Dark Chat

lunes, 19 de julio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

Hello mis angeles hermosos!! aqui les dejo mas vicio y aprovecho para avisarles q este hermoso fic le quedan pocos cap ya para el final asi q por fiss dejen sus comentarios al final
mil besitos
Angel of the dark
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Puede que salte del cielo, seguro de ir al infierno,

ceder no es perder...

...juro que eres un milagro.

En donde estés, cuando quiera abrazarte

y como estés ya estoy ahí.

La luna entre tus labios...

...soy la luna.

Doy luz por reflejar...

...soy tú, tú eres yo.

Milagro - Lucybell

CAPÍTULO 32
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Descabalgando al pié de aquel árbol, Rosalie vislumbró a lo lejos el cuerpo sumergido hasta la cintura de Emmett de espaldas a ella. Se habría detenido a recrearse y rememorar aquella vez que lo espiara en esa misma situación tras ese árbol pero la exasperación la superaba. Sin tiempo que perder, aseguró el caballo de Edward a una rama cerca de Goliath y se quitó el vestido, quedando cubierta únicamente por la larga enagua. Fue cuando entró en el lago y comenzó a caminar hasta él cuando Emmett se giró, alertado por el chapoteo del agua. Sorprendido en un primer momento, finalmente fue a su encuentro sonriente y ya iba a alcanzarla para rodearla entre sus brazos cuando ella empuñó sus manos y empezó a golpear su pecho, arrebatada, maldiciendo entre dientes. Emmett no forcejeó con ella, simplemente tomó sus muñecas y la atrajo hasta él, capturando sus labios y besándola con insistencia. Cuando notó sus músculos distenderse, las soltó y sintió las manos de Rosalie viajar hasta su cabello, encerrando entonces su cintura entre sus dedos, aferrándola e intensificando su beso y correspondiendo ella con el mismo fervor.


-¿Qué haces aquí? -le preguntó apartándose de ella, casi sin aliento.


-¡Eso es lo que debería preguntarte yo! -le reprochó indignada. -¿Sabes la angustia que he sentido al no verte llegar con los demás y enterarme de que estabas herido? -señaló su brazo vendado.


-Un simple corte no iba a impedirme cumplir con mi palabra -alegó con un deje de suficiencia.


-No has vuelto todavía por lo que veo -le increpó aún molesta.


-Discúlpame. Sólo necesitaba un momento de reflexión -le explicó. -Pensar en cual es la mejor forma de planteárselo a tu hermano.


-A estas alturas ya debe estar al tanto de todo -se encogió de hombros. -En cuanto he sabido donde estabas, me he escapado de sus brazos para montar el primer caballo que he visto y venir aquí.


Emmett la observó sorprendido de forma casi reprobatoria.


-¿Qué pretendías que hiciera? -se justificó ella, -¿que permaneciera de brazos cruzados a esperarte? En cualquier caso, imagino que con mi arrebato me he descubierto, así que, ya poco queda por hacer.


-Sí, pero que tu hermano lo sepa no hace que lo acepte -hizo un mohín.


-¿Acaso te estás acobardando? -lo acusó. -¿Tienes miedo?


-Claro que no me estoy acobardando -se defendió. -Y por supuesto que tengo miedo -la tomó por los brazos. -Por el amor de Dios, Rosalie, sólo soy un hombre y la mera posibilidad de perderte me hiela la sangre.


Rosalie lo miró durante un segundo y, de pronto, lo besó. Aferró sus manos a su nuca y quiso borrar con sus labios aquel miedo, tratando de convencerlo de ser absurdo.


-No vas a perderme -quiso reiterarle también con palabras.


-Tu hermano bien podría negarse.


-Y con ello me obligaría a abandonarle -lo atajó con firmeza. -No voy a separarme de ti, Emmett. Te seguiré a donde quiera que vayas.


-¿Vas a renunciar a todo por mí? -insistió en su alegato.


-De lo que sí estoy segura es de que no voy a renunciar a ti -continuó sin dejarse llevar por su acérrima negación.


-Tendríamos que abandonar el Reino. Yo me uniría a cualquier ejército que me aceptara cobrando un misero sueldo y tú...


-He dirigido un vasto castillo durante años. Creo que podría arreglármelas perfectamente para dirigir nuestro hogar ¿no crees? -alzó ella su barbilla.


-¿Y eso es lo que quieres? -inquirió secamente. -¿Una vida llena de carencias y necesidades?


-No me importa dormir a la intemperie si voy poder refugiarme entre tus brazos -espetó ella indignada. -¿Cuántas veces he de repetirte que nada de lo que tengo me interesa si no te tengo a ti?


Emmett chasqueó la lengua contrariado sacudiendo la cabeza.


-¿Por qué estamos teniendo esta discusión de nuevo? -preguntó de repente afligida, mirándola él sorprendido ante su cambio. -Te amo, Emmett y lo único que deseo es estar contigo, pero ya no sé que decir o hacer para que me creas, lo que me hace pensar que... -tomó aire en busca de aliento. -Me hace pensar que eres tú quien no desea una vida así, quien no me quiere a mí.


-No te atrevas a dudar de mi amor por ti, Rosalie -agarró su brazo viendo su intención de marcharse.


-Ya veo -bajó su rostro evitando mirarle. -Eres tú el único que tiene derecho a dudar ¿no?


-No es que dude -titubeó -Es sólo que yo... Rosalie, tú eres la que más pierde con todo esto.


-Por supuesto -admitió derrotada. -Lo abandonaría todo para unir mi vida a un hombre que no me ama ¿verdad?.


Emmett la atrajo hacia él casi con rudeza y la sujetó por los hombros.


-No vuelvas a decir eso -masculló entre dientes furibundo, mas toda su ira se diluyó ante la primera lágrima que rodó por la mejilla de Rosalie.


-No, te lo ruego -la llevó hasta su pecho rodeando sus hombros con sus brazos. -¡Maldición! -blasfemó por su torpeza al ver su cuerpo sacudirse por los sollozos. -Por favor, Rosalie -murmuró turbado. -Pídeme lo que quieras pero, te lo suplico, deja de llorar.


-Quiero que me digas de una vez por todas qué es lo que tú deseas, lo que tú quieres -le exigió con la voz tomada por la desesperación.


-Te quiero a ti, Rosalie -la estrechó con más fuerza. -Lo que más deseo es convertirme en tu esposo, unirme a ti, en cuerpo y alma.


-Pues hazlo -separó su rostro humedecido de su pecho para desafiarlo con su mirada, aún llorosa. -¡Hazlo! ¡Ahora, maldita sea!


Emmett contuvo el aliento al escuchar sus palabras, tan inequívocas.


-No sabes lo que me estás pidiendo -enjugó con ternura sus lágrimas.


-Sólo tu amor y tu vida a mi lado -repuso tratando de dominar el temblor de su voz. -Nada que tú no me hayas ofrecido antes.


-Y a cambio tú me ofreces...


-Lo que yo te ofrezco no es nada comparado con todo eso -alegó sabiendo bien a qué se estaba refiriendo.


-Te equivocas -negó con calma tomando sus mejillas con ambas manos. -Me estarías entregando...


-Es todo lo que tengo -susurró como un lamento.


-Tú misma lo has dicho, es todo -suspiró él.


-Y es tuyo -añadió con un hilo de voz. -Tómalo.


Eso fue mucho más de lo que Emmett podía soportar. Cerró los ojos un largo segundo pero al abrirlos aquel resquemor seguía ahí. En la mirada húmeda de Rosalie no había ni el más mínimo atisbo de duda o inseguridad, sólo el anhelo de pertenecerle, de entregarle todo su ser y que mal rayo le partiese si no era eso lo que él más ansiaba. Sin soltar sus mejillas atrajo su rostro al suyo con lentitud, sin separar sus ojos de los suyos y cuanto más se acercaban más se iluminaba el azul de sus pupilas. Una leve brizna lo separaban ya de sus labios cuando se detuvo a observarlos, rojos, deseables y entreabiertos para recibir los de él. Sí, los tomaría, porque eran suyos, así como lo sería ella. Y cuando por fin cubrió su boca con la suya supo que ardería en el infierno por su blasfemia, pero era preferible a salvar su alma y vivir la vida sin ella.


Mas ¿qué importaba todo eso?. Una vez lo hubo embriagado con su intoxicante dulzor, el resto del universo dejó de tener sentido. Se dejó envolver por el calor que desprendía su piel, por su aroma que confundía todos sus sentidos y por el contacto de su cuerpo contra el suyo a través de aquella etérea prenda de lino y cuando ella hundió sus dedos en su espalda desnuda supo que ya no habría redención.


Sin alejarse de sus labios la obligó a caminar hacia la orilla y la tumbó, recostándose él a su lado, quedando su cuerpos sumergidos hasta la cintura debido a la pendiente de la ribera. Sin embargo, la superficie cristalina no ocultaba la visión de aquella prenda casi transparente abrazando cada una de sus perfectas curvas que formaban la figura de Rosalie... parecía una divinidad pagana emergiendo de las aguas y la deseaba, tanto que le dolía.


Hundió su mano bajo el lago hasta el borde de la enagua y la hizo resbalar por su piel, descubriéndola con lentitud. Arrugó el tejido al llegar a su cintura y con ambas manos lo deslizó por encima de su cabeza, alzando ella los brazos facilitando su labor. De la prenda mojada cayeron algunas gotas sobre su clavícula y la parte de su escote que comenzaron a resbalar perezosas entre el valle de sus senos, descendiendo por su abdomen hasta fundirse con el lago. Emmett no pudo reprimir un gemido al observarlas, deseando unirse a ellas.


-Eres gloriosa, Rosalie. Una diosa -le susurró recorriendo con sus dedos la curva de sus hombros hasta su cuello.


-Tu diosa -musitó ella con mirada seductora.


-Sí, mía... solamente mía -sonrió él complacido mientras alzaba su mano para acariciar sus labios. Rosalie cerró los ojos ante su contacto, estremecida cuando fue sustituido por el calor de su boca. El fuego lento de su beso en forma de suaves caricias se tornó abrasador y exigente. Rozó con su lengua sus labios y ella los entreabrió gustosa de recibirle. Sintió como se deleitaba saboreando toda su boca, devorándola y ella disfrutó de su sabor masculino, tan varonil y embriagador.


Perdida en la sensación, apretó sus dedos contra su espalda aferrándose a él y el cuerpo de Emmett tembló por entero al sentir contra su pecho su desnudez. Liberó su boca para bajar hasta la curva de su cuello, dibujando cada una de las líneas de su contorno, descendiendo hasta el nacimiento de sus senos y esculpiendo su redondez hasta su cúspide, haciendo que Rosalie se arquease contra él al coronarla con su lengua. Emmett gimió al notarla endurecerse entre sus labios, como se tensaba la sensible piel bajo su roce y los sensuales jadeos de Rosalie embotaron su mente enloqueciéndolo.


Su mano siguió modelando su cintura y su cadera adentrándose en la superficie del lago. Alcanzó la parte interna de sus muslos y ella los separó levemente en una más que tentadora invitación, tentación que Emmett no pudo resistir. Sumergió sus dedos en su feminidad, mezclándose la humedad del agua con la de su intimidad de forma exquisita. Los pliegues de su carne fresca y trémula se abrían para él como una flor en primavera y Emmett ardía en el deseo de perderse en ella.


Mas no era él el único que se había perdido en los senderos de la pasión. Las manos de Rosalie quemaban con las ansias de acariciarlo, de tocarlo, traspasando la lámina cristalina para buscar su masculinidad. A pesar de que el contacto fue por encima de su pantalón, todo el cuerpo de Emmett reaccionó, estremeciéndose con violencia. Rosalie era más que una diosa, era un hechicera que lo amarraba a ella con sutil poder, sin posibilidad alguna de escapar de él y pensó que estallaría de placer cuando sus dedos serpentearon por el interior de su prenda tomando entre ellos su inflamada longitud.


-¡Rosalie! -exclamó sobre su pecho creyendo que no lo resistiría más.


-¿Te hago daño? ¿Te duele? -apartó la mano creyéndose culpable por su inexperiencia.


Emmett alzó su vista hasta su rostro aún confuso, y la miró. A pesar de su alarma, sus ojos refulgían con ardor y sus labios turgentes y enrojecidos eran el más infalible objeto de seducción. Era tan deliciosa...


-Emmett...


-Sí, me duele hasta el alma por no tenerte -le susurró con la mirada incendiada.


-Entonces tómame -volvió a tentarlo con voz insinuante. -Hazme tuya.


-Vuestros deseos son órdenes para mí, princesa -musitó contra su cuello, besando su piel conforme se deshacía del molesto pantalón y se posicionó sobre ella con sus contorneadas piernas flanqueando sus caderas, dispuesta a recibirle. Besó sus labios con fervor mientras tanteaba en busca de su entrada. A pesar del deseo urgente de hundirse en su cuerpo, avanzó lentamente de la forma más tortuosa posible para él pero, supuso, la menos dolorosa para ella, queriendo que su estrechez se fuera acostumbrando a su invasión. Rosalie gimió al sentir su carne penetrar en ella y aunque la sensación era muy placentera, sabía que debía haber más, eso no era suficiente en modo alguno. Notó como se detenía e imaginó que había topado con su barrera, confirmándolo él al inspirar hondamente en busca de aire y de sosiego. Tomó ella su rostro entre sus manos y lo miró. Sus facciones estaban endurecidas por la necesidad de control y dominio.


-Quiero que me lo entregues todo -musitó ella, fijando sus ojos en él para que advirtiera la seriedad de su petición. -No dejes nada por darme.


Emmett suspiró pesadamente, liberado.


-Así será -asintió con voz trémula y sus ojos aún más ennegrecidos por la pasión.


Con una última mirada de aceptación por parte de Rosalie, Emmett traspasó con decisión su pureza, sumergiéndose por completo en las aguas de su intimidad. La punzada de dolor que notó Rosalie, pronto quedó sustituida por la plenitud de sentirse llena de él.


-Por fin soy tuya -se escuchó a sí misma decirle mientras una lágrima recorría su mejilla ante aquella nueva realidad.


-Y para siempre -susurró él, captando aquella gota entre sus dedos y llevándola a sus labios, saboreándola.


Rosalie probó su propia sal cuando su boca poseyó la suya. Emmett la rodeó entre sus brazos y comenzó a moverse con lentitud en su interior, lanzándoles a ambos a una vorágine de sensaciones indescriptible. La forma en que encajaban sus cuerpos a la perfección era asombrosa y cada nueva caricia, cada toque, cada roce era una nueva senda que se abría ante ellos despertando hasta el último rincón de su ser. La calidez del lago que los bañaba se fundía con la que irradiaba su piel, las gotas que los cubrían uniéndose con su sudor, bailando el agua al mismo son que danzaban sus cuerpos. La Madre Naturaleza acogió su entrega como el más puro acto de amor y aquello no podía ser censurado bajo la mirada de los hombres. A los ojos de Dios ya eran uno y nada ni nadie podría separarles.


Emmett deslizó sus manos bajo su espalda y acunó sus caderas, guiado por la necesidad de sentirla aún más, la necesidad urgente de fundirse en ella, entregarle todo lo que tenía, lo que era, aunque ya no quedase nada de él después de eso. Sin embargo, y para su dicha, no fue dar lo único que hizo. Respondiendo a su anhelo, Rosalie lo rodeó completamente con sus brazos y sus piernas, moldeando la tensión de sus músculos con sus manos, dispuesta a que Emmett tomara todo lo que ella le ofrecía. En una acción tan desinteresada, donde su máximo afán era darse por entero el uno al otro, lo único que podían obtener era eso mismo, todo... Quedaron saciados de sus besos, sus caricias y su piel, llenos de su alma y su amor.


Y cuando Emmett empezó a sentir en su vientre la presión que anticipaba su inminente éxtasis, se negó a emprender ese viaje solo. Rosalie lo acompañaría, como lo haría a partir de ese momento en todos los aspectos de su vida, incluido ése. Hizo resbalar una de sus manos entre sus cuerpos ligados alcanzando con su dedos su intimidad.


-Ven conmigo -susurró en su oído mientras acariciaba su centro ardiente.


Y tras un simple latido notó el clímax de Rosalie palpitando a su alrededor dejándose él arrastrar por su corriente. Desde su unión comenzó a destilar con violencia como cálido placer líquido, arrastrándolo todo a su paso y flameando por sus venas como fuego demoledor. Se tornó una espiral devastadora, que los aniquilaba y los hacía resurgir cual Ave Fénix, una y otra vez, hasta que las olas de placer los abandonaron, acariciándolos suavemente como el mar a la orilla.


Con la misma suavidad se retiró Emmett de ella, acusando instantáneamente ambos la rotura de su ligazón. Rodó sobre su espalda y la llevó hasta su pecho, abrazándola con ternura. Podrían haberse dicho miles de cosas pero no hacía falta ninguna de ellas. Las palabras se las lleva el viento pero aquella entrega mutua quedaría marcada por siempre en su corazón y su alma.


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Arrodillada fuera de la bañera, Alice rodeó el pecho de su esposo con sus brazos conforme él se introducía en el agua y se sentaba.


-¿Seguro que estás bien? -preguntó mientras su esposa besaba su mejilla. -Quizás deberías recostarte.


-Pues yo pensaba pedirte que hablaras con tu tío para que ya me permitiera levantarme -alegó con expresión infantil.


-Sí, hablaré con él pero no sobre eso precisamente -repuso dejando entrever su malestar.


Alice hizo un mohín y tomó la esponja que flotaba en el agua. Empujó levemente los hombros de Jasper para que le diera acceso y comenzó a frotar su espalda.


-Tuve que insistirle mucho para que me lo contara -lo justificó.


-Debería haber dejado que insistieras más -masculló enjabonándose los brazos enérgicamente.


-Le convencí de que haciéndome ignorante no me protegeréis mejor de lo que esté sucediendo a mi alrededor -argumentó.


-Tampoco entiendo en qué te beneficia que sepas todo lo que te... -titubeó -todo lo que pasó.


-¿Cómo pretendes que sea una buena reina si vivo entre nubes de algodón? -discrepó ella. -He de saber como es el mundo en el que vivo, sus bendiciones y también sus maldades.


Jasper resopló y giró su rostro para ver el de su esposa.


-¿Sabes lo que sentí cuando Emmett me explicó lo que habían hecho contigo? -tomó su mejilla con dulzura, tratando de controlar las reminiscencias de la ira que aún habitaban en él. -Por un momento todas mis esperanzas se desvanecieron, era como querer coger agua con los dedos abiertos, resbalándose entre ellos de forma exasperante -le mostró sus manos extendidas, reflejando la impotencia. -Creí enloquecer ante la idea de perderte, pero después hayamos el lugar donde te escondían y no pude evitar preguntarme en que estado te encontraría. Sabía que estabas viva porque mi corazón así me lo decía, pero no sabía cómo.


Jasper giró su cuerpo, encarándola ahora, tomando sus mejillas entre sus manos.


-Alice, un encierro así bien podría haberte hecho perder la razón ¿no lo entiendes? Si no hubiera sido porque estabas narcotizada...


-Eso mismo, no fui consciente de nada así que...


-¿Y crees que me agrada que habiendo sido tu mente afortunadamente liberada de ese suplicio tú te empeñes en saberlo? -le reprochó.


-Creí que buscabas en mí a una compañera, a tu Reina, a una mujer, no una muñequita de adorno -le increpó, y Jasper quedó mudo sin ningún argumento ante su aseveración.


Alice se mordió el labio y bajó el rostro, temerosa de haberse excedido en su alegato.


-Lo siento, yo...


Jasper silenció su disculpa alzando su barbilla para besar sus labios.


-No lo sientas -murmuró él antes de abrazarla. -Tienes razón. Discúlpame si soy sobreprotector pero sabes que eres mi vida entera y no puedo soportar la idea de que algo te suceda o a nuestro hijo.


Esta vez fue ella quien tomó las mejillas de su esposo para besarlo.


-Por supuesto que quiero que me protejas -le sonrió ella. -Pero no puedes mantenerme oculta ante el mundo. Deberé ayudarte a tomar decisiones, en ocasiones duras y difíciles, y no podré hacerlo de forma justa si desconozco la verdad del mundo.


Jasper asintió con reticencia. Alice lo hizo voltearse y comenzó a lavar su cabello.


-Toda mi vida se me ha apartado de la realidad. Primero mi padre, luego Emmett, ahora tú, creyendo que si desconocía lo que iba estallando a mi alrededor sería más feliz. No os culpo, pero ya no más.


Jasper observó a su mujer. Aquellas palabras eran mucho más de lo que parecía.


-Alice, tú...


-Hace tiempo trataron de secuestrarme ¿verdad? -insinuó ella.


-¿Por qué dices eso? -la miró con recelo.


-Creí escucharlo durante mi cautiverio. No sabía si era parte de mi ensoñación, pero ahora veo que fue así -dedujo ella.


Jasper la miró impávido.


-Fue así ¿cierto? -insistió ella. -Por eso Emmett se convirtió en mi guardia personal -concluyó ella. -Ahora que lo pienso, creo que siempre lo supe. Pareciera que la que no quería salir de su burbuja encantada era yo -se lamentó.


-Ya todo eso quedó atrás -acarició la mejilla de Alice con suavidad. -Ese Reino de terror llegó a su fin.


-¿Lo... mataste? -vaciló, no muy segura de si él querría hablar de ello.


-Juré que lo haría, con mis propias manos, y, aunque no me sienta orgulloso, así fue -aseveró con firmeza.


Alice asintió en silencio. Jasper terminó de enjuagarse y, cuando hizo ademán de levantarse, ella tomó una toalla para ayudarlo a secarse. Aún se mostraba pensativo mientras Alice le alcanzaba la ropa limpia y se vestía.


-¿Sabes? -dijo finalmente, -sospecho que Emmett actuó del mismo modo que yo pero con respecto a James, por la forma en que fue en su busca, aunque más que por ti, creo que fue por Rosalie. ¿Crees que aceptarán las condiciones? -preguntó tras una pausa.


-Sin duda es la mejor solución que podrías proponerles dadas las circunstancias -concordó ella. -Y, si quieren estar juntos, lo harán.


De repente la escuchó lanzar una risita.


-¿Qué sucede? -la miró él extrañado sentándose en la cama.


-Jamás creí que aceptaras de tan buena gana su amor -le confesó ella, abrazándolo, de pié frente a él.


-¿Acaso parezco un ogro? -la miró ceñudo. Alice rió con su comparación.


-Eres bastante más apuesto que un ogro -bromeó ella.


-Gracias, me alegra que me tengas en tan buena opinión -ironizó él y Alice volvió a reír. -¿De verdad crees que soy apuesto? -le preguntó con fingida inseguridad.


-El hombre más apuesto que haya visto jamás -depositó ella un sonoro beso en sus labios, divertida. -Espero que nuestro hijo se parezca a ti y sea tan buen Rey como lo eres tú -auguró jugueteando con los húmedos anillos de su cabello.


-Muy segura estás de que será un niño -la miró intrigado.


-Puedes apostar por ello -le sonrió, sentándose a su lado. -Y tendrá tu cabello y el hoyuelo de tu mentón -besó su barbilla.


-¿Tengo alguna posibilidad de opinar ya que soy el padre? -se rió él.


-Claro que sí -asintió ella. -Excepto en lo que te he dicho.


-De acuerdo -aceptó él mientras acariciaba pensativo su vientre. -Tendrá la bondad de tu corazón, tu sonrisa y tus ojos.


-¿Mis ojos? -se sorprendió ella.


-Quiero verte en los ojos de nuestro hijo y recordar lo que sentí al ver los tuyos por primera vez -alzó su mano hasta su mejilla.


-Los tuyos son mucho más bonitos, azules como los lagos de estas tierras -alegó con timidez.


Jasper negó con la cabeza.


-No discutas con tu Rey -bromeó. -Los tuyos son preciosos y muy enigmáticos.


-¿Enigmáticos?


-Aunque ya empiezo a saber leer en ellos -se entretuvo perdiéndose en ellos un instante. -Ahora sus vetas violáceas brillan con luz propia, así que estás feliz.


-No hace falta ver mis ojos para saber eso -lo miró con suspicacia.


-También sé que se convierten en dos frías perlas plateadas cuando estás triste y en ocasiones la plata desaparece y se tiñen completamente de un violeta brillante -recitó él.


-¿Completamente violeta? -preguntó sorprendida.


-Te lo puedo asegurar -le sonrió insinuante. -Igual que te puedo asegurar que soy el único que los ha visto y que los verá.


-¿Qué...?


De súbito, Jasper consumió la poca distancia que lo separaba de sus labios y la hizo caer sobre la cama, sin separarse de ella. Lo que empezó con un beso tierno y delicado pronto se tornó insistente, ávido y lleno de pasión. Alice quedó sin aliento ante su inesperada caricia, viéndose arrastrada por el ardor que desprendían los labios de Jasper y hundió sus dedos en las ondas de su cabello, negándose a que su boca la abandonara.


-Mírame -le escuchó susurrar.


Alice obedeció y se encontró con la mirada de su esposo, llena complacencia y devoción.


-Ahí están -musitó sonriente, maravillado, como si estuviera frente al más hermoso descubrimiento. -Y más bellos que nunca.


-Jasper...


-Espero que no tengas mucha hambre -deseó mientras volvía a atrapar los labios de su esposa, dispuesto a terminar lo que había comenzado...


.


.


.


.


El atardecer comenzaba a teñir el firmamento con sus cálidos tonos melocotón. Ya vestidos, recostado Emmett contra el tronco del árbol mientras Rosalie descansaba en su pecho, observaban como el Astro Sol comenzaba a sumergirse en las calmadas aguas del lago, el que momentos antes había acogido en su seno su entrega de amor. Emmett hubiera querido permanecer así con Rosalie en sus brazos eternamente pero debían enfrentar la realidad y cuanto antes mejor.


-Rosalie, deberíamos volver antes de que anocheciera -susurró contra su cabello.


-Aún no -negó ella con la cabeza hundiéndola en su pecho. -No quiero regresar todavía, no quiero enfrentarme hoy a mi hermano y que se rompa la magia de este día.


-Pero no podemos pasar aquí la noche, al descubierto -discrepó él.


-Ya te dije que no me importa con tal de estar entre tus brazos -insistió ella. -Por favor Emmett, quiero pasar esta noche contigo.


Emmett lanzó un suspiro y la apretó con fuerza.


-Está bien, pero vayámonos antes de que oscurezca -la instó a levantarse.


-¿A dónde? -lo miró con extrañeza.


-No quiero que te enfermes por pasar la noche al raso -desató las riendas de su montura y se las pasó. -Confía en mí -le guiñó el ojo mientras montaba a Goliath. -Veamos que tan buen marido puedo resultar ser.


Rosalie rió y montó también, siguiendo a Emmett quien se dirigió hacia el bosque, que alcanzaron a los pocos minutos. En cuanto se adentraron en él, le hizo una señal para que se detuviera.


-¿Qué hacemos aquí? -quiso saber ella.


-¿Has cazado alguna vez? -le preguntó echándose el carcaj con flechas al hombro y tomando su arco.


-Pues la verdad, no -lo miró con suspicacia.


-Entonces, ahí van las dos reglas básicas que deberás seguir a rajatabla -decretó. -Primero, mantente siempre detrás de mí y, segundo, guarda silencio, desde ahora -le pidió.


-Pero ¿y tu brazo? -se preocupó ella. Emmett posó un dedo en sus labios reiterando su petición.


Rosalie obedeció y asintió con la cabeza. Emmett azuzó levemente a Goliath y Rosalie se posicionó tras él, cabalgando ambos muy lentamente. Las agujas de los pinos que cubrían la senda amortiguaban los cascos de los caballos quedando su sonido embebido en los ruidos del bosque. Llevaban caminando algunos minutos cuando, de repente, Emmett alzó su brazo indicándole a Rosalie que se detuviera. Tomó una de las flechas del carcaj y lo colocó en el arco, tensándolo. Un segundo después, un silbido cortó el aire, adentrándose en la espesura del follaje, tras lo que se escuchó un chillido agudo. Emmett había dado en el blanco.


-Espero que te guste la liebre -sonrió satisfecho, desmontando. Rosalie lo vio correr hacia los árboles, desapareciendo tras ellos y saliendo a los pocos segundos.


-¡La cena! -exclamó con su trofeo colgando de su mano, en alto.


-¡Bravo! -aplaudió ella riendo.


-Gracias -le hizo una reverencia grandilocuente bromeando. -Ahora viene la segunda parte de la función -repuso mientras colgaba la liebre de su silla. Luego metió la mano en el morral sacando un cabo de cuerda y comenzó a recoger ramas secas del suelo, haciendo un hatillo. Encontró algunas más gruesas y largas y las partió con ayuda de su espada. Cuando concluyó, lo ató y lo colgó al otro lado de su silla.


-¡Listo! -exclamó, sacudiéndose la tierra de las manos y montando. -¿Preparada para continuar el viaje?


-Preparada, no sé -bromeó ella, -pero sorprendida, mucho. Va a resultar que eres un buen partido -se rió.


-Entonces no me pierdas de vista antes que otra me eche el lazo al cuello -alegó haciéndose el interesante.


-Presuntuoso -sentenció con fingida altivez haciendo que Emmett soltase una carcajada.


-Anda, vamos o al final se nos echará la noche encima.


-Por mucho que te pregunte, no me dirás a donde vamos ¿verdad? -aventuró ella.


-Exactamente -afirmó él, -pero tengo la sospecha de que te gustara.


Emmett picó espuelas con brío y Rosalie galopó tras él, dejándose guiar. Cuando salieron del bosque Rosalie vio que Emmett tenía razón, ya empezaba a oscurecer. Sin embargo, no le preocupó en absoluto, al igual que tampoco le preocupaba no saber a dónde se dirigían; cabalgó a su lado dispuesta a seguirle fuera donde fuera.


Ya se alzaba la luna en lo alto de la noche estrellada cuando vio que se acercaban a una cabaña abandonada y poco tardó en reconocerla Rosalie. Fue la misma en la que fue a resguardarse aquella vez que la sorprendió la tormenta, cuando Emmett acudió en su busca. Rememorar lo que vivió, lo que sintió en aquel lugar hizo palpitar con fuerza su corazón. Emmett desmontó, asegurando a Goliath a un madero y volvió a donde estaba ella, tomándola por la cintura y bajándola del caballo.


-No sé para ti -comenzó a decirle, -pero para mí esté lugar es especial.


Rosalie no contestó, pero asió su mano para colocarla sobre su pecho, haciendo que su corazón aún desbocado lo hiciera por ella. Emmett sonrió comprendiendo y la atrajo hacia sí, besando sus labios con ternura.


-¿Tienes hambre? -le susurró acariciando su mejilla, asintiendo ella sonriente.


Emmett caminó hasta Goliath, cogiendo el hatillo de leña y su morral. Luego tomó la mano de Rosalie y se dirigieron al interior. Sin tiempo que perder fue hasta la ennegrecida chimenea y se arrodilló frente a ella. Sacó de su bota la daga y rebuscó en el morral extrayendo algo de pedernal. Colocó unas ramitas secas en la chimenea y, con maestría, frotó el pedernal contra el metal del filo, saltando chispas y prendiendo las ramas al instante. Tomó un espetón y, cuando se volteó a mirar a Rosalie, la vio sentada en el mismo lugar en el que la encontrara aquella vez, aunque, en esta ocasión lo observaba sonriente, maravillada con cada uno de sus movimientos.


-¿Sucede algo? -la miró él confuso. Ella negó con la cabeza y la sonrisa aún dibujada en sus labios. -Voy a limpiar la liebre, vuelvo en un minuto. Deberías acercarte al fuego.


Lo vio salir por la puerta y se levantó aproximándose a la hoguera; a pesar de ser verano, su calor era bienvenido, pero la alegría que templaba su corazón era mucho más reconfortante. En esos instantes, Emmett se presentaba ante sus ojos como un héroe de leyenda, como un caballero andante capaz de cuidar de una dama. Podría ser un sueño de jovencita ingenua y cándida pero ¿porqué no? Emmett la hacía sentirse protegida y, aunque todo aquello no fuera más que una pequeña aventura que pronto daría a su fin, le halagaba la forma en que Emmett se estaba haciendo cargo de todo, como si quisiera demostrarle que a su lado jamás le haría falta nada. Tonto, podría comer liebre durante toda su vida si con eso conseguía que no se separaran jamás.


A los pocos minutos Emmett regresó, con la liebre limpia y ensartada en el espetón y con un pellejo lleno de agua.


-He usado un poco para lavarme las manos pero bastará para los dos -le dijo dejándola a un lado. Luego colocó la liebre en la hoguera y se acomodó tras de Rosalie a esperar que se asara, apoyando ella su espalda en su pecho. Observó durante unos momentos el crepitar de las llamas, concentrado en la respiración acompasada de Rosalie, aunque preocupado en cierto modo por su silencio. Inclinó su rostro intentando escudriñar sus facciones y, aunque parecía tranquila, no pudo evitar inquietarse y, tras varios minutos no pudo aguantarlo más.


-Rosalie, no has dicho nada desde que llegamos ¿Pasa algo? -le preguntó.


-Qué puedo decir -lanzó un suspiro un tanto exagerado. -Estoy encandilada, fascinada con tus dotes maritales.


Emmett lanzó una sonora carcajada.


-Menos mal, por un momento pensé que te estaba incomodando -rió aliviado.


-En absoluto -giró su rostro para ver el suyo. -Creo que jamás que disfrutado de una velada tan encantadora como ésta.


-Y eso que acaba de empezar -bromeó él.


-Tengo curiosidad por ver que nos depara la noche -susurró ella insinuante.


-Por lo pronto, vamos a cenar -besó su frente. Rosalie hizo un mohín de disgusto y se separó de él.


Emmett apartó la liebre del fuego y, con su daga, cortó un pedazo y se lo entregó a Rosalie, sentándose después, recostado contra la pared.


-Imagino que te gustará más condimentada -supuso él.


-Está deliciosa -le aseguró al dar el primer bocado.


Emmett la miró receloso.


-Seguro que tratas de adularme. Déjame probar -replicó tras lo que empezó a comer. -Pues no está mal -reconoció saboreando la carne.


-Después de esto mi hermano no puede negarse a que me case contigo -añadió con tono despreocupado. -Sólo bromeaba, Emmett -se excusó al verlo tensarse.


-Lo sé -resopló lanzando el hueso a la hoguera. -Es sólo que...


-No, Emmett, por favor -tiró también las sobras y se acercó, colocándose frente a él. -No volvamos a hablar de lo mismo. Pase lo que pase seguiremos juntos.


-Pase lo que pase -aseveró apoyándola en su regazo. Necesitaba sentirla cerca para afianzar esa promesa.


-¿Sabes lo que me recuerda esto? -la escuchó murmurar contra su pecho.


-Claro que lo sé -besó él su cabello. -Por eso te he traído aquí. De haberlo sabido me hubiera gustado disponer de más tiempo para haberlo ordenado un poco -sonrió.


-No -sacudió ella la cabeza. -Así es perfecto, estando como lo estaba en aquella ocasión.


Escuchó a Emmett suspirar y se apretó a él, rodeándola sus brazos con más fuerza.


-Emmett...


-¿Sí?


-¿Qué sentiste tú? -preguntó dudosa. Emmett se tomó unos segundos antes de responder.


-Recuerdo que esa misma mañana había decidido marcharme, incapaz de sostener más la situación -le contó. -Sin embargo, al tenerte entre mis brazos me reí de mi propia necedad. Te amaba como un loco, por mucho que intentara negármelo.


-Yo creía que mi amor por ti no podía ser más profundo hasta que me sentí refugiada en tu pecho -rememoró ella.


-Supuse que no eras muy consciente de lo que estaba sucediendo -la apartó un poco para mirarla, con el ceño fruncido.


-Porque, si no hubiera sido así, jamás te habría abrazado como lo hice ¿verdad? -le lanzó una mirada traviesa. -Tenía la convicción de que ese momento jamás se volvería a repetir, así que quise disfrutarlo, para atesorarlo después.


-Vaya par de tontos -sonrió él. -Amándonos tanto y no hicimos otra cosa que pelear continuamente.


-Eras un vanidoso -le hizo ella un mohín.


-Y tú una altanera -la acusó.


-¿Por eso te enamoraste de mí? -ironizó ella.


-Eras irresistible mostrándote tan altiva, con tu barbilla alzada y tus manos en la cadera, provocativa y orgullosa. La primera vez que me llamaste "muchacho" con tan delicioso desdén caí rendido a tus pies -se rió él.


-Era insoportable ¿verdad? -se disculpó ella.


-Sí, insoportablemente tentadora -besó él la punta de su nariz. -Y tú ¿cuándo empezaste a sentir algo por mí? -quiso continuar él con su juego.


-Aquella vez que me torcí el tobillo y, al tratar de levantarme, caí sobre tu pecho. Rodeaste mi cintura con tus manos y, si no hubiera sido por eso, habría vuelto a caer al sentirte tan cerca -recordó Rosalie con una sonrisa.


-Te refieres a aquella vez que me estabas espiando detrás del roble del lago -la corrigió Emmett.


-No te estaba espiando -titubeó ella. -Yo sólo...


-Y tampoco me espiabas aquel día que yo estaba entrenando en el patio ¿verdad? -siguió provocándola.


-Serás... -lo miró con fingido molestar, golpeando su hombro. -¿Ves que eres un vanidoso?


-Basta con que aceptes que me veías atractivo -se mofó él.


-No te veía atractivo -sacudió ella la cabeza. -Eres muy atractivo y apuesto y amo como me siento rodeada por tus fuertes brazos -le sonrió sugerente.


-Entonces será fácil complacerte -la apretó más contra su pecho.


-Ojalá siempre fuera así -suspiró ella.


-Sé que no será fácil -admitió. -En todo camino de rosas hay espinas. Lo importante es que estaremos juntos, para quitárnoslas el uno al otro y ayudarnos a que sanen las heridas.


-Juntos -musitó ella.


-Espero que, cuando seamos ancianos y mis brazos ya no sean tan fuertes, aún busques refugio en ellos -tomó su mejilla y la miró a los ojos.


-Siempre -le aseguró ella. -¿O es que tú dejarás de amarme cuando sea una viejecita arrugada?


-Nunca serás una viejecita arrugada -bromeó él. -Siempre serás mi diosa -acarició con suavidad su rostro.


-Antes... me llamaste así -murmuró ella.


-¿Te molesta? -preguntó él aún sabiendo cual era la respuesta.


-No -negó ella. -Me sentí...


-¿Amada, deseada? -su voz se tornó grave mientras sus dedos acudían a sus labios, rozándolos.


Rosalie asintió, cerrando los ojos, sorprendida de la reacción de su cuerpo cada vez que Emmett la tocaba de ese modo.


-¿Y te gusta sentirte así? -le susurró dejándose llevar por la sensación cálida que recorría sus dedos en contacto con la sensualidad de su boca.


-No, me gusta que tú me lo hagas sentir -elevó una de sus manos hasta su nuca, causándole escalofríos su tacto, estremecido por lo que aquella mujer era capaz de provocar en él.


-Rosalie...


-Quiero sentirlo de nuevo, Emmett -alzó su rostro aproximando sus labios a los suyos, cerca, tanto que su aliento se introdujo en él, aturdiéndolo. De nuevo su diosa se transformaba en aquella hechicera que doblegaba su voluntad a su antojo. Rosalie rozó levemente sus labios con los suyos, haciéndolo temblar, haciendo más que firme su petición.


-Pero aquí...


-El lugar más inmundo del mundo se convierte en el paraíso si estoy entre tus brazos -respiró en su boca.


Emmett se dejó vencer. Atrapó sus labios y la besó con ardor. Que Dios lo perdonara si podía, porque él no podía resistirse a sus caricias y sus besos, a su mirada atrayente. Él también se sentía amado, deseado cuando Rosalie lo acariciaba así, cuando lo miraba así y ni haciendo acopio de todas sus fuerzas podría negarse a ella. La amaría en aquella casita maltrecha porque él también necesitaba sentirla en lo más profundo de su ser. Esa noche era de ellos, para amarse sin impedimentos ni apremios. Ya se preocuparían por el futuro cuando amaneciera, aunque si había algo de lo que estaba seguro era de que nada podría separarlo de aquella mujer... de su mujer.