Dark Chat

miércoles, 21 de julio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 33
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Nada más despuntar el amanecer habían puesto rumbo hacia el castillo. El nerviosismo en ellos estaba más que presente, así que se limitaron a cabalgar uno al lado del otro, lanzándose miradas de complicidad y sonrisas fugaces infundiéndose ánimo. A pesar de la insistencia de Rosalie, aceptó con reticencia que fuera él quien hablase con su hermano, con ella a su lado, por supuesto, pues Emmett consideraba que era su deber después de toda la confianza y deferencia que había depositado Jasper en él. Ambos sospechaban que, después de la inesperada huida de Rosalie, Jasper estaría al tanto de todo y más estando todos en el castillo enterados de su relación, pero Emmett no pudo evitar pensar que aquello podía jugar en su contra, más que a su favor. Aunque todos intercedieran por ellos, el hecho de haber sido el último en conocer lo sucedido podía empeorar las cosas.






Cruzaban el puente levadizo para dirigirse a las caballerizas cuando Peter y Ben salieron a su encuentro.






-¿Dónde diablos te habías metido? -tomó Peter las riendas de Goliath haciendo Ben lo mismo con las del caballo de Edward.






-¿Qué sucede? -preguntó Emmett desmontando.






-Buenos días, Alteza -la saludó al ver a Rosalie posicionarse junto a Emmett. -Vuestro hermano quiere hablaros, a ambos.






-¿Está en el Torreón Sur? -supuso ella.






-No, Alteza, el Rey no está en su escritorio. Os aguarda en el Salón del Trono.






Rosalie lo miró confundida.






-Tengo órdenes de llevaros ante él en cuanto lleguéis al castillo -añadió preocupado.






-No te inquietes -palmeó Emmett su espalda amistosamente. -No le haremos esperar -instó a Rosalie a caminar a su lado.






-Suerte -les deseó Ben.






Emmett alzó su brazo mientras se alejaban agradeciéndole su buena voluntad. Subieron la escalinata de piedra con paso decidido adentrándose en la antesala. Antes de tomar el corredor que les llevaría al Salón del Trono, Emmett tomó la mano de Rosalie, deteniéndola y colocándola frente a él.






-Suceda lo que suceda ahí dentro, recuerda que eres mi mujer y que te haré mi esposa, a como de lugar -recitó a modo de promesa.






-De eso no te quepa la menor duda -afianzó ella sus palabras y con un último beso sellaron aquel compromiso, tratando de inspirarse confianza mutuamente.






Se dispusieron a recorrer aquel último tramo y Rosalie asió su mano, dispuesta a no ocultarse más, gesto que Emmett secundó sin soltarla. No fue necesario que los anunciaran pues las puertas estaban abiertas, escuchándose desde el corredor un gran bullicio que se apagó súbitamente en cuanto los vieron asomarse.






Ambos quedaron estáticos en el umbral. La estancia se presentaba abarrotada, ocupada en su totalidad, a excepción de un pasillo central. Rosalie no recordaba ninguna ocasión en la que el Salón hubiera albergado a tanta gente, ni siquiera en las audiencias populares en las que los ciudadanos se presentaban ante Jasper para plantearles sus inquietudes y peticiones. Ahora, en ese extremo de la gran sala se agolpaban los aldeanos, seguidos de, así los reconoció Emmett, los guardias de ambos Reinos, a un lado del pasillo los de Asbath y al otro los de Los Lagos y ya, al final de la estancia, se situaba la familia de Rosalie, la Realeza, cercanos a los dos sitiales que ocupaban Jasper y Alice. Ambos repararon en sus vestimentas: ya no sólo iban de gala si no que sus hombros estaban cubiertos por la capa real y portaban su corona. Rosalie dejó en ese instante de ver a su hermano sentado en aquel trono, tenía frente a ella al Rey, así que, antes de adentrarse más en el Salón, se inclinó en una reverencia, imitándola Emmett.






-Acercáos -escucharon a Jasper desde el fondo de la estancia. Aun siendo su gemela, Rosalie no pudo descifrar el sonido de su voz.






Con paso seguro y sin soltar su mano recorrieron aquel pasillo que se abría ante ellos. Rosalie repasaba de reojo los rostros de los presentes, pero aquello tampoco lanzó una mínima luz para aliviar su angustia y sintió como si miles de miradas se dispusieran a juzgarla y condenarla, siendo la de su hermano la más escrutadora. Intentó concentrarse en la calidez de la mano de Emmett y en las palabras que acababan de decirse. Poco le importaba la censura del mundo. Había entrado de la mano de Emmett a aquella sala y del mismo modo la abandonaría.






Se detuvieron a unos pocos pasos de los tronos y aguardaron en silencio, conscientes de que el protocolo los instaba a callar hasta que el Rey así lo deseara.






-Jamás creí que fueras tan irresponsable, Emmett -exclamó Jasper de súbito. No fue necesario que alzara la voz, las grandes dimensiones de la estancia hacían reverberar sus palabras haciéndolas llegar hasta el otro extremo, pero no fue su voz lo que impactó a Emmett si no su acusación tan directa y, dispuesto estaba a explicarse cuando Jasper lo interrumpió.






-Me consta que Edward insistió para que se te revisase tu herida cuanto antes, pero tal parece que tú has preferido hacer caso omiso a su indicación -agregó y Emmett quedó sin palabras.






-Apenas me duele, Majestad -logró decir un tanto confuso, no siendo en absoluto aquel el reproche que esperaba escuchar.






-Majestad -repitió Jasper pensativo. -Mucho me temo que pronto dejarás de dirigirte a mí en esos términos.






Emmett contuvo la respiración, asimilando aquella advertencia que no auguraba nada bueno. Sintió como Rosalie presionaba con fuerza su mano, entrelazando sus dedos con los suyos como muestra de su apoyo, cosa que no le pasó desapercibida a nadie, incluido Jasper.






-Sospecho que tienes algo que decirme -aventuró mirando sus manos unidas. -Así que, adelante.






-Majestad, tal vez recordéis la primera conversación que tuvimos cuando llegue a este Reino, en la que os pedí que no juzgarais un discurso demasiado directo por mi parte -comenzó a decir Emmett.






Jasper asintió rememorando aquel instante.






-En esta ocasión vuelvo a pedíroslo. Creo absurdo adornar con palabras banales lo que puede resumirse en una sola frase.






-De acuerdo -consintió él.






-Entonces os diré que vuestra hermana y yo nos amamos y tenemos el firme propósito de unir nuestras vidas en matrimonio -aseveró con seguridad.






Los cuchicheos y murmullos nos se hicieron esperar entre los presentes, seguramente escandalizados, pensó Rosalie, mas poco le importaba. Alzó su barbilla con seguridad y vio a su hermano alzar las manos, volviendo el silencio a reinar en la sala.






-No es necesario que te recuerde lo insólito e inconveniente de tales intenciones ¿verdad?






-Somos perfectamente conscientes de ello, Majestad -asintió firmemente.






Rosalie estudió el rostro de su hermano, críptico, inexorable e indescifrable. Ni siquiera era capaz de aventurar si estaba molesto o sorprendido al menos y, observar a Alice tampoco la ayudó en nada. Por primera vez desde que la conociera, lo impávido de su semblante era un misterio.






-Déjame dudarlo -escuchó decir a Jasper. -Ella es la Princesa de Los Lagos y tú el Capitán de la Guardia de Asbath.






-A nuestros ojos sólo somos un hombre y una mujer que se aman y que están dispuestos a hacer cualquier cosa para estar juntos - le rebatió con calma, armándose de valor.






El revuelo volvió a alzarse en la sala y Jasper se vio obligado a acallar los ánimos de nuevo.






-Así que cualquier cosa -estudió sus rostros. Rosalie hizo ademán de hablar pero Jasper extendió una de sus manos acallándola. -Veamos si eso es cierto. Arrodíllate, Emmett -le pidió.






Emmett le lanzó una mirada fugaz y confusa a Rosalie pero acató su orden sin dudar, hincando una de sus rodillas en el suelo y bajando su rostro en señal de respeto y obediencia. Tenía ella toda la intención de rebatirle a su hermano cuando le vio guiñarle el ojo con complicidad a Alice sin poder reprimir ella una sonrisa ¿Qué estaba pasando allí?






Entonces Jasper abandonó el Trono y caminó hasta Emmett, colocándose frente a él.






-Gentes de mis dos pueblos están aquí presentes y ellos son testigos de cuanto te debo -le dijo y Emmett alzó su rostro, atónito. -Por todos es sabido que estuvimos a un paso de perder a la Reina -continuó Jasper, -y como soberano que soy, no habría tenido más remedio que seguir adelante si así hubiera sido, pero no me avergüenza reconocer que mi corazón de hombre habría muerto con su pérdida. Nadie puede arrebatarte el mérito de habérnosla devuelto y a mí, con ella, me has devuelto la felicidad. Por desgracia -se lamentó, -yo no puedo hacer lo mismo contigo. Mi corona no me da el poder suficiente para que por tus venas corra Sangre Real, pues viene ligada al linaje, a la herencia, a nuestro legado, aunque sea un don recibido de forma inmerecida. Mas, la nobleza es una cualidad, representa nuestra valía y nuestra esencia y viene reflejada por nuestra lealtad. Tú posees sobradamente dicha cualidad. Por eso, es mi deseo que tu nombre de testimonio de ello.






Entonces, Jasper desenvainó su espada y la colocó en el hombro derecho de Emmett y, trazando un arco por encima de su cabeza lo posó en el izquierdo.






-Por el poder que me confiere mi corona, el mundo te conocerá desde hoy como Emmett, Marqués de Asbath -y dicho eso, volvió a envainar su espada. -En pié -le pidió.






Emmett obedeció, apenas sin aliento, ni palabras que acudieran a su boca, escuchando ausente el clamor y los aplausos de los asistentes, celebrando su nombramiento. Había esperado cualquier tipo de castigo por su osadía y, sin embargo, acababan de hacerle poseedor de un título nobiliario y el más alto al que se podía aspirar si no se pertenecía a la realeza.






-Me temo que poco más puedo hacer -admitió Jasper entonces, lleno de pesadumbre. -A partir de aquí ya no me corresponde a mí actuar.






Y Emmett comprendió al instante a qué se refería. Dio un paso al frente, negando enérgicamente con la cabeza, dispuesto a rechazar su ofrecimiento cuando observó a Rosalie arrodillarse frente a Jasper, decidida a hacer lo que justamente él trataba de evitar.






-Majestad -se dirigió ella a su hermano con voz solemne y mirada gacha. -Os ruego me permitáis renunciar a mi título.






-Rosalie, no -la tomó Emmett por los hombros tratando que ponerla en pié.






-Es la única forma, Emmett y ya hemos hablado de esto ¿recuerdas? -se zafó ella luchando por permanecer de rodillas, como si le fuera la vida en ello. -Por favor, Majestad -insistió, -solicito vuestra indulgencia.






Esta vez fue Jasper quien la cogió por los codos y la obligó a levantarse.






-Majestad...






-No me llames así, Rosalie -le reprochó él afligido. -Olvida si quieres que una vez fuiste la princesa de estas tierras, pero no olvides nunca que eres mi hermana.






-Jasper -murmuró lanzándose a sus brazos, tratando de reprimir el llanto.






-Siento no poder hacer más por vosotros -volvió a lamentarse acariciando su cabello. -Pero no se me ocurre otra solución.






-No me importa renunciar a mi título si con eso puedo unirme al hombre que amo sin perderos a vosotros -lo miró sonriente.






-Por supuesto que no nos perderás, pero temo que tendrás que alejarte de nosotros -la apartó de él, acercándose Emmett a Rosalie.






-¿Qué quieres decir, Jasper? -se extrañó ella.






-Tengo una petición que hacerte, Emmett -se dirigió a él.






-Vos diréis -concordó él.






-Asbath es un gran Reino y necesita que alguien lo gobierne con dedicación, no desde la distancia, como sólo podría hacerlo yo -comenzó a explicarle. -Debería viajar continuamente para solventar todos los asuntos que se fueran presentando y acabaría por descuidar ambos Reinos. Además -le lanzó una rápida mirada a su esposa, -no sé si Rosalie te habrá informado de ello pero Alice está esperando un hijo.






A pesar de que todos los presentes estaban al tanto de tan feliz acontecimiento, no se hicieron esperar los vítores y buenos deseos hacia la Reina quien asentía con la cabeza sonriente, halagada por las muestras de cariño.






El rostro de Emmett, hasta entonces severo, se endulzó lleno de alegría por la buena nueva, aunque tuvo que reprimirse, dadas las circunstancias.






-No sabéis lo feliz que me hace la noticia, os felicito a ambos -dijo sinceramente.






-También sabes lo que significa para mí después de lo sucedido -reconoció Jasper. -Y comprenderás mejor que nadie que no quisiera ausentarme de aquí si no fuera estrictamente necesario.






-Por supuesto que me hago cargo, Majestad -repuso más confiado, -pero no entiendo en que puedo seros útil.






-Necesito que seas mi ojos, mi voz, mi Mano -hizo hincapié en esto último.






-¿Vuestra Mano? -titubeó sabiendo lo que aquello suponía... la Mano del Rey.






-Necesito alguien leal y común a mis principios y mi forma de gobernar. Alguien en quien confiar el destino del Reino de Asbath sabiendo que impartirá justicia bajo mis mismos ideales y quiero que esa persona seas tú, Emmett -sentenció. -¿Acaso dudas o no te crees capaz? -indagó en vista de su silencio.






-En absoluto, Majestad -dijo tras una pausa. -Si vos me creéis merecedor de dicho cargo, lo desempeñaré con honor -agregó cuadrando sus hombros, henchido de orgullo.






-Entonces, imagino que ahora precisaremos de un nuevo Capitán -asintió complacido. -Y quién mejor que tú para elegir a tu sucesor. Así que, no veo porqué no podemos aprovechar la ocasión para que empieces a llevar a cabo tus funciones.






-De acuerdo, Majestad -se inclinó levemente.






Acto seguido se volteó hacia la zona donde se agrupaban los hombres de Asbath y no tardó en hallar entre sus rostros diligentes al hombre que consideraba más apropiado para ello.






-Francis -exclamó en voz alta.






Jasper sonrió satisfecho ante su elección. El joven se abría paso entre la muchedumbre y, un tanto inquieto, se acercó hasta Emmett, hincando su rodilla en el suelo y listo para su nombramiento.






-Levántate -le pidió Emmett.






Francis obedeció un tanto perplejo.






-No pongo en duda que aceptarías sin dilación este cargo -le aclaró Emmett. -Durante más de dos años has cumplido con ese deber de forma impoluta y desearía que siguieras haciéndolo, pero, únicamente si tú también lo deseas. No quiero que esta responsabilidad pese sobre tus hombros como una impuesta obligación. Deberá formar parte de tu vida, de ti, y deberás honrarla, siendo consecuente con tu elección.






En respuesta, Francis volvió a arrodillarse frente a él e inclinó la cabeza.






-Le haré honor a mi puesto, llevando mi lealtad a nuestros soberanos y el respeto a mis hombres por bandera -recitó con alta voz. -Y encomendaré mi vida por proteger la suya si fuera necesario.






Entonces, Emmett colocó una de sus manos sobre su hombro.






-Francis, en nombre de Su Majestad, te proclamo Capitán de la Guardia de Asbath -decretó con solemnidad. -Que Dios te guíe -le hizo un gesto para que se irguiese.






Aún no lo había hecho cuando los hombres de ambos ejércitos lo vitorearon aclamándolo y, cuando se encaminó de vuelta a su lugar, Peter fue quien primero salió a su encuentro para felicitarlo. Jasper se regocijó al ver que los lazos que habían surgido en aquella batalla no se habían roto con su desenlace.






-Sabía que no erraba en mi elección -le mostró Jasper su aprobación. -Pero, de más esta decir que confío en que no desempeñes solo dicha tarea -miró a su hermana de reojo. -Por lo que, si no me equivoco, aún hay algo que resta por hacer ¿verdad?






Emmett parpadeó tragando saliva y miró a Rosalie con nerviosismo, quien cubría su boca con su mano tratando de ocultar su risa. Entonces, tomó aire y, haciendo acopio de todo su aplomo, volteó hacia Jasper.






-Majestad, quisiera que me concedierais la mano de vuestra hermana en matrimonio -recitó sin apenas respirar.






Jasper le sonrió y se acercó, golpeando amistosamente su hombro.






-Emmett, no sé si sabías que mi querida hermana es mayor que yo por unos cinco minutos -le contó a modo de confidencia.






-Pues no, Majestad -respondió sin estar muy seguro de adonde llevaba aquel comentario.






-Temo que si me niego, me amenace, como acostumbra a hacer, con reclamar el trono y arrebatármelo -bromeó, -así que no tengo más remedio que aceptar -le guiñó el ojo. -Eso sí, tengo dos condiciones.






-Las que digáis -sonrió con alivio.






-Primero, que la hagas feliz y segundo que dejes de llamarme Majestad, desde ya -le advirtió.






-Será un placer, Ma... Jasper -vaciló con media sonrisa dibujada en sus labios.






-En ese caso -se alejó de ellos para dirigirse a los presentes. -Queridos ciudadanos, os informo que esta noche tenéis una nueva cita en este castillo. Celebraremos el matrimonio de los Marqueses de Asbath y brindaremos por el estado de buena esperanza de la Reina y la justa victoria en la batalla contra Adamón.






Y la estancia estalló en aplausos y alabanzas, recitando vítores a sus soberanos y buenos deseos a la futura pareja. Poco a poco, el Salón del Trono fue vaciándose, abandonándola los presentes con gran ánimo y expectación en vista de la próxima celebración.






Alice fue la primera en acercarse a Emmett, abrazándolo con cariño, mientras Jasper volvía a abrazar a su hermana.






-Dios mío, Jasper ¿Esta noche? -exclamaba ella emocionada. -Deberemos apurarnos si queremos que todo esté a punto.






-Ayer empezamos con los preparativos -le informó Bella.






-De hecho la iglesia ya está lista -intervino Leah.






-Y, tus costureras conocen tan bien tus medidas que anoche comenzaron con tu vestido, a pesar de tu ausencia -agregó Alice con aire travieso.






-Nosotros nos encargaremos del novio -afirmó Edward mientras Jacob golpeaba el hombro de un atónito Emmett.






-Pero antes, jovencitos, tengo que echar un vistazo a ese brazo -los interrumpió Carlisle. -¿Me acompañas Charles? Necesito que controles a este par -señaló a los dos muchachos que le hacían un mohín.






Jasper observaba con gran interés la escena. Las muchachas arrastraban a Rosalie hacia la parte trasera de la sala para tomar un atajo hacia las habitaciones, haciendo los hombres lo mismo con Emmett. De repente, sintió una mano posarse en su hombro.






-No esperaba menos de ti.






-Tía -exclamó con sonrisa triste. -No sé si sea suficiente -admitió mirando la puerta por donde se había alejado su hermana.






-Por lo visto es más de lo que ella esperaba -lo alentó. -Emmett la hará feliz.






-Lo sé, pero tal vez sea demasiado duro para ella vivir lejos de nosotros -suspiró pesadamente.






-Pero tienes un motivo para haber tomado dicha decisión ¿verdad? -rodeó su brazo con el suyo y lo instó a caminar con ella y abandonar el Salón.






-Creo que para Rosalie sería más fácil sobrellevar la nostalgia que para Emmett la apatía -aventuró él. -Emmett podría ayudarme en mi tarea viviendo aquí con nosotros, pero no creo que eso sea suficiente para alguien de su temperamento y me sería mucho más útil en Asbath. Por otro lado, Rosalie podría aliviar su añoranza viniendo a visitarnos cuando guste.






-Tú mismo estás respondiendo a tu inquietud -lo miró Esme con aprobación.






-Aún así me gustaría hablar con ella -le confesó. -Con el nombramiento de Emmett necesito concretar algunas cosas así que voy a estar en mi escritorio. Dile que venga a verme cuando pueda -le pidió.






-Muy bien -respondió, despidiéndose de su sobrino, besando su mejilla.






Jasper vio a su tía alejarse y se dirigió al Torreón Sur. Tenía intención de redactarle algunas pautas a seguir a Emmett para la organización de Asbath, aprovechando que todos estarían ocupados con los preparativos de la boda. Aquella celebración le dejaba un sabor agridulce en los labios, pero se convenció de que aquello era lo mejor para Rosalie y decidió concentrarse en aquel laudo.






Absorto en aquel documento, las horas pasaron mucho más rápidas de lo que habría esperado y no fue consciente de ello hasta que vio aparecer a su hermana con una bandeja llena de comida.






-Puedo pasar -le preguntó desde la puerta, haciendo que su hermano levantara la vista de su escritorio por primera vez en mucho tiempo.






-Sí, claro -se apresuró por retirar los pliegos de papel, dejando espacio para la bandeja.






-Con tanto ajetreo, no se servirá la comida en el comedor -le comentó. -Cada uno está acudiendo a la cocina a robarle algo a Charlotte conforme les va asaltando el apetito -bromeó. -Me ha dicho nuestra tía que querías hablarme, así que he decidido que podemos tomarnos un pequeño descanso y aprovechar para comer y conversar.






-¿Cómo está yendo todo? -se interesó él, mientras se servía un poco de carne en un plato.






-Mi vestido ya está casi listo -le contó. -Pero no creo que me hayas llamado para saber eso ¿o sí? -supuso ella.






-En realidad no -reconoció él tras lo que hizo una pausa. -¿Por qué no me lo dijiste, Rosalie? ¿No confiabas en mí?






-Yo sí confiaba en ti, pero Emmett no confiaba en sí mismo. Como imagino que ya sabrás, Emmett no creía ser digno de mí y refrenaba continuamente mis intenciones de hacerlo -le confesó. -Aunque, reconozco que hubo ocasiones en las que creí que te negarías.






-Ahora que sé lo que es amar a alguien, no creo posible el haberme negado -le aclaró. -Pero tienes que admitir que es una situación que escapa de todo lo establecido.






-¿Qué te preocupa? -lo miró recelosa, sabiendo que aquellas palabras significaban mucho más de lo que parecían.






-Que no estés de acuerdo con mi proceder -alegó él.






-Jasper, desde el momento en que me enamoré de Emmett supe que mi título iba a ser un obstáculo que solventar y aceptaba ser despojada de todo si con eso podía estar con él.






-Yo nunca te habría despojado de todo -atajó él. -Por eso me angustia que lo que os estoy ofreciendo no sea suficiente.






-Es mucho más de lo que esperaba, Jasper -tomó su mano cariñosamente. -Es cierto que voy a extrañaros, pero voy a tener mi propia familia y mi propio hogar y Emmett sentirá que está pagando con su esfuerzo y dedicación el cargo que le has ofrecido, sintiéndose útil, y no como un simple advenedizo. Disculpa mi franqueza pero creo que no habríamos permanecido aquí ni un mes y Emmett ya se sentiría como un león enjaulado, ocioso e inservible.






-Creo que no lo podrías haber expresado mejor -lanzó una leve risa. -Entonces ¿eres feliz? -quiso asegurarse.






-Mucho -acercó su mano a sus labios para besarla -y es gracias a ti. Pero ahora come -le pidió. -Nos espera un largo día por delante.






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Emmett terminó de abotonarse su jubón frente al espejo de la cómoda. Aún le sorprendía la rapidez con que las costureras habían tomado una de dichas prendas de su baúl y habían trabajado en él, convirtiendo aquel sobrio tejido en un elegante y fino brocado. Observó su imagen mientras abrochaba el cincho de su espada a la cintura y le costó reconocerse en el reflejo que le devolvía el espejo. No estaba acostumbrado a ese tipo de ropajes, siendo un hombre de batalla como había sido hasta entonces, pero debería hacerlo a partir de ese momento, ostentando los cargos que ostentaba. Marqués de Asbath y Mano del Rey. Emmett tembló ante el sonido de esas últimas palabras en su mente y lo que ellas significaban. Desde ese día, Emmett tenía potestad para gobernar Asbath como si del Rey se tratase, siguiendo siempre sus leyes y normas establecidas, claro, aunque eso no lo liberaba de ninguna responsabilidad en caso alguno. Suyas serían las decisiones y debía ser consciente de sus actos.






Volvió a preguntarse, como hubo hecho a lo largo de toda la tarde, si Jasper había sido consecuente con su petición y, al igual que las veces anteriores, se convenció de que sí. Por mucho que Jasper hubiera querido vanagloriarse para con su hermana, jamás le habría entregado el destino de su pueblo a alguien que él no hubiera considerado digno. Volvió repetirse que sería capaz de sobrellevar esa pesada carga, por la confianza de Jasper, por el bienestar de su pueblo, pero, sobre todo, por el amor de Rosalie. Por ella afrontaría ese desafío, siendo el hombre que ella merecía.






-Emmett, ¿puedo pasar? -escuchó de repente la voz de Alice detrás de la puerta.






-Adelante, Majestad -la invitó a entrar, inclinándose en cuanto ella lo hizo.






-Creo que es muy injusto por tu parte y conociéndome a mí desde hace más tiempo que a Jasper lo llames por su nombre y a mí no -le hizo una mueca de disgusto.






-Lo siento, Alice. Aún me cuesta trabajo -se pasó la mano por el pelo con gesto infantil.






-Pues acostúmbrate, cuñadito -se burló ella.






-Entendido, cuñadita -le siguió el juego, haciendo que ella lanzase una risita.






-Esto es para ti -extendió ella sus manos, mostrándole algo en lo que no había reparado hasta entonces. -Ven, déjame que te la coloque -le pidió.






Era una larga capa de terciopelo negro, ribeteada en plata y cuyo tacto era tan suave como los pétalos de una rosa, algo digno de Reyes.






-Listo -le dijo cuando terminó de abrochársela. -Mírate.






Y lo primero en lo que se posaron sus ojos fue en el broche que descansaba sobre su pecho sujetando la capa; una mano extendida de plata.






-No sé que decir -titubeó él.






-Sé que aturde -se mostró comprensiva. -Tu vida ha dado un giro rotundo en cuestión de horas, pero sé que eres muy capaz y que no decepcionarás a Jasper.






-Gracias por todo -le sonrió él.






-Si piensas que yo tuve algo que ver con lo sucedido esta mañana, estás muy equivocado -le aclaró ella. -Es cierto que consultó conmigo sus planes pero fue él quien tomó la decisión. Aunque, si hubiera tenido que intervenir, lo habría hecho. No puedo dejar a mi bebé sin su tío favorito -añadió con aire risueño.






-Favorito y único -apuntó él divertido. -Lo que me recuerda una cosa.






Se acercó a ella y la albergó entre sus brazos, casi perdiéndose su cuerpo menudo entre ellos.






-Muchas felicidades -besó su mejilla.






-Interrumpo -escucharon la voz de Francis en la puerta.






-¡Nuestro querido, Capitán! -exclamó Alice separándose de Emmett y volteando hacia la puerta.






-Majestad -se inclinó él sonriente. -Permitidme que os felicite por vuestro embarazo.






-Muchas gracias -respondió ella animada. -Y yo te felicito por tu cargo. Tu hermana Selene estará loca de contenta cuando se entere.






-Al menos dejará de molestarme diciéndome que soy el eterno sustituto de Emmett -bromeó él.






-Qué diría la cándida y bondadosa Selene si supiera lo que piensas de ella -se rió Emmett.






-Sí, sí, cándida, bondadosa y hasta dulce... pero con los demás -se quejó Francis.






-Bueno, será mejor que me retire -anunció Alice yendo hacia la puerta. -Debo apurar a Rosalie o tendréis que esperar sentados a que llegue la novia.






Francis la cerró cuando se hubo marchado y, con una exagerada reverencia, se dirigió a Emmett.






-Lord Mano -lo saludó con aire solemne. -¿O preferís Excelencia?






-¿En qué momento decidí hacerte Capitán? -elevó la vista al cielo.






-Sospecho que en el mismo que decidiste hacerme tu padrino de bodas -se mofó él.






-Touché -hizo Emmett una mueca.






-Sabes que desempeñaré ambos papeles con orgullo -dijo en tono serio.






-Y lo más importante de todo... lo harás muy bien -palmeó su hombro.






-¿Nervioso? -preguntó con ironía.






-Mucho -admitió Emmett.






-Mira que te lo tenías calladito -le reprochó. -¿De verdad volviste a Asbath huyendo de ella?






-Si hubieras estado en mi lugar...






-Habría luchado hasta el final -lo interrumpió. -Pudiste haberla perdido.






-Si no te conociera diría que estás enamorado, oyéndote hablar con tanta pasión -alegó sorprendido.






-Bien sabes que no, igual que sabes que soy de la opinión de que se puede llegar a desear a muchas mujeres a lo largo de nuestra vida, pero amar, sólo a una -le recordó. -Por eso mismo, el día que la encuentre, no me andaré con reparos y falsos impedimentos. Si ella me corresponde, me enfrentaré al mundo entero si es necesario.






-Que Dios nos encuentre confesados si llega ese día -se burló Emmett.






-Y tú que lo veas -sentenció con sorna. -Pero por ahora, será mejor que vayamos hacia la iglesia o la novia hará que el Rey se quede sin su Mano.






-Tienes razón -concordó Emmett sonriendo.






No había exagerado al decirle a Francis de su nerviosismo. Conforme se adentraron en la abarrotada iglesia, encaminándose hacia el altar, su corazón comenzó a latir enloquecido por la expectación. Quiso concentrarse en la coloreada luz que se filtraba a través de las vidrieras, entregándoles los últimos rayos de la tarde, pero aquella calidez le recordó lo anaranjado del crepúsculo que disfrutara el día anterior con Rosalie en sus brazos. Trató en vano de distraer su mente, posando sus ojos en el centenar de rosas blancas que adornaban las columnatas, pero la suavidad de sus pétalos le hizo rememorar la tersura de su piel bajo sus manos...






Todo le traía la imagen de Rosalie a su mente, desde la cosa más simple hasta la más compleja, todo. Y quiso que el tiempo volara rápido por una vez en la vida para que se consumiera esa espera previa y hacerla su esposa, cuanto antes.






De pronto, el tañido de las campanas le anunció el momento que tanto ansiaba y, al posar la vista en la entrada de la iglesia la encontró, del brazo de su hermano, traspasándolo su imagen como una certera flecha. Aquella deidad del lago volvía a él con un halo de hermosura infinita, rodeándola, y Emmett se sintió el ser más afortunado sobre la faz de la tierra ante la certeza de que aquella belleza personificada en el cuerpo de una mujer iba a ser su esposa. Su cabello dorado caía en ondulante cascada sobre uno de sus hombros, con un medio recogido que liberaba su rostro, mostrando todo su esplendor, sonriente y con la mirada azul brillante. Lo blanco de su vestido le daba un aspecto aún más glorioso. La falda plisada que surgía desde la línea de la cadera que la ribeteaba con diminutas flores, se esparcía con cada uno de sus pasos, convirtiendo su caminar en una danza etérea. El corpiño del vestido abrazaba a la perfección cada una de las líneas de su cuerpo, estilizando de forma exquisita su figura y su escote recto, adornado también con flores, dejaba al descubierto sus hombros, desde los que caían con vaporosa muselina las amplias y transparentes mangas. Rosalie era una aparición, algo propio de un sueño y, cuando la vio sonreír para él, Emmett deseó no despertar jamás.






El sueño se hizo realidad al entregársela Jasper, dejando la mano de su hermana sobre la suya. Ella lo recorrió con la mirada llena de orgullo, fijando su vista en el broche que pendía en su pecho y dibujándose una sonrisa en su rostro.






El obispo alzó los brazos dando comienzo a la ceremonia, entonando el acostumbrado sermón sobre lo que Las Santas Escrituras refieren sobre el matrimonio. Emmett lanzó una fugaz mirada a Rosalie quien respondió de igual modo, compartiendo un momento de complicidad. Aquellas palabras resonaban vacías para ellos en comparación con las miles de promesas que habían intercambiado el día anterior. Eran conscientes de que debían dar ese paso y presentar de ese modo su relación ante el mundo, pero hacía horas que ya eran marido y mujer, aunque sólo lo supieran ellos dos.






De repente, ambos vieron a Francis adelantarse, extendiendo una de sus manos, portando las alianzas; el momento de los votos había llegado.






Emmett tomó los anillos y le entregó el suyo a Rosalie, sosteniendo su mano izquierda entre las suyas. Fijó sus ojos en los de ella e, inspirando profundamente, comenzó a recitar sus votos.






-Todo lo que soy y todo lo que tengo, te lo ofrezco con amor y lleno de dicha. De hoy en adelante, te amaré, te reconfortaré y te refugiaré entre mis brazos, anteponiéndote a cualquier cosa y permaneciéndote fiel todos los días de nuestras vidas. Rosalie, se mi compañera y yo seré tuyo por siempre.






Recibiendo una sonrisa de aceptación por parte de Rosalie, Emmett deslizó el anillo por su dedo y, con mirada expectante, mantuvo su mano entre la suya, esperando que ella recitara sus votos. Rosalie presionó levemente sus dedos antes de comenzar.






-Emmett, hoy uno mi vida a la tuya, no simplemente como tu esposa, sino como tu amiga, tu amante y tu confidente. Déjame ser el hombro donde te apoyes, la roca en la que te sientes a descansar y tu compañera de por vida. Contigo, a tu lado, recorreré mi senda, de hoy en adelante.






Sonriéndole Emmett ampliamente, Rosalie colocó el anillo en su dedo y, aún no había terminado el obispo de lanzar sus bendiciones sobre los recién casados que Rosalie ya se había lanzado a los brazos de Emmett que la rodeaban con fuerza, mientras la besaba con fervor, alentados por los silbidos y aplausos que se alzaban a su alrededor, dando así fin a la ceremonia.






Ya en el comedor, todos los comensales comían y bebían en honor a los novios. Se había dispuesto una gran cantidad de mesas sobre caballetes para albergar a los centenares de asistentes que reían y brindaban a la salud de la pareja, presidiendo la estancia toda la Familia Real al completo, reunida en la gran mesa de roble donde solían compartir las comidas. A pesar del acto simbólico donde Rosalie renunciaba a su título, pasando a ser Marquesa de Asbath al unirse en matrimonio a Emmett, no se escatimó en absoluto a la hora de servir el banquete, cosa que a nadie extrañó. Rosalie seguía siendo la hermana del Rey y, para muchos, seguiría siendo por siempre la Princesa de Los Lagos. Tal y como hicieran en la boda de Edward y Bella, algunos sirvientes, de ambos reinos en esta ocasión, tomaron instrumentos y comenzaron a amenizar la velada, con animadas tocatas y alentando a los asistentes a danzar.






Rosalie fue la primera de la mesa que arrastró a Emmett al centro del salón para unirse a la danza, siguiéndoles Leah con Jacob y Alice con un reticente Jasper quien no aceptó hasta que Carlisle le aseguró que un par de bailes no le harían daño al niño. Quien sí se negó en rotundo fue Bella, era de esperarse, así que Edward se adelantó a las intenciones de su padre y le robó las atenciones de su madre, quien reía mientras su hijo la acompañaba a unirse con el resto de bailarines. Carlisle le lanzó una mirada de fingida resignación a Bella conforme se levantaba para ocupar el sitio de su hijo.






-Siento que no puedas disfrutar del baile por mi culpa -se disculpó ella.






-No te preocupes -la tranquilizó. -Es una hermosa visión ver a los dos seres que más amo así, juntos y sonriendo -agregó con la mirada perdida en su mujer y su hijo.






-Debe ser maravilloso -la escuchó murmurar con cierta aflicción, difícil de descifrar.






-Bella, ¿hay algo que te preocupa? -quiso saber él.






Ella lo miró sorprendida, sintiendo sus mejillas arder de forma delatora.






-No me hace falta entender de medicina para saberlo -señaló. -Puedes confiar en mí -trató de alentarla.






-En realidad, hay algo que quisiera preguntarte -aceptó con timidez.






-Tú dirás -la animó sonriente.






Bella asintió aunque vacilante. Hablar de un tema así no le resultaba nada fácil. Sin embargo, tenía la esperanza de que su experiencia le diera algo de claridad a esa duda que la estaba atormentando desde la noche anterior.






-Sé que los síntomas de embarazo en una mujer suelen aparecer a las pocas semanas pero, ¿es posible que aparezcan antes? -le preguntó finalmente.






-¿Qué quieres decir? -inquirió Carlisle sin comprender.






-He leído que, en ocasiones, una mujer puede saber el momento en que concibe -afirmó titubeante.






-Entiendo -respondió pensativo. -Verás -tomó su mano con calidez, -mis conocimientos de medicina me obligarían a decirte que eso no es posible, que el cuerpo de una mujer precisa de esas semanas para empezar a experimentar los cambios que siguen a la concepción. Sin embargo, tenemos justo frente a nosotros la prueba evidente de que ese mito es cierto.






Casi de forma involuntaria, Bella desvió la mirada hacia Edward y Esme quienes, ajenos a su conversación, reían y giraban con las manos entrelazadas.






-Entonces, Esme...






-Desde el mismo instante en que vertí mi semilla en ella.






Bella bajó su rostro enrojecido al escuchar aquella afirmación.






-No te avergüences -le dijo con tono sosegado. -Es algo natural pero entiendo que te incomode hablarlo conmigo. Sería bueno que conversases con Esme, nadie mejor que ella para explicarte lo que sintió, aunque si puedo adelantarte algo. Desde ese mismo día, no fue capaz de probar las manzanas hasta que dio luz a Edward, y te diré que es su fruta favorita.






-Yo... no he podido probar el venado, y eso que me encanta -admitió en un hilo de voz. -Pero, lo más sorprendente de todo es que cada vez que pienso en ello y trato de convencerme de que no es posible, el pensamiento se vuelve irrefutable, incuestionable, como si estuviera intentando negar que el Sol sale por el Este.






-Puedes esperar a tu primera falta si quieres -le sonrió satisfecho. -Pero no sé si podré ocultárselo a Esme.






-¿Ocultarme qué, querido? -la voz de Esme que se hallaba a su lado acompañada de Edward los sorprendió a ambos.






-Que me muero de ganas de bailar contigo -alegó Carlisle con rapidez, levantándose y tomando la mano de su esposa, volviendo a llevarla al centro del salón.






Edward ocupó de nuevo su asiento y le dio un leve beso en los labios a Bella.






-¿De verdad no bailarías conmigo aunque fuera una sola vez? -le pidió con expresión infantil.






Ella negó con la cabeza, bajando su rostro, revoloteando en su mente la conversación que había mantenido con Carlisle. Deseaba con todas sus fuerzas contárselo a Edward pero ¿y si estaba equivocada? Algo en su mente le gritó como un reproche que no lo estaba y suspiró derrotada.






-Bella, ¿qué sucede? -leyó Edward la desazón de su rostro.






-Nada, yo...






-Te conozco mejor de lo que crees, Bella -le aseguró. -Te siento extraña desde anoche, inquieta, incluso más pálida que de costumbre. Apenas has probado el venado con lo que te gusta.






Edward pinchó un pequeño trozo de carne acercándolo a su boca y Bella, inconscientemente, apartó su cara con una mueca asqueada. Alarmado por su reacción, dejó el cubierto sobre el plato y tomó sus mejillas. Edward trató de hacer memoria rápidamente. El día que partieron hacia Adamón, Bella había amanecido indispuesta al llegar su periodo, no era posible que estuviera en estado... ¿Entonces? ¿Le ocurriría algo más grave? ¿Sería eso de lo que estaba hablando con su padre, habiéndolos interrumpido ellos al volver a la mesa?






-Bella, ¿qué te pasa? -le exigió saber. -¿Te ocurre algo? ¿De qué hablabas con mi padre? -indagó angustiado.






Bella apartó las manos de Edward de su rostro y las sostuvo entre las suyas, decidida a contarle sus sospechas.






-Estoy bien -quiso tranquilizarle, -pero anoche...






-¿Anoche qué? -preguntó impaciente.






-Pensarás que estoy loca -espetó de repente sacudiendo su cabeza.






-Quien va a enloquecer soy yo si no me dices que pasa. Por favor, Bella.






-Es que no se cómo hacer para que me entiendas -se lamentó.






-Empieza por contarme a qué te referías con "anoche" -le dijo más calmando, queriendo facilitar su tarea.






-A cuando... estuvimos juntos -titubeó al sentir el rubor de sus mejillas.






-¿Te dañé de algún modo? -preguntó preocupado entendiendo de que momento le hablaba. -¿Te sentiste mal?






-No, Edward -sonrió ella ante su inquietud. -De hecho me sentí muy bien, como si me rociara una lluvia cálida, de pura energía.






Edward la miró confuso.






-Bueno, dadas las circunstancias... ¿o es que tú nunca antes...?






-No seas tonto -acarició ella su cabello sonriendo. -Sabes que siempre es maravilloso, pero anoche fue mucho más que eso. Puede que sea lo más extraño que hayas escuchado jamás pero -hizo una pausa tratando de encontrar las palabras adecuadas, -sentí que mi vientre se llenaba de vida.






Edward sintió como el corazón le daba un vuelco. Acercó una de sus manos, temblorosa, al vientre de su esposa, con su mirada fija en su cuerpo, intentando asimilar lo que acababa de decirle.






-Puede parecer una locura y ojalá supieras como me siento -prosiguió ella. -Todo mi ser reacciona ante ese pensamiento como si se tratase de la verdad más absoluta y cada vez que intento convencerme de que no es posible, siento como si estuviera repudiando la vida que crece dentro de mí, llenándome de culpabilidad. Tu padre me ha contado que tu madre...






Edward no la dejó continuar. La estrechó entre sus brazos y buscó sus labios con urgencia. Bella se sintió turbada ante su intensidad, ante la emoción que le transmitía aquel abrazo y el amor que irradiaba aquel beso. Notó la sal entremezclarse en su bocas y Bella alzó sus manos hasta el rostro de Edward, capturando sus lágrimas entre sus dedos, respondiendo a su beso con el corazón golpeando su pecho estremecido.






Separaron sus labios faltos de aire y Bella se perdió en la esmeraldas de sus ojos que brillaban deslumbrantes. Edward la observó un instante y volvió a abrazarla en un arrebato, embriagado de esa dicha que colmaba sus sentidos.






-No sabes lo feliz que me haces, Bella -susurró con voz trémula contra su cabello. -Me gustaría tanto que entraras en mi alma, y vieras.






-Tu felicidad sólo es comparable a la mía -le aseguró. -Y cuando tu padre me ha contado sobre tu madre me he sentido tan liberada.






-Mi madre me ha contado esa historia miles de veces -se separó de ella, acariciando su rostro sonriente. -Pero jamás pensé que pudiera ocurrirte a ti lo mismo.






-Siento habérselo contado a él antes que a ti -se disculpó. -Es que, estaba tan llena de dudas.






-No tienes que justificarte -la reconfortó. -Dada la situación es más que comprensible.






Ambos miraron hacia el centro del salón y, sorprendentemente se toparon con las miradas de Carlisle y Esme, que les sonreían con complicidad.






-No sé porqué, tengo la ligera sospecha de que mi madre ya lo sabe -aventuró Edward divertido.






-Eso parece -asintió Bella.






-En ese caso...






-Espera -lo detuvo ella viendo sus intenciones. -¿No deberíamos esperar?






-¿A qué? -se encogió él de hombros. -Si tú estás segura, yo también -le sonrió confidente.






Se puso en pié y, alzando su copa, tomó uno de los cubiertos y lo golpeó repetidas veces contra el metal, llamando la atención de todos, dejando de sonar incluso la música.






-¿Qué sucede, Edward? -preguntó extrañado Jasper, habiendo cesado todos de bailar.






-Tengo algo muy importante que anunciaros -declaró con alta voz. -Amigos, quiero que alcéis vuestras copas y brindéis conmigo -se dirigió a todos los presentes. -La Princesa Bella y yo estamos esperando nuestro primer hijo.






El salón explotó en júbilo y aplausos, mientras sus familias se acercaban para felicitarlos llenos entusiasmo. Charles abrazó a su hija emocionado por la noticia de su primer nieto, con Alice impaciente alrededor deseando felicitarla, mientras los muchachos hacían objeto de sus bromas a un condescenciente Edward. Juntos brindaron por ellos alzando sus copas, por enésima vez, tanto que había que celebrar aquella noche... El retorno de los valientes soldados a casa sanos y salvos y con la victoria en sus manos; el matrimonio de Rosalie y Emmett; la investidura de Emmett como Marqués y Mano del Rey y el nombramiento de Francis como Capitán; el compromiso de Jacob y Leah; el embarazo de Alice y ahora el de Bella.






Sin duda aquel día fue más que memorable y permanecería durante muchísimos años en la memoria de los ciudadanos. La prosperidad y bonanza que auguraban los tiempos venideros era encomiable y difícil de enturbiar y la serenidad y la fortuna reinarían en aquellas tierras...






...a no ser que alguien se empeñara en lo contrario...