Dark Chat

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Esposa de un Jeque

Capítulo 10

AQUELLO de que tenían «mucho que hacer» le pareció a Bella algo exagerado, según pa saba la tarde del día siguiente.

Una boda beduina, evidentemente, era un evento que necesitaba tantos preparativos como la boda por la que habían pasado en Seattle.

No había visto a Edward en todo ese tiempo. Había estado confinada en la tienda de su hermana desde que habían llegado y cuando Bella había preguntado, Rosalie había sonreído y se había encogido de hom bros. La respuesta, parecía ser que lo vería cuando su abuelo se lo permitiese.

Bella se preguntaba qué pensaría Edward. Si asumiría que ella iba a seguir la ceremonia sin más, o si seguiría oponiéndose.

Ni ella misma sabía qué quería. Habían sucedido demasiadas cosas, estaba demasiado sensible emocionalmente como para hacer otra cosa que intentar repri mir sus lágrimas. Afortunadamente, Rosalie le facilitó las cosas, asumiendo que el silencio era un asenti miento y que estaba feliz, cuando no lo estaba.

Durante los preparativos, Rosalie le contó que había residido en Kadar hasta los ocho años. Le había expli cado también por qué Edward se había ido a vivir con el rey Aro y ella con su abuelo. Bella sentía escalo fríos al recordar lo que Rosalie le había contado.

El intento de golpe de hacía veinte años había ma tado a sus padres. Edgard y ella habían estado a punto de morir, pero su hermano, con diez años, se las había ingeniado para sacar a su hermana del palacio, en me dio del ataque, y había ido en busca de la tribu de su abuelo en el desierto. Cuando habían llegado hasta los beduinos, ambos niños estaban deshidratados y desnu tridos, pero vivos.

Bella pensó en Edward: un niño de diez años que había asumido la responsabilidad de salvar a su hermana pequeña. La idea la enterneció. Porque, por lo que había dicho Rosalie, Edward no sólo había per dido a sus padres, sino que más tarde lo habían sepa rado del familiar más cercano que le quedaba.

Rosalie había sido criada entre los beduinos, y Edward en cambio había sido educado para ser el jeque de Kadar, como un hijo adoptivo del rey Aro.

Sus sentimientos de obligación hacia el Rey esta ban basados en algo más que en un sentido del honor. Estaban basados en cuestiones emotivas también. ¿Cómo podía ser de otro modo, si el Rey había sido la única entidad consistente en su vida?

—¿Y los disidentes, son los mismos que amenazan a la familia real ahora?—preguntó Bella a Rosalie.

—Sí. Aunque son menos que entonces. Los hijos si guieron a los padres cuando éstos murieron. Aunque no tienen apoyo de la gente, siguen perpetrando cosas horribles. Si Edward no hubiera estado tan bien entre nado, lo habrían matado en el intento de asesinato.

Bella se estremeció.

—¿Intentaron matar a Edward?

—Sí. ¿No te lo ha contado? Hombres, hombres. Ocultan esas cosas creyendo que protegen nuestros sentimientos. Las mujeres damos a luz. No me digas que no somos lo suficientemente fuertes como para sa ber la verdad.

Bella estuvo de acuerdo.

—¿Cuándo sucedió esto?

—La última vez que Edward vino a Kadar. Aquello disgustó mucho a mi abuelo, y por primera vez no se quejó de que Edward regresara a América.

Edward se había casado con ella no sólo por deber, pensó Bella, sino por una verdadera necesidad de proteger a su familia del horror del pasado. Para él, aquellos visados para vivir en los Estados Unidos re presentaban la oportunidad de proteger a su familia. Algo que podía hacer personalmente, en lugar de pa gar a alguien para que lo hiciera.

Lo comprendía.

También comprendía que el concepto de trueque en un matrimonio no era lo mismo para él que para ella.

Rosalie la ayudó a coser unas monedas de oro en su manto para la cabeza. Era una muestra del valor que ella tenía para el pueblo de su abuelo.

Entre aquella gente, una permuta no era sólo acep table, sino normal.

El acuerdo entre el rey Aro y su padre no era nada fuera de lo habitual allí.

En cierto sentido lo comprendía. Pero eso no mer maba el dolor que le provocaba el saber que él no la amaba. Se sentía traicionada por él y por su padre y por su propia mal interpretación de toda la situación. Ella se había querido convencer de que él la amaba, pero él no lo había dicho nunca.

Sólo había sido su necesidad de creerlo.

—¿Y el amor?—preguntó a Rosalie.

—¿A qué te refieres?—preguntó la mujer cosiendo la última moneda a su traje.

—¿El amor no tiene lugar en los matrimonios entre tu gente?

—Por supuesto. ¿Cómo puedes dudarlo?—preguntó Rosalie, sorprendida.—Yo amo a mi marido.

—¿Y él te ama?—preguntó Bella, sin poder evi tarlo.

—¡Oh, sí!—sonrió la hermana de Edward.

—Pero...

—El amor es muy importante entre nuestra gente—Rosalie levantó el manto con las monedas y lo ad miró.

—Pero vuestros matrimonios están basados en asun tos económicos—comentó Bella, intentando com prender.

—El amor y el afecto es algo que aparece después del matrimonio.

—¿Siempre es así?

Rosalie apartó el manto y miró a Bella.

—Es deber del marido y la mujer darse afecto. No debes preocuparte por eso. Vendrá a su tiempo.

Se miraron un momento. Bella no creía que una mujer tan hermosa como Rosalie pudiera com prender sus inseguridades. Era imposible. Rosalie y ella no compartían el mismo medio social, y probable mente hubiera sido fácil para el marido de Rosalie enamorarse de su mujer.

Edward, en cambio, se había casado con una mujer que había sido criada de un modo totalmente diferente. Y además era vulgar y tímida.

Aquella noche pudo ver a Edward bajo la mirada ce losa de su abuelo. No tuvieron oportunidad de hablar de nada privado, algo que la frustró. Puesto que necesitaba hablar con él antes de comprometerse en un ma trimonio beduino.

El hecho de que se estuviera planteando el matri monio era producto del efecto que había tenido su au sencia durante dos días y medio. Lo echaba de menos, y si lo echaba tanto de menos después de no verlo en dos días, ¿cómo iba a soportar la vida sin él?

Aunque el matrimonio había sido algo acordado por un asunto de negocios, él había intentado hacer el esfuerzo de establecer una relación personal entre ellos. Había compartido su tiempo con ella, demos trándole que podían disfrutar de su mutua compañía. Era duro perder su amistad tanto como el hacer el amor con él.

Y eso era importante.

Su cuerpo tenía adicción a él. La avergonzaba sentir aquel deseo físico, pero cuando recordaba el placer que le hacía sentir, le daban ganas de llorar.

¿Qué pasaría si se apartaba de él? Sabía que no amaría a otro hombre como amaba a Edward. Daba igual lo que él sentía por ella. Los sentimientos que te nía por él eran demasiado profundos para sentirlos por otra persona.

Cuando se fue a la cama aquella noche, se sentía confusa y frustrada.

La boda se llevaría a cabo dos días más tarde. Y si esos días seguían el modelo de los que había vivido hasta entonces, no tendría oportunidad de hablar con Edward.

Bella estaba echada en la cama, oyendo los so nidos del desierto y la vida del campamento afuera. Un grupo de hombres pasaron por allí y se oyeron las risas a través de la tienda.

El aire había refrescado significativamente y ella se arrebujó entre las mantas.

Estaba a punto de dormirse cuando alguien la des pertó tapándole la boca. Bella se asustó.

—Soy yo, Edward.

Ella se sintió aliviada al oír su voz.

—Shh...—le dijo al oído—. Habla bajo o nos descubrirán.

—De acuerdo—susurró Bella—. Pero, ¿qué estás haciendo aquí?

—Tenemos que hablar.

Edward la ayudó a levantarse. Bella sintió el frío a través del fino camisón. Pero él la envolvió con su capa inmediatamente. Olía a él...

La llevó fuera, por un pasadizo que ella había visto anteriormente. Le sorprendió que hubiera más de una entrada en la tienda.

Al salir fuera, se dio cuenta de que no tenía zapatos, y que sus pies tocaban objetos más salientes que la arena.

Pero Edward pareció adivinarlo, porque la alzó en brazos y la llevó más allá de las luces dibujadas por las antorchas del campamento beduino.

Edward se detuvo y se agachó en la arena sin dejar de sujetarla. Ella quedó apoyada en el regazo de su marido y sintió el efecto inconfundible de su erección. Intentó apartarse. Pero él no la dejó.

—Relájate.

—Estás...—Bella no siguió.

—Lo sé—dijo él, contrariado.

Al menos ahora sabía que el deseo por ella era real.

También le gustaba que hubiera querido hablar con ella antes de la ceremonia beduina. Quería decir que no estaba completamente seguro de ella. Al parecer, su arrogancia tenía límites.

Bella esperó a que él hablase.

—Vamos a casamos por una ceremonia beduina den tro de dos días.

—Eso me han dicho.

Él la miró.

—Según el marido de Rosalie, has estado de prepara tivos todo el día.

—Sí.

Edward tenía que preguntarle algo, si ella pensaba seguir con la boda.

—¿Has pensado que podrías estar embarazada?

Ella se sorprendió de su pregunta. No la esperaba.

¿Sería posible? Sintió una sensación en su corazón. Era posible. Su boda había ocurrido en un período fér til de su ciclo. No había sido planeado, pero el resul tado podría ser un nuevo al Kadar. Su bebé. El bebé de Edward. El bebé de ellos dos.

La idea de tener un hijo suyo en su vientre no era desagradable, pero no podría divorciarse del padre de su hijo, incluso antes de que éste naciera.

—No.

—¿No, no lo has pensado? ¿O no, no estás embara zada?

—No lo he pensado.

—Es curioso, porque yo no he pensado en otra cosa desde la primera vez que sembré mi semilla en tu inte rior.

—No es seguro que haya germinado.

—Teniendo en cuenta la frecuencia con que hemos hecho el amor, yo diría que es bastante probable.

Bella no podía negarlo.

—¿La idea de un hijo mío te resulta desagradable?

Ella le había pedido sinceridad, así que también se ría sincera.

—No.

—¿Vas a querer a mi hijo?

—¿Cómo puedes preguntar eso?

—No es tan raro pensar que el odio que sientes por el padre podrías tenerlo por el hijo.

—Jamás odiaría a un hijo mío.

En cuanto al hecho de odiar al padre, no pensaba contestarle.

—Por el amor de nuestro hijo, ¿asistirás a la ceremo nia que se realizará dentro de dos días?

—No sabemos si hay un niño—dijo ella.

Pero la idea le resultaba agradable.

—Tampoco sabemos que no lo hay.

—Sería una vergüenza para ti que yo no aceptase se guir con la boda, ¿verdad?

—Sí. Y también sería una vergüenza para el niño fruto de nuestra unión—dijo él.

—No puedo hacer promesas que no tengo intención de cumplir.

—No hay promesas en la boda beduina—la tranquilizó.

Al parecer Edward creía que ella había dejado de amarlo. ¡Como si fuera tan fácil!

—Te casaste conmigo como parte de un acuerdo de negocios.

—No puedo negarlo, pero eso no niega la realidad del matrimonio.

—Me secuestraste.

—Fue necesario.

—Para lograr lo que tú querías.

—Por tu seguridad.

—Eso no tiene sentido.

¿Cómo iba a estar en peligro volviendo a Seattle?

—Hubo amenazas de muerte contra ti al día si guiente de nuestra boda.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Llegó una carta al palacio. El rey Aro me la mos tró el día que nos marchamos.

Aquello había ocurrido cuando ella estaba planeando huir, reflexionó Bella. No le extrañaba que Edward hubiera tenido el helicóptero preparado en el aero puerto.

—Mi deber es protegerte. No podía dejarte marchar.

—Deber—dijo ella, disgustada. Iba a odiar esa pala bra.

—Sí. Deber. Responsabilidad. Aprendí esas palabras muy joven. Soy un jeque. No puedo olvidarme de mis promesas tan fácilmente como tú de las tuyas hechas durante nuestra boda.

Aquello la enfureció, y se levantó de su regazo, ca yendo en la arena fría del desierto.

—No me olvido de ellas—dijo, ya de pie.

Edward se levantó también.

—¿No?—preguntó él.

—Las hice engañada.

—Te cortejaron.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Es la verdad.

«Tu verdad», pensó ella.

Ella suspiró.

—Debería volver antes de que tu hermana se dé cuenta de que me he ido de la tienda.

—No hemos terminado de hablar.

—Quieres decir que no he estado de acuerdo con tus planes.

—Quiero tu promesa de que celebrarás la ceremonia de la boda.

—Necesito tiempo para pensarlo.

—Tienes dos días para hacerlo.

—¿Qué harás si digo que no?

Por toda respuesta Edward la besó tan furiosamente como apasionadamente. Con deseo también. Y seduc ción. Cuando dejó de besarla, ella apenas se sostenía de pie.

—Celebrarás la ceremonia, para que seas mi esposa a los ojos de mi abuelo. Luego te haré el amor y tú te olvidarás del asunto del divorcio.

Aquella presunción la enfadó.

—¿Por qué no? Ya hemos pasado por una farsa de boda. ¿Por qué no otra más?

Bella pensó que Edward iba a explotar, pero no lo hizo.

—Por supuesto—respondió él, tenso.

La alzó en brazos y la llevó a la tienda de campaña. No la bajó hasta dejarla en la cama.

—Buenas noches, aziz—y la besó.

Ella esperaba otro apasionado asalto a sus sentidos. Pero le hizo una caricia suave, que dejó a sus labios deseando más.

Luego se fue.

Bella frunció la nariz por el olor y la visión del camello que estaba arrodillado delante de ella.

Rosalie le había dicho que su marido había montado aquel animal en las tres últimas carreras, y que había salido victorioso. Pero aquello no la tranquilizaba, se gún subía a la silla que había encima del lomo del ca mello.

Ni siquiera había montado un caballo, y ahora tenía que montar un camello.

Se acomodó en la silla.

Se suponía que debía ir en aquel medio de transporte a su boda. Evidentemente, aquél era el equiva lente romántico del coche tirado por caballos que ha bía soñado para su boda en Seattle. Pero igualmente no habría podido ser, por el clima frío de su ciudad.

El viejo jeque montaba solo su camello. Había di cho que, puesto que el padre de Catherine no estaba allí para hacerlo, era un honor ocupar su lugar.

Al llegar, se sintió observada por todos. La gente se había reunido para ver su boda.

Cuando llegaron al sitio donde se celebraría la cere monia, el viejo jeque la ayudó a bajar del camello y la acompañó a su lugar, al lado de Edward. Ella no lo miró durante el enlace, sino que mantuvo la vista baja, como le había instruido Rosalie.

La ceremonia no fue muy larga, pero el Mensaf, una cena preparada para su unión, sí lo fue.

Hombres y mujeres comían separados y luego se reunieron para los entretenimientos. Se sentaron al aire libre con un fuego alrededor de ellos. La madera estaba tan seca que apenas había humo, pero el olor a achicoria llenaba el aire. Los hombres tocaban instru mentos y las mujeres cantaban.

Edward le traducía las letras al oído con voz sensual, rodeándole la cintura.

Ella no podía ignorar cuánto le afectaba su tacto, y su deseo por él, que crecía día a día en las cuatro no ches que llevaba durmiendo sola.

Rosalie llevó a Bella a las habitaciones de Edward en la tienda de su abuelo. Era muy tarde.

Unas linternas iluminaban la amplia habitación. Las paredes estaban cubiertas de seda de colores y el suelo estaba tapado por alfombras de lana hechas por las mujeres beduinas.

La cama estaba llena de cojines y estaba rodeada por una especie de cortina que colgaba del techo. Era como una tienda dentro de otra tienda.

No había casi muebles, a excepción de la impo nente cama. Cojines enormes hacían de sillas, supuso Bella, al verlos alrededor de una pequeña mesa re donda.

Bella decidió esperar a Edward sentada en uno de los cojines en lugar de esperarlo en la cama.

No sabía cuánto tendría que esperarlo, puesto que no conocía las costumbres de la cultura de su abuelo.

Después de oír el trajín de fuera de la tienda, oyó la inconfundible voz de su marido.

Dirigió su mirada al lugar por donde se suponía que podía entrar, y entonces se dio cuenta de la similitud entre su fantasía y la realidad que estaba viviendo.

Había sido secuestrada por un jeque y esperaba que él fuera a su encuentro. Pero a diferencia del sueño, Edward era de carne y hueso. Podía tocarlo y él la toca ría.

Se estremeció al pensarlo.

Edward se detuvo en la entrada de la tienda.

Bella lo estaba esperando dentro. Había impre sionado a Rosalie con su dulzura, a su abuelo con su humildad y también había escandalizado a las mujeres que, junto a Rosalie, habían preparado a Bella para la boda, puesto que ésta se había negado a ponerse hena en el pelo.

Pero había estado muy callada durante la fiesta. Al menos no se había negado a seguir con la boda. No ha bía estado seguro de que asistiera hasta verla al lado de su abuelo en el camello. Pero para ella había sido una farsa.

Él le demostraría aquella noche que no era un ma trimonio ficticio.

Abrió la abertura de la tienda y entró.

Al verla sentada en un cojín se detuvo. Se había quitado el manto de monedas de la cabeza. Llevaba el pelo suelto. Él aspiró su fragancia femenina.

—Mi abuelo está contento contigo.

Ella lo miró con sus ojos chocolates.

—¿Sabe por qué te has casado conmigo?

—No conoce el arreglo que hizo mi tío con tu padre, no.

—Rosalie me ha dicho que esto se considera como una dote para una novia, incluso para la futura esposa del jeque.

Edward hubiera querido saber qué estaba pensando Bella.

—Mi abuelo te valora.

Ella bajó la mirada.

—¿Y tú?

—¿Si te valoro?

—Sí.

—¿Lo dudas?

Era su esposa. Algún día, Dios quisiera, finalmente entendería lo que significaba para un hombre que ha bía sido educado y criado como lo había sido él.

—Si no lo dudase, no lo preguntaría.

A Edward le disgustaba su desconfianza.

—El día que llegamos a Jawhar te hice una promesa.

Ella frunció el ceño.

—Prometiste no volver a mentirme.

—Y no lo he hecho.

Ella asintió.

—Pero te hice otra promesa antes de eso, pequeña gatita.

Ella pareció confusa.

—Te prometí poner tus deseos y necesidades por de lante de todo. Dime, ¿no crees que te valoro?

—¿Quieres decir que si tu familia quiere algo que se opone a lo que yo quiero, primarás mis deseos por en cima de los suyos?—preguntó Bella.

—Sí. Eso es lo que digo.

—O sea que si digo que no quiero que les garantices sus visados, ¿tú aceptarías?

—¿Dirías eso si sus vidas estuvieran en peligro?—preguntó Edward en lugar de responder.

—No—contestó ella con la cabeza baja.

—Eres muy pesimista—comentó él.

—¿Qué?—ella alzó la mirada.

—Sólo ves lo negativo de las cosas.

Phonography

CAP.11.Amo amarte

— ¡Este hijo es tuyo!

Su voz se repetía una y otra vez en el fondo de mi mente como campanas, emoción eso era lo que sentía cada vez que me acordaba de sus palabras. Alivio era otro de los sentimientos que embargaba mi corazón y mi alma. Finalmente yo había prevalecido sobre él y aunque no me sentía orgulloso de la manera tampoco podía ocultar que me ¡encantaba! Que ese hijo fuera mío y que por fin pudiéramos ser una familia.

Familia… Bella y yo seríamos una familia junto a él o tal vez ella, no podía evitar sonreír al recordar que faltaba mucho para poder conocerlo o conocerla ¿Realmente quería saber qué era? Estaba absorto pensando en aquello cuando sentí sus manos rodear mi cintura y deslizarse hasta el frente, su diminuto cuerpo se pego al mío, sentí como recargo su rostro en mi espaldas, me enderece de mi posición y tomé sus manos, nuestras manos se entrelazaron y me giré para encararla. Bella estaba tan distinta ahora, lejos había quedado la niña que había conocido hacía un par de años atrás y frente a mí ahora estaba la mujer, la madre de mi hijo, mi mujer. Era extraño pero que ella estuviera embarazada me hacía sentirme diferente y tenía claro que yo no era "el embarazado" pero extrañamente me sentía más sobre protector de lo habitual, era como si no pudiera evitar decir: ¡cuidado! Y no tenía idea de por qué simplemente lo afloraba en mis labios y era inevitable exclamarla cuando la sentía "cerca" y de aquella "manera" en particular.

— Bella —reclamé al sentir como su cuerpo se acomodaba entre mis brazos, la tibieza de su piel traspasaba nuestras vestimentas.

— ¿Qué? —preguntó alzando su rostro hacía mí, en el proceso me besó el mentón y cuando sentí como su beso se transformo en una "mordida sensual" me arrepentí por darle pie a un encuentro demasiado "intimo" mi cuerpo se contrajo ante lo evidente. ¿Quién dijo que a las mujeres les baja la libido cuando están embarazadas? Nadie, porque si alguien lo había dicho estaba rotundamente ¡Equivocado! Era todo lo contrario y yo era testigo ocular y material de aquello. No era que me quejará, por mí que su libido siguiera en el tope pero… había alguien a quién si le molestaba la libido de su madre y también la mía. Me reí.

— No creo que sea buena idea —gemí arrepintiéndome de aquello incluso antes de decirlo, ¿Cómo era posible que yo dijera aquello? Ah sí, tal vez las dos visitas a emergencias tenían que ver en algo.

— ¿No quieres? —preguntó con esa voz insinuantemente provocadora, suspiré tomando una gran bocaranada de aire fresco porque vaya que lo necesitaba. Sino pues tal vez mi nobleza se vería extinta con mi deseo animal.

— Estamos en la terraza —protesté y no era un impedimento, dábamos dos pasos, cerrábamos el ventanal y las cortinas y voila ya estábamos solos y listos. Aunque si analizábamos bien la situación ¿Realmente estábamos solos?

La palabra trío me estremeció ¿Trío? Debía considerar que mi hijo formaba parte de un ¿Trío? ¡Basta Edward es un no nato, está en la seguridad y oscuridad de la matriz de Bella. Me dijo mi voz más racional lo que mi ángel perverso aportilló: El puede sentirte, escucha tu voz… ¿Entonces… él… o ella… me… ¿siente? Y la cara de pánico no era difícil de advertir. Sabía que apenas Bella abriera sus hermosos ojos chocolates y encarara mi rostro vería ese pánico dibujado en mi rostro. De pronto recordé una conversación que tuve hacía un par de días, después que habíamos pasado ese susto tan macabro y del cual no quería recordar.

— ¿Tú crees que "él" me sienta? —pregunté avergonzado rozando su abdomen. Bella rió.

— ¿ahora o antes? —allí estaba la suspicacia femenina. Sus ojos eran como el tribunal de la inquisición, clavados y fijos en los míos. Me separé de la camilla donde estaba y dirigí mi vista hacía el pasillo de aquella sala de urgencias.

Regresé al presente en cuestión de segundos al sentir la ráfaga de aire helado recorrer mi rostro. Como aquella noche hoy hacía frió, mal augurio pensé.

— Ven entremos —le sugerí y entonces quise escapar ¡Que tonto! Como si se pudiera escapar de una mujer embarazada, lujuriosa y terriblemente perceptible. ¡Arg!

— ¿Qué sucede? —preguntó en un ronroneo, no se movió ni un ápice de su posición. Su cuerpo aún me retenía en la misma posición, sus manos delgadas y suaves estaban tomando mi rostro por la barbilla obligándome a mirarla.

¿Querías escapar? Ahora Dile que no para que la pelea comience. Me gritó mi ángel perverso y lo odie ¡Con ángeles como tú para que se quieren demonios! gruñí en mi mente dando mi mejor sonrisa fingida que pude actuar.

— Nada —contesté

— ¿Entonces? —y no iba a darse por vencida tan rápido.

— ¿Tú quieres? —le pregunté suavemente

— Edward —protestó y su tono de voz aumento. ¡Mala señal! ¡Mala señal! ¡Plan de emergencia! Pensé y entonces hice lo que no debí hacer: Besarla.

La bese con toda la intención de querer cambiar el tema pero con toda la lujuria de darle rienda suelta al deseo.

— ¡Mala idea! —y era ridículo sentía como tenía una batalla interna.

— El contrario, es una excelente idea —aquí estaba la voz del demonio.

— ¡Mala idea! —era mi sexto sentido masculino.

— ¡Mala idea! —me repetí otra vez.

Y para cuando me di cuenta que en verdad era mala idea todo se había desencadenado otra vez, tenía a Bella acorralada en la cama, semi desnuda, yo encima de ella, mi cuerpo completamente "activo" al igual que mi deseo y entonces: El tercero entró en la ecuación.

— ¡Auch!

El quejido se escapo de sus labios entre jadeo y jadeo. Algo se activo en mí de inmediato, me quede paralizado sobre ella, el deseo libidinoso se esfumó y reinó otro ¿Le había pasado algo a nuestro hijo?

— ¿Qué? ¿Qué pasa? —le pregunté sin moverme mirándola. Sus facciones no me daban muchas luces de lo que sucedía. Tenía sus ojos apretados, era un hecho estaba sintiendo dolor, ¡Mala idea! ¡Mala idea! Me repetí en mi fuero interno dándole el segundo para que sus ojos achocolatados se abrirán y su mirada apesadumbrada cambiara a una serena. Quería escuchar ese tan esperado: Ya pasó, no fue nada pero conseguí todo lo contrario.

— ¡Ahhh! —y otro quejido más intenso que el anterior terminó de dar la alerta.

— ¿Bella? —pregunté ya exaltado por el nervio de ser padre primerizo. — ¿qué sucede? —cuestioné sin aire.

— Duele —y su voz se perdió en un susurró dolorido.

¿Qué debíamos hacer ahora? ¿Qué debía hacer yo ahora? ¿Llevarla a un hospital? ¿Llamar a un medico? ¿Llamar a su madre? ¿Llamar a la mía? ¿Llamar a Rose? ¡Basta, concéntrate!

Entonces su cuerpo se contrajo y agradecí que me obligará a salir de esa posición tan poco prudente dada las circunstancias — hasta ese minuto yo aún estaba sobre ella —, se retorció mientras yo me hincaba en la cama. Vi como su cuerpo medio desnudo se giró de lado y apretó sus piernas poniéndose en posición de fetal.

¿Qué hago? ¿Qué hago? Y entonces la pesadilla que había tenido hacía un tiempo atrás recobro vida. De pronto juré ver sangre entre sus piernas y allí perdí el norte, el sur, en realidad todos los puntos cardinales. Ahora escasamente recordaba como ponerme los pantalones, atientas y en tiempo record tenía a Bella en el asiento trasero y yo manejaba como un maniático a emergencias. Cuando divisé la luces de neón del hospital respiré aliviado.

— Aguanta mi amor ya llegamos —balbucee mientras la sacaba en andas y entraba con ella como había entrado hacía un par de días atrás y como había entrado el día en que me había enterado de la existencia de quién hoy me mostraba cuan frágil podía ser la vida humana.

Tres horas pasaron y como en todas las otras veces terminé a su lado, ella recostada en una camilla conectada a millones de instrumentos cada vez más sofisticados y yo… pues… sujetando de su mano preguntándome cómo tan… ¿ardiente?

De pronto cuando yo mismo iba a rendirme a las manos de Morfeo, sus ojos marrones me miraron adormilados productos de los sedantes.

— No te tortures, no paso nada… además yo fui la culpable esta vez —su voz estaba completamente distorsionada, le costaba hablar. Me sonreí, acerque mi rostro hacía ella y la bese en la frente.

— Duerme —murmuré con dulzura. Iba a protestarme cuando el sonido de la puerta abrirse nos interrumpió. Era el médico de Bella, el Dr. Masen.

Era un señor de edad bastante madura, su pelo estaba completamente blanco, usaba lentes pero sus ojos azules eran tan potentes que intimidaba a quien osará mantenerle la mirada. Usualmente yo prefería evitarla. Me miró un tanto molesto, sus labios estaban en una línea tensa. Era un hecho se venía el regaño, al menos medico, y era como tener a tu padre de médico.

— ¿Cómo te sientes, Bella? —le preguntó a la paciente dándome una mirada que me obligó a separarme de ella automáticamente.

— Mejor —contestó tratando de sentarse en la cama para quedar a una altura más cómoda para dialogar.

— Eso es estupendo —replicó él ahora concentrando su mirada en mí. — ¿Y tú Edward como te sientes? —me preguntó y me quede sorprendido. ¿Me preguntaba a mí? ¿Qué tenía que ver yo, sí la paciente era ella?

— Bien —contesté sin entender el trasfondo de aquella pregunta entonces el médico sonrió ampliamente. Al principió no capte su indirecta si es que se trataba de alguna.

Lentamente vimos como tomó nota de algunas cosas en la ficha de Bella que colgaba del final de la cama. Cuando finalizo de anotar las indicaciones su vista aguamarina se concentro en nosotros ¿Dos?

— Bien… estarás aquí hasta que todo el suero se terminé, luego podrás volver a casa —explicó y mi pequeña sonrió satisfecha, éramos dos supuestamente en un par de horas tendría que ir a "trabajar" y me vería fatal si no lograba dormir algo al menos.

Nos miraba con ella y sonreímos al mismo tiempo, no era un secreto que Bella odiaba los hospital pero nuestro entusiasmo se vio apagado otra vez por su voz senil.

—Las indicaciones son básicamente las mismas salvo por una a la que me han orillado las cuatro visitas que hemos recibido en el último mes, y no me estoy quejando, pero preferiría no verte tan seguido Bella —advirtió al segundo de que la razón de mi existencia iba a darle las "gracias". No solo ella sino que yo también me quede en un silencio sepulcral, hasta deje de respirar. Fue como si presintiera que lo que diría el médico sería nefasto. Entonces allí advertí esa sonrisa nuevamente en sus labios serios. Antes no había reparado que esa sonrisa amistosa no era así sino que era una sonrisa irónica.

Me estremecí.

— Lo siento pero queda prohibido por el resto del embarazo las relaciones intimas —fueron sus palabras y mi condena.

Como iba a pasar tres meses sin tocarla pero también estaba claro que no queríamos otro susto como el que recién se había disipado, en eso, tristemente estaba yo de acuerdo con él.

Llegamos al departamento en silencio, ninguno dijo nada y me sentía responsable no solo por haber sido en más de una ocasión el culpable sino porque estaba actuando de manera irracional al pensar solo en mi bienestar y no en el de los demás. Quería ser noble pero algo me lo impedía. ¿Egocentrismo? Tal vez, pero en realidad todo el trayecto había estado pensando en el dictamen que habíamos recibido y aunque, nuevamente entendía las razones, y estaba de acuerdo con que no quería un parto prematuro. ¿Cómo evitar desearla? Cuando ahora parecía que me atraía incluso más. De hecho no era él único, Bella parecía estar en un piloto encendido continuo.

Miré de reojo como camino hasta la habitación principal luego que yo cerrara la puerta de calle. Entonces me quede en la sala de estar observando a mí alrededor.

¡Vamos si no es tan terrible!

Me dije a mi mismo sentándome en el sofá. Entonces las imágenes de que había sucedido en aquel sofá se vinieron a mi mente. ¡Basta! Me levanté y camine hasta la habitación. Era mejor dormir, apenas entré sentí el agua de la regadera. ¿Se iba a bañar a las cuatro y media de madrugada? Me pregunté pero decidí no darle vuelta a ese asunto ni a ninguno.

Entonces me decidí a estar alejado de ella porque no sabía que tanto podría controlarme si la veía salir completamente desnuda, envuelta solo con la toalla. Las imágenes lujuriosas no se dejaron esperar ¿Qué demonios me pasaba?

Llegué huyendo no solo de lo real sino de lo irreal a la cocina, me quede allí jugando a abrir y cerrar la puerta del refrigerador mientras me imaginaba su cuerpo desnudo, completamente mojado por la cascada de agua tibia, hasta pude sentir como el agua recorría su piel tersa y suave. Me imagine hasta como sus manos recorrían cada parte de su cuerpo y cuando ya las imágenes estaba haciéndose vividas me detuve.

— ¡Basta! —me dije a mi mismo tratado de quitar la imagen mental que tenía demasiado patente — Necesitas distracción —resolví mientras cerraba el refrigerador.

Volví hasta la sala de estar y tome entre mis manos el libreto de la próxima película que iba a interpretar. Al principio pensé que esa era buena idea, concentrarme en otra cosa — Trabajo —era el mejor tema para "amargarme" pero como jugarreta del destino en la escena 15 fue mi perdición: noche de pasión entre los protagonistas. Era el titulo para nada alentador pero lo que siguió era peor, la descripción era específica y demasiado morbosa.

No podría sobrevivir tres meses de esa manera eso era imposible. Deje el libreto a un lado y suspiré resignado a lo evidente no importaba cuanto tratara de evitar pensar en sexo, todo y cada uno de los movimientos o situaciones me restregaban mi tortuosa condena recién impuesta de abstinencia. Habían pasado al menos cuarenta minutos desde que ella se había metido a bañar, tiene que estar dormida pensé caminando hacía el cuarto pero apenas cruce la puerta quise que me tragará la tierra.

Bella estaba completamente desnuda, claro que cubierta por la toalla que estaba atada al pecho.

¡Maldición!

Magulle entre dientes tratando de parecer normal y adulto esto no podía ganarme. Tenía que controlar mis instintos y entrar en razón. Cruce la estrecha distancia entre la puerta y el closet sin mirarla y me enterré literalmente contra éste buscando todo y nada a la vez.

A lo lejos sentí un aroma enfermizamente intoxicante, era como si su cuerpo expeliera cientos de feromonas incitándome.

— Estas volviéndote loco —pensé mientras tomaba el pijama entre mis manos porque era imposible que yo pudiera distinguir esa esencia. Cruce otra vez dándole la espalda hasta que sentí como se acercó a mí deteniendo mi paso. Me giré lentamente y sus ojos marrones estaban pidiendo más que una explicación a mi comportamiento. Me conocía demasiado bien o yo estaba siendo demasiado evidente con el tema de la ansiedad sexual.

— ¿Qué ocurre ahora? —me preguntó suavemente y de verdad estaba rodeada de un aura demasiado maternal que me desarmo por completo cualquier tipo de explicación que no fuera la verdad. Me quede pegado en sus facciones que se habían hecho más adultas en cuestión de segundos. Sin contar que, contrario a lo que ella pensaba, seguía siendo delgada con un abdomen abultado que le daba una figura extraña pero tierna, después de todo tenía seis meses y medio de embarazo.

— Nada —le contesté a duras penas inspirando aire pero otra vez tenía el sexto sentido en piloto automático.

— Edward, no me mientas —reclamó y ¿tan evidente podía ser?

Era culpa del médico, al escuchar aquellas palabras se me disparó la ansiedad ¿Qué podía hacer respecto aquello? El deseo lujurioso estaba escapando a mi control simplemente no podía evitarlo. Ni siquiera había pasado un día y ya estaba literalmente desesperado. Se acerco lentamente a mis labios y quise por medio segundo rechazarla pero me demoré menos de esa fracción de tiempo darme cuenta que una reacción así sería contraproducente, entonces las palabras de mi padre hicieron eco en mí como consejos de genero.

— Hijo —y su voz se puso ronca — cuidado con los cambios de temperamento no importa que digas o qué hagas será tu culpa siempre. Las hormonas son tu peor amiga en esta época —me había insinuado mi padre y no iba a tentar al destino no quería conocer esa parte de ella ya bastante trabajo me costaba convencerla que seguía siendo atractiva, de una manera distinta claro esta, pero atractiva al fin y al cabo. Así que le correspondí el beso y me traiciono otra vez el deseo. La apreté contra mi cuerpo y sin darme cuenta la desnude. La toalla callo al suelo y deslice mi mano por su espalda apretándola más hacía mí y en ese minuto la cordura regreso al sentir su vientre abultado contra mi cuerpo.

— Bella no estas ayudándome —le reclamé con la voz estrangulada por el deseo.

— Podemos hacerlo despacio —me propuso y mi lado pervertido se incentivo.

— Si volvemos a llegar al hospital tu medico me matará —expuse al recordar la cara que el Dr. Mason me había dado en reproche hacía menos de un cuarto de hora.

— Pero… yo te deseo —exclamó suplicante con un hilo de voz. Mientras jugaba con sus manos en mi pecho lo que me hacía más difícil la voluntad a permanecer en la decisión de "no tocarla".

— No te imaginas cuando te deseo yo a ti pero el parto podría adelantarse y solo tienes seis meses —¿Acaso tenía que ser yo quién le recordará aquello a ella?

No, definitivamente esa frase fue más para convencerme a mi mismo que para hacerlo con ella, estaba a punto de sucumbir, porque la sugerencia de "hacerlo despacio" era atractiva. Mi mente ideo miles de formas de concretar ese "despacio" y sonreí al darme cuenta de lo que la mente humana podía imaginar en estados de desesperación pero en ese minuto como un recuerdo siniestro vino la imagen del sueño que había tenido hace ya varios meses atrás, sumada a las del susto real que habíamos pasado, lo que hecho por tierra mis lucubraciones. Con el dolor de mi alma tomé su pijama y se lo dí mirándola.

— Desayunaré con mi madre —decidí casi al borde del infarto y necesitaba salir de ese departamento, al menos hoy, sino probablemente me sentiría culpable por sucumbir a mis deseos.

— Literalmente estas a pan y agua —exclamó divertido Emmett mientras tomaba cerveza. Suspiré desganado.

— Y no es chiste —confirmé sintiéndome pésimo por haberme ido dejándola sola.

Era cuarta noche que literalmente huía del departamento. Pero era terrible el síndrome de abstinencia y creo que si no hubiera sido una prohibición podría incluso haberlo sobrellevado mejor pero esa sentencia condenatoria lo había magnificado sacándolo de proporciones.

— No es por ser malo pero no creas que será mejor cuando nazca.

— ¿Qué tratas de insinuarme?

— Entre tu y ella siempre habrá un antes y un después.

Y no lo había visto de esa manera. Tenía razón mi "hijo" iba a absorber la atención de Bella al menos durante los primeros ¿catorce años de vida? aventuré con horror. Se habían acabo las palabras tranquilidad, intimidad y sueño. Ahora entendía la cuna en la habitación.

¡Simplemente perfecto! reclamé sintiendo un celo inesperado. Primero Jacob ahora mi hijo.

¡La guinda de la torta! pensé frustrado mientras miraba absorto a la muchedumbre de personas bailando abstractas y sin preocupaciones. Me acordé de esa vez que Bella me había seducido y que habíamos terminado teniendo sexo desenfrenado en el oscuro callejón. Apague mis instintos en el minuto que noté la mirada furtiva de una chica

¡No puedes hacerle eso a la madre de tu hijo! Me recriminé y tomé las llaves del auto. Era hora de regresar a mi buscada verdad.

— ¿Adonde vas?

— Creo que es suficiente aire por hoy. Gracias por venir conmigo y escucharme espero verte cuando vuelvas a California

— No me perdería el bautizo por nada

Me respondió y puse mis ojos en blanco. Para cuando llegue al departamento Bella estaba profundamente dormida, como siempre, y me dedique a contemplarla. Estaba durmiendo de lado con una almohada entre las piernas, usualmente era una de mis piernas la que ayudaba pero no podría haberme quedado sin haber ahogado mi desesperación en una discusión. Me acosté a su lado y me quede dormido pensando que tan solo eran dos meses más de agonía

¿Qué son ocho semanas, 56 días, 144 horas?, no pude evitar suspiré al sacar la cuenta de los minutos, sería largo y tortuoso pero no imposible.

— ¿Una nueva asistente? —le pregunté un tanto sorprendido

¿Qué había pasado con Mery? me pregunté para mi y había ganado experiencia en esto de no provocar ataques de llanto sin fundamentos o de ira igualmente sin tener arte ni parte.

¡Hijo mide tus palabras! Me había regañado mi padre un día que nos visito y se me escapó un comentario inocente sobre su peso y la furia se había desatado arrasando conmigo a través del campo de batalla y el almuerzo había quedado en nada. Mi padre divertido, mi madre consolando a su nuera y obviamente queriendo asesinarme en el proceso. Así que ahora no opinaba a menos que de forma directa se me pidiera la opinión y con un cuidado de no decir ninguna palabra clave o asociada a: peso, gordura, atractiva. No quería que otra vez sus hormonas maternales vieran cosas donde no las había así que me encogí de hombros.

— Mery se va a tomar vacaciones y pronto nacerá el bebe apenas puedo siquiera vestirme y como tu prefieres evitarme —me explicó dándome una mirada acusatoria.

— Eso no es verdad —le reclamé mirando a su madre que tenía esa mirada que tanto detestaba: inquisitiva. Era la misma que me daba la mía propia y era horrible tener a mi propia madre en mi contra y sin que yo hiciera nada por ganarme esa tendencia a la animadversión gratuita solo por ser hombre.

— Digamos que mantienes tu distancia por ello necesito que alguien me ayude a comprar cosas, preparar el cuarto del bebe y en todo este tema de amoblar la casa —agrego y su mirada cambio a la misma que tenía antes de embarazarse completamente serena, como una dulce y amorosa mujer. ¿Dónde estaba mi Bella? Pensé de repente porque la mujer o mejor dicho la niña anterior habían desaparecido casi completamente estos últimos meses. Ya perdía la cuenta de cuantos llantos había consolado sin tener idea del por qué.

— Como quieras —convine inconciente y entre en pánico al ver su entrecejo fruncirse y darme esa levantada de ceja que indicaba que estaba molesta. Suspiró y luego se acerco para besarme en los labios.

— ¿De verdad no te importa? —tanteó con un tono extrañamente inocente

— Qué contrates a otra asistente no ¿Tendría? —cuestioné confundido

— Ella va a vivir aquí —explicó dulcemente y sabía que detrás de ese repentino cambio de humor venía aparejado una noticia no tan agradable. Analice la situación y podría haber sido peor — su madre —así que alguien extraño no era tan malo.

— Podría haber sido peor ¿Verdad? —susurré entre dientes y ella se rió suspicaz.

— Sin duda —me contestó.

Mirarla dormir era incluso más tortuoso que estar solo — debí aceptar ese papel en Francia —me recriminé. Hoy se cumplía la mitad del plazo, me quedaban cuatro semanas por delante y si habían sobrevivido cuatro sin recurrir a salidas alternativas como iba a desistir justo cuando ya me quedaba tan poco. Me levanté a tomar agua helada y es que mi mente divagaba por rincones que no sabía existían.

Me imagina a Bella en todas las formas posibles y cuando su mano rozaba mi pierna, inocentemente, mientras dormía mi libido se iba por las nubes. Trate de no hacer ruido. Me fui directo a la cocina, ahora vivíamos en una casa que estaba completamente amoblada no gracias a mí ni a ella sino a la nueva asistente.

Baje las escaleras descalzo y parecía que el termostato estaba demasiado fuerte porque a pesar que estaba fresco yo estaba que reventaba en calor. Cuando entré a la cocina la puerta estaba abierta y ella no se percató de mi presencia. A decir verdad yo la había olvidado por completo. Trague saliva al verla en pijamas: unos pantalones cortos hasta decir basta, una blusa semitransparente corta que dejaba ver su cintura bien definida, traía puestas unas zapatillas de levantarse. Y estaba agachada con la mitad del cuerpo metido en el refrigerador, tomé aire para hacer que mis pensamientos poco correctos se fueran lejos. ¡Es la asistente de Bella! Me grité a mi mismo para cuando noté que se estaba inclinando aún más de lo que ya estaba tosí porque era demasiado ver como su nalga se escapaba de ese pantaloncito pequeño sin saltarle encima.

— ¿Edward? —exclamó un tanto asustada y otro tanto sorprendida aunque también avergonzada, me lo comprobó el hecho que se cruzó de brazos a la altura de su pecho, tratando de taparse lo que era imposible.

— Ángela —le contesté titubeante casi sin aliento, al mirarla mi mente se fue directo a las fantasías que había tenido por todos estos largos meses. — No sabia que estabas aquí —agregue haciendo la voz más ronca. Me miró incomoda y estaba volviéndome un experto en el lenguaje de miradas. — Creo que mejor me voy —concluí sin sentido y giré mi cuerpo para salir por donde había entrado cuando su tibia y suave mano me sostuvo por el brazo impidiéndomelo. Ante su contacto todo mi cuerpo se estremeció.

¡No por qué me pasa esto a mí! me dije tratando de mantener a raya el deseo además de otra cosa más en mi pantalón.

— ¿Le paso algo a Bella? —consultó preocupada.

— No, no ella esta durmiendo —aseguré sin quitarle la mirada de encima.

Profundamente pensé al segundo mordiéndome el labio nervioso y mis fantasías se reproducían en piloto automático sin tener yo control sobre ellas.

Mala idea había sido contratarla a ella, justamente de todas las que habían venido tenía que ser ella, que no podía haber sido mayor que nosotros, así como de la edad de mi madre. Otra vez más mi padre tenía razón, el comentario que había hecho apenas la conoció hoy se aplicaba patentemente — Un gato cuidado la carnicería, buen trabajo cariño —había comentado a mi madre cuando la conoció y yo me había reído incrédulo escupiendo al cielo: ¡Vamos! yo jamás haría algo así había asegurado aquel día pero claro cuando la conocí aun no perdía el juicio.

— ¿Tampoco puedes dormir? —trataba de ser cortés con quien en la teoría y en estricto rigor era su "patrón". La risa inocente de sus labios era otra mala señal.

— No —le contesté riéndome nervioso

— Debe ser la ansiedad falta tan poco —comentó atrayendo mi culpa en cuestión de segundos, en el fondo, se lo agradecí. ¡Eso es piensa en tu hijo! Y en la moral que debe tener un futuro padre.

— Sí la ansiedad me mata —conteste. Si ella se imaginará que tipo de ansiedad estaba literalmente matando mi cordura estoy seguro que se le apagaba la sonrisa del rostro que ahora tenía. Nos embargó un incomodo silencio. — Idea mía o hace calor —comenté tontamente buscando una escusa para separarme de ella. Debía alejarme a cualquier precio, sino el precio que pagaría sería demasiado alto y no estaba seguro de querer pagarlo después de todo.

Apague la calefacción de espaldas a ella y cuando me giré noté como su piel se erizo producto de la ráfaga de viento helado que se coló haciendo que me estremeciera de solo mirarla. ¿Por qué las mujeres tenían que estar destinadas a tenernos? Una vez más mi temperatura corporal se disparó y definitivamente tenía problemas con la presión. No saldría vivo de esta, al menos no sin daño colateral aventuré luchando por quitarme esa idea carnal que estaba cruzando por mi mente al mirar su cuerpo tan bien definido y horriblemente tentador.

Nos quedamos callados por varios minutos, ella tenía en la mano un vaso de leche y yo jugaba con otro vacío decidiendo.

¡Vamos Edward solo son cuatro semanas, 28 días!, ¿qué son 28 días? pensé frenético mientras la observaba. Ella tenía su mirada en el suelo.

— ¿Te acostumbras aquí? —le pregunté en un intento de cambiar de tema. Tomé agua mientras esperaba su respuesta y como agradecía que estuviera helada. Si no fuera tan evidente le hubiera puesto hielo.

— Los Ángeles es alocada, demasiada gente —comentó alzando su vista hasta encontrarse con la mía.

— Tiene razón pero así es la vida de esta ciudad —coincidí

— Todo tan Acelerado —afirmó ella apoyando sus manos de vuelta a su cintura.

— Exacto —asentí dando el último sorbo de agua que me quedaba en el vaso y lo deje en el fregadero.

— Bien, será mejor que me vaya a dormir —exclamó ella mientras movía su cuerpo en dirección de la puerta.

— Sí Bella se puede despertar —agregue haciendo lo mismo.

¿Ves que no es tan difícil? Me preguntó mi lado angelical. Aún no cantaría victoria aportillo ese lado demoniaco que se apoderaba de mí en situaciones como esta.

Sin premeditarlo nos topamos en la entrada. Nuestros cuerpos se rozaron y ahogue mi respiración mientras sentía como el aire de sus pulmones chocaba contra el vacío de la habitación haciendo un siseo peligrosamente acelerado, comprobé que estaba a escasos segundos de entrar a un camino sin retorno.

¿Cómo iba a salir bien después de esto?, me pregunté y una lucha interna afloró: razón versus cuerpo se liberó — te lo dije no cantes victoria —exclamó mi yo interior.

Nuestras manos seguían rozándose había un silencio eterno solo interrumpido por mi corazón que se disparó expectante ante lo que pasaría. Lentamente mis dedos se curvaron para agarrar los de ella que en un mismo movimiento sutil pero audaz entrelazo los propios con los míos. Aun mirando de frente nuestras respiraciones se dispararon al unísono.

— Tu eres el padre de su hijo —exclamó
— Tu eres su asistente personal —respondí
— Ella es tu mujer —agrego
— Ella es tu jefa —finalice y esa era la última de mis excusas más fuertes para no hacerlo, un escalofrío recorrió mi cuerpo y nuestras miradas se encontraron después de este encuentro nada volvería a ser igual.

Levanté mi mano automáticamente buscando su rostro y sus ojos negros brillaban como dos olivas tentadoras. Baje mi vista a sus labios y era tan distinta a Bella. Su piel un poco más oscura que la de Bella era tan exquisita como la blanca de ella. Sentí como respiraba apresuradamente mientras me acercaba para besarla, cuando finalmente nuestros labios se encontraron nos besamos como una necesidad oculta. Cruce mis brazos en su cintura y la atraje hacía mi cuerpo mientras acariciaba su cuello.

La recargue contra la puerta y profundice el beso y tenía claro que había cruzado el límite, ya no había vuelta atrás. Pero en ese minuto no me acorde de nada ni de nadie.

La hice entrar devuelta a la cocina y cerré la puerta tras ella. Caminamos besándonos hasta el centro de la habitación donde estaba el fregadero y una encimera junto a la cocina, la ayude a subirse en ella. Le quite la parte de arriba de su pijama y la contemple, tenía un cuerpo endemoniadamente tentador. Deslice mis dedos por la base de su cuerpo, tocando levemente su clavícula, ella cerro sus ojos ante mis caricias. Apenas podía controlar mi respiración y estaba desesperado por tenerla entre mis brazos, por sentir su piel tibia contra la mía.

Deslice mis manos acariciando su torso desnudo mientras besaba su mentón y ella exclamó un jadeo exquisito. Nuestras miradas se encontraron y ella me acerco a su cuerpo cruzando sus piernas en mi cintura como una prisión de la cual no iba ni quería salir. Sentí sus manos en mi polera, la cual tiro dejando mi torso desnudo, acarició con suaves besos mi piel haciendo que mi corazón se sintiera frenético en mi garganta. La ansiedad se disparó y sin mucho preámbulo tome entre mis manos sus pantalones y los tiré dejándola completamente desnuda.

Contemple su cuerpo casi con la misma locura que había contemplado el cuerpo de Bella hace mucho tiempo atrás. La urgencia por sentir su interior me estaba traicionando. Sus labios estaban rosados producto de la fricción de los besos al igual que sus mejillas.

Sentí sus manos tirar de los lazos que sujetaban mi pijama y la tela cedió, separando aún más sus piernas y acomodé mi cuerpo entre ellas mientras jugaba deslizando la palma de mis manos acariciando sus piernas en toda su extensión, subí hasta su entrepierna, mis dedos acariciaron su parte intima mientras la besaba. Para esta altura ambos teníamos claro como iba a terminar ese encuentro, y no me extraño sentir la urgencia que estaba sintiendo porque finalmente concretáramos el acto, sus yemas se hundían en mis hombros mientras la acariciaba, nuestras lenguas se acariciaban en ese juego tan exquisito demostrando que la necesidad era mutua. Tomé sus piernas por las rodillas levantándolas levemente y la atraje a mi cuerpo para hacerla mía. La expresión de placer en sus facciones me excitaba sobremanera, haciéndome perder la proporción de lo que estábamos haciendo, aumente el ritmo de los movimientos y solo me percaté de eso cuando jadeó demasiado fuerte, sujete su rostro atrayéndola hacía mi para ahogar su voz.

— Shhh —susurré en su boca besándola y ella apretó mi cuerpo aún más contra el suyo. Para cuando llegue al orgasmo todo mi cuerpo tiritaba. Nos quedamos mirando mientras ambos regularizábamos la respiración.

No podía negar que lo había disfrutado pero la culpa se vino como un peso demasiado grande cuando volví a la habitación junto a Bella. Mirar el cuerpo de la madre de mi hijo, de quién era mi mujer sobre la cama fue demasiado terrible, considerando que la había engañado hacía cuestión de minutos. Entre al baño pensando y tratando de convencerme que iba a ser solo esa vez.

Pecados Carnales

Capítulo 11 Castigo

Apenas cruce la puerta quise devolverme y tomarla entre mis brazos para consolarla y pedirle perdón por todo el daño que le había causado estos meses con la indiferencia, yo me había convertido en un monstruo peor que ella reflexioné. Pero lo había prometido y mirar a mi hijo entre mis brazos me dio la fuerza necesaria para hacerlo. Debía irme lejos y llevarme al niño conmigo sino la furia de Renée sería contra él.

Lo puse en la silla dentro del automóvil y salí de la vida de su madre y de la de su familia. Cuando pase por la reja de la propiedad de los Swan me detuve al ver el coche de Renée estacionado a un costado.

Me baje no sin antes darle un vistazo a mi hijo que permanecía inocente e ignorante de todo este embrollo.

- Custodia y tutela completamente exclusiva para ti, como lo prometí

Me dijo entregándome la carpeta que me había mostrado semana antes y que le hizo firmar a su propia hija engañada. Me dí cuenta que no tenía escrúpulos, había hecho bien al transformarme en el aliado porque como enemigo me hubiera masacrado.

- Su hija, completamente libre y destrozada lo suficiente para que usted pueda volver a someterla y manipularla

Le contesté arrebatándole los documentos de las manos, era ahora o nunca, el peso de la conciencia estaba empezando a embargarme debía irme ahora o no sería capaz de hacerlo, me giré para subirme al vehiculo lo más rápido que pude.

- Fue un placer hacer negocios contigo

Le sentí susurrar con esa sonrisa diabólica que tan bien conocía.

Conduje por horas antes de tener el coraje necesario para enfrentar a mi familia, me estacione fuera del departamento de mi hermana Alice. Miré a Anthony que se había dormido – que iba a hacer ahora – me pregunté con el corazón en la mano, ya no había marcha atrás había destrozado a la mujer que amaba y ese sentimiento de repudió que sentí cuando ella había tratado de abortar a nuestro hijo se me vino en contra.

Tomé entre mis brazos a mi pequeño hijo y subí hasta el departamento de Alice esperando que ella no me juzgará como temía iba hacerlo.

- Pero que haces tu aquí, ¿dónde esta Bella?

Me preguntó mirando a todos lados confundida, me hizo entrar y yo aún seguía pensando en que decirle para que me ayudará y no me reprochará mi conducta. Después de todo era mujer y ella siempre había estado a favor de Bella.

- En su casa con su madre

Le conteste despacio mientras alzaba al niño tratando que no llorara. Alice me lo arrebató de las manos en un segundo.

- ¿Qué hiciste ahora? y más te vale que tengas una buena excusa sino yo misma le devolveré su hijo a Bella

Me dijo mientras yo suspiraba para contar mi parte de la historia.

- ¿Y tú crees que es lo correcto? – me rebatió conteniendo la furia que reflejaban sus ojos.

- No tenía alternativa – contesté un poco avergonzado

- ¡Pero eres bruto o te haces!, como piensas criar a un niño de un mes tu solo, cómo vas alimentarlo. Eres un verdadero imbécil

Me grito colérica mientras preparaba el biberón de Anthony a regañadientes tratando de controlar su furia y tenía razón de estar molesta sin embargo ya no había vuelta atrás.

- No necesito que me grites, necesito que me ayudes

Le pedí desesperado pensando en lo que diría mis padres y mi otra hermana cuando se enterarán que había abandonado a Bella y que no solo eso sino que le había quitado a su hijo recién nacido.

- No puedo, aunque quiera ayudarte no puedo, no puedo transformarme en la madre sustituta de tu hijo, yo también trabajo al igual que tú. Tendrás que recurrir a nuestros padres, sin contar que Bella es mi amiga y no puedo hacerle esto porque no es correcto.

Me contestó pasándome la mamadera. Y yo la miré confundido.

- No querías ser padre soltero pues bienvenido al mundo de los padres

Me dijo irónica dejándome solo con Anthony en un de mis brazos y la mamadera en la otra mano. Esto iba a ser un camino demasiado largo para recorrer.

- No creo que esto sea correcto, diga lo que él diga, lo que hizo no tiene nombre

Le sentí decir a Alice a mi madre en la cocina de la casa de éstos. Me quede escuchando detrás de la puerta, habían pasado dos meses desde que había abandonado a Bella y me había llevado a nuestro hijo conmigo. Ahora vivía con ellos y agradecía que al menos ellos se hubiera puesto de mi parte en todo esto, no sabía que hubiera hecho de no ser así, no podría haber mantenido el trabajo y haber criado a Anthony yo solo sin ayuda.

- Tal vez no fue la mejor manera pero Edward hizo lo correcto, ella ni siquiera lo quería en primer lugar – rebatió mi madre molesta por la discusión que estaba teniendo.

- Esa no es una excusa madre, ella se iba a convertir en monja, él la sedujo y luego la embarazo, que hubiera pensado yo misma con una madre como Renée en una situación así

- No la justifiques, siempre hay alternativas y ella aún a pesar que Edward se la quería llevar lejos, trató de abortarlo, una madre no hace eso

- Estas poniéndote del lado de él – alzo la voz Alice enarcando una ceja

- Es mi hijo y voy apoyarlo además, estamos hablando de mi nieto, no voy a permitir que esa señora santurrona los destruya por apariencias – contestó de vuelta mi madre en el mismo tono que utilizó mi hermana.

- No lo sé, no digo que Bella hizo lo correcto pero no merecía ese castigo, de todo corazón deseo que lo supere, incluso hasta creo que esa decisión de irse a un convento fue la mejor, allá al menos tendrá paz. Es increíble que Edward confabulará con Renée para quitarle la custodia de su pequeño hijo.

- Tu hermano hizo lo que debía hacer, lo entenderás cuando seas madre

Refutó mi madre quitándole el biberón para Anthony de las manos a mi hermana. Un vació me recorrió cuando me enteré que Bella se había hecho monja después de todo, esa seguro no era la solución para acabar con la pena o con el sufrimiento - porque eres tan cobarde – me recriminé – Ojala me perdoné algún día - le pedí por primera vez a Dios desde que esto había comenzado.

Estacioné fuera de la casa de Bella y me quede ahí un rato, con ganas de ir a hablar con Renée y preguntarle cual era el convento en que estaba su hija para terminar con esta pesadilla pero la imagen de Anthony se me vino a la mente y deseche la idea – Renée lo destruiría – confirmé al recordar a su abuela. Ya no había vuelta atrás, de pronto sentí un golpe en la ventana contraria de mi automóvil que me hizo brincar del susto, era Ángela. Abrí los pestillos y ella entro en el automóvil.

- Hola te quería pedir algo

Me dijo sonriéndome nerviosa.

- Me gustaría que me dieras una foto de mi sobrino para cuando ella quiera verla, al menos para que conozca a su hijo, debe estar tan grande.

Me pidió en un susurró y el corazón se me volvió a encoger, había cometido un error, el más grande todos. Me lleve la mano a la billetera y saque la fotografía que había tomado Esme hace dos días atrás. Se la entregué.

- Se parece a Bella - me comentó ella

- Tiene sus ojos - coincidí yo apretando el manubrio.

Hubo un tenso silencio hasta que decidí hablar.

- ¿ella esta bien?

Le pregunté de repente sin quitar la vista de enfrente. El peso de la culpa era demasiado para soportarlo sin saber al menos que ella había superado en parte lo que había sucedido con nosotros, tal vez la vida espiritual le diera resignación después de todo.

- ¿Cómo estarías tú si te enteras que tu propia madre confabulo en tu contra para arrebatarte lo más preciado que tienes en la vida, y que el hombre al cual amas te odia?

- Yo no la odio - rebatí

- Pues tampoco la amas sino no hubieras hecho lo que hiciste - juzgó Ángela colerica.

- Tu madre nos hubiera destruido - me defendí

- Es fácil echarle la culpa al resto, pero si puedes dormir con eso, no seré yo quien te quite el sueño. Buenas noches Edward

Espetó bajándose del automóvil. Me quede por unos minutos viéndola como entraba en la casa y luego me fui. Me fui para siempre de la vida de los Swan.