Dark Chat

domingo, 21 de noviembre de 2010

Esposa de un Jeque

Capítulo 8

MÁS TARDE, mientras estaba sentada entre su marido y la mujer de uno de sus primos, Bella sintió que la cena duraría eterna mente. No era que la compañía no fuese entretenida. Puesto que lo era. La mujer del primo de Edward, Angela, era muy dulce y todos habían sido muy amables con Bella, pero su esposo la estaba volviendo loca.

Parecía que se le había metido en la cabeza que ella volviera a confiar en él. En su matrimonio.

Puesto que en su cultura no estaba bien visto ver que una pareja se acariciara en público, todos sus con tactos eran en secreto. A veces, por ejemplo, por de bajo de la mesa, acariciando su muslo por encima de la tela de su vestido, o con el pie rozando sus medias.

Le había pedido que se vistiera con ropa occidental para la cena. Y se había alegrado de seguir su consejo al ver a las otras mujeres vestidas del mismo modo, aunque los hombres iban ataviados con ropa tradicio nal árabe.

Cuando sintió la punta del pie de Edward acariciar su pantorrilla por debajo de su falda larga, deseó llevar algo más que un par de medias finas.

Pero no podían abandonar la cena antes de que su tío los excusase.

Bella se giró para decirle que dejara de tocarla:

— Edward...

—¿Sí, querida?

El pie no dejó de moverse.

Ella hizo un gesto de asombro y él sonrió.

Bella estaba un poco afectada por la discusión que habían tenido, pero él le había prometido no vol ver a mentirle.

—Si no paras, te tocaré yo también con mi pie.

Edward se rió.

Y ella no pudo evitar sonreírle. Suspiró y se dirigió a la otra acompañante que tenía al lado. Lila.

—El jeque Edward y tú hacéis buena pareja—comentó la mujer.

—Gracias.

—Es agradable ver que él encuentra placer en una obligación que debe de haberle costado aceptar.

—Sí.

Cuanto más tiempo pasaba en Jawhar, más se daba cuenta de los muchos sacrificios que Edward había te nido que hacer en bien de los negocios de la familia y de sus intereses, sacrificios que le habrían llevado a re nunciar más de una vez a su felicidad personal.

—En mi opinión, no era necesario. No creo que los disidentes pudieran forzar a la familia a abandonar el país. Y, después de todo, el casarse con una americana debe ser difícil para los miembros más tradicionales de la familia. Pero Edward está contento—Angela se inclinó hacia adelante y susurró—. Mi marido jamás habría aprobado que yo tuviera una profesión.

Teniendo en cuenta que la mujer en cuestión era la mujer del Príncipe Coronado de Jawhar, hasta Bella podría comprenderlo. El ser reina debía ser un tra bajo a tiempo completo.

Bella no sabía qué tenía que ver su matrimonio con la política.

—¿Realmente el rey Aro piensa que puede triunfar un golpe de estado?—preguntó Bella.

—No lo creo. Creo que quiere que el jeque Edward esté preparado por si es así, pero no creo que sea nece sario. Los disidentes tienen menos apoyo que hace veinte años y entonces no prosperó el golpe.

—Es una pena que el Rey no pueda confiar en nadie más que en la familia para que cuide sus intereses en el extranjero. Edward estaría más feliz viviendo en Jaw har.

Bella estaba segura de ello.

—Tal vez se podría convencer a mi suegro de poner a un administrador de confianza para que se ocupase de los asuntos de la familia en el extranjero. Pero ten dría que ser alguien de la familia quien se ocupase de las obligaciones de Edward.

Bella no comprendía. ¿Sería un problema del idioma? ¿O Angela quería decir que Edward tenía aún más obligaciones en los Estados Unidos?

—Después de todo, sólo un miembro de la familia podría garantizar visados permanentes para vivir en los Estados Unidos. Creo que el gobierno de tu país in cluso exige que haya una relación. Tú lo sabrás mejor que yo.

Bella estaba confusa. El descubrir la fecha del informe del geólogo no había sido nada comparado con lo que sentía en aquel momento.

—No comprendo—dijo.

Angela sonrió.

—A mí también me pareció muy complicado cuando mi marido me lo contó. Me gusta que me cuente sus cosas. En algunos sentidos es muy tradicional, pero no menosprecia mi intelecto.

—¿Puedes explicármelo?—insistió Bella.

—¿Por qué no se lo preguntas a Edward? Aunque a mí tampoco me gusta reconocer delante de mi marido que no he comprendido algo que me ha explicado. Su pongo que es por orgullo—suspiró; luego sonrió—: Es muy sencillo, realmente. Al casarse Edward contigo, los miembros de su familia pueden obtener visados permanentes para residir en los Estados Unidos, siem pre que él se haga responsable económicamente. Lo que no es problema, por supuesto.

—¿Visados permanentes?—Bella tosió.

Angela asintió y siguió.

—También está la sociedad en la empresa de excava ciones, por supuesto. El rey Aro quiere participar de los beneficios de los descubrimientos geológicos. Él está convencido de que la empresa de tu padre es cru cial para ello.

—¿Una sociedad para las excavaciones?—preguntó Bella.

Angela no reparó en la pregunta y agregó:

—Mi marido creyó que el rey Aro veía muy lejana la alianza del matrimonio, hasta que se dio cuenta de que, como siempre, su padre tenía otros beneficios en mente.

—Visados permanentes...—dijo en voz alta Bella.

Angela asintió.

—El rey Aro es un agudo negociante.

Bella se había quedado pensando en que su matrimonio había sido parte de un trato comercial.

—¿Quieres decir que el deber de Edward era casarse conmigo?—susurró Bella, horrorizada.

—Bueno, sí, por decirlo de alguna manera.

—¿El beneficio añadido de un matrimonio conmigo para Edward eran los visados permanentes para la familia por si había problemas con los disidentes?—pre guntó Bella, viéndolo todo repentinamente claro.

Aquella vez Angela no contestó, como si se hubiera dado cuenta de que lo que estaba diciendo era una no vedad para Bella.

Bella no podía creer que su matrimonio hu biera sido parte de un acuerdo con Excavaciones Swan. Y que el hombre que pensaba que la amaba le hu biera mentido y engañado. No había habido amor.

Angela parecía preocupada.

Bella se sintió indispuesta. No era una esposa amada. Deseada y querida. Sólo una pieza necesaria para un negocio.

Se sintió humillada.

—¿Lo sabe toda la familia?—preguntó, queriendo la confirmación de lo peor.

Angela agitó la cabeza vehementemente.

—Nadie fuera del círculo del rey Aro, mi esposo, Edward y tú conocéis el plan.

Eso no era consuelo para ella. La habían traicio nado. Su padre le había mentido. Su marido le había mentido. La habían utilizado como medio para un fin por un rey que acababa de conocer.

Lo odiaba. Y se odiaba a sí misma. Había sido una tonta. Veinticuatro años no le habían servido de nada para darse cuenta de que la estaban usando. Edward no la amaba. Ni siquiera le importaba ella. Si no, no la ha bría utilizado. ¿Y su padre? No parecía que fuera muy diferente.

Sintió un mareo.

¿Lo sabría su madre? ¿Y Alice? No. Alice se lo habría dicho.

—¿Estás bien? Estás muy pálida—oyó la voz de Angela, en medio del mareo.

Angela rodeó a Bella y exclamó:

—Jeque Edward. Creo que su esposa no se encuentra bien.

—¿Qué sucede?—preguntó Edward

—No tienes corazón—dijo Bella, llena de do lor—. Te odio.

Edward se echó atrás como si le hubiera golpeado. Bella estaba destrozada. Lo único que deseaba era escapar. Se quiso poner de pie pero Edward no la dejó.

—¿Qué sucede?

—Déjame que me vaya.

—No. Explícame qué te ha puesto tan mal.

—Me mentiste.

—Ya hemos hablado de ello. Y lo has comprendido.

—Yo soy una obligación para ti. Tú tenías la obliga ción de casarte conmigo—exclamó ella—. ¡He sido parte de un acuerdo con mi padre!

Edward miró a Angela.

—¿Qué le has dicho?

—Me ha contado la verdad, algo que mi marido y mi padre no han querido hacer—respondió Bella por Angela.

Oyó al rey Aro preguntar qué pasaba, pero todos los sonidos parecían apagarse, incluida la disculpa de Angela.

Muchas veces se había sentido rechazada, pero nada había sido como aquello. Había sido considerada un objeto de cambio por su padre, y un medio para conseguir algo por su marido. El saber que no había sido amor lo suyo era demasiado. Demasiado dolor. Demasiada traición.

Intentó ponerse de pie otra vez, olvidándose de que Edward la tenía sujeta firmemente. Miró su mano: no quería que la tocase, pero no le salía la voz. Entonces, miró a su alrededor.

Nadie parecía haber reparado en lo que estaba suce diendo en la mesa principal. Edward ya no estaba ha blando con el rey Aro. Le estaba hablando a ella, pero no podía registrar su voz por el zumbido que oía en sus oídos.

—Quiero ir a la habitación. Por favor, dile a tu tío que no me siento bien y que debo marcharme.

Pensó que discutiría con ella. Pero no lo hizo.

—Nos dará su bendición oficial, y luego podremos marcharnos.

Ella no respondió.

Simplemente se sentó, esperando que Edward le sol tara el brazo, mientras el Rey pronunciaba su bendi ción oficial.

Después despidió a los recién casados hacia sus apartamentos, diciendo que tenían cosas mejores que hacer. Los asistentes se rieron. Pero Bella había perdido todo su sentido del humor.

Edward la ayudó a ponerse de pie. Y de pronto, la alzó en brazos, diciendo que era una tradición en el mundo occidental llevar a la novia en brazos hasta el lecho de bodas.

Se suponía que eso debía ocurrir en su casa de re cién casados, pero ella no lo corrigió. Sabía que a na die le importaría.

Estaban todos muy contentos contemplando el su puesto romanticismo del mentiroso de su esposo.

Durante el trayecto a la habitación ella no dijo nada.

Cuando entró en sus departamentos, la dejó en un sofá tapizado en dorado y se sentó a su lado.

—No quiero que te acerques a mí—dijo ella.

Edward se quitó el turbante y lo tiró encima del es critorio. Cayó sobre el famoso informe de excavacio nes.

—¿Qué ha cambiado, Bella? Yo no he cam biado. Nuestro matrimonio no ha cambiado. Ya hemos hablado de esto antes de la cena. El modo en que nos conocimos no tiene nada que ver con nuestro futuro. Es un asunto del pasado.

Ella lo miró.

—No tienes por qué estar tan disgustada.

—Me he dado cuenta de que he sido manipulada por gente en la que confiaba, por mi padre y mi marido. ¿Y crees que no debo estar disgustada?

Edward había crecido en Jawhar no en otro planeta. No podía ser tan inconsciente.

—No te manipulé.

—¿Cómo puedes decir eso?

—No te obligué a que te casaras conmigo

—Me engañaste.

—¿Cómo?

—¿Me estás tomando el pelo? Me hiciste creer que te casabas conmigo porque querías hacerlo. Cuando en realidad lo has hecho porque era tu obligación según el plan de tu tío y mi padre. Creí que me amabas...

—Yo nunca te he dicho que te amaba.

—No. Es verdad. Pero sabías que yo creía que te ca sabas por mí.

—Yo he querido casarme contigo, Bella.

—Porque cumples con tu deber con tu tío y porque mi padre lo ha convertido en parte de un acuerdo con su empresa con un rey oportunista.

Edward se pasó la mano por el pelo.

—También satisfacía mi deseo, pequeña gatita.

—¡No me llames así! No significa nada para ti. Todas esas palabras que usas. Son sólo palabras para ti. Yo pensé que eran más que eso.

Edward se acercó a ella y se puso de rodillas.

—Para. Deja ya esto. Te estás haciendo daño, imagi nando lo peor, y no es verdad. Me ha complacido ha certe mi esposa. A ti te ha complacido casarte con migo. ¿Por qué no te acuerdas de eso y te olvidas del resto?

Hubiera querido hacerlo, pero no podía.

Edward tiró de ella.

—El motivo por el que te he pedido que te casaras conmigo no importa—dijo Edward, abrazándola—. Lo único que importa ahora es que estamos casados. Po demos ser muy felices juntos. Seremos felices depen diendo de lo que queramos darle a nuestro matrimonio. Créeme, corazón mío.

Ella lo escuchó.

—No puedo confiar en ti.

Y no era su corazón, pensó. No la amaba.

Bella sintió rabia y se separó de él.

—¡Aléjate de mí!

—Soy tu marido. No me hables de ese modo—le dijo, serio.

Su arrogancia no le atraía en absoluto en aquel mo mento, pensó ella.

—Soy tu esposa hasta que vuelva a casa y presente el divorcio.

Lo que acabaría con los planes de su padre y de su tío. No habían calculado eso. Pensaban que podía se guir casada con alguien que la hubiera manipulado. Al fin y al cabo, tendría que conformarse con eso o nada.

Pero se equivocaban. No sería el tipo de mujer que conquistaba hombres, pero no pensaba seguir casada con uno que no la amaba y la utilizaba.

—No hablarás en serio... No lo permitiré.

—No sé cómo son la cosas en Jawhar, pero en Esta dos Unidos puedo presentar un divorcio sin aproba ción del jeque, mi marido.

—Estás cansada. No puedes pensar con claridad—dijo él.

—Te equivocas. Sé perfectamente lo que estoy di ciendo.

Edward agitó la cabeza, como negando sus palabras.

—Necesitas descansar. Ahora no hablaremos más.

Ella se cruzó de brazos. Era posible que en Jawhar las cosas fueran así, pero él había ido al colegio en Francia y en Estados Unidos, cunas del feminismo. Y aunque ella no se había considerado nunca feminista, no pensaba dejar que su esposo la tratase como a una niña.

—¿Ah, sí? ¿Tú dices que no volveremos a hablar de ello y yo tengo que obedecer e irme a la cama?

Edward se pasó la mano por la cara.

—No es lo que he querido decir, Bella. Si te digo la verdad, yo estoy cansado también. Te agrade cería dejar esto para mañana.

Era posible que fuese verdad. Pero le asaltó una duda.

¿Querría cambiar de escenario y convencerla en la cama, donde había demostrado su maestría?

—Tienes razón, estoy cansada. Quiero irme a la cama.

Edward pareció aliviado.

—Pero no dormiré contigo—afirmó Bella.

—Eres mi esposa.

Ahora mismo no se sentía una esposa.

—Yo soy sólo un medio para un fin.

Edward se puso tenso.

—Eres mi esposa—dijo entre dientes, enfadado—. Cientos de invitados han sido testigo de ello. Tengo documentos legales en los que se afirma que ya no eres la señorita Bella Swan sino Bella Cullen Masen No vuelvas a decir que no eres mi es posa o a intentar olvidarte de mi nombre.

Estaba furioso. Se alegraba. Así no sería ella sola la disgustada.

—Los documentos no forman un matrimonio. Son sólo papeles. No prueban nada.

Ni ella se lo creyó. Estar casada sí significaba algo. Pero evidentemente, no lo mismo para él que para ella.

—La consumación del matrimonio es un hecho.

—¿Quieres decir que me has hecho el amor sólo para que me considerase casada contigo?—lo increpó.

Aquello pareció sorprenderlo. Porque la miró con incredulidad y le dijo:

—¿Te atreves a preguntarme semejante cosa?

—¿Por qué no? Te casaste conmigo por razones que yo no conocía. En lo que a mí me concierne, tus moti vos son todos sospechosos—Bella lo miró, fasci nada, al ver que él tenía que hacer un gran esfuerzo para controlarse.

Edward se dio la vuelta y se alejó.

—Bien. Yo dormiré en el sofá, aquí.

Bella pensó que él era demasiado alto para el sofá.

—Puedes acostarte en la cama. Yo dormiré aquí.

Al fin y al cabo, ella tampoco dormiría bien.

—O compartimos la cama o yo duermo aquí.

No se había dado la vuelta para mirarla, pero por el tono de su voz, parecía decidido.

—Bien.

Si quería sufrir, que sufriese, pensó ella.

—Dormiré sola en la cama—respondió Bella.

Él asintió. Ella se levantó y se fue al dormitorio. Antes de entrar miró a Edward. Parecía tan sólo como ella, allí, al lado de la ventana. Pero él era el responsa ble del curso que habían tomado las cosas. Al parecer, para él ella no era merecedora de la verdad, ni de amor.

Lagrimas de Amor

Capitulo 14

Edward se quedo afuera de la habitación de Bella y oyó el sonido de su llanto. Pensó que las cosas no podían seguir así. Habían pasado seis semanas desde que la había llevado a casa desde el hospital y cada noche había ocurrido lo mismo… el se quedaba en el pasillo, demasiado aterrorizado como para entrar y que ella lo rechazara, mientras que ella se quedaba allí sentada, llorando.

Haría lo que fuera por verla sonreír de nuevo. Su infelicidad le estaba destrozando, pero lo peor de todo era saber que el era responsable de sus lágrimas. Se dijo así mismo que nunca debería haberse casado con ella; debería haberla echado del castillo el primer día que la había visto, en vez de haberse quedado cautivado por su sonrisa.

Le asustaba darse cuenta de lo fácil que ella lo había cautivado. Sin haber sido el consiente de ello, Bella se había colado por debajo de sus defensas hasta convertirse en lo único que le importaba en la vida. Dejarla marchar le destrozaría el corazón, pero no podía mantenerla allí durante mucho más tiempo.

Bella salió del cuarto de baño y se detuvo al ver a Edward al lado de la cama. Frunciendo el ceño, se percató de que el había perdido peso y de que estaba demacrado, pero aun así seguía siendo el hombre más guapo que ella jamás había visto.

Durante las ultimas semanas el la había tratado con mucha delicadeza. Estaba convencida de que debajo de su aparente frialdad, el tenía un gran corazón y a pesar de la manera en la que ella lo había tratado, desconfiando de el de una manera terrible, el no le había echado la culpa por la pérdida de su bebé.

Ella había llorado incansablemente por la pérdida de la diminuta vida que había llevado dentro de sí, pero durante las ultimas noches sus lágrimas habían sido de desesperación al haberse dado cuenta de que Edward nunca la amaría.

El la miró un momento antes de volver a fijar su atención en las fotografías que había esparcidas por la cama.

Supongo que la mujer en silla de rueda es tu madre –dijo el-. No sabía que no podía caminar.

Bella asintió con la cabeza y tomo una de las fotografías.

Desafortunadamente mi madre perdió la movilidad de sus piernas en la primera etapa de su enfermedad. La respiración y la capacidad de digerir alimentos las perdió más tarde, casi al final, pero nunca, ni siquiera en sus peores momentos, dejo de sonreír –dijo, con el amor y el orgullo que sentía hacía su madre reflejados en la voz.

-¿La cuidaste en tu casa?

Si. Al principio, mi padre y yo nos la arreglábamos para hacerlo solos, pero, después, cuando ella ya tenía muchos dolores, mi padre contrató a una enfermera cualificada. Era cara, desde luego, como lo eran los viajes a otros lugares del mundo donde las promesas de curas milagrosas eran todo lo que a mi padre le quedaba por esperar. Obviamente nada funcionó –le confío tristemente-. Pero mi padre amaba tanto a mi madre, que hubiera hecho lo que fuese para salvarla… incluido robarte dinero –añadió-. A pesar de todo lo que ha ocurrido, no le puedo culpar. Ella era el amor de su vida, pero no espero que lo comprendas.

¿Crees que porque nunca he experimentado lo que es el amor no puedo reconocerlo y respetar a las personas que lo sienten? –exigió Edward con dureza.

Una vez me dijiste que no creías en el amor –dijo ella, mirándolo.

-dios, dije muchas tonterías… ¿me las vas a echar todas en cara? Cualquiera que mire las fotografías de tus padres se daría cuenta del amor que compartían. Tú padre debió de quedarse destrozado por la muerte de tú madre. Si te hubiese escuchado la primera vez que viniste a mí, quizá hubiese comprendido las razones por las que el actuó como hizo y hubiese sentido compasión, en vez de haber exigido una amarga venganza al haberte hecho casarte conmigo.

Las cosas no fueron así –susurró ella-. Yo pude elegir y elegí casarme contigo.

Edward se quedó mirando la fotografía que tenía en sus manos y se la dio a ella.

-Sólo aceptaste mi proposición por el amor que sientes hacia tú padre. No era lo que tú querías. Tú veías el feliz matrimonio de tus padres como lago a alcanzar en el futuro, pero… ¿Qué fue lo que te di yo? Un contrato de negocios… y la expectativa de que hicieras los votos que para ti son tan importantes sabiendo que eran mentira. Vi tu cara en la capilla Bella. Y supe lo mucho que te dolía decirme aquellas palabras a mí en vez de a un hombre al que amaras y con el que esperabas pasar el resto de tú vida.

Edward se acercó a la chimenea y se quedó mirando las llamas.

He decidido que debes volver a Inglaterra –dijo repentinamente-. Estás tan pálida y triste… necesitas pasar tiempo con la gente a la que quieres.

Ye veo –dijo Bella, negándose a que el se diera cuenta del daño que le habían hecho aquellas palabras.

Edward no podía haber dejado más claro que no tenía sentimientos hacía ella; seguramente estaba harto de verla todo el tiempo llorando.

-¿Cuándo quieres que me marche?

Cuando te venga bien… si quieres, mañana –contestó el encogiéndose de hombros.

Aquella indiferencia hizo sentir a Bella como si le clavaran un puñal en el pecho.

-Bella… quiero que sepas que los últimos meses en los que tú has estado viviendo en el castillo han sido los más felices de mi vida… aparte de las últimas semanas, que han sido un infierno.

En ese caso ¿Por qué me pides que me marche? –dijo ella, acercándose a el-. Todavía quedan cuatro meses para cumplir nuestro contrato y estoy preparada para seguir aquí. Pensaba que necesitabas que estuviera en tu casa para convencer a los miembros directivos del banco de que ya no llevas un alocado estilo de vida y de que eres un hombre felizmente casado.

Durante un momento el no dijo nada; simplemente le acarició el pelo a ella.

-He dimitido de mi posición en el Banco de Masen y he renunciado a todos los derechos que me correspondían. De ahora en adelante, es mi primo Emmett quien tiene el completo control del banco.

Pero… -comenzó a decir ella, boquiabierta-. El banco lo es todo para ti, lo más importante del mundo. No tienes porque renunciar a el ahora, justo cuando estás tan cerca de conseguir ser el legítimo director.

Pero entonces cerró los ojos al comenzar a comprender lo que estaba pasando.

-Por eso es que me mandas de regreso a Inglaterra ¿verdad? No puedes esperar otros cuatro meses para divorciarte de mí. Debes odiarme muchísimo si estás preparado para perder tus derechos en el banco con tal de no seguir casado conmigo durante unos pocos meses más.

¡Claro que no te odio! –negó el, agarrándola por los hombros y forzándola a mirarlo-. ¿Cómo puedes pensar eso?

Fue culpa mía que perdiera al bebé –sollozó ella-. Si hubiese confiado más en ti en vez de escuchar las mentiras de Tanya, ahora mismo seguiría llevando en mi vientre a nuestro hijo.

-Un hijo que creíste que yo solo lo quería para cumplir con las condiciones del testamento de mi abuelo. No soy tan despiadado, querida, pero el hecho de que pensaras que yo sería capaz de hacer algo tan cruel demuestra tu opinión sobre mí. Aunque después de la manera en la que te he tratado, me merezco tú desprecio.

Edward luchó por contener sus emociones; cuando ella se marchase ya tendría tiempo para luchar contra la desesperación que amenazaba con sobrepasarle.

No llores más Bella –suplicó, abrazándola estrechamente y sintiendo las lágrimas de ella mojar su camisa-. Ya es hora de que terminemos esta locura. Eres libre de marcharte a tú casa con tú padre y te doy mi palabra de que el estará libre de cualquier cargo. Si yo hubiese estado en su lugar, observando, sin poder hacer nada, cómo sufre la mujer que amo, hubiese hecho lo mismo –confesó-. Le perdono, Bella y espero que algún día tú seas también capaz de perdonarme a mi por todo el daño que te causado.

No me has hecho daño… por lo menos no intencionadamente –dijo Bella firmemente, apoyando su mejilla en el pecho de el.

Podría quedarse de aquella manera para siempre pero pensó que seguramente lo estaría avergonzando… sabía cuanto odiaba él el afecto.

Respirando profundamente, se apartó del y lo miró a la cara.

No es culpa tuya que no me ames –murmuró, mirándolo a los ojos-. Desde el principio dejaste claro que no lo harías y es culpa mía que la idea de dejarte… de no verte de nuevo… me rompa el corazón. No creo que seas frío ni despiadado, Edward. Tienes un gran corazón y tanto amor dentro de ti como cualquier hombre, incluso más, pero tú infancia te enseño a guardar tus emociones y todavía las escondes bajo llave. Lo que hace falta es la mujer que sea capaz de girar esa llave.

Repentinamente tuvo que dejar de hablar y se dio la vuelta. Las lágrimas le recorrían las mejillas.

-Desearía ser yo esa mujer, porque te amo con todo mi corazón. Tenías razón cuando adivinaste la razón por la que fui a ti en Madrid. No podía resistirme a ti… pero nunca me hubiese acostado contigo si no te hubiese amado.

¿Entonces por que me ibas a abandonar? –preguntó Edward frustrado. Le dio la vuelta a ella y la abrazó contra su pecho-. Dios, cuando abrí la puerta del coche y vi que estabas empotrada contra el volante… -sintió un escalofrío y tuvo que cerrar los ojos para contener el llanto.

La última vez que había llorado había tenido ocho años. Su madre le había echado de la caravana y había sentido frío y hambre. Pero desde entonces había aprendido a controlar sus sentimientos, un mecanismo de autodefensa para evitar que le hicieran daño. Pero Bella podía leerle el alma; había acabado con todas sus defensas una por una, dejándolo indefenso. Recordar aquellos instantes tras el accidente, cuando había pensado que la había perdido era demasiado y hundió su cara en el pelo de ella al comenzar a llorar.

Durante toda mi vida he rechazado el amor, hasta que creí que era inmune a el –dijo besándole desesperadamente la cara y el cuello-. Pero te amo, Bella… más de lo que nunca creí posible amar a otro ser humano.

La miró a los ojos y Bella, al ver reflejados en los de el una gran emoción, se cuestiono el haber pensado que el era frío. Entonces le tomó la cara entre sus manos y comenzó a besarlo dulcemente.

Al principio me engañe a mi mismo diciéndome que controlaba todo –admitió el cuando por fin levanto la cabeza-. No podía quitarte las manos de encima, pero me dije a mi mismo que simplemente era buen sexo. El mejor sexo que había practicado nunca. Jamás había experimentado tanto placer, tanta alegría, como cuando te hacía el amor. Pero después tenía que forzarme a apartarme de ti por si te dabas cuenta de lo débil que era contigo.

Yo pensaba que era tú manera de demostrarme que sólo me querías para el sexo –susurró Bella tímidamente-. Deseaba que me dieras una pequeña señal de que yo significaba algo para ti y estaba muy celosa de la familiaridad que compartías con Tanya. Siento haber creído en ella en vez de haber confiado en ti –murmuró con vergüenza.

No había hecho gran cosa para merecer tú confianza, amor –dijo Edward-. Tanya no significa nada para mí… tú eres la única que me ha llegado al corazón y te juro que te amaré durante el resto de mi vida. Lo que siento es que tuviera que darme cuenta de ello cuando casi te perdí.

Volvió a besarla con una fiera pasión que dejaba claro el amor que sentía. Bella se aferró a su cuello cuando la levantó en brazos y la llevó a la habitación principal.

Es aquí donde debes estar –dijo el sonriendo. Pero al instante su sonrisa se borró de su cara-. Dime que esto es verdad, Bella, no simplemente una ilusión creada por mi desesperación. Si te marchas ahora, te llevarás mi corazón contigo.

Bella se bajó de los brazos de el y comenzó a desabrocharse los botones de su camisón.

No voy a marcharme a ningún sitio –prometió-. El Palacio del León es mi casa y pretendo vivir aquí contigo y con los niños que un día tendremos durante el resto de mi vida.

Al desabrochar el último botón del camisón, se lo quitó por encima de la cabeza, acercándose a el.

Quiero demostrarte cuanto te amo –susurró en la boca de el-. Los votos que hice el día de nuestra boda los hice en serio. Quizá no me diera cuenta en el momento, pero mi alma te reconoció como su alma gemela y nunca te dejaré de nuevo, ni siquiera por un día.

Entonces ayudo a Edward a quitarse la ropa a toda prisa y cuando el la cubrió con su cuerpo, lo abrazó con fuerza, deleitándose al sentir la aterciopelada piel de el. Al principio parecía que a el le bastaba con besarla, su boca era un instrumento de dulce tortura al bajar desde sus labios hasta sus pechos, donde acarició cada pezón hasta que ella gimió y clavó sus uñas en los hombros de el. Edward comenzó a acariciarle el estomagó y con mucho cuidado, le separo las piernas y le acarició delicadamente, avivando las llamas de su deseo…

Te amo, Bella –gimió mientras se movía sobre ella y la penetraba, desesperado por no hacerle daño-. Nunca me dejes.

La vulnerabilidad que reflejaba la voz de el hizo que a ella se le encogiera el corazón. Lo abrazó con sus piernas para que la penetrara más profundamente. Las cicatrices que a él le había dejado su juventud eran profundas y quizá tardaría años en confiar plenamente en el amor de ella, pero le diría todos los días, con palabras y con hechos, cuanto significaba el para ella.

Cuando Edward comenzó a moverse, ella lo acompaño, acompasando sus movimientos mientras el se movía cada vez más rápido hasta llevarles a ese lugar en el cual solo ellos dos existían. Bella lo oyó gemir su nombre y en ese momento, sus músculos convulsionaron alrededor de el en un clímax más intenso que nada de lo que hubiera experimentado antes.

Finalmente Edward recuperó el aliento y salió de ella, pero la abrazó estrechamente, acariciándole el pelo con una mano levemente temblorosa.

Eres mi vida, amor –susurró-. Y nunca te dejaré marchar.

-¿Realmente me hubieras mandado de vuelta a Inglaterra?

Desde luego… y hubiera tramitado inmediatamente los papeles de divorcio –dijo el, abrazándola con más fuerza-. Una vez que ya no estuviéramos atados por este maldito contrato matrimonial, iba a esperar un tiempo razonable, digamos una semana, antes de llevar a cabo mi plan.

¿Qué plan? –preguntó ella sin aliento.

-Cortejarte como es debido… te iba a invitar a cenar y a beber vino e iba a ser tan encantador, que no ibas a ser capaz de rechazarme cuando te pidiera que te casaras conmigo y que compartieras el resto de tu vida conmigo.

Oh… -Bella hizo un mohín, decepcionada-. Me gusta la idea de que me invites a cenar, pero no me gustan los divorcios, así que tendremos que quedarnos como estamos.

Para siempre –prometió Edward fervientemente.

No quiero que renuncies a tú puesto como cabeza del banco –dijo ella seriamente-. Es importante para ti.

Nada es tan importante como tú –contestó el-. No quiero que alberges ninguna duda sobre la razón por la que permanezco casado contigo. A Emmett le parece bien que ambos trabajemos y dirijamos juntos el banco, pero en última instancia es tú decisión, mi vida. Estoy… ¿Cómo es que lo dicen?... en tus manos.

Pues a mi no me lo parece –murmuró inocentemente, acariciándole el muslo.

Entonces el la tumbo de espaldas y le demostró quién era el señor del Palacio del León.

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Mis niñaas perdon por la tardanza, tuvee qe hacer un viajesitoo al DF por motivos de la Universidad y me fue imposible actualizar, peroo aqui les dejo el ultimo cap de este Fic, solo qedaría por subir el Epílogo pero ese lo suboo el miércoles salee, disfrutenlooo!!

besitoooss

Anita Cullen :)

Destellos de Oscuridad

Capítulo 9
Ira y temor

Pudo ver cómo sus hermosos ojos se oscurecían con el hambre más devastadora; la temible debilidad de su estirpe: la sed. Estaba tan frágil, inmóvil ante él, cómo una perfecta estatua cuya vida sólo podía descubrirse en la febril mirada que le lanzaba.


Edward, a pesar de saber que necesitaba tomar las cosas con calma en lo que a ella se refería, no pudo evitar acortar la distancia que los separaba.


Entonces la escultura de la vampiresa volvió a la vida, se encogió, sus labios estaban entre abiertos dejando al descubierto unos colmillos filosos y provocadores. Se inclinó, haciendo que su cabello largo cayera por su rostro, enmarcándolo de una manera espectacular.


No pudo resistirse, extendió un brazo hacia ella, queriendo más que nunca tenerla cerca y poder tocarla, decirle que ellos eran compañeros, que la amaba más que a nadie…


Pero su gesto precipitado asustó a Bella; la vio retroceder unos pasos y soltar un gemido que podría ser de súplica o terror, se cubrió los labios y aprisionó la delicada piel de su cuello, como si con ello pudiera calmar la terrible sed que la dominaba.


-Bella…


Ella negó con la cabeza con vehemencia, interrumpiendo sus palabras con su gesto. Detestaba la desconfianza que le tenía haciendo que una parte de él se impacientara a tal grado que sólo pensaba en besarla, hacerla su compañera… Pero eso no sería justo y él quería que ella tuviera tiempo para asimilarlo todo, sólo que la necesitaba tanto que cada día que pasaba se volvía una infernal tortura.


-Tienes que marcharte.


Su voz se escuchaba quebrada a pesar de que la ahogaba un poco que sus labios estuvieran debajo de su palma. Edward hizo una mueca, pensando en todo lo que estaba sufriendo por intentar controlarse.


-No puedo dejarte, Bella.


Le gustaría que aquellas palabras pudieran transmitirle todo lo que sentía, hacerle entender que haría todo por ella.


-Necesitas alimentarte.


La vampiresa se puso rígida, las palabras habían sido un golpe demasiado duro para su cuerpo; pues Edward podía verlo en su postura, luchaba por acercarse a él y tomar un poco de su sangre. Sus ojos se estrecharon en confusión y lucha interna, pues podía casi verlo detrás de sus pupilas, su razón luchaba por contenerse.


-Puedes tomar mi sangre.


Ella hizo ademán de alejarse, pero Edward fue mucho más rápido y la envolvió en sus brazos con gentileza.


-Edward, por favor…


Bella, a pesar de negar con la cabeza con insistencia liberó su boca y comenzó a inclinarse hacia él. Edward acarició su largo cabello, deleitándose con la sensación de sus dedos enredándose en sus mechones oscuros. Cuando Bella se detuvo, él tomó su cabeza y la enterró en su cuello.


Con un suspiro rendido, Bella presionó sus colmillos contra la piel de Edward, liberando así la cálida sangre.


El vampiro se estremeció y la apretó más contra su cuerpo. Una sensación eléctrica lo llenó de pies a cabeza y algo más… Por primera vez tenía a su compañera cerca de él. Sólo temía el momento en que terminara y ella se alejara de él como siempre hacía.


Y todo finalizó demasiado rápido, ella soltó un gran suspiro satisfecho y, al darse cuenta de lo que había hecho, intentó apartarse. Pero no podía permitirlo, no sin antes poder tocarla… Edward unió sus labios a los de Bella, la escuchó soltar una exclamación de sorpresa y esperó a que lo empujara, pero para su gran aturdimiento ella le correspondió. Sólo fue un fugaz momento antes de que ella lo retirara, pero fue todo lo que necesitó Edward para saber que Bella pronto se daría cuenta que era para él.


Lo vio a los ojos, parecía avergonzada e insegura de que hacer a continuación.


-Lo siento, yo…


-No tienes que pedir perdón, yo te ofrecí mi sangre.


Dio un paso hacia adelante, el mismo que ella retrocedió.


-Bella, necesito decirte que…


Tal vez él no era lo suficientemente bueno para fingir, o quizás ella pudiera ver a través de sus ojos, porque parecía sospechar las palabras que ansiaban salir de sus labios y que tanto se había reprimido para no confesarlas… Bella tenía que intuirlo, porque lo interrumpió.


-¡No! Edward, necesito irme, tengo que pensar un momento, estar sola…


La vio dirigirse a su departamento, desaparecer en las escaleras que ascendían. Quería seguirla, pero se contuvo para respetar su decisión, ya llegaría el momento en que podría decirle lo que sentía.


Bella se retorció en el sofá de su departamento, su cabeza no podía pensar en nada más que lo ocurrido con Edward. Después de beber su sangre se sentía extraña con respecto a él, como si estuviera unida de alguna forma a todo lo que aquel vampiro hacía.


No le gustó aquella sensación. No sabía mucho de él y no creía que tuviera buenas intenciones. Aunque la había besado y con ese roce de labios ella casi llegó a creer que Edward la quería. Y en el momento que lo había interrumpido, marchándose antes de que pudiera terminar lo que iba a decir, Bella había jurado que él iba a confesarle algo importante. Sus ojos habían brillado hacia ella, como si fuera algo muy valioso que debía proteger.


Se preguntó si él ya se habría ido. Y, por más que se repitió que no debía importarle, no pudo evitar levantarse y mirar por la ventana.


Ya no había rastro de él. Un extraño e inquietante sentimiento de decepción y tristeza la recorrió. Casi podía decir con seguridad, que él aun estaba corriendo, acercándose a su casa.


Pero eso era una locura, ella no tenía forma de saber que era lo que pasaba con Edward a cada momento.


Volvió a dejarse caer en el sofá, pero justo en el momento que estaba dispuesta a recostarse por completo, su celular sonó.


Hizo una mueca, sólo había un vampiro que contactaba con ella de esa forma y, definitivamente, era al último ser que quería ver en aquellos momentos.


Lo hizo esperar un poco, con la ilusión que su malhumor lo hiciera desistir, pero no funcionó. Tras un resoplido, tomó el pequeño artefacto, presionó un botón y lo apoyó contra su oreja.


-Necesito verte.


La voz masculina transmitía una increíble satisfacción, cómo si sus solas palabras la lograran controlar mejor que nada.


Bella le gruñó.


-Estoy ocupada.


-Y yo no estoy para tus quejidos, Bella –replicó él-. No he comido en mucho tiempo, así que no tientes a tu suerte, el ayuno me ha dejado algo irritable.


Esta vez no encontró alguna burla en su voz, parecía un poco tenso, y ya que ella no estaba segura de necesitar más dinero, decidió que lo mejor era no hacerlo enojar.


-Voy para allá –musitó antes de colgar.


La casa estaba tan solitaria como siempre y la puerta permanecía fácil de abrirse, así que Bella se ganó bastantes minutos sin verlo. Esta vez no se molestó en buscarlo, sino que se sentó en el sillón y se dispuso a esperarlo a regañadientes, repitiéndose a si misma que sería una visita rápida y que pronto dejaría de ver su rostro.


Una sombra apareció detrás de ella, pero cuando quiso voltearse, la figura se cernió sobre la vampiresa, de tal modo que una respiración comenzó a acariciar la piel de su cuello. Unos dedos apartaron el cabello oscuro y espeso de su rostro.


Bella se levantó y habría comenzado a quejarse, sino fuera porque la expresión de Dominic se tornó tan oscura y peligrosa, que por un momento el miedo la dejó sin habla.


Él la tomó de la cintura y la estrelló contra el sillón, dejándola tirada sobre su superficie. Se colocó encima de ella, de manera que su cuerpo la aprisionaba contra el antiguo mueble.


-La sangre de ese bastardo está sobre ti, puedo percibirla –rugió con rabia. Su mano derecha tomó bruscamente su barbilla, mientras que la otra la colocaba en su nuca, acercándola mucho más-. Eso no volverá a ocurrir, nunca. El único aroma que podrá estar sobre tu cuerpo será el mío. ¿Entendido?


Bella, después de recuperarse de la sorpresa, recobró la compostura y comenzó a enojarse.


-No es de tu incumbencia –se atrevió a contestarle-, yo jamás estaría…


Dominic soltó una carcajada, una cruel y fría. Sus dedos comenzaron a bajar de su hombro hasta su cintura.


-Todo va a cambiar a partir de ahora Bella, harás todo lo que yo te pida.


Su rostro estaba muy cerca de ella, todo él lo estaba y Bella no podía forcejear mucho con él ya que era demasiado fuerte y ella estaba demasiado cansada.


-¡Suéltame! –ella exclamó cuando sintió sus labios recorrer su mandíbula, para situarse sobre la piel de cuello.


Bella logró sacudírselo de encima y, tras un ágil salto, se puso de pie y se alejó de él, dirigiendo su atención a la puerta.


-Ya te dije que mi sangre jamás.


Dominic se levantó con elegancia, observándola con los ojos oscurecidos y ansiosos por recorrerla de arriba a bajo.


-Es un poco tarde para quejarse, Bella –él se movió más cerca-. Ya no es suficiente sólo con sangre, quiero más de ti.


-Nunca lo tendrás.


Caminó hacia la salida, pero se detuvo estando a muy poco de llegar.


-Sé que ahora juegas con cachorros –dijo él con desprecio-. Debo admitir que me sorprendió saberte con ellos, pero después lo comprendí.


Bella se quedó congelada de camino hacia su libertad. No entendía cómo era que Dominic lo sabía, sólo esperaba que fuera la única información de la que él vampiro estuviera enterado.


Pero no era así.


-Por supuesto, después de proteger algo muy valioso para ti –comentó-. Debe ser una niña bastante agradable, la próxima vez que veas a tu hermana le mandas saludos de mi parte.


Sabía sobre su hermana… El pánico se apoderó de ella, impidiéndole concentrarse.


-¿Sabes? Podría llamar a un grupo de vampiros en estos momentos, llevarme a la niña… Pero, por lo que sé ella está muy débil, no soportaría mucho tiempo…


-¡No te atrevas a tocar a mi hermana! –rugió ella.


-No lo haré si me complaces –contestó Dominic, con tranquilidad-, y aún mejor, te daré todo lo que necesites si ella se vuelve a enfermar.


Bella dudó, por un lado sabía que Amy estaba segura con los licántropos, pero no podía subestimar a su jefe, no ahora que lo conocía tanto. Además sabía que si lo provocaba, su hermana no sería la única a la que pondría en peligro, sino a todos los miembros de la manada de Sam.


No podía permitir eso.


-Ven aquí, Bella.


La vampiresa cerró los ojos y avanzó unos cuantos pasos. De pronto se sintió levantada y puesta sobre el sillón.


-Por fin –soltó con voz ronca. Sus manos pasearon por su espalda y se clavaron en sus caderas, inmovilizándola debajo de su cuerpo-. Creí que me volvería loco ansiando tanto tu sangre y tu cuerpo, pero ahora me pertenecen… Eres mía, mía.


-Promete que la dejarás en paz. Te olvidarás de que mi hermana existe –dijo ella con voz ahogada, soportando la ansiedad de salir corriendo.


-Todo lo que quieras, mientras seas dócil…


Dominic saboreó la piel de su cuello, antes de permitirle a sus colmillos rozar su piel.


Bella deseaba que todo fuera una pesadilla, pero los vampiros ni siquiera soñaban, así que todo tendría que ser real.


Quería desaparecer.