Dark Chat

lunes, 9 de noviembre de 2009

GHOTIKA

Los juegos infantiles no son tales juegos,

si no sus más serias actividades
Michel Eyquem de Montaigne


Capítulo 13: La Invitación


El sonido del timbre llegó hasta al cuarto de Bella, en donde ella se encontraba en compañía de Alice. Ambas muchachas bajaron las escaleras, preguntándose quién podría ser a esa hora…


Era viernes, alrededor de la media noche, y la pequeña de cabello negro había decidido desobedecer las exageradas órdenes de su madre y quedarse con su amiga para acompañarla…


Alice se había alegrado al notar que, con el paso de los días, Bella superaba cada vez más (y de manera muy asombrosa) la muerte de sus padres. Lo notaba con las pequeñas cosas que volvían a su curso, como el que su amiga volviera a escuchar música después de semanas tras no hacerlo, el que de vez en cuando sonriera y el que, aquella noche, había decidido a comenzar a diseñar una nueva prenda mientras una película de terror se reproducía en la máquina de DVD


“Darío” – murmuró Bella al abrir la puerta y encontrarse con la infantil figura vestida de negro.


“Hola” – saludó el niño inmortal, sonriendo ligeramente, mientras levantaba su mirada gris para posicionarla a la altura de ambas humanas – “Espero no molestar con mi visita”


“Claro que no” – contestó, mientras se hacía a un lado para que la criatura pasara.


Cuando Darío les dio la espalda, y se encaminó hacia el centro de la sala, ella y Alice intercambiaron sendas miradas inquisitivas. Aquella visita se les hacía más que extraña.


Durante las pocas semanas transcurridas después del entierro de los señores Swan, el hermano menor de los Cullen, solamente se había aparecido frente a ellas en un par de ocasiones, en las cuales, él no había cruzado ni la más mínima palabra con ellas. Así que, el repentino hecho de que el pequeño apareciera en la puerta de la casa, a casi media noche y con una llovizna ligera bañando el suelo, Definitivamente, no tenía nada de ordinario.


“¿Vienes solo?” – preguntó Alice, viendo fijamente como el niño tomaba asiento con movimientos elegantes y fluidos, muy similares a los desplazamientos de sus hermanos.


“Si. Jasper y Edward se encuentran en casa”


“No deberían dejarte salir solo a esta hora, ya es muy tarde” – comentó Bella, con cierto grado de molestia en su voz. Si a ella algo le irritaba, era la irresponsabilidad.


El pequeño inmortal sonrió, realmente divertido, por el comentario. Entre los tres, si alguien corría peligro en ese (y en todos) los momentos, eran ellas. Tan frágiles y tan volátiles para sus ojos eternos que, por el simple hecho de ser mortales, le parecían grandiosamente hermosas.


Un viento helado se filtró por la ventana, trayendo consigo la fragancia de ambas muchachas a su pequeña y recta nariz. Para la vista de cualquier humano, el tenue cambio de color que sus ojos conferían a la sed, era imperceptible, sin embargo, de haber estado presentes ahí Edward o Jasper (o cualquier otro vampiro), se hubieran percatado fácilmente que el tono grisáceo de su mirada adquiría un leve toque carmesí en las orillas de sus pupilas.


El niño vampiro miró fijamente dicha ventana y, sin mucho esfuerzo, la cerró rápidamente. Le encantaba tener cualquier pretexto para usar su tan practico don… era su juguete preferido.


Bella y Alice escucharon el sordo golpe que provocó el choque de la ventana con el metal y no encontraron nada de extraño en ello ya que ambas pensaron que había sido el viento, y no Darío, el causante de semejante acción.


“¿Gustas algo para tomar?” – ofreció Bella, olvidándose del asunto de la irresponsabilidad por parte de los Cullen – “La temperatura ha bajado demasiado, seguramente se te apetece algo calido”


“Si” – contestó el vampiro – “Se me antoja un poco de sangre tibia”


El silencio se levantó en la estancia, el cual fue rotó, segundos después, por las jovencitas adolescentes, quienes comenzaron a reír, tomando el comentario pasado como una broma.


“Veo que el estar con tus hermanos te ha pegado mucho de sus tendencias” – dijo Alice, aún en medio de risitas.


El pequeño asintió, estirando sus labios y sintiéndose mucho más tranquilo de que su travieso desliz no hubiera sido tomado en serio. Debía controlar más su instinto juguetón si no quería dar a conocer aquel oscuro secreto que solamente a sus hermanos mayores les correspondía revelar.


“Dejándonos de bromas, ¿Qué te ofrezco?” – inquirió otra vez Bella, poniéndose de pie, dispuesta a preparar lo que a su visita se le ofreciera.


Darío levantó la mirada hacia la muchacha y no pudo evitar fruncir levemente sus cejas al recordar una ocasión en la cual se vio obligado a ingerir comida humana… el recuerdo era repugnante. Así que, aunque se estaba divirtiendo mucho, debía apresurarse a llevar a cabo el motivo de su visita


“Gracias, pero no tengo apetito. Además, tengo que darme prisa para llegar a casa” – agregó de manera amable, mientras se incorporaba del asiento y caminaba, para acercarse más, hacia las dos chicas – “Solamente quería hacerles entrega de esto” – su mano se extendió para facilitar el alcance de un diminuto papel, en forma de pergamino.


Alice fue la que lo cogió y, al desenrollarlo, leyó con voz bajita lo que las elegantes y formales letras cursivas decían.


Esperamos no sea mucho nuestro atrevimiento


al pedir, de la manera más humilde, que asistan


a nuestra casa, en la cual serán bienvenidas, si tienen el deseo


de acompañarnos para cenar mañana por la tarde.


Su presencia es gran motivo de nuestra impaciencia e ilusión.


Atte


Edward y Jasper Cullen.


Al terminar de leer el pequeño mensaje, la sala quedó en completo silencio.


Las dos góticas estaban completamente paralizadas. La emoción y el desconcierto eran demasiados como para poder disimularlo. Realmente, ninguna de las dos, ni en sus más vagos y delirantes sueños, había imaginado semejante invitación por parte de aquel par de misteriosos chicos.


Por su parte, el pequeño Darío estaba luchando arduamente consigo mismo por no romper en una carcajada…


Solo esperaba que sus hermanos le perdonaran la pequeña ayuda (y broma) que les había tendido a todos. De todas formas, pronto lo sabría, en cuanto llegara a casa. Ya casi podía imaginarse los rostros de Edward y Jasper al enterarse que, sin planearlo, mañana en la tarde tenían una romántica velada.


“Entonces, ¿Qué mensaje les hago llegar a mis hermanos?” – inquirió, de la manera más inocente que le fue posible.


Alice y Bella volvieron a intercambiar miradas y, haciendo un mutuo acuerdo mental, volvieron sus rostros para encarar al infante que esperaba por una respuesta.


“No sabemos la dirección de tu casa” – recordó Bella – “¿Cómo vamos a llegar?”


“¿Eso es un si?” – quiso saber Darío, mientras su lucha interna por mantener la compostura serena y desinteresada se volvía, cada vez, un poco más difícil


“S-si” – confirmó Alice, bajando la mirada. ¿Por qué se le habían encendido de esa manera sus mejillas?


“Bien” – musitó el pequeño, sin poder reprimir más la sonrisa traviesa que dibujaba sus labios, aunque debía admitir que un ligero ardor quemaba su garganta – “Por la dirección no se preocupen” – agregó – “Mis hermanos han contratado a alguien para que venga por ustedes”


“OH…” – fue lo único que las mortales pudieron pronunciar…


“Me tengo que ir”


“¿No quieres que te vayamos a dejar?” – ofreció Alice, viendo que el reloj.


El pequeño vampiro negó lentamente con su cabeza, alborotando los cabellos negros con el movimiento y dirigiéndose hacia la salida


“Espero que descansen”


“Tu también” – dijeron ambas jovencitas – “Que tengas buena noche”


“Seguro” – contestó para si, mientras comenzaba a caminar hacia el centro del bosque.


A diferencia de todos (o, al menos, de la mayoría) de los vampiros, a Darío no le causaba gran emoción el correr a velocidades extremas. Él prefería caminar a paso humano. Era una actividad que había aprendido de Edward. Le gustaba mucho contemplar, con cada paso que daba, el cómo cada tronco del árbol era diferente al otro, cómo la tierra húmeda se hundía bajo sus pies o los sonidos que la madre noche le solía dedicar a sus oídos.


Durante todo el camino, fue sonriendo abiertamente.


Edward, quien se encontraba en la terraza con Jasper, escuchando la melodía que éste hacía sonar con su violín, le vio llegar primero. Darío subió trepando los muros hasta donde ambos vampiros se encontraban y, no queriendo interrumpir aquella hermosa composición, se sentó al lado de Edward, en completo silencio.


Jasper siguió tocando. Su cuerpo se agitaba ligeramente, arqueándose hacia atrás o hacia delante, con cada movimiento que sus manos daban al instrumento. Su cabello rubio se mecía con el viento que soplaba y su expresión denotaba los sentimientos que, cada una de las notas dadas, quería transmitir. La pequeña llovizna no había dejado de caer ni un solo instante y, fuera de ser un impedimento para disfrutar del privado concierto, solamente ayudaba a que la escena les pareciera más esplendida.


“Es una melodía muy hermosa” – murmuró Darío, mientras cerraba los ojos e inhalaba profundamente.


Solamente la música creada por su hermano era tan delicada y apasionada, que hacía hasta al viento cambiar de fragancia… entonces, recordó que, aparte de aquel sonido nacido por el arco al contacto de las cuerdas, había otro más que le gustaba.


“Edward, me gustaría escucharte tocar el piano” – manifestó el pequeño, provocando que el aludido riera entre dientes.


“Tendrás que esperar para ello” – contestó – “aquí, carecemos de uno”


Darío asintió. Sabía cómo arreglar ese problema.


Jasper dejó de tocar, pudiendo percatarse al instante como sus espectadores se desilusionan por sentirse privados de tan relajantes sinfonías. Sonrió. Prometiendo, con ello, una pronta presentación. Sintió, también, la casi imperceptible inquietud que comenzaba a embargar a Darío, pero prefirió no comentar al respecto… sabía que él no tenía secretos con ellos.


Al cabo de unos minutos, también Edward se percató del extraño comportamiento de su pequeño hermano, quien se encontraba jugando, silenciosamente, con una pequeña piedra, en forma de triangulo, la cual había levantado (psíquicamente) desde el suelo del primer piso, hasta tenerla frente a él. El inanimado objeto subía y bajaba, se deslizaba de derecha a izquierda, y viceversa, movida solamente por la mente del niño, que parecía completamente absorto…


“No querrás que te lea la mente sin tu consentimiento” – advirtió Edward, mientras clavaba fijamente su mirada en el infantil rostro – “Yo tampoco quiero hacerlo. Sabes que me disgusta usar mi don con las personas a quienes quiero así que, ahórrame el disgusto y, di lo que tengas que decir”


Darío bajó la mirada y rompió toda la concentración que tenía puesta sobre la piedra, logrando que ésta cayera.


“Fui a casa de las humanas” – comenzó a decir.


Repentinamente, ya no se sentía tan seguro de que sus hermanos le iban a perdonar el atrevimiento. Decidió no levantar la vista, para no acobardarse y, suspirando profundamente para recobrar el tono firme de su voz, agregó


“Les di una invitación, la cual llevaba como remitente sus nombres y decía que las esperan mañana, aquí en la casa,… a una cena”


"¡¿Qué?!"

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