Dark Chat

lunes, 31 de mayo de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPITULO 15


Aquella mañana había amanecido especialmente fría, a pesar de ser verano. Aún así, a Rosalie no le importó. Desde que Dama había enfermado no había salido a cabalgar y en ese momento sentía una necesidad imperiosa de hacerlo. Quizás la fría brisa de esa mañana lograra despejar su mente, ojalá aletargar sus pensamientos llenos de él, de sus ojos, sus manos, de su nombre... Si bien lo había visto alguna vez desde aquel día en que la hizo sabedora de en cuan bajo concepto él la consideraba, no habían cruzado ni una sola palabra. Si tanto la despreciaba hubiera preferido que se lo demostrase con su desdén y su insolencia, no con esa indiferencia que la estaba matando. No, la culpa de esa zozobra que la acompañaba día y noche no era de él, la culpa era suya, por no ser capaz de dominar su mente y, lo que era peor, no ser capaz de dominar su corazón pues ya no era sólo el dejar de pensar en él sino el dejar de amarlo. Y ya ni siquiera trataba de hallarle una razón, una explicación a ese sentimiento tan irracional e ilógico, simplemente se había instalado en su pecho y le parecía imposible que algún día pudiera arrancarlo de allí.


Cuando estaba llegando a las caballerizas lo vio. Su figura imponente, tan varonil, de músculos bien formados, destacaba de entre todos los hombres que allí se encontraban. Nunca podría acostumbrarse a aquel vuelco que le daba su corazón al imaginarse rodeada por aquellos fuertes brazos, al igual que nunca se acostumbraría al vacío que invadía su interior ante la evidencia de que eso nunca sucedería.


Respiró hondo antes de llegar hasta él. Estaba en el cubil de Dama, revisando sus cascos. Aunque había dado órdenes estrictas de cual debía ser su tratamiento, sabía que se encargaba de hacerlo él personalmente, cosa que le alegraba, mas no entendía el porqué de su interés.


En cuanto Emmett se percató de su presencia, se levantó dirigiéndose a ella.


-Buenos días, Alteza -la saludó inclinándose.


-Buenos días -respondió ella. -¿Cómo sigue Dama?


-Hay cierta mejoría pero aún es demasiado pronto. Su recuperación podría durar varias semanas -le aclaró.


-Yo... -titubeó -sé que no forma parte de tu cometido aquí, así que te agradezco que te ocupes de ella.


-No es ninguna molestia, Alteza -la contradijo.


Rosalie percibió de nuevo aquella indiferencia en su voz y en su expresión que tanto le amargaban. Observó por un segundo la dureza de sus rasgos y se preguntó cual sería la razón de aquel cambio en él.


-¿Necesitáis algo, Alteza? -preguntó Emmett en vista de su silencio.


-Quiero que me ensillen a Fedro. Voy a salir a cabalgar -dijo mientras buscaba al caballo con la mirada.


-¿A Fedro? ¿Y con este clima? -exclamó tratando de disimular sin éxito su malestar. Rosalie se sorprendió gratamente de ello... por fin alguna emoción teñía sus palabras.


-¿Algún problema con eso? -preguntó poniéndose a la defensiva, tratando de provocar en él alguna reacción que le hiciera albergar la maldita ilusión de que nada había cambiado.


-En realidad, varios -se crispó. -En primer lugar, Fedro es un caballo demasiado brioso para vos y, en segundo, va a caer una tormenta de los mil demonios -añadió mientras se llevaba, inconscientemente la mano al vientre.


-Así que no sólo sabes luchar y eres experto en torceduras, caballos y mujeres, sino que ahora también sabes predecir el clima... estoy maravillada -se burló.


-Burlaos cuanto queráis pero os aseguro que, antes de que acabe el día, tendréis que reconocer que tenía razón -la retó.


-Muy bien -se rió ella. -Mientras tanto, voy a salir a cabalgar.


-Os aconsejo que no lo hagáis -insistió.


-Si te preocupan mis dotes como amazona, te aseguro que no es la primera vez que lo monto, sé muy bien como manejarlo -le aseguró. -Y por la tormenta, un pequeño aguacero veraniego no mata a nadie.


-Alteza... -Emmett apretó los puños contra sus muslos.


-Muchacho, ensíllame a Fedro -le indicó a uno de los mozos.


-Estáis siendo una imprudente -le advirtió firmemente.


-No es de tu incumbencia -aseveró ella.


-No puedo permitir que cometáis semejante estupidez -la increpó con dureza.


-¿Y cómo piensas impedirlo? -le dijo con la clara intención de desafiarlo -¿Me lo vas a prohibir?


Emmett quedó en silencio, apretando la mandíbula, impotente, tragándose los deseos de agarrarla de un brazo y arrastrarla hasta una de las almenas y encerrarla allí hasta que algo de cordura acudiese a su mente caprichosa.


-Ya decía yo -se mofó mientras tomaba las riendas que uno de los mozos le tendía. Sin más, y haciendo uso de la destreza de la que tanto presumía, montó a Fedro de forma ágil y grácil. Lanzándole a Emmett una última mirada altiva, azuzó el caballo y salió al galope de las caballerizas, mientras él maldecía para sus adentros.


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Alice miraba desde su ventana el cielo ennegrecido. Sin duda las nubes empatizaban con ella y habían decidido acompañar el frío de sus sentimientos con aquella terrible tormenta que había oscurecido tanto el firmamento que, siendo poco más de mediodía, parecía noche cerrada. Se volteó y caminó hacia su baúl. Rebuscó entre sus vestidos y, casi al fondo, encontró el que buscaba, el vestido negro que había llevado en el funeral de su padre. Ese día también era para vestir de luto, en cierto modo estaba asistiendo a otro funeral, al de su corazón.


Después de que la mañana anterior viera a María con Jasper, se había sentido presa de la desesperación. Casi se había arrastrado hasta su cama, hundiéndose en ella, el rostro en las almohadas, tratando de acallar sus gemidos y su llanto. No creía tener tantas lágrimas, quizás pasó horas así, pero no paró de llorar hasta que quedó seca. Fue entonces cuando, despejada ya la bruma de las lágrimas, pudo pensar con más claridad, cuando pudo por fin entender lo que en realidad estaba pasando. Lo había malinterpretado todo, como, sin ir más lejos, lo que él le había dicho aquella noche en la que ella se hizo la dormida; el cambio al que él se refería, lo que ella debía entender. Claro, lo que había "cambiado" era que Alice había llegado a su vida para ponerla del revés y lo que ella tenía que "comprender" era que él no iba a modificar sus costumbres por más casado que estuviera. Quería tener a su concubina bajo su mismo techo y ella iba a tener que "ya no aceptarlo pero, al menos, entenderlo". Durante un minuto, un mísero minuto, creyó que él acudiría a darle una explicación por lo que acababa de suceder pero, después se dio cuenta de que, con su interrupción, lo que había conseguido era que ella misma se diera por enterada sin necesidad de que él pasara por el trago de tener que explicárselo.


Tan ingenua, tan ilusa, tan... estúpida. Y ella que lo creía tan noble, tan considerado, tan caballero... y todo era pura fachada nada más, pura hipocresía. No era más que un ardid para tener a la esposa conforme y así continuar con su vida. Muy bien, de acuerdo entonces. Si eso era lo que él quería, ella no sería un obstáculo. Jamás le reprocharía nada pues era absurdo acusarle por una situación que él consideraba completamente normal. Pero, del mismo modo, ella ya no tendría por qué mostrar hacia él ningún tipo de afecto, de emoción. Jasper seguiría su rumbo y ella trataría de resignarse a los designios que marcaban el suyo, acostumbrarse a una vida sin amor y olvidarse de todos sus sueños e ilusiones.


Mientras se vestía, volvió a recordar aquella conversación que escuchó en la cocina. Ahora, aquellas palabras ya no eran tan dolorosas como antes. No eran más que la burda realidad sobre su matrimonio, todo era cierto, incluso el comentario de Jessica sobre Charlotte. Seguramente la pobre doncella no la soportaba y sólo se mostraba afable con ella porque era su soberana.


Sacudió la cabeza al darse cuenta de como se había derrumbado todo ante sus pies, como un castillo de naipes, tan frágil como una burbuja de jabón, pero, es que, un mundo tan ideal como en el que ella había creído estar viviendo en cualquier momento podía romperse en mil pedazos. ¡Cuanta razón tenía Bella cuando le reprochaba que era demasiado cándida al no ver la maldad que reinaba alrededor!


Cuando se miró en el espejo vio, con más claridad que nunca, la imagen de su madre en su reflejo y volvió a recordar sus palabras poco antes de morir. En aquellos entonces a Alice le resultaron totalmente irreales, ajenas, imposibles, pero ahora le resultaban más que conocidas, casi propias y entendía perfectamente el calvario que había padecido. Ahora entendía las discusiones y el llanto de su madre y como aquello la fue consumiendo poco a poco.


Sin embargo, ella no cometería el mismo error. No valía la pena mostrarse ofendida, herida, eso la rebajaría aún más. Por eso había decidido bajar aquel día a comer, había acabado aquella reclusión que ella misma se había impuesto, pensando así protegerse de la realidad. Qué tonta, la realidad sería del mismo modo hiciese ella lo que hiciese, el quedarse confinada en su recámara no cambiaría nada. Y, aunque fueran simples espejismos, debía buscar otros motivos para continuar. El convertirse en la esposa de Jasper no era el único motivo por el que ella estuviera allí, también era reina, además de mujer. Si debía dejar que se marchitase ese lado de su esencia, debía aferrarse a la misión que se le había impuesto, la de soberana. Pondría todo su empeño en desviar todos sus pensamientos y esfuerzos a su cometido y a nada más. Evitaría por todos los medios su trato con Jasper, hasta que todo el rencor que sentía se fuera convirtiendo en indiferencia y su presencia ya no le afectase y, si llegase el día, poco probable al tener ya a alguien que calentase su lecho, en que le pidiera cumplir con sus deberes conyugales, simplemente se negaría, hasta el momento en que en ella se despertasen los instintos maternales. Sólo ese día accedería a "entregarle" su cuerpo... su corazón ya no podría entregárselo a nadie, roto en mil pedazos como estaba.


Observó la imagen de su figura débil y demacrada y le pidió fuerzas al Todopoderoso para enfrentar su destino, que le diera motivos suficientes para acostumbrarse a aquel mundo frío y sombrío que asomaba por su ventana. Borró con rabia una lágrima que, furtiva, comenzaba a surcar su mejilla. No, las lágrimas estaban de más, de nada servían. Y si debía mostrarse distante y dura ante todo y todos para protegerse de ese mundo oscuro que amenazaba con aplastarla, lo haría.


Cuando la vieron llegar al comedor, todos la recibieron con miradas de regocijo. Con toda la apatía que sentía no le fue difícil ignorarlas.


-Me alegra que ya os sintáis mejor y hayáis decidido acompañarnos -le dijo Jasper.


Alice se limitó a mirarlo por un momento y, sin contestar, se dirigió a su puesto en la mesa.


Bella recorrió a Alice con su mirada tras lo que miró llena de angustia a Edward que comprendió al instante. Efectivamente, aquella no parecía la dulce e inocente Alice que él conocía. Se la veía tan pálida, sus rasgos angelicales ahora se mostraban fríos, al igual que su mirada, apagada y oscura, ausente de brillo alguno.


-¿De verdad te sientes bien? -quiso saber Bella.


-Perfectamente -le atajó ella.


-Y... ¿ese vestido? -titubeó Bella. Jamás creyó que Alice lo usaría de nuevo.


-Tan apropiado como cualquier otro -respondió fríamente. -¿Dónde está Rosalie? -preguntó al notar su ausencia.


-No lo sabemos -le respondió su prima.


-¿Cómo? -se sorprendió.


En ese momento, Charlotte entró en el comedor interrumpiendo la conversación. El rostro de la muchacha rezumaba alegría a ver a la reina a la mesa.


-Majestad, que alivio que ya os encontréis bien -la saludo ella con una sonrisa inclinándose. Alice, simplemente asintió con la cabeza. El rostro de la muchacha se ensombreció.


-¿Sirvo ya la comida, Majestad? -preguntó mirando a Jasper..


-¿Por casualidad habéis visto a la Princesa Rosalie? -la interrogó Alice sin dejarle responder.


-No, pero... -dudó la muchacha -escuché a Emmett mientras hablaba con Peter decir algo así como que la princesa había hecho caso omiso a sus indicaciones y había preferido salir a montar.


Los murmullos de desaprobación por parte de todos no se hicieron esperar.


-Dile a Emmett que venga inmediatamente -le pidió ella.


-Sí, Majestad -la muchacha se apresuró cumplir su orden.


-¿A montar con esta tormenta? -se escandalizó Esme.


-Y con este frío podría coger una pulmonía -añadió Carlisle.


-Sé que mi hermana es impetuosa pero no la creí tan irresponsable -exclamó Jasper irritado.


Emmett hizo su aparición en el comedor.


-Me alegro de vuestra mejoría, Majestad -la saludó Emmett.


-Gracias -respondió secamente.


-¿Es cierto que la Princesa Rosalie salió a caballo? -le preguntó Jasper.


-Sí, Majestad -le confirmó él -y por lo que veo, aún no ha regresado -aventuró preocupado al no verla.


-¿Y se lo has permitido? -le reclamó él. Emmett bajó la mirada.


-Explícanos que ha pasado -le pidió Alice.


-Esta mañana, Su Alteza vino a las caballerizas para que le ensillaran a Fedro -empezó a decir.


-¿A Fedro? Sin duda mi hermana ha perdido el juicio -exclamó Jasper.


-Le pedí en reiteradas ocasiones que considerase el salir a cabalgar, primero porque no me parecía un corcel adecuado para ella y, además, porque sabía que se avecinaba una gran tormenta -continuó. -Insistí varias veces, puede que incluso de forma más enérgica de la que se me permite, Majestad -le aclaró a Jasper -pero fue inútil. No supe como impedírselo sin extralimitarme y -dudó -sin faltarle al respeto -admitió con un claro reflejo de aquella impotencia en su voz.


-No conozco criatura más obcecada que ella -se irritó Jasper.


-Lo siento, Majestad -se disculpó Emmett.


-No tienes porqué -negó con la cabeza. -Dudo que hubieras conseguido hacerla cambiar de opinión, a no ser que le hubieras dado un par de azotes en las posaderas -masculló mientras se ponía en pié.


-No, Majestad -lo detuvo Emmett al adivinar sus intenciones. -Seré yo quien lo haga, yo iré a buscarla.


-Ya te dije que no es culpa tuya -le aseguró.


-Eso decídselo a mi conciencia. -Y a mi corazón -pensó.


-Como bien has dicho poco podías hacer -Jasper quiso insistir.


-Majestad, os ruego que no tratéis de disuadirme -le interrumpió con firmeza. -Conmigo ni siquiera sirven los azotes.


-Está bien -aceptó finalmente. -Pero llévate algunos hombres.


-No será necesario. Seguro que ha ido a refugiarse de la lluvia a alguna cabaña abandonada -trató de calmarlo. -No volveré hasta encontrarla, os lo aseguro. Con permiso -se inclinó y, con un par de zancadas, salió del comedor hacia la cocina.


-¿Que sucede, Emmett? -quiso saber Peter al ver su rostro lleno de inquietud.


-Por favor, Peter, pídele a alguno de los muchachos que ensille mi caballo. Voy a buscar a Su Alteza -le explicó. El capitán asintió y salió al patio.


-¿Entonces aún no ha vuelto? -preguntó Charlotte.


-No, ve y sirve la comida -dijo mientras salía hacia el corredor, al cuartel de guardias. Tomó su capa y corrió hacia las caballerizas, tratando de escudar con ella la fuerte lluvia. Goliath ya estaba preparado cuando llegó. Lo montó rápidamente y salió galopando.


Emmett decidió probar suerte con algunas casas abandonadas que había visto de camino al lago que solía visitar. Mientras la fría lluvia golpeaba su rostro, también le golpeaba cada vez con más fuerza la posibilidad de que aquel indómito caballo la hubiera tirado al suelo y que ella yaciera sin sentido en cualquier parte o, lo que era peor, malherida. Espoleó de nuevo a Goliath que relinchó acelerando el trote.


Pronto avistó la primera cabaña pero cuando llegó, comprobó con aflicción que no había rastro de ella. Y así sucedió con el resto de casas que fue encontrando por el camino. Se exasperó al ver que se estaban acabando sus opciones pero decidió continuar más allá del lago, si era necesario los recorrería todos y no pararía hasta encontrarla. Maldijo en voz alta ¿Por qué era tan caprichosa? No, esto era demasiado para ser un mero capricho, de hecho, le había parecido adivinar cierta provocación en aquella absurda decisión y en sus palabras. ¿Pero por qué? ¿Qué pretendía con ello? ¿Acaso no se daba cuenta de que él ya no estaba dispuesto a continuar con aquel juego? Aquella mañana en que le había hablado de forma tan hiriente quiso encauzar de nuevo las cosas, dejar en claro cual era la posición de cada uno, ella una noble y él un simple guardia y para ello, casi la había humillado de la peor manera... ¿no era eso suficiente? ¿o es que no iba a parar hasta conducirlo definitivamente a la locura? Tendría que marcharse de allí muy a su pesar si ese era el único modo de arrancarla de él de una vez.


A lo lejos vislumbró otra cabaña. Su corazón comenzó a palpitar con fuerza cuando, entre la lluvia, le pareció ver la silueta de un caballo amarrado a un madero. Al acercarse respiró con alivio al ver que sí se trataba de Fedro, seguramente Rosalie estaba en aquella cabaña. Ató a Goliath y entró en la cabaña que se presentaba sucia, polvorienta y en muy mal estado. La buscó con la mirada para encontrarla en un rincón, sentada en el suelo, con la rodillas pegadas al pecho.


-Mujer obstinada y testaruda -bramó mientras caminaba hacia ella.


Rosalie giró su rostro y el alivio se dibujo en su rostro trémulo. Emmett se arrodilló cerca de ella, estaba empapada, temblando, helada de frío, sus labios gélidos ya comenzaban a amoratarse. El guardia se levantó para buscar algo con que cubrirla, algo para hacer fuego, pero no halló nada.


-¡Maldita sea! -exclamó mientras se quitaba la capa mojada, tirándola al suelo.


Se acercó de nuevo a ella, había apoyado la mejilla en la pared, con los ojos cerrados, adormecida.


-Alteza -la llamó -¡Alteza!


Tomó su rostro entre las manos, agitándolo, tratando de que reaccionara. Finalmente abrió los ojos y él exhaló aliviado. Tan helada como estaba podría sufrir hipotermia.


-De acuerdo, lo admito -susurró ella, condensándose su aliento como neblina blanca -tenías razón.


-Ahora eso no importa -negó él mientras, con impotencia, la veía temblar. Tenía que hacer algo y pronto.


Emmett cerró los ojos, era incorrecto, lo sabía, pero era lo único que se le ocurría en aquellas circunstancias y, sin pararse a pensarlo de nuevo, la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó.


-¿Qué...? -se tensó ella.


-No digáis nada -le pidió posando uno de sus dedos sobre sus fríos labios, sintiendo entonces como ella se sosegaba y apoyaba su cabeza sobre su pecho.


Emmett la envolvió fuerte entre sus brazos, resguardándola en su regazo mientras acariciaba su espalda tratando de darle calor. Por suerte la capa había hecho bien su trabajo y lo había mantenido seco, sólo esperaba que su calor corporal entibiara el cuerpo de Rosalie, que ya parecía temblar con menos intensidad. Sintió su aliento sobre su cuello y sí, era endiabladamente más cálido.


Por un momento dejó a un lado aquello que consideraba un exabrupto, un tabú, un imposible. Tener aquella mujer, fruto de sus desvelos, entre sus brazos lo elevaba hasta los cielos, casi dudaba de si, en realidad, estaba dormido, en uno de esos sueños de los que ella siempre era objeto y en los que no importaban ni su rango ni su posición, simplemente eran un hombre y una mujer que eran libres para amarse. Disfrutó del contacto de aquel cuerpo femenino, asombrado de la forma tan perfecta que se ajustaba al suyo, como si hubieran sido dos partes de un mismo todo que el desafortunado azar había separado y que ahora volvían a unirse. Pero eso no era posible. Quizás en otro tiempo, en otro universo, o quizás únicamente en esa miserable cabaña alejada de la humanidad, nunca en el mundo real. ¿Mas qué significaba todo eso en ese instante? Nada. Ni siquiera quería planteárselo. Quería seguir sintiendo a aquella mujer entre sus brazos, como jamás imaginó que la tendría. ¡Y pensar que hacía unos minutos había considerado el marcharse y alejarse de ella para siempre! Necio iluso... amándola así como un loco no sabía si sería capaz de soportarlo, necesitaba verla, contemplarla, escucharla, aunque sus miradas, sus palabras no fueran para él.


Siguiendo un impulso la apretó más contra su pecho y comenzó a acariciar suavemente su cabello húmedo. Incluso así, empapada y desaliñada, era la mujer más hermosa que jamás hubieran visto sus ojos. Notó que Rosalie alzaba uno de sus brazos y lo pasaba por su cuello, aferrándose a su nuca. Tan desfallecida está que ni cuenta se está dando de donde se encuentra, pensó Emmett. Pero poco le preocupaba y agradeció a la fortuna el poder compartir con ella ese momento irrepetible, que nunca volvería.


Sin embargo, él desconocía que aquella armonía no era únicamente la de dos cuerpos que se complementaban, sino también la de dos mentes, como una perfecta conjunción, pues del mismo modo que él, Rosalie deseaba no salir jamás de esa cabaña para que, de esa forma, no pudiera romperse el hechizo que los envolvía. No sólo sentía su seguridad, su protección, su calidez sino que así, entre sus brazos, tenía la absoluta certeza de que no necesitaba nada más para ser dichosa. Aunque sabía que él sólo buscaba reconfortarla le traía sin cuidado. Estaba allí, con él, sintiéndolo más cerca de lo que hubiera imaginado jamás. Ni aún pareciéndole sus sueños tan reales cada mañana al despertar se podían comparar con lo que ciertamente era. La fuerza con que la envolvía en su cuerpo, el tacto de sus manos masculinas sobre su cabello, sobre sus labios y el aroma que emanaba de su piel, de la curva de su cuello, que penetraban en ella con cada una de sus respiraciones, nada de eso tenía comparación alguna con lo que albergaba en su imaginación que se le antojaba ahora insignificante. Y si había creído hasta entonces que era imposible amarlo más de lo que lo hacía, se daba cuenta en el refugio de sus brazos que ese sentimiento era y podía llegar a ser mucho más poderoso de lo que ella pudiera llegar a pensar. Era tal el ímpetu con el que latía su corazón que incluso temió que él pudiera escucharlo. Pero alejó rápidamente esa idea de su mente. Disfrutaría de ese corto y delicioso lapsus de tiempo que le obsequiaba con la cercanía y el calor de aquel hombre que amaba tanto.


Estaba atardeciendo cuando cesó la lluvia. Emmett fue el primero en salir de aquel letargo en el que se habían sumido ambos. La miró profundamente a los ojos y ella comprendió entristecida que el momento de volver a la realidad había llegado, fuera les estaba esperando el mundo con sus malditas leyes y normas establecidas, donde parecía que sus caminos sólo estuvieran destinados a separarse.


La ayudó a ponerse en pié y, sin mediar, palabra salieron de la cabaña. Mientras él iba a por los caballos, Rosalie se volteó para echar una última mirada a aquella casita casi en ruinas que había sido el perfecto escenario de aquel momento compartido con él, que nunca volvería pero que siempre guardaría en su memoria. Luego caminó hacia Emmett que ataba a Fedro a la montura de su caballo. Ni él pidió permiso ni ella se opuso. Solamente la tomó por la cintura y la sentó en la grupa de Goliath, montándose él luego y colocándose tras ella. Quería sentirla cerca aunque fuera por última vez.


Durante el camino no hubo palabras, no hubo reproches por parte de ella por como se había comportado él, ni hubo explicación alguna a lo sucedido por parte de él. Simplemente cabalgaron en silencio sintiendo ambos, sin saberlo, que parte de sus corazones quedaba encerrado en aquella cabaña.


Llegando al castillo vieron que todos esperaban en la escalinata, con miradas aliviadas. Jasper fue el primero en acercarse al caballo y Emmett la depositó suavemente sobre sus brazos.


-Gracias -le dijo Jasper antes de caminar hacia el castillo.


Emmett no pudo más que inclinar la cabeza. El ver como la apartaba de su lado, como la alejaba de él, le dolía como si le hubieran atravesado las entrañas. Al bajar del caballo, Alice se acercó a él mientras lo observaba con gesto de preocupación. Tanta aflicción vio él en su mirada que, el pensamiento fugaz de que pudiera adivinar en sus ojos el dolor que estaba sintiendo, le hizo desviar la vista de ella, a pesar de que la joven había posado su mano en su brazo tratando de captar su atención.


-Emmett -le susurró.


El muchacho tuvo la certeza entonces por el abatido timbre de su voz de que así era. Se atrevió por fin a mirarla y se encontró con un par de ojos llenos de comprensión y de pesadumbre, como si en un único segundo hubiera podido leer su alma y entender todo lo que ocurría en su interior. Emmett cerró los ojos, negando con la cabeza y, tomando las riendas del caballo, se alejó hacia las caballerizas dejando allí a Alice que lo miraba llena de tristeza. La llegada a ese castillo no sólo le había producido a ella desdichas, sino también a su querido amigo y eso quebraba más aún a su golpeado corazón.


-Te he dicho que estoy bien -se quejó Rosalie mientras Jasper la dejaba sobre la cama. -No era necesario que os alarmarais tanto.


-¡Habráse visto! -se irritó su hermano -Si cuando yo digo que necesitas una buena tunda...


-Déjala que descanse, hijo -quiso calmar los ánimos Esme. -Ya habrá tiempo después para regaños.


-No ha sido para tanto -se defendió Rosalie.


-Eres perfectamente consciente de que Fedro es un caballo difícil de dominar -la acusó. -Eres una imprudente al querer montarlo. Podría haberte derribado.


-No puedes culparme de imprudencia cuando sabes mejor que nadie que a ese caballo lo domino a la perfección -le refutó.


-¡Ah! Y tampoco es imprudente salir con este tiempo ¿no? -se cruzó de brazos.


-¿Tengo yo la culpa de que me haya sorprendido la lluvia? -contestó Rosalie molesta.


-Emmett te recomendó claramente que no salieras a cabalgar porque se avecinaba una tormenta -le recordó Jasper. Rosalie titubeó.


-No podía suponer que era tan infalible prediciendo el clima -respondió con fastidio.


-Pues ha quedado bastante claro que harías bien si de ahora en adelante dieras un poco más de crédito a sus indicaciones -le advirtió su hermano.


-¿Y puede saberse porqué lo defiendes tanto? -se exasperó.


-¡Porque ha demostrado tener más sentido común del que posees tú! -sentenció Jasper dejándola sin argumentos.


-Ya está bien -intervino Carlisle -deberíamos dejarla descansar.


-Estoy bien -repitió Rosalie aún con muestras de enojo en su voz -Sólo necesito quitarme esta ropa húmeda y darme un buen baño.


-Ordenaré que te preparen la tina y que te suban la cena -se ofreció Esme.


-No tía, cenaré con vosotros -afirmó con firmeza.


-Muy bien -aceptó al fin. -Entonces nos retiramos -dijo, instando a todos a dejar el cuarto, no sin que su hermano le dedicase una última mirada de censura antes de abandonar la recámara.


Al quedarse sola, toda esa máscara de fingido engreimiento se derrumbó. Ahora que se había apartado de él se sentía como incompleta, vacía y su cuerpo adolorido acusaba la ausencia del suyo. Sabía que ese leve momento del que había gozado le costaría caro, pasada esa tarde todo volvería a la normalidad pero, después de haberlo tenido tan cerca... si él volviera a tratarla con la misma frialdad con que la trataba en esos días no estaba muy segura de como iba a poder soportarlo.


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Bella dejó sobre la cómoda el libro que intentaba leer sin éxito. Había decidido quedarse en su cuarto hasta que Edward fuera a buscarla para la cena tras tratar ciertos asuntos con Carlisle. Intentaba concentrarse en la líneas de aquel texto pero le parecía imposible después de lo sucedido. Bueno, lo de Rosalie, aun conociéndola poco sabía que era producto de su carácter impulsivo. En cambio, la actitud de su prima le resultaba del todo desconcertante, era una completa desconocida para ella, tan fría, distante, de palabras y miradas duras, con la servidumbre, con ella, incluso con Emmett a la hora de la comida y ni que decir con su esposo, a Jasper apenas sí lo había mirado. Con cada minuto que pasaba estaba más convencida de que algo le sucedía, debía hablar con ella e intentar averiguarlo.


-Alteza ¿puedo pasar? -la voz de Angela sonó desde el corredor. Bella acudió a abrirle la puerta.


-Adelante -le indicó.


-Ha llegado esto para vos -le informó con una sonrisita en los labios. En cuanto Bella vio el sello real de Breslau se iluminó su rostro.


-Os dejo sola para que la leáis con calma -se rió Angela.


-Gracias -le guiñó el ojo antes de que la doncella cerrará la puerta. Corrió hacia su cama y se apresuró a abrir la carta, sin imaginar ni remotamente su contenido.


Cuando Edward llamó a la habitación de Bella, le extrañó no obtener respuesta, se suponía que ella debía esperarlo allí.


-Bella, estás ahí -insistió. Al no contestarle acercó su oído a la puerta y le pareció escuchar sollozos. Sin dudarlo, la abrió, encontrándose a Bella echada sobre su cama, llorando desconsoladamente, sosteniendo un pliego de papel en su mano.


-Bella ¿qué te sucede? -le preguntó alarmado mientras la tomaba entre sus brazos, tratando de calmarla. La joven, sin dejar de llorar, escondió su rostro en su pecho ofreciéndole la carta.


Edward comenzó a leerla y con cada una de sus líneas su alma se iba llenando de temor. Para cuando había terminado de hacerlo vio como, frente a sus ojos, todas sus esperanzas y fantasías de vivir una vida junto a ella estallaban en miles de fragmentos. El Rey Charles no sólo no había aceptado su compromiso sino que le informaba a Bella de que era su deseo, su voluntad, que contrajese matrimonio con el Príncipe de Dagmar... con Jacob. De hecho, debía regresar cuanto antes para empezar con los preparativos. Edward creyó estar inmerso en una de sus peores pesadillas.


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CAPÍTULO 16

Mi querida hija:


Cuanto me apena contrariarte. Si has tardado en recibir noticias mías no ha sido más que debido a mi intención de alargar lo máximo el tiempo en que, al fin, debiera enfrentar la realidad que va a conllevar el que leas estas letras.


He intentado hallar miles de excusas plausibles al hecho de romper la promesa que te hice antes de que no separáramos pero no he encontrado ninguna. Tampoco va a serme útil el pedir miles de disculpas que jamás me otorgarás. Por tanto, lo mejor es hacerte saber de una vez que no podré aceptar tu compromiso con el Príncipe Edward de Meissen, pues ya he concedido tu mano en matrimonio al Príncipe Jacob de Dagmar. Sé que, en el fondo, no te sorprenderá esta decisión, eres conocedora de mi predilección por ese muchacho.


En cuanto al motivo, me parecieron muy buenos los argumentos que el mismo Jacob me dio en nuestro viaje de retorno a casa sobre el hecho de no dilatar más un acontecimiento que, en cierto modo, había estado prácticamente establecido desde que ambos nacisteis, nunca se anunció nada concreto sobre el asunto pero mi corazón, y sé que el del Rey William, albergaban ese deseo con fervor.


No creo conveniente, dada la situación, culpar al muchacho de haberme influenciado a su favor, si bien es cierto que compartía, al igual que yo, la absoluta certeza de que tu deseo de permanecer más tiempo en Los Lagos y no volver conmigo para enfrentarte a la responsabilidad de buscar un marido siendo una princesa heredera como eres, eran fruto de una infantil e injustificable rebeldía. Y creo que tú misma lo demostraste al revelarme tus intenciones al pretender contraer matrimonio con alguien que apenas conocías cuanto ¿dos semanas a lo sumo?


Con esto no quiero poner en tela de juicio en absoluto la honorabilidad del Principe Edward, al contrario, estaré eternamente agradecido a su padre el Rey Carlisle por haberme ayudado en momentos en que nos azotaba la calamidad. Sin embargo, no lo veo razón suficiente como para permitir que te aventures en un matrimonio al que no le veo ningún tipo de solidez ni futuro, sólo el enamoramiento fugaz de juventud, inmaduro y voluble.


En cualquier caso, me sería del todo imposible, en mi posición, retirar mi promesa con el Rey William. Ciertamente nuestra amistad se remonta a hace muchos años pero, por la misma razón, la ofensa hacia él sería mucho mayor pues se sentiría del todo traicionado. Podría traer consecuencias desastrosas para nuestros reinos y no estoy dispuesto a sobrellevarlas por lo que no considero sea una decisión acertada por tu parte.


Te prometí que haría honor a tu buen juicio pero, en esta ocasión no creo que haya sido él el que te haya llevado a hacer esta elección. De hecho, me atrevo a apelar a ese buen juicio para que reflexiones y comprendas que esto es lo mejor y que todo lo he hecho por tu bien. Imagino que a pesar de todo lo que te he explicado, no habré impedido tu enojo y tu rencor para conmigo. Solo me resta pedirte disculpas y rogarte que tengas a bien regresar cuanto antes a Breslau para iniciar los preparativos de tu matrimonio.


Tu padre que te ama


Charles, Rey de Breslau.


Edward terminó de leer aquella condenada carta sin dar crédito a lo que estaba leyendo.


-Me lo prometió -gimió Bella. -Me prometió que no aceptaría ningún compromiso en mi nombre.


-Sin duda Jacob ha resultado ser más astuto y zaino de lo que yo creía -masculló con rabia aplastando aquella maldita hoja entre su puño. -Ha sabido jugar muy bien sus cartas.


-Jamás creí que fuera capaz de algo semejante -se lamentó Bella entre lágrimas..


-¿A quién de los dos te refieres? -aseveró Edward mirándola. Bella bajó su rostro.


-Jacob entrevió el sentimiento que entre ambos estaba naciendo y se ha aprovechado del hecho de que contaba con el apoyo de tu padre para adelantarse y quitarme de su camino -concluyó Edward con una gran impotencia reflejada en su voz.


-¡Mi padre no puede hacerme esto! -se exasperó ella. -Le escribiré de nuevo -dijo levantándose de la cama. Edward la tomó de la mano deteniéndola.


-Eso no servirá de nada, Bella -le aseguró. -Tu padre deja bien claro que no puede retirar su palabra al Rey William -le recordó. -Si no he entendido mal, teme que pueda desembocar en un enfrentamiento entre los dos reinos, a lo que él no está dispuesto a llegar.


-¡Pero alguna salida habrá! -exclamó ella -¡Algo tendremos que hacer! ¿Os es que piensas aceptar su decisión como si nada? -le reclamó crispada.


-¡Prefiero la muerte a dejar que te unas a otro! -declaró con firmeza, abrazándola con desesperación.


Le era imposible imaginarse la vida lejos de ella. Había confiado, al igual que ella, en que su padre les daría su consentimiento, pero, darse cuenta, de un modo tan inesperado e insospechado que debía renunciar a ella, le congelaba la sangre. Edward no acertaba a pensar con claridad, no era capaz de encontrar una solución, ni tan sólo asimilar que era verdad aquel mal sueño ¿Cómo remediar algo que resultaba tan irreal que incluso parecía una burla?


Bella lo miró a los ojos, desbordados los suyos de angustia y desesperanza. Edward se estremeció. La amaba tanto que todo carecía de sentido frente a la idea de no poder tenerla a su lado. De repente, notó que Bella rodeaba su cuello con sus brazos, besándolo con fervor, un fervor impregnado de congoja y sal. Él respondió con el mismo ardor, el saber que podría perderla le hacía necesitarla aún más. Sin embargo, las manos de Bella comenzaron a resbalar por su cuello hasta llegar a su pecho, mientras comenzaba a juguetear con la abotonadura de su túnica.


Edward se apartó de sus labios por un momento, atónito, sin alcanzar a comprender.


-Hazme tuya -susurró Bella entonces.


-¿Qué? -la tomó por los hombros separándola de él.


-Quiero que...


-Te he escuchado, Bella -la interrumpió posando los dedos sobre su boca. -¿Has perdido la razón?


-¿Por qué? -exclamó ella. -¿No me dijiste ayer mismo...?


-Sí, Bella, y tú misma me dijiste que había que esperar -le recordó él.


-Pues ya no quiero esperar más -respondió intentando besarlo de nuevo.


-No, Bella -se irritó.


-¿No me amas? -le reprochó entre sollozos, sintiéndose avergonzada por su propia actitud y rechazada por la de él.


-Más que nada en el mundo y lo sabes -se crispó Edward.


-¿Entonces? -le inquirió ella.


-No es esto lo que quiero para nosotros ¿no lo entiendes? -se exaltó.


-¿Y tú no entiendes que lo que queríamos para nosotros ya no va a ser posible?


-Por supuesto que soy consciente, al igual que soy consciente de que así tampoco se va a solucionar el problema -le aclaró.


-Quizás, sabiendo que he pertenecido a otro, el mismo Jacob me rechace -sugirió Bella. Edward la miró furioso ante tal afirmación, cosa que ella ignoró. -Y si no -continuó ella -que sepa que, si aún así pretende casarse conmigo, ya no habrá nada que yo pueda ofrecerle -concluyó tras lo que comenzó otra vez a desabrochar los botones de la túnica del muchacho. Edward la agarró por las muñecas.


-No pienso mancillarte y sentarme después a esperar y ver cual es la decisión de Jacob -le advirtió con dureza.


Los ojos trémulos de Bella empezaron de nuevo a desbordar en lágrimas.


-¡Es que no ves mi desesperación! -se rindió al fin apoyándose sobre el pecho masculino.


-Es la misma que encoge mi corazón, Bella -la rodeó entre sus brazos.


-¿Qué vamos a hacer? -sollozó ella.


-Por lo pronto le daremos la noticia a los demás y ojalá ellos vislumbren la solución que nosotros no somos capaces -respondió mientras seguía acunándola en su pecho ayudándola a calmarse.


Pasados unos minutos, y ya encontrándose más calmados ambos, Edward tomó a Bella de la mano y, cogiendo la carta causante de su mayor desdicha, bajaron hacia el comedor.


Ya todos esperaban en la mesa. Su alarma fue visible en cuanto los vieron aparecer con esa expresión tan sombría y desoladora en su rostro.


-Hijo, hay algún problema -se interesó Carlisle.


-Leelo tú mismo -le dijo con voz grave, alargándole el pliego de papel, tras lo que tomó asiento al lado de Bella.


-¿Qué sucede, primo? -preguntó Jasper impaciente, sin querer esperar a que su tío concluyera con aquella extraña petición.


-El Rey Charles deniega su consentimiento para que puedan comprometerse formalmente en matrimonio -se le adelantó Carlisle.


Las expresiones de asombro no se hicieron esperar.


-¿Cómo? -preguntó Alice estupefacta.


-De hecho, estoy comprometida con el Príncipe de Dagmar -añadió Bella sin levantar la vista de su regazo, luchando contra las lágrimas asomaban a sus ojos.


-¡¿Con Jacob? -se exaltó Alice. Bella asintió.


-¿Cómo ha podido ocurrir esto? -se lamentó Esme. -Realmente creí que vuestro matrimonio era un hecho. Querido -miró a su esposo -tal vez si tú intervinieras.


Carlisle negó con la cabeza, mientras seguía leyendo la carta.


-Por lo que veo no hay muchas esperanzas de que el Rey Charles cambie de idea -le informó. -Primero porque cree que la suya es la elección correcta y segundo porque no quiere arriesgarse a crear conflictos entre los dos reinos.


-Pero no podemos permitir que Bella se case con ese príncipe entrometido -sugirió Rosalie que, tal y como le había advertido a su tía, había bajado para cenar.


-Por supuesto que no lo vamos a permitir -aseveró Alice con voz firme.


-¿Tienes alguna sugerencia, Alice? -preguntó entusiasmada Bella, creyendo ver un luminoso destello en ese oscuro pozo en el que se había sumido desde que recibiera la nota de su padre.


-En efecto -acordó. -De hecho, mañana mismo le daremos solución a este problema.


-¿De que forma? -preguntó Edward extrañado.


-Lo único que deberíais hacer en estas circunstancias sería escapar de vuestros respectivos reinos y refugiaros en algún otro para pedir asilo político y pedirle al rey de dicho reino que consintiera en casaros -le explicó. -Yo misma concuerdo en daros asilo a ambos y estoy segura de que el Rey de Los Lagos accederá gustoso a oficiar vuestro matrimonio -sentenció con severidad -¿Cierto? -se giró hacia su esposo que la observaba atónito.


-Sí -titubeó él -Por supuesto.


-Definitivamente aún no te has recuperado de la enfermedad que padeciste hace algunos días -espetó Bella cuya mirada se ensombreció ante semejante locura.


-¿Necesitas el consentimiento de tu padre para ser feliz, Bella? -se irritó Alice.


-Por supuesto que no -se ofendió bella.


-¿Entonces? ¿No es suficiente casarte con el hombre que amas? -inquirió su prima con alterada voz.


El resto de los presentes observaba desconcertado como se iniciaba aquella discusión entre las dos primas y sin que ninguno de ellos fuera capaz de intervenir.


-Un matrimonio tal cual te he sugerido es perfectamente válido -le aclaró Alice.


-Sí, pero despertaría la ira de mi padre -le respondió Bella.


-¿Y qué prefieres, lidiar con la ira de tu padre o vivir una vida sin amor? -la retó.


-La respuesta es evidente, Alice, mas no quisiera provocar una guerra entre ambos reinos -añadió.


-A lo máximo que puede llegar tu padre es a retirarte el saludo -se mofó Alice.


-¿Y si Jacob toma represalias? -puntualizó.


-¿Contra tu padre? No puede reprocharle algo de lo que no era conocedor -se encogió de hombros.


-Me refiero contra nosotros, Alice.


-Si bien no tengo potestad absoluta sobre el ejército de este Reino si la tengo sobre el ejército de Asbath. Si hay que luchar, se luchará -sentenció con gran seguridad.


-Si fuera necesario, mi señora -la interrumpió Jasper -este ejército sobre el que "también tenéis plena potestad" -agregó con claro reproche en su voz -se uniría a la causa.


-Pero provocar un enfrentamiento...


-Dudo que el Príncipe Jacob llegase tan lejos conociendo la gran envergadura que supondría la unión de todos nuestros ejércitos, Bella -la corrigió Jasper.


-¿Hay algo más importante que el amor por lo que luchar, Bella? -se exasperó Alice.


La joven suspiró contrariada. Aunque hubiera preferido que fuera de otro modo, Alice tenía razón. Miró entonces a Edward que asintió, sus ya relajadas facciones eran clara muestra de que coincidía con la opinión de su prima.


-Papá -le escuchó decir al muchacho que miraba ahora esperanzado a su padre.


-Me apena que se hayan dado así las cosas -le confirmó Carlisle -pero es lo que propone Alice o que renunciéis.


-Eso nunca -atajó él.


-Entonces no se hable más -concluyó Alice. -Rosalie, habría que pedir a tus costureras que hicieran horas extras esta noche. ¿Sería posible? La boda debería celebrarse mañana al anochecer.


-No habrá problema -le aseguró ella.


-Necesitaría tu ayuda y la de Esme para disponer los arreglos rápidamente mañana -les pidió, a lo que ambas mujeres asintieron.


-Entonces todo listo -suspiró Alice satisfecha. -Congratúlate, Bella -se dirigió ahora a su prima -vas a casarte con el hombre que amas y con un vestido y una ceremonia sobrios y sencillos, tal y como a ti te agrada.


Bella la miró en silencio, sorprendida. Habría sido todo un cumplido si no hubiera adivinado cierto resquemor en sus palabras.


-Ahora -dijo Alice levantándose, viendo a Charlotte que ya entraba al comedor a servir la cena -si me disculpáis me retiro. No tengo ningún apetito y quiero estar descansada para el ajetreado día que nos espera mañana.


Dicho esto, y sin esperar ningún tipo de respuesta de los allí presentes, se marchó, dejando a todos en un estado de estupor difícil de ignorar. Se miraban en silencio sin atreverse a hacer ni el más mínimo comentario a lo que, ya todos, creían que era un comportamiento completamente fuera de lo común.


-Definitivamente, desde que Alice enfermó no es la misma -rompió Bella al fin aquel silencio sepulcral. -¿Es posible que una dolencia de tales características como la que ella sufrió la haya afectado así? -le preguntó a Carlisle.


-No es probable -afirmó pensativo.


-Primo, discúlpame que sea tan directo pero... ¿ha ocurrido algo entre vosotros que haya provocado esta actitud? -se atrevió a preguntarle Edward.


Jasper se limitó a negar con la cabeza, con la mirada perdida. Él estaba igual de confundido que todos, incluso más. Aquella mañana, justo antes de que Alice enfermara, había creído por un momento que su máximo sueño estaba cercano a cumplirse, que por fin iba a poder disfrutar del amor de su esposa que él tanto ansiaba, pero desde que Alice despertara de aquella fiebre no había compartido ni un sólo minuto con ella. Cada vez que había ido a visitarla la encontraba dormida y, en las pocas ocasiones en las que le había dirigido la palabra, había sido de un modo frío y tajante, casi hiriente, como si él sólo le inspirara algún tipo de rencor que no alcanzaba a comprender por más que lo intentara.


-Voy a ir a hablar con ella -decidió Bella.


-¿Crees que conseguirás averiguar que le sucede? -le preguntó Rosalie.


-No lo sé, pero voy a intentarlo.


-Deberías cenar primero -la detuvo Edward.


-En realidad yo tampoco tengo apetito -admitió. -Demasiadas emociones para un solo día.


-Está bien -aceptó él -pero permíteme entonces que te acompañe hasta su recámara -le pidió.


-De acuerdo -accedió ella.


-Enseguida vuelvo -informó a los demás mientras ambos se retiraban de la mesa.


Tomó su mano y la condujo fuera del comedor hacia la recámara de Alice. En cuanto se adentraron en el corredor tiró de ella para ocultarse tras una columna.


-Veo que estás tomando como costumbre el refugiarte tras las columnas -se rió ella.


-Y yo compruebo con gran alivio que has recuperado tu estado de ánimo -sonrió Edward.


Bella suspiró intranquila tornándose seria su expresión.


-Creo que es la única solución factible -razonó Edward -Es eso o, tal y como ha dicho mi padre, el que renunciemos.


-No -se apresuró a decir ella.


-Entonces, serénate. Verás que todo sale bien -afirmó él con confianza, inclinándose sobre ella con mirada sugerente.


-Creí que ya no estabas impaciente -bromeó ella.


-¿Estás tratando de castigarme? -preguntó él mientras seguía acercándose.


-Es posible -le insinuó ella mas no pudo, aunque hubiera tratado, que aquellos labios masculinos atraparan los suyos para acariciarlos con urgencia, con apremio, como si el hecho de haber creído por unos instantes que podría haberla perdido lo hubieran dejado sediento y ahora quisiera saciar esa sed de ella que lo asfixiaba. Edward comprobó con gozo que ella se abandonaba a su beso, pareciera que esa necesidad no sólo lo invadía a él.


-Percibo que no soy yo el único impaciente -respiró él sobre sus labios.


Bella respondió con una simpática mueca.


-Mañana por fin te convertirás en mi esposa -susurró él besándola de nuevo.


-Rezo para que no ocurra algo que lo impida -admitió.


-Nada va a suceder -la tranquilizó.


-Está bien -aceptó ella. -Pero ahora, tú vuelve al comedor a cenar y yo voy a hablar con esa desconocida que dice ser prima mía.


-Ciertamente se comporta de un modo muy extraño -concordó Edward separándose de ella.


-Y por más que trato no se me va de la mente la idea de que tiene que ver con tu primo -puntualizó.


-¿Con Jasper? -se sorprendió.


-¿No te has dado cuenta de como se refiere a él en estos días? -le preguntó -¿Dónde quedó aquel "mi señor" objeto de nuestras burlas? -le recordó. -Esta noche ni siquiera era su "esposo", era "el Rey de Los Lagos".


-Tienes razón -asintió él. -Y sin embargo tampoco él parece conocer la causa -añadió.


-Creo que sé como manejar la situación -sugirió.


-Buena suerte, entonces -le deseó dándole un último beso. -Y procura descansar.


-Hasta mañana -se despidió Bella con una sonrisa viéndole retomar el camino hacia el comedor. Respiró profundo y se encaminó decidida hacia la recámara de su prima, resuelta a enfrentarse a ella y averiguar de una vez que le ocurría. Cuando llegó a su puerta, ni siquiera se molestó en llamar. Al entrar la vio de pié junto a la ventana, con la mirada perdida en la oscuridad de la noche.


-¿Tú tampoco tienes apetito? -le preguntó Alice sin apenas mirarla.


-No -respondió Bella cortante, cerrando la puerta tras de sí.


-Deberías estar entonces en la habitación de Rosalie para comenzar con tu vestido -le dijo.


-Iré enseguida -le indicó -en cuanto me expliques que está sucediendo.


-Que te vas a casar con Edward mañana -respondió ella con apatía.


-Deja el sarcasmo conmigo, Alice, pues no va a funcionar -le advirtió. -Yo no soy Jasper que deja que lo trates con absoluta frialdad e indiferencia sin que se inmute.


Alice la miró entonces duramente, casi trataba de atravesarla con el fuego de su mirada.


-Así que es eso... -sonrió satisfecha. Iba a ser mucho más fácil de lo que creía.


Alice desvió de nuevo su mirada hacia la negrura que cubría el exterior del castillo. En el reflejo del cristal observó como se acercaba su prima.


-Pensé que querías que fuera feliz -se lamentó Bella.


-¿Acaso no te he ayudado hoy a que lo seas? -se volteó ahora a mirarla, con un tono de reproche en su voz.


-¿Crees que puedo serlo viéndote así? -le preguntó.


-Deja de pensar en mí y ocupate de tu propia felicidad -le recomendó.


-No, Alice. Soy tan egoísta que quiero mi felicidad y la tuya.


-La mía es una causa perdida -negó con la cabeza.


-No me lo pareció aquel día que fuiste a verme a la escuela llena de ilusión -sugirió.


-Han pasado muchas cosas desde entonces...


Aquella afirmación sorprendió a Bella ¿que más había pasado desde aquella mañana además de aquella fiebre que se había negado a abandonarla durante dos largos días? Fue entonces cuando la fugaz y casi absurda idea de que algo había pasado en su camino aquella mañana hacia la cocina se instaló de forma persistente en su mente.


-Alice -le dijo tomándola por los brazos y obligándola a mirarle -¿qué pasó en la cocina? -se arriesgó a aventurar Bella. -¿Escuchaste algo?


Alice abrió más los ojos hacia su prima ¿acaso sabía, sospechaba algo? Y, aunque Bella no sabía nada, su reacción le dio pié a seguir indagando.


-¿Es Charlotte? -continuó Bella -¿O tal vez esa otra muchacha? María creo que se llama.


Fue entonces cuando Alice palideció, más si eso era posible, como si toda su sangre hubiera abandonado su cuerpo. Su mirada, de repente, se convirtió en un par de guijarros fríos, sin vida. Bella temió por un instante que su prima se derrumbase entre sus manos. Despacio la llevó hasta la cama y la sentó junto a ella.


-Mírame, Alice -le ordenó Bella a lo que la muchacha tardó varios segundos en obedecer -Repasa en tu mente y dime si alguna vez te he fallado.


Alice bajó su mirada hasta sus manos mientras negaba con la cabeza.


-¿Y crees que tengo motivo alguno para hacerlo ahora? -continuó. -Dime, Alice.


-No -musitó finalmente la muchacha.


-Te escucho, entonces -concluyó Bella con actitud paciente.


Sin embargo, aquellas palabras que ella aguardaba no llegaron nunca. Sólo presenció como su prima se desmoronaba, rompiendo en llanto mientras se lanzaba a sus brazos desconsolada.


-¡Alice! -se alarmó Bella.


Pero Alice seguía sin responder, se perdió en aquellas lágrimas que, de forma fallida, se había propuesto esa misma mañana anular de su existencia por completo. Y es que, por más que lo estaba intentando, no formaba parte de su ser el comportarse así, incluso era temerosa de esa frialdad con la que estaba disfrazando su desilusión. Le suponía casi un esfuerzo sobrehumano el tener que actuar de forma tan indiferente con sus seres amados, con Bella, Emmett... con Jasper... porque, por más que se sintiera traicionada, no era capaz de reprimir su corazón desleal e impedirle que latiera con fuerza con el simple sonido de su voz. Y no sólo los estaba dañando a ellos, se estaba dañando a sí misma, como si se estuviera envenenando con cada una de sus palabras lacerantes. Sentía a cada minuto que se estaba sumiendo por sí sola en un abismo de miseria y soledad y sabía que no sería capaz de soportarlo.


-Discúlpame, Bella -le dijo al fin entre sollozos.


-Te perdonaré si me cuentas que pasa -le exigió con gran preocupación.


-Es que no se como...


-Por lo pronto, deja de llorar y cuéntame que pasó en la cocina -la alentó.


Alice se separó del cuerpo de Bella y respiró hondo un par de veces en busca de sosiego para empezar a narrarle a su prima lo que había sucedido aquella mañana.


-¿Y tú creíste esa malintencionada insinuación? -le reprochó Bella.


-¡Todo encajaba! -se defendió Alice. -Sus interrupciones, justo en el preciso momento, sus sonrisas llenas de maldad e intriga... recuerda aquel comentario suyo aquella tarde en la cocina en que quise cocinar... todo cobró sentido -le explicó -¡Y tampoco olvides la actitud de él!


-Creo que te dejé bastante claro mi opinión sobre eso -le respondió. -No creo que sea más que cautela y temor a tu rechazo.


-Pues yo estoy convencida de que tiene amores con María -la contradijo.


-¿Y qué me dices de aquel beso que te dio estando en su escritorio? -argumentó.


-Sí -aceptó entristecida -yo también dudé por un segundo, pero...


-¿Hay algo más? -quiso saber Bella sin dar crédito aún a sus palabras. Alice asintió.


-Ayer por la mañana, presa de esa duda que también me asaltó por un momento, creyendo de nuevo que sí existía la posibilidad de que pudiera ser feliz, acudí a su recámara y lo hallé... en compañía -le explicó con voz trémula.


-¿De María? -se alarmó Bella.


-Estaba... -titubeó la joven -estaba ayudándole a vestirse -dijo al fin, tras lo que ocultó su rostro, surcado nuevamente por las lágrimas, entre sus manos.


-Debe haber una explicación -dudó Bella incrédula. No conocía a Jasper ni un ápice para poder asegurarlo pero no lo creía capaz de semejante descaro.


-Sí, ¡qué son amantes! -insistió Alice entre sollozos.


-No -negó Bella con cierto alivio en su voz y la clara expresión de haber hallado la respuesta que necesitaba. -De hecho él mismo la dio ayer.


-No te comprendo, Bella -la miró Alice.


-Recuerdo que ayer se retrasó a la hora de desayunar -comenzó -bastante, de hecho, casi estábamos terminando. Nos pidió disculpas por quedarse dormido, se sentía molesto consigo mismo pues lo consideraba "impropio de un soberano", incluso comentó que había entorpecido la labor de la sirvienta que había acudido a ordenar su recámara al encontrarse aún en ella.


-Sí, claro, muy oportuno -se mofó Alice.


-Por supuesto que todos lo disculpamos -continuó ignorando su comentario mordaz -sabiendo que apenas si había dormido en los dos días en que estuviste enferma.


-¿A qué te refieres? -le preguntó extrañada.


-¿Quién crees que estuvo cuidando de ti? -le preguntó.


-Pues... -dudó -imagino que tú.


-Sí -le confirmó -y tanto Esme como Rosalie me ayudaron a ocuparme de ti... durante el día -hizo hincapié en esa última parte.


-Durante el día... ¿quieres decir qué...? -Alice no podía creer en absoluto la absurda idea que estaba asaltándola.


-Exactamente lo que estás imaginando -le reiteró casi como un reproche. -Durante el día, tu horrible marido se encargaba de cumplir con sus obligaciones como soberano mientras, por la noche, y sin que ninguno de nosotros fuera capaz de disuadirlo, cumplía con lo que para él, como nos decía, eran sus obligaciones como esposo, velando sin descanso tu agitado sueño.


Alice no era capaz de articular palabra, tratando de no dejar que semejante revelación hiciera hueco en su mente para volver a crear una esperanza que estaba segura volvería a derrumbarse, tal y como ya le había ocurrido.


-Tu esposo pasó dos días sin apenas descansar -prosiguió Bella. -Carlisle temía que él también fuera a enfermar si continuaba con aquella obstinación. Sin olvidar que apenas comía y se movía atormentado por el castillo como si fuera un fantasma.


-¿Y qué me quieres decir con todo esto? -se puso Alice a la defensiva.


-Que estoy convencida de que lo que me has contado es consecuencia de tu inseguridad y tu desconfianza -le reprochó. -Creo que al final vas a tener razón cuando me dices que te obligo a leer demasiado... deja volar a tu imaginación.


-No es producto de mi imaginación que ella lo estuviera ayudando a vestirse -se defendió Alice. -Ni la sonrisa maliciosa que me dedicó después.


-Y no crees que todo sea fruto de sus malas intenciones -le quiso hacer entender.


-No se... -dudó Alice


-¿No la crees capaz de eso pero sí de ser la amante de tu esposo? -protestó Bella con sorna.


-¡No trates de confundirme! -sacudió Alice la cabeza. Sabía que había algo detrás de todo lo ocurrido y los comentarios de su prima no la iban a convencer de lo contrario.


Bella suspiró. Decidió por un momento ponerse en el lugar de su prima y entender la gran lucha interior que estaba atravesando.


-Alice, no quiero persuadirte de nada, ni intentar que cambies de opinión -la tranquilizó. -Sólo quiero que lo medites, que trates de recordar como se ha estado comportando Jasper contigo desde el primer momento en que pusimos un pié en este castillo y decide entonces si merece o no la oportunidad de que le hables sobre tus dudas.


-Seguramente lo negaría -aseveró Alice.


-Entonces quedaría resuelto el problema, ya que tú estás tan convencida de que tienes razón -se encogió de hombros -pero... ¿y si estás equivocada y estás castigándolo sin motivo? Piénsalo, Alice.


-Está bien -aceptó Alice a regañadientes tras unos segundos -lo haré, mas lo primero ahora es tu boda.


-Hablando de eso -el semblante de Bella se suavizó. -Muchas gracias por lo que has hecho.


-No entiendo la actitud de tu padre -admitió. -Pero no podía permitir que las dos fuéramos infelices.


-Tú lo eres porque eres muy obstinada -le dijo Bella a modo de reproche.


-Ya te he dicho que lo pensaré ¿no? -se excusó Alice. -Así que, ahora, ve al cuarto de Rosalie a que empiecen con tu vestido.


-¿Seguro que no quieres venir y ayudarme con eso? -le sonrió.


-No -se apresuró a negar -Es tu boda, tu vestido, tu felicidad... tu momento, Bella -sonrió entristecida. -Nos vemos mañana.


-Está bien -le dijo levantándose y besando su mejilla. -Que descanses.


-Trataré -le respondió, aunque bien sabía que no iba a ser nada fácil, sumida en tal profunda confusión como estaba.