Dark Chat

sábado, 30 de enero de 2010

El Reinado de la Luna

Capitulo 7. Muerte

El viento sopla, rodeándome en soledad y dolor. Se siente frío, el único calor que recibo es el de mis lágrimas bajo mis ojos, caen una a una trazando un camino por mis mejillas descendiendo, hasta desaparecer en el escote de mi vestido. Otra vez mi blanco vestido.


La melodía trágica llega hasta mis oídos, pero no comprendo su significado, algo que desesperadamente me quiere decir.


Mis rodillas están en el suelo, puedo sentir la hierba bajo mi piel.


Otra vez el miedo. La luna vuelve a llorar, roja y cruel su luz me rodea.


Alguien me necesita. No puedo abandonarlo, aún cuando el precio, sea renunciar a todo.


Un lobo se lamenta a lo lejos, puedo ver su figura, puedo sentir su sufrimiento como parte del mío.


La tela que suavemente me envuelve, convertida en un tacto áspero se tiñe de rojo.


Un grito desesperado en la oscuridad, lo escucho lejano, aún cuando se que escapó de mis labios.


Mis ojos se abrieron. La oscuridad seguía rodeándome, pero logré reconocer mi cuarto entre tantas sombras.


Anthony apareció en el umbral de mi puerta y se acercó a mí. Sólo hasta que sus brazos me rodearon noté que estaba temblando.


-Todo está bien –dijo suavemente, acariciando mi cabello.


Por encima de su hombro, distinguí la figura de Adam caminando hacia nosotros.


-¿Qué tienes? –me preguntó el licántropo, preocupado.


-Sólo fue una pesadilla –musité con dificultad.


Pero ni mis propias palabras lograban tranquilizarme, otro estremecimiento me recorrió.


-No te va a pasar nada –murmuró Anthony-, yo estaré contigo.


Sólo una pesadilla… eso era todo.


-Creo deberíamos dejarla descansar –dijo Adam entre dientes, apretando un hombro del vampiro y tirando de él.


Por un momento pensé que se negaría a soltarme, pero lentamente me liberó. Se alejó rápidamente de mí y cuando habló lo hizo mirando en otra dirección.


-Estaré cerca, por si me necesitas –dijo.


-Yo también, pequeña mía –Adam acarició mi mejilla.


Ambos desaparecieron en la oscuridad.


Todo mi esfuerzo por convencer a Anthony fue en vano, entró en el Luna Llena, sin escuchar mis advertencias.


Observe a mí alrededor, distinguiendo la hostilidad y el desprecio en los ojos lobunos siguiendo al vampiro.


-Sólo espera afuera –insistí.


El se recargó en la pared y me miró.


-No puedo alejarme de ti –contestó.


-¡Olvídate de mí!


-No puedo –dijo. Observó mis ojos detenidamente y después de un rato añadió precipitadamente:- Es mí deber ¿recuerdas?


Resoplé.


Adam me tomó del brazo obligándome a mirarlo directamente.


-Ellos no le harán nada –dijo-, no después de ver que tú no quieres que lo lastimen.


-Pero…


-Ellos te consideran muy importante desde que el rey te eligió.


Me relajé un poco.


Pero mientras avanzaba la noche no paré de lanzar miradas nerviosas en su dirección, intenté concentrarme en las bebidas que tenía que entregar, pero mi atención siempre regresaba al vampiro, que solitario se rezagaba en el rincón.


-Bella –Lissa me tomó del brazo y me giró en dirección contraria a donde caminaba.


-¿Qué? –pregunté.


-Ya les serviste a ellos –me dijo señalando a la mesa que me dirigía-, esas bebidas que llevas son para la del centro.


-Gracias –contesté al darme cuenta que tenía razón y me apresuré a los cuatro licántropos que esperaban impacientes.


Esperé algunos gritos por mi tardanza, pero ninguno de ellos se mostró grosero, al contrario me trataron con demasiada amabilidad.


-Un poco distraída ¿eh? –observó Lissa.


-Es sólo…


-Ni siquiera intentes poner excusas –dijo mi amiga-, lo sé, es tu amiguito el vampiro adicto a las peleas.


Asentí.


Lissa me miró fijamente por un momento y frunció el ceño.


-¿Hay algo más verdad? –preguntó-. Sí, puedo verlo en tus ojos.


Me estremecí, después de todo, mi amiga si sabía descifrarme.


-Tal vez –musité.


-¿Qué ocurre? –cuestionó.


Apreté mis labios, mis manos se cerraron convirtiéndose en puños.


-Bueno –dijo al ver que no contestaba-, cuando estés lista para decirlo, aquí estaré.


Por un tentador momento quise decirle, y muy probablemente lo hubiera hecho, si Jacob no hubiera entrado al bar.


El rey licántropo se sentó en una mesa, que a su llegada, quedó vacía.


Con la sensación de que algo iba mal, me dirigí hacia el lentamente.


-Bella –saludó e hizo un ademán hacia el asiento en frente de él.


Me senté.


Una sonrisa, cansada y triste se trazó en sus labios. Sus dedos comenzaron a trazar un camino por mi mejilla, hasta que, con un suspiro dejó caer su mano en la mía y la apretó ligeramente.


Algo, que si yo no tuviera tantos años en conocerlo no sabría cómo interpretar, pero cómo si era así pude saber que sus acciones gritaban: te necesito.


-¿Qué ocurre? –pregunté.


-No he podido encontrar al culpable –contestó con voz plana, carente de emoción, o al menos eso era lo que quería aparentar-. No he podido vengar la muerte de mis amigos.


Entrelacé mis dedos con los suyos, y como si nuestras palmas fueran un puente de conexión, pude sentir su dolor y soledad cómo si fueran míos.


Sus hermanas estaban en el extranjero, y su padre, hacía tiempo que había muerto, sus amigos y yo éramos lo único que le quedaba.


-Me estoy quedando sólo –dijo, como hubiera escuchado mis pensamientos.


-No te voy a dejar –afirmé.


-¿Qué va a pasar si lo eliges a él? –cuestionó-. Si te conviertes en uno de ellos… ¿Qué va a pasar con nosotros?


Lo miré directamente a los ojos, pensando seriamente en sus palabras. Un vampiro y un licántropo nunca se llevan bien…


-Te amo, Bella –suspiró después de un rato, al no recibir ninguna respuesta mía-, y no quiero perderte a ti también.


Un aullido de dolor interrumpió nuestra conversación, al igual que la de todos en el bar. El lamento fue seguido de un estruendo y después… de un mortal silencio.


Jacob fue el primero en salir, seguido de todos los licántropos presentes.


Adam y Anthony rápidamente se situaron a mis costados, me puse de pie y corrí hacia la salida.


-Puede ser peligroso –el licántropo me tomó del brazo.


-¡No me voy a quedar aquí! –repliqué.


En el exterior, la luna iluminó las calles, que estaban, ahora llenas de licántropos.


-¡Comiencen a buscar! –escuché a Jacob.


Vi cómo cuatro hombres se transformaban en lobos y se separaron en distintas direcciones.


La búsqueda no duró mucho tiempo, pues de entre las sombras regresó uno de ellos, con figura humana, cargando entre sus brazos a un lobo inerte. Lo depositó en el suelo con cuidado, el lobo tenía la garganta y él cuerpo desgarrados con múltiples rasguños, la sangre derramándose por un pelaje que poco a poco iba desapareciendo.


Me cubrí la boca, evitando que un grito escapara de mi garganta.


Jacob se acercó al cuerpo que iba regresando a forma humana, se quitó la camisa y lo cubrió con ella.


El rey licántropo ordenó a otros que siguieran buscando hasta encontrar al culpable, su tono se volvió feroz mientras repetía el mandato.


Se acercó a mí, y mi pecho ardió en respuesta al sufrimiento que vi en sus ojos.


Acarició mi cabello.


-Llévensela a casa –dijo dirigiéndose al vampiro y licántropo que estaban detrás de mí-. No la dejen sola, y cuídenla mucho.


-Por supuesto –contestó Adam sin dudar.


El vampiro asintió, aún cuando no era él no era su rey, en esta ocasión parecía completamente de acuerdo con la orden que Jacob había dado.


-Espero verte pronto –dijo Jacob, desapareciendo entre la multitud de licántropos que esperaban más de sus instrucciones.


Una vez más, tras seguirlo con la mirada, me di cuenta, de que el licántropo que había sido mi mejor amigo durante tantos años, se sentía completamente solo.


-Vamos, pequeña mía –Adam me empujó cariñosamente de los hombros para que comenzara a avanzar.


Dejé que mis pies se movieran, dejándome guiar por el vampiro y él licántropo que me acompañaban, mientras mi mente y mis pensamientos viajaban lejos, buscando un camino que los guiara a las respuestas que tanto me hacían falta.


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Capitulo 8 . Renuncia


En la oscuridad, esperaba intranquila, a que el sueño me venciera. Pero mi mente se aferró a la realidad con fuerza, mis pensamientos y emociones se mezclaron, no tuvieron misericordia con mis cansados ojos, que imploraban por cerrarse.


No podía dejar de pensar en Jacob, en lo desolado que se veía. Sabía dentro de mí lo mucho que me necesitaba, no podía abandonarlo.


Retiré las sábanas de mi cuerpo, sintiéndome repentinamente sofocada, no por el clima, que era bastante frío en esos días, sino por mí, por todo lo que estaba pasando.


A pocas horas de que se acecinase la noche, al día siguiente, me senté en el sillón, cansada por la falta de descanso y tener que estar toda la mañana intermediando en las peleas de mis protectores. Levanté mis piernas y las abracé contra mi pecho, descansando mi cabeza entre mis rodillas.


Ni siquiera tenía ganas de encender el televisor.


Adam, como su costumbre lo ameritaba, se encontraba en la cocina, gruñendo y vociferando cada vez que una verdura aparecía en su camino.


El vampiro, por su parte se encontraba apoyado contra la pared a mis espaldas, sin hablar y sin moverse. Por lo menos ya no estaban discutiendo.


Ni siquiera me di cuenta cuando se acercó a mí y se sentó cerca.


-Encontrarán al asesino y le harán pagar por todo lo que ha hecho –dijo de pronto de forma tranquilizadora-, nunca dejaría que te hiciera daño ¿lo sabes verdad?


Sonreí ligeramente, al ver sus intenciones de borrar mi tristeza y preocupación. Anthony no sabía que no era sólo eso lo que me aquejaba.


-Gracias –dije-. Sé que me cuidas mucho.


Anthony tomó un mechó de mi cabello que caía sobre mi cara y lo acomodó detrás de mi oreja. Sus ojos, fueron repentinamente consientes de la parte de mi cuello que había quedado expuesta, los vi oscurecerse. Se inclinó hacia mí, de pronto el espacio entre nosotros se había reducido notablemente.


-Anthony –musité nerviosa.


La mención de su nombre lo hizo reaccionar, se alejó de mí.


-Lo siento –dijo levantándose y dándome la espalda-, creo que necesito salir a alimentarme. Pero no quiero dejarte.


-No hay problema –lo animé, entendiendo su reacción, el vampiro debía de tener tiempo sin beber sangre.


Anthony asomó su cabeza hacia la cocina.


-Tengo que irme por un rato –anunció-, más vale que la cuides bien.


Escuché una especie de gruñido.


-Siempre lo hago, chupasangre.


-Volveré pronto, Bella –dijo, sin voltear a verme.


Adam salió de la cocina, casi en el momento en que la puerta transmitió un leve sonido al cerrarse.


-Por fin solos, pequeña mía –dijo Adam sonriendo ampliamente, se acercó peligrosamente.


-¡Ni lo sueñes! –exclamé alejándome.


-No duermo, aunque quisiera, no puedo soñarlo –replicó-, pero puedo imaginarlo.


Puse los ojos en blanco y lo ignoré. Me dejé sumergir en mis pensamientos.


La determinación llegó a mi justo cuando faltaba muy poco para ir al trabajo. Tomé el teléfono y marqué el celular de Lissa.


Me contestó al primer timbrazo.


-Quiero que me cubras hoy –dije con mi voz temblando, inestable.


-Claro –contestó inmediatamente-. Pero ¿Qué te pasa?


-Nada, sólo… luego hablamos ¿sí? –dije.


-De acuerdo –la escuché musitar.


Colgué.


Enterré mi cara entre mis manos, esperando a que Anthony regresara.


Me estremecí. Había tomado una decisión, y estaba bien, era lo mejor, lo que creía lo correcto.


¿Entonces porque dolía?


-Llévame con Edward –le pedí al vampiro en cuanto lo vi entrar.


Se quedó de pie, en el umbral mirándome fijamente.


-Necesito hablar con él –las palabras me sabían pesadas en mi boca, fue difícil poder pronunciarlas.


Tardé un poco en convencer a Adam de que se quedara en el departamento, pero después de unos cuantos quejidos por mi parte y gruñidos por la suya, logré hacerlo.


Volví a ver la mansión que tantos malos recuerdos me traía, no logré entrar sin un estremecimiento.


Para mi sorpresa, quien me abrió fue Rosalie.


-Bella –noté en su tono la culpabilidad que todavía sentía por haberme entregado al anterior rey vampiro.


-Quiero ver a Edward –dije al entrar.


Ni siquiera había terminado de pronunciar su nombre, cuando apareció en frente de mí. Una sonrisa se extendió en su rostro, sus ojos brillaron al encontrarse con los míos. Reaccioné a su presencia, mi corazón se aceleró y mis piernas comenzaron a avanzar hacia él.


Pero recordé lo que venía a decirle y me detuve en seco a mitad del camino.


-Necesito hablar contigo –dije moldeando mi voz hasta hacerla lo bastante indiferente posible.


Rosalie desapareció de pronto.


Anthony me miró inseguro de lo que debía hacer.


-Espérame afuera –le indiqué.


El vampiro me miró fijamente, pero me hizo caso.


Edward caminó hacia mí, queriendo acortar la distancia que había quedado entre nosotros.


Negué con la cabeza, indicándole que no lo hiciera. Porque sabía que si me tocaba, si me abrazaba, si me besaba, lo haría más doloroso de lo que ya era.


-¿Qué te ocurre? –preguntó preocupado.


-Nada –tomé aire, quería decirlo rápido, pensando así que el sufrimiento sería menor-. Sólo he venido a decirte que he decidido estar con Jacob. Ya no tienes que desperdiciar tu tiempo conmigo –añadí, sintiendo que cada palabra me desgarraba la garganta.


Una expresión de dolor atravesó su rostro y al verlo sentí que algo dentro de mí amenazaba con romperse.


-Nunca he pensado, ni pensaré, que el tiempo junto a ti es un desperdicio –dijo después de un rato-. Espero que hayas escogido lo que en verdad quieres. Mis sentimientos hacia ti son los mismos.


-Olvídame –dije apretando mis puños, mis uñas se clavaron en mi piel provocando cierto dolor, pero ni aún esas heridas físicas podían superar a las que se estaban formando dentro de mí.


El sonrió, pero sus ojos me decían todo lo contrario a su gesto.


-Te amo, y siempre te amaré –contestó-, es algo que supe desde el primer momento en que te vi. No puedo cambiarlo, ni quiero hacerlo.


Me sentí débil, frágil, a muy poco de romperme en pedazos.


-Adiós Edward –me di la vuelta y me dirigí a la puerta.


-Espero que seas feliz –lo escuché decir detrás de mí.


Era lo mejor.


Jacob me necesitaba y no podía dejarlo.


Debía verme tan deplorable como me sentía porque Anthony no habló en todo el camino de regreso, y sabía que había escuchado todo, pero agradecí su silencio.


-Adam ¿puedes decirle a Jacob que si puede ir al Luna Llena mañana? –le pregunté poco después de llegar.


-¿Quieres que se lo diga ahora? –arqueó las cejas.


Asentí, así podría estar un poco más sola en el departamento, aunque fuera por un momento. Por lo menos no tendría que escuchar las peleas de mis protectores.


-¿Importante?


-Muy importante –dije.


Mi expresión debió convencerlo porque no tardó mucho en irse.


Sin decir otra palabra, dejé a Anthony en la sala y me encerré en mi habitación.


Fue entonces cuando todo mi mundo se rompió.


Los sollozos escaparon de mis labios y las lágrimas se desbordaron, saliendo de mis ojos y mojándome las mejillas.


Me senté en mi cama, enterrando mi cara entre mis manos y seguí llorando.


Alguien se acercó a mí y me rodeó con sus brazos.


-Ya no es necesario que me cuides –dije entre sollozos-, después de todo ahora voy a estar con él y creo que…


-El rey de los vampiros aún se interesa por tu seguridad –me interrumpió-, no creo que sea de su agrado que te deje desprotegida. Pero, aunque me lo prohibiera, no te voy a dejar.


Apoyé mi cara en su pecho y me aferré a su camisa.


-¿Es esto lo que en verdad deseas?


-Sí –musité, con mis lágrimas contradiciendo mi respuesta.


-No te creo –dijo-. ¿Por qué lo haces?


-A veces –dije sin pensar lo que decía-, tienes que renunciar a lo que amas.


Las palabras espontáneas que salieron de mis labios me hicieron darme cuenta de la verdad: lo amaba. Pero no podía estar con él.


-En eso, tienes razón –coincidió Anthony acercándome más a él.




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Capitulo 9 . Blanco


La mañana me trajo más tranquilidad, mi dolor no había desaparecido, a pesar de haber derramado buena parte de él en la noche, pero logró calmarlo y mantenerlo donde debería estar enterrado dentro de mí.


-¿Lo viste? –le pregunté a Adam al salir de mi habitación.


-Si


-¿Qué te dijo? –cuestioné-. ¿Va a ir al Luna Llena?


Puso los ojos en blanco.


-Por supuesto, ya que se lo pediste tú –dijo-, pero parecía preocupado.


-¿Qué le dijiste?


-Que querías hablar con él y que era importante –contestó.


-¡Pero debiste añadir que estaba bien! –exclamé.


Se encogió de hombros.


-Además yo también estoy preocupado por ti, pequeña mía –continuó-. ¿Qué es lo que te ocurre? ¿Por qué quieres ver al rey?


-Lo sabrás, pero no ahora –respondí.


Mis ojos encontraron la figura de Anthony, que aunque parecía imposible, se veía más tenso y serio que antes. Intenté sonreírle, y él me correspondió, pero sus ojos se veían apagados, me pregunté si era porque también estaba preocupado por mí.


El teléfono me sacó de mis pensamientos, sabía quién era, hasta llegaba a pensar aunque fuera una locura, que el aparato sonaba más frenético cuando se trataba de ella.


-Escúpelo todo –dijo sin darme tiempo a saludar.


-Buenos días Lissa –repliqué-, de vez en cuando deberías acordarte de esa frase, eso se llama tener educación.


Casi podía imaginármela poniendo los ojos en blanco del otro lado de la línea.


-¡Hemos sido amigas por mucho tiempo como para seguir con las formalidades! –exclamó-. Ahora deja de evitarlo y dilo, lo que sea que te estés guardando necesito saberlo.


-Esto… -dirigí una mirada alrededor, mis protectores estaban muy cerca, y aunque sabía que Anthony tenía una idea aproximada de lo que iba a hablar con el rey licántropo no quería que lo escucharan, por lo menos hasta que se lo dijera a Jacob-… hablaré contigo en el bar.


-¡No, no! –se quejó, como niña pequeña haciendo una rabieta por no poder obtener su juguete favorito-. ¿Por qué no ahora?


-No es el momento Lissa.


Después de quejarse un rato más, finalmente cedió no sin antes hacerme unas cuantas advertencias y amenazas.


-Pero ni creas Bella, que cuando llegues al bar te vas a escapar –dijo.


No me sorprendió encontrar a Lissa, de pie, cerca de la barra siguiéndome con la mirada.


Adam se separó de mí y se fue a la mesa que tenía la mejor vista, para poderme vigilar.


-Espera –Anthony me detuvo de la muñeca.


-¿Qué pasa? –le pregunté, sabiendo que mi amiga se ponía cada vez más ansiosa.


-Aún es tiempo de cambiar de parecer –dijo.


Eso le trajo una sacudida de dolor a mi corazón y un segundo de duda.


-Ya tomé mi decisión –respondí.


-Tú debes de ser feliz –dijo de pronto.


-La mayoría no lo es –repliqué-. ¿Por qué yo debería serlo?


-Tú eres especial –dijo con seguridad-, yo creo que tú naciste para ser feliz.


Le sonreí, agradecida por sus palabras.


-Deja de sufrir por mí, estaré bien.


Suspiró, uno de sus brazos se dirigió hacia mí, su mano comenzó a acariciar mi cabello lentamente enterrando sus dedos entre los mechones que caían por mi cara. Una extraña mezcla de emociones surgió en su rostro, como si el tocarme le provocara anhelo y dolor a la vez.


Pero tal vez sólo me lo había imaginado y lo que veía era su profunda preocupación por mí.


-Tengo que irme –musité.


El dejó caer su brazo y asintió.


Me di la vuelta y me dirigí al inminente interrogatorio.


-¡Confiesa! –exigió Lissa.


Por su expresión, supe que si tuviera la suficiente fuerza para levantarme de los hombros y sacudirme, lo hubiera hecho.


-Hace poco Jacob… me… -mordí mi labio-… él me propuso matrimonio.


Lissa dejó escapar un gemido.


-¿Y qué le dijiste? –preguntó ansiosa.


-En ese momento no respondí nada, pero hoy le diré que acepto.


Mi amiga se había estado reprimiendo, pero cuando de mis labios salió la palabra “acepto” un chillido de emoción resonó en su garganta.


Me abrazó con fuerza.


-¡Te acompañare a comprar tu vestido! –prácticamente gritó.


Me reí.


-Sí –concedí-, después de todo eres mi mejor amiga.


Estaba dando saltitos de alegría, pero se detuvo de pronto, mirando por encima de mi hombro.


Me dirigió una sonrisa de complicidad y con una inclinación me indicó que volteara.


No necesitaba dar la vuelta para saber de quién se trataba, pero aún así lo hice.


Jacob había entrado al bar.


Sentí las palmas de Lissa empujarme.


-Ve –la escuché decir.


Caminé hacia él, pero me interceptó a mitad del trayecto.


Sus manos se apoyaron en mis hombros y fueron subiendo hasta mi cara, su cara mostraba ansiedad y preocupación.


-Adam me dijo que necesitabas verme –dijo.


-Sí –tomé una de sus manos, para tranquilizarlo-. Pero estoy bien.


Se relajó y me dedicó una sonrisa.


-¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? –preguntó.


Los nervios resurgieron en mí, apreté mis manos, una contra la otra y clavé mis uñas en mi piel.


-Yo…


Muchas cosas pasaron en mi mente al tiempo que pronunciaba esa palabra, una punzada de dolor volvió, pero la ignoré.


-Te estás haciendo daño –observó Jacob. Liberó una de mis manos y la besó.


-Acepto –balbucí.


El licántropo arqueó las cejas sin comprender a lo que me refería.


-Acepto casarme contigo –completé.


Una sonrisa se extendió por los labios de Jacob, iluminando su rostro.


-Te amo –dijo tomando mi cintura y acercándome a él.


Me besó profundamente.


-Quiero que la ceremonia sea mañana por la noche –dijo separando su rostro del mío unos centímetros.


¿Tan pronto?


-Pero…


-Lo siento –me interrumpió-, es que estoy muy desesperado porque seas mi reina. Pero puedes decidir la fecha que quieras.


Pensé en la alegría que lo llenaba y en todo lo que me necesitaba en estos momentos, y también pensé, con un estremecimiento, que si esperaba más tiempo mi cabeza no dejaría de pensar en Edward y sería una tortura.


-Mañana está bien.


Lissa llegó a mi casa muy temprano la mañana siguiente.


-¿Qué esperabas? –dijo al entrar-. ¡Tenemos tan poco tiempo para escoger tu vestido!


Esperaba que Adam se quejara por acompañarnos de compras, pero se veía extrañamente abatido. Mis dos protectores parecían sombras grises de tristeza siguiéndonos por las calles, me pregunté que los pondría de ese estado de ánimo.


-Entiendo que el licántropo nos siga –dijo Lissa-, pero no entiendo porque el vampiro hace lo mismo.


-Es un amigo –contesté sin dar más explicación.


-Pero…


Afortunadamente la tienda ya se extendía ante nosotras a todo su esplendor y Lissa interrumpió su réplica.


-¡Llegamos! –gritó y me tomó del brazo.


-Bienvenidas otra vez –reconocí los hermosos rizos de Gemma en cuanto los vi.


-Gracias –dije sonriendo.


La chica-lobo inclinó su cabeza en mi dirección en señal de respeto.


-Me alegra que vayas a ser nuestra reina.


-Que rápido corren las noticias –comenté.


Ella se rió.


-¿Crees que algún licántropo va a pasar por alto la ceremonia de unión de su propio rey?


-Sungo que no –le sonreí.


Gemma nos condujo a la sección de vestidos, no sin lanzar de vez en cuando miradas de incomodidad hacia Anthony, que nos seguía de cerca, pude distinguir el disgusto en el rostro de la chica-lobo, pero no hizo ningún comentario al respecto.


-Puedes escoger el vestido que quieras, y el color que quieras –dijo Gemma-, en nuestras ceremonias no importa el color o lo sencillo que sea el vestido. Pero respetando las costumbres humanas creo que tengo el vestido perfecto para ti.


Quedé asombrada cuando lo vi. Aunque era sencillo, se veía deslumbrante, la tela parecía deshacerse en los dedos, parecía tener brillo propio. Pero algo me hizo estremecerme, era blanco, y su color me hizo recordar mi sueño.


-¡Póntelo! –exclamó mi amiga.


Sacudí mi cabeza, recordándome que sólo había sido un sueño y no debía preocuparme por ello.


Tomé el vestido con cuidado, sintiendo su suavidad en mis manos, y me dirigí a los probadores.


-¡Queremos verte! –escuché el grito de Lissa después de unos minutos.


Me vi en el espejo y lo que vi en el me hizo dudar que él reflejo y yo fuéramos la misma persona. El vestido parecía estar hecho para mí.


Después del segundo grito impaciente de mi amiga salí.


-¡Te ves tan bonita! –exclamó mi amiga.


Gemma asintió.


Anthony y Adam, que estaban observando toda la tienda, buscando algún signo de peligro, se giraron para verme. Sus ojos se agrandaron cuando se posaron en mí.


-Hermosa –dijo Adam.


El vampiro no pronunció palabra, pero por el brillo en sus ojos, parecía que por primera vez estaba de acuerdo en algo que decía el licántropo.


Volví a entrar al probador para cambiarme.


Gemma se vio horrorizada cuando le pregunté por el precio del vestido.


-No le voy a cobrar a mi reina –dijo.


-Pero…


-No –enfatizó, no parecía dispuesta a cambiar su respuesta.


-Muchas gracias –dije después de un rato.


-Te veré en la noche –contestó Gemma dirigiéndome una amplia sonrisa.


Suspiré, ya quedaba tan poco tiempo para eso.