Dark Chat

domingo, 22 de agosto de 2010

Destellos de Oscuridad

Capítulo 3

Sueños

Una noche tranquila, en la que el viento es apenas una caricia, apenas un pequeño y débil suspiro que se lleva los sueños de la gente, mientras ellos cierran los ojos y se ciegan a la oscuridad. El aire entró por la casa, y se coló hasta la sala donde se encontró con el pálido rostro de un vampiro, quien sintió la brisa y esperó a que se llevara los últimos restos de su cordura.

Porque no podía encontrar otra explicación a lo que le ocurría, sólo que estaba completamente demente. Eso era, ya que los vampiros no podían soñar ya que carecían de lo que los humanos llamaban: capacidad de dormir. Uno de los tantos precios a pagar por la vida eterna.

Entonces, si no eran sueños lo que experimentaba ¿Qué eran? O tal vez su imaginación jugaba con él, debido a la soledad a la que él sólo se había condenado.

Los vampiros ni siquiera tenían la necesidad de cerrar los ojos, no tenían que parpadear pero… él lo hacía porque sólo entonces podía sentirse completo.

Edward sonrió y le dio un último vistazo a su sala, antes de sentarse en el sillón y cerrar los ojos.

Ahí estaba ella, resplandeciente en la oscuridad que la rodeaba. Su cabello largo y castaño caía por sus hombros, Edward moría por pasar los dedos por esos espesos y brillantes cabellos. Sus ojos, que siempre miraban a otro lugar, estaban inundados de un color como el chocolate líquido, él quiso hundirse en ellos.

Edward extendió su brazo, pero sabía que era inútil, podía apreciar con sus ojos toda la hermosura de ella, pero jamás podía tocarla.

Entonces, ella levantó la vista y le sonrió. Una sonrisa que le iluminó el rostro, y la hizo destellar en las profundidades de la oscuridad, y ese gesto era sólo para él. Los ojos de la vampiresa parecían invitarlo a que se acercase y la tocara, pero él no podía hacer eso.

Ella era cruel, concluyó Edward, tentándolo de esa forma… jugando con él.

Afuera de su hermoso ensueño, escuchó la puerta abrirse, Edward apretó la mandíbula deseando que se invitado se retirara y no lo molestara. Aunque se tratara de su hermana.

Los pensamientos de Alice le llegaron a la mente mucho antes de que ella se situara frente a él. Estaba preocupada, por él.

A regañadientes, abrió los ojos, sabiendo que en cuanto lo hiciera, ella desaparecería.

-En este momento me dices lo que te ocurre, Edward –exigió su hermana.

El vampiro casi ríe tras escuchar sus palabras, nunca había entendido como Alice, con su delgada y pequeña complexión, podía verse tan amenazadora como en aquellos momentos.

-No me ocurre nada –le aseguró.

Alice se cruzó de brazos.

-¿Por qué ya no pasas tiempo con nosotros?

Edward apretó los labios al escuchar esa pregunta, no era una que quisiera responder. No quería decirle a su hermana, que a pesar de estar con ellos, nunca que había sentido completamente feliz, no quería decirle que cada vez que los veía sentía algo de celos, porque ellos habían encontrado a sus compañeros y él… nada.

Siempre se había sentido solo.

Tampoco quería decirle que pensaba que se estaba volviendo loco. El último mes había experimentado la felicidad y la tortura al mismo tiempo. Y todo porque se le había ocurrido, treinta días atrás, cerrar los ojos tan sólo un instante, era la primera vez que la había visto.

Desde entonces se había vuelto un vicio, una obsesión alejarse del mundo real y cerrar los ojos.

-Edward… -insistió Alice, con esa mirada suplicante, de la que ella era una experta dibujando en su rostro.

-Me he vuelto loco –soltó por fin, sintiéndose un poco más tranquilo al compartirlo con alguien.

Pero en lugar de la expresión horrorizada, que pensaba que vería en el rostro de su hermana, ella sólo le sonrió. Fue eso lo que lo ánimo a decirlo todo, y cuando terminó, Alice estaba tranquila, como si lo que le ocurría fuera perfectamente normal.

"Ella es tu compañera" escuchó sus pensamientos, antes de que los pudiera decir en voz alta.

-Debes estar en un error –soltó Edward-, alguien tan perfecto no puede existir…

Alice se rió, y le dirigió una mirada llena de cariño.

-Claro que existe, ella está hecha para ti.

Esas palabras lo fascinaron, pero aún así no podía creer en ellas. Porque la hermosa chica que él veía siempre parecía tan… inalcanzable, irreal… Y él había pasado tantos años sólo que ya había perdido la esperanza de encontrar a su compañera.

-¿Cómo puedo encontrarla? –le preguntó a Alice con desesperación, ya estaba cansado de verla y no poder tocarla.

Ella negó con la cabeza.

-Tienes que ser paciente, ustedes se tienen que encontrar están destinados a eso…

-¿Tú no puedes verla, y decirme dónde está? –cuestionó.

-No puedo ver nada en lo que concierne a ella –dijo, tras una mueca de frustración.

-¿Por qué?

-No lo sé, pero es como si algo… me impidiera ver –soltó, no muy contenta.

Edward comenzó a preocuparse.

-Pero creo que la encontrarás –se apresuró a decir Alice-, sólo tienes que esperar.

El no sabía si podría aguantar así por mucho tiempo.

Edward se rió al recordar lo que apenas había pasado hace una semana, se había sentido en agonía, y ahora estaba completamente feliz.

La había encontrado, y verla en el mundo real había sido mucho mejor que en su mente. Y no sólo la había visto, sus dedos se habían cerrado sobre su muñeca, y el contacto lo había aturdido más de lo que había imaginado. Era como si la piel de ambos pudiera fundirse en una sola, en ese momento se había sentido… completo.

Aunque ella había venido para destruirlo y se alejara de él como lo hizo aquella noche, él no podía dejar de sentirse así.

Entonces, el humor de Edward cambió drásticamente al recordar la herida que había visto en ella. La muerte parecía un precio muy bajo para el bastardo que le había causado tal daño, se había prometido destrozarlo hasta que no quedara nada de él.

Como hace una semana, los pasos volvieron a hacer ruido en la casa, hasta que el pálido rostro de su hermana se asomó por la puerta y entró en la casa hasta llegar a dónde se encontraba.

-¿Cómo estás? –le preguntó Alice.

-Ansioso –admitió. Hoy mismo se pondría a buscarla, y no importaba si tenía que recorrer toda la ciudad para hallarla. Aunque esta vez sería una tarea más sencilla, porque ya tenía su deliciosa esencia grabada en su memoria.

-Irás tras ella –dijo Alice, lo que por supuesto, no era una pregunta.

-Sí –respondió él, de cualquier forma.

-Antes que te vayas –le dijo ella-, quiero que me escuches.

Edward asintió.

-No creo que sea buena idea que le digas que ella es tu compañera –prosiguió-, no parecer estar lista para esa noticia, creo que deberías acercarte a ella lentamente, y primero tendrás que ganar su confianza.

Edward aceptó el consejo de su hermana, aunque una parte de él, quería encontrar a su compañera y aprisionarla entre sus brazos para que no volviera a escapar de él.

Si le decía la verdad, probablemente ella no le creería y huiría de él lo más rápido posible, o intentaría matarlo otra vez. Edward se permitió sonreír, ahora que la había encontrado y que sabía que era real, podía ser más paciente… aunque no mucho.

Edward la convencería poco a poco, de que ellos se pertenecían el uno al otro. Ella era su compañera y nada ni nadie se la arrebataría.

-No te preocupes, Alice, no me precipitaré –le aseguró, y salió de la casa.

No fue difícil encontrarla, pues a parte de que seguía su esencia, había algo que parecía guiarlo hasta ella.

Un edificio algo viejo se extendió ante sus ojos, ella debía de vivir ahí, porque el aroma era más fuerte conforme se acercaba hasta la construcción. Sin razonar lo que hacía, y como si sus piernas se movieran por si solas, comenzó a subir las escaleras… hasta que se encontró frente a su puerta. Casi podía verla a través de la manera, y escuchar su caminar…

La perilla de la puerta comenzó a girar.

Edward tras un instante, decidió retroceder el camino que había recorrido hasta salir del edificio. Ni siquiera se había abierto la puerta, cuando él ya estaba afuera, escondido detrás de una de las casas silenciosas de la calle, él era muy rápido, incluso para un vampiro.

El se había prometido ir lento, así que esa noche sólo se limitaría a verla, aunque sea de lejos.

Se alegró, al ver que ella salió poco después que él, al parecer lo había sentido. Llevaba su cuchillo firmemente en la mano, la hoja de plata parecía brillar, peligrosa, a la luz de la Luna. Los hermosos ojos de la vampiresa escudriñaron la oscuridad, parecía un tanto nerviosa, como si esperara ser atacada en cualquier momento. Giró la cabeza en varias direcciones, pero no lo vio.

A Edward le estaba costando toda la fuerza de su voluntad permanecer donde estaba, pues ella estaba a tan poca distancia de él.

Sólo quería volver a tocarla.

Después de unos minutos, logró tranquilizarse de nuevo, pero cuando estaba seguro que no se acercaría a ella… escuchó su voz.

-Seas quien seas se que estás ahí –soltó ella, enojada-, y si no sales en este momento te juro que te encontraré y te dolerá… bastante.

Su fuerza de voluntad se destrozó en ese momento. Después de todo si ella quería verlo, no podía negárselo…

Pero le había prometido a Alice no precipitarse.

Edward sacudió su cabeza, no, lo que le había prometido a su hermana era no decirle a la vampiresa que era su compañera… y ahora sólo dejaría que ella lo viera, y si le preguntaba porque estaba ahí le mentiría. Además tenía que saber su nombre…

-¡No estoy jugando! –gritó ella-. ¡Muéstrate en este instante!

A tan dulce petición ¿Quién podía resistirse?

Se acercó a ella tan rápido, que la vampiresa apenas pudo ver cuando se detuvo a unos pasos de distancia.

-Aquí me tienes –le dijo.

Ella en cambio, parecía debatirse entre la confusión y la sorpresa, y finalmente decidió levantar el cuchillo, apuntándole directo al corazón.

-Edward…

A él le encantó el modo que sonaba su nombre en sus labios, y no pudo evitar sonreírle, a pesar que ella le amenazaba con un cuchillo. Tal vez hacerla confiar en él sería… un poco más difícil de lo que había imaginado.