mucho, los tenía hinchados, entre sus manos tenía un pañal de género que reconocí como él "tuto" de mi hijo, se me apretó el corazón, se me secó la boca y creí que me faltaba el aire, la mujer que tenía entre sus manos aquel genero estaba igual de desecha que yo, o incluso más y me sentí egoísta, quise arrebatarle ese pequeño recuerdo que de seguro tenía impregnado su olor pero me contuve, me sentí ajena, me sentí extraña para hacer aquello, enterré mi rostro de vuelta en el fuerte cuello de Edward y lo apreté incluso más.

— No me dejes, no me sueltes —murmuré contra su oído

— No voy a dejarte Bella, ni tampoco lo hará nuestro hijo, saldremos los tres de aquí como una familia feliz —me juró y entonces confié. Confié en sus palabras, en lo fuerte de aquel sentimiento que estábamos teniendo ambos.

Pasaban las horas y yo seguía absorta en la puerta por donde saldría el médico anunciando su noticia, habíamos llegado a ese hospital alrededor de las ocho y media y ya casi eran las diez y media de la mañana. Me levanté decidida a entrar y preguntar que demonios pasaba pero Edward me sujeto atrayéndome hacía él.

— Ya no aguanto, ¿Por qué no nos dicen nada? ¿Sí está bien, por qué no puedo verlo? —le pregunté y él me obligo a sentarme junto a él.

— Tenemos que esperar, todo saldrá bien, debemos tener paciencia —me susurró besando mi frente lo abrace pero en realidad tenía una aprehensión, en el fondo de mi corazón sentía que mi hijo no estaba bien, que nada iba a estar bien. Que la espera se debía a algo malo, demasiado malo.

— No quiero comer —proteste quitando de enfrente el plato que había traído Ángela; Alice me acarició la mejilla y tomó entre sus manos el vaso de café que tenía en una bandeja Tanya.

— Al menos tomate este café —me pidió pero lo rehusé también.

— No quiero, estoy bien —le respondí y me levanté.

Edward había ido al baño dándome la oportunidad suficiente para acercarme a la entrada del pabellón de urgencia pediátrica. Estaba en eso, espiando, lista para entrar cuando sentí sus manos en mi cintura y su cuerpo apegarse al mío lentamente me obligo a volver a los asientos de la sala de espera, luchando conmigo que trataba lo opuesto. Estábamos en eso cuando la voz de alguien lo llamó.

— ¿Edward Cullen?

Y él asintió me quede a su lado.

— Soy el Dr. Stevenson, fui el médico que recibió a su hijo

Comenzó a explicar y ambos nos tomamos de la mano, puse en mi garganta la otra que estaba libre y comencé a temblar.

— ¿Cómo esta mi hijo? ¿Podemos verlo?

Pregunté casi inaudiblemente haciendo que el médico desviará su vista hacía mí, me observo por unos segundos, los más largos que yo recordará.

— ¿Usted es la mamá?

Me preguntó serio y por sus facciones sabría que no lo olvidaría jamás. Asentí temblando, Edward me apretó con mayor fuerza mi mano que permanecía entrelazada con la suya, sentí como uno de sus dedos comenzó a acariciarla con ternura. El médico guardo unos minutos de silencio, que parecían macabros, noté como puso sus manos en los bolsillos y suspiró como dándose valor para enfrentarnos.

— ¿Qué sucede? —pregunté inquieta sin poder evitar que mi voz se quebrará.

— Su hijo ingreso a este hospital con un traumatismo en su cabeza de carácter grave – hizo una pausa y miró a Edward – perdió mucha sangre, el diagnóstico es de un TEC abierto —explicó como si entendiéramos su tecnicismos médicos, lo miré contrariada — Hicimos lo que pudimos, pero…

— Pero ¿qué? — pregunté sin voz interrumpiéndolo — ¿Dígame pero qué?

Insistí alzando mi voz, sentí la mano de Edward y creó que esta vez mi tono de voz fue demasiado alto porque atraje la atención de todos, mi corazón latía furioso en mi pecho.

— lo siento… acaba de fallecer

Y al sentir esa palabra mi corazón se rompió, retrocedí como huyendo de ellos dos. Y perdí la perspectiva de la realidad y del momento, su risa angelical invadió mi mente y los recuerdos mientras estaba embarazada floraron, de pronto me vi a mi misma el día que Anthony nació y que por una milésima de segundo, cuando sentía a Edward detrás de mí, pensé que seríamos felices por siempre.

— ¡No! —comencé a balbucear y las lágrimas salían sin control.

Entonces una voz ronca conocida se escucho.

— ¿Bella? —giré mi rostro y era Jacob que venía acercándose hasta nuestra posición.

— ¡No es justo! —volví a decir mientras sacudía mi cabeza, y volví a retroceder en el tiempo hasta el día en que Edward me había contado que estaba embarazada, luego pase al minuto en que había tomado esas pastillas para abortarlo, luego avance hasta el día que nació, cuando por primera vez sentí que se podía amar de una manera desmesurada, aquellos ojos pardos tan perfectos, algo que yo había creado, y me detuve en el día que él se lo había llevado de mis brazos.

En ese minuto salí corriendo del hospital, apenas podía ver, cruce la calzada de la calle sin importarme los vehículos y corrí desesperada, quería huir de esa verdad que estaba comiendo mi alma, huir y desaparecer, no sentía mis brazos, ni mis piernas, todo me daba vueltas y me pregunté ¿Por qué? ¿Por qué, la vida era tan injusta, tan macabra conmigo?

En ese minuto me detuve y puse mis manos en mis piernas respirando agitada pero era como si el aire no pudiera pasar a mis pulmones, como si cada respiro fuera una llama que quemará mi garganta y mi alma, no podía inspirar y parecía que me fuera ahogar, era tan grande que me impedía sacar el respiro.

Mi hijo estaba muerto, mi pequeño hijo de cuatro años estaba muerto, su risa me inundo y recordé el día que me lo tope en el supermercados, frente a mi estaba con su carita de ángel y esa sonrisa tan perfecta, igual a la de su padre, el era un buen reflejo de ambos, tenía lo mejor de cada uno y entonces no entendí porque su destino tenía que ser ese, ¿por qué a él?.

Caí al suelo con todo el peso del cuerpo y en ese minuto me percaté que estaba lloviendo, estaba completamente empapada, las gotas de agua escurrían por mi cabello descontroladamente. Me abrace a mi misma como tratando de mantener mi cuerpo unido, pero no podía la sensación de desolación era tremenda.

— ¡Bella! —gritó Edward y me levanté no quería que me tocará. No quería que se acercará, noté que estaba también Emmett, Jacob, Alice, Ángela y ella, Tanya, todos tenían tristeza reflejada en sus rostros pero ella, ella tenía algo más. Desvié mi vista hacía los dedos blancos y fuertes de Edward cuya mano estaba sostenida en el aire, las gotas de lluvia le golpeaban pero parecía no importarle — No me hagas esto, no nos hagas esto —balbuceo y su cara reflejaba una tristeza solo comparable con la mía.

— No puedo, no puedo enterrar a mi hijo —le grite de vuelta, sus ojos se pusieron brillosos, ese mar escarlata parecía tan transparente pero tan profundo, unas lágrimas se acumularon en la comisura de estos pero que se confundían con las gotas de lluvia que estaban mojando aquel rostro tan perfecto.

— Mi amor —insistió dando un paso pero yo retrocedí — Por favor… no lo hagas más difícil… ven conmigo… tenemos que irnos… —me pidió en un susurró apenas audible.

— Esto es mi culpa Edward, que no lo entiendes… todo esto es mi culpa, si nosotros no hubiéramos hecho lo que hicimos, si yo no me hubiera enamorado de ti… él… mi pequeño estaría vivo… feliz…. Lo eche todo perder… no puedo… yo te hago daño, debes alejarte de mí… ser feliz con otra… con alguien que te quiera… con alguien que te merezca… con alguien que no te destruya… —exclamé sin sentido debiendo mi vista hacía Tanya que la esquivo, noté como las lágrimas caían sin control de sus hermosos ojos verdes, su pelo rojizo estaba más oscuro producto de la lluvia, entonces mi vista se desvió hacía Edward, que permanecía aún sosteniendo su mano para mí, sus ojos verdes se apretaron, su expresión se torturo aún más como conteniendo el llanto o tal vez la rabia, porque no me contestó. — Debes elegirla a ella sólo así serás feliz —concluí bajito y entonces mi hermana dio un suspiro ahogado como si estuviera a punto de soltar el llanto descontrolado y Alice la contuvo alejándola.

— No hagas esto Bella, no los puedo perder a los dos —me susurró acercándose a mi posición, fue entonces cuando lo abrace desesperada, largue todo el llanto de manera descontrolada y audiblemente desgarrador mientras me enterraba entre sus brazos y me acurrucaba contra su pecho fuerte y cálido, no había ninguna palabra ni nada que pudieran decirme porque no había consuelo posible y el parecía entenderlo porque me abrazo, me sostuvo allí en la mitad de la lluvia.

— Nuestro hijo está en las manos de dios ahora —susurró tratando de consolar lo inconsolable mientras tomaba entre sus manos mi rostro y me besaba en los labios para luego abrazarme nuevamente.



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Angel of the dark