Dark Chat

jueves, 29 de abril de 2010

Inmortal

Hello mis Ángeles hermosos !!! aquí de nuevo con ustedes y adivinen que ????
Les traigo un nuevo fic. este fic le pertenece a mi querida Anju DarK ya muchas conocemos su trabajo y así como les han encantado y sorprendido sus historias sin duda esta lo hará también
Esta es una historia de amor entre seres míticos, donde hombres lobo y hechiceras forman parte de la trama
Así dicho esto aquí les dejo los primeros cap. y por favor dejen sus comentarios al final.
Mil besitos
Angel of the dark.
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INMORTAL


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"Los edificios arden, las personas mueren, pero el amor verdadero… es para siempre"

El cuervo.

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Epílogo.

Hay amores que nunca mueren. Historias que nunca terminan. Rostros que jamás se olvidan.

Los años no duran precisamente trescientos sesenta y cinco días. Tampoco las horas duran sesenta minutos, ni mucho menos éstos están formados por sesenta segundos. El tiempo es diferente para cada uno. En un suspiro podrías encontrar décadas enteras… Un siglo puede parecerte tan corto como un eclipse, si luchas, si amas, si sufres…




Capítulo 1: Introducción


El viento sopla y las ramas de los árboles se agitan con su suave caricia. El agua azul y cristalina moja las rocas, como beso del hombre la boca de su amada. La tierra se desplaza, poderosa e inmune bajo los pies vírgenes y descalzos de los humanos…


El inmenso bosque de Forks: Mi reino, mi hogar, la cuna de mi nacimiento, la casa de mi eternidad. El lugar donde he de pasar años, décadas, siglos, milenios… sin conocer nunca la muerte. Soy inmortal. Y el solo pensarlo me aterra. No quiero una vida infinita, llena de soledad y tristezas…


–Alteza, tiene que arreglarse. El baile comenzará en pocas horas.


Horas… ¿Qué son las horas para mí? Nada más que pequeños fragmentos de una inexistencia ilimitada.


Aún así, tengo que dar media vuelta y asentir. Y, aunque no recuerdo cuál es el motivo que hay para celebrar, dejó que mis doncellas me vistan con las mejores galas. Un vestido blanco, con magas holgadas y de un color perla muy singular.


Tomo asiento, siendo guiada por las gentiles manos que se atreven a tocarme. Siento el peine deslizarse por mis largos cabellos y me atrevo a levantar la mirada para posarla frente al espejo con marcos de oro.


Entonces aparece, ante mis pupilas, una chica de apariencia nada ordinaria, puesto que su belleza resulta impactante y anormal. Su piel pálida, y visiblemente delicada y suave, se adorna con dos pómulos tenuemente rosados. Su frente lisa, que nunca jamás se vera cubierta de arrugas, a la espera de algo más


Es ahí cuando recuerdo el motivo de la celebración.


–Ya esta lista, Mi Princesa – anuncia la doncella y hace una reverencia ante mí – Si usted me lo permite, déjeme decirle que se ve hermosa


Camino hacia la entrada del lujoso salón y veo a mis padres esperándome, sentados en sus tronos. La gente se inclina al verme. El gesto me molesta. No soy una deidad… no me gusta tanta atención puesta en mí. Pero, desgraciadamente, no puedo extraer de mis venas la sangre inmortal que corre en ellas y me condena.


Mi hermano, James, llega a mi encuentro y me toma la mano y la besa, con sus labios delicados y deseados.


–Te ves preciosa, hermana mía – susurra y me lleva hacia donde nuestros progenitores están


Mi padre, el Rey Charlie, y mi madre, la Reyna Renne, se ponen de pie y me reciben con amorosos abrazos. Hace mucho tiempo, ellos también dejaron de cambiar. Sólo en sus ojos se percibe la sabiduría adquirida con el paso de los años.


– Toma asiento, mi querida hija – ofrece mi padre.


Acepto. Y la ceremonia comienza con un armonioso baile


–¡Míralos! Mira cómo danzan sus frágiles piernas y como se mueven sus delicadas manos – señala mi madre – Nuestros fieles mortales. Son felices en nuestro reinado


Si, ellos son felices… ¿Cómo no, si tienen sus suspiros contados? La vida se valora más cuando se sabe lo corta que es. El que agoniza desea levantarse de su lecho de muerte para correr, brincar, bailar… hacer todo aquello que nunca hizo. Cuando sabes que no vivirás más que unos cuantas décadas, no te queda opción alguna más que aprovechar ese escaso tiempo para convertirlo en algo mágico. Definitivamente, ha de ser hermoso ser humano.


La ocasión arriba. Mi padre indica que la música cese y las luces se enfoquen en mi figura. Se coloca frente a mí y veo lo que en sus manos yace: Un hilo delgado y trenzado, de brillo dorado, con un pendiente azul zafiro, en forma de ovalo, colgando sobre él.


Parece una fina cadena, pero, no lo es…


–Hoy cumples tu primer siglo, hija mía – comienza a decir y todos callan – Isabella Marie Swan, el momento de portar la corona, que te distingue como inmortal princesa de Forks, ha llegado. Toma éste tesoro y llévalo, con dignidad y responsabilidad, pues es el símbolo del amor que tu familia, y tu reino, te profesa


La delicada cadena cae sobre mi cabeza y el cristal reposa sobre mi frente. Sé que tengo que decir algo, una palabra si quiera. Abro mis labios, nadie se imagina el esfuerzo que esto me toma.


–Gracias – susurro y los brazos de mi madre me vuelven a cubrir.


–Felicidades


Me veo salvada por los brazos de mi hermano


–Te has de sentir muy orgullosa – me dice, con una resplandeciente sonrisa. Miro fijamente el cristal de color vino que también reposa sobre su frente.


La diferencia de los colores denota los siglos que hemos vivido. Me pregunto: ¿Cómo ha logrado vivir por más de doscientos años? Y, como extraña respuesta, una bella mujer con cabellera roja se aproxima, le abraza por la espalda y deposita un beso sobre su mejilla. Y me vuelvo a preguntar otra cosa más: ¿Podré yo algún día encontrar un motivo para tan larga e infinita historia?


Miro a mis padres y me aterrorizo al poner mis ojos sobre sus cristales, color verde esmeralda. Diez siglos… ¿Se extenderá tanto tiempo mi existencia? Tiemblo nada más de pensar en una afirmación. Decido desviar mi mirada hacia el horizonte, que comienza a bañarse con la llegada del oscuro manto de la noche.


Las puertas del palacio se abren y unos guerreros entran. Mi hermano se encamina a su encuentro, al lado de mi padre.


–Vampiros, señor – informa uno de los hombres con armadura – Han atacado una aldea del lado oeste… Llegamos tarde, pocos han sobrevivido


Mi hermano saca su espada de la funda y gruñe, encolerizado. Mi padre pone una mano sobre su hombro, para poder sosegarlo.


– Vayan y denles cacería – ordena – No duerman si es necesario


La guardia asiente y se retira. Mi madre y Victoria se acercan a sus maridos. Yo, mientras tanto, me limitó a seguir observando el inmenso bosque. Cierro los ojos. Una extraña e indescifrable canción comienza a cantar en mis recuerdos…


Vampiros…


Nuestros eternos enemigos. Tan diferentes e iguales, al mismo tiempo. Compartimos la inmortalidad... más no el buen corazón. Ellos matan, asesinan y masacran por su sed de sangre. Especies en destierro por nuestra orden y poder. Tienen el mismo deseo de exterminarnos, como nosotros a ellos y, a ninguno de los dos se les ha hecho realidad tal ambición


No hay guerra perdida, ni ganada, entre nosotros. Ellos poseen aquella venenosa ponzoña que, a diferencia de los humanos, si se introduce en nuestro cuerpo, nos envenena y mata. Nosotros, tenemos armas, únicas que pueden aniquilarlos… Estamos en un perfecto empate.


Aunque, tengo la vana y secreta esperanza de que, algún día, uno de ellos me regale la dicha de morir. Es una locura, pero, ciertamente, apaleo un ligero presentimiento de que, mi felicidad, depende de esa especie a la cual, tanto debo odiar...


¿Dónde estás?


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Capítulo 2: Enemigo

La alborada traía siempre consigo un extraño sabor amargo que se matizaba día tras día. En cuanto abrí mis ojos, recorrí, con éstos, cada rincón de mi habitación, siempre con la esperanza de encontrar algún detalle – aunque fuese muy mínimo – que indicara algún cambio… Solamente yo sé cuanta era mi desilusión de ver que todo seguía tan exactamente igual que ayer… que nada cambiaba… que todo era tan periódico.


Suspiré resignadamente. Llevaba años buscando algo que no encontraba. Ya no debería de doler tanto el sentir ese sentimiento de vacío oprimiendo mi pecho…


"Princesa, ¿Me permite pasar?"


"Adelante" – indiqué


"Hace una linda mañana" – comentó mi doncella, mientras abría las cortinas de par en par.


No contesté, ¿Para qué contagiarle mi apatía? Me limité a ver cómo preparaba mi vestido en completo silencio y, cuando era ya el momento, le permití que me ayudara a vestirme.


Bajé hacia el comedor, en donde ya me esperaban mis padres y mi hermano, junto con su esposa.


"Buenos días" – saludé, dando una pequeña reverencia ante los presentes. Mi hermano se levantó de su asiento y me ayudó a tomar lugar en la mesa.


"Realmente la tiara te hace lucir más hermosa" – comentó mi padre, con orgullo, mientras se llevaba una copa de vino a los labios.


Intenté sonreír, pero, dudo mucho que el gesto haya parecido sincero.


"Los guerreros lograron capturar, ayer, a tres vampiros" – comentó mi hermano, dirigiéndose principalmente a mi padre – "Su ejecución será dada dentro de poco"


"¿Puedo estar presente?" – pregunté, atrayendo la atención de todos en la mesa


"Cariño, puede ser una escena muy fuerte para el alma de una dama"


"Tomaré el riesgo"


Mi padre intercambió una pequeña mirada con mi hermano y, después, asintió. El desayuno transcurrió en completo silencio, después de lo dicho y, al terminar, me incorporé rápidamente de mi asiento y seguí los pasos que me llevarían a presenciar un nuevo espectáculo.


Casi me siento emocionada de poder ver, al fin, algo nuevo… casi.


Llegamos al patio que se encontraba en uno de los rincones del castillo y, en cuanto vi las secas manchas rojas que pintaban el suelo, di un paso hacia atrás de manera involuntaria –sabía perfectamente que no era sangre de vampiro, ya que estos no sangraban, al menos, que se les hiriera pocas horas después de haberse alimentado –. James me tomó de la mano y acercó sus labios a mi oído


"Aún estas a tiempo de dar media vuelta e irte" – recordó, con voz cariñosa.


Inhalé profundamente y, levantando levemente mi barbilla en un gesto de valentía, me negué. Jamás antes había entrado en ese lugar y me pareció como si estuviera en un pequeño coliseo romano. Mi padre me tomó de la mano y me ayudó para que pudiese tomar asiento en una de las gradas de piedra. Mis ojos buscaron ansiosos a los vampiros, y no tardaron mucho en encontrar su objetivo ya que, éstos, se encontraban justamente en el centro del círculo que yacía debajo de mí, de rodillas y amarrados por los fuertes cadenas, que estaba especialmente hechas para ellos y su fortaleza.


Tal y como había dicho James, eran tres: dos machos y una hembra. Todos iguales de hermosos y jóvenes, con sus ojos resplandecientes en un perturbador color carmesí, contrastando con la palidez gélida de sus facciones. Uno de ellos, un hombre de cabello largo que caía por sus hombros y topaba con el suelo, levantó la mirada y la dirigió en mi dirección. Sentí como sus venenosos y rabiosos ojos se clavaban fijamente en mi figura, provocando un terrible estremecimiento que me erizó la piel y, aunque intenté mantenerle la mirada con gesto valiente, fracasé al cabo de unos cuantos segundos.


"Comiencen" – indicó mi hermano con voz alta y volví mi vista otra vez hacia el escenario.


Tres guerreros se situaron frente a los inmortales, con filosas espadas adornando sus palmas. Por segunda ocasión, aquel par de feroces ojos rojos se empeñaron en pegarse a mi rostro y, para mala suerte mía, esa vez no pude desviar mi mirada a tiempo.


Sus pupilas siguieron fieramente clavadas en mí y no desistieron en desviarse ni un solo momento – ni aún a sabiendo que una espada comenzaba a levantarse sobre él – La cabeza del vampiro cayó a los pocos segundos y aún, estando completamente separada del resto de su cuerpo, podía sentir que sus ojos me mutilaban.


Me volví a estremecer y James pasó sus brazos alrededor de mi cuerpo.


"Te lo advertí" – susurró, con voz un poco divertida


No contesté. Mi atención había sido captada, otra vez, por el fuego incandescente que hacía arder a los cuerpos destazados y expulsaba una ligera capa de humo que expulsó un olor demasiado empalagoso y un tanto molesto.


Salimos de aquel patio al poco tiempo y, al ver que mi diversión había tomado solo cincuenta parpadeos, me sentí desilusionada otra vez.


"¿Saldrás?" – preguntó mi padre, al ver que desviaba mis pasos a otra dirección


"Iré a dar un paseo por el bosque" – anuncié


"No deberías de salir" – interrumpió mi hermano – "Esas bestias seguramente andan furiosas por que hemos matado a tres de su especie. No dudo que han de estar rodeando el castillo"


"No pasará nada" – tranquilicé, mientras me acercaba hacia él y extraía, de su faja, una de las filosas estacas que en ella se apretaban.


"Llévate un guardia, por lo menos" – recomendó


"Me sé cuidar yo sola" – dije, con voz ligeramente más firme y salí del lugar antes de que pudieran insistir más.


Caminé hacia el bosque y me hundí en las espesuras de éste, hasta llegar al pequeño río que cruzaba sus tierras. Me levanté el vestido, para poder sentarme en una enorme roca que se encontraba a la orilla, me descalcé y hundí mis pies el agua helada. Me gustaba sentir el entumecimiento causado por el frío chocar con mi piel.


Estuve ahí, viendo la corriente y los peces que nadaban en ella, hasta que el sol comenzó a ocultarse. Caminé de regreso, a paso lento y desganado. No es necesario el mencionar que, el volver al castillo, no representaba ningún tipo de emoción para mí. Recorrí el sendero de regreso, acariciando a cada tronco de árbol que me era posible, sintiendo su textura rasposa sobre la yema de mis dedos. Y, de pronto, una borrosa figura se paso frente a mí.


Detuve mi marcha y dejé de respirar. Esperé por algún sonido, un movimiento, una acción… Nada. Cuando volví a dar el primer paso, convenciéndome mentalmente que se había tratado de mi imaginación, la mancha blanquecina volvió a reflejarse a un costado. Viajé mis pupilas de un lado a otro, sin moverme, tratando de ver de qué se trataba – aunque estaba segura, en un noventa y nueve por ciento, de saberlo – Me percaté que la materia, casi invisible, se movía de un lado a otro, como si estuviera acechándome en círculos.


Solo dejaba como evidencia una ligare y fresca ventisca. Llevé mis manos hacia la estaca, que yacía amarrada a mi cintura, y me concentré para agudizar mis sentidos. Era inútil, lo sabía, ellos eran demasiado ágiles – mucho más que nosotros – difícilmente iba a poder rastrear sus movimientos.


Decidí que, si iba a morir de todas maneras, quería ver, al menos, el rostro de mi asesino.


"¿Qué esperas para atacar?" – pregunté, sin levantar la voz, pues sabía que tenían un perfecto sentido de la audición. No recibí respuesta vocal alguna.


Lo único de lo que me percaté fue que, en lo que duró uno de mis parpadeos, lo tuve frente a mí: Un joven con el cabello cobre y despeinado y aspecto desaliñado. Vestía ropa completamente negra y de manta, la cual ya se veía desgastada por el paso del tiempo. Me tensé nada más de verlo, a menos de tres metros de mí, agazapado y con la mirada color sangre, evaluándome detenidamente y centrándose, principalmente, en la tiara que colgaba sobre mi frente. Cobardemente, di dos pasos hacia atrás y levanté la mano, enseñándole la daga en señal de amenaza.


Levantó una de sus cejas, de modo escéptico, y una ligera sonrisa de lado se dibujó en sus labios.


"Para ser de la realeza, sus modales no son nada cordiales" – habló y respingué al escuchar el sonido tan suave y varonil que sus labios proferían.


"Aléjate, si no quieres verte en problemas" – ordené.


El vampiro volvió a sonreír y, con el pálido semblante completamente envuelto en una mascara de burla, se fue incorporando lentamente, hasta hallarse con la espalda completamente erguida.


Mis ojos no dejaron de seguir cada uno de sus movimientos – gráciles y elegantes – y, por un breve instante, se perdieron en la belleza de aquellas facciones anguladas.


"¿Por qué me seguías?" – exigí saber


"¿Por qué cree usted, Alteza?" – respondió, haciendo un pequeño asentimiento con la cabeza, en señal de mofo respeto.


"Vete fuera de estas tierras, si no quieres terminar como tus hermanos" – aconsejé y, ni bien había terminado de hablar, me encontré aprisionada entre un grueso árbol y unas manos que aprisionaban mis muñecas


"Pero que incrédula resultó ser su Majestad "- dijo, la última palabra, con desdén - "¿En realidad cree que usted y una insignificante daga, pueden derrotar a alguien de mi especie?"


No, definitivamente sabía que yo no tenía oportunidad alguna. Si bien, nuestra rara clase era considerada como seres inmortales y, comparados con los humanos, teníamos la piel un poco más resistente y nuestros movimientos podían ser más ágiles, había que admitir que, nada eramos, sin nuestras armas, frente a un vampiro. Ellos eran duros como la piedra y veloces como el rayo, su corazón no palpitaba... Al final de cuentas, ellos eran completamente inhumanos... Y, esa, era su ventaja.


Sabía que el momento de mi muerte había llegado y, tal como anteriormente había mencionado, no había ninguna clase de miedo al saber que mi ilimitada existencia tendría un fin. Pero, también, sentí rabia y humillación al verme derrotada por mi único enemigo… así que, tampoco estaba dispuesta a mostrarme agradecida con él


"Si vas a matarme, hazlo ya" – ordené, clavando mi mirada en la suya de forma fría y déspota.


Su rostro pareció alterarse un breve lapso de tiempo – tan breve, que casi pareció extinto.


"No está asustada"


"No" – aseguré, a pesar de que no había sido una pregunta.


"Lástima. El sabor de la venganza no se disfruta tanto de esa manera" – siseó y, cuando vi que su boca comenzaba a abrirse y a acercarse a mi cuello, cerré mis ojos.


Un fuerte gemido me obligó a abrirlos y me encontré con el rostro del vampiro bañado en un claro gesto de dolor. Se alejó de mí, varios pasos, y fue cuando me percaté de la flecha que se había incrustado en su pierna derecha.


"Maldición" – exclamó y se arrancó el objeto punzo cortante de su dura piel.


Gruñó ligeramente y, después, volvió a clavar la encolerizada mirada sobre mí y me enseñó los dientes en viva señal de amenaza.


"¡Ahí esta!" – escuché la voz de mi hermano, y el trote los caballos, acercarse.


El vampiro dudó por menos de un segundo y, tras darme un último gruñido, salió corriendo, lejos de mí, dejándome estática y de pie, con la espalda aún pegada al árbol que yacía detrás.


"¡Bella! ¡Bella!" – exclamó mi hermano hasta llegar a mi lado. Bajó de su caballo con un solo movimiento y, con otro, estuvo frente a mí, tomándome los hombros – "¿Te encuentras bien? ¿Te ha hecho daño esa bestia?"


Tardé más de lo necesario en contestar


"No…" – me aclaré la garganta un poco y lo volví a intentar – "Estoy bien"


"¡Te dije que no deberías de salir sola!" – recordó – "¡Te lo dije!"


"Lo siento" – susurré, aún demasiada perdida por todo lo rápido que vi pasar mi muerte y regresar mi vida.


"No, Bella, no lo sientes. ¿Sabes el dolor que nos daría el saber que te hemos perdido por culpa de esos demonios?" – no contesté.


Mi hermano ya no insistió más. Me tomó entre brazos y me colocó sobre su caballo


"Vayan en su búsqueda. Está herido, su velocidad disminuirá un poco" – dio la orden, los guardias asintieron y, después, echó a trotar hasta que llegamos al castillo.


Mi padre y mi madre corrieron en mi encuentro.


"¿Có…? ¿Cómo supieron que estaba en problemas?" – inquirí, en cuanto los vi.


Y, como respuesta, una menuda figurilla apareció detrás de mis progenitores.


"Hermana, no sabes lo mucho que nos has preocupado" – acusó con su hermosa voz de soprano