Dark Chat

jueves, 17 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 21
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-Duque James de Bogen -se levantó Jasper de su silla saludándolo. -¿A qué debemos el honor de tu presencia? -añadió con un toque de ironía y tratando de ocultar su disgusto por la non-grata sorpresa.


-Majestad -hizo una profunda reverencia, con gesto casi teatral. -Quise hacer firme la invitación que muy amablemente vuestra hermana me hizo antes de marcharme de vuestro reino, cuando asistí a vuestro magnífico enlace matrimonial.


Rosalie palideció al instante mientras miraba de reojo a Emmett. Había olvidado por completo aquel episodio con el Duque y, precisamente cuando en su corazón albergaba la felicidad inmensa que otorgan los sueños cumplidos, ese joven venía a ensombrecerla con su inconveniente aparición.


-Cuando partí de aquí viajé hasta el Reino del Sur donde debía resolver ciertos asuntos -les explicó James -y de regreso ahora hacia Bogen he decidido hacer un paro en el camino.


-Más bien un rodeo de varias decenas de millas -susurró Edward por lo bajo.


-Cualquier distancia es ínfima si se trata de volver a contemplar la extraordinaria belleza de la Princesa Rosalie -contestó James con tono mordaz a su comentario.


-Me alagáis, Excelencia -respondió ella simulando complacencia ante sus palabras. James inclinó su cabeza sonriente.


-Debes estar cansado tras un viaje tan largo -aventuró Jasper. -¿Has desayunado ya?


-Ciertamente, no -admitió.


-Entonces, siéntate -le indicó con la mano un lugar frente a Emmett, quien se hallaba al lado de Rosalie. -Acompáñanos.


-Os lo agradezco, Majestad -dijo ocupando su puesto, lanzándole una mirada llena de desprecio al guardia. -Veo que han habido muchos cambios en este tiempo -puntualizó James sin apartar sus ojos lacerantes de Emmett. Rosalie, con su mano oculta bajo la mesa apretó con disimulo la del joven, que ahogó los deseos de hacerle apartar su vista de él con un puñetazo en su refinado mentón.


-No entiendo a que te refieres -apostilló malicioso Jasper, sin querer darse por enterado.


-A la cantidad de soldados y guardias que he visto apostados en la murallas del castillo -se apresuró a responder, obviando el tema en cuestión.


-Eso se debe a un desafortunado episodio que hemos vivido recientemente -le anunció Edward.


-¿Puedo saber que sucedió? -quiso saber lleno de curiosidad.


-Sufrí un pequeño atentado que, como puedes observar, no tuvo grandes consecuencias -le informó, sin querer declarar demasiado.


-Pues nadie mantendría que haya sido de tan insignificante calibre -le rebatió él. -Conforme me adentraba en el castillo tenía la sensación de estar penetrando en una fortaleza infranqueable.


-Cualquier precaución es poca -espetó Emmett quien recibió otra mirada altiva por parte del Duque.


-¿Y cuánto tiempo piensas permanecer con nosotros? -cambió de tema Jasper tratando, sin apenas conseguirlo, de mostrarse amable.


-Quizás abuso de vuestra hospitalidad si os dijera que deseo quedarme todo el tiempo que sea posible -reconoció. -Pero la duración de mi estancia aquí lo dejo en las delicadas manos de Su Alteza -añadió dedicándole a Rosalie un sonrisa deslumbrante, que habría azorado a cualquier muchacha, mas no a ella que maldecía para sus adentros por la inoportuna visita del Duque.


-Por lo pronto ordenaré que os preparen una habitación -dijo Rosalie, aprovechando que Charlotte llegaba al comedor para servir. -Charlotte, que alisten una de las recámaras del Torreón de Invitados -le pidió a la doncella.


-Sí, Alteza -asintió ella.


-Lástima que hayas decidido visitarnos precisamente ahora -comentó Jasper. -Mi hermana no podrá mostrarte las maravillas de este Reino.


-No os entiendo, Majestad -se extrañó James.


-Desde que atentaron contra mi hermano tratamos de no salir de las murallas del castillo -le aclaró Rosalie.


-¿Habéis decretado el estado de sitio? -preguntó con asombro.


-Es una simple medida cautelar –agregó Jasper restándole importancia. -En cualquier caso, no creo que mi agresor tenga nada contra ti así que eso no implica que tú no puedas hacerlo cuando gustes, siempre bajo tu responsabilidad, claro -agregó.


-Sí, es algo lamentable, pero no me cabe duda de que, a pesar de eso, mi estancia aquí será más que satisfactoria, siempre y cuando cuente con la compañía de la princesa -admitió James mientras miraba a Rosalie insinuante.


-Majestad, he de retirarme -anunció Emmett de súbito levantándose de la mesa, bajo la mirada sorprendida de los asistentes. -Debo atender cierto asunto que no puede esperar -se excusó.


-De acuerdo -asintió finalmente Jasper. -Cuando te desocupes me gustaría que vinieras a mi escritorio. Quiero terminar de concretar aquel asunto de las recaudaciones.


-Por supuesto, Majestad -se inclinó. -Con permiso. -Y sin más dilación abandonó la estancia.


-Admirable -murmuró James maravillado.


-¿Cuál es la razón por la que os mostráis tan asombrado? -lo miró Edward con recelo.


-Disculpadme, Alteza, si me inmiscuyo en asuntos que no me conciernen pero, en mi anterior visita, creí que ese muchacho afirmaba que era un simple guardia y, ahora, no sólo se sienta en vuestra mesa sino que se tratan con él temas de estado -apuntó James molesto, sin poder contener más su disgusto al observar la cordialidad y la familiaridad con la que se trataba a aquel burdo plebeyo que había osado a ridiculizarlo frente a todos. Rosalie no pudo evitar tensarse ante su despectivo alegato.


-Como bien has dicho antes -se sonrió Jasper al comprobar que la incomodidad del duque era mayor que su discreción -han habido muchos cambios.


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Emmett caminó rápidamente hacia la que desde ese día era su nueva habitación y se apresuró a entrar. De nuevo se sobrecogió al contemplarla, a la luz de las velas la estancia seguía siendo magnifica. Se quitó la camisa dejándola en la butaca y se tumbó pesadamente sobre la cama mientras se pellizcaba el puente de la nariz. Tanto en un solo día resultaba demasiado. Primero que le invitaran a compartir la mesa de los señores y lo trasladaran a esa habitación y luego...


Giró la vista hacia el centro de la recámara y rememoró en su mente lo que había sucedido esa mañana en aquel preciso lugar haciendo que su cuerpo volviera a estremecerse con el simple pensamiento. Lo había deseado tantas veces... las mismas que había tratado que sacarlo de su cabeza y de su corazón. Sin embargo, por más que intentaba convencerse a sí mismo de que aquello estaba lejos de estar permitido no pudo reprimir por más tiempo todo lo que se agolpaba en su interior y menos después de oír aquellas palabras Tú lo eres todo... Quizás la última brizna de cordura que quedaba en él le habría hecho apartarse de ella si hubiera visto en sus ojos cualquier atisbo de duda, pero esos labios sugerentes ardían deseosos por ser besados, al igual que él moría por hacerlo. Lo que nunca, ni en sus sueños más osados había imaginado era una respuesta tan apasionada por parte de Rosalie, cosa que, lejos de incomodarle, lo atraía más hacia ella. Lo había besado con el mismo incontrolable frenesí que lo había dominado a él, sin reservas ni tapujos. Volvió a sentir escalofríos al recordar sus labios exigentes y su manos cálidas aferradas a él, mas una sombra acechante pronto lo sacó de su ensoñación.


-¡Maldito Duque! -masculló para sus adentros. Había tenido que llegar justo en ese momento para derrumbarlo todo de un sólo plumazo, volatilizando su ilusión como si fuera una efímera burbuja, simplemente con su petulante presencia y su pomposa y casi ridícula grandilocuencia.


Emmett se sentó en la cama apoyando la cabeza en sus manos. Era absurdo engañarse. Él era un hombre pragmático, nada dado a los misticismos pero, sin duda alguna, que aquel pretencioso hubiera vuelto justo ese día le pareció una señal muy difícil de obviar. Le mostraba con claridad que él no era el tipo de hombre que Rosalie merecía y que jamás podría serlo.


Un ruido en el corredor lo sobresaltó y se puso en pie, expectante. Sin tener tiempo apenas para reaccionar, vio a Rosalie entrar a hurtadillas a la recámara y cerrar la puerta tras ella.


-Rosalie...


Mas ya no pudo añadir nada más. Rosalie corrió hacia él, lanzándose contra su pecho y estrellando sus labios contra los suyos besándolo con fervor. Turbado por un instante, la estrechó contra su cuerpo, apretando sus manos entre aquel fino camisón que la cubría mientras ella hundía sus dedos en su torso desnudo, gimiendo en su boca.


-Necesitaba tanto verte -susurró ella contagiándole con su aliento embriagador.


-¿Cómo se te ocurre venir aquí? -musitó él tratando de hacer uso del poco sentido común que aún residía en él.


-Apenas sí te he visto en el día de hoy -dijo elevando otra vez su rostro para volver a besarlo.


-Y ambos sabemos bien la razón -aseveró de repente con tono hiriente, separándose de ella un par de pasos.


-¿Me consideras culpable de que el Duque haya decidido visitarme? -le reprochó Rosalie.


-Desde luego no fui yo quien lo invitó -apuntó con tono mordaz.


-Aquello sucedió bajo otras circunstancias -se defendió ella.


-Sí, puedo recordar perfectamente lo que yo te inspiraba en aquellos días -se volteó tensándose.


-¿Y qué era si tan seguro estás de saberlo? -preguntó con sarcasmo.


-Desprecio -la miró con dureza.


-Más que eso -se mofó ella. -Desprecio y rabia infinita -se acercó a él y tomó sus rostro entre sus manos -por no ser dueña de mis sentidos cada vez que tus ojos se posaban en mí y no poder dominar la reacción de mi cuerpo ante tu cercanía -sentenció con seriedad. -Hace mucho que mi alma dejó de pertenecerme para convertirse en tuya.


Emmett dejó escapar un suspiro que parecía querer oprimirle el pecho y atrapó su estrecha cintura entre sus manos para atraer sus labios hacia los suyos. La besó con lentitud, acariciando cada rincón de su boca muy despacio, memorizando cada milímetro su dulce piel y deleitándose en la exquisitez de su efluvio. Rosalie soltó su rostro y deslizó sus manos hasta su nuca, enredándolas en ella, perdiéndose en la cálida sensación que le producían aquellos labios.


-Perdóname -susurró Emmett con arrepentimiento. -Me enferma verlo cerca de ti.


-Para mí tampoco es agradable aunque reconozco que fue mi error -se disculpó ella. -Pero créeme que me mostraré ante él lo más indiferente posible y que me esforzaré para que se marche de aquí cuanto antes.


-Sí, pero mientras tanto...


-¿No confías en mi amor por ti? -se molestó ella.


-No es eso -respondió angustiado.


-¿Entonces? -quiso saber ella.


-Veros juntos hace que me cuestione...


-¿Qué? -preguntó Rosalie con impaciencia.


-Mi condición -aseveró finalmente.


-¿Acaso el amor que dices tenerme queda medido por tu posición y tu cuna? -inquirió ella airada.


-Por supuesto que no -se molestó él. -No hallarías a nadie en este mundo que pudiera amarte como yo, pero... -vaciló -un hombre como él es lo que te conviene.


-¿Y por qué debería conformarme con un amor incompleto cuando sólo tú podrías dármelo por entero? -exclamó -¿Qué importan el linaje o un título nobiliario si únicamente en tus brazos podré hallar la felicidad? Quizás soy yo quien no sea suficiente para ti.


-¿Cómo se te ocurre semejante estupidez? -la miró mortificado. -No hay ser terrenal o celestial que se te pueda comparar, ni hay mujer en el mundo que pueda obsequiarme con la dicha que siento al tenerte entre mis brazos -la estrechó contra su pecho. -Si supieras todas las veces que deseé que cada una de las palabras que respiraban tus labios, cada una de tus miradas teñidas del azul de tus ojos fueran sólo para mí.


-Del mismo modo deseaba yo sentirme refugiada en el calor de tu pecho -susurró ocultando su rostro entre su cuello, -sentir las caricias de tus manos y el sabor de tus besos.


Emmett bajó su rostro buscando los labios de Rosalie fundiéndolos con los suyos. Inició una danza sinuosa, pausada sobre ellos impregnándose de su dulzor y que para Rosalie pronto se convirtió en tormento, deseosa de embriagarse de él. Con osadía, los entreabrió y acarició suavemente con su lengua su labio inferior, gesto que él no esperaba y que produjo que un gemido escapase de su garganta. Emmett perdió entonces el poco sosiego que aún restaba en su cuerpo y entreabrió los suyos respondiendo a la demanda que ella le hacía y dio comienzo el delirio que embargó a ambos al profundizar su beso, mientras se derretían sus bocas ante el ardor de su aliento. Rosalie separó las manos de su nuca y empezó a recorrer con sus dedos el pecho desnudo de Emmett, contorneando con ellos cada una de las líneas de sus músculos bien formados, sintiendo él como su piel se incendiaba bajo su tacto y como iba perdiendo el control con cada uno de sus roces.


-¿Cómo te hicieron esta herida? -le preguntó Rosalie sin apenas alejarse de sus labios con la voz revestida en sensualidad, trazando con las puntas de sus dedos, como tantas veces había deseado hacer, la larga cicatriz que marcaba su abdomen.


-En... un entrenamiento, hace años -titubeó él.


-¿Te cuesta recordarlo? -sonrió ella con malicia al ver que se tomaba su tiempo para contestar.


-Anulas toda mi voluntad -se apartó Emmett un poco de ella calmando su respiración.


Rosalie no pudo evitar que eso exaltara su vanidad femenina al saber lo que era capaz de producir en él y una sonrisa con pinceladas de orgullo se dibujó en su rostro.


-¿Creí que habíamos acordado ser cautelosos? -inquirió él con fingido reproche.


-Lo estamos siendo ¿no? -dijo con coquetería.


-No creo que el venir a mi recámara vestida con esta prenda que deja adivinar hasta la más minúscula curva de tu cuerpo lo sea -le sugirió él.


-¿Insinúas que trato de tentarte? -le sonrió provocativa.


-No lo insinuó, lo afirmó -aseveró él. -Toda tú eres una tentación.


-No parece que te esfuerces por resistirte -susurró ella en su oído sintiendo él como un escalofrío recorría su espalda.


-Por Dios, Rosalie -blasfemó Emmett. -No soy de piedra -musitó atormentado.


Rosalie hizo caso omiso a sus quejas y posó sus labios en su cuello, depositando besos ardientes en él. Emmett suspiró hondamente, abrumado por la pasión arrolladora de aquella mujer que hacía temblar todo su cuerpo y tuvo que hacer gala de todo su autocontrol para separarse de ella.


-No, Rosalie -la tomó por los hombros apartándola, tratando de escapar del influjo de su boca mientras ella lo miraba confundida. -Sé que he traspasado los límites de lo establecido por todos los cánones humanos o mundanos y abandonado el sendero de la sensatez y el buen juicio al dejarme llevar por mis sentimientos hacia ti, pero ésta es una barrera que no tengo intención de quebrantar.


De repente Rosalie le dio la espalda, con expresión turbada, avergonzada. Había perdido por completo la lucidez, hasta tal punto que había dejado de lado el decoro y el más mínimo intento por salvaguardar su propio honor y su virtud.


-Discúlpame, yo... -vaciló ella. -Me aterra imaginar lo que pensarás de mí en este momento -cruzó los brazos sobre su pecho, afligida.


Emmett se posicionó frente a ella y se inclinó a besarla, levemente y ella bajó su rostro aturdida.


-Creo que eres una mujer muy hermosa, apasionada y fascinante -tomó su barbilla obligándola a mirarle -y te amo aún más por ello.


-Y yo te amo a ti -le respondió con la emoción en sus ojos.


-Ahora, deberías irte a tu recámara -le sugirió.


-Está bien -aceptó ella con una sonrisa, depositando un dulce beso en sus labios. -Te veo mañana en el desayuno -concluyó mientras caminaba hacia la puerta, pero no la hubo alcanzado cuando Emmett la tomó por un brazo para llevarla hacia él y estrecharla de nuevo.


-¿Te sentarás a mi lado? -preguntó él suspicaz.


-Es lo que he hecho durante todo el día de hoy ¿no? -lo miró con aire pícaro.


-Sólo quería asegurarme -bromeó.


-Desde hoy ocupas ese lugar y lo harás siempre, al igual que ocuparás para siempre mi corazón -susurró ella acariciando su rostro.


-Como tú el mío -añadió con seriedad.


-Que descanses -le sonrió ella, separándose de él, dejándola Emmett ir esta vez.


Cuando hubo cerrado la puerta, Emmett se volvió a dejar caer sobre la cama, con una inquietud sobrevolando la estancia. Con seguridad sabía que ella sería por toda la eternidad la dueña de su corazón pero... ¿lo sería él del suyo?


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Ya hacía casi dos semanas del atentado contra Jasper y, por tanto, de que se hubiera decretado el estado de sitio. En ese tiempo, la vida intramuros se había normalizado considerablemente, aunque los portones y puentes levadizos seguían cerrados y se tenía especial precaución a la hora de permitir el paso hacia el castillo. Así que Bella, aunque Edward se mostró reticente, decidió continuar con la escuela.


-¿Qué tal las clases, mi amor? -recibió Edward a su esposa abrazándola, besándola con ternura.


-Agotadoras -suspiró con pesadez dejando que Edward rodeara sus hombros con su brazo y la instara a salir de la sala que hacía las funciones de aula. -Aún tienen dificultades para comprender las operaciones aritméticas un poco más complejas -le explicó.


-Me lo imaginaba -apuntó él. -Por eso, hoy nada de lectura -agregó enseñándole sus manos vacías. -Disfrutarás de una relajante tarde de verano en compañía de tu esposo.


-Eso suena prometedor -sonrió ella mientras se dejaba guiar.


Acababan de adentrarse en uno de los jardines cuando vieron a Angela caminar hacia ellos.


-Estaba buscándoos, Alteza -se detuvo frente a ellos la doncella, con aire de preocupación en su mirada.


-¿Sucede algo? -se interesó Bella.


-Un emisario ha traído esto para vos -le informó alargándole un pliego lacrado.


-Gracias, Angela -le dijo tras lo que la muchacha se retiró. -Edward, es de mi padre -le anunció mostrándole inquieta el sello de Breslau.


-Tranquila, Bella -la calmó él mientras la llevaba hasta uno de los bancos de piedra. -Dámela, yo la leeré para los dos -le pidió sentándose a su lado y tomando la misiva.


Queridísima hija:


Antes que nada quiero expresar mi profundo pesar por el atentado que sufrió el Rey Jasper y quisiera que le hicieras llegar en mi nombre mis más sinceros deseos de recuperación. De más está decir que si precisase de mi ayuda para cualquier tipo de menester, incluido el apoyo de mi ejército, estoy a su entera disposición.


Dicho esto paso al motivo real de esta carta y que tanto me va a costar expresar. Antes de continuar, quiero apelar a vuestro entendimiento y comprensión, tanto tuyos como de tu esposo y, a ti en concreto, al amor de hija que, en el fondo de mi corazón, espero aún me profeses.


La verdad de todo esto es que nada de lo que te escribí en última carta fue dicho desde la sinceridad, no sentí ni una sola de las palabras que plasmé en aquel pliego y si lo hice fue sólo con la esperanza de provocar lo que ha sucedido, que unas tu vida a la del Príncipe Edward.


Imagino vuestro más que comprensible asombro y sin más dilación paso a relatar la inverosímil e incalificable situación que me ha llevado a actuar así.


Bella, como bien sabéis, el Príncipe Jacob viajó conmigo de vuelta a casa después de la boda y durante todo el trayecto no hizo más que sugerirme lo conveniente de una alianza entre nuestros Reinos mediante la unión entre vosotros, además de confesarme sus sentimientos hacia ti y asegurarme que te haría feliz. Yo no dudé de ello, y creí que sus deseos de establecer finalmente un compromiso entre vosotros lo llevó a manifestarlo abiertamente. Hoy por hoy creo que, además de eso, él si percibió, al contrario que yo por desgracia, que algo comenzaba a nacer entre el Príncipe Edward y tú y quiso anticiparse.


Cuando llegamos a Breslau y después de tres jornadas de viaje, expresó sus deseos de hacer noche allí para descansar, antes de partir hacia Dagmar y yo, por supuesto, acepté encantado. Bella, tú sabes que siempre he tenido en gran estima a ese muchacho y muchas veces te hice saber mi preferencia a que te unieras en matrimonio con él y, ahora me doy cuenta de que él también lo sabía. Lo que aconteció después... incluso todavía me avergüenzo al recordarlo y, aunque quisiera justificarme y culparlo a él de que me engatusó vilmente o me engañó con malas artes, sería injusto pues yo mismo, inconscientemente permití que lo hiciera. Nos pasamos la velada brindando, e imaginando en voz alta la dicha que traería para nuestras familias el que se produjera tal unión. Jacob hizo especial hincapié en tu aprecio por él y se mostraba más que convencido de que llegarías a amarle, era una felicidad completa. Entre eso, y el sopor de un par de jarras de vino de más, me convenció de que firmara un acuerdo nupcial entre vosotros... así de sencillo y... bochornoso.


Al día siguiente, con el documento en la mano, partió hacia Dagmar, imagino que lleno de gozo y satisfacción. Sin embargo, yo me angustié al saber que había roto la promesa que te había hecho hacía sólo unos días, pero confié en que fuera cierto ese aprecio que tú sentías por él del que tanto hacía mención Jacob y que, por tanto, no te negaras a aceptar aquel compromiso. Me disponía a escribirte cuando llegó tu carta. Créeme cuando te digo que me sumí en la desesperación al comprobar que en un acto tan irresponsable, insensato e impropio de mí estaba poniendo en juego tu felicidad y, aunque jamás puse en tela de juicio tu amor por el Príncipe Edward o lo apropiado o no de tu elección, no sabía como hacer para asumir la situación que yo mismo había procurado con tanta simpleza y estupidez.


Decidí partir hacia Dagmar. Como era de esperar, William estaba radiante de felicidad ante la perspectiva del matrimonio entre nuestros hijos. Sin embargo, Jacob no entendía el porqué de mi pronta visita y lo noté inquieto, por lo que decidí tantearlo. En lugar de comunicarles claramente tu firme decisión de unirte a Edward, les confesé mi preocupación ante tu reacción al no habértelo consultado primero y fue cuando Jacob me mostró su verdadera cara. No trató como la vez anterior de convencerme alegando que tu afecto por él pasaría rápidamente al amor sino que se mostró del todo ofendido, airado, restregando en mis narices el maldito acuerdo que yo había firmado de mi puño y letra y, me dejó entrever las consecuencias de romper dicho pacto. No habló expresamente de un enfrentamiento pero no hizo falta.


Puedes imaginar primero la decepción que sentí ante aquel muchacho que alguna vez creí que podría ser mi sucesor y luego, la impotencia de no saber como romper ese endemoniado compromiso sin provocar una catástrofe. Para mi fortuna, él mismo me dio la idea. Me propuso que lo mejor era escribirte cuanto antes para poder empezar con los preparativos de la boda... definitivamente ese muchacho temía que surgiera algo entre vosotros dos.


Decidí complacerle, y de que manera... era incapaz de ocultar el gozo que le creaba la dureza y firmeza de mis palabras caligrafiadas en ese pliego obligándote a volver y tuvo por seguro que tú no dudarías en acatar mi voluntad. Sin embargo, yo confiaba en que no sería así. Eres mi hija y te conozco y, si tu amor por Edward era tan genuino y verdadero como narrabas en tu carta, no te conformarías tan fácilmente, lucharías por hacerlo valer y recé para que ocurriera lo que justamente ha ocurrido.


Hijos míos, me apena en lo más profundo que las cosas se hayan dado de esta forma, que os haya precipitado a celebrar vuestro matrimonio de un modo furtivo e intempestivo, sin que todos vuestros seres queridos hayan sido testigos y creyendo que contabais con mi profunda desaprobación. Edward, para mí es un verdadero castigo el no haber podido ser yo quien te entregara a mi única hija en el altar, aunque soy consciente de que es muy poco para lo que merezco. Sé que apenas te conozco pero estoy seguro de que tú eres la felicidad de Bella, por algo te ha elegido, y eso hace que te respete y te aprecie, sabiendo con certeza que dejo a mi hija y a mi Reino en las mejores manos. No puedo hacer más que pedirte perdón humildemente. Y a ti, mi querida hija, no sé con que palabras describir el pesar que siento y la vergüenza por haberte decepcionado de esta forma. Sólo espero que algún día puedas, si no perdonarme, tratar de entenderme. Este es tu Reino, Bella y sus puertas, al igual que las de mi corazón siempre estarán abiertas para vosotros. Sólo espero que no me cerréis las vuestras.


Con todo mi amor y arrepentimiento.


Charles, Rey de Breslau.


Cuando Edward concluyó la lectura de la carta desvió su mirada hacia Bella y vio que las lágrimas recorrían sus mejillas. Él mismo se hallaba aturdido, sin habla. La apretó contra su pecho y acarició su cabello, tratando de darle consuelo.


-Edward, no sé que decir -susurró ella.


-No creo que debas decir nada, ya está todo dicho -la calmó él.


-Pero mi padre...


-Cometió un error -atajó él. Bella alzó su rostro sorprendida.


-Es una forma muy sutil de llamarlo ¿no crees? -lo miró confundida. -Es una actuación totalmente deplorable y... ridícula -espetó. -Dejarse manipular así.


-Lo que me lleva a pensar que él no fue el único culpable en esta historia, Bella -aseveró con firmeza.


-Jacob... -agregó ella. -Nunca creí que fuera tan ruin. -La decepción en su voz era más que evidente. -Me preocupa como pueda actuar cuando se entere de todo -dijo con recelo.


-Pues a mí en lo absoluto -sentenció él con seguridad. -Ya eres mi esposa, nada puede hacer para remediarlo -le sonrió mientras secaba suavemente con sus dedos los rastros que había dejado el llanto en su piel -Y dudo que se atreva a provocar un enfrentamiento, sabe que está en desventaja ante nuestros ejércitos.


-¿No estás... molesto? -preguntó vacilante ante su calma. Edward resopló.


-No podría definirlo, Bella -negó con la cabeza. -Me reconcome el dolor que has sentido este tiempo al pensar que tu padre no aprobaba nuestra unión y que te hayas casado conmigo con la certeza de que lo hacías en contra de su voluntad aunque... -dudó durante un momento -llámame egoísta si quieres pero en el fondo me alegro de que estoy haya sucedido -acarició con ternura su rostro. -He disfrutado de la dicha de hacerte mi esposa, de hacerte mía, mucho antes de lo que jamás hubiera imaginado y eso nadie podrá cambiarlo, ni siquiera Jacob lanzando una horda de demonios sobre nosotros -añadió con un susurro, deslizando sus dedos hacia su barbilla e inclinándose sobre ella de forma peligrosa. -Eres mía, Bella, me perteneces, en cuerpo y alma y para siempre.


Y con sus labios rubricó aquella afirmación, besando los suyos con urgente necesidad, tratando de borrar con el dulce sabor que emanaba de Bella esa pequeña punzada que había sentido en su pecho ante la fugaz idea de que aquel príncipe tramposo tratara de recuperarla. Moriría antes que permitir que así fuera.


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Charles bajó con gesto agotado del carruaje, desde Breslau al Reino de Dagmar sólo había dos jornadas de viaje pero el calor veraniego los hacía extenuantes, además de que el motivo de su visita tampoco elevaba su ánimo. Iba a atravesar el pequeño patio que antecedía la puerta principal cuando un linda muchacha de largo y negro cabello, al igual que sus ojos, y piel de un tenue cobrizo salía a su encuentro.


-¡Leah! -exclamó el Rey al verla.


-¡Hola, Majestad! -lo saludó ella con entusiasmo.


-Qué grata sorpresa encontrarte aquí -respondió él animado.


-Llegamos hace unos días -le informó.


-Me alegra enormemente tener la ocasión de encontrarme a tu padre -le sonrió. -¿Ha venido también tu hermano?


-Sí, Seth está con Jacob en las caballerizas y mi padre está en la sala con el Rey William -le respondió.


-¿Me podrías hacer el favor de ir a buscar a Jacob? -le pidió amablemente.


-Claro que sí -asintió antes de ir a cumplir su petición.


Charles la vio por un momento alejarse y volvió a emprender su camino hacia el interior del castillo. Su amistad con William se remontaba a muchos años atrás y su visitas eran asiduas, así que ya no precisaba de ser anunciado, por lo que pasó directamente al salón, encontrando a sus dos amigos riendo, sentados a la mesa con sendas jarras de cerveza.


-¿No es demasiado pronto para empezar con la cerveza? -les dijo a modo de saludo. Ambos hombres se voltearon a mirarlo y se levantaron abandonando la mesa para ir a su encuentro.


-Querido Harry -le palmeó la espalda de su amigo con entusiasmo. -¡Cuánto tiempo sin verte! -exclamó. -Acabo de encontrarme con Leah y casi no la reconocí. Se ha convertido en una jovencita preciosa.


-William me estaba contando sobre Bella y su compromiso con Jacob -le guiñó el ojo.


-Charles, sabes que aprecio cada una de tus visitas pero sólo hace un par de semanas que te marchaste de aquí -le sonrió. -Si lo que quieres es pasar una temporada con nosotros no tienes más que decirlo -bromeó.


-Temo que el motivo de mi visita no sea nada agradable -anunció con seriedad.


-Me alarmas amigo mío, ¿que sucede?


-Deberíamos esperar a Jacob antes de explicar nada -le dijo. -Esto le concierne a él más que a nadie.


-No será necesaria la espera -apreciaron la voz de Jacob en la entrada al salón, que caminaba flanqueado por Seth y Leah. -Ya estoy aquí y dispuesto a escuchar todo lo que tengáis que decir -añadió con gran suficiencia.


Aquella muestra de soberbia molestó a Charles, y aún más al recordar su innoble engaño, así que se limitó a buscar en el bolsillo de su capa la carta de Bella.


-Enterate tú mismo -demandó ofreciéndosela.


Jacob tomó el pliego con desconfianza y comenzó a leerlo. Conforme sus ojos iban recorriendo cada una de sus líneas su expresión se tornaba más y más iracunda.


-¡Esto es una vil calumnia! -le acusó exaltado sin apenas terminar de leerla -¡Una verdadera infamia! ¡No creo ni una sola palabra de este miserable escrito!


-¿Qué está sucediendo? -insistió William molesto.


-Amigo mío, siento comunicarte que el acuerdo matrimonial que firmé, en el que fijaba el compromiso entre nuestros hijos no podrá hacerse efectivo -le informó con solemnidad. -Desobedeciendo mis expresos deseos, Isabella ha contraído matrimonio con el Príncipe Edward de Meissen.


-¡Eso es una completa falsedad! -gritó Jacob, incapaz de creer aquello.


-Tú mismo lo has leído -aseveró Charles.


-Tendré que verlo con mis propios ojos -masculló entre dientes.


-¿Qué piensas hacer, hijo? -se alarmó William.


-Ir al Reino de los Lagos -le aclaró.


-Eso es una necedad -le sugirió Harry, aunque Jacob hizo caso omiso y se dispuso a abandonar la sala.


-¿No has terminado de leer la carta? ¡Están sitiados! -alcanzó a agregar Charles haciendo que Jacob se detuviera.


-¿Sitiados? -se sorprendió William.


-Parece que el Rey Jasper sufrió un atentado -comenzó a explicarse.


-¡Poco me importa! -le interrumpió Jacob. -No podrán negarse a recibirme -le advirtió. -Bella me debe una explicación.


-No Jacob, espera -le sujetó por un brazo Seth.


-¡Suéltame! -se zafó con brusquedad de su agarre y salió a grandes zancadas del salón, yendo Leah tras él.


-¡Muchacho, que ensillen mi caballo! -le ordenó a uno de los mozos que encontró en el corredor mientras se dirigía a su recámara.


-Jacob, estás siendo un inmaduro, actuando de forma tan impulsiva -lo acusó Leah quien casi tenía que correr para poder alcanzar sus pasos. -Párate a pensar por un minuto.


-¡No tengo nada que pensar! -vociferó abriendo con violencia la puerta de su habitación.


-Pero si ya se ha unido a otro hombre es algo que no tiene remedio -trataba ella de hacerlo entrar en razón -¿qué vas a hacer si no? ¿matarlo? -agregó con sorna.


Jacob soltó encima de la cama la muda de ropa que había tomado y la miró con dureza, los ojos inyectados de furia.


-No me des ideas, Leah -farfulló crispado.


-¿Te has vuelto loco? -se alarmó ella. -Manchar tus manos de sangre por una mujer que no te ama y a la que estoy segura que no amas tú tampoco.


-¿Qué sabrás tú de mis sentimientos? -se puso a la defensiva, airado. -Además, esto no es de tu incumbencia.


-Por supuesto que lo es -le gritó ella. -Me duele ver como has hecho el ridículo todo este tiempo, tratando de que ella simplemente te mirara, de ganar su favor, cuando estaba más que claro que a Bella sólo la unía a ti un afecto fraternal. Te viste deslumbrado por su naturaleza tan singular, mezcla de fragilidad y fortaleza, sin ni siquiera plantearte si una mujer como ella te haría feliz -aventuró con voz firme. -Y ahora te has propuesto conseguirla a como de lugar, utilizando incluso argucias indignas de alguien de tu posición, únicamente porque otro hombre ha posado sus ojos en ella.


-No sabes lo que dices -espetó mientras terminaba de acomodar su morral, sin mirarla, tratando de impedir que su subconsciente depurase de aquellas palabras lo que pudieran tener de ciertas, que él bien sabía era mucho.


-Jacob, no es más que un sueño de humo -le dijo ahora con mirada comprensiva, posando una mano sobre su brazo, afablemente. -No sabes el dolor que produce cuando crees que estás a punto de tocarlo y se desvanece entre tus dedos.


-Cualquiera diría que sabes de qué estás hablando -concluyó con cierta sorna en su voz, colgando el morral en su hombro, tras lo que abandonó la recámara.


-Lo sé mejor de lo que tú crees -susurró ante una habitación ya vacía, con el corazón entristecido y anegado por las lágrimas.