Dark Chat

jueves, 9 de septiembre de 2010

Lagrimas de Amor

Capitulo 4

Las oficinas madrileñas del banco de Masen eran muy elegantes, pero Bella se estaba cansando de esperar… por muy lujoso que fuese el entorno.

La señorita Swan desea saber si usted espera que ella se quede sentada aquí en recepción todo el día –le preguntó Ángela a su jefe.

Dígale que tendrá que quedarse ahí hasta que yo termine este informe –espetó Edward, apenas levantando la mirada del ordenador.

El le estaba haciendo un inmenso favor a Bella librando a su padre una sentencia judicial y lo menos que podía hacer ella era mostrar un poco de gratitud. Pero en vez de eso, había estado durante todo el viaje en avión hasta Madrid quejándose de que quería marcharse a su casa con su padre y el estaba comenzando a tener serias dudas de si debía casarse con ella. Bella era una bruja… aunque muy guapa.

Mientras trabajaba en el informe, no podía quitarse de la cabeza los delicados rasgos de ella y sus preciosos ojos. Maldiciendo, se levanto y se acercó a mirar por la ventana.

Le gustaba Madrid en primavera y comercialmente era un acierto tener la principal oficina del Banco de Masen en el centro de la ciudad española más importante. A su vez le encantaba pasar tiempo en su lujoso departamento, situado en uno de los elegantes barrios de la capital. Pero su corazón estaba en Andalucía y su hogar siempre sería el Palacio del León.

Habiendo pasado sus primeros años de vida viviendo en una sucia caravana, al principio le había intimidado el tamaño y la majestuosidad del castillo. Incluso en aquel momento podía recordar lo bien que se había sentido al haberse enterado de que por fin pertenecía a un lugar. El castillo era su hogar, su herencia. Eso le había dicho su abuelo. Ya no había tenido que volver a hacer viajes interminables ni había tenido esperar en las escalerillas de la caravana mientras su madre había entretenido a sus numerosos amantes y su padre había desaparecido durante días.

Se puso tenso al recordar cuando Bella le había dicho que el estaba aislado de la vida real. Ella no sabía nada sobre el; había estado en lugares que ella ni siquiera podía imaginarse.

Durante sus primeros diez años de vida había conocido la pobreza y el hambre, el miedo y la soledad, sensaciones que incluso tras veinticinco años todavía le asaltaban en sueños.

Ángela, dígale a la señorita Swan que entre, por favor.

Edward se sentó tras su escritorio y miró por encima a Bella cuando esta entró, acercándose a el.

¿Qué es lo que pasa? Te dije que tenía que asistir a una importante reunión y que después tenía que preparar un informe –espetó- ¿Eres siempre tan impaciente?

Durante unos segundos, Bella se sintió muy intimidada. Edward era muy arrogante y poderoso, pero a la vez muy sexy. Tenía el bienestar de su padre en sus manos, pero todo le que ella podía hacer era mirarlo como una quinceañera que se acabara de enamorar.

En cuanto habían llegado a las oficinas, el se había introducido en sus dependencias privadas, donde debía haberse duchado y cambiado de ropa. Verlo vestido con un traje de chaqueta le había impresionado ya que le daba un aire de sofisticación urbana.

¿Yo impaciente? –murmuró, indignada- Fuiste tú el que insististe en traerme a rastras a Madrid sin darme la oportunidad de hacer mi maleta con calma. Ni siquiera se por que estoy aquí… a no ser que sea para que me siente y sea decorativa.

En realidad, la razón por la que te he traído aquí es simple –dijo el- Esta noche vamos a asistir a un importante banquete que se ofrece en honor a los empresarios más importantes de Madrid, así como a la elite social. Pero primero tenemos que ir de compras.

Date prisa y baja del coche. Y deja de estar tan malhumorada –le dijo Edward a Bella varias horas después.

No estoy malhumorada –espetó, indignada- Simplemente estaba… aclarándome las ideas –dijo, pensando que era mejor guardarse esas ideas para ella misma- Quizá a ti te guste vivir la vida alocadamente, pero no puedes esperar que yo haga lo mismo.

Lo que espero es que bajes del coche y te montes en el ascensor en cinco segundos… a no ser que quieras que te lleve en brazos –dijo el frunciendo el ceño.

¡No me pongas tus malditas manos encima! –exclamó, Bella enfurecida.

Parecía que Edward Masen le hacía perder el control y sacaba a relucir lo peor de ella.

Abrió la puerta del coche y salió al aparcamiento subterráneo, dirigiéndose hacia el ascensor. Edward le había informado de que el banquete que se iba a celebrar aquella noche sería la ocasión perfecta para anunciar su compromiso. Se casarían en tres semanas, cosa que a ella no le había hecho mucha gracia, pero el, como siempre solía hacer, se saldría con la suya para no perder el control del Banco de Masen.

Habían pasado la tarde de compras por las más exclusivas boutiques de la ciudad, y Edward había elegido personalmente la ropa de la que pronto se convertiría en duquesa de Masen. Había ignorado la negativa inicial de Bella de aceptar nada suyo y había señalado que el precio que iba a pagar por aquella ropa no era, nada comparado con lo que ya había pagado por ella.

Bella se dio cuenta de que había vendido su alma al diablo; su padre quedaría libre de culpa, pero ella sería prisionera de Edward durante todo un año.

No me puedo creer que me hayas comprado tanta ropa –murmuró mientras se dirigían al ascensor- Ya te dije que no la necesitaba, tengo mi propia ropa.

Dejemos una cosa clara, querida. Durante el próximo año serás mi esposa, ¡que Dios me ayude! Cuando estemos en público, esperó que actúes y que vayas vestida como una duquesa más que una colegiala mal vestida… ¿entendido? Lo que hagas en privado es cosa tuya… por lo que a mi respecta puedes pasearte por la casa desnuda ¿Quién sabe? Podría darle un toque picante a nuestra relación –murmuró.

¡Ni lo sueñes! –le dijo Bella mordazmente, ignorando como se le había acelerando el corazón- ¿Y que quieres decir con eso de "mal vestida" ¿Qué hay co mi aspecto? –pregunto. Pero al mirarse en el espejo del ascensor tuvo que reconocer que el vestido que llevaba era bonito, pero no elegante.

Comparada con la sofisticada secretaria de Edward y con las modernas dependientas que le habían ayudado a probarse la ropa, a ella le faltaba mucho estilo.

Cuando llegaron al piso del departamento de Edward, pudo ver que parecía de estilo morisco, pero al entrar en el observó que la decoración era moderna y minimalista. Las habitaciones eran grandes y frescas, con suelos de maderas y enormes ventanas que dejaban pasar la luz.

Era claramente un departamento de soltero; era muy bonito, pero impersonal, como su propietario.

Deseó estar en Littlecote, pero aquella ya no era su casa; estaba en venta y ella ya no tenia ningún lugar que pudiera llamar hogar, aparte de la casa de su tía Esme en Eastbourne, donde se estaba quedando su padre hasta estar lo suficientemente recuperado como para tomar las riendas de su vida.

¿Qué ocurre ahora? Parece que hubieses visto un fantasma –dijo Edward con dureza.

Estaba pensando en mi padre; espero que este bien –dijo ella- ¿Cuándo retirarás los cargos contra el? Espero que pronto.

Mi equipo legal ya está trabajando en ello, pero tienes que entender que su casó esta en manos de la justicia británica. Mis abogados no pueden hacer mucho.

Bueno, pues será mejor que lo hagan rápido, porque a mi no me pones un anillo de boda hasta que mi padre este libre de cualquier procedimiento judicial.

Dios, eres tan irrespetuosa –gruño Edward, quien no estaba acostumbrado a recibir órdenes.

Estuvo a punto de decirle que el acuerdo había terminado. Podría encontrar una esposa en otra parte. Cualquiera sería mejor que aquella endemoniada mujer… aunque tenía que reconocer que tenía la cara de un ángel. Pero ella le debía una cosa; era culpa de Charlie Swan que su abuelo hubiese dudado de sus habilidades para dirigir el banco y era justo que un Swan fuera castigado… ojo por ojo y diente por diente. Un año de la vida de Bella a cambio de la libertad de su padre.

Respeto lo que se merece ser respetado –dijo ella con desdén.

Durante un momento, Edward pensó que no iba a ser capaz de controlar su enfado. Con el tiempo había aprendido a controlar su genio, pero Bella Swan saca a florecer lo peor de el. Al ver miedo reflejado en la cara de ella se preguntó si pensaba que le iba a pegar, cosa que el jamás haría. Abominaba a los hombres que maltrataban a las mujeres.

El caso de Charlie quedara anulado cuando sea posible, desde luego antes de la boda. Tenemos un acuerdo –le recordó con gravedad- Y a ambos nos beneficia que se cumpla.

Gracias –ofreció ella, que repentinamente parecía joven y frágil.

Edward admiro a aquella mujer que tenía delante. No se parecía a ninguna otra mujer que el hubiese conocido. Su matrimonio prometía fuegos artificiales y no podía negar las expectativas que tenía de llevar a la cama a su pequeña arpía inglesa. Debía de haber alguna compensación ante el hecho de tener que estar atrapado durante un año en matrimonio.

Te llevaré a tu habitación –dijo el repentinamente.

Observo la expresión de alivio de la cara de ella y se pregunto si habría estado preocupada por si el insistía en probar la mercancía antes de comprar. Pero tuvo que reconocer que se le había pasado por la mente; parecía que desde que la había tomado en brazos en el castillo, estaba en un estado permanente de excitación y le tentaba explorar la química que ardía entre ambos.

Pero aquel no era el momento ya que el banquete al que iban a asistir se celebraba en menos de dos horas.

Bella siguió a Edward por el pasillo hasta una habitación grande y elegantemente decorada.

El cuarto de baño esta ahí –dijo el señalando una puerta en el extremo de la habitación- Te sugiero que hagas uso de el y que te prepares para esta noche. La ocasión exige ir muy bien vestido y en el futuro, tendremos que comprarte vestidos de noche a medida. Hasta entonces, tendrás que arreglártelas con uno de los vestidos que hemos comprado hoy. El de seda azul estará bien –ordeno arrogantemente.

¡No soy una campesina! Se como vestirme, sabes –espetó Bella.

Bien, te veré en una hora –dijo el dirigiéndose hacia la puerta. Entonces se detuvo.- Obviamente comeremos en el banquete, pero no será hasta por lo menos las nueve. Hoy es el día libre de Jessica, mi ama de llaves, pero si tienes hambre, puedo prepararte algo.

Aquel ofrecimiento, sorprendió a Bella.

Por el momento no tengo hambre –contesto- Pero… gracias.

Edward frunció el ceño, pero no dijo nada más. Salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Fue entonces cuando Bella respiró con tranquilidad y se sentó en la cama. Se agobio al pensar en lo que había accedido a hacer; convertirse en la esposa de Edward Masen. Se tapó la cara con las manos y sintió como si hubiese saltado de un avión sin paracaídas.

Se pregunto como iba a ser capaz de vivir con el durante un año. Aquel hombre la intrigaba y la aterrorizaba al mismo tiempo. Quizá el se suavizaría, pero al recordar sus duras facciones su esperanza murió; el no tenía ninguna amabilidad que dar. Seguramente su ofrecimiento de prepararle algo de comer había sido porque no había querido que ella se desmayase de hambre en la fiesta a la que iban a asistir.

Todo lo que hacía Edward tenía un motivo oculto. Como su matrimonio. Con un poco de optimismo pensó que quizá ni siquiera fueran a tener que pasar tiempo juntos. Talvez incluso podría regresar a Inglaterra junto a su padre.

Pero cuando se metió en la ducha y recordó la manera en el que el la había, como desnudándola con la mirada, se pregunto si en tres semanas el podría exigirle que compartiera su cama. Emitió un leve grito y se dijo así misma que el no lo haría… Aunque de todas maneras ella se negaría. Pero podría tener una batalla por delante, si no una guerra, porque ella tenía claro que no se entregaría a un hombre al que no amara y que no la amaba a ella.

Cuando salió de la ducha y se dirigió de nuevo a la habitación, pensó que había estado muy cerca de hacer eso mismo. Había estado perdidamente enamorada de Jacob Black y había pensado que el también la había amado a ella. Nada más haberlo conocido se había enamorado de el. Hasta aquel momento ella había tenido pocos novios. El haberse ocupado de su madre y haber tratado de apoyar moralmente a su padre había acabado con sus energías. Había conocido a Jacob poco después de la muerte de su madre, cuando todavía había estado muy vulnerable.

Tras mirar en las bolsas la ropa que Edward le había comprado, se acerco a la ventana, desde la cual se divisaba el palacio real y los jardines que lo rodeaban, preguntándose que había visto Jacob en ella al haberla conocido en Londres. El nunca había tratado de llevarla a la cama; le había asegurado que no le importaba esperar a que se casaran.

Incluso en aquel momento no entendía por que Jacob había fingido ser el perfecto novio enamorado. Se preguntó si, de no haberlo encontrado en la cama con su ama de llaves polaca, el habría seguido adelante con toda aquella farsa.

Le había dolido tanto haber encontrado a su novio en la cama con otra mujer, que le habían dado igual todas las suplicas de el. Destrozada, había regresado a su casa familiar en Brighton. Y desde entonces, aunque quizá fuese muy anticuado, se había dicho a si misma que no se acostaría con ningún hombre hasta que no encontrara a su alma gemela.

Dejó de pensar en el pasado al darse cuenta de que había transcurrido media hora y que todavía tenía que secarse el pelo y vestirse. Aunque le encantaba la ropa, no se había divertido comprando aquella tarde y había odiado el hecho de que Edward hubiese pagado. Sacó el vestido azul que el había sugerido y de otra bolsa sacó la única prenda que había comprado ella; un vestido negro largo y con cuello alto. A Edward no le había gustado, por lo que ella lo había pagado a sus espaladas.

Se lo puso y se arreglo el pelo en un moño. Era una pena que el color negro la hiciese ver tan pálida, pero ya era tarde para cambiarse y además se negaba a que el le dijese como tenía que vestirse.

Edward estaba esperándola en el salón. Bella se acercó con la cabeza bien alta, negándose a reconocer lo acelerado que tenía el corazón. Pero cuando llegó a la puerta del salón se detuvo y lo miró. Pensó que aquel hombre era guapísimo. Su traje negro acentuaba su altura y la anchura de sus hombros. Pero entonces el se dio la vuelta y la vio, con el enfado reflejado en los ojos.

¿Qué demonios te has puesto? Dios, parece que vayas a ir a un funeral en vez de celebrar nuestro compromiso.

Quizá eso sea por que considero que nuestro compromiso no hay que celebrarlo –contesto ella- El negro refleja mi estado de humor.

Te juro que acabarías con la paciencia de un santo, señorita Swan –gruño Edward mientras se acercaba a ella y la agarraba de los hombros, llevándola de nuevo a la habitación- Y yo soy el hombre menos piadoso de este planeta. Tienes dos minutos para cambiarte y quitarte esa ropa de viuda. Ponte el vestido azul.

¿O…? –le retó Bella, que nunca se había enfadado tanto.

O te lo quitare yo mismo, más rápido de lo que te puedas imaginar –dijo el, esbozando una fría sonrisa- Aunque tengo que admitir que quizá tardará más para vestirte –murmuró- Incluso llegaríamos tarde al banquete, pero nuestros anfitriones seguramente perdonaran nuestra acalorada pasión dado que estamos comprometidos.

Eres despreciable, y no voy a segur adelante con esto –dijo Bella, sintiendo como las lagrimas de furia escocían sus ojos- No podría estar casada contigo ni cinco minutos, por no hablar de un año.

Edward se encogió de hombros con indiferencia y sacó su teléfono móvil de su chaqueta.

Esta bien… cancelaremos todo –hizo una pausa- Pensaba que te importaba tu padre, pero obviamente estaba equivocado. La única persona que te importa eres tú misma, no es así, Bella.

Sabes que haría cualquier cosa por el –susurró ella, que sabía que no tenía otra manera de salvar a su padre que casándose con Edward. Se humedeció los labios.

Tienes dos minutos, Bella –advirtió el, acercándole el vestido azul.

Ella lo tomó y se marcho al cuarto de baño.

Tuvo que reconocer que era un vestido precioso y que el color que tenía le quedaba mucho mejor que el negro. Era elegante y sexy a la vez. Tenía el escote más bajo que ella nunca había llevado. Entonces, respirando profundamente, abrió la puerta que daba a la habitación.

¿Satisfecho? –exigió saber fríamente, incapaz de evitar temblar cuando el la miró.

No completamente… ven aquí.

Bella se sintió como un perro al que llamaba su dueño, pero el brillo que reflejaban los ojos de el le advirtió que mantuviese la boca cerrada. Se acercó a el y emitió un leve grito cuando este le dio la vuelta y pudo ver el reflejo de ambos en el espejo. El, con delicadeza, comenzó a quitarle las horquillas que sujetaban su moño. Entonces cuando ella tuvo todo el pelo suelto, comenzó a cepillarlo.

Aquello era increíblemente íntimo. El calor le recorrió a Bella por las venas y se apartó de el pero Edward le dio un golpe en el trasero con el cepillo para que se estuviera quieta.

No te muevas –dijo, con cierta burla reflejada en los ojos.

A ella le hubiera gustado cometer un asesinato y apretó los puños. Pero entonces el comenzó a masajearle el cuello y ella sintió como toda la tensión abandonaba su cuerpo.

Ahí… ahora estas bien –dijo el, dejando el cepillo sobre el tocador y tomando algo del bolsillo- Aparte de un último toque.

Bella se quedo impresionada al ver el brillante anillo de zafiros y diamantes.

¿Es realmente necesario? –preguntó con la voz ronca.

Sabía que muchas mujeres darían lo que fuera por tener aquel anillo, pero ella se sintió levemente enferma. Era más un anillo… era una declaración de intenciones entre dos personas y símbolo de su amor.

Desde luego que es necesario. En cuando anuncie nuestro compromiso, todos esperan ver el anillo –le dijo Edward con cierto cinismo- Dame tú mano –exigió.

Entonces la tomó el mismo, impaciente ya que ella colocó ambas manos tras su espalda.

Míralo como una inversión. Cuando nuestro matrimonio termine, siempre podrás venderlo.

Cuando nuestro matrimonio termine, te lo devolveré, junto con todo lo demás que me has comprado. Quizá hayas comprado mi presencia en tú vida durante un año, Edward, pero nunca serás dueño de mi alma ni me robaras mi integridad.

¿Integridad? –dijo el, frunciendo el ceño mientras le ponía el anillo.

A Bella le sorprendió que el anillo fuera de su talla. Tuvo que reconocer que era precioso, pero pesaba demasiado y controló el impulso de quitárselo.

Es muy bonito… Espero no perderlo –murmuró mientras levantaba la mano para, a regañadientes, admirando el brillo de los diamantes.

Edward se quedó mirándola, y ella se ruborizó.

No creó que vayas a perderlo. Más o menos adiviné tu tala y le pedí al joyero que lo achicara para ti –dijo tomándole la mano y mirando los delgados dedos de ella- Eres tan pequeña y tan frágil como un pajarillo.

La aterciopelada dulzura de la voz de el provoco que ella sintiera un escalofrío y que apartará rápidamente la mano.

Soy más fuerte de lo que parezco aseguró, levantando la barbilla para mirarlo a los ojos.

La sonrisa que esbozo Edward la dejó sin aliento y no pudo apartar la mirada del bello rostro de el.

Ya es hora de irnos –dijo el duque, ofreciéndole el brazo.

Bella, con el corazón en un puño, lo tomó. Había hecho un pacto con el diablo y ya no tenía otra opción que seguir adelante con ello.