Dark Chat

lunes, 30 de noviembre de 2009

GHOTIKA

Necesito saber de ti cada día y cada hora;

Por que en un minuto hay muchos días.
Romeo y Julieta – W. Shakespeare.

Capítulo 30: Vacío.

– Por favor, aléjalo –


No importaba las veces que se lo pidiera, él no accedía a retirar aquella masa que se convulsionaba frente a sus ojos, con la sangre brotando como una cascada carmín desde el cuello, cayendo al suelo, y llamándole con aquel apetitoso y dulce olor.


Sus manos se encontraban tan apretadas a su rostro que amenazaban con hacerlo explotar de un momento a otro. Tratando, inútilmente, cubrirse la boca y nariz para no seguir recibiendo aquella descarga de esencia exquisita que prometía, fervientemente, calmar el ardor de su garganta y el dolor de su estomago.


Pero no. Bella no quería hacerlo. Llevaba varios minutos luchando contra sus feroces instintos – los mismos minutos que la furia de Azael iba en ascenso, siendo manifestada en el fuerte agarre de sus uñas con la piel mortal –. No quería convertirse en un monstruo. No quería ser el reflejo vivo de aquellos miserables que les habían arrancado a sus padres. Cuánto hubiera deseado haber estado sorda en ese momento, para no escuchar los últimos lamentos de aquel hombre que se revolvía, de manera ineficaz, entre los extremos de Azael. Cuánto hubiera anhelado estar ciega, para no ver aquella escena que le resultaba cruel y magnifica al mismo tiempo. Su cuerpo no podía encontrarse más rígido de lo que ya estaba. Sus dedos se habían enterrado hasta el fondo del colchón, como si el relleno suave le fuera a impedir lo que su bestial naturaleza le exigía.


Pero, a pesar de todo su esfuerzo, su voluntad comenzaba a flaquear. Los ojos ennegrecidos habían comenzado a recorrer la habitación, en busca del dulce objetivo. Y, cuando se centraron en la masa cálida y chorreante, destellaron con la sed de sangre más vivaz que alguien pudiera tener. Aquel joven ya no representaba un humano, si no la presa que le esperaba, inofensiva y dispuesta. El recuerdo de sus padres se había extinto, siendo suplantado por el deseo voraz de saciar su hambre. Sólo la borrosa imagen de Edward se quedó apenas instalada, cuando su cuerpo se abalanzó sobre Azael, que, con una sonrisa de suficiencia, dejó caer la masa humana para que Bella la cogiera.


Éxtasis tan más sublime. Calidez abrumadora y destellante. Bella no recordaba haber experimentando tal sensación de delicioso frenesí jamás antes en su vida. La sangre ingresando a su cuerpo, a través de su garganta, que se había abierto paso como puertas de un rojo castillo para que sus soldados penetraran a él e entibiaran cada una de sus torres.


– ¿Me quieres matar?


– Si...


Aquel recuerdo fue lo que la trajo a la terrible realidad, haciendo que sus labios se fueran separando, lentamente, de aquel cuerpo inerte y seco.


Tembló al presenciar el dibujo de sus sentidos no humanos y cerró los ojos, girando el rostro hacia otro lado, con repulsión, como si con semejante gesto fuera a calmar su culpa. Escuchó la voz de Azael detrás de ella y se puso de pie, de manera inmediata. Sus miradas se encontraron y, aunque ella estuviera completamente despedazada, mantuvo sus pupilas fijamente clavadas en las de él.


–¿Verdad que no es tan difícil como parece? – preguntó, intentado, una vez más, acariciar al pálido rostro que tenía al frente, y volviendo a ser rechazado, de manera mucho más burda que antes.


–¡Te dije que no lo quería! – siseó Bella, con agresividad nata que le hizo destellar los ojos con un aire endemoniado que Azael, fuera de encontrar ofensivo, le resultó completamente excitante.


–Ay, mi Bella – murmuró éste, tomándola entre sus brazos sin que ella lo pudiera evitar – No tienes idea de cuánto me enajena esta rebeldía tuya. Pero no abuses, querida mía – agregó, con sus labios acariciando el aire que ingresaba a sus oídos – Mi paciencia no es tan grande. Y, aunque te quiera, no estoy dispuesto a soportar todo el tiempo tus desplantes.


La soltó entonces, con movimientos delicados, pero ligeramente bañados de brusquedad, para después tomar los cabellos del cadáver, que aún yacía sobre el suelo, y arrastrarlo fuera de la habitación. Antes de que la masa inmóvil desapareciera de su vista, Bella pudo contemplar como la carne muerta ya comenzaba, de manera casi imperceptible, adquirir cierta característica putrefacta en las orillas de la piel. Se acomodó en la cama, abrazando sus rodillas con los brazos y hundiendo el rostro en ellas, cuando quedó sola. Hasta ese momento fue cuando se sintió libre de lamentarse. De recordar. De preguntarse...


¿Sería cierto que Edward, junto al resto de su familia y amigos, estaba muerto? ¿Quién le aseguraba que no era una cruel farsa creada por el mismo Azael? Bella no era tonta y se negaba a creer lo que no había sido probado frente a sus sentidos. Pues, si aquel endemoniado ser era capaz de ver morir a un humano, sin el menor atisbo de piedad cubriendo a sus ojos, ¿Quién le quitaba la cualidad de ser un maravilloso mentiroso?


Quería pensar, más bien deseaba, que su escepticismo fuera certero. Que Edward si estuviera vivo. Eso bastaba para que ella estuviera bien también. Aún en la distancia, aún en su ausencia, ella podía soportar todo si sabía que él existía en algún lugar. Pues, estaba consiente de que, si Edward vivía, él la seguiría amando y, tarde o temprano, vendría para que pudieran estar juntos. Sólo era cuestión de esperar... Y ella tenía toda la eternidad para hacerlo.


Pero, si por el contrario, las palabras de Azael eran ciertas... ¿Qué era lo que pasaba? ¿Qué era lo que había después de ello? Nada, más que soledad, tristeza, amargura, desamor, odio, rencor, desconsuelo, lágrimas, dolor, angustia, desesperación... Oscuridad... Una oscuridad aterradora, una oscuridad que no ofrecía paz, si no pesadillas que se irían convirtiendo en realidad.


Sintió cómo el pecho se comprimía nada más el imaginárselo, nada más el pensarlo por un segundo. Y, para tal cuestionamiento, no era necesario el especular mucho en una respuesta, pues sólo había una palabra que resolvía toda su congoja y la ecuación de un mundo sin él...


... La Muerte.


Oh, maravillosa salida de los cobardes. ¡Pero qué le importaba a Bella si era una de ellos! ¿Quién podría juzgar a aquel que ha decido ir al lado del ser amado, del ser que le ha salvado de una y mil maneras; que le ha iluminado sus noches y ha plasmado la negra esencia de su amor en cada poro de su piel? ¿Quién podría juzgarle, cuando era Edward lo más valioso que le restaba en la existencia, cuando era él su vida?


Sintió como los ojos le ardían ante el llanto que ya no podría derramar. Hundió aún más su rostro en las rodillas y su cuerpo se agitó ante el impulso que emitió el pesado sollozo que salió de su garganta. ¿En qué momento había empezado su vida a atormentarse con giros tan drásticos? No había pasado ni un año desde que había tenido la dicha de conocer a Edward, desde que sus padres habían muerto, desde que se había enterado que los vampiros si existían – y su novio era uno de ellos... –, que había dejado de ser humana y... ahora, esto... Apretó fuertemente los labios para reprimir un jadeo. No recordaba época más difícil, pero aún así, no se permitiría el mostrar su debilidad y ansiedad a través del seco llanto.


La puerta se abrió, tras pasar varios minutos más y, al ver la figura masculina que tan bien conocía ya, envaró su cuerpo a la defensiva. Eleazar le sonrió desde su lugar, mirándole de arriba hacia abajo, con lasciva mirada penetrante.


–¿Estas menos molesta? – Preguntó, obteniendo como respuesta la colérica mirada de la gótica – Lo suponía – suspiró, pesadamente – Supongo que es normal el que sientas algo de remordimiento, pues se trató de tu primera caza; pero no te angusties, con el tiempo, verás a los humanos como lo que realmente son para nosotros: simple alimento.


–Dices eso por que eres una bestia


–Lo sé. Y estoy orgulloso de ello.


–¿Orgulloso de ser un asesino?


–Matamos por necesidad, por alimento


–Podrías alimentarte de animales...


–Eso es propio de tus queridos difuntos – interrumpió, con aire despectivo, golpeando fuerte e invisiblemente el pecho de la muchacha – No nos compares. Ellos son débiles, seres auto-reprimidos, que poco saben de los placeres que la inmortalidad te brinda


Bajó la mirada y no pudo evitar el llenar toda su mente de aquel ser que demostraba que todo lo que Azael decía era mentira. Edward... ¿Era acaso él un ser débil? Para nada... ¿Sabía poco de la belleza relacionada con la inmortalidad? No lo creía posible. ¿Cómo podía un ser de alma tan bella no conocer las sublimidades que los ojos del vampiro era capaz de presenciar?


–Pronto compartirás mi visión – prosiguió Azael, acercándose y sentándose frente a ella – Pues eres mía y estarás a mi lado durante toda la eternidad. Tal vez me comporté demasiado exigente contigo, hace unos momentos – agregó, volviéndose a poner de pie – Pero debes acostumbrarte a que tendrás que matar para sobrevivir. Aún así, supongo que no fue la manera más ortodoxa que te pude haber brindado. Lo siento. Y, para compensarte, te tengo una sorpresa.


El rostro de Bella no representó ni una sola emoción hasta que Azael le mostró una pequeña bola de pelaje negro que saltó hacia ella.


–Niebla – musitó, sin poder ocultar la emoción y felicidad que le daba tener a ese animalito entre sus manos.


–La dejaste abandonada cuando mis hombres las iban cazando en el bosque.


–Gracias... – susurró, casi de manera inaudible. Sin comprender el por qué de aquella actitud tan gentil; sin imaginar que aquel gesto tendría un precio, que Azael estaba dispuesto a cobrar en ese instante.


Bella no pudo esquivar a tiempo las manos que capturaron su rostro, dejándole inmóvil y a merced del obsesionado vampiro que tenía sus labios a escasos centímetros de los suyos.


–Me encantas – confesó, con su aliento fresco rozando los parpados de la chica – Desde la primera vez que te vi con él, me hechizó todo de ti. Tu actitud tan callada y enigmática. Tus movimientos tan pausados y concientizados. Desde la noche en que te encontré, te quise para mí. Quise ser tu dueño. Y ahora lo soy. Ahora te tengo a mi lado y eso no cambiará jamás.


–No puedo pertenecerte – dijo Bella, hablando en murmullos ante el temor que sentía por la enfermiza declaración


–Claro que puedes – discutió Azael – Lo harás. Yo me encargaré de que me adores y me mires como tu único señor.


–¿Cómo piensas lograrlo? ¿Cómo lo crees posible, cuando dices haber matado a...?


–¡No digas su nombre! – Interrumpió, con rabia – Ni si quiera te atreves a pensar en él, por que está muerto, hecho cenizas. Destrozado por estas manos que ahora te acarician el rostro y las cuales, dentro de poco, suplicaras recorran cada centímetro de tu piel.


Acabado de decir esto, Azael acercó sus labios a los de Bella y comenzó a besarla con una furia pasional que sólo él fue capaz de sentir; pues Bella, solo se dedicó a revolverse entre sus brazos, para intentar liberarse de aquella boca que amenazaba con borrar la dulce esencia que los besos de Edward habían dibujado sobre ésta.


¡Cuánta diferencia había entre esta experiencia y las otras pasadas! Cuánta complacencia le podía llegar a provocar una y cuánta estigma la otra.


–Dentro de poco, seré yo tu único dueño – prometió Azael, al liberarla de sus labios – Dentro de poco, no podrás imaginarte una vida sin mi; pues yo seré tu mundo entero.


Bella se quedó inmóvil y permaneció de esta forma hasta minutos después de que aquel despiadado ser saliera de la habitación y la dejara hundida en aquella oscuridad visible. Su mano se paseó por el pelaje negro de la gatita que maullaba tristemente, haciendo eco de la fúnebre música que en su mente resonaba una y otra vez.


“Mira cómo sangro y cómo lloro por ti...”


... Qué equivocado se encontraba aquel Rumano tan detestable, pues, ella, ya tenía a sin quien no poder vivir. Ella, ya le pertenecía a él... y él, era más que su mundo. Era su universo, su día, su noche, su luz y su oscuridad. Jamás podría llegar a querer a otro, pues todo su amor había sido absorbido por la dulce presión de sus labios... que tanta falta le hacían ya.


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–¡Ey, para, para! – exclamó Emmett, aprisionado por el suelo y los puños de Edward que, hasta ese momento, había cesado de golpearlo – ¡Pensé que ya me habías disculpado!


–Lo siento – se excusó el vampiro, poniéndose de pie y caminando hacia el extremo opuesto del improvisado lugar de entrenamiento, para después dejarse caer, sentado sobre el suelo, y hundir el rostro entre sus manos que se aferraban fieramente a sus desordenados cabellos para jalarlos con fiereza, como si quisiera decapitase por si mismo. Era tanta la frustración y la angustia que le bañaba el alma, que amenazaban con hacerle perder el juicio.


¿Habría existido, alguna vez, en algún extraño lugar, por alguna cruel situación, un vampiro enloquecido de dolor, o serían él y Jasper los primeros?


La cascada de desolación se instaló en el centro de su pecho como un martillo atormentador y punzocortante al ser consiente del tiempo que había transcurrido: Cerca de una semana. Cerca de siete días desde que los Rumanos habían atacado al castillo. Desde que Darío, Bella y Alice, al igual que varios más, ya no se encontraban junto a ellos. Desde que sus sentidos no se deleitaban al contemplarla.


Cerró los ojos y se imaginó la forma de sus facciones formadas sobre su nueva piel pálida. El vibrante sonido de su voz, la frescura de su nuevo olor. El destellante carmín de sus ojos... Se golpeó con fuerza y rencor las rodillas, al mismo tiempo que gruñía ferozmente y se maldecía por no haber sido capaz de defenderla.


–Comprendo cómo te sientes – sintió la mano de Emmett posarse sobre su hombro, mientras tomaba asiento a su lado.


Él negó con la cabeza


–No, no lo haces – discutió – Tú tienes a Rose a tu lado. Ella es lo más importante para ti, y sabes que, de una manera u otra, está bien. En cambio yo... No sé cómo se encuentra, ni por lo que está pasando... Ni si quiera soy capaz de asegurar que sigue con vida...


–No ganas nada con lamentarte en los rincones


–Lo sé – admitió – Pero dile a la angustia que se vaya, para que me libere los pies. Estoy atado, Emmett. Cadenas invisibles me ciñen y desangran interiormente, lastimando las heridas frescas y carcomiendo mi carne hasta taladrar mis huesos. Es una máquina aniquiladora que no tiene fin, y que tampoco pretende matarme. Sólo quiere mortificarme, hacerme gritar del dolor. Está jugando de manera cruel... Me ha hecho su presa y sólo ella puede redimirme de este calvario en el que estoy cayendo...


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–¿Cuánto tiempo piensas seguir así, sin hablar ni hacer nada? – le preguntó Damián y ella no contestó.


Su mirada seguía perdida en la ofuscación, en la frecuencia de imágenes que se negaban a arribar, que le cegaban y no le permitían comprobar que la noticia sobre la muerte de Jasper, y el resto, era cierta. Sintió la mano de Damián asir la suya; pero no hizo movimiento alguno de rechazo. Al final de cuentas, de nada servía. De poco ayudaba.


–¿Cómo es posible que la angustia tenga una representación tan gloriosamente perfecta? – Se preguntó Damián, susurrando, mientras veía la mordida que Coátl dejaba, a cada poco, en el delicado antebrazo de la vidente, para inhibirla de sus poderes - ¿Cómo es posible que me puedas llegar a confundir tanto? Quiero darte todo para verte feliz, pero a la vez, sé qué es lo que me pedirías y, entonces, es cuando no quiero darte nada... Lo que quieres es lo que no puedo darte. Tu felicidad implica mi infelicidad y, afortunadamente, aún no te amo tanto como para poner a la primera por encima de la segunda. Perdóname por eso...


Dicho esto, Damián acercó a sus labios a la mano de Alice y depositó un libero beso sobre ella.


–Me gustaría que al menos, me vieras por un segundo, para poder reflejarme en tu mirada.


La melancolía de esa voz fue lo que la impulsó a levantar el rostro y así, de algún modo, acceder a aquella suplica. Damián sonrió al tener su mirada fijamente puesta en la de Alice y, alcanzando su mejilla con la punta de sus dedos.


–Si hubiera algo que yo pudiera hacer para verte sonreír. Algo que no implicara el nombre de aquel al que aún amas, lo haría gustoso...


–¿En realidad? – Interrumpió ella, de manera inesperada para el vampiro, que dilató sus ojos al sentir que su mano era tomada por las de ella - ¿En realidad accederías a lo que te pidiera... si... si no tiene nada que ver con... con...?


–No es necesario que digas su nombre – calmó Damián, tratando de ocultar la felicidad que le daba que, tras varios días, pudiera entablar, aunque fuera muy breve y conveniente, una conversación con Alice – Y si, si lo que tú me pides no guarda relación alguna con él, te complacería lo más pronto posible.


–Bella, mi amiga, ¿Está aquí, no es así? Quiero verla...


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–¿Es eso seguro? – preguntó Azael, cuando Damián le expuso lo que Alice le había pedido


–La ponzoña de Coátl le impide ver el futuro. No sabe que le hemos mentido y, al igual que Bella, piensa que el resto de los Vulturis están muertos. Así que no hay riesgo de que estén juntas por un momento


–De acuerdo – accedió Azael, para después ver como su hermano regresaba por la vidente.


Cuando la puerta se abrió, los ojos de ambas muchachas brillaron al verse mutuamente y esperaron a que Damián y Azael las dejaran solas, para acercarse.


–¡Bella!


–¡Alice!


Exclamaron al unísono, tomándose de las manos, sin poder evitar deleitarse con la extrema belleza de la otra, pues era la primera vez, después de tantos días, que se veían, y, el encontrarse de nuevo, era como volverse a conocer de una manera especial. Como una reencarnación que las había vuelto a unir.


Sin hablar, pues para su amistad no hacía falta las palabras, se atrajeron para fundirse en un abrazo que, sabían bien, ambas necesitaban para calmar un poco aquella apesadumbres que les invadía.


– Alice – susurró Bella, al paso de varios minutos juntas – ¿sabes qué pasó con ellos?


–No – negó la pequeña, con tristeza. Quedando callada ante el recuerdo de Jasper gritando su nombre, mientras era alejado de ella. El contacto de la mano de su amiga sobre la suya la trajo a la realidad


–Alice, dime la verdad. ¿Están... ellos... muertos?


La vidente bajó el rostro, sin poder contestarle. Más fue ese gesto mucho más sincero que cualquier otra palabra. Bella lo entendió. Podía leer, claramente, el sentimiento de perdida en la mirada de su amiga... El estremecimiento desolador, calcinador, estrujador, que ambas sentían, al no saber la verdad...


–Están vivos... tienen que estarlo... no pudieron habernos dejado de esta manera.


–Yo también quiero pensar eso, pero...


– ¿Pero qué, Alice? ¿Por qué callas de repente?


–¡Bella! – Exclamó ésta, volviendo a abrazar fuertemente a su amiga – No sabes el miedo que tengo de no volverlo a ver...


La castaña se limitó a dejar caer su rostro en el hueco del hombro de Alice y a abrazarla fuertemente. ¿Qué podía decirle? No encontraba palabras para consolarla, pues, ella también se encontraba destrozada. Más que destrozada, se encontraba vacía... completamente sin vida...


–Alice, tranquila, verás que todo saldrá... bien


–Al menos, estamos juntas, ¿no es así?


–Si – asintió Bella, paseando las manos por el negro cabello – Estamos juntas...