Dark Chat

lunes, 26 de abril de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

Hello mis angeles hermosos !!
Aqui estoy una vez mas con ustedes y como las quiero mucho y es lunes inicio de semana les tengo un estreno. para  mi es un gran honor traerles esta hermosa historia de amor , si bien es diferente a lo q estamos acostumbradas a leer , es buenisima y muy hermosa a mi en lo personal me mantuvo muchas horas sentada frente a mi compu leyendo con emocion cada cap  .
Asi que no les hecho mas rollo , solo me queda darle las gracias a esta maravillosa escritora de fics
RIONNA muchas gracias por permitirme compartir con mis angeles esta tu hermosa historia de amor
**Nota :la historia no me pertenece yo solo tengo permiso de publicacion  solo para este sitio .
el nombre de la dueña del fic es Rionna 25.**

Por fiss mis angeles dejen sus comentarios al final . mil besitos
Angel of the dark
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CAPITULO 1



Érase una vez… así se supone que empiezan los cuentos de hadas ¿no? Sin embargo, para Alice, mejor dicho, para la Princesa Alice, su vida hacía unos días que había dejado de ser una fábula para convertirse en una pesadilla. Desde la ventana de su habitación veía como las nubes viajaban por el firmamento, hacia un destino desconocido, llevándose consigo sus sueños y fantasías. A lo lejos, asomaban nubarrones negros amenazando tormenta, por lo menos, el cielo lloraría con ella, acompañándola en su tristeza. No sólo debía sobrellevar la pena de la muerte de su padre, el Rey, sino que debía aceptar que, al saberse enfermo, hubiese jugado su última baza en un intento de mantener en pié su Reino, sin tomar en cuenta que esa última carta era la vida de su propia hija, su destino.


Hacía tiempo que el Reino de Ádamon amenazaba con iniciar una guerra para invadir sus tierras, así que, una buena solución era una alianza con el poderoso Reino de Los Lagos, el reino del Rey Jasper, su futuro marido. Una alianza con el reino vecino, basada en lazos matrimoniales e imposible de quebrantar, decidió su padre. A pesar de su juventud, el Rey Jasper tenía fama de buen gobernante, un hombre generoso y carismático al que no le faltaba valentía. Era mil veces preferible dejar el reino en sus manos a que cayera en las garras del Rey Laurent, famoso por sus excesos y por no ser precisamente un hombre justo y de buenas acciones. Además debía pensar en el futuro de su pequeña Alice, con esa alegría y esas ganas de vivir que contagiaban a cualquiera a 5 kilómetros a la redonda, pero tan ingenua e inocente a veces. De esa forma, pensó, tenía su futuro asegurado, dejándola al cuidado del que le parecía un buen hombre, y, con esa prioridad en su mente, se apresuró a presentarse ante él, esperando a que aceptase su propuesta. El joven Rey, además de todas esas virtudes con las que lo describían, era sobradamente inteligente y sensato, así que no tardó en comprender las ventajas de la alianza y aceptó su proposición, llenando al viejo Rey de alivio y felicidad. Sin embargo, ésta le duró bien poco, pues su viaje agravó su afección, por lo que, desde el que sería ya su lecho de muerte tuvo que informar a su dulce hija de la decisión que había tomado, porque él la había tomado por su propia cuenta, sin ni nombrárselo siquiera.


Alice se encontró de repente con la noticia de que su padre estaba gravemente enfermo y además, debía unirse en matrimonio lo antes posible con el Rey Jasper, un auténtico desconocido, a pesar de ser vecinos, y con la total incertidumbre de que iba a ser a partir de entonces su vida. Quizás porque su padre no era tan viejo y aún podía encontrar esposa que le diera heredero, nunca había forzado a Alice a pensar en el matrimonio, así que su corazón era libre para soñar y deleitarse en la ilusión del primer romance o de imaginar su primer beso, el despertar de ese sentimiento tan bello llamado Amor y que parecía ser que para ella estaba vetado. Hacía pocos días que su padre había fallecido, llevándose con él esos sueños e ilusiones que ya no cabían en su corazón y dejando paso a esos nubarrones que amenazaban con descargar su tristeza sobre ella en cualquier momento. Una pequeña lágrima ya recorría su mejilla como presagio de lo que se avecinaba.


-Alice, ¿ya has terminado el equipaje? –La voz de su prima Bella tras de sí la sobresaltó, pero decidió no voltear a mirarla, su mirada seguía fija en ese cielo ya encapotado, no quería que la viera llorar, otra vez.


-Va a haber tormenta –dijo Alice, a modo de respuesta, no sabiendo bien si se refería a la que venía acercándose por el Oeste o a la se abría paso en su corazón.


-Espero que sea pasajera, no me gustaría iniciar el viaje de mañana bajo la lluvia –se quejó Bella mientras se acercaba a la ventana a comprobar por ella misma el desesperanzador panorama que se presentaba acompañando a esas oscuras nubes.


-Hay tormentas que son perpetuas –respondió Alice.


-Nada dura eternamente, Alice –le rebatió su prima, posando su mano sobre su hombro como un gesto alentador. –Además –prosiguió –detrás de la tormenta siempre viene la calma.


Alice no respondió, sabía como seguiría la conversación, quizá evadiendo la respuesta, la evitaría, pero no iba a ser fácil.


-Debes sobreponerte, prima. –parecía más un ruego que una petición.


Alice inhaló lentamente, preparándose para, otra vez, escuchar el discurso con el que Bella, con la mejor de las intenciones, trataba de levantarle el ánimo, a veces, con planteamientos incluso absurdos, simplemente con el propósito de, al menos hacerle sonreír. Nunca lo conseguía, seguramente esta vez no sería diferente.


-Piensa en que vas a ser Reina –continuó Bella. Esa afirmación tomó por sorpresa a Alice ¿a dónde quería llegar con eso?


-Sabes que nunca me han importado los lujos, que me gusten los vestidos bonitos y el que sea para mí una debilidad el combinarlos correctamente con nuestros aderezos no significa que sea una frívola –respondió Alice levantando el tono de su voz y dirigiendo su mirada a su prima por primera vez desde que entrase a su habitación, no era posible que su prima creyera eso de ella.


-Sabes que nunca pensaría eso de ti, jamás podría llamarte frívola siendo tan generosa, desinteresada y de buen corazón como lo eres tú –se defendió Bella.


-Entonces no entiendo a que te refieres –contestó calmando de nuevo el tono de su voz y tornando sus ojos de nuevo al oscurecido cielo.


-Me refiero a que está claro que tu vida va a cambiar por completo. Sé que te aguarda un futuro incierto al lado de un hombre al que no conoces, al que no amas y que tampoco te ama a ti. Sé que es una realidad dura pero no te queda más que esperar y… ver que pasa. Sin embargo, Alice, de lo que sí estamos seguras es de que muy pronto te convertirás en Reina y eso conlleva una gran responsabilidad. Vas a tener que esforzarte para llevar a cabo una ardua labor y has de realizarla la mejor posible por el bien del pueblo. Por eso debes sobreponerte y cumplir con tu deber y reinar al lado de tu esposo de una manera justa y benevolente, como debe ser. Quien sabe, Alice, quizás tus esperanzas no están del todo perdidas. Todo el mundo que conoce al Rey Jasper lo describe como un buen hombre, honrado a pesar de su condición y su reino es cada vez más próspero debido a su buena estrategia como gobernante. No se le conoce ningún tipo de escándalo o falta por la que deba ser tomado en mala consideración, además de que dicen las malas lenguas que es muy apuesto –concluyó Bella con una sonrisa traviesa.


-Bella, por favor –le reprendió Alice con un mohín.


-Vamos, Alice –le cortó su prima –sólo digo que le des tiempo al tiempo, el amor de repente nos puede ofrecer caminos insospechados que recorrer. Además, por todos es sabido que, en ocasiones, los matrimonios concertados dan gratas sorpresas –afirmó Bella esta vez con una leve risita.


-Tú puedes decir eso porque no te vas a casar con un desconocido, te vas a casar enamorada y con alguien que te corresponde, porque, estoy segura de que el día menos pensado el Príncipe Jacob le pide tu mano a tu padre –le reclamó Alice.


-Yo no estoy enamorada del Príncipe Jacob –le rectificó ella.


-Pero él si lo está de ti y no me puedes negar que te gusta ¿verdad? –la miró de frente de nuevo con ojos inquisidores.


-Es de ti y no de mí de quien hablamos –se defendió ella. -No puedes cerrarte en banda y darlo todo por perdido así de entrada. ¡Por el amor de Dios, Alice, ni siquiera lo conoces! Al menos date la oportunidad de conocerlo y de que él te conozca a ti. Y deja ya a un lado ese prejuicio al que te estás aferrando y que, desde luego, no es propio de ti porque lo más probable es que te equivoques y, conociéndote, sé que lo lamentarás.


Alice no le contestó, se limitó perder de nuevo su mirada en el horizonte. Bella sabía que, así, daba por finalizada la conversación, aunque esperaba que al menos considerara sus palabras.


-Voy a hablar con Emmett, quiero ver si está todo listo para partir mañana –le informó Bella rompiendo el silencio que había surgido entre las dos, antes de retirarse. Se le hacían raros e incómodos esos silencios entre ellas. Si algo caracterizaba a Alice no era precisamente el que ella fuera una muchacha callada y tranquila, al contrario, era un torbellino de alegría que arrollaba toda la tristeza a su paso. Así había sido, hasta entonces, pensó con tristeza.


Nada más salir de los aposentos de su prima se encontró con Emmett, por supuesto, en su lugar, fiel y dispuesto, siempre al servicio de Alice. A pesar de ser unos pocos años mayor que ellas, su aspecto fuerte y fornido le hacía parecer mucho mayor. Sin embargo, su aspecto duro no correspondía en absoluto con su personalidad pues era un muchacho entrañable y de buen carácter. Siempre se mostraba afable y educado con todos, pero además, muy sobreprotector en lo que respectaba a Alice; más allá de su deber para con ella, estaba el gran cariño que le tenía, bueno, en realidad, que se tenían porque, si bien era cierto que el status y las normas dejaban unos límites claramente establecidos en la relación entre un noble y su guardia personal, el carácter despreocupado de Alice pasaba por encima de todo eso y pronto pasó a considerar a Emmett como el hermano mayor que nunca tuvo. Para Emmett por su parte, fue difícil el evitar ser conquistado por la simpatía y el entusiasmo de la pequeña Alice, a la que quería como si fuera una hermana, por supuesto, sin faltarle jamás el respeto o a su confianza.


-Emmett –le llamó mientras se acercaba a él.


-Dígame, Princesa –contestó cuadrándose ante ella a modo de saludo.


-Sólo quería saber si está todo listo para partir mañana –preguntó.


-Está todo preparado, Alteza, a falta, únicamente de su equipaje y el de la Princesa Alice. Saldremos al alba –le informó él.


-De acuerdo, voy a terminar de hacer mi equipaje. En cuanto al de la Princesa, por favor, llama a sus camareras para que vengan a ayudarme. Yo misma me encargaré de preparárselo.


-Con todos mis respetos, Alteza, es una suerte que estéis en estos momentos al lado de la Princesa –le dijo Emmett con agradecimiento.


-Es lo menos que podía hacer por mi querida prima –le respondió. –Sólo espero que este arrebato de pena y melancolía se le pase pronto.


-Todos en el castillo echamos de menos su risa y sus cantos –le confesó él con tristeza.


Bella no pudo menos que sonreír ante eso. Alice se ganaba el corazón de cualquiera con una de sus sonrisas. Esperaba que en su nuevo hogar todos llegasen a quererla del mismo modo, no podía ser de otra manera.


-Cumpliré sus órdenes inmediatamente –dijo Emmett, recuperando de nuevo la compostura.


-Gracias, Emmett –concluyó ella, para dirigirse hacia sus aposentos, mientras recordaba la conversación que acababa de tener con su prima. Sabía que en cierto modo Alice tenía razón, ella no estaba en la mejor situación para dar ese tipo de consejos. Era muy poco probable que tuviera que enfrentarse a un matrimonio con un desconocido porque, aunque nunca se había hecho oficial su compromiso con el Príncipe Jacob, su padre, el Rey William, y el padre de Bella, el Rey Charles, eran grandes amigos y prácticamente daban por sentado el matrimonio entre sus hijos.


A Bella no le desagradaba la idea, aunque no creía estar enamorada de él, o, por lo menos, lo que sentía no era lo que expresaban sus libros cuando hablaban del amor. Pero tenía que reconocer que le gustaba, le agradaba su compañía, era un muchacho amable y divertido y siempre fue muy respetuoso con ella. Quizá no le amaba pero creía que podría ser feliz junto a él y aprender a quererlo con el tiempo.


Desde luego su situación era preferible a la de su prima ahora mismo, pero seguía convencida de que Alice estaba llevándolo al extremo. Ella tampoco conocía al Rey Jasper pero toda la nobleza a la que conocía hablaba muy bien de él. Todos coincidían en que era un rey de carácter serio y fuerte, con carisma y valentía, pero además era un hombre culto y de buen corazón. No eran en absoluto malas cualidades para un rey y menos para un hombre. Quizás su corazón de rey estaba endurecido por el difícil rol que supone gobernar, un rey no puede mostrar debilidad pero, quizás, su corazón de hombre sería más fácil de conquistar por un alma tan pura como la de Alice. Pero para ello, debía dejar de lado ese halo de tristeza que la envolvía y abrirle su corazón. Quien sabe, quizás él lo consiga y esta niña tan tozuda vuelva a sonreír –pensó mientras entraba a su habitación para terminar de preparar sus cosas.


Lo que ella no sabía era que en ese preciso momento alguien más se preocupaba por el futuro de la joven pareja. Al otro lado de las montañas, al pie de un precioso lago se erigía un hermoso castillo, donde, en la torre más alta, un joven muchacho miraba con asombro y una pizca de diversión como otro joven caminaba nerviosamente por la habitación, una y otra vez, siempre siguiendo la misma pauta, con sus manos en la espalda y sin levantar la mirada del suelo, como si con esa danza frenética pudiera encontrar ese bálsamo que calmase su agitado estado de ánimo.


-Primo, vas a desgastar las baldosas como sigas así –dijo el muchacho reprimiendo la risa que luchaba por salir de su garganta –y no creo que dibujar un surco en el suelo te ayude.


-Edward, tú tampoco me estás ayudando en nada –le reclamó secamente el otro joven, cesando su deambular para mirarlo de frente con el ceño fruncido por la inquietud. De repente, su mirada se llenó de remordimiento –lo siento mucho, Edward, estoy un poco tenso –se disculpó mientras se pasaba la mano por su ondulado cabello rubio.


-¿Un poco tenso? –contestó dejando escapar la risa que por fin se abría paso. –Jasper, jamás te había visto tan angustiado como esta noche, ni siquiera antes de la peor de las batallas. ¿Dónde están la calma y el temple que siempre te acompañan? Tú siempre te muestras tan sosegado, con nervios de acero. De verdad primo, perdóname, pero no creí que llegaría el día en el que algo te sacara de tus casillas de esta forma, es que no te reconozco –dijo riéndose de nuevo.


-Y por lo visto también te parezco divertido –exclamó con una mueca mientras se cruzaba de brazos.


-Discúlpame –le pidió con tono más serio esta vez. Era verdad que, hasta cierto punto, era sorprendente y hasta gracioso ver Jasper en tal estado de ansiedad pero, el trasfondo era que, en realidad, su primo necesitaba su apoyo. –Me puedo hacer vagamente una idea de que es lo que te preocupa pero, no acabo de comprender cual es el motivo de tal desasosiego.


Jasper respiró hondo en un intento de calmar un poco sus descontrolados nervios y caminó hacia el ventanal para sentarse en el alféizar, era estúpido guardar las formas ante su propio primo.


-Cuando el Rey Alexandre vino a proponerme la alianza entre nuestros reinos -comenzó Jasper -inmediatamente vi grandes ventajas, difíciles de obviar como para no aceptarla. Es un gran Reino, puede que no tan próspero como éste y con algunos problemas internos de mal manejo de impuestos y de influencias, pero nada que un gobierno duro y firme no pueda solucionar. A pesar de ganarnos un enemigo como el Rey Laurent, tiene un gran ejército que unido al nuestro nos haría casi invencibles en cualquier enfrentamiento. Sin lugar a dudas era un trato ventajoso al que nadie medianamente inteligente se negaría. Mi única parte del trato a cumplir era tomar a su hija en matrimonio.


En vista de que Jasper no continuaba su discurso, Edward comprendió que en ese último aspecto era donde residía el mayor problema. Ya que había empezado a hablar, iba a llegar al fondo del asunto en ese mismo momento, aunque tuviera que sonsacarle la información a modo de interrogatorio.


-¿Tu problema es el matrimonio? –le preguntó finalmente.


-No, mi problema es "este" matrimonio –le indicó. Edward dejó entrever la confusión en su rostro. –Sabes que nunca he tenido interés ni por el romance, ni por perseguir mujeres y mucho menos por conseguir esposa –continuó. –Consideraba que siendo tan joven aún quedaba mucho tiempo como para planteármelo siquiera. En el poco tiempo que llevo reinando sólo me he preocupado por volver a componer este reino que, por desgracia, mi padre había dejado tan maltrecho, en un estado deplorable. Todos mis esfuerzos se han basado en intentar gobernar con severidad, pero con benevolencia y justicia, no dejando ninguna de mis acciones al azar, siempre siguiendo un plan establecido, unas pautas, una estrategia. Sabes que siempre me ha gustado controlar la situación con todas sus posibilidades, sin dejar nada por estudiar o considerar.


-No entiendo a donde quieres llegar, Jasper –le interrumpió su primo.


-Ese es el problema, Edward –exclamó mientras bajaba del alféizar para volver de nuevo a su peregrinaje sin destino a lo largo de su habitación. La confusión de Edward se hizo mayor si cabe. –No sé a donde voy a llegar con este matrimonio, que es lo que me espera, que me deparará el futuro. Siento que, de repente, no sé como debo actuar, que debo hacer para que esto funcione. Esto no es una batalla con soldados y órdenes que dar para ganar una guerra. Sólo somos dos completos desconocidos que, de una día para otro se van a convertir en marido y mujer y con el hecho de gobernar nuestros reinos como único punto en común.


-Eso no lo puedes saber porque, como bien has dicho, aún no la conoces –le corrigió Edward –Aunque yo tampoco conozco a la Princesa Alice –prosiguió –he oído decir que es una joven virtuosa, muy generosa y de buen corazón. Además tengo entendido que es muchacha muy hermosa y que su belleza sólo queda igualada por su alegría y encanto.


-Eso es lo que más me preocupa –reconoció más para él que para su primo. Esa confesión tomó por sorpresa a Edward. No consideraba a Jasper superficial en absoluto así que no entendía su afirmación.


-¿Crees que no te va a gustar? –se atrevió finalmente a preguntar.


Jasper se limitó a devolverle una mueca de desacuerdo.


-¿Entonces? -inquirió Edward.


-Le temo más a que yo no le guste a ella –aceptó muy a su pesar, arrepintiéndose inmediatamente de haberlo dicho en voz alta, quizás su primo lo tomara como otra buena excusa para mofarse de él un poco más. Sin embargo, fue todo lo contrario.


Quizás nunca se lo había dicho, pero Edward admiraba profundamente a su primo, por muchísimas razones. El hacerse cargo de un país cuyo estado era lamentable con tan sólo quince años era digno de admirar. Además no había conocido a un estratega mejor que él, ni que decir tenía de su carisma y don de gentes y de su forma de gobernar. Había llevado a su pueblo y al reino de nuevo al máximo esplendor y por ello lo aclamaban. A todo eso había que añadirle que era un hombre honrado y de buenos sentimientos, y en ese mismo momento le estaba dando la mayor de las pruebas. Se preocupaba más por el bienestar de una muchacha, a la que ni siquiera conocía, que por el suyo propio.


-Primo, yo no entiendo de hombres, pero no te ves nada mal –bromeó Edward tratando de poner una nota de humor al cariz tan serio que estaba tomando la conversación. Para regocijo de Edward tuvo el resultado que esperaba y Jasper rompió a reír.


-A veces eres incorregible, Edward –se rió Jasper. –Estoy tratando de hablarte sobre mis inquietudes y tú lo tomas como un juego.


-Es que es muy posible que tú te lo estés tomando muy a pecho. Entiendo perfectamente tu preocupación, vas a iniciar una vida en común con alguien que no conoces, con una muchacha con la que tal vez no tienes nada en común, quizás con un carácter totalmente incompatible al tuyo y a lo mejor, sin que surja ningún tipo de atracción entre ambos.


-¿Lo ves? ¿Te haces cargo ya de la envergadura de mi problema? –dijo con alivio.


-¿Y tú te haces cargo de que no he parado de decir cosas como "tal vez", "quizás", "a lo mejor"? –le rebatió Edward. ¡Por el amor de Dios, Jasper! Tú mismo lo has dicho ¡Ni siquiera la conoces! ¿No crees que al menos deberías dejar de preocuparte por un momento por lo que pueda pasar? ¿Para que regalarte noches de insomnio pensando en que podrías hacer para que lo vuestro funcione cuando a lo mejor mañana, en cuanto os veáis por primera vez os enamoráis irremediablemente el uno del otro?


-Edward… -intentó reprenderle Jasper.


-No Jasper –le cortó, tomándole por el brazo obligándole a parar su transitar para que le prestase la máxima atención -en el fondo, aunque ahora no quieras reconocerlo, sabes que tengo razón. Quizás me he excedido en lo del "amor a primera vista" pero sabes perfectamente a lo que me refiero. Deja de intentar controlar la situación, como siempre haces con todo, porque, al contrario que en el resto de ocasiones, esta vez no te va a salir tan bien como de costumbre. El corazón no entiende ni de estrategias ni de planificaciones y, aunque intentes controlar el tuyo, no vas a poder controlar el de ella. Lo siento primo pero me temo que te va a tocar jugar a un juego al que no estás acostumbrado.


-¿A cuál? –le preguntó si entender muy bien de que le hablaba.


-Al de "dejarse llevar" –le contestó dándole una palmada afectuosa en la espalda. Jasper por su parte agachó la mirada hacia sus pies, en señal de derrota. –Si esta noche eliges desvelarte de nuevo –le dijo mientras se dirigía hacia la puerta de la habitación, -no sería mala idea que tomases en consideración lo que te acabo de decir. Aunque –añadió con una sonrisa pícara mientras tomaba el pomo de la puerta –deberías tratar de descansar si quieres tener un buen aspecto mañana y causarle una buena impresión a tu prometida.


Edward salió riéndose de su propia ocurrencia, cerrando la puerta tras de sí rápidamente, antes de que le alcanzara el primer libro que su primo había tomado para lanzárselo. Jasper no pudo evitar sonreír ante su broma. Tenía a su primo en gran estima a pesar de que su visión de las cosas no siempre coincidiera, como en ese momento. Sin embargo, nunca estaba de más ver el espejo bajo otra mirada, verdaderamente su visión estaba más que borrosa, quizás la de su primo le diera un poco de luz.



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CAPITULO 2

Rosalie avanzaba rápidamente por el corredor hacia los aposentos de su hermano. Aún faltaban algunas horas para que su futura cuñada llegase pero tenía que estar todo dispuesto cuanto antes. A pesar de que le había dado instrucciones precisas a la gobernanta, quería ser ella misma la que supervisase todo, como hacía siempre desde que su hermano accediese al trono seis años atrás. Desde un principio supo que Jasper no iba a precisar de su ayuda para hacer frente a tal responsabilidad por lo que optó por ayudarlo de una forma más práctica, así que era ella la que llevaba el control sobre el funcionamiento del castillo. Jamás se sintió como una simple "ama de llaves", al contrario, tenía la libertad y el poder para manejar todo el castillo y su servidumbre tal y como ella consideraba oportuno y nunca recibió una queja o reclamo por parte de su hermano. Siempre contaba con su apoyo a la hora de tomar de decisiones, y se mostraba agradecido de que le liberase de la responsabilidad de ocuparse de todo ese tipo de "asuntos domésticos".


Por su parte, ella tampoco tenía motivos para estar disconforme. Por un lado esta tarea la mantenía ocupada, no le resultaba nada atractiva la idea de una vida ociosa y despreocupada. Además siempre encontraba tiempo libre para dedicarle a su ocupación favorita, la cría de caballos. Era perfectamente consciente de que ésta no era la afición propia de una "damisela", según muchos debería pasarse la vida bordando o paseando por el jardín. Sin embargo, el qué dirán o la opinión de los demás no eran algo suficiente para ella como para renunciar a su pasión. Se sentía orgullosa de que las cuadras reales contaran con los mejores y más hermosos ejemplares, gracias a su dedicación y cuidados diarios.


Cuando entró en la recámara, las muchachas, al verla, hicieron una rápida reverencia saludándola, volviendo rápidamente a sus quehaceres. Dio una vuelta completa alrededor de la habitación para comprobar que todo estaba quedando perfecto, tal cual lo había ordenado. Se dirigió a una pequeña puerta abierta que había al final de la habitación, que comunicaba con la recámara que iba a ser ocupada por la Princesa Alice. En un principio, su hermano se había mostrado reticente ante la idea de ocupar antes de la boda los que eran los aposentos de sus padres pero, Rosalie, le mostró el lado lógico de su idea y él no tuvo más que aceptar, esperando que su prometida también lo hiciera.


Estaba por entrar a la recámara de la princesa cuando vio aparecer por la puerta de la habitación a Jasper, con un ramo de flores en la mano. Era un bouquet de rosas blancas con pequeñísimas violetas adornándolo, un arreglo hermoso y delicado.


-Qué flores tan bellas, ¿son para mí? -preguntó divertida sabiendo cual era la respuesta.


-Éstas en concreto no son para ti, pero creo que por aquí tengo algo más apropiado con tu encanto -respondió mientras sacaba un rosa roja que llevaba escondida bajo la casaca y se la ofrecía.


-No me digas que entre los asuntos de estado, posibles invasiones y revisiones de impuestos encuentras tiempo para dedicarte a la jardinería. Puedo buscarte trabajo en la cocina si quieres -bromeó mientras olía la flor que le acababa de entregar.


-¿Acaso no te gusta? -le cuestionó sonriendo mientras colocaba el ramo en un jarrón. Ella se acercó para terminar de acomodarlo.


-A las mujeres nos suelen gustar este tipo de lindezas, eso es cierto -afirmó con mirada cómplice.


-Espero que tengas razón -suspiró con preocupación.


-Deja ya de afligirte tanto. Todo va a salir muy bien -le aseguró. -Posiblemente estará agotada tras el viaje pero podría apostar que el detalle de las flores no le pasará desapercibido, al contrario, le va a encantar -concluyó tratando de animar a su hermano mientras él se lo agradecía con una sonrisa. Tras eso, abandonó la habitación para seguir con su tarea y asegurarse de que todo estaba preparado a tiempo.


Efectivamente, para Alice, el viaje estaba resultando tedioso y extenuante. Bella se había pasado todo el trayecto leyendo uno de esos libros sobre filosofía que a ella le costaban tanto leer, así que el silencio reinaba en el carruaje. Seguramente, en otras circunstancias habría sido molesto, incluso poco probable, pero en ese momento no le importaba en absoluto. Con su humor no era buena compañía para nadie y, en realidad, se alegraba de que Bella así lo hubiera entendido.


Miró por enésima vez por la ventanilla, los rosas y anaranjados estaban tiñendo ya el cielo del atardecer, que se fundía con el azul del lago que estaban bordeando en ese momento. Una cosa era cierta, los paisajes del que iba a ser su nuevo reino eran incomparables. Notó como el carruaje giraba en un recodo del camino y la silueta de un gran castillo recortando el horizonte se presentó ante ella. Un escalofrío recorrió su espalda. El viaje estaba a punto de finalizar y con ello daba paso al inicio de otro viaje del que aún no conocía el rumbo y cuyo destino era del todo incierto.


Ya había oscurecido cuando atravesaron las murallas y recorrieron los últimos metros que restaban para alcanzar el portón principal. Por fin, el carruaje se detuvo al pie de una escalinata que se elevaba ante el imponente castillo. Al final de las escaleras pudo ver tres figuras flanqueadas por sendos guardias. En medio se hallaba un muchacho alto y delgado, pero bien formado, de cabello rubio y ondulado, el Rey Jasper, supuso. A su izquierda se encontraba otro muchacho de cabellos cobrizos y un tanto alborotados, casi tan alto como el anterior y de semejante complexión. A su derecha vio una muchacha esbelta, de cabello rubio, que caía en cascada casi hasta su cintura. No percibía del todo sus facciones debido a la distancia pero, parecía muy bella. Su elegancia y distinción eran notorias.


Fijó su vista en los escalones, recorriéndolos despacio. Cuando llegaron a lo alto, escuchó la voz de Emmett, efectuando las presentaciones pertinentes.


-Buenas tardes, Majestad, Altezas -dijo mientras se inclinaba. -Permítanme que les presente a sus Altezas, la Princesa Alice y la Princesa Bella -anunció señalando a cada una de ellas.


Alice, cabizbaja aún, tomó delicadamente su vestido, para, al igual que su prima, inclinarse en una reverencia. Aún no se había incorporado totalmente cuando sintió como una mano tomaba dulcemente la suya.


-Espero que hayáis tenido un buen viaje –dijo Jasper antes de bajar su rostro y posar levemente sus labios en la mano de la muchacha.


Fue un roce suave, pero cálido, lo suficiente como para sacar a Alice de su sopor y hacerle alzar, por fin, la vista del suelo, y ver como el joven besaba suavemente su mano. De repente, sintió como esa calidez se extendía desde sus dedos hacia todo su cuerpo, llenando de esa agradable y desconocida sensación todos los rincones de su ser, mientras el deseo de no dejar de sentir jamás el tacto de esa mano en su piel nacía incomprensible e irrefrenablemente en su corazón. Cuando Jasper levantó el rostro al fin para incorporarse, los ojos de Alice se toparon con una maravillosa mirada azul. En ese preciso instante, la mente de Jasper quedó atravesada por la visión más hermosa que jamás hubiera podido imaginar, la de unos bellos ojos grises que lo miraban llenos de anhelo, quedando irremediablemente prendido de ellos. Se dio cuenta de que quizás estuviese tardando demasiado en liberar la delicada mano de la muchacha y de que, posiblemente, no era apropiado el mantener su mirada fija de esa manera en aquel rostro angelical, pero había quedado atrapado por el embrujo de aquellos ojos y el resto dejó de tener importancia para él. Sólo la necesidad de perderse en ellos, y no regresar hasta haber reconocido cada tonalidad plateada que recorría sus pupilas, hasta no haber memorizado cada uno de sus reflejos violáceos que los adornaban y que los hacían más hermosos si eso era posible. Finalmente y, muy a su pesar, la voz de Edward lo sacó de su ensimismamiento.


-Permitidme que me presente -dijo dirigiéndose a Bella -soy el Príncipe Edward, primo de su Majestad –informó mientras se inclinaba besando su mano.


-Sí –afirmó Jasper recuperando ya su compostura –y esta es mi hermana, la Princesa Rosalie, -añadió mientras soltaba la mano de Alice para tomar la de su gemela. Ella a su vez hizo una reverencia a la que ambas muchachas respondieron de la misma forma.


-Imagino que estaréis agotadas después de una jornada de viaje –supuso la joven -¿por qué mejor no entramos y os mostramos vuestros aposentos? –indicó dirigiendo ya sus pasos al interior del castillo, justo para detenerse en la antesala.


-Por favor, conducirlas a sus recámaras. –le pidió a su hermano y a su primo. -Yo le indicaré al muchacho donde están las habitaciones de la guardia ya que me dirijo a la cocina. Voy a ordenar que os preparen un buen baño y algún refrigerio para que lo toméis en vuestra habitación. Es muy tarde así que dejemos las formalidades para mañana –dijo ahora con una mirada comprensiva hacia las princesas. –Espero que paséis una buena noche –se despidió amablemente. Seguidamente, dirigió sus pasos a la cocina y, sin mirarlo siquiera, exclamó secamente –Muchacho, acompáñame.


Los ojos sorprendidos de Emmett buscaron los de Alice. Ella afirmó levemente con la cabeza, por lo que se limitó a inclinarse y desearles buenas noches a todos para, rápidamente, seguir los pasos de la Princesa Rosalie, que ya casi había llegado al final del corredor.


Tras eso, los cuatro se despidieron para hacer sus respectivos trayectos a sus habitaciones, que se encontraban en direcciones opuestas. Bella advirtió, justo antes de volverse hacia el corredor que conducía a su cuarto, como Jasper alzaba su mano demandando la de su prima, para tomársela suavemente mientras empezaban a caminar. Una sonrisa abordó sus labios ante esa imagen. Empezaba a sospechar que el recelo de Alice era más que infundado, sobre todo, si tenía en cuenta la idílica escena que acababa de presenciar entre ellos dos hacía unos minutos. Nunca había visto una mirada tan intensa en unos simples desconocidos. Quizás, que Alice encontrara la felicidad no iba a ser tan difícil después de todo. La simple idea le hizo emitir una leve risita.


-¿Podría saber qué os complace tanto? –preguntó Edward con curiosidad.


-Oh, no es nada –mintió Bella.


-Parece ser que mi primo es todo un caballero –le confió sonriendo, haciéndole ver que, en realidad, también él se había dado cuenta de ese pequeño detalle. -¿Me permitís? –preguntó divertido al alzar su mano imitando el gesto de su primo de hacía un momento.


-Por supuesto, Alteza –rió Bella mientras posaba su mano sobre la de Edward.


-Además, tengo la ligera sospecha de que todas nuestras preocupaciones van a quedar en nada. –le aseguró Edward. Bella se sorprendió ante tal afirmación.


-¿No estáis de acuerdo, Alteza? –preguntó serio ante el rostro asombrado de la joven.


-Sí, no, no me malinterpretéis – titubeó ella. –Es que precisamente estaba pensando lo mismo que vos –le aclaró.


-Creo que es sólo cuestión de darle tiempo al tiempo –afirmó Edward sonriendo.


-Estoy completamente de acuerdo con vos, otra vez –añadió con alivio, mientras reía tímidamente, ocultando su boca con su otra mano. No se percató hasta ese momento de que se había olvidado por completo de dejar en el equipaje de mano el libro que había venido leyendo. Edward alcanzó a ver el volumen y paró casi en seco al ver de qué se trataba.


-¿Su Alteza está leyendo a Platón? –exclamó el joven con una mezcla de asombro y admiración en su voz.


-Sí –respondió mostrándole orgullosa el libro que le había regalado su padre. -¿Por qué os sorprende tanto? –preguntó ante la expresión del muchacho.


-Disculpadme mi asombro –dijo mientras lo tomaba –pero Platón no es que sea precisamente una lectura "ligera" y menos para una muchacha tan joven como vos –concluyó devolviéndole el tomo.


-¿Acaso por ser mujer no debo estar interesada en Los Clásicos? –cuestionó sin saber muy bien si debía considerarlo una ofensa.


-No pretendo ofenderos en modo alguno, Alteza –le aclaró él rápidamente mientras iniciaban de nuevo su marcha –Es sólo que todas las muchachas que conozco están más interesadas en coleccionar vestidos y joyas que en la literatura.


-Quizás deberíais conocer a otro tipo muchachas –bromeó ella, en señal de que había aceptado sus disculpas.


-Posiblemente tengáis razón –aceptó con una sonrisa. –Tal vez os complazca saber que, casualmente, una copia idéntica a la vuestra descansa sobre mi mesita de noche –dijo señalando el libro que descansaba ahora en el regazo de la joven.


La expresión de la muchacha no le dejó lugar a dudas de que el hecho le sorprendía gratamente por lo que prosiguió. -Y tal vez, si os apetece una lectura un poco más amena, he terminado de leer recientemente "La Eliada", podría prestároslo -le ofreció el joven.


-Pues os lo agradecería enormemente –sonrió Bella ante tal ofrecimiento -Esa obra de Homero aún no la he leído. Sería interesante leer algo nuevo para variar, los pocos libros que he traído conmigo los conozco casi de memoria.


Edward aminoró su paso, pensativo.


-Se me ocurre una idea mejor –dijo al fin. –Me gustaría mucho enseñaros algo, Alteza. ¿Me harías el honor de acompañarme mañana? –preguntó Edward.


-¿Puedo saber a dónde? –quiso saber ella.


-Preferiría no decíroslo, quisiera que fuera una sorpresa –respondió Edward.


-No me gustan las sorpresas –le informó Bella.


El hecho sorprendió a Edward pero insistió. –Os aseguro que valdrá la pena mantener el suspense hasta mañana.


-Está bien –aceptó la joven, casi a regañadientes. –Pero más os vale que realmente valga la pena –amenazó en tono de broma.


-Os prometo que así será. -sonrió él. De repente, Edward dejó escapar una risa.


-¿Podría saber qué os complace tanto? –preguntó Bella divertida al citar sus mismas palabras de hacía sólo un momento.


-Es que muy poca gente logra sorprenderme y vos, en cuestión de minutos lo habéis hecho y no una, sino varias veces –le explicó sonriente, mientras observaba que un leve rubor maquillaba las mejillas de la joven. -¿Podría preguntar vuestra edad?


El rubor en sus mejillas se hizo ahora más evidente.


-Mi curiosidad es del todo inocente, Alteza. Parecéis una muchacha muy madura, para la edad que aparentáis –se apresuró a aclarar.


–Tengo diecinueve años, uno más que Alice –respondió -¿Me devolvéis el favor y me decís vos qué edad tenéis?


-Veintiuno, al igual que Jasper y Rosalie. No sé si sabíais que son mellizos –le informó.


-La verdad es que no –negó ella.


-En realidad Rosalie es mayor que Jasper por cinco minutos. A veces cuando están en desacuerdo por algo le amenaza diciéndole que le va a reclamar el trono por haber nacido primero, pero al momento cambia de opinión. Primero porque nunca le haría eso a su hermano y segundo porque es consciente de que jamás podría empeñar esa labor con la misma destreza que él, además de que son tantas las veces que se lo dice que Jasper ya no la toma en serio, normalmente rompen a reír y… fin de la discusión –le dijo mientras sonreía al evocar uno de esos momentos del que él había sido testigo.


-Todos dicen de él que es un magnífico rey –reconoció ella.


-Y mejor hombre, eso os lo garantizo –afirmó Edward. –Por eso Alteza, os recomiendo que no os preocupéis por vuestra prima. Está en buenas manos –concluyó mientras se detenía.


-Está es vuestra recámara –le informó mientras le abría la puerta. –Inmediatamente os traerán vuestras cosas. Mi habitación está justo al lado, me pongo a vuestra disposición para lo que deseéis –dijo mientras se inclinaba besando su mano. –Espero que descanséis y no olvidéis nuestra cita de mañana.


-No la olvidaré. Buenas noches –contestó sonriendo antes de cerrar la puerta. Durante un momento se quedó apoyada de espaldas a la puerta, con la vista hacia el techo. Su estancia en el castillo se presentaba más que interesante. Llevaba menos de una hora en él y ya había tenido una de las conversaciones más interesantes desde hacía mucho tiempo. El Príncipe Edward era muy agradable y sobre todo, encantador. De nuevo el calor incendió sus mejillas al recordar su sonrisa y sus ojos, unos ojos tan verdes que relucían como las propias esmeraldas.


De repente, llamaron a la puerta. Eran las camareras que venían a prepararle el baño, justo lo que necesitaba para despejar su mente y relajarse después del viaje. Esperaba que Alice se sintiera bien, a pesar de todo no podía dejar de preocuparse. Lo primero que haría al levantarse sería ir a hablar con ella, tenía que averiguar que le había parecido su prometido y si le había gustado, tal y como a ella le había parecido. Pero eso sería mañana, no quería pensar en nada más, ahora iba a disfrutar de ese baño y a descansar. Sin embargo, fue inevitable que un par de ojos verdes se enhebrasen en su mente una vez más.


Mientras caminaba por el corredor, Alice se preguntaba a que se debía ese sentimiento de calma que la embargaba por completo. Quizás se debiera a que estaba agotada del viaje, o la perspectiva de un baño relajante ante su cuerpo entumecido o, tal vez, sentir de nuevo el cálido contacto de esa mano que sostenía con delicadeza la suya. No se habían dicho ni una sola palabra en todo el trayecto, pero en ese momento, para ella las palabras eran innecesarias. Se sentía bien, tranquila, como hacía mucho tiempo no lo hacía. Fue cuando se detuvieron cuando finalmente Jasper le habló.


-Estos son vuestros aposentos, mi señora –indicó Jasper abriéndole la puerta.


Un pequeño pálpito golpeó el corazón de Alice al escuchar las palabras con que Jasper se había referido a ella; "mi señora". Sólo había escuchado esas palabras de labios de su padre, cuando se refería a su madre, a su esposa. La certidumbre de que en unos días iba a unir su vida a la de ese hombre para siempre se hizo tangible ante sus ojos.


De repente, al entrar en la recámara, una ola de esencia de rosas tiznada de violetas embriagó sus sentidos. Dirigió su mirada al bouquet que estaba sobre la cómoda y se aproximó, tomando una de las rosas y llevándola hasta su nariz, con sus ojos cerrados para así percibir mejor su aroma. Tras un instante, abrió los ojos y dirigió su mirada a Jasper. El joven pudo ver como, lentamente se empezaban a curvar los labios de la muchacha hasta que una amplia sonrisa iluminó su rostro mientras los reflejos violáceos de sus ojos se volvían más brillantes y los hacía resplandecer.


-Son mis flores favoritas –dijo con entusiasmo. Jasper se dio cuenta de que aún no había escuchado la voz de su prometida, hasta ese momento. Su delicada voz de niña resultaba ser música para sus oídos.


-Entonces he sido afortunado en mi elección –afirmó él lleno de satisfacción.


-¿Ha sido idea vuestra? –preguntó sorprendida.


-Si, mi señora, y me alegra mucho que os guste –asintió sonriendo.


Alice extendió su mano, ofreciéndole la rosa que había tenido en sus labios hasta hacía sólo un instante y que él tomó sin dudar.


-Muchas gracias –le dijo mientras con la mirada empezó a recorrer la que a partir de entonces sería su habitación. Sus ojos se posaron en la puerta situada al fondo de la habitación.


-¿A dónde conduce esa puerta? –preguntó señalándola.


-Mis aposentos están al lado de los vuestros. Esa puerta comunica vuestra recámara con la mía –le indicó. El rostro de la joven se llenó de confusión.


-Yo en un principio tampoco estaba de acuerdo pero, Rosalie insistió en que era absurdo alojaros en otra habitación y acomodar todas vuestras cosas allí cuando en pocos días estos pasarán a ser vuestros aposentos. Viendo el lado práctico, creí que estaba en lo correcto. Pero si os incomoda puedo ordenar ahora mismo que trasladen vuestro equipaje a otra recámara –dijo con preocupación. Quizás se había dejado llevar por el pragmatismo de Rosalie, dejando de lado el posible malestar de su prometida ante esa situación.


-No –le cortó ella. –No os preocupéis, bien pensado vuestra hermana tiene razón.


-Sí, pero vuestro bienestar es lo primero –insistió. -No quiero que os sintáis incómoda.


-Os agradezco vuestra inquietud, pero es innecesaria –le aseguró calmadamente.


-Está bien –aceptó, dando el tema por concluido. –Imagino que las camareras no tardarán en venir a preparar vuestro baño, así que me retiro. Sin embargo, quería haceros una petición antes -añadió, desviando su mirada de ella.


-Decidme –le dijo, pidiéndole continuar.


-Me complacería mucho si mañana me acompañaseis a dar un paseo. Me gustaría ser yo mismo quien os enseñase vuestro nuevo hogar –afirmó mientras trataba de dominar el nerviosismo de su voz. El temor a que rechazara su compañía se hizo patente.


Alice sonrió tímidamente ante tal proposición.


-Estaría encantada de acompañaros –accedió.


-Muy bien –dijo mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios. –Ahora sí me retiro. Que descanséis –se despidió con una leve reverencia para después dirigirse hacia la puerta.


-Mi señor –exclamó Alice. Al parecer su subconsciente había decidido dedicarle la misma cortesía que él había tenido para con ella. Le sorprendió gratamente que no le resultase en absoluto malsonante en sus oídos.


-Decidme, mi señora –respondió deteniéndose en el umbral de la puerta, girándose para verla de frente.


-No veo necesario que tengáis que salir al corredor para ir a vuestros aposentos –dijo mientras señalaba la puerta que había sido el objeto de su conversación un minuto antes.


-Si no os incomoda –dudó.


-Por favor –asintió ella con la cabeza, alentándole.


Jasper asintió a su vez y cerró la puerta tras de sí para dirigirse al fondo de la habitación, no sin antes detenerse ante su prometida y tomar su mano por tercera vez esa noche y besar su dorso de nuevo.


-Que durmáis bien, mi señora –susurró.


Ella no pudo más que asentir mientras sintió un leve ardor en sus mejillas. Para cuando se sobrepuso, Jasper ya había desaparecido tras aquella pequeña puerta.


(Señoritas comentarios pòr favor !!!!!!!)