Dark Chat

jueves, 20 de enero de 2011

Pecados Carnales

Capítulo 18. Quédate Conmigo

No te puedo comprender

Corazón loco

Yo no me puedo explicar

Como los puedes amar

Yo no puedo comprender

Como se pueden querer dos hombres a la vez

Sin estar loca

Como me chocaba esa canción y mi hermana parecía disfrutarla, le subió el volumen todo el trayecto a la casa de los padres de Edward, y la cantaba a todo pulmón. Emmett me miraba de reojo por el espejo retrovisor y cuando notó que la expresión de mi rostro se iba convirtiendo en un enojo fulminante cambio la estación de radio dándole una mirada de regaño a su esposa.

- ¿Qué… no he dicho nada que no sea verdad? –se defendió mi hermana con un tono inocentón y él puso sus ojos en blanco, estaba bastante molesto por la actitud que había adoptado mi hermana.

- ¡Ya basta! –reprendió enojado - no pasarán la navidad enojadas.

Agregó mientras doblaba para tomar la calle donde se ubicaba la casa a la que íbamos. Estaciono el auto a un par de metros, nos bajamos y yo seguía que quería ahorcar a Ángela.

- ¿Te comportarás? —me preguntó de refilón cuando coincidimos al bajarnos, la mire un tanto sorprendida ¡pero qué demonios se imaginaba! — al menos que la Navidad no la pasemos en un hospital — agregó y di un pequeño grito en frustración. La miré con furia y luego cruce la calle sin esperarla para tocar el timbre de la casa de los Cullen.

- ¡Oye espéranos! —Grito Ángela, tomando de la mano a Emmett para alcanzarme.

Justo cuando apreté el timbre ellos ya estaban parados a un costado de mí. Me arreglé la ropa y la puerta se abrió solo para encontrarme con esos ojos verdes que tantos estragos habían causado en mi vida.

- ¿Tú? — preguntó desconcertado — ¿Qué haces aquí? — balbuceo y mi hijo que estaba detrás de él se abalanzó a mis brazos interrumpiéndolo con un grito de alegría.

Su madre que venía caminando por el pasillo lo adelantó para saludar a Emmett.

- ¡Qué bueno que ya llegaron, ahora si estamos listos para cenar! –exclamó contenta mientras saludaba - Pasen, pasen. Emmett tanto tiempo sin verte, como has crecido ó Esme haciendo pasar a mi hermana con su marido.

Yo me quede en la puerta con mi hijo en brazos y con los ojos verdes clavados en mí, sin decir nada, nos estábamos contemplando, en realidad Edward estaba examinándome con la mirada, logró su objetivo, ponerme nerviosa, sin mirarlo directamente le hablé.

- ¿No vas hacerme pasar? —pregunté temerosa de su reacción.

Miré el rostro de mi pequeño angelito, y entonces frente al silencio me atreví a mirarlo a él, en ese minuto me percaté que, estaba mirando hacia atrás mío, cómo buscando algo.

- No lo sé, dímelo tú, ¿Tu novio te dio permiso para entrar a mi casa? —preguntó sarcástico.

Me pillo de sorpresa, me quede muda, sintiendo los deditos de Anthony enrollarse en mi cabello, estaba jugando divertido, ajeno a la conversación que sosteníamos su padre y yo. Cavilé por unos segundos mientras pensaba que decirle, cuando Alice que se había acercado fue la que contesto por mí.

- No seas payaso y córrete o ahora quieres provocarle un resfrió, ¿que no te basto con la contusión? –soltó mordaz.

- Tienes razón — convino él sonriendo burlesco — hoy no contamos con la presencia de Super Jake para que salve el día ¿no? —concluyó su voz estaba cargada de rabia e ira contenida, se hizo a un lado desafiante haciéndome un gesto con la cabeza para que entrará.

- No es necesario ser soberbio —murmuré entre dientes, él cerró la puerta de un portazo que llamó la atención de todos, incluido, mi hijo que me miró un tanto asustado.

Esme desvió su mirada dulce hacía su hijo, reprendiéndolo mientras él se abría paso entre nosotros sin decir ni media palabra. Alice sacudió su rostro dándome una pequeña palmadita en el hombro.

— Se le pasará… es su berrinche anual —exclamó tratando de hacerme sentir bien.

Edward subió las escaleras ofuscado, no había que adivinar aquello, su rostro lo decía todo. Nos dejo en la mitad del pasillo, mirándonos confundidos por su actitud, su madre con una mirada incomoda trato de persuadir los ánimos para volver a poner el tono alegre a la celebración. Miró al resto de los presentes y fue allí que me percaté que estaba la otra hermana de Edward junto a su novio al parecer.

- Bueno – señaló Esme sonriéndose nerviosa - ¿Alguien quiere ponche? – preguntó tratando de suavizar el ambiente. Nos miramos todos hasta que un señor, casi de la misma edad que ella y de unos impresionantes ojos turquesas se aproximo a mí.

- ¿Anthony no vas a presentarme a la bella dama que te acompaña esta noche? — inquirió en un susurró cariñoso a mi hijo acariciando sus cabellos dorados, esté se rió avergonzado y yo me sonreí nerviosa sentí mis mejillas ardientes producto de la timidez. El hombre, que a esta altura, me imaginé era el padre de Edward concentró su vista en mí, su mirada era tan profunda como la de él — Al fin conozco a la causante de tanto embrollo familiar, soy Carlisle el padre de Edward –expresó cálidamente extendiendo su mano hacía mí a modo de saludo, yo la estreche y me acerco hasta su mejilla – Debes disculpar a mi hijo, desafortunadamente heredo un rasgo de mí un tanto indeseado, lo impulsivo es uno de mis peores defectos, los Cullen defendemos lo que es nuestro —agregó dándome una sonrisa ladina, idéntica a la que me había cautivado.

Estuvimos en la sala de la casa de los Cullen platicando mientras Esme y Rosalie, la otra hermana de Edward preparaban los detalles en el gran comedor. Alice me contaba de su vida estos cuatro años que nos habíamos perdido hasta que sentí la voz de Esme llamar a Edward para que se dignara a bajar al tiempo que nos invitaba a pasar a la mesa.

Volvimos a coincidir justo a la entrada del comedor, como dos verdaderos imanes unidos incapaces de sobrevivir el uno sin el otro, Edward llevaba de la mano a mi hijo cuando me vio lo alzo en brazos, sin decir nada se adentro a la mesa y sentó a Anthony en una silla para bebes que estaba puesta cerca de está al costado izquierdo de la habitación, cerca de unos enormes ventanales. Se sentó a su lado, Esme nos indico nuestros puestos, a mí y a mi familia en el lado contrario; yo estaba por sentarme frente a la posición de ellos, y Alice al lado opuesto de Edward, en el lado vacio junto a mi hijo cuando esté comenzó a chillar.

- ¡Noooo! — gritó furioso, igual que Edward hacía un rato atrás — ¡Tú nooo! –gruñó poniendo sus manos para detener a su tía - Mami –exclamó extendiendo sus manos hacía mí, sus ojos brillaban de la ansiedad que tenía, se me contrajo el estomago un tanto nerviosa.

Edward quiso poner un pequeño plato en la mesa de la silla, para distraerlo, pero mi hijo con el entrecejo fruncido, lo corrió gruñendo, hizo una mueca, y se sintió un gemido ahogado, se venía el berrinche inevitable.

- Hijo… compórtate… estoy aquí a tu lado —le susurré pero Alice se paró extrañamente entusiasmada por la reacción que estaba teniendo su sobrino.

- ¡No por favor! llevo años haciendo esto. Encantada te cambio el puesto — exclamó ya a mi lado, me obligo a caminar hasta el otro extremo de la mesa, sonreí a todos un tanto incomoda, Edward puso sus ojos en blanco tomando un sorbo de agua de la copa que tenía enfrente – tú no sabes lo que te espera –informó riéndose entre dientes mi "cuñada" – hasta ahora has conocido el lado positivo de tu hijo, el que heredo de ti por supuesto, ahora vas a conocer el lado que heredo de mi familia — aclaró divertida por la actitud de su pequeño sobrino.

Miré a Ángela, que enarco una ceja y Emmett sacudió su cabeza como sabiendo a lo que se refería Alice. Todos los demás tomaron sus puestos alrededor de la mesa mientras yo me resignaba a mi nueva ubicación, a un lado de mi hijo, a un cuerpo de distancia de él.

Yo evitaba mirar a Edward pero era inevitable hacerlo al mirar a mi hijo, pues Edward estaba a su lado. De repente contestaba preguntas que me hacía Carlisle entusiasmado por mi conocimiento sobre teología. Estaba contestando las preguntas cuando de pronto mi hijo se levanto de la sillita donde se encontraba y tomó entre sus manos mi copa de agua que estaba sobre la mesa.

En una reacción refleja tanto Edward como yo tratamos de tomar la copa que mi pequeño hijo pasó a llevar cuando arrastro la mía hacía él. Este gesto provoco la risa de Rosalie y Alice, nuestras manos chocaron torpemente, nos miramos, yo me sonroje y él tosió incomodo, la risa furtiva de sus hermanas fue apagada por la mirada molesta del padre de familia. Alice carraspeo tratando de contenerse y yo suspiré alejando mi mano de las de Edward, que siguió comiendo como si nada. Mi romeo personal permaneció en un silencio sepulcral durante toda la velada.

- Ufff... tanto silencio, parece que a alguien le comieron la lengua, o debo decir la mandíbula.

Intervino Rosalie burlesca mientras le pasaba la canasta de pan a Ángela. Ambas se rieron y fui yo la que acalló la risa de mi hermana con la mirada fulminante que le propine. Esme me miró y se sonrió sacudiendo levemente su cabeza. Tomé aire pensando que tal vez no había sido tan buena idea haber ido después de todo. Estaba distraída mirando hacía el ventanal frente a mí, cuando Anthony por quinta vez se levantó de la silla para agarrar ahora la copa de su abuela que estaba a la mitad de la mesa, se empino apoyando una rodilla en el borde de la mesa y con la otra mano iba a agarrar su objetivo cuando Edward perdió la paciencia frente a nuestro inquieto retoño.

- ¡Anthony, ya basta! —le gritó enérgico un tanto desesperado y frenético, lo tomó entre sus brazos sacudiéndolo para volver a sentarlo en la silla de golpe. Lo miré asustada al igual que mi hijo y no supe si decirle algo o quedarme callada pero el llanto de Anthony rompió el tenso momento. Lo tomé entre mis brazos para hacerlo callar. En ese minuto Carlisle se levanto de la mesa con una extraña mirada.

- Eso si que no — amenazó mientras dejaba la servilleta sobre la mesa dirigiéndose directamente a Edward que lo miró — no toleraré arrebatos en mi casa contra quién no tiene la culpa de tus errores — le advirtió su padre y yo me quede de una pieza.

- Dame, yo lo haré callar, sigue cenando — me sugirió pero para mi fue como una orden, así que sin chistar me senté nuevamente entregándole a mi hijo.

Noté como Carlisle le seco las lágrimas a Anthony miró a su esposa y luego salió con mi hijo en brazos hacía la sala de estar, Edward se sentó sin decir nada de hecho nadie más dijo nada al menos, durante algunos minutos. Una tímida conversación comenzó al cabo de unos minutos de silencio entre Emmett y Esme como para distender los ánimos.

Terminamos de cenar y pasamos de vuelta a la sala, Anthony ya estaba calmado y risueño como antes, Edward con una cara de dos metros, su padre divertido con nosotros y hablándome otra vez sobre teología, estaba sentada en el sillón cuando mi pequeño hombrecito cansado de jugar se me acerco.

- ¿Cuándo vendrá Santa Claus? —me preguntó ya bostezando, lo subí a mi regazo y le susurré al oído.

- No vendrá hasta que te duermas, visita las casas cuando los niños están dormidos —le comenté y no parecía tan convencido de ese hecho.

Me di cuenta que contrario a su edad, mi pequeño gran hombre, era demasiado perceptivo y no se dejaba engañar fácilmente, estuve platicándole de cómo llegaba Santa Claus y dejaba los regalos, haciéndole cariño en la espalda hasta que se durmió apoyado en mi pecho con su carita en mi hombro. Estuvo así largo rato, porque yo seguía conversando con Carlisle. Por su parte Edward me miraba fulminante desde el otro lado de la habitación, estaba sentado en un sillón alejado de las conversaciones, retraído observando la interacción de ambas familias.

- Creo que será mejor que lo vayas a acostar —me sugirió Carlisle, al cabo de unos largos minutos y yo coincidí. Apenas me incorporé en el asiento para levantarme, Anthony se despertó y comenzó a protestar somnoliento.

- No… Mami –dijo en un murmullo abriendo sus ojitos lo miré con ternura — yo quiero ver a Santa Claus — gruñó mientras se pasaba la mano por los ojos. Me sonreí al ver que era tan terco como su padre.

- Lo verás mañana, lo prometo —le traté de engañar pero él estaba muy decidido a que no fuera así.

Me volví a sentar para que volviera a quedarse dormido. Esta vez el padre de Edward no me atosigo con preguntas sino que ataco a Emmett. Al parecer Medicina era otra de sus ramas favoritas. Estaba sentada cantándole a mi hijo al oído, mientras mi mirada estaba fija en Edward que permanecía sentado en el sillón del otro lado, retraído sin decir nada. Nos miraba a ambos. Iba a ser la una y media de la madrugada cuando Ángela se levanto de donde estaba y se acercó a mí.

- Creo que es hora de irnos —anunció acariciando los cabellos de mi hijo y yo me entendí el mensaje. Tenía que llevar a Anthony arriba para acostarlo e irme con ellos. Me levanté pero de nuevo mi pequeño retoño se despertó cuando estaba a punto de poner un pie en las escaleras para subir al segundo piso.

- ¡No mami, no! — suplicó sollozando y a mi se me partía el alma pero no podía llevármelo ni quedarme con él.

- Anthony, hijo tienes que dormir -insistí

- Tu mamá tiene que irse, no seas fastidioso — le reprendió Alice, tratando de tomarlo pero mi pequeño se enterró en mi cuello, largándose a llorar de plano, estaba hasta ahogado con el llanto profuso que estaba dando.

- No te vayas —exclamaba entre sollozos — duerme conmigo — pidió y como me hubiera gustado complacerlo pero considerando la situación y el rostro desfigurado de Edward por el comportamiento de su hijo, entendí que no era bueno tentar al destino nuevamente, no era buena idea ni siquiera pensarlo.

- Vendré mañana y abriremos los regalos juntos —le prometí haciendo que me mirará pero él rehuyó y el llanto fue mayor.

- ¡Noooo! Yo quiero que duermas conmigo —protesto y se largo a llorar desconsoladamente. En eso Esme intervino.

- Ya no lo hagan llorar que terminaremos navidad devuelta en un hospital ahora por el tercer integrante de la familia — anunció disparando mi ansiedad — Bella si tú quieres puedes quedarte, ocupas el cuarto de Edward para que duermas con Anthony y estoy segura que Alice cederá su cuarto gustosa para su hermano —sugirió ella mirando a su esposo que asintió con una sonrisa en el rostro, la que no estuvo tan de acuerdo fue Alice que miró a su madre un tanto horrorizada.

- ¿Por qué el mío y no el de Rosalie?. Ella tampoco dormirá aquí —protesto ella y yo intervine

- Muchas gracias Esme pero no es necesario —exclamé mirando a Alice — Me quedaré con él hasta que se vuelva a dormir y luego me iré. Tomaré un taxi — concluí desviando mi mirada ahora a mi hermana

- ¿Segura? — me preguntó esta con los ojos que se le cerraban.

Pero no tenía alternativa. No podía dejarlo en ese estado, ya le había hecho daño en el pasado, no quería hacerlo ahora quería en parte compensar mi ausencia con recuerdos felices no amargos, tampoco podía quedarme bajo el mismo techo que Edward, así que era buena alternativa permanecer hasta que mi pequeño hijo se durmiendo y luego me iría. Sonaba como un buen plan. Asentí y finalmente mi hermana y su marido se fueron. Subí las escaleras conducida por Alice que me indicó cual era el cuarto de Edward, abrió la puerta y me quede impresionada con lo que vi.

Era una mezcla de un cuarto de un soltero con una cuna como broche de oro al medio. En realidad estaba al costado de la cama de dos plazas pero aún así me sorprendió, mirar su cama me hizo acordarme de la mujer con la que lo había visto en las fotografías y se me revolvió el estomago al imaginármelo con ella en la cama.

Ahogue ese fantasma, desviando mi atención en el rostro de mi hijo. Entre y senté a Anthony en el borde de la cama, estaba que se caía del sueño pero aún así no daba su brazo a torcer y luchaba fieramente por permanecer despierto, no despegaba sus ojitos de mí como si tuviera miedo a que me desapareciera. Le saque la ropa y le puse el pijamas, y abrí la cama de Edward para acostarlo ahí. Sería más fácil hacerlo dormir en esa cama que en la cuna. Luego él lo pasaría a la cuna por si no quería dormir con el niño. Me quede cantándole, recostada a su lado y haciéndole cariño en el pelo hasta que se durmió. Pero no era fácil de roer porque cada vez que me levantaba de la cama y me separaba de su lado se despertaba mirándome temeroso.

- Duérmete mi niño no voy a irme —susurré mientras el entrelazaba sus deditos en mi pelo, confiando en mis palabras.

Se acomodo pegado a mi cuerpo, yo cerré mis ojos porque me comenzó a vencer el sueño. Desperté asustada por el sollozo de alguien y pensé que era Anthony, pero al tocar la cama a mi costado, donde se supone estaba él, me di cuenta que no había nada, excepto un lado vacio y frío. Estaba el lugar que había ocupado mi hijo pero estaba helado. Levanté mi vista presurosa y divise su cuerpo en la cuna, estaba durmiendo de espaldas y se podía ver su pequeño y frágil cuerpo alzar y descender con cada respiro que daba, fue mi turno de respirar aliviada, la aprehensión se difuminó en segundos pero fue ahí que me percaté que el sollozo provenía del suelo.

Gatee por la cama y le advertí, sentado en el suelo a un costado de la cuna, apoyado contra el faldón de su cama. Cuando se percató que había despertado se paró huyendo de mí.

- No quise despertarte —murmuró y era evidente que estaba llorando. Me quede anonadada. Edward estaba llorando, ¿por mí?.

- ¿Estás llorando? —le pregunté con un hilo de voz, sorprendida, él se puso a la defensiva como era de esperarse.

- Estoy resfriado, es romadizo —contestó esquivando el haz de luz que se colaba por la ventana de su habitación, y que iluminaba tenuemente el lugar.

- Edward yo — intenté hablar pensando en que, después de todo teníamos una conversación pendiente, producto del incidente, y ahora que las cosas estaban un tanto más calmadas, pensé que era el momento para hacerlo, iba a disculparme pero él me interrumpió.

- Me lo merezco, yo fui quien te orillé a esto —dijo echándose la culpa y se me apretó el corazón al recordar su huida con mi hijo recién nacido aquel día— Merezco que tu no me ames, que hayas rehecho tu vida — continuó y su voz se quebró, tomó aire ladeando su rostro hacía un costado, quise correr hasta él pero me contuve — ¿Como pude pensar que me esperarías eternamente?, que estarías sola después de cuatro años —cuestionó ahogado acercándose hasta el haz de luz, su voz era ronca, cuando su rostro se iluminó, noté como las lágrimas corrían por sus mejillas haciendo que un pequeño y sutil brillo iluminará su rostro en la oscuridad.

- Tú también rehiciste tu vida —discutí y él se rió con tristeza.

- Tanya es la madrina de Anthony, no es mi novia ni mi prometida ni vamos a casarnos como piensas —desmintió en un susurró.

- Salio publicado en los diarios — rebatí

- En los diarios salen muchas cosas y no todas son verdad –aclaró él.

Y a mí se me seco la boca, me quede pensando en lo que estaba diciendo, mi corazón comenzó a latir fieramente, desbocado, una ilusión se clavo en mi corazón y en mi alma. Se sentó en el borde de la cama con un aire derrotado y otro tanto cansado, Edward estaba cediendo, estaba dándose por vencido, estaba diciendo hasta aquí lo que me provoco una tristeza incomparable, él ya no lucharía por mí. Yo estaba hincada a unos centímetros de su posición, tratando de decidir qué hacer, si acercarme o permanecer donde estaba. Miré a mi hijo y luego a él. Y opte permanecer donde estaba, a pesar que tenía el corazón en la mano producto de su actitud.

- Esto no es sano para ninguno —exclamó en la penumbra pero antes que pudiera continuar yo lo interrumpí.

- Con Jacob nunca ha pasado lo que tú piensas, él y yo —exclamé para aclararle la verdad pero mi voz se silencio producto del miedo, tomé aíre para continuar – es… era mi psiquiatra, así lo conocí, fue quién me recibió el día que…. – mi voz se apago en contra de mi voluntad, sin poder terminar la frase ¿el día qué que?… un recuerdo que no sabía tenía inundó mi mente, como recuerdos borrosos que de pronto, se hicieron claros y fuertes horrorizándome… mi mirada se perdió en el vacío.

— ¡Te odio! — grité con ira y rabia.

Sentía la adrenalina fluía por mis venas y en cuestión de segundos mi vida giró por completo, cambio para nunca más volver a ser igual.

Mi mente estaba enceguecida por todos los sentimientos que confluían en mi pecho y por la verdad que había escuchado hacía cuestión de segundos, de la boca de mi sangre, de quién me había dado la vida, de quién ahora me la había quitado.

Mi propia madre había confabulado en mi contra, y había entregado en bandeja de plata a mi hijo a su padre, ahora entendía muchas cosas, ahora por fin había entendido su actuar.

— No Bella, no — exclamó el padre Alfonso y sentí como mi cuerpo comenzó a temblar sin control, por mi mente comenzaron a desfilar todos los recuerdos de mis momentos más felices con Edward.

Recordé aquel día en mi dormitorio cuando me había enterado que estaba embarazada, aquel día cuando había tomado una nefasta decisión, aquel día cuando salí del baño tras haber cometiendo la estupidez más grande que jamás podría haber hecho en toda mi vida.

Algo de lo cual me arrepentía con cada respiro que daba, yo había tomado una mala decisión pero ¿Pagaría el precio toda mi vida?.

Así parecía, a manos de mi madre y con su ayuda, Edward, el hombre que supuestamente me amaría por siempre había cobrado venganza.

— ¡¿Bella? — exclamaron dos personas, o ¿eran tres? Pero una voz se apago.

— ¡Mírame! — conminó una voz de las tres, ronca, era de un hombre, alce mi mirada perdida en el horror de la confusión — Todo va a estar bien… mi pequeña mírame! —me pidió y la voz conformó un rostro, uno dulce y sereno, era el padre Alfonso pero su voz era lejana, en primer plano estaba el grito y el llanto de alguien más que no era yo.

Este recuerdo yo lo tenía pero era distinto, no era igual al que estaba conformándose ahora, ¿Cómo no me di cuenta?, me pregunté mentalmente examinando aquel recuerdo, aquellos sentimientos vividos.

Aquella noche, asustada como estaba, giré mi rostro hacía un lado y miré el rostro de mi hermana que se abalanzaba hacía donde yo estaba con la cara desdibujada por el susto y la sorpresa, su carrera era lenta, extrañamente distorsionada por mi percepción.

— ¿Bella? —me llamó por segunda vez y mi rostro se fijo en los ojos de aquel hombre sensato y que había ocupado en parte, el lugar de mi verdadero padre, como extrañaba a Charlie, cómo deseaba hubiera estado allí. Esto jamás hubiera pasado, si él hubiera estado aquí.

— No — dije y miré mis manos, entre ellas tenía un marco antiguo, siempre estaba puesto en una mesa de arrimo, era de metal, pesado, viejo, tenía colocada la fotografía de mi familia: mi hermana, mi madre, Charlie y yo.

Los cuatro sonriendo, nosotras dos pequeñas, una realidad lejana, una que hubiera deseado con todas mis fuerzas que hoy estuviera real.

— Yo no quise hacerlo —me defendí soltando el pesado objeto de mis manos, enterrando mi rostro entre mis delgadas y temblorosas manos.

— Lo siento… lo siento — agregué alejándome de donde estaba parada, cubrí mi cuerpo contra la pared, me agache apoyándome en el suelo, un gran peso cubrió mi pecho, era un hueco, que punzaba en el medio de mi pecho y que no me dejaba respirar, desvié mi vista por el suelo, y con horror entendí que mi destino había sido marcado por el ruina al ver el cuerpo de mi madre tirado en la mitad de la sala de estar de nuestra casa

— Lo siento — balbucee y perdí la noción de la realidad.

— ¿Bella?

Sentí las manos tibias y tersas, un suspiro ahogado se escapó de mis labios entreabiertos. Cuando volví a la realidad, dos orbes escarlatas, ansiosas y un tanto temerosas estaban esperando…

— ¿Bella? —me llamó y cerré mis ojos, un par de lágrimas corrieron por mi rostro sin control — ¿El día que qué? —insistió aferrando sus manos a mis brazos, sentí una ligera presión de sus dedos contra mi piel. Se acomodó frente a mí. Su rostro estaba cercano al mío. Desvié mi mirada hacía un costado, miré hacía la cuna, donde se encontraba mi pequeño hijo, durmiendo de manera angelical, mi estomago se contrajo, mis tripas se hicieron un nudo. Me quede pensando en cómo hablar, en que decirle, hacía segundos atrás mi versión de los hechos era otra, una distinta, una mentira creada por mi mente, ahora había recordado algo que siempre había estado allí, algo de lo cual hoy me arrepentía profundamente, pero con cierto dejo de nostalgia también agradecía, suspiré tomando aire.

- ¿Él día qué? — preguntó acercándose aún más, su ansiedad lo traicionó — ¿qué hiciste? —inquirió con pánico en la voz.

- Nada — contesté saliendo del transe — no hice nada… fue el día que decidí irme al convento — agregué diciendo una mentira que había repetido por muchas veces, que yo creía verdad hasta hacía unos segundos — El padre Alfonso insistió en que me evaluará un psiquiatra para aceptarme —le contesté esquivando la pregunta.

Nos quedamos quietos, él bajo la mirada, aun sosteniéndome por los brazos, al cabo de unos segundos me soltó y nos quedamos mirando de nuevo, había un silencio y el único sonido que lo interrumpía era la respiración de nuestro hijo.

- ¿Tú lo amas? — me preguntó de repente con temor. Dudé, aún tenía el recuerdo encontrado en mi mente, y me era difícil coordinar mi verdad, era cierto que yo no lo amaba como lo había amado a él pero si había un sentimiento profundo hacía Jacob.

No sabía si era amor, gratitud o cariño, pero había algo. En el fondo de mi corazón había algo que crecía a cada minuto, que hoy había adquirido otra connotación. Guardé silencio y deslice mis dedos por la colcha escapando de aquella realidad, en ese minuto miré mi reloj y me percaté que ya eran casi las cinco de la madrugada.

- Será mejor que me vaya — anuncié parándome, un tanto confundida, de la cama pero él me detuvo.

- Quédate por favor ya es tarde y hace frío —pronunció sin quitarme sus ojos de encima, baje la mirada un tanto avergonzada y nerviosa — mi madre jamás me perdonará que te deje ir a esta hora — continuó con la voz aterciopelada y dulce, cargada de cierta emoción y sentimiento — Dormiré en el cuarto de Rosalie si es lo que te preocupa —concluyó en un susurró soltándome la mano, nuestros dedos se rozaron y en ese minuto fui yo la que la sostuvo impidiendo que nuestras pieles se separaran, me miró confundido por mi actitud.

- Podrías… simplemente… abrazarme mientras duermo —le pedí en un susurró y el asintió, quería sentir sus brazos sosteniéndome contra su cuerpo una última vez, para empaparme de él y calmar a mi corazón desecho por este amor maldito que estaba destinado a no ser. Vestidos nos recostamos en la cama y me tapo con la colcha como siempre lo había hecho, de manera caballerosa y cuidadosa, me aferró a su cuerpo como lo había hecho la noche anterior y nos quedamos así, durmiendo abrazados, sin decirnos nada.

Mi corazón estaba en paz, pero cuando a mi mente vino el recuerdo del hombre que me había ayudado cuando más lo había necesitado, se apretó: Jacob susurré en mi mente. No sabía por quien decidir.