Dark Chat

jueves, 10 de diciembre de 2009

TE AMO AUN DESPUES DE LA MUERTE

hola mis angeles , perdon por el retraso , pero aqui les dejo mas vicio
mil besitos
Angel of the dark

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Capítulo 7: El prado


“¿Edward?” – pregunté en cuanto recobre la conciencia, aunque la cabeza aun me daba vueltas


“Bella, ¿Estás bien?” – el rostro de mi novio vampiro se veía preocupado.


Sus dorados ojos brillaban, parecía que se hubiera inyectado miel en ellos. Su aliento rozó ligeramente mi rostro y su mano presionaba delicadamente mi frente


“S-si” – contesté. A su lado todo estaba bien. Perfecto


“Discúlpame, Bella…” – comenzó a decir mientras me ayudaba a sentarme.


No presté atención a lo que decía ya que mi vista se había perdido en lo que comenzaba a contemplar: el prado


“Es hermoso” – interrumpí, completamente asombrada


Tenía meses de no estar en aquel lugar y no esperaba encontrarlo en esas condiciones.


El ultimo recuerdo que tenía de éste, además del doloroso shock que me produjo, era un lugar con largas hierbas y, ahora, estaba igual o mas hermoso a como era, cuando Edward y yo solíamos venir juntos.


“Cuando vine, después de ir a tu casa, fue el segundo lugar que visité… decidí arreglarlo un poco” – explicó con un susurro, no era la única que estaba conmovida, miles de recuerdos se vinieron a mi mente


Este prado nos había visto crecer, madurar. Había visto cientos de besos, caricias, miradas. Había escuchado “Te amos” provenientes de susurros sinceros, era confidente de nuestras promesas y planes futuros. Nos había cubierto de la humanidad y nos había cobijado en sus lechos mientras Edward y yo entrelazábamos nuestros cuerpos.


Jamás imaginé volver a estar con el hombre de mi vida una vez más en aquel lugar y, el hallarme ahí, reconciliada con la vida, hacía que la dicha invadiera cada fibra de mi ser.


“Gracias” – dije mientras me acercaba y recostaba mi rostro en su silencioso pecho. Sus brazos, fríos y duros, pero amorosos, me envolvieron


Inhalé su fresco y dulce aroma. Estuvimos varios minutos en silencio, yo en la misma posición, respirando tranquilamente y él con sus labios sobre mi cabello


“Tenías preguntas que hacerme” – recordó al fin, con su dulce voz


“Tienes razón” – inhalé su aroma por ultima vez antes de separarme levemente de él para poder apreciar su rostro – “¿Puedo preguntar lo qué sea?”


Él asintió


“Me arriesgare a que así sea” – lo miré, confundida


“¿Te arriesgaras?” –


“Es muy probable que no quieras estar conmigo después de saber algunas cosas” – su voz se escuchó ansiosa, como si realmente la probabilidad fuera muy grande


“Jamás” – contradije mientras depositaba mi mano en su mejilla.


Él sonrió tristemente


“Entonces, comienza” – insito. Medité durante unos cuantos segundos, escogiendo cuál pregunta seria buena para comenzar.


Decidí por una, la cual era muy importante para mí


“¿Dónde están tus papás?”


Inclinó su rostro hacia abajo y apretó los labios


“Ellos… ya no están conmigo”


Me arrepentí al escucharlo tan triste. Tenía la ligera esperanza de que sus padres ahora eran igual que él


“Lo siento… no quise” – me intenté disculpar pero él puso tiernamente uno de sus gélidos dedos sobre mis labios


“No te preocupes… tenía que pasar algún día”


Supe que no quería hablar del tema, así que no insistí, aún así, sostuve su mano entre las mías y deposité un beso en ellas


“¿Vives solo?” – pregunté


“Vivir no es la palabra correcta, ya que no estoy vivo” – aclaro él, con voz suave y ligeramente divertida – “y no, no estoy solo, te tengo a ti”


Sonreí ante su respuesta


“Me refería a si “vives” con alguien más. Tu entiendes”


El asintió levemente con su cabeza y un deje de diversión se asomó en las comisuras de sus labios


“Vivo con Carlisle y su familia” – fruncí el ceño a modo de pregunta – “Carlisle es quien me convirtió”


“¿Él te tenía amenazado para que no te acercaras a mí?” –


Aunque ya me había explicado el motivo por el cual se había distanciado de mí un año, la idea vino a mi mente de nuevo. El río mientras depositaba una de sus manos sobre mi cabello y lo alborotaba ligeramente


“No estoy bajo ninguna amenaza, Bella… es más, Carlisle es alguien muy bueno, al igual que todos” – su mirada se perdió por un momento


Me quedé en silencio bastante tiempo, tratando de digerir que un vampiro fuera bueno, ya que las leyendas indicaban todo lo contrario, pero Edward era uno de ellos y seguía siendo amable, dulce y tierno…


“Carlisle me encontró moribundo al final del barranco en donde había caído el carro de papá” – siguió contando – “dudó mucho para transformarme…”


“¿Por qué lo hizo?” – interrumpí


Sus ojos se clavaron intensamente en los míos


“Por que en ese momento yo me estaba aferrando a la vida pera verte” – respondió y sus palabras penetraron hasta el fondo de mí ser – “Pese a las heridas y toda la sangre que había perdido, en esos momentos gritaba tu nombre. Tenía miedo de no volver a estar junto a ti y, fue cuando lo vi… Algo me dijo que él era el único que podía salvarme, un instinto, supongo. Aferré, con las fuerzas que me quedaban, mis manos a su camisa y le pedí que me salvara, que no podía morir, que tu me esperabas. Sus ojos se clavaron en mí y yo repetí tu nombre una vez más… después no sentí más que dolor…”


“¿Cómo es?” – pregunté, aún perdida entre sus palabras


Después de morder, nosotros liberamos una ponzoña que esta siempre presente en nuestro cuerpo. Cuando tenemos sed, es muy molesta, ya que es lo que provoca que la garganta queme. Esa ponzoña la “inyectamos” y se tiene que dispersar por todo tu cuerpo… Carlisle es alguien extraordinario” – su voz tenía un marcado tono de respeto y admiración hacia aquella persona – “ha controlado su sed al grado en el que la sangre de los humanos le es inmune. Es él quien nos ha enseñado a todos a controlar los instintos de vampiro y alimentarnos con sangre de animales”


“¿No beben sangre humana?” – el negó firmemente y me sentí más que aliviada, aunque la idea seguía siendo extraña, fueran humanos o animales, era sangre


Me miró por largo rato


“¿Qué pasa?” – cuestioné al ver que no decía palabra alguna


“¿No te da… miedo?” – lo miré, con el ceño fruncido, pero él ignoró mi gesto y siguió hablando – “bebo sangre, Bella… ¿No te asusta o te da repudio esa idea?”


“Supongo que no ha de saber tan mal” – intenté bromear pero él no sonrío – “Edward, lo que seas ahora no cambiara lo que siento por ti, ¿Cuántas veces lo tengo que decir?”


Él apretó con firmeza mis manos. La entrevista prosiguió y fuera de asustarme, me maravillé con las cosas que supe.


“¿Qué tanto puedes ver, que yo no?” – quise saber. Él rozó suavemente mi mejilla, sonrojada por su tacto


“Puede ver lo delgada y fina que es tu piel” – su suave voz tenía un toque seductor, no sé si era conciente o inconcientemente – “cada latido de la sangre en tus venas, lo puedo escuchar” – bajó su mano hasta mi nuca – “cada fibra de tu cabello… Puedo apreciar a fondo tus ojos” – su mirada se clavo en la mía – “tu olor es exquisito y tu calor reconfortable” – por primera vez, su rostro estuvo sobre mi pecho, que latía desenfrenadamente. Una de sus manos rozo mi brazo – “eres hermosa, completamente hermosa, no sabes cuanto te deseo…”


Aquellas palabras me hicieron recordar a la primera noche en la que hicimos el amor, un estremecimiento de placer recorrió mi cuerpo


“Pero eso es peligroso” – agregó amargamente separándose de mí


“¿Por qué?” -


“El deseo que arde en mi garganta es un instinto que me indica que beba tu sangre… y, aunque ese lo puedo controlar, es mi fuerza a la que temo”


“No me harás daño” –


“Me gustaría estar tan seguro como tú, pero ya te dije antes: ahora me resultas extremadamente frágil. Me tengo que concentrar para emplear mi fuerza al tocarte… eso castiga más que cualquier sed que pueda sentir ahora”


Su voz se tornó triste y sus manos se empuñaron con resentimiento. Me acerqué lentamente mientras me abría paso entre sus brazos para colocar mi cabeza en su pecho


“Perdóname” – dijo mientras me apretaba contra él. Negué con la cabeza sin apartarme de su cuerpo


“No tengo nada que perdonar. Al contrario, te estoy agradecida de que hayas cumplido tu promesa”


“Me la tomé muy en serio” – convino entre pequeñas risitas


El tiempo pasó rápido entre sus brazos, estaba contenta, plena, aunque no del todo, ya que deseaba con toda mi alma rozar sus labios… pero sabía que no era posible. Aún así, la frialdad de su cuerpo me resultaba reconfortante. La tarde llegó con la puesta del poco sol que se filtraba en las nubes, que se hacían más espesas y empezaban a pintar el cielo de color gris oscuro


“Hora de irnos” – recordó con un suspiro


Con un pequeño puchero acepté su ayuda para ponerme de pie. Mis ojos se abrieron como platos y mi pulso se acelero al deducir que nos regresaríamos de la misma manera en la que habíamos llegado. Él notó aquella tensión


“Será menos difícil si cierras los ojos” – recomendó con una sonrisa enorme en su pálida cara, sus dientes blancos como el marfil relucieron, sus colmillos estaban ligeramente más largos de lo que recordaba, pero nada del otro mundo como para que resultasen extraños o tenebrosos


“No tienes colmillos” – señale sin poder evitarlo, el ensancho más su sonrisa


“Claro que tengo, solo que son discretos” – sonreí por un momento ya que el nerviosismo del viaje no se había olvidado – “Bella, no pasará nada, vamos” – tendió su mano para ayudarme a subir en su espalda


“Edward… ¿No podemos regresar caminando?” – propuse sin mucha esperanza


“Preocuparíamos a Charlie” – tenía razón.


Aún no muy convencida, le di mi mano y él, muy cuidadosamente, me ayudó. – “Sostente bien” – indicó y yo me aferré a su cuello y enrollé mis piernas en su cintura


“¡¿Lista?!” – preguntó de manera entusiasta. Apreté más mis extremidades a su cuerpo, duro y firme, cerré mis ojos y asentí apretando mi rostro a un costado de su cuello


Él emitió una sonrisita y acarició mi pelo con su mano antes de lanzarse al bosque


El viento soplaba mi rostro enérgicamente, no abrí mis ojos en ningún momento, me concentre en la respiración acompasada de Edward la cual no se descompuso en ningún momento.


“Llegamos” – indicó tras unos quince minutos, abrí mis ojos lentamente y comprobé que así era, vi mi casa aun vacía por que Charlie no llegaba aun


“Vaya” – fue lo único que pude decir mientras me bajaba con ayuda de mi novio, caminé hacia la puerta con Edward pisando mis talones, fue un gran alivio el repetir esta situación tras un año. Edward y yo reímos


“¿Recuerdas lo furioso que se puso Charlie cuando nos vio por primera vez solos en tu habitación cuando él aun no estaba?” – preguntó riendo, asentí


“Ni siquiera éramos novios” – completé


Nos dirigimos hacia la cocina, le preparé la cena a mi papá con ayuda de Edward, nuestras platica siguió recordando los primeros meses en los que nos conocimos, tenía mucho tiempo sin reír de tal manera. Edward desapareció en el aire cuando escucho la patrulla de Charlie acercarse, dejándome nerviosa, ya que su ausencia me traía recuerdos muy tristes.


Charlie estaba feliz con mi tan drástica y completa mejoría. Comí con él, ya que no me había dado cuenta que estaba realmente hambrienta. Aun así, la comida no supo muy bien por que Edward habitaba mi mente en cada segundo, con un diferente significado, pero con el miedo de que desapareciera de nuevo, siempre palpando en mi corazón. Tras comer y platicar con Charlie subí corriendo a mi habitación. Edward no estaba como había supuesto, me sentí más afligida pero trate de controlarme, me dirigí hacia la regadera y me duche, el agua caliente no me relajo.


Llegue a mi habitación y el todavía no estaba, la garganta se comprimió, impidiéndome tragar saliva, él te prometió que no se iría me recordé varias veces. Mis manos temblaron y encendí un poco de música para apaciguar mi angustia, me senté en la cama, viendo hacia el bosque y hacia el reloj…


Una… dos… tres… cuatro… cinco horas…


El instrumento del tiempo marcaba ya media noche y los ojos empezaban a derramar las lágrimas contenidas, ¿Por qué no venía?, me deje caer en la cama, abrazando a mi almohada fuertemente y hundiendo mi rostro en las cobijas… un tacto frío en mis cabellos me devolvió la paz


“¿Estas bien, Bella? ¿Por qué estas llorando?” – preguntó la aterciopelada y preocupada voz.


Me lance a sus brazos con desesperación, apretándome contra él, aferrando mis manos a su espalda


“Ahora, estoy perfectamente bien” – confesé – “Edward, cada vez me haces más falta” – seguía llorando y el acariciaba mis brazos tiernamente


“Ya no quiero que sufras, mi amor… ya no quiero que llores por mí”


“Perdón” – dije entre sollozos – “sé que es ridículo y exagerado, pero no puedo evitarlo”


“Claro que no es ridículo” – contradijo – “yo me siento de la misma manera pero… tuve mis razones para demorarme, lo siento, prometo no dejarte tanto tiempo sin antes avisarte”


Eso me tranquilizó


“¿Entonces seguirás conmigo?” –


“No hay forma de que me pueda alejar de ti” – respondió


Sonreí y bostecé sin querer


“Tienes que dormir debes estar cansada y mañana tienes que ir a la escuela… pero antes” – su mano se sumergió en uno de los bolsillos de su pantalón – “Toma” – indicó tendiendo una pequeña cajita color azul, la sostuve y la observe por un rato


“¿Y esto?” – pregunté extrañada. No era muy buena para recibir regalos y eso lo sabía él


“Es una de las razones por las cuales me tarde en venir… en tu cumpleaños no te pude regalar nada, siento la tardanza”


Abrió la cajita por mí, dejando ver una cadena plateada, de un ligero y fino trenzado, con un dije en forma de sol y media luna entrelazados, era hermoso y no pude evitar sonreír ante el significado que daban estas figuras


“Gracias” – dije mirándolo a los ojos


“Me alegra que te haya gustado. ¿Puedo?” – pidió mientras extendía la cadena


Retiré mi cabello de mi cuello y le di la espalda para que lo pusiera con más facilidad, aunque siendo él un ágil vampiro dudo mucho que haya tenido alguna…


O quién sabe.


Sentí sus manos moverse lentamente atrás de mí y rozaron ligeramente mi piel cuando abrochó mi regalo. Mi piel se estremeció ante su contacto, esperé a que se alejara, como lo había hecho anteriormente, pero, para sorpresa y felicidad mía, no lo hizo. Sus manos se posaron en mis hombros, de manera distinta a las anteriores veces, su tacto se sintió firme, pausado, inconciente…


Después su aliento fresco rozo mi cuello. La sensación fue placentera y provocó que mi pulso se acelerara. No me moví ya que me quedé petrificada al sentir, por primera vez, sus nuevos labios sobre mi piel y eran perfectamente suaves y fríos. Iban y venían de mi nuca a mis hombros en un movimiento lento, apenas y rozando mi piel. Mi respiración se agito e intente controlarla, gire mi cuerpo lentamente mientras me perdía en sus ojos color miel iluminados por la luna, Edward era hermoso

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Cap . 8 Convierteme

Deseé con más fuerza rozar sus labios. Acorralé su rostro entre mis manos y me acerqué a él con cuidado.



Sentía su respiración en mis pestañas, dejándome mareada.


Sus labios, a pocos milímetros de los míos, removían y hacían palpitar fuertemente mis deseos. Una de sus manos se movió hacia mi mejilla y la otro se mantuvo apretando a mi cintura. Su rostro se aproximó más al mío y cerré mis ojos, sintiendo un mariposeo, que iba y venia, de arriba hacia abajo, por todo mi estomago.


Ya casi podía sentir el sabor de su saliva, cuando se separó bruscamente de mí.


Miré estupefacta como los negros ojos de Edward brillaban de dolor


“Discúlpame, Bella” – dijo aun sin acortar aquella distancia que nos separaba


“¿Por qué?” – inquirí extrañada y dolida.


Me sentía extraña, incompleta, sin su mano apretando a mi cintura


“Las cosas ya no son como antes” – la voz salía con furia contenida – “Bella, ya no soy el mismo. Ahora, cada segundo que paso contigo, es un enorme peligro para ti. Con un beso te puedo llegar a lastimar, mi fuerza no esta del todo controlada, soy muy joven y…”


“No me vas a lastimar” – interrumpí – “Edward, no tengas miedo…” – caminé hacia él y, cuando estuvimos otra vez frente a frente, le dije – “YO confío en ti”


“Tengo miedo a no ser digno de esa confianza, Bella” –


“¿Por qué no lo intentamos?” – pedí.


Necesitaba a Edward, necesitaba sentirlo más cerca. No importa si con ello pusiera en riesgo mi vida, al fin de cuentas, mi vida era completamente suya


“No regresé para matarte” – discutió, pero pude ver la duda en sus ojos color miel.


Me acerqué a un más y tomé su rostro entre mis manos, jalándolo hacia mi. Él se opuso, (no inclinándose más) cuando, de nueva cuenta, nuestros labios estuvieron a milímetros de rozarse, pero no se separó


“Edward” – susurré – “Te necesito” – me puse de puntitas para terminar con la distancia entre él y yo y lo logré.


Imposible describir el alivio que sentí cuando sus labios se fueron abriendo, vacilantes, para, al fin, aceptar mi beso. Poco después me perdí en la delicia de su boca, y el frío de su aliento llegando hasta mi garganta.


La vacilación de Edward terminó cuando su cuerpo se inclinó totalmente para que mis pies tocaran completamente el suelo. Entrelazó, con mucho cuidado, sus brazos alrededor de mi cintura, apretándome contra él. La respiración se me estaba acabando y me sentía feliz, sus labios ahora eran insistentes, apasionados, su lengua exploraba mi boca y la humedad de nuestra unión era exquisita.


No recordaba alguna ocasión en la que Edward me besara de esa manera. No quiero decir que los besos como humano no fueran buenos, solo que, la forma en que besaba ahora tenía un toque extremadamente sensual y enigmático.


Lo deseé con todas mis fuerzas y, el solo imaginar el tener a Edward dentro de mí, me hizo gemir de placer. Edward se separó con un movimiento rápido y jadeante. Sus ojos se habían tornado de un negro más intenso.


Nos miramos con cautela por varios segundos, mientras yo trataba de controlar mi deseo


“Disculpa” – dije. Sabía que todo esto resultaba ahora muy difícil para él


“Eres mi mayor peligro” – confesó con una media sonrisa que se desvaneció rápidamente – “prométeme que me ayudaras a controlar esta situación” – pidió


“No puedo prometerte algo que no estoy segura de poder cumplir” – dije


“Bella, tienes que… no debes permitir que esto vaya más allá. Por tu vida, que es la mía ahora, prométemelo”


No contesté. Bajé la mirada y el suspiró frustrado


“Bella, por favor” – pidió de nuevo. Yo negué con la cabeza


“No puedo” – dije y una lagrima recorrió mi mejilla. Sus brazos me cubrieron otra vez


“Perdóname por hacerte sufrir… Tú no te mereces esto. ¿Estas segura que quieres estar conmigo, a pesar de estas limitaciones?”


Aquella pregunta me dejo pasmada largo rato


“¿Qué?” – solté sin aun dar crédito a lo que me había preguntado – “Edward… yo te amo y de lo único que he estado siempre y completamente segura es que quiero estar contigo… siempre”


Siempre… La palabra resonó en mi mente.


Aquel conjunto de letras tenía para Edward un sentido completamente literal… y para mí también. Me quedé sumergida por largo rato en mis pensamientos. Edward era un vampiro, pero hacía un año era un humano, como yo. ¿Y si ahora yo fuera la que cambiara? Él se había sacrificado por mí, ¿Por qué yo no?... de todas formas, el estar junto con Edward no suponía ningún sacrificio


“Bella, ¿Qué pasa?” – preguntó ante mi silencio


Tardé un poco en contestar


“Edward ¿Por qué no me conviertes en vampiro?” – sus ojos se abrieron platos y su mandíbula se tensó


“¿Lo dices en serio?” –


“Claro. Así podríamos estar juntos y… ya no abría ningún peligro, yo sería tan fuerte como tu…”


“¿Harías eso por mí…? ¿Qué pasaría con Charlie?” –


Charlie. Lo había olvidado. Amaba a mi padre pero, mi vida era Edward


“Se repondrá” – contesté – “él es fuerte, además, es como si desde hace mucho hubiera muerto junto contigo…”


“Bella…” - susurró – “no merezco tanto amor, Bella. Mírame, soy un egoísta que esta dispuesto a convertirte en lo que soy con tal de tenerte a mi lado… en cambio tu, estas dispuesta a sacrificar tu vida humana, normal.”


“Lo que yo tengo sin ti no es una vida” – recalqué – “es el centro de un infierno. Es podrirse con cada segundo que pasa”


“Lo sé. Sé a lo que te refieres” – admitió – “pero no puedo evitar sentirme un monstruo. Bella, si te convierto, prácticamente te voy a matar…”


“No es cierto. Me darás la vida más dichosa estando a tu lado, por siempre”


Mi mirada le gritaba que eso era lo que quería. Cubrió mi cuerpo con un abrazo y me besó en la sien


“Gracias, Bella” – murmuró – “de veras, muchas gracias por amarme de esta manera”


“¿Eso es un sí?” – quise saber. Sentí su entrecortada risa sobre mi cabeza


“Eso es un si…” – acordó y no pude evitar sentirme aliviada y un poco asustada. Pero jamás arrepentida, ni dudosa


“¿Ahora?” – él negó con la cabeza


“Ahora no” – su voz seguía siendo un susurro – “necesitas conocer a mi nueva familia, un poco de nuestra vida, un poco más del que ahora soy. Si después de todo eso, sigues deseando que te convierta, así será”


“¿Conocer a tu familia?” – pregunté alarmada


“¿Te da miedo?” –


“No… bueno, si”


“No te preocupes, Bella. Todos son muy nobles… y hay alguien te quiere conocer, desde hace mucho”


“¿Alguien que quiere conocerme?” – pregunté extrañada – “¿Quién?”


“Eso lo sabrás mañana, en cuanto salgas de la escuela” – prometió – “ahora, duerme. Ya es noche” – me recostó suavemente sobre la cama y me cubrió con la colcha.


Recosté mi cabeza sobre su pecho y cerré los ojos para dormir, con su dulce aroma inundando mis sueños…


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Cap. 9 Los Cullen

Buenos días, señorita” – aún no podía creer que la voz de Edward volvía a despertarme. Suspire complacida mientras rodeaba su cintura con mi brazo. Sus manos se pasaron por mis cabellos



“Anda, Bella. Tienes que ir a la escuela” – dijo


“No quiero” – protesté – “quiero quedarme aquí. Todo el día junto a ti.”


Sentí el leve temblor de su cuerpo al reír


“El fin de semana, si quieres, nos quedaremos, pero ahora tienes que ir a la escuela” – hice un puchero, pero con un suspiro resignado me alejé del frío cuerpo de mi novio y me levanté.


Su mirada me evaluó por un segundo y una enorme sonrisa se extendió por su rostro


“¿Qué es tan gracioso?” – pregunté


“Tu” – respondió sofocando una carcajada. El ver a Edward así era como revivir nuestra relación años atrás.


“¿Yo?” –


“Te ves muy graciosa, Bella. Tu pelo es una maraña…” - me acerqué y le dí un manotazo en su hombro, el pareció no sentir nada, pero mi mano sintió como si le hubiera pegado a una pared


“¡Diablos!” – exclamé – “¡Se me olvida que ahora ya no eres tan sensible!”


“Eso te pasa por agredir a tu novio vampiro” – me sorprendió que dijera aquellas palabras de una manera tan fresca


“Dentro de poco tendré las mismas habilidades y ya veremos” – dije amenazante.


“Pensé que anoche estabas delirando por el sueño” – susurró. Su expresión me alarmó, no se veía convencido de querer transformarme


“No estaba teniendo ningún delirio” – me apresuré a decir – “quiero estar contigo… siempre… al menos que tu no…”


“Sin ti, las horas duran más que la eternidad…” - susurró interrumpiéndome – “Bella tonta… ¿Cómo puedes dudar de ello? Ya te lo he dicho: mi única razón de esta nueva vida eres TU”


Acerqué lentamente mi rostro y le roce los labios.


“Voy a bañarme” – anuncié – “no te muevas”


“Ni un centímetro” – prometió solemnemente


Edward me acompañó hasta la escuela. Era sorprendente la habilidad y rapidez que tenía. En cuanto el timbre de salida sonó, salí disparada hacia donde se encontraba mi camioneta. Y ahí estaba él. Tan glorioso como un ángel. Sonrió al verme


“¿Lista para conocer a nueva mi familia?” – preguntó. Yo asentí nerviosamente – “no te preocupes, no te harán ningún daño.”


Intentaba clavarme aquellas palabras en la cabeza pero el miedo seguía presente. Edward era un vampiro, si. Pero había sido mi novio durante varios años (y en ese tiempo era humano)… lo amaría aún así se hubiera convertido en un sapo. Pero a la casa en donde iba habían vampiros desconocidos, criaturas que ni si quiera llegaron a habitar en mi mente (salvo las ocasiones en las que Edward soñaba con ellas)…


En cuanto llegamos al fondo del bosque visualicé una enorme casa. No parecía tétrica desde afuera, pero faltaba ver el interior. Salté y grité en cuanto una figura borrosa salió de la puerta y se aproximaba hacia mí


“Tranquila, Bella” – calmó Edward mientras me abrazaba. En un movimiento reflejó, había cerrado mis ojos y me había encogido en su pecho, buscando protección – “es solo Alice”


“Hola, Bella” – una vocecilla de soprano (que para nada sonaba a peligro) saludó armoniosamente, provocando que levantara mi vista.


La miré con extrañeza. Aquella personita, parada frente, lejos de parecer un vampiro, parecía un duendecito de finas y hermosas facciones. Sentí un retortijón mientras caía en la cuenta de la inigualable belleza de aquella jovencita de cabello negro y puntiagudo.


“Alice, deberías de ser más cautelosa” – otra voz sonó al lado de Edward. abrí mis ojos con espanto al ver a un enorme e imponente tipo (pero no por eso menos hermoso) parado al lado de Edward. ¿En qué momento había llegado?


“El burro hablando de orejas” – la sensual voz provenía de una muchacha que parecía una diosa encarnada. Su cabellera rubia le caía a cascadas sobre su esbelta y perfectamente moldeada cintura. Vi a Edward, quien sonreía placidamente


“Edward, hijo. Que bueno que decidiste traer a Bella” – la mujer que decía eso, a diferencia de todos los que nos rodeaban, venía a paso humano. Al lado de ella, sosteniéndole la mano, venía un hombre, de cabello tan rubio y brillante, que parecía un sol. Me sentí terriblemente mal en cuanto me vi rodeada de tanto esplendor y perfección.


“¿Bella? ¿Qué sucede?” – preguntó una voz a mi lado. Respingué ¿Cuántos más abrían? Era un chico alto y de cabello color miel


“¿Esta nerviosa, Jazz?” – preguntó la pequeña mientras se acercaba al último muchacho que había llegado


“Tiene muchos sentimientos mezclados…” - respondió


“Vamos, Bella. No te sientas cohibida, te llevaras de maravilla con todos nosotros, tienes mi palabra” – me guiñó un ojo. Yo estaba apretada al cuerpo de Edward.


“Tranquila” – susurró – “no te harán daño, todos querían conocerte”


“Ho… Hola” – alcancé a decir. Todos me dedicaron una enorme y calida sonrisa, no pude evitar posar mi vista en sus dientes, todos perfectos, pero con los colmillos ligeramente más alargados, como los de Edward.


Me invitaron a pasar a la casa y extrañamente, la tensión y el nerviosismo se habían disipado. Me sorprendí realmente al ver una casa tan… común. La chica que respondía al nombre de Alice, desapareció y volvió a aparecer en un abrir y cerrar de ojos frente a mi, con un vaso de agua


“Toma” – me ofreció con una amable sonrisa. Todos se sentaron en un juego de sala, con las miradas fijas en mí y en Edward – “Ustedes, los humanos, se alimentan con más frecuencia que nosotros”


“Edward nos ha platicado mucho de ti” – comenzó a decir el señor que parecía un sol – “mi nombre es Carlisle y ella es mi esposa, Esme”


“Mucho gusto” – respondí tímidamente mientras le tomaba la mano para corresponder el gesto. Estaban heladas


“¡Me alegra tanto que por fin se haya atrevido a buscarte!” – exclamó el grandulón


“Yo me alegro aún más” – dijo suspirando el chico de cabello color miel, había alcanzado a escuchar que se llamaba Jasper.


“Yo los tengo que escuchar todo el tiempo y no me ando quejando” – alegó Edward. Algo en aquella plática no encajaba. Sabía que no podía esperar una charla sobre cualquier cosa insustancial estando rodeada de vampiros, pero tampoco creí que fueran a hablar en dialecto.


El brazo de Edward se posó en mis hombros con mucho cuidado. Estuve en aquella sala, rodeada de siete vampiros durante casi dos horas. Para ese tiempo ya me sentía más relajada y con mucha más confianza. La tarde empezaba a oscurecer cuando Edward se levantó del sillón


“Ya va anochecer, Bella. Será mejor que nos vayamos antes de que Charlie se preocupe” – asentí


“Visítanos pronto” – pidió Alice con una gran sonrisa, la cual le correspondí calidamente.


“Bella vendrá, siempre y cuando ella quiera” – prometió Edward mientras me tomaba de la mano


“¡Entonces será pronto! ¡Lo puedo ver!” – exclamó la pequeña mientras se levantaba con un movimiento borroso.


“Ha sido un gusto conocerlos…” - dije de corazón – “gracias por estar con Edward…”


“No tienes que agradecernos” – contestó Esme, la esposa de Carlisle – “Edward es como un hijo para mí…”


“Y un hermano para todos nosotros” – completó Emmet. No pude evitar sentir un enorme cariño y un enorme agradecimiento por ellos.


“Bueno, ya basta” – dijo Rose – “ya váyanse antes de que se pongan de cariñosos” – todos rieron.


“Vámonos” – susurró Edward y después salimos hacia mi camioneta.


“¿Qué te parecieron?” – quiso saber en cuanto nos hallábamos ya en mi recamara. Yo tenía el cabello mojado y mi pijama, me encontraba recostada sobre su pecho, cobijada por unas sabanas para que su fría piel no me congelara


“Muy raros” – admití – “pero simpáticos todos” – Edward rió entre dientes


“Te dije que eran buenas personas” –


“Lo son” – acordé. Suspiré profundamente, aun me resultaba extraño el hacerlo sin que me doliera el pecho


“¿Pasa algo?” – preguntó.


“Me siento tan… feliz” – confesé mientras apretaba más mis manos a su cintura – “es casi increíble que estés de vuelta… te voy a aburrir con decirte siempre lo mismo pero pensé que no habría cura para tanto dolor…”


“Lo sé, Bella. Y créeme que nunca podrás aburrirme… Jamás”


“¿Ni aún teniendo la eternidad, juntos?” –


“No hay nada más maravilloso que pensar en eso” susurró con los labios pegados en mi frente. Su aliento rozaba mis parpados


“Edward, ¿Por qué Alice se escucha tan segura al hablar del futuro?” –


“Lo notaste” – señaló orgulloso, yo esperé a que continuara hablando – “digamos que tenemos… poderes adicionales”


Tenemos…


“¿A qué te refieres con eso?” – pregunté


“Como te comenté: todos los vampiros tenemos poderes como velocidad, fuerza, sentidos extrasensoriales… pero algunos poseemos otros tipos de poderes. Alice, por ejemplo: puede ver el futuro y Jasper influir en las emociones de los demás…”


“¿Y tu…?” – insistí


“Bueno yo… yo puedo leer la mente de los demás”– me levanté de un tirón mirándolo a los ojos sorprendida. Su mueca también se descompuso al ver mi expresión


“¿Puedes leer la mente de los demás?” – repetí. Él asintió aun con la mirada y el gesto distorsionado – “¿Puedes leer la mía?”


Su expresión se recompuso


“No” – dijo mientras negaba con la cabeza – “eres, hasta ahora, la primera a quien no logró escuchar a través de los pensamientos” – fruncí el ceño – “¿Recuerdas lo sencillo que era para mí el imaginar lo que los demás pensaban respecto a algo… excepto tu?” – asentí


Claro que lo recordaba. Edward tenía esa gran intuición con los demás. Algunas veces se equivocaba, pero era muy extraña la ocasión. Yo era la única que siempre lo sorprendía, según él, con mis acciones y mis repentinas conclusiones mentales.


“Creo que se debe a eso” – continuó – “supongo que se nos desarrolla esa intuición al convertirnos en vampiros… pero contigo las cosas no han cambiado”


“No se si alegrarme o ponerme a llorar” – dije. Él volvió reír


“A mi me agrada el tener que descifrar tus pensamientos” – su mano se poso en mi cabeza, atrayéndola contra su pecho de nuevo – “¿A qué grado te resulta todo esto terrorífico?” – su pregunta me sorprendió


“¿Terrorífico?” – pregunté


“¿Me vas a decir que no te inquieta el estar a mi lado? ¿El saber que podemos hacer cosas extrañas? ¿Cosas que solo se ven o se leen en libros de fantasías?” –


“Claro que me resulta extraño” – admití – “pero no terrorífico. Admito que tu familia me asusto al principio, pero no me costó mucho el sentirme cómoda… tengo más problemas para adaptarme a la gente común y corriente y tu… bueno, creo que te he dicho muchas veces: no importa lo que seas ahora, o lo que hagas… para mi tu sigues siendo Edward… MI Edward”


“Tuyo” – acordó – “Gracias, Bella” – dijo mientras posaba sus labios en mi mano derecha


“Agradeces mucho” – señalé


“La vida me ha dado otra oportunidad para estar contigo y tú me has aceptado ¿Cómo no estar agradecido?”


“En todo caso, soy yo la que tiene que estar agradecida…”


“Yo no tengo vida sin ti y por eso estoy aquí: rescatando el tiempo que viví lejos de ti…” – mis ojos se cerraron con un profundo suspiro mientras escuchaba la suave voz de mi ángel arrullándome


En la noche. Tres seres viajan entre el profundo bosque de Forks… las cosas no serán tan fáciles como Bella y Edward piensan…

Robert ¿Infeliz?

Está en lo más alto del éxito profesional con sólo 23 años. Sin embargo, Robert Pattinson aparenta una infelicidad galopante, que se advierte en sus comentarios y en las entrevistas, en su rostro y en su actitud con los medios.
Desde que comenzó su carrera en la Compañía de Teatro Barnes, cuando contaba 15 años, ya se advertía cierta acidez en su vida: insatisfacción y cansancio con su propia profesión. Su mismo reconocimiento de que lo que le gustaría es ser músico o cantante y no actor desencadena la incertidumbre de si estamos ante un hombre que no está realizado con lo que hace.
Incluso en el periodo entre la primera parte de ‘Crepúsculo’ y ‘Luna Nueva’ ya demostró su disgusto con su éxito con los fans. No es que le agobie la prensa, es que directamente no aguanta que sus admiradores le saluden por la calle. No entiende o no quiere reconocer que es el tributo del éxito en una película que la productora ha convertido intencionadamente en un film de adolescentes. ¿Podrá Robert Pattinson alcanzar la quinta película de la saga sin que le afecte a sus nervios y a una personalidad más hecha para obras de teatro experimental?
Robert Pattinson reniega de la propia carrera que ha iniciado y su comportamiento, hace unos días, cuando se citó para tomar unas cervezas en el Hotel Café de Hollywood con dos de sus mejores amigos, Marcus Foster y Bobby Long, músicos de profesión, demostró que, siendo un excelente actor, deja mucho que desear en el ‘backstage’. No tiene buena prensa después de que los medios mundiales hayan apostado por su figura como por nadie. Él sigue pareciendo vomitar su propio papel y asegurando que sus fans sólo buscan a Edward Cullen cuando le ven a él.
Con aspecto descuidado y con aspecto de borracho, el actor enseñó su cara más agria con la prensa que le esperaban, tratando de ocultarse, cubriéndose el rostro, expresando insultos descalificativos y enfrentándose a una pared para evitar se fotografiado.¿Va a ser éste el espectáculo de Robert Pattinson en lo que queda de ‘Crepúsculo’? De momento, los fans acusan a la prensa de atosigarle. Pero lo que sus admiradores aún no reconocen es que la productora de la película, con el acuerdo expreso de los tres actores principales -Robert Pattinson, Kristen Stewart y Taylor Lautner- han estado tejiendo unas informaciones que han calentado el ambiente antes del estreno. Ahora todos se quejan cuando ya han hecho caja con la taquilla millonaria de estreno. Pero es demasiado tarde. Son personajes públicos que cuando llegan a un bar son objetos de miradas y fotos. ¿O cualquiera de los fans que les admiran no sacaría su móvil para inmortalizar el encuentro casual?


Niñas yo estoy mas que dispuesta a hacer feliz a este bizcochitoo, qe dicen ustedes se apuntan tmb?? jajaaja

besiitoss

anitaa cullen:)

Gracias a Twilightersparaguay & twilightsinfronteras

GHOTIKA

Buen dia mis angeles hermosos , aqui de nuevo dando lata jejej que dijieron se acabo , pero no falta este cap ahora si el ultimo.
MUCHAS GRACIAS A ANJU DARK, y a todas las chicas q siguieron el fic . bueno mis angeles no mas rollos y a disfrutar
este cap  va por ti LIBI!!!!!
les mando mil besitos
Angel of the dark
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Hoy abriré a tu alma el gran misterio; ella es capaz de penetrar en mí.

En el silencio hay vértigos de abismos: yo vacilaba, me sostengo en ti.
Muero de ensueños; beberé en tus fuentes puras y frescas la verdad; yo sé
que está en el fondo magno de tu pecho el manantial que vencerá mi sed.
Y sé que en nuestras vidas se produjo el milagro inefable del reflejo...
En el silencio de la noche mi alma llega a la tuya como un gran espejo.
Si con angustia yo compré esta dicha, ¡bendito el llanto que manchó mis ojos! ¡Todas las llagas del pasado ríen al sol naciente por sus labios rojos!
¡Ah! tú sabrás mi amor; más vamos lejos, a través de la noche florecida;
acá lo humano asusta, acá se oye, se ve, se siente sin cesar la vida.
Vamos más lejos en la noche, vamos donde ni un eco repercuta en mí,
como una flor nocturna allá en la sombra me abriré dulcemente para ti.
Íntima – Dalmira Agustini

 
Epílogo. Oscuro Edén.


El saber que todo había terminado era casi imposible de creer. Y es que, después de meses calados de tanto sufrimiento, la felicidad se mostraba un tanto desconocida para todos ellos.


Edward se acercó a Bella de manera cautelosa, intentando no asustarla. Había miedo en su roja mirada. Sabía que ella estaba en todo su derecho de temerle. Después de todo, él había dejado escapar hasta la más minúscula parte de la bestia que tenía guardada. Pero no era así. El afianzamiento de la castaña no se debía al temor hacia él, si no al miedo que le daba el pensar que estaba soñando. Creía que si se movía podía despertar de su utopía y volvería a estar encerrada en la misma habitación, lejos de él...


El vampiro dio un paso tras otro, con suma lentitud, hasta que estuvo frente a ella. No se atrevió a tocarla. Tenía las manos totalmente bañadas en sangre, literalmente. Ya mucha ofensa era presentarse de esa manera. Pero no soportaba la idea de no tenerla cerca. Había sido tanto tiempo, tanto dolor.


¿Cuánto habrían cambiado sus vidas a partir de esto? Estaba claro que nada sería igual. Absolutamente nada. ¿Iba a bastar su amor para seguir de pie o el daño era irreversible? Su mirada buscó la suya para reconfortarse y Bella se estremeció ante el impávido mar de dulzura y tormento que la bañó.


–Abrázame


Edward respingó. No se lo esperaba. Pero fue una petición cargada de añoro que le alegró escuchar y obedeció al instante. Sus brazos la rodearon con ternura y delicadeza. Como si su frágil cuerpo se pudiera romper de un momento a otro. La sintió tan fina, tan susceptible...


–Perdóname – susurró – Perdóname. Fui incapaz de protegerte...


Calló al no encontrar más qué decir. No existían las locuciones justas para exonerarse. Le había fallado, lo sabía. Le había fallado y de la peor manera. Había roto todas sus promesas. Tenía miedo de ya no poder hacer nada para enmendar el daño hecho. Demasiado miedo. Pero fue el delicado cuerpo, que se apretó al suyo, lo que le exterminó el frío y, a cambio, le brindó paz.


–¿Por qué pides perdón? De lo único que te puedo culpar es de la angustia que me provocaste al venir para arriesgar tu vida. Edward, no sabes todo lo que sentí al pensar que te podía ver morir... No lo sabes


–Lo sé, Bella, créeme que lo sé – aseguró el muchacho, con sus labios pegados a su frente y con la voz impregnada de dulce angustia. Era bueno saber que seguía siendo amado, pese a sus errores – Yo también estaba aterrado. El solo imaginar que tú, mi mundo entero, podías dejar de existir... Lo recuerdo y vuelvo a temblar – apretó el agarre de sus brazos, como prueba inconsciente de sus palabras – Y qué me importa si me llaman cobarde. Mi vida sin ti no tiene ningún sentido. Yo no soy nadie si no me reflejo en tus ojos. Yo sin ti no soy nada...


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Tras la caída de los Rumanos, los Vulturi regresaron al castillo con una guardia mucho más poderosa que antes. Se rindió un culto de quince días por todas las muertes habidas, en las cuales se tomaron en cuenta a las almas perdidas de Mâred y Damián. Y las leyes que, alguna vez, se quisieron suplantar, siguieron de pie con más fuerza que antes.


Había pasado ya un año tras el incidente. Lo sucedido jamás se olvidaría. Todos habían quedado marcados con ello (unos, más que otros), pero, al menos, con el paso del tiempo, la amargura se fue disipando hasta convertirse en algo más aceptable y llevadero.


Bella, Alice, Jasper y Edward habían decidido regresar a Forks. El castillo les traía ásperos recuerdos que aún no lograban tolerar. Tal vez algún día regresarían. Tal vez, algún día, las heridas ya no arderían tanto. Pero, para mientras, era necesario volver al pueblito nublado que prometía brindarles un poco más de armonía.


Y ahí estaban ya, entre las espesuras del bosque. Los recuerdos de las noches en él regresaron a cada una de las memorias inmortalmente adolescentes que mantenían la dorada mirada fija en los frondosos árboles bañados por la luna llena.


Cada pareja se separó al llegar a un claro de luna, con la promesa de encontrarse en los días siguientes. Ambas sabían que cada una necesitaba su tiempo a solas.


Alice y Jasper llegaron a la antigua casa, en forma de pequeño castillo, en la que, tiempo atrás, él y ella habían pasado los primeros días de su eterna relación. Él la tomó en brazos y la cargó hasta la terraza. Ella sonreía y él se deleitaba con el sincero gesto, haciendo a un lado los afilados recuerdos de los días en los que creyó nunca volver a estar de esa manera, con ella a su lado.


–Pensé que jamás volvería a contemplar la noche de esta manera – susurró la pequeña, mientras él la acunaba y la brisa fresca acariciaba sus mejillas y revolvía sus cabellos – se siente bien estar aquí, de regreso contigo.


–Si –confirmó el rubio – se siente bien estar contigo.


Alice acercó sus labios y besó sus parpados. Él suspiró pacíficamente, comprobando que, efectivamente, Forks era el lugar ideal para cerrar el telón de aquella lacerante obra de la cual habían sido participes.


–¿No te molesta?... Me refiero al saber que estás tan cerca de tus padres y no poder acercárteles – dijo Jasper


–Ellos se encuentran bien. Mejor de cómo estaban cuando yo vivía con ellos – contestó Alice, con una sonrisa tranquilizante


–Pero... ¿No te parecerá algo incomodo el vivir escondida en el bosque, sin poder salir durante varios años, hasta que estemos seguros que el resto de la gente no te reconocerá? Alice, yo no quiero privarte de...


–Jazz – interrumpió suavemente ella, posando la punta de sus dedos en los labios de él – ¿Qué me importa lo que pase allá afuera, si estoy contigo? Tú eres todo lo que necesito. El resto del mundo sobra siempre y cuando esté entre tus brazos. ¿Es necesario que te lo diga?


Él besó la punta de su nariz como respuesta.


No. Claro que no era necesario el decir que se adoraban. Lo sabían desde hacía mucho. Desde que ella había nacido, había visto su rostro. Le había escuchado. Desde que él había sido condenado a vagar por las oscuras calles como un demonio, la había estado buscando... Y ahora, no hacían falta los poderes de ambos para saber que se pertenecían por toda la eternidad.


–Quiero sentirte... – susurró Alice, mientras él besaba su cuello.


Jasper esperaba sentado a la orilla de la cama, jugando con sus manos y sin poder ocultar, aunque lo intentaba, su nerviosismo. No era la primera vez que la tendría para sí, pero la entrega de Alice era algo que, aun con el paso de los siglos, le golpearía con la misma intensidad de siempre.


¿Quién se podría a acostumbrar a contemplar la belleza del ángel más divino? Estaba seguro que haya, en el Cielo, Dios le envidiaba por ser él quien pudiera tocarla, hacerla suya. Solo de él y sus manos y sus sentidos.


Escuchó el ligero crujido de la puerta al abrirse y alzó la mirada hacia el frente. Sintió las rodillas temblarle al verla, solamente vestida por un pequeño camisón negro que le dejaba a su vista un panorama completo de su fino y delgado cuerpo. Tragó saliva ruidosamente, mientras Alice se acercaba paso a paso hacia él. Dándole tiempo para verla un poco más y apreciar los frágiles contoneos de sus caderas, el cómo la punta de sus pequeños pies topaba con la madera mientras se acercaba, con tanta elegancia y agilidad, que simulaba ser un hada que danza un baile magino a mitad de un bosque.


Suspiró profundamente cuando la tuvo a menos de cinco centímetros de distancia. Definitivamente, era la más hermosa. Su deleitable belleza estaba pintada de dulce inocencia que se reflejaba en el brillo de su dorada mirada que le invitaba a tomar, entre sus manos, la definida forma de su cintura y pasear sus labios por la piel que, sin premura alguna, comenzaba a desnudar.


Ella también se encontraba nerviosa. La inmortalidad podría haberle otorgado fuerza y sentidos altamente desarrollados, pero su ingenuidad seguía igual de indemne, como desde la primera vez que se había entregado a Jasper. No importaba las veces que sus manos recorrieran su cuerpo, siempre habría algo de delicioso pudor que le hacía sentirse más humana que en su vida mortal y a él le extasiaba de pasión incontenible, que descargaba con lentas caricias, dibujando círculos sobre su piel. No había nada más agradable para ellos que dar y disfrutar de esa candidez inmortal por toda la noche.


Los labios de Jasper comenzaron a moverse sobre la apacible y lisa piel del vientre plano de Alice, el cual temblaba gracias a la férvida descarga de emociones que le transmitía el apasionado gesto. Sus dedos se hilaron en los rubios cabellos, y un suspiro ahogado se le escapó cuando él acarició, con su lengua, la fina curva de su cintura. La tela que le cubría se deslizó por sus piernas hasta caer al suelo. Sintió las manos de Jasper apretar y recorrer su espalda desnuda, hasta desabrochar, con agilidad, la prenda que cubría sus pechos. Su cuerpo cayó paulatinamente sobre el colchón, sumergiéndolo con su ligero peso, el cual iba acompañado de otro mayor, que se posaba ligeramente sobre ella y le brindaba un apacible calor que le quemaba la piel.


Sus labios se hincharon ante la intensidad de los besos que le abandonaron sólo para situarse en el nacimiento de sus pechos. Sus esbeltas piernas se enrollaron en las caderas que comenzaban a ejercer, de manera inconsciente, un poco de presión y un apasionado jadeo bailó en sus labios cuando sintió que sus pezones eran humedecidos por la cortés boca que los acariciaba con sutileza, endureciéndolos con la frescura de su saliva.


Sus pequeñas manos también comenzaron a trabajar de manera automática y, guiada por el anhelo y la efusión que le bañaban por completo, despojó a Jasper de la negra playera que le vestía. Su mirada se deleitó con el marcado y varonil torso que tenía encima. Recorrió con la yema de sus dedos cada una de las líneas que dibujaban sus músculos, hasta bajar en la parte que reposaba la entrada del pantalón.


El vampiro gruñó quedamente cuando apreció el tacto cálido pasearse lentamente por su piel, enardeciendo su cuerpo y reavivando cada uno de sus sentidos. Su boca se volvió más ansiosa y se abrió camino por la dulce senda que su lengua recorrió con premura, mientras su mano se deslizaba hacia abajo, acariciando, a su paso, la fina levadura de los temblorosos senos y la suave consistencia de su vientre, hasta llegar más abajo, en donde sus dedos penetraron el húmedo espacio que nacía entre sus piernas. Ella se revolvió en la cama, mientras él gemía involuntariamente, y su espalda se arqueó ante el placer advertido.


El tiempo sin tropel había valido la pena y había comenzado a hacer su trabajo. Ahora, Alice se podía entregar a Jasper de manera total. Sin remordimientos. Sin lágrimas internas. Sin nada más que les hiciera vibrar que no fueran sus besos impregnando sus pieles de manera reciproca. Con los corazones casi reviviéndoles de tanto querer. Ahora, ambos, podían decir que eran felices.


Si bien la historia amarga sería imborrable, las heridas ya no sangraban. El recuerdo de Damián permanecería, si, siempre, como algo bueno, como una enseñanza para ambos. Todo lo que habían pasado, ahora era asimilado como un aprendizaje, como una prueba que, gracias al Cielo (o lo que les haya ayudado), habían logrado superar...


Ahora, se encontraban ahí, en medio de la noche, con sus cuerpos trémulos y desnudos. Ardiendo en calor. Con sus alientos entrecortados, jadeando al mismo ritmo descompasado y sensual, mientras él comenzaba a internarse en ella, manteniendo, primero, el lento contoneo de sus caderas para, después, hacerlo más rápido, hasta sentir que las uñas de Alice se enterraban en su espalda y sus labios aclamaban su nombre. Hasta que el ángel se despojaba de todo pudor para dar paso a la mujer pasionalmente concedida que se unía a él en aquella danza sinuosa en la que ambos tendían para llegar a un clímax, el cual culminaría en medio de sosegados gemidos y deliciosos espasmos que los derrumbaría sobre la cama, en la cual descansarían un momento, en medio de charlas, para después iniciar por segunda, por tercera y por cuarta vez, el mismo candente ritual que acababa con la llegada del amanecer...


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Si se miraba hasta lo más alto de una vieja torre, se podía apreciar a las dos infantiles siluetas, dibujadas en medio de las sombras que provocaban las noches en Volterra. Ella en las piernas de él, como una pequeña bebé recostada sobre su pecho. Su lindo vestido de encaje blanco se encontraba manchado por oscuras nubes de sangre, pues, a su escenario, se le sumaba que, a sus espaldas, los cuerpos de dos hombres yacían, embarrados en el suelo.


Y, mientras su cuerpecito se veía envuelto por los brazos de Darío, que la acunaba con devoción, Violeta tarareaba una melancólica canción, muy cerca de su oído. Después, cerró sus ojos y sus deditos se entrelazaron con los de él, que depositó un beso sobre su frente. Sonrió ligeramente. Le gustaba estar así. Era como si, de alguna manera, pudiera volver a dormir y soñar.


El viento agitaba sus espesos y largos cabellos negros que se alzaban para acariciarle. Él también sonrió, alzando la comisura de sus labios (en la cual, del lazo izquierdo, un hilo de sangre aún le adornaba).


Ambos tan unidos. Tan sumergidos en su propio mundo oscuro...


–¿Lo extrañas? – Preguntó él, de repente – ¿Extrañas tu vida de mortal, cuando vivías en el orfanato?


Violeta suspiró antes de contestar con un susurro.


–No. En absoluto.


–A veces siento que fui demasiado egoísta al convertirte


–¿Te arrepientes de haberlo hecho?


–No – negó él, con la cabeza.


Ella elevó la mirada, para encontrarse con las gemas grisáceas que se pintaban en las orillas con un ligero color carmesí


–¿Entonces? ¿A qué viene todo esto?


–Tengo miedo de ser yo el único que, pese a todo lo que ha ocurrido, sea el único que se sienta feliz – confesó Darío – Violeta, contéstame la verdad ¿Te hago dichosa? Por que si tienes, aunque sea la más mínima parte de pena bañando tu existencia, me gustaría saberlo. Si hay dolor habitando en tu alma, compártelo conmigo. Que yo nací para ti.


La niña alzó una de sus manitas y acarició su mejilla derecha con suavidad. Sus uñitas estaban manchadas de sangre seca, pero eso no importaba. Ella lucía siempre hermosa ante sus ojos.


–¿Cómo podría ser infeliz si te tengo a mi lado, Darío? – Contestó – Créeme, y no dudes de mis palabras, podría pasar toda mi eternidad acunada entre tus brazos, sintiendo tu calor y reflejándome en tu mirada. No me haces dichosa, mi amor. Haces algo mucho mejor: me complementas. No necesito más. Siempre seremos uno solo. Tú y yo.


–Si – asintió el pequeño inmortal, con una sonrisa dibujada en sus labios – siempre seremos tú y yo, por toda la eternidad. Gracias. Gracias por aparecer en mi vida. Durante décadas te estuve buscando. Y, al fin, apareciste: mi pequeño ángel con el cual compartiré todas mis noches...


Violeta irguió su espalda, para que sus labios chocaran, por un fugaz momento, con los de Darío. Después, volviendo a acomodar su cabeza sobre su pecho, respiró profundo, disfrutando del dulce aroma de su compañero, cerró sus grandes ojos y retomó su sombrío canto.


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La terraza ya estaba adornada con oscuros y finos velos que se agitaban gracias a la fresca brisa que soplaba, haciéndolos bailar. Los pocos invitados ya esperaban, sentados alrededor de una mesa redonda, con velas moradas sobre ella, alumbrando con su tenue luz la penumbra del lugar. A un costado, se hallaba un piano y un violín y, más allá en el fondo, reposaba un fúnebre y pequeño altar, carente de sacerdote o cualquier signo religioso.


Bella apareció entonces, cubierta toda de negro, luciendo un hermoso vestido y con el rostro cubierto por un delicado velo de encaje. Edward le esperaba al pie del improvisado tabernáculo, portando, igualmente, una luctuosa vestimenta. El pequeño publico miraba atento el cómo ambos se tomaban de las manos y se miraban fijamente a los ojos. Con el dorado fundiéndose bajo la luna plateada, de una manera tan intima, que estremeció a todos por su impetuosa fuerza.


La Diana llena apuntaba directamente sobre ellos, como regalo de la noche. El canto de algunos cuervos y lechuzas quebraban el silencio del ambiente. Y, sobre sus cabezas, reposaban varios espirales de rosas negras y rojas.


Él sonrió ligeramente y ella correspondió el gesto de manera similar. No hubieron votos matrimoniales. Al menos, no en voz alta. Sus miradas bastaron para hacer los juramentos más sinceros y eternos. Los anillos plateados se deslizaron en sus respectivos lugares. La unión que, desde hacía ya tiempo estaba marcada, ahora esta simbolizada a través de ellos.


El vals iba a dar comienzo. Alice y Jasper se pararon de sus asientos para dar entrega de su regalo de bodas. Entonces, el sonido de un trágico violín, en compañía de una dulce voz, se levó por el viento.


Edward tomó a Bella entre sus brazos, de manera que sus pies quedaran sobre los suyos. Sabía que a ella sólo le gustaba bailar si era de esa forma. Con él protegiéndola en todo instante. La castaña cerró los ojos y recargó su rostro en su pecho, pero fue una tierna caricia, dada directamente sobre su mejilla, la que le hizo elevar la vista hacia el cielo dorado que brillaba en todo su esplendor. Su velo fue retirado y sintió el pecho comprimirse cuando sus labios iban en camino para besarla, de manera afable, sin apremio.


La canción terminó, dando paso al banquete. El espeso líquido rojo que reposaba sobre las lujosas jarras plateadas fue vaciado en las copas de cristal. La deliciosa sangre se resbaló por cada una de las gargantas, fundiéndose en las venas secas y coloreando las pálidas pieles.


La ceremonia nocturna terminó poco después de la media noche. Los invitados abandonaron el lugar. Bella y Edward se adentraron en la habitación que Darío y Violeta habían adornado. Todo el escenario estaba en pasionales tinieblas. Las oscuras velas apenas y cortaban las sombras de la noche con sus frágiles llamas. Los pequeños capullos de rosas secas estaba esparcidos por todo el alrededor y las gruesas cortinas de terciopelo, que rodeaban la ancha cama como un pabellón, caía de manera delicada hasta el suelo, como falda lóbrega doncella.


Edward se mantuvo en su lugar aún cuando Bella caminó hacia el frente. Sostuvo su mirada fija en el suelo y sus manos se encontraban fuertemente empuñadas a sus costados. Sabía que si se atrevía a mirarla, podía cometer un error. A pesar de que el tiempo había pasado, las heridas que ambos tenían aún no se disipaban del todo. Si algo ocurría entre ellos dos esa noche, sería la primera vez. Pero no había prisa. Si, en todo caso, ella se rehusaba a entregársele esa noche, él lo entendería. Jamás la presionaría. Nunca lo haría. Aún cuando su piel aclamara sentir la suya, el reprimiría ese fervoroso deseo hasta que ella estuviera lista. Era por todo eso por lo cual no se movía. La habitación podría estar preparada, pero todo dependía de Bella.


La castaña se percató de su inmovilidad. Había estado todo ese tiempo por que él iniciara, pero hasta ese momento, no había pasado nada. Dio media vuelta para mirarle. ¿Qué le sucedía? Parecía triste... No necesitó de mucho para comprender qué era lo que le pasaba. Se conocían tan bien. Caminó hacia él, con pasos lentos. Tampoco ella estaba muy segura de lo que pasaría, pero quería intentarlo. Además, debía admitir que ella lo deseaba.


–Edward – llamó, posando sus manos sobre su pecho, firme y fuerte – No temas


–No quiero lastimarte...


–No lo harás – prometió ella, acercándose un paso más y enlazando sus brazos alrededor de su cuello – Quiero hacerlo.


Sus pupilas afirmaron sus palabras e incitaron al vampiro a inclinar su rostro para juntar sus labios con los suyos, que le esperaban entre abiertos. Sus ojos se cerraron y, conforme la danza de sus bocas iba en aumento, los dedos de Edward se apretaban más a la pequeña cintura que sostenían. Intentaba no perder el control de si mismo, por si Bella se arrepentía en ese instante, pero su poca concentración se vio corrompida cuando fue ella misma quien guió una de sus manos debajo de la tela que cubría su abdomen, para que pudiera sentir la desnuda piel de éste.


–Acaríciame – suplicó, sin soltar sus labios – Acaríciame, Edward.


Él jadeó instintivamente, despidiéndose de toda inseguridad, y, con movimientos pausados, fue guiando sus cuerpos para que ambos cayeran sobre la cama.


Sentir el peso de Bella yacer sobre él le enardeció la sangre. Elevó la espalda para poder rodear su frágil figura con sus brazos y sus labios abandonaron su lugar original para descender por la suave piel de su cuello, llegando hasta la entrada de sus pechos. Supo entonces que esta tela que les cubría ya estaba de más, así que, mientras deshacía los sedosos listones que sostenían al negro corsette, su mirada fue en busca de la otra, intentando encontrar en ella alguna vacilación. No hallando, por lo contrario, nada más que la ingenua timidez que destelló cuando la redonda piel quedó al descubierto.


Estaba tan completamente hechizado, sumergido por la belleza que se le presentaba, que, de manera inconsciente, paseó la punta de sus dedos sobre las finas curvas del femenino cuerpo que vibró ante su tacto. Fue esa reacción, que ejerció presión entre sus piernas, lo que le incitó a capturar uno de los pezones entre sus labios.


Bella respiró profundo en ese momento y sus uñas se enterraron en la espalda de Edward. Si antes había tenido duda alguna de entregarse a él, ahora estaban completamente disipadas por el inmenso placer que la estaba bañando cada una de sus caricias que borraban las marcas que Azael le había tatuado y les dejaba, a cambio, un tórrido cosquilleo que se expandía en cada milímetro de su piel. Sus manos buscaron su lugar en los músculos que había debajo de la negra camisa que cayó al suelo con un sordo sonido. Las yemas de sus dedos dibujaron cada línea marcada de sus brazos, su espalda, su pecho, su abdomen. Su aliento se fusionó con el suyo cuando Edward la apretó fuertemente contra él, haciéndole estremecerse ante el libre contacto de sus pieles desnudas.


En algún momento, sus labios comenzaron a recorrer el camino que sus dedos habían pintado. Y, mientras ella lo bañaba de besos, él la recorría por completo con sus manos fuertes que acomodaron su espalda sobre el suave colchón y se abrieron paso entre sus piernas. La castaña se revolvió en la cama mientras sentía los dedos de Edward comenzar a jugar en su sensualidad, al mismo tiempo que sus labios bailaban sobre sus senos y la otra extremidad libre exploraba el resto de su figura.


–Ed-Edward... – musitó, en medio de jadeos.


El vampiro se detuvo de inmediato y fijó su negra mirada en la suya. Con la respiración completamente descompasada, esperaba el momento en que ella le dijera que parara. Pero no era eso lo que Bella deseaba. Al contrario, el fuego ardiente reflejado en la oscuridad de sus pupilas incrementó más su excitación, haciendo que sus dedos se enredaran en los cobres cabellos para que sus labios pudieran saborear a los otros.


–No te detengas – pidió, besándolo con ardiente desesperación y rodeando sus caderas con sus piernas. Induciendo a que sus intimidades se rozaran y ambos soltaran un pequeño gemido – Por favor... no lo hagas.


Sin darse cuenta, Edward empujó hacia dentro mientras su boca se fundía con la suya. Bella soltó un suspiro ahogado, para después viajar su mano hacia abajo, con la intención de despojarlo de su pantalón. Él la ayudó y después su cuerpo se situó en medio de sus piernas y los besos que alguna vez habían sido delicados y tiernos, ahora conservaban una esencia más abrasadora y resuelta.


–¿Es-estas segura? – musitó él, con los húmedos labios temblorosos y enrojecidos. Su cabello estaba completamente revuelto y varios mechones caían sobre su rostro, haciendo de él una imagen más perfecta.


–¿Me amas?


–Más que a mi vida...


La mirada de la castaña penetró la suya


–Entonces, tómame y hazme tuya


Él la besó con delicada desesperación ante la seguridad de sus pensamientos.


–Ya eres mía, Bella – murmuró, sin dejar de besarla – Siempre lo has sido, pues siempre nos hemos pertenecido el uno al otro. Si con angustia compré esta dicha, ¡Bendito el llanto que manchó mis ojos! Todas las llagas del pasado ríen al sol naciente de tus labios...*


Y entonces, él prosiguió. Adentrándose en ella lentamente, impulsándose a través de delicados contoneos que, después, adquirieron más ritmo, llevando a ambos de la mano, a un infinito y cálido edén...


Y la noche continuó cubriéndolos con su entrañable manto. La cera de las velas se consumió por completo y la habitación se tornó mucho más sombría que antes, pero, ¿Qué importaba? Nuestra lúgubre pareja siguió amándose, aún con más pasión que antes, pues, la oscuridad era la mejor representación de su eterna unión que comenzó, cierto día en el que la lluvia caía de manera siniestra...


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Forks, Washington, cien años después.


Hemos regresado, por tercera vez, a Forks. Después de nuestra estancia de treinta años en Volterra, para callar los rumores que se comenzaban a levantar por nuestra eterna juventud, aquí estamos de nuevo.


Mi mirada se pierde en el espeso e inmortal bosque e inspiró profundamente, para dejarme abrigar por la extraña esencia de tierra mojada. Se siente bien. Sonrío ligeramente y vuelvo a suspirar.


La negra camioneta se detiene e identifico a la vieja mansión que reposa frente a nosotros. Nuestro hogar. Sus paredes lucen ya muy deterioradas, pero solo es una apariencia que crea mayor gusto en mí. ¿Tengo que decir que me fascinan los escenarios corroídos y funestos? Además, tengo la tranquilidad de que sus muros jamás caerán, Alice está segura de eso.


La puerta se abre, dejándome libre el paso. Sonrío al pálido chico que me espera afuera. Le tomo la mano y vuelvo a sonreír al encontrarme con el dorado de su mirada. Ese piélago ocre que me baña con su esplendor. Bajo el rostro y cierro los ojos para aceptar el beso que sus labios dan a mi mejilla. Siento el fuego de siempre nacer en mi estomago, provocándome un ligero cosquilleo que se expande hasta la punta de mis dedos.


–Bienvenida a casa – susurra suavemente y alzó la vista para volver a fusionarla con la suya.


–Bienvenido a casa – cito sus palabras y él me sonríe. Ambos nos perdemos en el otro y todo se eclipsa por un momento.


Las risitas indiscretas de dos agudas vocecillas nos regresan a la realidad. Giramos el rostro para encontrarnos a Darío y Violeta. Alice y Jasper también están ahí, pero, a diferencia de nosotros, ellos siguen envueltos en su mundo de oscuro cristal.


El estridente sonido de algunas pisadas llega a nuestros sentidos. Unos mortales se aproximan.


–Parece que esta vez tendremos vecinos – dice Edward.


Me sorprendo. Hasta ese entonces, pensaba que absolutamente nadie le apetecía vivir al lado de “la mansión embrujada”.


La rubia mujer nos sonríe de lejos, viene acompañada de otra muchacha más joven, de una edad aproximada a la que yo aparento, pero el miedo al vernos se hace presentes rápidamente en sus verdes pupilas. Madre e hija aproximándose a la muerte, sin si quiera saberlo.


–¡Santo Dios! ¿Pero ya viste cómo están vestidos?


–Parece que acaban de salir de un velorio – Susurran, ignorando que nosotros le alcanzamos a escuchar a la perfección.


Violeta frunce el ceño y se mira su negro vestido con adornos de encaje que Edward le había comprado antes de venirnos. Darío suelta una risita y rodea sus hombros con el brazo


–Luces hermosa – le asegura y la niña olvida la ofensa rápidamente.


Los latidos de ambos corazones laten apresuradamente, pero siguen avanzando. Genial. Nos habíamos encontrado con esas personas que la “curiosidad” puede más que su sentido de supervivencia. Me siento ligeramente molesta cuando la humana más joven planta su mirada en Edward.


–Pero son realmente guapos – murmura.


Edward toma mi mano y le da un tierno apretón. Alice y Jasper se ponen casi a nuestro costado, él con los brazos enrollados alrededor de ella, que mantiene su cabeza recostada sobre su pecho.


Las dos mortales ya están a un paso de nosotros y sus rostros nos muestran una mezcla confusa de miedo, admiración, horror y nerviosismo.


–H-hola – dice la madre.


Se levanta un silencio incomodo entre nosotros. Creo que tampoco debo añadir que a ninguno de los seis nos agradan las visitas inesperadas y, desgraciadamente, tampoco poseemos el don de “hacer amistades en un segundo”. La señora prosigue


–S-somos sus vecinos. Nunca pensamos que alguien se mudara a esta... casa. Bienvenidos.


Nos limitamos a asentir. La única que extiende su pequeña manita a forma de saludo es Violeta.


–Mucho gusto – sonríe de manera angelical.


–¡Pero qué hermosa niña! – Exclama la aludida, aceptando el gesto – ¿Es su hermana?


–Es nuestra hija – informa Alice.


– ¡Oh! ¡Qué fría estas! ¿Te sientes bien pequeña?


–Está bien – Darío interrumpe y cubre a Violeta con su espalda.


Es evidente que, a diferencia de su compañera, la mirada del niño es intimidante. La mujer da dos pasos hacia atrás, de manera inconsciente.


–¿Y... este... pequeñín?


–Es nuestro hijo – contesta Edward. Reprimo mis instintos psicópatas cuando escucho a la hija suspirar al escuchar su voz.


–Bu-bu-bueno – ambas humanas sueltan risitas nerviosas e histéricas – Nosotras nos retiramos. Supongo que han de necesitar mucho tiempo para arreglar sus cosas.


–Tiempo es lo que nos sobra a los que no dormimos– ahí estaba otra vez Darío con sus confesiones en forma de broma.


Al fin, quedamos solos. Edward y yo nos dirigimos a nuestra terraza y el viento de media noche agita nuestros cabellos. Mi mirada se pierde un momento en la luna llena que se alza como redonda lámpara plateada sobre nuestras cabezas


–¿En qué piensas? – Me pregunta, abrazándome por detrás y pegando sus labios a mi cuello – Sabes que me encanta ser confidente de tus secretos.


–En lo hermosa que es la noche – contesto, haciendo eco a mis pensamientos – En lo interminable y mágica que es. A través de los años, es lo único que sigue conservando su misma belleza, su misma esencia. Y nunca cambiará. Siempre seguirá siendo la misma madre amorosa que nos arrope entre sus brazos para abrigarnos con su lúgubre quietud.


–¿Sabías que eres una mentirosa?


Giro mi cuerpo para encararlo. Le miro, molesta, pues no entendiendo por qué me ha dicho mentirosa. Sus brazos se acomodan a ambos lados de mi cintura y me empuja para que mi espalda tope con la barda.


–Si. Eres una mentirosa – vuelve a confirmar – Al menos, hablando por mí, todo lo que has dicho no es cierto. Pues, ¿Qué es la noche para mí? Nada, desde el momento en que apareciste en mi vida. No hay belleza más suprema que tus ojos, ni calma más infinita y pura que la que me prometen tus besos y brazos. En ti, solo en ti, Bella, veo reflejada todas mis noches. En ti, solo en ti, mi alma, dejo toda mi pasión. Desde que te conocí, la luna y todas sus fases sólo desempeñan un papel: El ser testigo del infinito e inmortal amor que te profeso, mi eterna princesa Gótica.


Y fue con esas palabras las que sus labios pronunciaron antes de silenciarse al unirse con los míos, moviéndose a su manera lenta, suave, deliciosa y embriagante...


FIN