Dark Chat

lunes, 12 de julio de 2010

Mi corazón en tus manos

CAPÍTULO 26

Bella acariciaba con gesto descuidado el vacío que ocupaba el otro lado de la cama y que se veía iluminado por el sol del amanecer. Era tan irónico... aquellos hechos ocurridos apenas unas horas atrás, como un cúmulo de sucesos concatenados, vinculados, hilvanados por una hebra de tragedia y que había caído sobre ellos despiadadamente, aún revoloteaban por el castillo dejando un halo de fatalidad a su paso, y, sin embargo, aquella mañana el sol se mostraba en todo su fulgor, de forma burlona, ignorando la terrible escena acontecida la noche anterior y pasando sobre ella con insultante alegría veraniega.

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿minutos? ¿tal vez una hora? Eso fue lo que bastó para que la vida de todo aquel que habitaba en ese vasto castillo se viera volteada por la desgracia. Ella misma se encontraba con Leah y su padre en el Salón, hablando de temas nada trascendentales, casi banales, gracias a que Angela se había ofrecido a ocuparse de la escuela para que ella disfrutara de aquella tarde.

Aún viéndola aparecer con aquel rostro tan indescifrable, mezcla de felicidad y pavor, jamás habría sospechado la hecatombe que se avecinaba.

-¡Ha vuelto Benjamin! -había exclamado llena de entusiasmo y de alarma.

-¿Y por qué pareces tan inquieta? -quiso saber Bella.

-Me he enterado del motivo de su ausencia -respondió con respiración agitada. -Emmett le había ordenado marchar al Reino de Bogen a investigar al Duque James.

-¿Emmett? -intervino Charles. -Ha debido tener un buen motivo para hacer eso.

-Y nunca más acertado -añadió la doncella. -Me ha narrado, aunque sin profundizar demasiado que, al llegar al reino, descubrió que se hallaban preocupados por el Duque pues había desaparecido un par de días antes de emprender su viaje para acudir al matrimonio de Sus Majestades.

-¿Desaparecido? -se extrañó Bella.

-Sí -afirmó Angela. -Lógicamente aquello alertó a Benjamin y se ofreció a ayudarles alegando su condición de soldado. A los pocos días hallaron su cadáver con varias flechas ensartadas en su cuerpo y que eran iguales que aquella con la que atentaron contra Su Majestad.

-Entonces, James... -se alarmó Bella.

-En vista de los acontecimientos, Emmett llegó a la conclusión de que su intención era suplantar al verdadero Duque, a quien él mismo asesinó y, mostrando interés por la Princesa Rosalie, tener mejor acceso al Rey y conocer de antemano sus movimientos contra el Reino de Adamón, su reino.

-Dios mío -exclamó Leah. -Habéis estado todo este tiempo en peligro sin sospecharlo siquiera.

-Peter me ha pedido encarecidamente que me acompañéis todos al Cuartel de Guardias con tal de poder protegeros mientras capturan a James -les indicó con un gesto para que la siguieran.

-Pero ¿y los demás? -quiso saber Charles mientras los tres obedecían.

-Emmett está con ellos en estos momentos -les informó. -Charlotte se iba a encargar de ir al dispensario a alertar al Rey Carlisle y la Reina Esme y Benjamin ha ido en busca de la Reina Alice.

Bella respiró con cierto alivio, parecía que la situación pronto estaría bajo control, de hecho se tranquilizó al hallar a los padres de Edward en el Cuartel de Guardias, mas aquel sosiego duró un instante. Aún no había cruzado una palabra con ellos sobre lo acontecido cuando llegaron Benjamin y Peter, ambos con sus ropas ensangrentadas y pidiéndole a Carlisle que los acompañara.

Al preguntar el motivo, fue cuando les sobrevino la desgracia, a todos. Había algunos muchachos malheridos y todo apuntaba a que James se había fugado del castillo y llevándose a Alice con él.

Lo que continuó a aquello fue un ir y venir desesperado, la búsqueda infructuosa de Alice por todos los terrenos encerrados tras las murallas, para sólo encontrar el rastro de sangre que aquel maldito había dejado tras su paso. Cinco hombres en total sucumbieron al filo de su cuchillo y Carlisle, lleno de impotencia y rabia, no pudo hacer nada por ellos.

Estaban reuniendo los cuerpos en el Patio de entrada cuando llegaron Edward, Jacob y Jasper, este último con el rostro desencajado.

-Hijo -corrió Esme a abrazar a su sobrino, quien trataba con todas sus fuerzas de no claudicar a aquel intenso dolor que amenazaba con aplastarlo.

-¿Qué has pensado hacer? -preguntó Carlisle sabiendo que a pesar de todo, Jasper intentaría manejar aquella situación de la manera más fría posible.

-Partimos ahora mismo hacia Adamón -anunció separándose de los brazos de su tía. -Peter está preparando la mitad de los hombres para que nos acompañen y el resto se quedará al cuidado de las mujeres y el castillo, con alguno de vosotros dos -lo señaló a él y a Charles.

-Seré yo quien vaya -se apresuró a decir Carlisle.

-Amigo -intervino Charles -perdona que discrepe pero, aunque puedo entender que tengas a Alice en gran estima, es mi sobrina, así que debería ser yo quien marchara con ellos.

-Estás en lo cierto -repuso Carlisle -mas insisto. Mis conocimientos pueden ser de utilidad.

Y aquello bastó para que Charles desistiera en su alegato, su rostro ensombrecido daba buena prueba de que comprendía a que se refería, al igual que el resto que, apartaron sus miradas tratando de ahuyentar la terrible realidad de lo que aquello podía significar.

-Pero querido... -quiso replicar Esme.

Carlisle miró a su sobrino quien asintió, accediendo así a sus intenciones y tomó la mano de su esposa para alejarla unos pasos de los demás.

Observó el rostro acongojado de Esme unos momentos y le pareció estar viendo a aquella jovencita de la que se despidió cuando marchaba a Salerno a realizar su sueño y estudiar medicina. Ya se amaban entonces con toda la intensidad que su joven corazón les permitía y, aunque Esme siempre se había mostrado como una muchacha juiciosa frente a los demás, en cuanto a su amor por él era impulsiva y apasionada. Bien sabía que Carlisle deseaba cumplir aquella meta que se había impuesto antes de contraer matrimonio con ella para enfrentar su vida en común sin las frustraciones que los anhelos malogrados suponían, de hecho lo apoyaba en aquel atípico propósito, mas la idea de la separación y la distancia la aterraba, y no por desconfianza a la fortaleza de su amor, sino a la suya misma. No creía ser capaz de soportar aquel tiempo alejados, la espera; apenas podía manejar la que transcurría entre sus visitas así que mucho menos iba a conseguirlo con una ausencia tan prolongada. Lo necesitaba, de forma imperiosa, era tal la dependencia de su corazón al amor que Carlisle le ofrecía que el dolor de la nostalgia llegaba a rozar lo físico.

Ahora volvía a mirarlo con aquellos mismos ojos que una vez le rogaron, a pesar de saberse egoísta y que luego le reconcomiera la culpabilidad, que no se alejara de ella. Y en esta ocasión, él era consciente de que lo hacía con mayor razón pues, en aquella cruzada, él también arriesgaba su vida.

-Carlisle...

Posó sus dedos con delicadeza en los labios de su esposa, acallándola. Sabía muy bien los múltiples motivos con los que ella trataría de disuadirle y, antes de tentar a la suerte, prefirió ser él quien diera los suyos.

-Esme, no hace falta que te diga que esto va en contra de mi temperamento tranquilo y pacífico -comenzó a decirle, -y deberías saber que nunca me ha atraído la búsqueda de aventuras o emociones. Eso se lo dejo a nuestro hijo -trató de bromear, consiguiendo únicamente una leve sonrisa de labios de su mujer que pronto se tornó en aflicción.

-Edward tiene una esposa a la que rendirle cuentas -replicó ella, -y ya poco puedo decir yo en lo que a sus decisiones se refiere pero en cuanto a las tuyas...

-No pretendo hacer caso omiso a tus razones -negó con la cabeza -pero has de comprender que mi deber es acompañarlos. Mi labor sería mucho más provechosa con ellos.

Esme guardó silencio y Carlisle supo había comenzado a bajar la guardia y era el momento de completar su discurso, ella debía entender.

-Sé que es duro lo que te voy a decir y sólo pensarlo me encoje las entrañas pero no podemos eludir lo evidente -puntualizó. -Alguno de ellos podría salir herido y tampoco sabemos en que estado encontraremos a Alice.

-¡No digas eso! -se angustió ella, cuyo rostro se crispó, llegando incluso al borde de las lágrimas de sólo imaginar aquello.

Carlisle se apresuró a abrazarla, con fuerza. Quizás había sido duro con la crudeza de sus palabras pero era una posibilidad que no podían ignorar.

-Pueden necesitarme, Esme y yo no podría vivir con el remordimiento de haber perdido a alguno de ellos por haber permanecido aquí -prosiguió sin apartarse de la calidez del cuerpo de su esposa. -Charles es muy capaz de cumplir con la responsabilidad de dirigir a los hombres que se queden aquí y de vuestro cuidado y yo soy más útil con los muchachos.

-No haces más que hablar de los demás pero ¿que me dices de ti o de mí? -inquirió ella. -Ya que lo tienes todo tan bien pensado, dime qué es lo que debo hacer yo si es a ti al que le sucede algo.

Esme se apartó de él para encararlo. De nuevo aquella muchacha que le rogaba que no se fuera se asomaba a sus ojos, llenos de aquel inocente egoísmo que otorgaba el amor juvenil y de las lágrimas que producía un corazón inexperto. La amó más aún por eso, por contagiarle de aquel mismo egoísmo que lo impulsaban a quedarse a su lado, por recordarle los sobresaltos que proporcionaba el amor ingenuo de la adolescencia y por hacerlo sentir de aquel modo, tan amado. Y quienes decían que con el paso de los años el amor se tornaba más maduro y sosegado se engañaban porque aquella mujer que ahora buscaba sus labios con desesperación, lo embriagó de una pasión tal que, esos mismos que lo afirmaban, habrían debido replantearse aquella aseveración, avergonzados por su blasfemia.

Carlisle respondió al beso de su esposa volcando en él todos los sentimientos que ella le producía, todo lo que ella significaba para él; el amor que compartían sus corazones, el deseo que residía en sus cuerpos, la satisfacción de lo que habían logrado juntos en su vida en común, los anhelos de lo que aún restaba por alcanzar, incluso la gratitud por ser él quien gozara de toda aquella dicha. En aquel beso volvieron a sentir la emoción del primero que se dieran, vacilante y cándido, y el ardor que los hacía vibrar cuando se entregaban, puro y consagrado, como lo era su unión.

-Prométeme que te mantendrás a salvo -le rogó ella, hundiendo su rostro en la curva de su cuello.

-Me situaré alejado de la batalla -le aseguró -pero lo suficientemente cerca para asistirles con rapidez.

-Te amo -le susurró, y no porque pensase que él necesitaba escucharlo sino porque ella necesitaba decírselo.

Carlisle se separó de ella sonriendo, acariciando su mejilla, admirando a aquella mujer que lo convertía en el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.

-Mi amada esposa -musitó antes de volver a estrecharla y besarla con afán.

Edward observaba la escena enternecido. No era que sus padres se mostraran fríos o distantes frente a los demás, al contrario, eran afectuosos y muy cálidos, cosa que a él le complacía, pero, en ese momento no estaba contemplando a sus padres sino a una pareja que se profesaba un amor infinito e inmenso a pesar de los años. Una pequeña punzada de envidia sana le hizo sonreír.

-¿En qué piensas? -sintió el roce de los dedos de Bella en su mejilla, haciéndole desviar la vista hacia ella.

-En que ojalá nosotros nos amemos así cuando seamos viejos -le declaró.

-Eso depende de ti -repuso ella.

Edward no pudo evitar tensarse. Tal vez Bella iba a tratar de disuadirle de nuevo para que no se fuera o a reprocharle que lo hiciera.

-¿Me amarás aunque sea una ancianita canosa llena de achaques y dolencias? -preguntó ella sin embargo, sorprendiéndolo.

El hecho de que Bella tratase de bromear en un momento como ese le demostraba el gran esfuerzo que estaba haciendo por afrontar la situación, intentando, tal y como él le había pedido, mostrarse comprensiva y tranquila ante su partida. Emocionado la atrajo hacia su pecho, fundiéndola contra su cuerpo.

-No es una perspectiva muy alentadora que digamos -trató de continuar su broma, aunque su voz temblorosa lo hizo fracasar estrepitosamente, mientras acrecentaba la intensidad de su abrazo, tanto que creyó por un segundo que podría quebrarla. Mas Bella, lejos de protestar alzó su rostro para besarlo, llenándolo aún más de aquella emoción de la que solo ella podría embriagarlo.

La besó con avidez, importándole bien poco estar rodeados de gente, sin pretender otra cosa que llevarse ese instante con él, grabar en sus manos el calor de su piel y llenar sus labios de su sabor, memorizándolos en su mente para evocarlos cuando le atacase la soledad y alentándole a regresar, para sentirla de nuevo y colmarse de ella.

-Volveré -declaró como un juramento.

-Más te vale si no quieres vértelas conmigo -le amenazó ella tratando de reprimir las lágrimas, aunque sin conseguirlo y, el hecho de que Edward atrapara una de aquellas gotas entre sus dedos, le hizo emitir un sollozo que desencadenó su llanto, el de ambos.

Se abrazaron de nuevo buscando consuelo y otorgándoselo mutuamente y aunque Bella se sintió culpable por haber flaqueado a las lágrimas, notar las de Edward fue su expiación. Era lo apropiado, lo correcto en aquellas circunstancias, esa tragedia los sacudía a todos, incluso, y para su asombro, a Jacob que, mostraba toda la intención de partir. Se maravilló al pensar en la ironía de como el infortunio unía a las personas. Hacía apenas un día que se hallaban enfrentados de manera casi irreconciliable y ahora se despedía de Leah, como un guerrero más, afrontando esa lucha como si fuera propia.

-Leah, no puedo permanecer aquí impasible, cruzado de brazos, sin hacer nada -trataba el joven de excusarse.

-No te voy a pedir que te quedes -le dijo ella sorprendiéndolo.

Jacob la miró receloso, sin alcanzar a comprender. No sabía como descifrar esa afirmación, pues, al contrario que aquello, esperaba algún intento por su parte de retenerlo allí. Era lo propio ¿no?

-¿Serviría de algo si te pidiera que no fueses? -alegó ella entonces.

Jacob bajó su rostro. No es que fuera a hacer oídos sordos a su petición pero no podía negar que le atraía la sensación que le producía la adrenalina al recorrer su cuerpo los instantes previos a la batalla y quizás fuera una insensatez y un exabrupto reconocerlo pero le gustaba luchar. Y Leah debería saberlo, siempre que ella y su hermano Seth acudían a visitarlo los dos muchachos se pasaban las horas entrenando, era... divertido. Además ésa era una causa justa, lo que le animaba aún mas a marchar.

-En cualquier caso, no me atrevería a tratar de impedir algo que está en tu naturaleza -añadió Leah.

Y Jacob alzó la vista. Sí, claro que ella lo sabía, por supuesto que sí.

La miró a los ojos y, en vez de encontrar reproche en ellos, halló comprensión, cubriendo, sin apenas conseguirlo, la inquietud que aquello le producía. Jacob sonrió entendiendo. No era desinterés hacia él, al contrario, aguardaría con esperanza y angustia su regreso pero, en vez de dejarse llevar por el deseo de retenerlo a su lado, lo sacrificaba por el suyo de acudir a la lucha, como una complacencia, tratando de que él fuera feliz. Y vaya si lo era. No solo era la mujer que mejor lo conocía sino que sería la única que podría hacerlo dichoso, la única que ofrendaría su propio bienestar por complacerlo, en un gesto completamente desprendido, generoso y lleno de su amor hacia él.

Aquello le hizo preguntarse si él sería capaz de hacer lo mismo por ella y viéndola, frente a él, tratando de esbozar una sonrisa que le infundiese confianza, animándolo a partir aún sabiendo del riesgo que eso suponía, anteponiendo todo a su propio deseo, supo que sí, que haría cualquier cosa por ella.

Tomó su rostro entre sus manos y la acercó a él, fundiendo su mirada en sus luceros negros.

-Dime que me quede y lo haré -susurró sobre sus labios, con voz queda aunque firme, seguro de que si ella pronunciaba esas palabras él las cumpliría, sin lamentarlo jamás. Si eso podía ser para ella una muestra de su amor, gustoso se quedaría a su lado.

Leah lo miró confundida, jamás habría esperado aquello, esa actitud tan repentina estaba muy lejos de ser algo que cuadrase con el temperamento de Jacob. Quedó sin habla, sopesando aquellas palabras, el gran dilema que le suponían y vio como su momentánea indecisión hacía mella en él, ensombreciendo su mirada.

Su primer impulso fue acortar la distancia que la separaba de sus labios, sorprendiéndolo y sorprendiéndose ella, pues era la primera vez que tomaba la iniciativa. Sin embargo, él parecía complacido porque pronto soltó sus mejillas para rodear su cintura con sus brazos poderosos y tomar el control de aquel beso, haciendo que sus labios danzaran al son que marcaban los suyos, de aquella forma tan arrebatadora y que le abrumaba la razón.

-Pídemelo -volvió a musitar él, sin dejar de acariciar sus labios una y otra vez, turbándola con la calidez de su aliento que engalanaban aquellas palabras que a ella le sabían a gloria y que la incitaban a cumplir su propio anhelo.

-No puedo pedirte eso -murmuró de repente sobreponiéndose a aquello que bien era una tentación.

-Leah...

-No hay cosa que desee más en el mundo que permanezcas aquí, conmigo -le declaró despejando cualquiera que fueran sus dudas. -Y sé que voy a sufrir lo indecible sabiéndote en peligro, pero no podría soportar los remordimientos si te retuviese a mi lado sin que les otorgases tu ayuda. Hay que salvar a Alice y tú debes hacer todo lo que esté en tu mano para que así sea.

Jacob la abrazó sobrecogido y pensó que algo muy bueno debía de haber hecho en su anterior vida para merecerse a una mujer como Leah. Jamás creyó que pudiera existir una compenetración, una conexión entre dos personas, entre dos almas tan fuerte como la suya, tanto que casi le asustaba.

-No puedes hacerte una idea de cuanto te amo -le dijo apartándose de ella y mirándola a los ojos, sonriendo, lleno de dicha.

-Yo creo que sí -le devolvió ella la sonrisa, -pero dejaré que me lo muestres cuando regreses.

-Eso dalo por hecho -le aseguró antes de besarla de nuevo.

-Disculpadme, Alteza -una voz les hizo separarse y Jacob vio como Peter le ofrecía las riendas de un caballo.

-Gracias, Peter -asintió él.

-No, gracias a vos -alegó él con gesto sombrío y cabizbajo, mientras se alejaba para dirigirse a Jasper, alargándole otras riendas.

-Ya está todo preparado, Majestad -le informó él y, antes de que Jasper pudiera responder, se dio media vuelta y caminó hacia Charlotte, refugiándose en sus brazos.

Jasper se volteó hacia el caballo, apartando su vista de ellos, de todos. Tantas muestras de afecto lo apabullaban, le dolían y bien sabía que pecaba de egoísmo, pero era algo superior a sus fuerzas. El no saber si él volvería a disfrutar de una caricia de manos de Alice, si la abrazaría de nuevo, si escucharía su voz, su risa... si estaría viva...

Apretó los puños mientras las lágrimas anudaban su garganta, lágrimas de rabia contenida y de un sufrimiento que lo iban a enloquecer al pensar en la posibilidad de perderla y deseando él su propia muerte si eso sucedía.

No, eso no podía suceder, no podía la Divina Providencia llevar aquel ángel a su vida para arrebatárselo así, de esa forma tan cruel e injusta. Quería, necesitaba creer que no sería así, tanto por él como por ella porque sabía que, si se rendía a aquel dolor que lo martirizaba, iba a perder la cordura y eso no sería de ayuda para ninguno de los dos. Debía hacer frente a aquello como acostumbraba a hacer, con sosiego y temple, dominando sus propias emociones. Esa sería la única forma en que podría salvarla.

-Estoy segura de que la salvarás -sonó la voz de Rosalie a su espalda haciendo eco de sus pensamientos.

Jasper se giró para mirarla. Se mostraba sonriente y tranquila, y sin una gota de incertidumbre en su aseveración.

-Trae a mi hermanita de vuelta y, de paso, ataja de raíz con esa plaga del infierno llamada Laurent.

Que Rosalie se refiriera de un modo tan afectivo a Alice le hizo sonreír. Su esposa era el ser más maravilloso del mundo y no merecía correr con esa suerte. Alice merecía que la amasen, como hacían todos lo que la conocían y, una buena prueba de ello era como se había volcado todo su pueblo ante la noticia de su rapto.

-No estás sólo en esto -volvió a leer ella sus pensamientos.

Jasper alzó su mano para acariciar su mejilla cariñosamente. Con el paso de los años se convencía cada vez más de que el vínculo entre hermanos gemelos distaba mucho de ser una leyenda. Sin embargo, le habría encantado que ese instinto hubiera estado más desarrollado en él para saber que era lo que tanto la había afligido en los últimos días y que parecía haber desaparecido casi de forma milagrosa al volver a percibir aquel brillo azulado tan característico de sus ojos. Ahora era demasiado tarde para hablar, ya tendrían tiempo a su vuelta, cuando regresara trayendo a Alice con él.

-Rosalie, sé que no es el momento apropiado pero quiero que sepas que lo único que quiero es que seas feliz -le declaró, asombrándola.

Lo abrazó deseando poder sincerarse con él y decirle cuanto significaban para ella esas palabras pero, como él había dicho, no era el momento. Ojalá Jasper las recordara cuando le confesase que su felicidad estaba de la mano de Emmett, la misma que en ese preciso instante tomaba ella de forma furtiva mientras él pasaba por su lado para dirigirse a su caballo. Fue apenas un segundo lo que se mantuvieron estrechadas pero lo suficiente para alimentar sus corazones hasta su regreso.

-Benjamin, te quedas a cargo de todo, bajo las órdenes del Rey Charles -resonó la voz de Peter quien ya había montado su caballo.

-Sí, Capitán -se cuadró el muchacho, para quien significaba todo un honor aquella orden.

-No tenéis de que preocuparos -decretó Charles mientras el resto de hombres montaban.

Se encaminaron hacia la salida principal y las mujeres desfilaron tras ellos en séquito, flanqueando su marcha. Todos voltearon sus rostros varias veces, tratando de prolongar el instante de la separación definitiva lo máximo posible y ellas los vieron alejarse con la cabeza erguida, orgullosa de aquellos valientes que emprendían un viaje lleno de incertidumbre, cuyo destino incierto llenaba sus ojos de lágrimas. Permanecieron allí hasta que desaparecieron en el horizonte, momento en el que se izó el puente levadizo y las hizo retornar sobre sus pasos, a intentar recomponer las trizas de lo que aquel maldito había provocado, siendo los cuerpos de aquellos cinco desdichados lo que las hizo volver a la cruda realidad.

Tanto Charles como Benjamin estaban dando ya las órdenes pertinentes para poder realizar un funeral tal y como ellos merecían, con honores y, teniendo que abandonar la protección de las murallas, había que tomar todas las precauciones posibles.

En circunstancias normales aquello no habría sido necesario. Era cuestión de honor el establecer una tregua para poder dar homenaje a los muertos, sin que se produjese ningún tipo de ataque enemigo mientras eso ocurría pero, tratándose de Laurent, toda cautela era poca.

Se dispusieron los cadáveres en carromatos, escoltada la comitiva fúnebre, que se dirigía a uno de los lagos cercanos, por decenas de soldados, quedando el resto afincado en las murallas, resguardando el dramático desfile desde las altas almenas. Los hombres más fornidos se apresuraron a talar algunos árboles mientras otros, construían, a orillas del lago, las correspondientes plataformas que darían asilo al último viaje que emprenderían aquellos héroes donde los colocaron acompañados de su armadura, su espada y su escudo, el emblema del reino que defendieron con su vida.

En el silencio más absoluto y entre lágrimas acalladas, fueron empujadas hasta quedar acogidas por las cristalinas aguas del lago y que les dio la bienvenida, llevándolos hasta su seno, hacia el centro del lago.

El Rey Charles, quien presidía el funesto ceremonial, alzó sus brazos con gesto solemne.

-Llamas que arrasáis el cuerpo, elevad el alma -exclamó a viva voz dando la señal a los arqueros que lanzaron flechas prendidas y que incendiaron las cinco piras fúnebres, dando así fin al rito.

En la retina de Bella aún estaba grabada la imagen de aquellas cinco lenguas de fuego que surgían de las aguas con furia recortando la oscuridad de la noche y cuyo testimonio aún quedaba representado por aquellas columnas de humo que, a pesar de haber transcurrido varias horas, aún se resistían a desaparecer ocupando aquel cielo que iluminaba el sol naciente, tratando de permanecer impertérrito en el tiempo y en sus memorias.

-¿Alteza? -la alertó la voz de Charlotte en el pasillo.

-Pasa -le indicó mientras se incorporaba de la cama.

Conforme entraba, la doncella la observó de arriba a abajo, reparando en sus ropas. Ella tampoco había dormido, como las demás.

-Voy a servir el desayuno -le anunció. -Deseáis que os lo traiga aquí.

-¿Dónde están...?

-La Reina Esme y las princesas ya están en el comedor -le aclaró antes que pudiera terminar.

-En ese caso bajaré yo también -decidió.

Sí, desgraciadamente el tiempo corría impávido, despreocupado y ajeno a los acontecimientos que sacudían a la humanidad; la vida debía continuar, aún en aquel malogrado castillo.

Efectivamente, al acudir al comedor, tanto Esme como Rosalie y Leah la aguardaban, reunidas, agolpadas en un extremo de la mesa, en una búsqueda inconsciente de calor humano, consuelo y compañía.

-Buenos días -la saludaron al verla llegar.

-¿Dónde está mi padre? -preguntó Bella mientras se sentaba cerca de Esme.

-Tomó un poco de vino de dulce y se marchó enseguida en busca de Benjamin -le informó Leah.

-Aunque me entristece el hecho de que Carlisle haya decidido partir en su lugar, me tranquiliza que Charles se haya quedado con nosotras -tomó Esme la mano de Bella con gesto cálido y que ella agradeció inmensamente.

-Yo no puedo evitar sentir cierta culpabilidad -alegó Leah de repente.

-¿Y por qué dices eso? -se extrañó Rosalie.

-Aunque ruego porque todos vuelvan sanos y sanos, por quien más teme mi corazón es por Jacob y, en cambio, vosotras, estáis arriesgando tanto... a toda vuestra familia.

-No pienses eso, Leah -trató de alentarla Esme.

Leah asintió, aunque la aflicción de su rostro daba a entender lo contrario.

-Si te sirve de consuelo, todas tenemos un punto en común -añadió Bella intentando infundirle confianza. -Todas rezamos para que regrese el hombre que amamos.

Y, en ese instante, todas las miradas recayeron sobre Rosalie. La de Leah extrañada al no comprender y las de Bella y Esme con un deje de complicidad.

Aún con conocimiento de causa, Rosalie bajó la vista, esperando que aquel comentario pasara desapercibido o se consumiese el tiempo destinado a continuarlo.

-Rosalie -murmuró Esme, cerrando ella los ojos al comprender que aquello no sucedería. -¿No crees que ya es bastante duro sufrir por ellos como para que además le añadas la angustia de tratar de ocultarlo?

-Ella y Emmett están enamorados -le aclaró Bella a Leah, asintiendo la muchacha como si aquello fuera lo más normal del mundo, ante la mirada atónita de Rosalie.

-¿Desde cuando lo sabéis? -se atrevió a preguntar, temerosa aún del juicio que pudieran emitir sobre aquello.

-Yo lo supe la noche del matrimonio entre Edward y Bella al veros bailar -contestó Esme con cierta picardía en su tono y que a Rosalie no dejó de sorprenderle.

-A mí me lo sugirió Edward -reconoció Bella.

-¿Edward? -se asombró Rosalie.

-Empezó a sospecharlo a raíz de que Emmett les insinuara a Edward y a Jasper que estaba enamorado de una noble.

-Entonces, mi hermano...

-No creo que él esté al tanto -la tranquilizó Esme.

Rosalie respiró con alivio pero se mantuvo expectante, mirando con recelo a las mujeres que la acompañaban, a la espera.

-Te equivocas si crees que vamos a juzgarte -apuntó entonces su tía con tono divertido. -Aunque te podemos dar nuestro parecer.

-Por favor -les pidió Rosalie con impaciencia.

-Sé que no es una circunstancia muy afortunada -comenzó Esme -pero Emmett ha dado claras muestras de su valía y honradez. Ambos merecéis ser felices, así que contad con nuestro pleno apoyo.

-¿Nuestro? -preguntó Rosalie perpleja. -¿Acaso mi tío...?

-Cuando enfermaste, estaba desesperado porque no sabía que hacer para que te aliviaras -le explicó. -No tuve más remedio que contárselo y ¿sabes que me dijo? Que siempre se había mofado del dicho que reza que se puede enfermar por amor, hasta que lo había comprobado con sus propios ojos, al verte a ti.

-Por eso dejó de darme tónicos -aventuró ella.

-Se lamentó por no conocer ningún remedio para el mal de amores -sonrió al recordarlo.

Rosalie se mantuvo en silencio, asimilando todo lo que acababa de contarle.

-Por nuestra parte -intervino Bella -estamos encantados -le hizo un guiño robándole una sonrisa. -Me cuesta creer que pensaras que condenaríamos vuestro amor -bromeó.

-En realidad, no se en qué momento dejó de importarme -reconoció. -No me malinterpretéis -les pidió, -pero le preocupa más a Emmett que a mí, sobre todo por mi hermano.

-Tu hermano puede parecer muy estricto -apuntó Esme, -pero estoy segura de que lo aceptará.

-Además, por lo que conozco a Alice, con certeza intercederá por vosotros -intervino por primera vez Leah, provocando un aplastante silencio. -Perdonadme si he sido irrespetuosa -se apresuró a excusarse.

-Leah, Alice y yo te conocemos hace muchos años y sabes que el protocolo no es necesario entre nosotras -le aclaró.

-Es solo que pareciera que se han marchado a dar un paseo y fueran a volver en cualquier momento -sonrió Esme con tristeza.

-En cierto modo ese es el espíritu con el que hay que enfrentar esta situación -apostilló Leah. -Siempre he creído que es inútil lamentarse por lo que no podemos evitar. ¿De qué nos sirve el pesimismo? No vamos a solucionar nada con él, ni nuestras lágrimas les infundirán mágicamente fuerzas a nuestros guerreros. La angustia es ineludible pero el optimismo será lo que nos ayude a sobrellevarla.

Las tres mujeres la miraron en silencio, asimilando su alegato.

-Pues creo que estás en lo cierto -habló Rosalie rompiendo el mutismo. -Debemos demostrar nuestra confianza en ellos y en que harán todo lo que esté en su mano por volver a nosotras y devolvernos a Alice. Es lo menos que merecen.

Y todas asintieron, convenciéndose de que aquello era lo que debían hacer o, al menos, intentarlo. Sería una utopía creer que alejarían los malos pensamientos tratando de eludir el tema en sus conversaciones u ocupándolas con banalidades o frivolidades femeninas pero, después de todo, sería una forma como otra cualquiera de ocupar su tiempo, que avanzaba dolorosamente lento, demasiado lento.

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CAPÍTULO 27

Todo estaba saliendo a pedir de boca, desde el principio. Se desperezo estirando sus brazos, que casi chocaron contra el techo del carruaje y miró por la pequeña ventana. Hacía horas que el relieve se había tornado accidentado y ya se divisaban las cumbres escarpadas de las Tierras Altas. La tranquilidad que le otorgaba el estar cercanos ya a Adamón le hizo rememorar todo lo sucedido, volviendo a degustar en su boca el sabor del triunfo. Se preguntaba cuanto tiempo tardarían en percatarse en Los Lagos de que era el Rey Laurent quien estaba tras lo sucedido. Estaba seguro de que el rastro de la sangre con la que su cuchillo había rubricado su tarea lo conducirían hasta él y, si no, pronto se lo harían saber a Jasper.

Casi desde el primer momento supo que había tres moscones vigilándolo y así, como si fueran meros insectos se deshizo de ellos cuando llegó el momento. Aquella mañana se había ausentado del castillo con su fingida visita a los lagos cercanos y se adentró en el bosque que tan bien conocía, al haber aguardado allí tantas jornadas a que Jasper se pusiera a tiro de su flecha. Aquella vez falló, pero eso no se volvería a repetir. Alyna y Douglas ya lo esperaban con el carruaje que le había robado al Duque de Bogen después de encargarse de él, cosa que fue una muy buena idea. Hubiera sido un verdadero fastidio llevar aquella mujercita maniatada a lomos de un caballo en un viaje tan largo.

Después de concretar los pasos a seguir volvió al castillo a seguir con su charada de Duque estirado, cosa que verdaderamente llegaba a contrariarle sobremanera. Aún habiendo pasado varios días de aquello, aún se sentía contagiado por aquellos manierismos enfermantes.

Había estudiado a la perfección las costumbres de aquella familia y sabía a ciencia cierta que Alice acudiría a su jardín predilecto después de comer. Fue entonces cuando se encargó de sus tres sombras a golpe de cuchillo, escondió los cuerpos y fue a por Alice. Casi ni se percató de cuando la asaltó. Con una mano tapó su boca para que no gritara y con la otra manipuló el punto de presión adecuado en la zona del cuello y la hizo desvanecerse ipso facto. La terció sobre su caballo, con la cabeza y las piernas a ambos costados del animal, como si de un mero fardo se tratase y la cubrió con una manta. Era tan menuda que bien parecía una manta enrollada, muy adecuada para una salida al campo.

Sin embargo, los dos fisgones que aguardaban uno de los portones posteriores tenían que hacer preguntas de más. Obtuvieron la respuesta que querían de mano de su cuchillo; quien les manda ¿no? Sólo restaba hacer descender con la máxima cautela la pequeña pasarela que atravesaba el foso y, a partir de ahí, todo fue coser y cantar.

Hizo nota mental para después; el hecho de haber contado con Alyna y con la leche de adormidera habían sido decisivos. Por la sirvienta porque relevaba a Douglas en las riendas y no debían hacer más que las paradas esenciales, lo que compensaría el posible retraso que provocara el ir en el carruaje en vez de al galope a caballo. Y la leche de adormidera porque que aquella mujercita permaneciese narcotizada la mayoría del tiempo era un alivio. No le apetecía en absoluto tener que lidiar con sus posibles pataletas o ataques de pánico. Además Alyna resultó doblemente práctica porque ella, en su condición de mujer, se encargaba de alimentarla, más bien de embutirle la comida tan drogada como estaba, y de arrastrarla un par de veces al día tras los matojos a que se aliviara, cosa que solía hacer, ya fuera por la necesidad o por simple instinto, aunque si no lo hubiera hecho, no era el problema de Alyna, sino de Alice y su pobre vestido.

Y mucho menos le importaba a James. Su parte del trabajo la había realizado y con creces. Aún sonreía de satisfacción al recordar como días atrás habían pasado por La Encrucijada, cerca del campamento donde estaba asentado el Ejército de Asbath. Como era lógico, ni siquiera prestaron atención a aquel carruaje que portaba en sus portezuelas el escudo de Bogen y, si lo hubieran hecho, bastaba con esconder a la muchacha en el doble fondo que había habilitado Douglas bajo el mullido asiento que ella ocupaba la mayor parte del día dormida y amordazada. Sin embargo, ni tan solo se habían acercado a ellos. ¡Y pensar que se llevaban secuestrada a su adorada Reina y pasaba por delante de sus narices sin que ninguno de aquellos ineptos tuviera ni la más remota idea para acudir a salvarla!

Una sonrisa burlona curvó su boca y volvió a desperezarse. Sin duda el Rey Laurent estaría más que satisfecho con su trabajo. Faltaba organizar la segunda parte del plan pero, al igual que la primera, saldría a pedir de boca. Aquella muchachita era una gran baza.

La observó durante un momento, casi escudriñando en sus facciones, en su cuerpo... y nada. Así dormida lo único que le inspiraba era ver a una niña insignificante, casi podía afirmar que anodina. Aunque no era muy común en él, aquella mujercita no le despertaba ni el más mínimo deseo y, a pesar de que le hubiera resultado facilísimo el tomarla en su estado, eso mismo habría anulado la única satisfacción que aquel cuerpo insulso podría haberle proporcionado, el de la lucha por salvaguardar su cuerpo ante la idea de ser mancillado y eso enfrió cualquier interés que hubiera podido provocarle. Otro gallo cantaría si se hubiera tratado de Rosalie. Su cuerpo voluptuoso y su singular belleza lo habían atraído desde el principio y más de una vez tuvo que dominar sus impulsos de hacerla suya en aras de su plan, que se hubiese visto descubierto. Quien sabía, si todo marchaba según lo establecido, aún era posible contar con esa oportunidad...

Cruzaron el puente levadizo y a los pocos minutos llegaron al patio de entrada. Se apeó del carruaje y se encaminó hacia la entrada del castillo, mirando por última vez a Alyna y Douglas.

-Ya sabéis lo que hay que hacer -les señaló a Alice quien aún dormitaba en el interior. -Y cuidado conforme la tratáis -les advirtió. -No queremos que muera... aún.

Y se alejó, mientras se dibuja una sonrisa malévola en los tres rostros.

Con premura se dirigió a sus aposentos, cruzándose en el corredor con dos doncellas.

-Preparadme un baño, inmediatamente -les ordenó secamente, sin apenas mirarlas.

-Ya está dispuesto, mi señor -se atrevió a informarle una de ellas.

James no contestó, aunque les dedicó una breve mirada, recelosa.

-Que nadie me moleste ¿entendido? -inquirió amenazante.

-Sí, mi señor -respondieron ambas al unísono, alejándose rápidamente de allí.

James resopló contrariado y siguió hacia su habitación. En cuanto abrió la puerta la encontró allí, tal y como había supuesto, sentada en su butacón. Era más hermosa de lo que recordaba, sus exquisitas facciones que ahora albergaban una sonrisa provocadora, quedaban enmarcadas por su rojiza melena larga y rizada, que caía libre sobre su espalda. Victoria; tan bella como peligrosa.

-¿Qué haces aquí? -exclamó molesto cerrando la puerta de un manotazo.

-Yo también te he extrañado, cariño -alegó ella con voz sugerente mientras se levantaba de la butaca y caminaba hacia él, contorneando sus caderas.

En un par de zancadas, James llegó hasta ella y tomando su rostro, casi con violencia, atrapó su boca, devorándola.

-¡Apártate! -lo empujó ella zafándose de él, con una carcajada. -Apestas.

Lo tomó por la solapa de aquel disfraz ridículo de duque y lo llevó hasta el fondo de la habitación, donde ya tenía preparada la bañera y el agua caliente para su baño.

-¿De eso también te ha informado tu bolita de cristal al igual que de mi llegada, bruja? -preguntó con cinismo.

-Sabes que ese es el mejor halago que podrías dedicarme -se mofó ella mientras lo desvestía.

-El Rey querrá su informe lo antes posible -le advirtió, introduciéndose en la tina y sumergiéndose en la calidez del agua.

-Es lo propio asearse antes de presentarse ante Su Majestad, ¿no crees? -alegó ella con picardía, tomando un paño y arrodillándose tras él para ayudarle en su tarea y frotar su espalda.

-Por cierto, ha sido buena idea el prestarme a Alyna y darme la leche de adormidera -le agradeció.

-¿Lo dudabas? -se rió ella.

-Si serás vanidosa -le acusó él mirándola de reojo.

-Cosa que te encanta, cariño -repuso pasando el trapo por su torso y recorriéndolo sinuosamente. -Al igual que otras muchas cosas ¿no? -susurró en su oído mientras su mano descendía por su abdomen hasta sumergirse bajo el agua. Un gemido gutural escapó de labios de James cuando Victoria alcanzó su objetivo.

-¿El celibato también formaba parte de tu disfraz de duque? -se rió a la vez que sus dedos atrapaban toda su longitud, hinchada.

James lanzó un bufido y se puso en pié, saliendo de la bañera, arrebatado. Tomó a Victoria de los hombros, quien seguía riendo, complacida, y la empujó hasta la pared más cercana. Con violencia le arrancó el vestido, casi rasgándolo y eso a Victoria, lejos de molestarla, la encendió aún más. James atrapó su cuerpo ya desnudo entre el suyo y el muro, al igual que sus labios, continuando con lo que había comenzado cuando llegó a su habitación.

Entonces Victoria se colgó de su cuello y, dándose cierto impulso, alzo sus caderas y rodeó la cintura de James con sus piernas. Ella misma lo posicionó en su entrada y con un solo movimiento lo tomó, haciendo que él invadiera todo su interior, y lanzando ambos sendos jadeos llenos de deseo y lujuria.

Aquella ansia bien podría ser fruto de la impaciencia de dos personas que se aman y desean unirse con urgencia, pero no. No era la necesidad que alienta a los amantes a satisfacer al ser amado sino la búsqueda imperiosa del propio placer, donde no hacían falta ni los preámbulos ni la dulces palabras susurradas al oído. Simplemente el sentido egoísta de la posesión del cuerpo del otro para saciar los propios y más bajos instintos era lo que los arrastraba a buscarse y encontrarse una y otra vez, de forma casi adictiva. Esa era la única forma de amor que dos seres como ellos, con el alma tan ennegrecida, podían sentir y, el hecho de poder compartirlo era más que suficiente. Para ninguno existía ni el vínculo de la fidelidad ni el de la propiedad, sólo el que otorgaban aquellos momentos en que sus cuerpos se ligaban emanando aquel ardor que los corroía por dentro.

James atrapó uno de sus senos en su boca mientras hundía sus dedos en sus muslos, acelerando, intensificando su vaivén produciendo que Victoria gimiese extasiada. James rió sobre la piel de su pecho, complacido, sabiéndola bajo su dominio, pero Victoria no era de las que se dejaba vencer. Estrechó aún más el cuerpo de James entre sus piernas inclinando su cadera, haciendo más pleno su contacto y, esta vez, fue él quien gimió de placer. Ella notó como él se endurecía más, producto del inminente climax y buscó sus labios hambrienta, necesitada de las sensaciones que su boca le ofrecía. James acrecentó el ritmo de sus movimientos al sentir como ella se tensaba a su alrededor y sus cuerpos estallaron al unísono, en un grito enfundado en placer, derramándose él en su interior y clavando ella sus uñas en su espalda, mordiendo su labio inferior hasta hacerlo sangrar, amplificando con aquel brote de agresividad y el sabor de la sangre en sus bocas, las oleadas que aún los sacudía a ambos.

-Utilizas tus malas artes conmigo, bruja -farfulló James jadeando, con la mirada oscurecida por las reminiscencias del deseo que aún no abandonaban su cuerpo.

-Y obtienes justa recompensa por ello ¿no? -repuso con tono sugerente atrapando con su lengua una pequeña gota carmesí que brotaba de su labio, en un gesto lleno de sensualidad.

-Pareciera que no es tan justa, al menos para ti -se regodeó James mientras ella continuaba jugueteando con su boca.

Victoria rió entre dientes y recorriendo los músculos de su espalda con las puntas de sus dedos, deslizó su lengua desde su mentón hasta su oído, lanzándole un cálido suspiro que lo hizo estremecer.

-¿Y qué me dices de ti? -le susurró insinuante al apreciar que volvía a endurecerse dentro de ella.

Atrapó el lóbulo de su oreja entre sus labios, lamiéndolo, y James, emitiendo un gruñido casi salvaje, la separó de la pared y, sin salir de su cuerpo, se dirigió hacia la cama, tumbándola sobre ella. La fricción entre sus intimidades los hizo gemir a ambos.

-Creí que debías encontrarte con el Rey lo antes posible -sonrió Victoria con malicia.

-Que espere -masculló James mientras hundía su boca en la curva de su cuello, comenzando así, de nuevo, aquel ritual que no cesaría hasta que sus cuerpos se hubieran saciado por completo.

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-Deberías aguardar en tu cabaña -le aconsejaba James a Victoria mientras ésta lo ayudaba a vestirse.

-¿Ahora te preocupas por mí? -rió ella.

James la miró con fastidio.

-Tu plan debería ir a la perfección -aventuró ella.

-¿Ésa es una de tus predicciones o una simple suposición? -ironizó James.

-Para el caso es lo mismo pues tú nunca escucharías ninguna de las dos -repuso ella aunque sin reproche.

-Yo forjo mi propio destino, bruja -le dijo, como había hecho ya tantas veces.

Tomó su fino cuello con una de sus manos y la atrajo hasta él, atrapando sus labios en un beso impetuoso al que ella correspondió con la misma avidez.

-Tal vez me halles aquí cuando termines de informarle al Rey sobre tu misión -le insinuó.

James soltó una carcajada mientras acariciaba sus labios con el pulgar.

-Hasta entonces -se despidió de ella bien seguro de que la encontraría allí.

-¿Quién es el vanidoso? -se burló ella.

James le hizo un guiño y se apartó de ella. Victoria lo vio desaparecer tras la puerta y, en el preciso instante en el que James la cerraba tras él, un temblor escalofriante recorrió su espina dorsal, paralizándola, consciente de que el hecho de estar desnuda tenía muy poco que ver con aquello.

-Por fin te dignas a presentarte ante mí -le reprochaba a James el Rey Laurent quien se hallaba cómodamente en su trono.

-Estaba aseándome, Majestad -se disculpó James, inclinándose.

-Por supuesto -se rió Laurent ante su excusa. -Veo que finalmente has traído a la muchacha -se restregaba las manos, regocijándose.

-Está en uno de los cuartos de la servidumbre -le informó.

-¿Y crees que funcionará? -preguntó con desconfianza.

-Jasper ama a su palomita casi de un modo ridículo -se mofó. -Hará cualquier cosa que le pidamos.

-Eso lo veremos -espetó el Rey.

-Con la venia, Majestad -irrumpió en el Salón de Trono un guardia quien, esperando en el umbral solicitaba su acceso.

James le hizo un gesto con la cabeza y el muchacho se acercó a ellos, deteniéndose a una distancia prudencial.

-Mi señor, los rastreadores han avistado un asentamiento a una hora de aquí -le anunció.

-Y antes de lo que yo creía -asintió Laurent, complacido.

-¿Es numeroso? -quiso saber James.

-Sí, mi señor -afirmó temeroso.

-Que preparen a la muchacha -le ordenó. -Ya sabéis lo que hay que hacer.

El guardia se inclinó y se apresuró a salir de la estancia.

-¿Aún te ronda por la cabeza ese plan tuyo? -se sorprendió el Rey.

-Era un excelente plan hace dos años y lo será igualmente ahora, Majestad -se justificó. -No pudimos llevarlo a cabo porque se frustró nuestro intento de secuestro pero, la palomita ya está en nuestras manos.

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-Era casi imposible darles alcance -maldecía Peter mientras contemplaba el vasto castillo que se erigía en la lejanía sobre el peñasco, como si colgara de él de forma antinatural y las propias fuerzas malignas fueran las que lo sustentaban allí. -Si al menos ellos hubieran detenido la carroza.

-No tenían porqué hacerlo -apuntó Jasper con resignación. -Por desgracia, no tenían conocimiento de lo sucedido y su cometido en La Encrucijada no era detener a cuanta carroza pasara por allí.

-En cualquier caso ya no vale la pena lamentarse -intervino Jacob. -No hay tiempo que perder.

-Jacob tiene razón -apostilló Edward. -Mientras los hombres van preparando el campamento, nosotros dos vamos a ir al castillo.

-¿De qué diablos hablas? -inquirió Jasper.

-Alteza, eso es una temeridad -discrepó Emmett.

-Alguien tendrá que ir a averiguar las condiciones de ese bastardo ¿no? -puntualizó Jacob.

-Sí, pero no creo que vosotros...

-¿Quién más si no? -se encogió Edward de hombros. -Lo que sí sería una temeridad es que acudieras tú para ponerte a tiro de sus arcos y a Emmett lo podrían reconocer después de haber convivido con ellos varios meses.

-De eso hace años, Alteza -le refutó Emmett.

-No es necesario arriesgarse -le indicó Jacob, quien se mostraba totalmente de acuerdo con Edward.

-Ya lo teníais decidido ¿verdad? -los miró Jasper con suspicacia.

Ambos asintieron intercambiando miradas de complicidad mientras rebuscaban en sus morrales, extrayendo sendos pañuelos blancos y que ataron a la punta de sus espadas.

-Hijo, ¿crees que Laurent respetará eso? -desconfió Carlisle.

-Si quiere que le transmitamos su mensaje a Jasper lo hará -habló Edward con seguridad.

-Para eso sólo necesitaría a uno de vosotros dos -aventuró Jasper receloso.

-Yo me ofrezco a acompañarles con algunos hombres más para cuidar sus espaldas -intervino Peter.

-Asunto arreglado -sonrió ampliamente Jacob con gesto travieso. Bien pareciera que aquello fuera un simple juego, como si olvidase que iban a meterse en la mismísima boca del lobo.

-Entonces no perdamos más tiempo -concluyó Edward.

Aquello fue la orden para que todos los hombres que iban a custodiarlos montaran, cabalgando alrededor suyo, como un parapeto. Ambos portaban su espada cruzando su pecho, dejando visible aquel símbolo que, desde tiempos ancestrales, había significado la paz.

Se adentraron en el bosque, tratando de evitar la desprotección que les otorgaba el camino, y los recibió de forma tenebrosa con viejos robles y árboles centinelas de troncos anudados y cuyas ramas se iban enredando formando una maraña que apenas dejaba traspasar la luz de la tarde. A pesar de la época estival, aquello producía un humedad en el ambiente tal que casi se podía tocar con las manos. Habría sido imposible orientarse en aquel entresijo a no ser por el musgo que marcaba todos los troncos en la misma cara, la norte, y que les indicaba el camino a recorrer.

De pronto, el bosque terminó de forma abrupta. Con cautela, avanzaron despacio hacia el claro, para darse cuenta de que era más que eso, era un anillo desierto, desprovisto de cualquier tipo de vegetación y que rodeaba la gran cumbre que albergaba el castillo.

Tardaron varios minutos en cruzar aquel terreno rojizo que se extendía ante ellos y la sensación que los invadió les hizo comprender que aquello no era un simple capricho de la Madre Naturaleza. La mano del hombre era quien lo había creado, con el único propósito de controlar de un modo más que efectivo quien se aproximaba a las regias murallas, haciéndoles sentir completamente desprotegidos, vigilados y a merced de sus habitantes.

En cuanto llegaron a las proximidades del foso que bordeaba la fortaleza, se encaminaron hacia el sendero principal, llegando así al puente levadizo, flanqueado por sendas almenas.

-¡A del castillo! -bramó Peter para llamar la atención de los guardias.

-¿Quién sois? -preguntó el que se situaba en una de las almenas.

-Somos el Príncipe Edward de Meissen y el Príncipe Jacob de Dagmar -le informó Edward.

-Deseamos discutir con el Rey Laurent las condiciones para la liberación de la Reina Alice -añadió Jacob.

-Entiendo -respondió el guardia, tras lo que abandonó su puesto.

Los hombres se miraron con cierta incredulidad. Edward y Jacob casi se sentían ridículos blandiendo sus espadas de aquella guisa. Esperaban encontrar la muralla atestada de hombres, preparados para su llegada y, sin embargo, a excepción de los hombres que ocupaban cada una de las almenas, estaba desierta.

Tuvieron que esperar varios minutos para que descendiera el puente levadizo aunque no fue al Rey Laurent a quien vieron aparecer, sino a James, que, escoltado por varios hombres se acercaba a ellos a lomos de su caballo y esbozando una sonrisa de incredulidad.

-¡Si no lo veo no lo creo! -exclamó con gran sarcasmo. -Los acérrimos rivales unidos por la fatalidad.

-Creo que estabas un tanto ocupado secuestrando a la Reina como para percatarte de que ya habíamos solucionado nuestras desavenencias -espetó Jacob con desprecio.

-Cuidado, Alteza -lo miró James con desdén. -Creo que no estáis en situación de importunarme -le advirtió con suficiencia. -Podría obviar lo que pende de la punta de vuestras espadas.

-Mensaje captado -intervino Edward. -Ahora escuchemos vuestras condiciones.

-¿Nuestras condiciones? -soltó una sonora carcajada. Jacob apretó su mano alrededor de la empuñadura de su espada, conteniendo la rabia, deseando golpear a aquel maldito. -No haremos petición alguna, si es a lo que os referís.

-No te entiendo -expresó Edward la confusión de todos.

-El Rey Jasper quiere a su esposa de vuelta ¿no? Pues veamos lo que ofrece a cambio -declaró con sonrisa malévola.

Ambos muchachos lo miraron sorprendidos.

-Como habréis comprendido, si la oferta no es, digamos, tentadora, la Reina morirá -alegó con un tono de lo más formal y despreocupado.

-¿Y cómo sabemos si aún está viva? -inquirió Edward.

-Deberéis confiar en mi palabra -se encogió de hombros

-Sería como confiar en el mismo diablo -masculló Jacob.

James soltó una sonora carcajada.

-Me halagáis, Alteza.

-Lamento el descuido -le respondió con desgana.

-Si estuviera en vuestro lugar me apresuraría en informar a Su Majestad -quiso dar por terminada aquella cháchara. -La arena del reloj que marca su vida ya ha comenzado a caer -se tornó su tono solemne ahora. Inclinó levemente su cabeza y dirigió su caballo hacia el interior de la muralla, tras lo que se volvió a elevar el puente.

El grupo, aún atónito por lo que acababa de suceder se apresuró a volver al campamento. Durante el camino de vuelta, ninguno dijo ni una sola palabra, sus mentes estaban ocupadas por las de James, tan viles como misteriosas.

Tanto Jasper como Emmett y Carlisle corrieron a su encuentro al verlos llegar.

-¿Que ha sucedido? ¿Cómo está Alice? -preguntó Jasper de forma atropellada.

-Suponemos que está bien -le informó Edward.

-¿Suponéis? Pero...

-Mejor dejemos que nos cuenten lo ocurrido -trató de calmarlo Carlisle.

Los dos jóvenes asintieron y procedieron a narrarles todo lo acontecido.

-¡Maldito sea! -blasfemó Jasper. -Ni aún dándole mi Reino entero me devolvería a Alice.

Pasó con nerviosismo una mano por su cabello. Por primera vez en toda su vida se sentía atado de pies y manos, sin saber como actuar y el temor de perder a Alice lo invadió, helándole la sangre.

-¿Qué propones, primo? ¿Atacamos? -sugirió Edward sabiendo lo infructuosa de aquella negociación.

-Ahora que habláis de atacar -intervino Peter, -¿no os resultó muy extraño que no hubiera casi hombres apostados en las murallas? -puntualizó.

-La verdad, sí, pero no atino a comprender a que se debe -negó con la cabeza, meditabundo.

-Su soberbia no tiene límites -farfulló Jacob. -Era como si supiera de antemano que no atacaríamos.

-O como si no le importase -añadió Emmett alarmado, como si hubiese encontrado la solución de aquel acertijo.

-¿Qué quieres decir? -lo miró extrañado Jasper.

-Alteza, repetidme las últimas palabras de James -le pidió a Edward con apremio.

-Dijo que la arena del reloj que marca su vida ya ha comenzado a caer -repitió sus palabras aun sin entender aquella petición.

Emmett mantuvo silencio unos segundos, mirando al suelo, asimilando el significado de aquella cita cuando, de repente, su rostro se crispó, palideciendo.

-¡Hijo de una mala madre! -bramó maldiciendo.

Los hombres lo miraron estupefactos ante aquella reacción y apenas se atrevían a preguntar el motivo.

-¿Qué sucede, Emmett? -preguntó Jasper confundido.

-La Reina no está en el castillo -exclamó con gran inquietud.

-Explícate -indagó Jasper alarmado, ya no sólo por su aseveración sino porque Emmett temblaba como una hoja.

-Pero antes cálmate -le aconsejó Carlisle, que también se había percatado de su estado.

Emmett obedeció tomando aire profundamente antes de comenzar su relato.

-Cuando hace dos años averigué los planes del Rey Laurent de secuestrar a Su Majestad, no sólo descubrí como planeaban hacerlo sino lo que planeaban hacer después de llevársela -les explicó. -Recuerdo como aquellos yegüeros lo comentaban entre risas y vasos de vino, ensalzando la ocurrencia de su señor como si fuera la más heroica de las hazañas, cuando en realidad era lo más monstruoso que yo había escuchado jamás.

-¡Por el amor de Dios, Emmett! -lo tomó Jasper por los brazos. -¡Dime qué pasa con Alice! -lo sacudió, desesperado por saber.

-¡La Reina ya está condenada a muerte! -sentenció Emmett con la voz quebrada.

-¡¿De qué demonios hablas? -preguntó esta vez Edward, quedando Jasper mudo ante aquello.

-El plan de ese malnacido era, en algún lugar de estos parajes, cavar una fosa y...

-¡No! - gritó Jasper enloquecido, tapando la boca de Emmett con sus manos, como si el hecho de que él no pronunciara aquella aberración fuera a evitar que ocurriera. -¡No, no, no! -repetía una y otra vez incapaz de escuchar aquello tan macabro, mucho menos de imaginarlo.

Jacob y Edward tuvieron que luchar con todas sus fuerzas por apartarlo de Emmett, dándose finalmente por vencido, cayendo de rodillas al suelo, encogido por el dolor tan inmenso que le atravesaba las entrañas.

-¡La Reina aún vive! -se arrodilló también Emmett, frente a él. -Pero si atacamos ordenará que la maten.

Jasper levantó su rostro, arrasado por las lágrimas y que ahora esbozaba un deje de esperanza.

-Que...

-La fosa debería ser lo bastante amplia como para que tenga suficiente aire, pero hay que hallarla cuanto antes.

-¡Pero cómo, por todos los Santos! -exclamó exasperado.

-Lo más probable es que tres o cuatro hombres la estén custodiando pues, a pesar de que la fosa estará cubierta, deben evitar la posibilidad de que alguien la halle accidentalmente -comenzó a explicarle. -Además, deben estar lo suficientemente cerca como para ver alguna señal hecha desde el castillo, imagino que de una antorcha, para asesinarla en caso de que el Rey se vea amenazado de alguna forma.

-¿Amenazado? -escupió Jasper con cinismo. -No lo voy a amenazar, simplemente lo voy a matar. Lo juro por mi vida.

De repente, como si toda su fortaleza hubiera vuelto a su cuerpo, Jasper se puso en pie, con el rictus endurecido, aunque más sosegado. Hizo gala de todo su temple, ahora casi inexistente y se dirigió a los demás que lo miraban atónitos ante su resolución.

-Formaremos grupos de seis hombres y registraremos todos y cada uno de los terrenos aledaños a ese maldito castillo -decretó apretando los puños tratando de infundirse un valor que se empeñaba en abandonarlo. Y no porque temiera enfrentarse a aquel malnacido, sino por que le aterraba la idea de no llegar a tiempo y hallarla muerta.

No, Emmett tenía razón. Alice vivía, su corazón se lo decía... Si no fuera así, ya habría dejado de latir.

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CAPÍTULO 28

Hace demasiado frío. Me acurruco abrazando con fuerza las rodillas contra mi pecho, pero la gélida superficie en la que se apoya mi espalda no ayuda demasiado. Decido levantarme, no sin dificultad, algo impide a mis manos y mis pies moverse con libertad, pareciera que estuviera atada, pero por más que los palpo no distingo el causante de esa trabazón que entorpece mis movimientos, como si el aire a mi alrededor pesara o si una gruesa cadena invisible me ligara. Sigo palpando y nada, si al menos pudiera ver... pero tampoco... y la misma duda agonizante me invade. ¿Es simple oscuridad o también una etérea venda rodea mi cabeza tapando mis ojos? Un zumbido en mis oídos me hace perder el hilo de mis pensamientos e, involuntariamente, me los tapo con ambas manos, de forma inútil, pues cuanto más pienso en él y más deseo que desaparezca, más presente está en mi cabeza.

Estoy tan confundida... trato de enfocar mi mente en alguna cosa, algo que me haga salir de este sopor, así que centro mis energías en tratar de levantarme de nuevo. Tras varios intentos de lucha contra mi opresor invisible lo consigo, pero está todo tan oscuro que no se hacia donde ir. Posiciono mis manos delante de mí para interceptar cualquier objeto que se presente en mi camino y empiezo a andar, sin rumbo fijo.

No sé cuanto tiempo estoy caminando pero concentrarme en el movimiento de mis brazos y mis piernas deja de dar resultado y ya no sólo vuelven los zumbidos, sino que vienen acompañados de voces, voces extrañas, ni siquiera sé si de hombre o mujer. Y entonces el miedo empieza a acechar. Hasta ese momento no me he tomado el tiempo suficiente para pensar que es este lugar en el que estoy y porqué. No hay nada familiar para mí pero llevo tanto tiempo aquí que me pregunto si no será que estoy donde debo estar y simplemente yo no lo recuerdo.

Me detengo dispuesta a escuchar esas voces que siguen resonando, tal vez ellas me digan lo que necesito oír, pero no son más que obscenidades, blasfemias y risotadas desagradables. Me siento y vuelvo a abrazar mis rodillas, hundiendo mi cara en ellas... tiene que haber algo más, algo que esas voces intentan ocultar.

De repente lo escucho, "Alice" en lo que parece una voz masculina. Cierro los ojos e inicio una búsqueda entre la algarabía de esa voz que juraría trata de decirme algo y de pronto la encuentro de nuevo "Alice". Sé que no es un nombre lanzado al azar, por la pasión con la que lo pronuncia tengo la certeza de que me está llamando, a mí. Vuelvo a escuchar ese sonido, que se convierte en la más bella de las melodías, alzo el rostro con la firme intención de responder pero abro mi boca y no se escucha nada mientras mi nombre sigue danzando a mi alrededor. Sigo moviendo mis labios, rasgando mi garganta para arrebatarle algún sonido pero no da resultado y el temor de que esa voz me abandone cansada de esperar mi respuesta se apodera de mí.

"Tranquila", me dice, "no trates de luchar, sólo aguarda por mí".

Y es cuando ese sonido viene acompañado de un rostro, uno que deseo ver toda mi vida cerca de mí y del que reconozco cada uno de sus rasgos. Las rubias ondas de su cabello, el azul de sus ojos y esa pequeña cicatriz que adorna uno de ellos, el hoyuelo de su mentón que tanto adoro, sus labios bien perfilados y perfectos cuyo sabor soy plenamente capaz de rememorar... y su nombre acude entonces a mi boca muda... Jasper.

Intento llamarlo una y otra vez, pero mi voz sigue sin obedecerme y lágrimas de impotencia acuden a mis ojos.

"Cálmate, amor" le escucho decirme. "Verás que pronto estaremos juntos de nuevo, iré a buscarte. Sólo confía en mí".

-¿Lo prometes? -intento gritar aunque sé que no va a oírme.

"Lo juro" me responde sin embargo.

-¿Puedes escucharme? -pregunto con la recién descubierta voz de mi mente.

"¿Acaso crees que se puede acallar al amor?" me cuestiona él. "Mi corazón siempre escuchará al tuyo, estés donde estés".

-Tengo miedo -empiezo a temblar.

"No tienes porqué, pronto volverás a estar conmigo" me asegura, transmitiéndome la melodía de su voz una paz infinita.

-¿Me lo prometes? -vuelvo a pedirle de todos modos.

"Te lo juro, sólo tienes que aguardar por mí".

-Mientras tanto ¿te quedarás conmigo? -necesito saber.

"Por siempre y para siempre" me responde colmándome de dicha e iluminando mi corazón.

Veo que la bruma vuelve a acecharme. Apretó más aún mis manos contra mis piernas y vuelvo a hundir mi cara en mis rodillas y aguardo, pero no con miedo, sino como me ha pedido él, tranquila y llena de esperanza, mientras su voz sigue inundándolo todo sin dar cabida a ningún temor.

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-Pondremos nuestra vida en ello -le había asegurado Francis al separarse de ellos y emprender la búsqueda de Alice.

El antiguo Capitán de Asbath dirigía uno de los grupos que partirían hacia aquella misión en la que el transcurrir del tiempo era su principal enemigo y el pecho de Jasper se llenó de orgullo y agradecimiento ante aquellos hombres que darían todo lo que eran por salvar a su Reina.

Emmett, Edward, Jacob y Peter habían decidido acompañar a Jasper, mientras Carlisle permanecería en el campamento a la espera de quien primero hallase a Alice, aunque de corazón esperaba no tener que aplicar su habilidad y conocimientos en ella.

Estudiando la situación y con la información que contaba Emmett, avanzaron por el bosque hacia el castillo, en busca de algún claro desde el cual pudiera divisarse aquella fatídica señal que supondría la muerte de Alice.

El espeso ramaje en el que se entretejía la maraña de árboles que se cernía sobre ellos de forma tenebrosa apenas permitía ver la luz del sol, mucho menos el castillo, así que decidieron acercarse a aquel perímetro desprovisto de vegetación que Edward y Jacob cruzaran para llegar al castillo y que Emmett recordó con el nombre "Anillo de Desolación" nombre que era más que apropiado pues, no sólo era una tierra yerma y asolada sino que, desde la fortaleza bien se podría arrasar cualquier atisbo de vida que osase acercase a sus murallas, sin nada tras lo que ocultarse en aquel paraje desértico.

Mientras avanzaban, Jasper se tomó ciertos minutos para tratar de asimilar lo que estaba sucediendo y que se resumía en muy pocas palabras, de un modo macabro y que le licuaba las entrañas de solo pensarlo; Alice estaba enterrada en vida.

Tenía que admitir que tanto la imaginación de Laurent como su malicia no tenían límites. Esa era una forma de asegurarse de que, si él atacaba, no encontraría a Alice en el castillo pero tendría su vida en sus manos, siendo suficiente el abandonarla en su térreo lecho y que le serviría ya de nicho, si se veía amenazado. También era una forma de mantenerla viva el tiempo suficiente que durasen las negociaciones, si las habían y eso le llevó a Jasper a plantearse cierta cuestión. ¿Qué habría considerado suficiente Laurent como para devolvérsela con vida? Posiblemente nada, ni siquiera el entregarle sus dos Reinos y ahora entendía lo que Emmett había predicho, Alice ya estaba sentenciada a muerte.

Entonces, ¿por qué aquella artimaña? ¿para qué alargar su vida en aquel tormento? Y pronto tuvo la respuesta. Lo que en realidad no tenía límites era su perversidad, su crueldad. Aquel proceder se veía únicamente impulsado por su sádica inclinación hacia el sufrimiento humano, regocijarse en la agonía de una muerte lenta y terrible de otro ser y deleitándose en la idea de arrebatar dos vidas de un simple manotazo pues bien sabía aquel maldito que despojándole de Alice, Jasper se convertiría en una alma en pena. ¿Qué mayor satisfacción que esa?

Por primera vez en su vida, Jasper agradeció la maldad que dominaba a ciertos seres despiadados, como lo era Laurent, pues aquel divertimento suyo les otorgaría a ellos el tiempo suficiente para poder salvarla. Eso y la fortuna de contar con el hombre que cabalgaba con rostro severo a su lado; Emmett. El hecho de que hubiera convivido con aquellos malnacidos y contase con indicios para saber que pasos seguir estaba siendo crucial, decisivo y con seguridad, si lograban salvarla, a él le debería la vida de Alice y la suya propia. Viendo su rictus endurecido bien sabía que el sentimiento de culpabilidad lo estaba torturando sin piedad, algo que a Jasper le parecía absurdo y que ya le haría entender cuando todo aquello acabase. No sabía como, pero la deuda de gratitud que sin duda iba a contraer con él desde el mismo instante en que encontrasen a Alice, tendría que solventarla de algún modo, aunque, ¿cómo se recompensaba a quien te devuelve la vida?

Un escalofrío paralizante recorrió su espalda. Todo aquello tendría que esperar, lo primero era hallarla y conforme recorría el sol el firmamento al encuentro del horizonte, el tiempo de Alice y el poco aire que pudiera haber en aquella maldita fosa se iban consumiendo. "Aguarda por mí, Alice" repetía en su mente una y otra vez. Rezó porque su fortaleza le diera la energía necesaria para esperar su llegada, ojalá y su corazón sintiese que él estaba cerca y luchando contra el tiempo que pendía sobre ella como espada aniquilante. No quería ni pensar lo que ella estaría sufriendo en lo que ya creería su propia tumba, abandonada a su negra suerte y que sólo le dejaba ante ella la macabra perspectiva de una muerte lenta y agónica. No, Alice debía ser fuerte y confiar en él, no podía creer que él la había abandonado, debería tener la certeza de que removería Cielo y Tierra para encontrarla y eso debería mantener su espíritu esperanzado... y cuerdo.

Sacudió la cabeza cerrando los ojos, apartando aquel tormento de su mente y, al abrirlos de nuevo, vio como habían dejado atrás el bosque y se extendía ante ellos aquel paraje desolado que su primo le describiera. Definitivamente era desolador. No había ni el más mínimo brote de vida en aquella extensión árida que alcanzaba con sus lenguas rojizas, más allá del foso, el pié rocoso sobre el que se erigía el castillo, la Fortaleza Roja. Bien podía el color de sus sillares dar su nombre a aquella tétrica construcción, mas, la gran cantidad de sangre derramada por su moradores se lo otorgaban con mayor propiedad.

-Me atrevería a asegurar que los hombres que estén vigilando a Su Majestad aguardarán en este borde del anillo -aventuró Emmett.

-Tienes razón -asintió Jasper al llegar a su misma conclusión. -Necesitan plena visión del castillo para atender una posible señal y ya hemos comprobado que con la espesura de este bosque es imposible verlo. Habrá que separarse.

-Concededme un minuto -le pidió Emmett, tras lo que lanzó un largo y arremolinado silbido, que bien podría haber sido de algún ave nocturna. -Sólo será un momento.

Antes de que Jasper pudiera preguntar que estaban aguardando, apareció tras ellos Francis con su grupo de hombres, entre los que estaban Steve y Patrick. Tanto Jasper como Peter miraron con asombro a Emmett, mientras Jacob y Edward soltaban sendas carcajadas; decir que Emmett era una caja de sorpresas era un completo eufemismo.

-Hacía mucho tiempo que no escuchábamos esa señal, Capitán -le apuntó Steve en cuanto se detuvo cerca de Emmett.

-¿Habéis encontrado algo? -se apresuró a cuestionar Francis.

-No pero suponemos que los hombres que tienen a la Reina están situados en algún lugar a lo largo de este borde exterior -le explicó Jasper.

-Mi grupo podría recorrerlo hacia el Este -propuso Francis entendiendo al instante.

-Entonces nosotros iremos al Oeste -asintió Jasper complacido. No era de extrañar que Emmett le hubiera confiado su cargo con total tranquilidad durante tanto tiempo.

-En cuanto recorráis vuestra mitad regresad. No debemos exponernos demasiado -le indicó Emmett.

-Sí, Capitán -concedió Francis. Con un gesto de su cabeza, sus hombres emprendieron la marcha tras él.

Tal y como habían acordado, Jasper y los demás comenzaron a rodear el borde hacia el Oeste. Se habían adentrado unos cuantos metros en el bosque, para no permanecer tanto tiempo al descubierto. Trataban de cabalgar de la forma más sigilosa posible para no alertar a los captores de Alice, pero la oscuridad no tardaría en absorberlo todo y eso dificultaría mucho la búsqueda. Además, conforme iban avanzando, menos terreno por revisar de aquel lindero quedaba y Jasper no pudo evitar preguntarse si no habrían errado en su suposición. Tal vez Alice estaba oculta en el lugar más inhóspito del bosque y ellos estaban desperdiciando su tiempo.

Llevado por un arrebato tiznado en desesperación, salió del bosque, en un intento de ver el terreno más allá de su posición, cuando avistó en la lejanía lo que parecía una hoguera. Volvió sobre sus pasos con la mano en alto haciendo que el resto se detuviera.

-He distinguido una hoguera, a unos minutos de aquí -respondió Jasper a la silenciosa cuestión que se dibujaba en el rostro de sus compañeros.

-Deberíamos avanzar un poco más y luego continuar a pié, sería más silencioso -sugirió Edward a lo que los demás asintieron.

-No creo que nos esperen pero estarán preparados -alegó Jasper. -Tratad de no matarlos, al menos no a todos -añadió en vista de sus semblantes contrariados. -Será más fácil si podemos interrogarlos.

Los hombres asintieron y reemprendieron la marcha y, en cuanto Jasper consideró que se habían acercado lo suficiente, desmontaron, asegurando los caballos en un par de árboles, tras lo que continuaron, ballesta en mano.

Se aproximaron con sigilo al asentamiento, ocultándose tras los nudosos troncos que los cobijaban. Pronto lo hicieron lo suficiente para ver que eran sólo tres hombres, sentados en algunos troncos talados y rodeando la hoguera. A ninguno le pasó desapercibido que al lado de cada uno de ellos descansaban varias ballestas, preparadas para disparar.

El primero en hacerlo fue Jasper, a uno de los malhechores que se sentaba de espaldas al bosque. Su flecha impactó en su hombro, haciendo que cayera hacia adelante, casi sobre la hoguera, lanzando un gruñido de dolor. Aunque eso hizo que se alejara de sus armas, alarmó a sus dos compañeros que comenzaron a lanzar flechas a discreción hacia el bosque, sin apenas importarles no divisar a su agresor.

Jasper se maravilló de con que rapidez recargaban su ballesta cuando se percató de que no eran ballestas comunes. Poseían varias ranuras para alojar varias flechas, lo que disminuía el tiempo entre disparos, y, por otro lado, el número de ballestas era superior a lo que habían supuesto, pues estaban situadas tras los troncos y fuera de su alcance, donde ahora se habían tumbado los bandidos, utilizándolos como parapeto. Desde aquel ángulo Jasper concluyó que sería prácticamente imposible alcanzarles.

Edward y Jacob se lanzaron sendas miradas y asintieron. Éste último sacó un par de dagas de su cincho y lanzó una a los pies de Edward quien, haciendo resbalar su espalda por el tronco, descendió hasta alcanzarla. Al ponerse en pié alzó su brazo y, bajándolo con brusquedad a modo de señal, marcó el inicio de aquella maniobra, que tomó por sorpresa tanto a sus compañeros como a aquellos truhanes.

-¡Edward! -exclamó Jasper con horror viendo a su primo lanzarse a un plan suicida.

Tanto él como Jacob corrían hacia la hoguera dibujando un camino sinuoso en el que se cruzaban constantemente para no ser un blanco fijo y confundir a los tiradores, que les lanzaban flechas a diestro y siniestro, sin acertar en ninguna ocasión. La atención de ambos hombres se centró en ellos así que Jasper vio su oportunidad. Saliendo de su escondite se aproximó varios pasos y apuntó a uno de los malhechores, directamente a la cabeza. A pesar de saberse expuesto, su dedo no tembló ni un segundo y su flecha rompió contra el yelmo del sujeto, atravesándolo, matándolo en el acto. Esto hizo que su compañero desviase la vista hacia él, cosa que Jacob y Edward aprovecharon para lanzarse sobre él. Un brillo de metal surgió de las manos del bandido al sacar su cuchillo por lo que el forcejeo se convirtió en una lucha encarnizada donde la daga de Jacob quedó enterrada en su cuello y la de Edward en su axila, ambas seccionando vasos vitales y produciéndole la muerte a los pocos segundos.

En vista de aquello, Jasper corrió hacia el que él había herido que se hallaba tendido en el suelo, sin sentido. Se colocó sobre él y lo tomó de los brazos.

-¿Dónde está la muchacha? -le gritó sacudiéndolo.

Aquello hizo que recuperara la consciencia, abriendo los ojos ampliamente con temor al verse atrapado, pues los cinco hombres lo rodeaban.

-¡Dime dónde está la muchacha! -insistió Jasper iracundo. -¡Si deseas que te torture hasta que te arranque la confesión de tu garganta lo haré! -bramó amenazante.

Entonces aquel maldito esbozó una sonrisa malévola en sus labios y antes de que Jasper pudiera entender que sucedía, llevó una de sus muñecas a su boca, tragándose algo parecido a un pequeño guijarro blanco y que pendía de un cordel.

-¡No! -vociferó Jasper metiéndole lo dedos entre sus dientes, tratando de extraer lo que bien tarde se percató era veneno.

Sin embargo, todo fue en vano. Al cabo de un segundo comenzó a echar espuma por la boca cuan perro rabioso mientras su cuerpo convulsionaba violentamente. Con los ojos en blanco comenzó a lanzar ásperos alaridos, seguramente producidos por el dolor que causaba el veneno y que cesaron repentinamente, al igual que los temblores.

-¡Maldita sea mi suerte! -vociferó Jasper soltando el cuerpo sin vida de ese malnacido que se llevaba sus últimas esperanzas con él.

Blasfemando entre dientes se alzó lanzando un vistazo a aquel paisaje desolador que se extendía frente a ellos. Apretó los puños contra su cuerpo, así sería imposible encontrarla. Miró los tres cadáveres y elevó sus ojos hacia el castillo, en el que ya empezaban a iluminarse algunas estancias con la proximidad de la noche y una duda lo asaltó. ¿Cómo habrían hecho esos tres bandidos para encontrar el escondite de Alice en la oscuridad de la noche? Entonces, la idea de que debían de haberlo señalado de alguna forma le vino a la mente, aunque no sólo a él.

-¡Majestad! -lo llamó Emmett quien se había alejado unos pasos de ellos y miraba hacia el anaranjado horizonte.

Y extendiendo su brazo en alto le mostró aquello que, como ambos habían supuesto, marcaría la morada de Alice y que, si Dios lo permitía, no sería la última. En aquella devastada llanura se elevaba el único hito que podía acoger aquellas tierras muertas. Como si de un árbol seco se tratase, se izaba solitario un estandarte del que pendía el emblema del Reino de Adamón; un cóndor con las alzas desplegadas, entre las que se enroscaba desafiante una gran serpiente, cuya lengua bifurcada parecía silbar al aire.

-¡Venid! -les pidió Jasper a los demás, que rápidamente acudieron a su llamado. -Este estandarte está tan fuera de lugar aquí que debe ser lo que usaban de referencia -les dijo una vez reunidos alrededor del mástil. Y dicho esto, se desplegaron cada uno en una dirección, iniciando la búsqueda.

Fue Emmett quien notó a los pocos pasos como el sonido amortiguado de sus pisadas sobre la tierra se tornaba seco y grave, como si golpease algo de madera.

-¡La he entrado! -exclamó con voz rasgada mientras se arrodillaba palpando la tabla, en busca de uno de sus bordes.

Los cuatro hombres lo imitaron, apartando con sus manos la tierra que la cubría y pronto la descubrieron, tomándola entre todos con ligereza y lanzándola lejos. Cada uno de los lados no excedía de un metro de largo, al igual que de profundidad. Y Alice estaba en el fondo, maniatada, echa un ovillo, con una mordaza en la boca para impedirle gritar y aparentemente inconsciente.

Sin perder ni un segundo, Emmett se metió en el interior y la alzó con cuidado, entregándosela a Jasper quien la recibió con brazos temblorosos. Tanto Edward como Jacob le ayudaron a liberarla de sus ataduras mientras él le retiraba la venda de su cara. A pesar del ajetreo Alice no reaccionó, sus ojos seguían cerrados y su cuerpo laxo y frío entre sus brazos.

-Alice -la llamó Jasper tomando su mejilla con una de sus manos. -¡Alice! -la sacudió levemente aun sin obtener respuesta.

Por un segundo el terror de haber llegado tarde se apoderó de él y colocó su rostro en su delicado pecho queriendo saber. Para su fortuna, aunque leves, escuchó los latidos de su corazón y notó en su cuello su débil respiración, apenas superficial.

La estrechó entre sus brazos y, aunque lleno de alivio por saberla viva, no pudo evitar que le atormentara el sufrimiento al que la habrían sometido aflorando lágrimas incontenibles a sus ojos.

-¿Qué te han hecho? -sollozó contra su vestido que presentaba un aspecto mugroso y jironeado.

-¿Vive? -se arrodilló Emmett junto a él angustiado, temiéndose lo peor.

Jasper asintió con la cabeza, incapaz de separar su rostro del cuerpo de Alice que continuaba marchito en su regazo. La complejidad de sentimientos que asaltaron a Jasper lo dejaron inmóvil, a excepción de su llanto convulsivo. La gratitud por haberla encontrado, la zozobra por verla en ese estado, la impotencia por no haber podido evitarlo y el odio y la rabia que se acumulaban en su interior y que apenas lo dejaban respirar. Todo aquello se entremezclaba entre la sal de sus lágrimas que, a modo de catarsis, comenzaban a liberar su alma.

-Será mejor que mi padre la revise -posó Edward una mano sobre su hombro.

Entonces Jasper se levantó, sosteniéndola aún entre sus brazos y, con los demás siguiéndole, se adentraron en el bosque hacia los caballos. Allí Emmett le ayudó a colocarla en su regazo tras haber montado y pusieron rumbo hacia el campamento, lanzando Emmett otro de sus silbidos, esta vez más sesgado y que, Jasper supuso, haría que los hombres cesasen la búsqueda y volvieran al punto de encuentro.

Mientras cabalgaban, Jasper no dejaba de observar a Alice. Sus muñecas y sus tobillos estaban amoratados, debidos a las cuerdas y su rostro que siempre solía relucir con una sonrisa, se mostraba ahora cenizo, pálido, con sombras grises en sus párpados. Aseguró las riendas de su caballo con una de sus manos y la otra la posó suavemente sobre su mejilla, acariciándola con dulzura. Aunque seguía inconsciente, su piel ya no parecía tan fría y su respiración se había acompasado, cosa que alivió a Jasper.

Deslizó la yema de sus dedos hasta sus labios y se alegró de notarlos tibios bajo su caricia. Tanto había temido no volver a tocarlos que no pudo reprimir el impulso. Se inclinó sobre ella y, muy despacio, la besó, de forma muy suave, apenas un roce pero que le hizo a su corazón desbocarse al sentir su calor, al sentirla viva.

En ese instante, Jasper la notó removerse y se apartó sobresaltado.

-Jasper -la escuchó susurrar.

-Aquí estoy -le respondió, aunque miró su rostro y sus ojos seguían cerrados.

-Aguardé. Sabía que cumplirías tu promesa -prosiguió ella con lentitud en lo que él supuso era un sueño, o peor, un delirio de su mente desquiciada. -Estoy muy cansada -añadió con un hilo de voz.

-Entonces duerme -musitó él tratando de que no se le quebrara la voz con la congoja.

-¿Te quedarás conmigo?

Jasper sonrió con tristeza al reconocer la candidez que la caracterizaba.

-Por siempre y para siempre -ahogó él un sollozo mientras la pegaba a su pecho. Y, aunque seguía inconsciente, la profundidad y el sosiego de su respiración le decían que su alma había hallado cierta paz y tanto su maltrecho cuerpo como él mismo lo agradecían. Rogó para que aquella paz fuera la suficiente para sanarla física y mentalmente y le permitiera recuperarla, por completo.

Al llegar al campamento, Carlisle salió a su encuentro. La recibió de brazos de Jasper y se dirigió a la tienda más espaciosa, donde había preparado ya su instrumental y un par de aguamaniles llenos de agua caliente y paños. Al ver que Jasper le seguía se detuvo.

-Preferiría que aguardaras fuera -le indicó su tío.

-Pero...

-Hijo -le hizo una seña a Edward.

-Mi padre tiene razón -lo tomó amistosamente por un brazo. -Trabajará mejor si no te tiene revoloteando alrededor y acribillándolo a preguntas.

Jasper resopló pero acabó accediendo. Con el corazón encogido lo observó adentrarse en la tienda con Alice en sus brazos. Entonces Edward sacudió su cabeza y señaló hacia Emmett quien se hallaba sentado contra un árbol con la frente apoyada en sus manos. Jasper le indicó con un gesto a su primo que lo acompañara y así lo hizo.

-Emmett -lo llamó Jasper al llegar a su altura.

El muchacho se apresuró a ponerse en pié a lo que Jasper respondió colocando su mano en su hombro, pidiéndole calma.

-¿Se pondrá bien? -se atrevió a preguntar.

-Mi padre la está revisando -le informó Edward.

-Confiemos en que se reponga -murmuró Emmett cabizbajo.

-En cualquier caso estoy en deuda contigo -intensificó Jasper la presión de su mano sobre su hombro.

-Pero Majestad...

-De por vida -añadió interrumpiendo su clara intención de discrepar.

-Eso es innecesario, Majestad -protestó igualmente.

-Deberías saber que soy bastante obstinado en ese aspecto -le recordó Jasper. -Y te aseguro que el que compartas mi mesa no es, ni por asomo, lo que mereces después de lo de hoy.

-Simplemente hemos tenido la ventaja de que viví por un tiempo en aquel castillo -trató de excusarse.

-Sé que también estoy en deuda con la Divina Providencia por haberte puesto en nuestro camino -reconoció Jasper. -Hasta que encuentre el modo de agradecérselo en persona, lo haré a través de ti.

-Me basta con que la Reina se recupere -admitió Emmett con humildad.

-Lo hará -aseveró Jasper con firmeza.

Él mismo debía creerlo o se volvería loco.

Le habría encantado continuar con aquella conversación pero, a pesar de todo su mente estaba lejos de ese árbol, en concreto todos sus sentidos estaban puestos en aquella tienda donde su tío revisaba a Alice. Tal vez habían transcurrido unos cuantos minutos pero a Jasper le parecían eternos.

Con la mirada ausente dirigió sus pasos hacia la carpa, con la intención de aguardar en la entrada, viéndose acompañado en su espera por Emmett, Edward, Jacob, Peter y algunos hombres más del Ejército de Asbath, entre ellos Francis y sus muchachos, mostrando todos y cada uno su preocupación por su soberana. Jasper comenzó a deambular distraídamente, en círculos, con la vista perdida en el centenar de hojas que cubrían el terreno, tratando sobre todo de abstraer su mente y alejarla de la posibilidad de que Carlisle fuera portador de malas noticias. El nerviosismo no tardó en atormentarlo y ya veía todo su temple consumido cuando su tío salió de la tienda, por fin.

-¿Cómo está? -se apresuró a preguntar mientras el resto de hombres le rodeaban.

-Como era de esperarse está un poco adolorida y magullada, pero nada de importancia -comenzó a explicarle, -aunque presenta claros signos de inanición.

-Esos bastardos ni siquiera la han alimentado -farfulló Jasper entre dientes, furibundo.

-Yo diría que lo han intentado, cosa difícil dadas las circunstancias -le corrigió Carlisle quien prosiguió dada la expresión confusa de los presentes. -Lo que en realidad me preocupaba es el estado de semi-inconsciencia con que me la has traído pero no he tardado en averiguar el motivo.

Jasper lo miraba expectante.

-Le han suministrado leche de adormidera y en repetidas ocasiones -le explicó.

-¿Leche de la amapola blanca? -inquirió Emmett con cierta suspicacia. -Creí que eso era propio únicamente de...

-De brujas, estás en lo cierto -concluyó Carlisle por él.

-Tío, perdona mi ignorancia pero...

-La leche de adormidera es un fuerte narcótico, Jasper, difícil de obtener y muy peligroso si no se utiliza con mesura. Me temo que es el método que han utilizado para mantenerla tranquila, más bien, adormecida, todos estos días. Alimentarla así ha debido ser todo un logro.

-¿Se pondrá bien? -quiso asegurarse Jasper.

-Le he dado una tisana para tratar de expulsar cualquier resquicio que pueda albergar su cuerpo de esa sustancia, pero necesita alimentarse bien y descansar -Carlisle hizo una pausa. -Debería volver a Los Lagos -sentenció al fin.

-Por supuesto -accedió Jasper. -Y tú la acompañarás.

-Yo también lo había pensado, pero mi intención al venir aquí era la de asistiros si me necesitabais -reconoció él.

-Si alguien cree que su vida depende de tu presencia aquí tiene total libertad para marcharse ahora mismo -decretó con firmeza y alta voz.

El silencio abrumador que siguió a aquello, les dio la respuesta, a ambos.

-He estado a un paso de perderla y no soportaría volver a pasar por eso de nuevo -le confesó su sobrino con rostro afligido.

-Con la venia, Majestad -intervino Francis. -Una carroza viene de camino desde Asbath -le anunció.

-¿Cómo es eso posible? -preguntó Jasper sorprendido.

-Cuando Emmett nos explicó lo sucedido, antes de partir de La Encrucijada, decidimos mandar a varios hombres a por un transporte adecuado para la Reina, Majestad y más teniendo en cuenta sus días de cautiverio.

-Os lo agradezco -posó Jasper la mirada en Francis y Emmett. -¿Puedo verla? -se dirigió ahora a su tío quien asintió.

-Mientras tanto le escribiré una nota a Bella -comentó Edward. -¿Se la entregarías, papá? -le guiñó el ojo a su padre.

-Claro, hijo -accedió Carlisle. -Incluso a Leah y Charlotte, si Jacob y Peter lo desean.

-Gracias Majestad -se inclinó Peter agradecido.

-Emmett, tú podrías escribirle a Rosalie -le sugirió Edward con desenfado. -Sería muy triste para ella ser la única que no recibiera correspondencia y no creo que mi primo esté de ánimos para hacerlo.

Emmett lo miró atónito e, inconscientemente dirigió su mirada a Jasper, de quien esperaba un comentario cuanto menos reprobatorio.

-Hazlo si gustas -le dijo sin embargo, encogiéndose de hombros y restándole importancia, mientras seguía a su tío hacia la tienda.

-Tal vez recupere la consciencia -le advirtió Carlisle. -Pero no te angusties si comienza a divagar o confundir los hechos. Es a causa de esa sustancia.

-De acuerdo -asintió Jasper.

-Te dejaré a solas con ella -le instó a entrar con un gesto. -Espero que no te importe que haya cambiado sus ropas.

-Por supuesto que no -se apresuró a negar.

Jasper se adentró en la tienda y Carlisle corrió la cortina que hacía las veces de puerta para darles intimidad. Con paso titubeante, Jasper se acercó hacia el camastro donde descansaba Alice, parecía dormir tan plácidamente que resultaba increible que hubiera pasado por aquel calvario. Tal vez, a pesar de todo, había sido una suerte que hubiera estado adormecida todo ese tiempo. Si hubiera permanecido plenamente consciente de toda la situación su lucidez mental bien habría podido estar en juego.

Lentamente se sentó sobre el camastro frente a ella. La camisa blanca y el calzón largo que creía reconocer como suyos, lejos de ridiculizar su apariencia por ser prendas de hombre y demasiado amplias para su cuerpo menudo, le otorgaban una imagen angelical e inmaculada. Nunca había contemplado Jasper algo tan hermoso. En su rostro, que ya había recuperado algo de su rubor natural, se reflejaba una calma y una dicha difíciles de expresar.

Alargó su mano y acarició su mejilla, con suavidad, más tranquilo ahora al saber que, tarde o temprano, se repondría. Y, aunque le doliese volver a separarse de ella después de tantos días de angustia, tenía que irse de allí cuanto antes, ponerse a salvo.

Tomó una de sus manos y la apretó sobre sus labios y su perfume lo inundó al aspirar sobre su piel. Otro detalle más que le aseguraba que había recuperado a su esposa, como si a cada minuto los fuera necesitando para convencerse de que era así, y es que parecía tan irreal. Por un instante le parecía estar compartiendo uno de esos delirios de los que hablara Carlisle y que, de un momento a otro, volvería a la realidad, la cruel realidad en la que perdía a Alice.

Cerró los ojos al sentir como los invadían las lágrimas, mientras un nudo le atoraba la garganta. No sabía si era por el sufrimiento que lo había acompañado tantos días, o que la dicha necesitaba hacerse hueco en su corazón y la única purga que había hallado era la de sus lágrimas. Aunque si eso le ayudaba a deshacerse de ese vacío mortal que sentía en su pecho ante la simple idea de una vida sin Alice, gustoso lloraría por horas.

-Alguien me dijo una vez que los ángeles no lloran -un leve susurro de labios de Alice le hizo abrir los ojos.

-Alice -exclamó Jasper lleno de felicidad al verla consciente.

-¿Por qué lloras? -alzó ella su otra mano para enjugar las lágrimas que surcaban sus mejillas. Jasper la aprisionó con la suya, apretándola contra su mejilla. Habiendo imaginado tantas veces que tal vez no volvería a disfrutar de sus caricias, aquello lo colmó de dicha.

-Es de felicidad -le dijo él. -Hubo momentos en que pensé que no te encontraría.

-Pues yo siempre supe que lo harías -le contradijo ella.

-Alice, ¿recuerdas algo? -preguntó Jasper con cierto recelo.

-Lo único que recuerdo con nitidez es tu voz -negó ella con la cabeza. -Me repetías una y otra vez que aguardara por ti, que irías a buscarme.

Jasper la tomó por los hombros y la hizo incorporarse, con delicadeza, tras lo que la rodeó con su brazos, sin poder reprimir los deseos de abrazarla. Notó sus finas manos aferrarse sin apenas fuerza a su cintura y Jasper hundió su rostro en su cuello, dejándose embriagar por su tacto y su aroma, dejando escapar un sollozo, como si su desconfiado corazón no acabara de convencerse de que aquello era real.

-Soy real, Jasper -murmuró ella haciendo eco de sus pensamientos. -Y te amo.

Ella misma separó el rostro de su fuerte pecho y lo giró buscando sus labios, con la intención de obsequiarle con la prueba definitiva de que ninguno de los dos estaba soñando y Jasper creyó desfallecer al sentir los labios de Alice sobre los suyos. Aquel beso le devolvía a la vida, borrando de un solo plumazo todo el sufrimiento de los días pasados. Un suspiro escapó de su pecho impregnado de la dicha y la emoción que lo invadían por completo mientras se dejaba llevar por los deliciosos labios de su esposa. Nada había cambiado, ni la tersura de su piel ni su dulce y exquisito sabor, incluso la sintió temblar entre sus brazos, como siempre cuando sus manos viajaban por su cuerpo, acariciándola.

-Te amo tanto, Alice -musitó sobre su boca. -Eres mi vida entera.

-Y tú la mía -murmuró volviendo a abandonarse al vital elixir de sus labios. Casi sin aliento se separó de él, refugiándose en sus brazos.

-Alice...

-¿Qué pasará ahora? -lo interrumpió sabiendo lo que vendría después. Lo miró a los ojos y por un segundo se perdió en ellos, jamás los había visto de un azul tan profundo.

-Partirás con Carlisle esta misma noche, debes reponerte y es mejor que lo hagas en casa.

-¿Tú no vienes conmigo? -se entristeció ella.

-Ya habíamos hablado de esto -alegó él con suavidad. -Y ahora más que nunca debo acabar con lo que ese maldito ha empezado.

-Tengo miedo -exclamó ella, hundiendo su rostro en su pecho.

-También te expliqué todos los motivos que me harían volver ¿verdad? -le recordó, a lo que ella asintió. -Puedo añadir uno más si eso hace que te quedes más tranquila.

-¿Cuál? -quiso saber ella.

Jasper la tomó de los brazos y la separó de él.

-Extiende tus manos -le pidió y, aunque Alice no comprendió su petición, obedeció.

Jasper cerró sus ojos y, aspirando profundamente, juntó sus manos sobre su pecho, durante unos instantes. Entonces, unidas como si sostuvieran un pequeño objeto en su interior, las llevó hacia las de Alice, quien las alzó, dispuesta a recibir lo que fuera que él le ofreciese. Él hizo el gesto de depositarlo sobre las suyas y después las tomó, cerrándolas a su alrededor.

-Dejo mi corazón en tus manos -le susurró. -Volveré a ti para recuperaros a los dos.

Con la vista nublada por las lágrimas, Alice soltó sus manos, aún unidas como si encerrasen algo entre ellas, de las de Jasper, llevándolas hacia su pecho y abriéndolas, enterrando en su interior con ese gesto, aquella valiosa ofrenda con la que él le obsequiaba.

-Permanecerá junto al mío mientras aguardamos tu regreso -alcanzó a musitar, con un leve hilo de voz, antes de que las lágrimas oprimieran su pecho haciéndola enmudecer.

Tras observar unos segundos el brillo perlado de sus ojos, Jasper la atrajo con fuerza hacia él, fundiéndola contra su cuerpo mientras sus labios trataban de acallar el llanto que entristecía su boca. La sal de sus lágrimas se entremezcló con el dulzor de su aliento, cosa que no le afectó a ninguno de los dos. Sabían que ese era un precio muy bajo a pagar por lo que sería una vida completa juntos y felices. Estando uno en brazos del otro dejó de tener importancia lo que sucedería hasta entonces. Aún restaban muchos momentos por vivir y miles de sueños por realizar, yendo la certeza de verlos cumplidos en ese beso y que era uno de los tantos muchos que aún quedaban por compartir, como una promesa que ambos estaban dispuestos a consumar, fuera como fuese, pero siempre juntos...