Dark Chat

jueves, 26 de agosto de 2010

Pecados Carnales

Capítulo 1: Reproche


Deslizo sus dedos delicadamente por mi espalda, y contraje mi cuerpo arqueándome levemente ante su contacto, era la primera vez que alguien iba a tocarme y de esa manera; humedeció sus labios con la punta de su lengua y se acerco hasta los míos, sentí como comenzaba a besarlos despacio y gentil al principio pero a los pocos minutos la urgencia se fue acrecentando y se abrió paso para invadir mi boca con la suya, la abrí lentamente dándole el permiso necesario y que tanto estaba deseando, su halito dulce y tibio me inundó, y nuestro beso se intensifico.


Afuera llovía torrencialmente, y aunque mi cuerpo estaba empapado, las gotas de agua que escurrían por mi piel se evaporaban al instante. Cerré mis ojos lentamente, y deslice mis manos por su pecho hasta su cuello y lo sujete con fuerza atrayendo su rostro hacía mí; sentí como el rompió el beso para morder ligeramente mi cuello; y cuando sentí la humedad de sus dientes en mi piel enterré mis dedos en su cabello, comencé a jugar con ellos al unísono mientras sentía sus delicadas caricias. La sensación de sus labios sobre mi cuerpo era algo demasiado intenso y algo a lo que no podía ni quería resistirme. Él me deseaba tanto como yo a él eso estaba claro y hoy finalmente nos atreveríamos a concretar las fantasías que, sabía ambos, teníamos desde que nos habíamos conocido.


Mi respiración se comenzó a hacer pesada y ruidosa lo que en cualquier circunstancia me hubiera avergonzado pero con él era distinto sentirlo reaccionar de la misma forma me daba el valor suficiente para continuar, miré sus ojos y estos brillaban de una manera enigmática, estaban llenos de deseo y pasión, tanto que el verde característico se había hecho más intenso, se me asemejo al agua del mar, estaban tan profundos que podría haberme perdido en ellos.


Cruce mis piernas sobre su cintura para quedar frente a frente, sin más comencé a desabotonar su camisa y él hizo lo mismo con la mía. Mis dedos temblaban ante la sola idea de que dentro de poco vería su cuerpo completamente desnudo y él el mío. Sentí mis mejillas ardiendo y traté de mantener mis pensamientos alejados de las fantasías poco decorosas que había imaginado, pero estaba claro que, aunque nos conocíamos hace un par de meses, yo para él era un libro abierto. Sus labios se torcieron en una sonrisa cómplice, con su camisa a medio desabotonar tomó entre sus manos las mías y las llevo hasta su boca, beso la palma de una de mis manos y sin quitarme los ojos de encima, introdujo ávidamente por la camisa, su mano libre, y se detuvo en mi pecho, deslizo sus dedos trazando un camino entre ellos hasta llegar al comienzo de mi vientre donde apretó la palma completa, giró su mano tomando el borde de la camisa.


- Pídeme que me detenga


Susurro mientras deslizaba la tela sobre mis hombros, contemplo mi dorso semidesnudo extasiado y en respuesta tome una bocaranada de aire para poder articular las palabras que hace mucho deseaba decirle.


- No quiero que te detengas


Y aquella noche no lo hizo, suspiré mirando la figura de Cristo que tenía frente a mí, apreté mis ojos y tense la mandíbula rezando para que en mi interior aquellos recuerdos se borraran de una vez y para siempre. Sí, me sentía la pecadora más grande del planeta. Jamás debí siquiera pensar en él como hombre, para mí eso estaba prohibido y yo lo había elegido así.


- Perdóname por favor


Susurre a la figura y aparté mi vista de él como si estuviera confesando la infidelidad a mi marido y en cierta medida era así. Sus gemidos estaban tan patentes en mi mente que me sentí sucia de solo recordarlos en su casa frente a él. Me levanté al acto y el ruido que hizo la puerta del confesionario al abrirse me trajo de vuelta al a realidad. Verlo salir presuroso y sentir el eco de sus zapatos contra el suelo de la iglesia disparó el latir de mi corazón, el nudo en la garganta que tenía se apretó aún más y apenas noté que iba a salir por la puerta me abalance sobre él, le grite para atraer su atención llamándolo por su nombre y traté de mantener la calma, pero la angustia me traicionó, mi voz sonó desesperada y todos se habían dado cuenta de aquello.


Sin cavilar siguió avanzando hasta salir por la misma puerta que había entrado sin detenerse, sus pasos estaban demasiado apurados considerando que había venido tan decidido a detenerme, que le habría dicho el Padre Alfonso reflexioné para que su actitud cambiará tanto. En vista que no se iba a detener y que estaba a pocos pasos de llegar hasta su automóvil, corrí hasta sobrepasarlo y sin dudarlo me plante frente a él interponiéndome en su camino. Trató de esquivarme pero fue ahí cuando puse mis manos en su pecho para detenerlo, él quería hablar pues ahora tendría que escucharme él a mí.


- ¿Qué le dijiste?


Demande saber y su rostro se desdibujo consumido por la rabia.


- Esto


Contesto tomando mi rostro con fuerza entre sus manos, estaba besándome a vista y paciencia de todas las personas que estaban esperando a que la misa comenzará. Sentí como sus brazos rodearon mi cintura acercándome peligrosamente y más de lo debido a su cuerpo; al principio me quede petrificada, él tenía ese indeseable efecto en mí: perdía la cabeza y la noción del tiempo cuando estaba cerca y como odiaba que eso me sucediera. Levanté mis manos en un amago vano por separarlo pero al contrario lo único que logré fue que el beso se hiciera más intenso, sentía sus labios calidos y provocadores deslizarse sobre los míos de forma desesperada, podía sentir la urgencia de su lengua luchando con ellos para abrirse paso hasta el interior de mi boca, buscando acariciar la mía, que a esta altura lo estaba pidiendo a gritos. Sentí como el beso se intensifico en una mutua necesidad y de una manera demasiado correcta para algo que estaba mal y prohibido.


Y debía admitir que sí me preguntarán justo ahora que era lo que sentía por Edward Cullen le gritaría al mundo entero que lo amaba con locura. Pero claro, eso era un sentimiento impulsivo, llevado por la situación y como deseaba poder ser una persona de voluntad fuerte. Deseaba con todo mi ser poder practicar lo que tanto me habían enseñado mis padres, lo que tanto me habían recalcado ellos – esta vida implica sacrificios Bella, ¿Estas dispuesta a realizarlos? - me había preguntando en varias ocasiones el Padre Alfonso en el transcurso de mi preparación y respuesta siempre había sido la misma.


Pero también me habían enseñado otra cosa, debía ser honesta no solo con el mundo sino conmigo misma y sentir la humedad y calidez de sus labios sobre los míos me hacía cuestionarme como lo había hecho desde el primer minuto en que había estado segura que mi corazón le pertenecía; esa férrea decisión que había tenido desde que había cumplido dieciséis años estaba socavada en lo más profundo de sus cimientos, ya no sabía si de verdad quería renunciar a este sentimiento que había descubierto gracias a él.


Ahora no tenía nada claro, y aunque mi respuesta aquella vez había sido un sí sin condición, sin un pero, si me volvieran a preguntar ahora, la respuesta sería un silencio porque no estaba segura de que era lo que quería hacer en realidad.


Era una pecadora y de las perversas porque aún cuando sabía perfectamente que para mi estaba prohibido entregarme a los placeres carnales, no solo lo había hecho una vez sino varias y sin remordimientos, incluso ahora a media hora justa de mi supuesta consagración seguía repitiendo la mentira a todo el mundo – sí quiero - se habían transformado en dos grandes mentiras, y como me recriminé estar tan enamorada de él, cómo era posible que no pudiera controlarme, que no pudiera pensar con perspectiva, que no pudiera simplemente decirle que no. Era como si Edward fuera mi diablo personal, la tentación en persona, y ahora aún estando fuera de la casa de Dios, el símbolo más representativo de todo lo que yo creía, mi corazón reclamaba por su dueño.


Vamos Bella esto no es correcto, hiciste una elección grito una vocecilla en mi interior que logró abrirme los ojos ante la verdad. Con pesar comprobé que esa voz tenía razón, y me lo demostraron las miradas furtivas e inquisidoras de las dos señoras que pertenecían al coro de la iglesia, sus expresiones me gritaban que estaba jugando con fuego y me iba a quemar en el infierno si no detenía esta locura, y no lo haría sola sino que arrastraría a todos los que me importaban en el proceso, incluido él.


Mi elección era un pequeño pero gran detalle en todo esto, si tan solo las cosas hubieran sido distintas, pero no, había sucedido así y no había vuelta atrás. Resignada puse mis manos en su pecho, las empuñe y lo empuje con toda la fuerza que logré recabar de la flaqueza que significaban sus besos para mí en ese momento. Cuando finalmente el beso se rompió nos quedamos mirando, tomé aire para repetir lo que ya casi me sabía como un monologo pero esa risa burlona y de suficiencia que me propino, hizo que mi coraje aflorará.


Pero quien se cree que es pensé furibunda, apreté la quijada producto de la rabia y antes que él pudiera siquiera decirme algo, le propine el golpe certero en la mitad de sus hermosas mejillas, el color rosado me confirmo que el golpe había sido lo suficientemente fuerte, al menos ahora entendería el mensaje.


- Eres un imbécil


Fue lo único que se me vino a la mente y que me salió del alma, si me amaba tanto como decía como era posible que se empeñará en mi ruina, en nuestra ruina; me quede callada esperando el contraataque pero lejos de hablarme sobre el libre albedrío y el cinismo de la iglesia católica, se largo a reír en mi cara. No pude evitar abrir mis ojos sorprendida.


- No seré el único que se vaya al infierno por esto Bella, de eso puedes estar segura.


Comentó y un brillo en sus ojos afloró, sentí como resoplo por lo bajo y sin más se fue dejándome parada en la mitad de la calle. Aún anonadada y sin poder hacer nada contemple como se subió a su auto, el rugido del motor y el sonido estrepitoso de la acelerada que propino fue lo único que se sintió.


Inexplicablemente comencé a temblar, aún con la vista perdida en la calle y a pesar que no había nada puesto que él ya se había ido, yo no podía dar los pasos certeros para volver a entrar y hacer lo que había prometido hacer.


- ¿Bella?


Me llamó y su voz no sonaba enojada, al contrario, parecía resignado a escucharme.


- Sí padre


Le conteste con los ojos vidriosos producto de las lágrimas que trataba de contener. Su mirada era severa pero a la vez paternal, y creo que se debía principalmente a que él había sido testigo de toda nuestra tortuosa relación, aún así sabiendo que lo que yo estaba haciendo estaba mal, jamás escuche de sus labios una palabra de desaliento, al contrario, siempre me había hablado con la verdad y sabía que eso justamente era lo que iba a hacer ahora.


- Tenemos que hablar sobre tu consagración


Y el mundo cayo sobre mis hombros, la voz de mi madre retumbo en mi mente con una fuerza impresionante. Sabía que ese día era el comienzo del verdadero tormento, porque después de vivir en el cielo por todas esas semanas junto a él, había caído directo al infierno, uno que se llamaba Renée Swan.