Dark Chat

miércoles, 9 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 19
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Queridísimo Padre:

Imagino que no esperabas la llegada de esta carta, sino la mía. Siento hacértelo saber de esta forma pero no será así. De hecho, tras haber finalizado la lectura de estas líneas, vas a tener que ser tú quien decida cuando podré volver.

Si piensas que éste es otro de mis actos de rebeldía, tal y como parecer ser que los denominas tú ahora, y que estoy desobedeciendo tus órdenes cual niña malcriada, te diré que esto va mucho más allá.

Tampoco me andaré con rodeos, padre... cuando recibas esto hará al menos una semana que contraje matrimonio con el Príncipe Edward.

Puedo suponer cual será tu reacción ante tal noticia... ira al haberme negado expresamente a cumplir tus deseos, decepción al no cumplir con tus expectativas de hija obediente y abnegada, contrariedad al tener que enfrentarte a tu querido amigo el Rey William y romper el compromiso matrimonial al que accediste sin, te recuerdo, sugerírmelo antes siquiera...

Podría darte miles de justificaciones y excusas ante lo que para ti es un comportamiento completamente reprobable y me pregunto si valdría la pena el esfuerzo. Pero de lo que sí puedo hablarte es de lo que sentí yo cuando leí tu carta. Me sentí engañada, traicionada y muy desilusionada. ¿Cuántas veces te he oído decirme que te sentías orgulloso de tener una hija tan juiciosa y madura? ¿Cuántas veces me dijiste que confiabas en mí y que te sentías tranquilo al tener la suerte de que fuera una muchacha responsable y comedida? ¿Dónde quedó todo eso? ¿Eran únicamente mentiras o era algo convenientemente a olvidar cuando te hablé de mis sentimientos hacia Edward y de cual era mi decisión?

En realidad, ya poco importa todo eso. Soy la esposa de Edward y nuestra unión cuenta con legítima validez pues Jasper y Alice, como Reyes de Los Lagos nos han ofrecido asilo y apoyo. Te ratifico que este tipo de apoyo es en todos los sentidos y no creo necesario tener que hacer hincapié en los tres ejércitos que se sumarían a nuestra causa en caso de que el Príncipe Jacob decidiese tomar represalias. En lo que ti se refiere, me niego a creer que pudieras llegar a tanto y, si, por el contrario, te lo plantearas siquiera, sabe de antemano que, desde ese mismo instante, dejaría de considerarme tu hija.

Me entristece profundamente el haber llegado a esto y que no hayas comprendido cual era mi felicidad, de hecho, confío en que haya sido eso, falta de comprensión por tu parte. Me destrozaría saber que sí eras consciente de ello y, aún así, hubieras decidido sacrificarme a tu conveniencia.

Sólo por si fuera de tu interés, te hago saber que permaneceré en este Reino de forma indefinida. El Rey Jasper sufrió un atentado por parte del Reino de Adamón, del que afortunadamente ha salido bien librado y estamos en estado de sitio, con el ejército dispuesto y preparado para resistir cualquier ataque.

Cuando la situación se estabilice, que con la Gracia de Dios así será, tomaré rumbo hacia mi nueva patria, el Reino de Meissen. Hasta entonces, rogaré para que la benevolencia y la indulgencia que caracterizan tu naturaleza justa toquen tu corazón.

Tu hija que te ama

Alteza Real, Isabella de Meissen.

-Y Princesa Heredera del Reino de Breslau, Bella -exclamó el Rey Charles golpeando con ánimo el brazo de su trono. -Bien hecho, hija -masculló a través de la sonrisa que se asaltaba a sus labios, -no esperaba menos de ti.


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-Esta vez habéis sido vos la artífice de esta exquisita cena -aseveró Jasper con voz firme mientras disfrutaba del último bocado de su plato.


-Estáis muy seguro de eso, mi señor -sonrió ella halagada apartando la bandeja al otro lado de la cama.


-No pretendo desmerecer las habilidades de Charlotte pero la presencia de vuestras manos en este delicioso platillo es inconfundible -se reclinó contra la cabecera de la cama.


-Me complace que os guste -asintió ella.


-Recuerdo que la primera vez que lo hicisteis me asegurasteis que os sentíais dichosa de poder hacerlo -se inclinó ahora acercándose a ella. -¿Aún pensáis igual? -le susurró clavando su mirada en ella. Durante un instante, Alice se perdió en la inmensidad de aquel mar azul de sus ojos.


-Yo... -titubeó. -Voy a buscar las cosas para curar vuestra herida.


-Como gustéis -se volvió a recostar sobre la cama con sonrisa sugerente.


Alice tomó la bandeja con manos temblorosas y se apresuró a salir de la habitación. En cuanto Jasper escuchó los pasos de su esposa alejándose por el pasillo, apartó la sábana y se levantó de la cama. Se regodeó al ver que, de nuevo, volvía a hacerlo sin sufrir ningún atisbo de mareo y, con paso vacilante primero y más seguro después al comprobar la firmeza de su equilibrio, comenzó a pasear por la habitación.


Sabía que su tío no se lo habría permitido y habría insistido en que debía reposar durante más tiempo, pero casi tres días inconsciente y cuatro guardando reposo... eran mucho más de lo que su acostumbrado sosiego podía soportar. Por eso en esos dos últimos días había aprovechado las ocasiones en que Alice lo dejaba a solas para salir de aquella cama.


Con la imagen de su esposa en su mente se dirigió a la ventana, perdiendo su vista entre la oscuridad de la noche. Durante esos cuatro días había intentado acercarse a ella, ganarse su confianza, tratar de derribar ese muro de frialdad que se interponía entre ellos y, como siempre, ella se mostraba a la defensiva, alejándose de él. Sin embargo, él no se rendía, sabía que el momento en que ella bajase la guardia llegaría y él lo esperaba atento, dispuesto a no desaprovecharla cuando se diera la ocasión.


-¿Me podéis explicar por qué motivo estáis levantado? -oyó exclamar a Alice a sus espaldas, sobresaltándolo.


Jasper comenzó a pasarse la mano por el pelo con gesto infantil al verse sorprendido.


-Esto...


-No creo que haya ningún tipo de excusa para vuestra irresponsabilidad -espetó enojada, mas guardó silencio por un momento, observándolo. -Si no me equivoco, no es la primera vez que lo hacéis ¿verdad? -aventuró al verlo en postura tan erguida y segura.


-En realidad, me levanté por primera vez ayer por la mañana -reconoció con cierta culpabilidad.


Alice lo miraba con desaprobación.


-Me exasperaba permanecer inmóvil en la cama -agregó Jasper en su defensa. -De hecho mañana saldré a caminar por el jardín -sentenció con firmeza acercándose a ella, con paso decidido, mostrándole que tan recuperado estaba. -¿Me acompañaríais a dar un paseo mañana? -le sonrió insinuante.


Alice apartó la vista de él vacilante.


-Deberíais consultarle primero a vuestro tío -concluyó finalmente. -Ahora si me lo permitís, quisiera revisaros la herida.


Jasper asintió sin perder la sonrisa. Era evidente que cada vez le era más difícil mostrarse indiferente ante a él. El joven obedeció y volvió a sentarse en la cama para que Alice le examinase. Ella se situó cerca de él y comenzó a retirar las vendas. Aún le resultaba inquietante hacerlo, el observar su torso desnudo, tocarlo... debía hacer un esfuerzo sobrehumano para controlar el temblor de sus dedos.


Cuando hubo retirado el vendaje por completo, hizo lo mismo con la gasa que cubría la herida. Ya no tenía tan mal aspecto, de hecho estaba cicatrizando y bastante bien, según Carlisle que, a modo de broma, le decía a su sobrino que pronto pasaría a engrosar su amplia colección de cicatrices. Mientras aplicaba el ungüento cuidadosamente, no pudo evitar que su vista se desviara a aquellas marcas que le resultaban tan fascinantes. A pesar de ser un claro reflejo del dolor que le habría sido infligido al realizarle aquellas heridas, ella sentía un inexplicable deseo de acariciarlas y sentir el tacto de aquellas líneas rosadas.


-¿Os producen aprensión? -preguntó él preocupado al ver como observaba ella aquellos cortes que desfiguraban su cuerpo. -Puedo cubrirme si os incomodan.


-No -se apresuró a corregirle ella. -Disculpadme si os he importunado.


-¿No os inspiran repulsión? -se sorprendió él gratamente.


Alice negó con la cabeza volviendo a vendar su herida.


-¿Os... duelen? -dudó sin poder reprimir su curiosidad.


-Únicamente ésta que es más reciente -le dijo señalándole uno de los cortes que recorría su hombro derecho. -¿Queréis saber algo más? -la alentó, complacido ante el interés que le producían a Alice aquellos desagradables estigmas.


-¿Cuál fue la primera? -se animó a preguntar, mordiéndose el labio, dudosa de si estaría resultando una molestia para Jasper el tratar ese tema.


-Ésta -giró levemente su rostro indicándole una pequeña ramificación que brotaba de su ojo izquierdo llegando casi a su sien. Alice recordaba bien esa cicatriz. También era la primera que ella le había visto.


-¿Fue una dura batalla? -se interesó ella.


-Cruenta -admitió él con seriedad. -Edward con una piedra en la mano, aunque contara con tres años de edad, era mortífero.


Alice no pudo impedir soltar una carcajada.


-Pues no creáis que él salió bien parado de aquella contienda -agregó tratando de mantener seriedad en su expresión, sin apenas conseguirlo. -Preguntadle por su coronilla la próxima vez que lo veáis.


Viendo la naturalidad con la que Alice reía ante su comentario, él no pudo evitar acompañarla y reír también. Cuando ambos pararon, el rostro de Alice se mostraba relajado y resplandeciente.


-Sois preciosa cuando sonreís –le dijo Jasper con suavidad, acercando su mano a su rostro, acariciando su mejilla levemente, produciendo que el rubor maquillara su piel.


Quizás éste era el momento que había estado esperando...


Con lentitud se inclinó hacia ella, deslizando su mano tras su nuca, atrayéndola hacia él, deseoso de volver a probar la dulzura de su labios. El tiempo que había transcurrido desde la última vez que lo hiciera le parecía una eternidad ahora. Se miró un momento en sus ojos grises, que lo miraban con brillo trémulo, instándole a perderse en ellos. Jasper continuó el tumultuoso viaje hacia sus labios y casi podía sentir la frescura de su aliento cuando Alice se separó de él.


-No, os lo ruego -exclamó levantándose de la cama, yendo hacia la cómoda y apoyándose en ella, con una mano en el pecho como si buscase un hálito que le faltara.


-¿Por qué? -preguntó él lleno de frustración.


-Porque no soporto la doble moral -dijo con voz desgarrada. -Es superior a mis fuerzas.


Jasper se incorporó lentamente y caminó hacia ella, despacio y se posicionó unos pasos tras ella, en silencio, expectante. Por fin había llegado el momento en que Alice se abriera a él y aguardaría paciente el tiempo que fuera necesario.


-Soy consciente de que muchos hombres lo hacen y que a nosotras sólo nos queda el vano consuelo de la resignación, mas yo no puedo conformarme -continuó tras unos segundos, haciendo palpable en su voz la gran lucha que se debatía en su interior. -Me repugna el libertinaje, la lujuria que empuja a los hombres a compartir el lecho con su esposa y, como si eso no fuera suficiente, retozar con cuanta mujer se presente para saciar su vicio. Lo considero indigno, sucio.


Jasper apretó los puños contra sus muslos viéndola como las lágrimas comenzaban a surcar sus mejillas y con cada una de ellas la sentía más y más lejana.


-¿Mas qué nombre darle a su pecado cuando un hombre apenas toca a su esposa y prefiere refugiarse en los brazos de otra? -prosiguió con gran dureza en su voz, sus hombros temblando, tratando de dominar los sollozos que invadían su garganta. -¿Es mera indiferencia hacia ella? ¿repulsión? o...


Entonces Alice se volteó a mirarle. Pero su expresión no reflejaba ahora la acritud, la aspereza con la que le había lanzado su alegato hacia un momento, sino que eran los ojos de una mujer que lo observaba derruida, destruida, sin esperanza.


-Decidme -alcanzó a susurrar, con el llanto rompiendo su voz. -¿Tanto la amáis?


Jasper la miraba atónito, incapaz de emitir sonido alguno. Aún siendo consciente de cual era el motivo de su frialdad hacia él, jamás pensó que fuera tanto el rencor, el resentimiento y el dolor que la reconcomían, tanto que a él le acababa de golpear el pecho de forma tan poderosa que le helaba la sangre. Fue al verla encaminarse hacia su habitación, huyendo de él, humillada ante su mutismo, cuando reaccionó y corrió tras ella, tomándola por los hombros, deteniéndola, sabiendo que si no lo hacía la perdería definitivamente.


-No, Alice -aseveró con firmeza notando como sus brazos se tensaban bajo sus manos. -No sin que antes me hayas escuchado.


Tras un momento, el decaimiento de sus músculos dio la señal a Jasper para alivianar su agarre, soltándola. Alice se mantuvo en silencio, de espaldas a él, estática.


-Me prendé de ti en el primer instante en que te tuve frente a mis ojos -comenzó a decirle. -Me enamoré del brillo de tu mirada, de tu sonrisa inocente, la delicadeza de tus rasgos, de tu alma cándida. Pero fue la pureza, la calidez de tu corazón lo que hizo que perdiera por completo el control de mis sentidos. Por primera vez en mi vida me supe egoísta, deseando con todas mis fuerzas que tu corazón fuera completamente mío, que latiera por mí, para mí -admitió atormentado. -¿Mas cómo? Se abría ante mí el camino de la felicidad y la posibilidad de recorrerlo de tu mano. ¿Pero de que forma enfrentar, emprender un viaje del todo desconocido para mí?


Jasper se volteó, suspirando pesadamente, en un intento de ordenar las miles de ideas que bombardeaban su mente.


-Nunca había amado a una mujer, Alice -reconoció, asombrando a la joven con tal afirmación. -Me considero un hombre prágmatico, de estrategias, planificaciones y pautas dispuestas a priori. ¿Cómo encajar en todo eso algo tan irracional, impredecible e intempestivo como el amor? -se detuvo dubitativo. -Pero lo que más me angustiaba era no saber cómo llegar hasta ti, cómo conseguir la dicha de tu amor -manifestó abatido. -Temí que, al confesarte mis sentimientos, me rechazaras o que me correspondieras guiada por la obligación, condicionada a hacerlo y, el sólo pensarlo, me ennegrecía el alma.


Ese pensamiento de nuevo cruzó la mente de Jasper y volvió a tensar los puños. Aún ahora la mera idea era más dolorosa que antes.


-Decidí entonces darte tiempo, esperar, no hostigarte o comprometerte con el apremio de mis anhelos, ocultándolos de ti para no forzarte a amarme si no era lo que tú deseabas y ansiando el día en que por fin lo hicieras.


Se giró y la tomó por los brazos obligándola a mirarle, acercándola a él casi con brusquedad, sobresaltándola.


-Sí, soy culpable de cautela, indecisión, inseguridad y estupidez, pero jamás de indiferencia o desinterés hacia ti -sentenció con firmeza. -Y no sé qué maldita burla te ha hecho creer que te he faltado. Es una vil infamia y me enferma, me asquea el sólo pensarlo.


Jasper veía como su serenidad escapaba de su cuerpo con cada una de sus palabras. Cerró los ojos e hizo gala de todo su autocontrol, respirando pausadamente y así sosegándose. Cuando se hubo calmado, volvió a mirarla, soltándola.


-Alice -le dijo ahora con suavidad. -Tú has sido, eres y siempre serás la única mujer en mi vida. Te has convertido en la razón de mi existencia y te amaré hasta mi último aliento -le susurró. -Sólo espero que no sea tarde para nosotros y que si en tu corazón llegó a surgir algún sentimiento hacia mí no haya muerto irremediablemente.


Jasper quedó en silencio, con el alma pendiente de un hilo, observándola, intentando descifrar de entre todas las lágrimas que brotaban de sus ojos algún indicio que le anunciara cual sería su condena. Alice bajó entonces su rostro apartando su mirada de él. Con cada uno de sus segundos silenciosos, Jasper sentía que poco a poco se le escapaba la vida.


-En la infinidad de libros que Bella me ha hecho leer, a menudo trataban el tema del amor -comenzó a hablar finalmente, en un hilo de voz que era casi imperceptible. -Quizás mi ingenuidad me hacía apreciarlo como un sentimiento emocionante, fascinante, pero a la vez desconocido. Nunca había sentido nada igual y soñaba con el día en el que ese sentimiento tocara mi corazón -le confesó. -Mas todavía hoy rememoro sus pasajes y ninguna de sus líneas consigue reflejar o describir algo tan poderoso que pueda elevarme a los cielos y hacerme caer hasta el infierno en un sólo instante, o tan abrumador que consiga obnubilar la consciencia de mis sentidos dejando de pertenecerme, algo que acierte a expresar mínimamente lo que tú provocas en mí -susurró vacilante. -Sólo sé que es la luz de tus ojos la que ilumina mis días y el embrujo de tu sonrisa el que guía mis sueños, mis noches, que es el sonido de tu voz el que marca el ritmo de los latidos de mi corazón y -suspiró temblorosa -y que sería capaz de morir por una caricia tuya.


Obedeciendo un impulso, Jasper entonces alzó su mano y la posó en su mejilla, acariciándola con dulzura, incitándola a mirarle.


-No, Alice -musitó aliviado. -Jamás por algo así, nunca con todo lo que me resta aún por darte.


Y sin esperar a que ella pudiera decir algo más, sin la necesidad de tener que seguir buscando en sus ojos grisáceos lo que ya había escuchado de sus labios, la atrajo hacia él y la besó.


Disfrutar de nuevo de aquella piel suave y tersa llenaba su alma de gozo y, lo que empezó como un beso delicado y lleno de dulzura, pronto se tiñó de pasión. Tanto lo había deseado, tanto lo había soñado que sentir por fin a Alice entre sus brazos con la maravillosa certeza de su amor por él lo cegaba por completo. Necesitaba compensar todos esos besos, todas esas caricias que no le había dado, borrar con sus labios todas esas lágrimas que había derramado de forma absurda por él y mitigar con su calor toda esa soledad que la había acompañado en todo ese tiempo. La sintió estremecerse en su abrazo haciéndole temblar a él, embriagándose de la exquisitez de su boca, sabiendo que jamás conseguiría paliar la sed que tenía de ella. Era tanta...


Alice se separó de él sin aliento, turbada, azorada ante su fervor, pero la mirada azul de Jasper, oscurecida por el deseo, la hechizó sin remedio. Volvió a atrapar la boca femenina con vehemencia, con urgencia y Alice vio como su razón y sus fuerzas huían de ella con la exigencia de sus besos. Rodeó su cuello con sus brazos, hilando entre sus dedos las ondas doradas de su cabello, uniéndose más a él. La entrega de Alice lo enervó, queriendo sentirla con mayor intensidad y, dejándose llevar por el frenesí que producía en él la dulce ambrosía de sus labios, los acarició con su lengua como una clara invitación, a lo que ella respondió separándolos ligeramente, permitiéndole poseer su boca y saborearla por entero.


Cuando Jasper abandonó sus labios y le hizo bajar los brazos para dibujar un hilo ardiente de besos sobre la curva de su cuello, Alice dejó escapar un gemido sobresaltado. Jasper la miró con temor, esperando encontrar en ella alguna señal de rechazo, mas sólo halló una mirada incendiada, reflejo del ardor que lentamente se posicionaba en su interior. Sus labios enrojecidos producto de su propia pasión se mostraban entreabiertos, incitantes, alentándolo a besarlos de nuevo, a lo que él obedeció complaciente.


La vorágine de sensaciones que nacía en sus bocas ahora comenzó a invadir sus cuerpos, iniciando el viaje sin retorno a la locura. Jasper elevó sus manos hacia su nuca y empezó a acariciarla, con tortuosa lentitud, deslizando sus dedos por su cuello, hasta sus hombros mientras su boca se posicionaba cerca de su oído, sintiendo Alice su respiración cerca de su sien.


-Te amo -le susurró él con voz grave, lanzando miles de escalofríos a lo largo de su espalda, recorriendo ahora con sus labios el camino que segundos antes dibujaran sus dedos, mientras sus manos desprendían de sus hombros el vestido de Alice, que caía hasta sus pies, dejando la prenda interior femenina, la piel de sus brazos y el nacimiento de sus senos a la vista.


Jasper tomó su manos y, sin separar sus ojos de los suyos la condujo hasta el lecho, sentándola a su lado, percibiendo en sus mejillas enrojecidas su temor virginal, lo que le daba un aire puro, inocente y encantador. Entonces volvió a besarla con ternura, mostrándose gentil, mitigando así su nerviosismo y tratando de apaciguar su propio anhelo. Las caricias que Alice comenzó a trazar sobre su piel así se lo demostraron. Con la delicadeza de sus dedos comenzó a dibujar las cicatrices que marcaban su cuerpo, una por una, admirando cada uno de aquellos estigmas como si hubieran sido tallados con un cincel de divinidad y transmitiendo a su cuerpo miles de sacudidas con su tacto sobre ellos.


-¿Y tu herida? -musitó preocupada Alice al posar sus dedos sobre el vendaje que la cubría.


Jasper le dedicó una sonrisa sugerente y la tendió con delicadeza sobre la cama, recostándose cerca de ella.


-Ni mil heridas podrían impedirme que te haga mía esta noche -susurró sobre su labios, perdiéndose de nuevo en ellos, hundiendo Alice sus dedos en su cabello y uniéndolo más a ella.


Muy despacio, sin premura, Jasper empezó a deshacer los lazos delanteros de aquella prenda que ocultaba el cuerpo femenino y poco a poco lo dejó al descubierto completamente. Se separó entonces de sus labios para observar su desnudez, extasiado por su belleza, mientras Alice cerraba los ojos llena de pudor, avergonzada.


-Mírame, Alice -le pidió con suavidad. Ella obedeció, reticente para encontrarse entonces con su mirada ardiente y llena de veneración.


-Eres lo más hermoso que he contemplado jamás -murmuró él, acariciando lentamente su boca con la punta de sus dedos.


Jasper atrapó con sus labios un suspiro que Alice dejaba escapar, turbada, sintiendo como los dedos masculinos comenzaban a explorar su piel, contorneando su figura... su cuello, su clavícula, el valle de sus senos, su cintura, la curva de su cadera... Aquel peregrinar se convirtió en un tormento para ella cuando fueron sus labios los que empezaron a surcar su piel, sintiendo como su lengua dejaba ríos de fuego a su paso. Jasper deslizó entonces su mano hacia uno de sus pechos, acariciándolo, sin que Alice pudiera reprimir un gemido que al poco se transformó en un jadeo incontrolado cuando el calor de su boca sustituyó al tacto de sus dedos. Aquel sonido lo hizo estremecer, le enardecía hacerla vibrar así y como respondía ella a sus caricias, como hundía sus dedos en su pelo, arqueándose contra él, incitándole a seguir con las atenciones que su boca le ofrecía. Poco quedaba ya de su inocente timidez, que quedaba arrasada por la entrega de una mujer apasionada.


Sin que su boca abandonase su pecho, Jasper hizo descender de nuevo su mano hacia su cintura, notando como la respiración de Alice se entrecortaba con su tacto, alcanzando de nuevo su cadera y bajando hasta sus piernas. Conforme él deslizaba sus dedos hacia la cara interna de sus muslos, Alice sintió como un ardor sofocante se instalaba en sus entrañas, que la envolvía cada vez más al ir aproximándose sus dedos a su femineidad y haciéndola estallar en llamas cuando por fin alcanzó su centro. Jasper no pudo reprimir un gemido al rozar su humedad, al tocar aquella piel tersa y suave que se abría como una flor para él, elevando hasta el límite su propia excitación. Siguió acariciando con sinuoso tormento el brote que se alzaba entre los pliegues de su carne sin dejar de saborear la cima de su pecho que se endurecía cada vez más en su boca con el roce de su lengua, disfrutando del deleite que le producía escuchar los jadeos de Alice y que se reflejaba en su propio cuerpo inflamado, situándole al borde del abismo.


Se separó entonces de ella, colocando sus manos a ambos lados de su cabeza, sofocadas sus respiraciones y sus ojos fijos en los del otro, con sus miradas llenas de la misma pasión y del mismo anhelo, el de pertenecer el uno al otro. Deshaciéndose él de la última prenda que lo cubría, besó los labios de Alice y se posicionó sobre ella. Cierta sombra de temor ensombreció la mirada de Alice y Jasper acarició su rostro, volviendo a besarla con dulzura, tratando de transmitirle todo el amor que sentía por ella. Cuando notó que su cuerpo se relajaba bajo el suyo, él la miró a los ojos, buscando en ellos una señal que le indicase cuando continuar y siendo su brillo lo que de forma silenciosa lo alentó a continuar.


La hizo suya de la forma más lenta que su propio deseo le permitió, mas no pudo evitar ejercer presión contra la resistencia de su virginidad, rompiendo su barrera. Una pequeña lágrima rodando por su mejilla fue el precio por obsequiarle con su pureza.


-Daría todo lo que soy por ser yo quien padeciese ese dolor -le dijo atormentado, enjugando aquella pequeña gota que escapaba de sus ojos.


-Jasper -susurró ella con el corazón encogido por la emoción que le provocaban esas palabras.


Él cerró los ojos y dejó caer su rostro sobre el cuello de Alice.


-Mi nombre saliendo de tus labios es música celestial para mí -murmuró él turbado. -Dilo otra vez, te lo ruego.


Alice giró su cara, mirándolo.


-Jasper -musitó ella cerca de su oído, arrancándole un suspiro, produciendo en él miles de descargas que recorrieron su cuerpo y haciendo que, de forma inconsciente, se moviera dentro de ella.


Fue entonces cuando la primera oleada de placer los envolvió a los dos, emitiendo ambos sendos gemidos al sentir aquel fuego que empezaba a abrasarles.


Jasper volvió a moverse en ella, lentamente, clavando sus ojos en los suyos y Alice le respondió uniendo sus caderas a él, elevando aquel torbellino un poco más. Él fundió sus labios con los de ella mientras sus cuerpos se fusionaban a la perfección con cada uno de sus movimientos, cada uno de sus suspiros apasionados, al mismo compás y en completa armonía, siendo cada vez mayor el cúmulo de sensaciones que se anudaba dentro de ellos. Poco a poco aquel nudo que los oprimía comenzó a expandirse, penetrando en cada poro, en cada rincón de su ser para volver a contraerse en su interior de forma devastadora, lanzándoles finalmente a un vórtice de éxtasis inconmensurable.


Con los últimos resquicios de placer aún abandonando sus cuerpos, Jasper la rodeó con sus brazos abrazándola, descansando su cabeza sobre su pecho mientras ella acariciaba su cabello, ambos con la respiración entrecortada, mas llenos de dicha y de una plenitud abrumadora. Aquella noche, tras una agonizante espera, por fin habían unido sus cuerpos, sus almas y sus corazones formando uno solo y, a partir de ese momento, compartirían el resto de su vida siendo confidentes, esposos y amantes.


-Te amo, Alice -susurró él contra su piel.


-Y yo a ti -respondió ella con un suspiro. Sintió entonces como él se retiraba de ella con lentitud y, rodando sobre su espalda, la colocó a ella sobre su pecho.


-¿Estás bien? -preguntó él con preocupación, rozando con sus dedos el camino que aquella lágrima había recorrido en su mejilla como muestra de su dolor.


-No podría ser más feliz -le aseguró ella levantando su rostro hacia él, sonriente. -¿Y tú? -quiso saber ella, pasando con delicadeza sus dedos sobre la gasa que cubría su herida.


-Me duele tanto el no estar dentro de ti...


-Eres muy atrevido -golpeó ella su brazo con falso reproche, riendo.


-¿Te molesta? -le insinuó con sonrisa traviesa.


-No, es sólo que no me lo imaginaba así -se apoyó sobre su pecho.


-Es lo que se da entre un hombre y una mujer que se aman ¿no? -levantó la barbilla de Alice con su dedo. -Deseo, entrega mutua, completa unión, confianza... -hizo una pausa. Alice se mordió el labio sabiendo lo que vendría después. -Eso me recuerda, esposa mía, que aún debes explicarme de dónde sacaste la absurda idea de que yo te era infiel -le advirtió.


-No, ahora no -respondió ella con una mueca de disconformidad. -Déjame disfrutar de este momento -suspiró dejándose caer de nuevo sobre su cuerpo empezando a trazar con sus dedos las marcas que adornaban su torso.


-Está bien -concordó él -pero con una condición -le dijo, acariciando con suavidad su largo cabello negro que caía sobre su espalda.


-¿Cuál? -preguntó extrañada.


-Que a mí me dejes disfrutar de ti -le susurró. -Ahora...


Alice rió complacida mientras Jasper volvía a tumbarla sobre la cama, besándola, poniendo otra vez rumbo hacia aquel nuevo paraíso recién descubierto llamado pasión.




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