Dark Chat

sábado, 8 de enero de 2011

Phonography

Sangrando por Amor

— Ya llegue —exclamé cuando entré a la habitación de mi hijo. Odiaba dejarlo al cuidado de alguien más pero debía trabajar y pagar cuentas. Apenas entré quise no haberlo hecho, Edward estaba con mi pequeño gran pateador en sus brazos. ¡Genial! Había olvidado que este fin de semana era él que le correspondía a él. Alzo su vista y la mirada tortuosa ya estaba haciéndose fastidiosa. No solo para él sino para mí ¿Qué nunca dejaría de mirarme con cara de arrepentimiento? ¡Supéralo! Le grité con la mirada y fue como si sus ojos verdes fueran dos espejos que me reflectaron aquella petición a mí. ¡Supéralo Bella!

Apreté la vista y otra vez el orgullo estaba en lo más grande. ¡Claro que lo he superado! Me dije bajando las escaleras de a dos peldaños, ni siquiera lo deje hablar o explicar, ni saludar. Me senté en el sillón en de la sala de estar y prendí la televisión tan pronto sentí sus pasos confiados y lentos por los escalones. Revise mi correspondencia como si él no estuviera allí y así era nuestra relación — Indiferencia —era lo que se había instaurado entre nosotros. Claro que más de parte de mí que de él. Esa estrategia de apenas hablarle lo necesario y estrictamente con relación a Cameron estaba dando resultados, mi dignidad estaba completamente restaurada pero no estaba tan segura acerca de mi corazón.

— Ya me voy, lo pasaré a buscar el viernes —anunció titubeante y mi corazón se apretó quise darle la cara mientras me hablaba, después de todo la cortesía no quitaba lo valiente pero el orgullo era mayor, con la vista clavada en la pantalla pero obviamente con mi atención en él repliqué en respuesta.

— ¿a que hora? —y lo hice sonar como si tuviera que hacerle un espacio en mi abultada agenda, lo que era mentira, mis viernes eran tan fomes que me quedaba dormida a las nueve.

— ¿A las siete? —y sonó dudoso.

— Perfecto, pero no te atrases, tengo planes —anuncié y esperaba estar siendo muy buena actriz sino conseguiría que se diera cuenta de lo patética que podría ser en esta especie de venganza. Edward espero unos momentos antes de contestar.

— Como usted diga señora —contestó entre dientes. Sentí como camino hasta la puerta principal conté los pasos y cuando estaba por tomar el pomo de la puerta le hablé.

— No tengo que recordarte que el domingo debes traerlo a la misma hora ¿Verdad? —le recordé irónica y sentí como dio un pequeño portazo pero portazo al final. Apague la televisión de inmediato y me levanté del sillón, corrí hacia el ventanal para espiarlo. En realidad no sabía que lograba con aquello pero como una verdadera niña me puse allí tratando que no me viera, con el estomago contraído y con las ganas de ceder a sus encantos me contuve triunfante. Otra pequeña batalla ganada. Swan 1 – Cullen 0.

Contrario a lo que yo quisiera cada día que pasaba se veía más condenadamente sexy — Vamos Bella, tienes que ser fuerte —me recordé mordiéndome el labio mientras me deleitaba a lo lejos mirando su cuerpo tan bien cuidado. De solo imaginarme la tersura de su piel hizo que me estremeciera. Los recuerdos afloraron sin que yo pudiera detenerlo. Y aunque habían pasado tres meses desde que yo había decidido irme lejos, aún seguía luchando con mi corazón traicionero, ¡No caeré en sus encantos otra vez! Me había prometido muchas veces, y en cada uno de esas veces, el hacía acto de presencia haciéndolo cada vez más difícil. — Estúpida —me recriminé recordando un día en particular, un día en que casi sucumbo ante los encantos de Edward Cullen. Ese hombre me conocía demasiado bien.


¿Qué decías?

Preguntó acercándose peligrosamente con esa mirada sexy irresistible, con la barba incipiente de dos días, y odiaba que leyera mi mente de esa manera ¡Lo deseaba y con tantas ganas que incluso me estaba excitando con solo mirarlo!

Necesitaba de sus labios, de sus besos, de sus caricias… ¡era todo tan injusto!

Tenerlo tan cerca, vestido con esa camisa azul, ese pelo desordenado y ese perfume estaba quitándome el aliento a cada minuto, me había descubierto con la guardia baja y Edward se había percatado de aquello, y estaba decidido a utilizar ese momento de debilidad a su favor.

Decía que no puedes entrar en mi habitación como Pedro por su casa ¿Qué no te enseñaron tus padres algo sobre la privacidad?

Repliqué tratando de que mi voz sonara ronca y molesta pero fue melosa. Era la evidencia suficiente que él quería. Y tenía razón estaba perdida en sus labios, embobada en la manera hipnótica y casi ritualistica de cómo estaban sus labios carmesí acercándose a los míos. Incluso creí que estaba moviéndose en cámara lenta.

Su perfume estaba intoxicándome y estaba disfrutando del vaivén de su respiración. Subir, bajar, subir, bajar, ese movimiento tan sutil e imperceptible para mí hoy no lo era.

Perdóname no sabía que estabas en la casa

Replicó como cachorrito aturdido y debía reconocer que Edward era un excelente actor. Esa mirada lastimera y arrepentida le salía real, demasiado real que incluso mi corazón estaba a punto de creerle su mirada suplicante.

Sus labios se torcieron en una sonrisa seductora y en ese mismo instante su labio inferior rozo los míos. ¡Oh por dios! ¡Respira Bella! ¡Respira! Me dijo mi conciencia, mi piloto automático pero obviamente mi sentido estaba averiados.

Sin pedirlo ya me tenía con los ojos entrecerrados, apunto de caer rendida a sus pies y de besarlo, porque un impulso demasiado fuerte me estaba pidiendo a gritos que me acercara y sellara el momento con un beso. Mi corazón se disparó y traté de mantener la compostura ¿Podría?

¡El no te merece! ¡El te engaño! ¡El es un mentiroso!

Eran las palabras que trataba de repetirme en mi mente para poder mantener a raya ese deseo tan enfermizo por besarlo y tenerlo otra vez en mis brazos. Lo cierto es que no podía mostrarle que contrario a todo las declaraciones que había dado yo seguía amándolo de una manera desgarradora y por sobre todo necesitada.

De todas maneras para la próxima golpea antes de entrar

Exclamé en el segundo exacto en que iba a besarlo.

Lo haré

Asintió en un murmullo apenas audible. Su hálito tibio inundo mi nariz haciendo que la piel de mis brazos y muslos se erizara.

Entonces me percaté de la escena que estábamos montando. Yo estaba totalmente desnuda, cubierta solo con la toalla que —gracias a dios permanecía aún atada a mi pecho —y lo último que quería era soltarla. ¡Vamos Bella, piensa… piensa… tu puedes sé fuerte!

Me grité a mi misma

¡Aléjate! ¡Retrocede! ¡Aléjate!

Pero Edward decidió pujar un poco más su suerte y dio el paso necesario para que la distancia entre nosotros fuera completamente inexistente. Nuestras narices se rozaron y nuestros labios se estrecharon, sentí la humedad de su lengua luchar fieramente por abrirse paso entre mis labios y se lo concedí con la necesidad contenida de todos estos meses. Nos besamos acariciando nuestras bocas, sin poder evitarlo solté mis manos y las cruce en su cuello acercándolo a mí. Sentí como una de sus manos se posicionaba en mi espalda, justo a la mitad. Y la otra me sujetó con fuerza por el cuello, Edward no quería que me retractará de estar besándolo, eso era seguro.

Perdida en sus besos me venció el deseo por amarlo y me traicionó la pasión. El beso se profundizó y sentí como la mano que tenía en mi espalda comenzó a bajar hacía mis nalgas, sacando magistralmente la toalla de su paso. Mi temperatura se elevó, mi respiración se hizo errática y jadeando ante sus toques, fue entonces cuando creí que al final sucumbiríamos el grito ahogado y molesto de mi madre nos interrumpió. Nos separamos de inmediato. Yo tratando de regular mi respiración, Edward fulminando a mi madre con la mirada.

¡Bella!

Y como creí mi madre no me tenía tanta confianza. Se acercó hasta nosotros y fue ella misma la que me separó de él. Yo solo atiné a sujetar muy fuerte la toalla que, para mi suerte aun permanecía en su lugar, tratando de regularizar mi respiración.

Aquel día había perdido la cordura. Hoy no la perdería, ¡No señor! Me dije pero no pude acallar la sonrisa que se había tatuado, permanentemente, en mi rostro al recordar aquella escena. Suspiré cuando llegue al cuarto de mi hijo, en realidad, suspiré porque Edward aún no me abandonaba. Pero claro, apenas subí alto baje tan fuerte que dolió incluso más, las imágenes de él con ella, juntos, besándose, haciendo el ¿amor? Fueron suficientes para que el odio y el rencor invadiera mi corazón. Fruncí el seño y lo aclaré cuando finalmente llegue hasta el lado de mi pequeño gran pateador. Lo arropé, Cameron dormía profundamente en su cuna, ajeno a todo. — Todo podría haber sido tan distinto —y no esa idea me había embargado muchas noches.

¿Cómo no pensar en el padre de tu hijo? Cuando tienes una prueba viviendo de él.

Dejar de pensar en Edward era la tarea más difícil que yo podría alguna vez darme. Y en orden de cumplir mi propósito y dejar de pensar en él, decidí que era necesario pasar de mejor manera las horas que faltaban para que él viniera a buscar a nuestro hijo. Faltaban diez minutos para la siete de la tarde, la hora acordada, y sentí que casi me iba a faltar aire cuando el timbre sonará por fin.

No podía evitar la ansiedad cada vez que Edward hacía acto de presencia en nuestras vidas. Pero como buen calmante la risa de mi hijo me tranquilizó. Lo mecí jugando con él mientras en mi mente le prometía no ser grosera con su padre esta vez.

Comencé a jugar con él y perdí la noción del tiempo, incluso se me olvido que Edward iría. Tanto fue así que no lo sentí llegar, sino hasta que sentí su carraspeo.

— Perdón no quise interrumpirte pero… tu empleada me abrió la puerta —explicó con sus ojos verdes clavados en mí.

Para variar se venía como un dios griego, con un sweater negro ajustado y un par de Jean parecía salido de un catalogo de ropa. Tenía una mano puesta casual en su bolsillo y la otra a un costado, apretaba los dedos nerviosos. Medio sonrió al notar que yo estaba examinándolo, cuando me percaté de que estaba siendo demasiado evidente desvié mi vista de él a la nada. La sonrisa de mi rostro, involuntario por supuesto, se desvaneció y me puse en guardia otra vez.

— El domingo tienes que… —y no alcance a completa la frase cuando él me interrumpió solemne.

— traerlo a las siete, no se me ha olvidado —replicó con un gesto de dolor en sus facciones. El brillo de sus ojos se apagó y pude sentir su incomodidad.

Sin más preámbulo le entregue el bolso de mi hijo, por supuesto él no se daba por vencido, roso mis dedos premeditadamente pero yo retiré mi mano enseguida. Le entregue a nuestro hijo retrocediendo de inmediato para poner la distancia necesaria entre nosotros. Aún no confiaba del todo en mí para ser honesta.

Nos miramos unos segundos y odiaba esos momentos, sentí que quise acercarse a despedirse pero se contuvo, no era difícil adivinar la motivación: Mi cara de dos metros.

— No le pasará nada —sonó molesto porque yo siguiera lo insinuará — ¡soy su padre, Bella! —reclamó entre dientes mucho más molesto que antes, lo observé dudosa — Nos vemos el domingo —agregó y caminó para irse sin decirme nada más.

Sí había algo de lo que yo podía estar segura era del amor que tenía Edward hacía su hijo pero aún me costaba trabajo confiar en él.

Luego que se fueron me senté en el sillón dispuesta a mirar una película pero el perfume de mi ex novio estaba impregnado en cada celular olfativa de mi nariz provocando que las imágenes de los momentos vividos junto a él vinieran como latigazos a mi mente. Lo intenté un par de horas, pero cuando me di cuenta que no importaba lo que hiciera no había manera de poder concentrarme en algo distinto a Edward y Cameron decidí que necesitaba distraerme de otra manera.

Miré el reloj y no era mala idea ir de shopping, recordé que hacía más de dos semanas que me había jurado ir al mal así que me levanté del sillón y salí.

La ventaja de llegar un par de horas antes que cerraran el centro comercial era que en ese horario, las tiendas estaban ya casi vacías, así que la probabilidad que alguien me reconociera serían bajísimas. Pero como era de esperarse, comprarse ropa puede calmar la ansiedad mientras te la pruebas pero luego ¿qué? Otra vez estaba mirando los escaparates desesperada porque Cameron volviera.

Entonces al pasar fuera de una librería supe lo que me faltaba para distraerme realmente ¿Hacía cuanto tiempo que no leía un libro? Desde que había encontrado otros pasatiempos más tecnológicos… entré sin titubear pero pronto me di cuenta que tal vez no era buena idea después de todo.

Luego de leer un par de portadas llegué a la parte que yo pensé ya no encontraría. Revistas, por doquier y todas para mi suerte atrasadas porque sino no había explicación para que mi rostro apareciera junto al suyo y un hermoso y tonto titular en amarillo ¿Se acabo la magia?: La verdad detrás del engaño de Edward Cullen.

Aquel titular caló hondo en mi ser como si fuera ayer cuando había descubierto su infidelidad. ¡Maldición! ¿Qué nunca iba a poder superarlo?

Entonces cuando pensé que ya nada podría hacerme sentir peor, divisé otra revista y se me escapó todo el aíre de mis pulmones al ver su fotografía junto a ella. ¿No que se había terminado?

Murmuré sin querer controlando la ira, y las lágrimas que me invadieron como cuchillas rasgando mi alma y mi ser. Sobre todo porque tenía la certeza que esa fotografía era reciente y quise no haberla visto nunca. Edward estaba vestido de la misma manera en como había llegado a mi casa a buscar a nuestro hijo. — ¡Y a mi qué me importa! —murmuré sollozando. Justo cuando por fin solté el llanto discreto sentí una voz detrás de mí.

— Leer las noticias será incluso peor… los periodistas pueden ser bastantes malos si se lo proponen —exclamó con nostalgia — la pena se aumenta… te lo digo por experiencia propia, simplemente déjalo ir —aconsejó y su voz se apagó, unas manos cobrizas me quitaron la revista de entre los dedos.

Alce mi mirada vidriosa producto de las lágrimas y me sorprendí. No estaba preparada para ver esos ojos negros tan profundos pero llenos de cariño volver a mirarme.

— Jacob ¿Qué haces tú aquí? —le pregunté descolocada por encontrarme con quien me nos pensé en aquel momento, justo ahora.

— Ven te invito a tomar un café —propuso alzando su mano en el aire y aunque dude en un principio de aceptar su invitación no era menos cierto que necesitaba a gritos hablar con alguien que pudiera entender mi dolor y que me ayudará a convencerme que había hecho lo correcto. Inclinó su cabeza insistiéndome y finalmente acepté, ese día fue el comienzo de algo distinto.