Dark Chat

sábado, 14 de agosto de 2010

Tan lejana como una estrella

Capítulo Alternativo

Nota de Anjudark:
"Bien. Seguramente se preguntaran ¿Qué es esto? Jejej Bueno, sé que muchas me mataran (en realidad, espero que no sea así) pero, decidí hacer este como capricho mío (Y como capricho para quienes, al igual que yo, comparten el amor a la tragedia y el dulce sabor de lo amargo) En fin. Sé que no lo merezco, pero, me gustaría que opinaran (muy aparte del epilogo) sobre este final opcional (Acepto de todo). El epilogo esta en el siguiente capítulo, así que, aún no me despido. "


"Mi niña, quiero estar junto a ti, los días o minutos que me queden de vida. Te ofrezco mi alma, mi destino y mi muerte. Tú eres dueña del buen y mal hombre que soy. Tú me motivas a seguir y me has enseñado a ser fuerte. Te amo, y me haces feliz con el simple hecho de existir… Isabella Swan, ¿Me aceptas como esposo, amigo, compañero y amante, por toda la eternidad?"

"Si, claro que aceptó" – musité, con mis dedos aforrándose con fuerza a la fría y temblorosa mano de aquel hombre al que tanto amaba.

Edward me dedicó otra pequeña sonrisa y sus ojos brillaron alegremente cuando se clavaron en los míos. A pesar que su semblante lucía cansado, la belleza no le abandonaba. Un ángel jamás podría comparársele…

"Te quedaras conmigo, ¿Verdad?" – pregunté, en cuanto noté que sus parpados comenzaban a cerrarse

"Siempre estaré contigo"– prometió, dando un último suspiro…


… Y sus dedos dejaron de sujetarme.

Sentí como un temblor comenzaba a sacudir mi cuerpo de manera violenta. Me percaté que la respiración se me estaba dificultando y se negaba a llegar a mi pecho… Pude presenciar que lo único que podía ser capaz de hacer, era ahogarme con las lágrimas que comenzaban a caer de manera atropellada y se resbalaban por mis mejillas, llenando mi boca con un sabor salado que me quemaba los labios y me destrozaba la lengua.

"Ed… Edward" – musité, con mi mano aún pegada a la suya.

Intenté decir algo más, pero solo fui capaz de abrir mi boca y mantenerla abierta, como si me hubieran expulsado todo el aire con una fuerte patada dada directamente al estomago. Como si, de manera invisible, los hombres que le habían apuñalado acabaran de hacer lo mismo conmigo.

Qué lástima que no era así.

Cuánto hubiera dado por que en ese momento me hubieran arrancado la vida. Dejé caer mi rostro sobre su pecho y, al no escuchar latido alguno de su corazón, sentí como si me hubiesen desgarrado, parte tras parte, cada milímetro de mi piel. Mis temblores se intensificaron y, cada vez, sentía que el oxigeno se me extinguía un poco más. El cuarto me pareció un lugar muy pequeño - que se iba reduciendo conforme los segundos pasaban -. Las lágrimas me parecieron insignificantes. Los gemidos que comencé a proferir se me hicieron inaudibles… El mundo dejó de tener importancia.

El doctor, junto con Emmett y Jasper me sacaron – prácticamente, me arrastraron – fuera del lugar. No recuerdo muy bien qué tanto fue lo que hice. Creo que pataleé, grité, gemí, imploré, súpliqué, lloré, musité... No sé, en realidad. Supongo que, en ese momento, no hubo actividad alguna que pudiera sosegar aquel dolor tan terrible y lacerante… De lo que si estoy segura, fue que, para mala suerte mía, no me desvanecí en ningún momento. Era extraño, pero, el dolor me mantuvo despierta. Si, era demasiado fuerte como para dejarme descanzar. sentí muchos brazos a mi alrededor, de nada sirvieron. El único calor capaz de brindarme paz se habían endurecido y enfriado… eternamente.

El ver a Edward metido en un ataúd no fue lo peor. No, lo peor fue ver como éste quedaba bajo tierra y con ello, sentir como la realidad te golpea y te grita:

Todo ha acabado

Todo ha llegado a un fin

Todo ha dejado de tener un sentido

Todo ha caído en un vacío, oscuro y sin fin…

… Así es como tu historia de amor termina…

Pero no…

No todo resultó ser verdad…

No todo había acabado y, algo, lejos de tener un fin, comenzaba a formarse, a dar inicio, dándome un nuevo sentido para vivir, salvándome del vacío y continuando nuestra historia de amor. Volviéndola eterna…

"Abuelita" – llamó el pequeño niño de cabello color cobre y grandes ojos verdes – "¿En qué terminó la historia que me estabas contando?"

Suspiré profundamente, antes de contestar

"El muchacho se marchó al cielo"

"Entonces, no cumplió su promesa" – refunfuñó y la manera en que fruncía el ceño la convertían en una perfecta reencarnación de él – "No me gusta… eso no es un final feliz"

"Claro que lo es" – discutí, acariciando sus cabellos – "Es un final muy feliz. Además, su promesa se cumplió"

"Pero él se fue…"

"Hay muchas formas de permanecer con alguien… A veces no podemos ver a esa persona, pero la sentimos cerca"

Mi pequeño nieto me miró, con su cabecita inclinada hacia la izquierda, diciéndome, de manera clara, que no lograba entender mis palabras

"Algún día sabrás de lo que te hablo" – prometí, mientras besaba su frente.

La puerta de mi casa se abrió

"Hemos llegado" – anunció mi hija, en compañía de su esposo – "¿Qué tal se portó esta pequeñito?"

"Muy bien" – respondí, al momento en que recibía un beso en mi mejilla

"Te vengo a ver en un par de horas. Tengo que ir a arreglar unos asuntos que tengo pendientes en mi trabajo" – asentí – "Me llevaré a Edward para que puedas descansar"

Quedé sola en aquella pequeña casa...

Me levanté de mi sofá y caminé hacia mi recamara. Miré en el espejo al pálido y arrugado rostro que se presentaba frente a mí. A los ojos castaños, cubiertos con cierto brillo melancólico que nunca desapareció, al largo cabello que alguna vez tuvo color y fue espeso. Caminé hacia la pared, en donde una antigua guitarra reposaba colgada sobre ella. La tomé entre mis débiles brazos y, cuando estuve sentada sobre mi cama, paseé mis dedos sobre sus cuerdas - las cuales, desde que él se había ido, no habían emitido un conjunto de notas.

Cerré mis ojos y su rostro vino a mi mente…

Habían pasado cincuenta años desde que él se había ido y el pecho aún seguía doliendo al respirar.

Cinco décadas y su voz aún cantaba en mis oídos con la misma claridad como si él estuviera a mi lado, con sus brazos cubriendo mis hombros y sus ojos ardientes mirándome fijamente.

Una lágrima se derramó por mis mejillas marchitas.

Mis ojos no habían logrado secarse a pesar del tiempo. Nunca lo harían, siempre habrían lágrimas para bañar a mi alma del calvario que siempre la acobijaba…

Su ausencia aún seguía pesando sobre mi espalda y mis pies...

Su partida seguiría teniendo aquel sabor amargo en mi boca.

La privación de sus caricias siempre sería una eterna enfermedad que calcinaba mis huesos y provocaba un eterno vacío en mi estomago...

Siempre habría dolor en mi voz, en mis ojos, en mi aliento, por que siempre lo amaría con la misma infinita fuerza que en un pasado...

A pesar que, desde el día en que me anunciaron que estaba embarazada, me había mostrado fuerte y valiente, solo yo supe cuánto sufrimiento y angustia había reprimido todos estos años… Nunca podré describir lo que se siente el perder al ser amado. Nunca...

No había noche en la cual, recostada, sola sobre mi cama, no llorara su eterno recuerdo. No había minuto en el que, inconcientemente, mi mano se cerrara, al imaginar que aún se encontraría con otra que la cogería de manera tierna para llevarla hacia sus labios… no había suspiro que emitiera sin tener su nombre grabado en mi mente. No había momento en que mis ojos lo buscaran, con la vana esperanza de encontrarlo, por un milagro, frente a mí...

Edward Cullen…

Cuánto le debía. Todo lo que había aprendido – y seguía aprendiendo – de la vida era gracias a él.

Mi camisón blanco se encontraba completamente empapado para cuando abrí mis ojos. Me dejé caer sobre el colchon, con mis brazos enrollados alrededor de su guitarra e intenté dormir, acunándome por aquella cama en la que, una vez, hicimos el amor…

Sú voz comenzó a llenar la estancia. Mis labios comenzaron a moverse lentamente, tarareando, en compañía del viento, aquella canción que una vez me dedicó. Suspiré profundamente, al sentir como una frágil caricia se paseaba por mis mejillas...

Entonces, al abrir mis ojos, lo vi, como aquel sueño que hace años tuve.

Con su cabello despeinado, su rostro angulado y su mirada profunda y luminosa.

Algo extraño pasó. Algo que me hizo saber que no me encontraba en uno más de mis sueños: Pude mirarme... Y mi imagen volvía a tener una piel firme y lisa; un cabello espeso y castaño, y un brillo resplandeciente en mis pupilas

Edward caminó hacia mí y me tendió una mano. La tomé sin vacilación alguna y sentí paz, por primera vez en cincuenta años.

Me dedicó una de sus sonrisas retorcidas y me perdí en la selva verde de sus ojos. Definitivamente, mis recuerdos no le habían hecho justicia.

"Ya es momento de que estemos juntos" – susurró y una enorme sonrisa se extendió por mi rostro.

Comprobé que estaba llorando, llorando de dicha y felicidad, en el instante que sus dedos se estiraron para alcanzar mis mejillas. Su caricia fue ligera, tierna y dulce y me dejó aquel electrizante cosquilleó que nunca había podido olvidar. De una manera, supe que, al fin, había llegado a casa. A mi verdadero lugar. A mi único destino. A su lado.

"Juntos, por siempre" – acordé. Volví a cerrar mis ojos y dejé que sus brazos me envolvieran y me apretaran hacia él.

"Perdona que tuvieras que esperar tanto" – musitó, con tus labios pegados a mi cabello y, tras permanecer un momento juntos, me tomó de las manos y me guió, lentamente, por un largo sendero, en el cual, nos perdimos…

FIN