Dark Chat

jueves, 12 de noviembre de 2009

GHOTIKA

- me diste tu beso inmortal. Tu me amaste con tu naturaleza de vampiro

- Te amo ahora, con mi naturaleza humana, si es que alguna vez la tuve
Entrevista con el Vampiro – Anne Rice


“Que el cielo me impida hacer aquello que quiera”
Stephenie Meyer – New Moon

Capítulo 15: Una Cita en la Noche II
 
Aquel lúgubre paisaje simplemente resultaba indescriptible. Aún con un diccionario sobre sus manos, Bella jamás hubiera podido encontrar la suficiente y justa cantidad de términos con los cuales referirse a ese esplendido anochecer.



El cielo se encontraba vestido de un manto completamente negro, ningún otro color le perturbaba y sus estrellas, sus diamantinas y centellantes estrellas, resultaba ser el único elegante adorno digno de acompañarla. Bella caminó cinco pasos hacia delante para que sus manos tocaran con la barda de piedra que rodeaba la terraza y se encontró con el bosque extendiese frente a sus ojos.


La muchacha casi se sintió enferma de ver tanta belleza junta.


Edward, por su parte, se encontraba igual de cautivado, pero no por la noche, no por las estrellas, mucho menos por el bosque, si no por ella, por la humana que, sin saberlo, ofendía con su presencia a la naturaleza, por presentarse más perfecta que ella en ese instante.


El vampiro se acercó con pasos lentos y Bella, al sentir su presencia detrás de ella, volvió su cuerpo para verle y se percató de que aquella penetrante mirada había adquirido, de nueva cuenta, su color dorado.


“¿Te gusta?” – preguntó él y, como primera respuesta, la chica le sonrió, al mismo tiempo que le daba la espalda y volvía a fijar su atención en la luna plateada.


“Me fascina” – admitió, hablando inconcientemente en un susurro – “parece como si, de un momento a otro, una canción fuera a ser elevada por el viento y las estrellas fueran a bailar alrededor de la luna”


“Es hermosa” – murmuró Edward para si mismo


“Es sublime” – acordó la otra parte, ignorando que el vampiro no se refería a la redonda bola de plata, si no a ella – “Parece una reina. No, no parece” – rectificó – “Es una reina, una dama. Una dama llena de secretos ”


“Yo te puedo contar el mayor secreto que ella posee”


Bella volvió a encarar a Edward y el aliento se negó a llegar a sus pulmones al verse tan cercana a él


“La luna no confiesa sus misterios” – discutió


“Claro que si, a mi me los cuenta al oído”” – aseguró el vampiro y, ante el silencio de su compañera, agregó – “Se encuentra celosa y llora”


“¿Por qué?”


“Por que ha nacido alguien que le roba toda su deidad, alguien que le ha arrebatado fácilmente a, lo que antes era, un fiel amante”


“¿Quién se ha atrevido a ofenderla y traicionarla de esa manera?” – preguntó ella y su cálido aliento rozó las pestañas del muchacho, provocando que su garganta se consumiera por el fuego de la sed.


Sin embargo, la sed, comparada a la adoración que él sentía por ella, era un simple y débil sentimiento que no tenía poder alguno sobre su amor, el cual pedía gritos ser manifestado, el cual suplicaba por ya no ser guardado.


“Tú” – murmuró, al mismo tiempo que llevaba una de sus manos hacia una aquellas mejillas repentinamente sonrojadas – “Tu eres quien la eclipsas completamente y quien ha hecho que yo mire la belleza en tus ojos y no en sus plateados rayos”


Los latidos de su corazón comenzaron a ser más pesados conforme él se acercaba, milímetro a milímetro, hacia ella. La lentitud con que se aproximaban daban a saber, silenciosamente, que le estaba otorgando la posibilidad de separase si Bella así lo deseaba… era un suposición inconcebible y Bella se encargó de darle aquella noción al momento en que cerró sus ojos y entreabrió ligeramente sus negros labios esperando, con el corazón bailando a un ritmo frenético, el momento en que se vieran cubiertos por aquella boca varonil.


El ardor de su garganta rugió como nunca antes al aspirar aquel aliento humano. Pero, aún más fuerte, rugió un deseo incontrolable de acariciar sus labios con los suyos y, así fue.


La diferencia de ambas pieles – blanda y dura, cálida y fría, frágil y resistente – no fue impedimento para que ambos cuerpos se estremecieran en el instante en que sus bocas su fusionaron de manera delicada y profunda. Sus labios danzaban algo tímidos en un principio, rozándose una y otra vez sin llegar a juntarse por completo…Las manos de Bella se elevaron hasta llegar a los despeinados cabellos cobre, en donde sus dedos se entrelazaron.


Con un profundo suspiro, Edward se ánimo a besarla sin censura y, con un movimiento intenso de su mandíbula, se abrió paso entre aquellos labios que le recibieron de manera completa. Su mano pálida, que no reposaba sobre la tibia mejilla, buscó su lugar en la curva de aquella pequeña cintura.


Él hubiera seguido de esa manera por el resto de la eternidad, si no fuera por que se percató que a ella se le comenzaba a acabar el aliento y, sin soltarla de sus manos, retiró su boca suavemente, quedando ésta a solo dos centímetros de donde antes reposaba. Se descubrió que, al igual que Bella, se encontraba respirando agitadamente y, sin decir palabra alguna, cerró sus ojos y se dejó deleitar por el sonido hermoso del latido de aquel corazón…


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Dentro de la casa, Jasper y Alice se internaban en el pasillo más largo que había en la estancia, en el cual, las puertas de tres respectivas habitaciones se levantaban una al lado de la otra.


“Estas son las habitaciones de Darío y de Edward” – señaló el rubio vampiro, respectivamente, con un gesto de mano


Era la última parte que les faltaba por recorrer y, hasta el momento, Alice no lograba decidirse qué le había parecido más fantástico: si el comedor, la sala, los baños – que, ignoraba ella, en esa casa nadie usaba más que, por simple placer humano, darse una ducha –, los jardines, el cuarto en donde reposaba una chimenea con un fuego llameante, o los diferentes corredores adornados con candelabros dorados, iluminando con un cierto aire de sosiego, cada uno de sus oscuros pasillos


“Y esta, es mi habitación” – dijo, deteniéndose en el umbral de la última puerta de madera robusta e imponente altura, sus ojos se posaron en el fino rostro de su acompañante y, después, preguntó – “¿Quieres entrar?”


La delicada voz llegó a los oídos de Alice como una seductora invitación a la cual no podía, ni quería, negarse. Asintió, sintiendo como sus pies se agitaban por un repentino temblor que les recorría.


“Podría no ser lo correcto” – señaló Japer, repentinamente serio ya que la sangre acumulada en las mejillas de la pequeña humana había reavivado su sed


Aún así, su lado egoísta le impidió despegar sus manos de la perilla, en donde esperó, con esperanza, a que ella le contradijera… y, como si de un ruego escuchado se tratase, Alice caminó hacia él y, con una sonrisa, le dijo


“No me interesa hacer lo correcto, no ahora”


La puerta se abrió y ambos jóvenes se internaron en la oscura habitación. El vampiro prendió la única y casi extinta vela que reposaba sobre la mesa de noche, al lado de una imperiosa cama, en la cual nadie dormía.


La luz de la pequeña llama anaranjada, con bordes azulados, iluminó especialmente a un objeto de madera, el cual captó la atención de la humana, que caminó hacia él.


“Un violín” – reconoció – “¿Es tuyo?”


El rubio muchacho asintió


“No sabía que tocabas, no lo habías mencionado antes”


“No pensé que fuera algo digno de decir” – reconoció él, mientras cogía el delicado instrumento musical y lo tendía hacia las manos de Alice


“¿Lo dices en serio?” – preguntó, cogiendo el objeto con mucho cuidado y pasando, de la misma manera, uno de sus dedos por las cuatro cuerdas de éste – “A mi me parece algo sensacional, de todos los instrumentos musicales, éste es el que más captura mi atención. Siempre he tenido deseos de aprender a tocarlo”


“¿Y por qué no lo has hecho?”


“Mis padres” – respondió ella, con un triste suspiro – “No me gustaría que así fuera, pero, debo admitir que son personas demasiado… prejuiciosas. Creen que la aguda música creada por estas cuerdas le rinde culto al Demonio. ¡Es ridículo!, ya no estamos en la Edad Media como para disfrazar la envidia con dicho nombre…Es más, en todo caso, si así fuera, deberíamos ir y darle las gracias por ser creador de algo tan fascinante. Sin embargo, yo no creo en un Ser Malvado, solamente creo en lo que mis sentidos me permiten presenciar” – Alice bajó la mirada, abatida tras recordar todo lo que sus padres le juzgaban y lo nada que intentaban conocerla.


La oleada de pesadumbre llegó al vampiro que, fuera de su don, sintió la eterna necesidad de cuidarla y, fue esa misma necesidad la que movió sus labios para decir


“Yo te puedo enseñar, si gustas” –


El vampiro se plató detrás de ella y, tras vacilar unos momentos de cómo poder acomodar el instrumento en los delgados brazos de la muchacha, guió dichas extremidades, con movimientos demasiado lentos y cuidadosos, hasta que el objeto de madera estuvo sostenido de manera adecuada.


El calor que la menuda figura femenina despedía llegó hasta su gélida y dura piel, entibiándola ante la proximidad, la cual deseaba acortar lo más posible. Cerró sus ojos y respiró profundamente (provocando que la garganta le doliera al instante) y, al adquirir un poco de concentración, explicó


“Procura que tu codo, al principio, forme un ángulo recto” – sus manos se deslizaron por los brazos de ella y, a pesar de que la tela de su blusa impedía el contacto piel a piel, una corriente sensualmente excitante recorrió a ambos - "Deja que el Demonio te guie" - pidió el vampiro con un susurro, refiriendose a él.


Por que eso era: un Demonio egoísta y enamorado de un ángel negro... Esa era la verdad, una verdad que ya no se podía negar.


El instrumento dejó de tener importancia pocos segundos después. Alice solo era capaz de sentir como unos fríos labios comenzaban a deslizarse por su cuello, al mismo tiempo que las manos, que antes eran sus maestras, habían abandonado dicho papel solamente para posarse sobre su cintura.


Alice dejó caer los brazos al momento en que sintió, por la espalda, como el cuerpo de Jasper se pegaba al suyo, ignorando que detrás de ella, boca del vampiro se abría, deseosa y traicionara, dispuesta a probar su sangre. El monstruo sonrió de manera gutural, despertando con tan despiadado gesto al gentil vampiro quién, desistiendo a los deseos de su instinto, hizo girar el delicado cuerpo para poder tenerlo frente a él.


Sus miradas negras se entrelazaron y, antes de que Alice pudiera preguntarse del por qué tan repentino cambio, la luz de la vela se extinguió por completo y él la besó, al mismo tiempo en que sus gélidas manos capturaban virginalmente las pálidas mejillas.


La frialdad sobrenatural de aquella piel paso desapercibida para la mortal muchacha quien, sin saber cómo, estuvo segura que aquel roce sería, durante todo lo que ella pudiera llegar a vivir, el único alivio, la única cura, la única señal de verdadera esperanza. Sin saber cómo, supo con una certeza incomprensible, que el rubio muchacho con el que presionaba tiernamente sus labios, sería parte fundamental y esencial en su vida… Y, sin saber cómo, supo, así de simple, que ambos se pertenecerían íntegramente por toda una eternidad.

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Nunca, amigo mío, nunca, ninguna pasión se

introdujo más vivamente en un corazón;
sus ojos han cambiado mi existencia entera;
no hay un solo minuto del día en que no esté lleno de su imagen
Los crímenes del amor – Marqués de Sade


Capítulo 16: Una Cita en la Noche III

Sentado en una de las zonas más altas de la ciudad, Darío contemplaba como la noche y sus luces se extendían frente a él. Cerró los ojos y suspiró profundamente el aire fresco y húmedo de la noche, el viento agitó su negra cabellera. Volvió a mirar hacia el cielo y, de un salto, bajó del tejado, cayendo hacia el suelo con un golpe inaudible.



Comenzó a caminar. Tenía sed, así que siguió a su victima, la cual había localizado tenía pocos minutos. Y, aunque había prometido llevar el régimen vegetariano, un pequeño y bien merecido capricho no le hacía daño a nadie, sobre todo si aquel capricho tenía poco había dejado muerta a una mujer tras haberla violado.


El ebrio señor caminaba, tambaleándose de un lado a otro, mientras se terminaba de subir el cierre del pantalón. Ignoraba que la pequeña figura le seguía, ignoraba que un par de brillantes pupilas se reflejaba en aquella lúgubre oscuridad. Ignoraba que la muerte estaba cerca. Darío se materializó frente a él. No le gustaba atacar por detrás. Siempre disfrutaba de ver el horror reflejado en el semblante de sus presas. Siempre disfrutaba matar cara a cara. Lo último que el miserable hombre vio, fue como una malévola sonrisa se ensanchaban en aquel rostro infantil, antes de que se le lanzara encima.


Darío dejó caer el cadáver seco sobre el suelo y no se tomó la molestia de mirarlo por segunda vez. Ya satisfecho, comenzó a caminar. La noche era larga, dudaba que sus hermanos se despidieran pronto de sus visitas. Llegó a un pequeño parque y frunció el ceño al ver tanta luz. Esperó a que sus pupilas se acostumbraran a aquella luminosidad para seguir caminando.


Una pequeña e inmóvil figura, sentada, dándole la espalda, en una de las pocas partes sin luz de aquel parque, llamó su atención y, como si de un imán se tratara, sus pies se movieron hacia ella.


“Hola” – saludó la pequeña niña de ropas blancas y sedoso cabello negro, que le caía hasta la cintura.


Darío pegó un respingo. ¿Cómo se había percatado aquella humana de su acercamiento si no había hecho ni el más mínimo ruido?


“Acércate” – pidió la delicada voz infantil que se escuchaba muy pagada de si misma. Darío dejó de respirar, para ver si de esa manera la humana dejaba de llamarle, más no fue así – “Vamos, no seas tímido, no muerdo. ¿Tu si?”


“Si” – se animó a contestar con una traviesa sonrisa levantando las comisuras de sus labios. Escuchó como la niña también reía, logrando que su garganta levantara un alegre y delicado sonido.


Se decidió por caminar hasta situarse frente a ella y, cuando así fue, sintió, por primera vez, una extraña punzada en su corazón. Imposible, pensó, puesto que, se suponía, esa parte de su cuerpo estaba completamente muerta. Aún así, no pudo deshacerse de la idea de que aquella niñita era lo más hermoso que hubiera visto jamás. Lo primero que sus ojos contemplaban de manera diferente.


Si, había visto a miles de mujeres hermosas, como Esme y Rose; como a Alice y a Bella; como Heidi y Jane; sin embargo, la imagen de la niña que se presentaba frente a él era completamente diferente a los miles de rostros femeninos que él pudiera recordar en todos sus años de eternidad.


“Mi nombre es Violeta” – informó la pequeña, con una amable sonrisa adornando su rostro color canela


Darío se fijó en sus ojos, que tenían un aire perturbador dentro de su color aceitunado.


“¿Cómo te llamas?” – volvió a hablar la niña y, a pesar de su amabilidad, ésta no dirigía la mirada hacia la dirección de su locutor.


“Darío” –


“Mucho gusto, Darío” – dijo Violeta, tendiendo su mano hacia el frente: dirección equivocada, ya que Darío no se encontraba en aquel lugar, si no un poco más hacia la derecha.


¿Sería posible que…?


“Lo siento si mi actitud te parece extraña. Tal vez no te has dado cuenta, pero no puedo ver”


Su manita seguía tendida hacia el frente, así que Darío, antes de pensar en algo más, la cogió, olvidándose de un importante detalle: la temperatura tan baja de su piel.


Ya fue demasiado tarde para cuando él quiso retirar su mano, ésta ya se encontraba cubierta por otra, de una temperatura deliciosamente calida. Y fue así como pudo comprender mucho mejor las palabras con las que sus hermanos se referían a la calidez de Bella y Alice. Darío siempre pensó entender a la perfección la naturaleza humana, pero fue en ese momento en que reconoció que vivía en la completa ignorancia. Todo lo que anteriormente había presenciado, era nada en comparación con aquella extraña sensación que sintió filtrarse por su piel.


“Estas muy frío” – señaló la niña – “¿Acaso no vienes cubierto?” – preguntó mientras alargaba su bracito y, tentaba, con la llena de sus dedos, la negra y delgada camisa del vampiro – “Toma” – ofreció, alcanzándole su calientita bufanda de lana color blanca


“No, gracias. Estoy bien” – se apresuró a rechazar Darío. No quería que aquel ligero cuerpo se desprotegiera por culpa suya. La niña no discutió. Se volvió a acomodar la prenda alrededor de su cuello e hizo un movimiento con la mano, invitando a su compañero para que se sentase a su lado.


Éste obedeció, deslizándose hacia el lugar con movimientos cautelosos y la fija clavada en ella. Analizando cada detalle de su expresión. ¿Acaso no se sentía incomoda a su lado?


“Te mueves como un fantasma. Casi no puedo escucharte y, no es que te quiera presumir, pero, me han dicho que, ignorando mi ceguera, tengo los sentidos muy bien desarrollados”


“Lo creo” murmuró Darío, aún sorprendido de que una humana (más bien, una niña humana) fuera capaz de escucharle.


Fue ahí cuando también se terminó de percatar de otro detalle: Violeta era una niña. Si, una niña mortal, normal y corriente, sin ningún año más de los que aparentaba tener y, sin embargo, no actuaba como tal.


“Es la primera vez que vienes” – no fue una pregunta – “lo sé por que yo vengo todos los sábados y domingos, que es cuando el internado nos trae”


“¿Internado?”


Violeta asintió


“Mis padres murieron hace tres años por una extraña enfermedad… Darío, ¿Cuál es tu edad?”


“Ocho años” – respondió, de manera automática, suponiendo que la pregunta había sido formulada para cambiar el rumbo de la conversación.


“Yo tengo siete, pronto cumpliré los ocho también… ¿Vienes solo? ¿Dónde están tus padres?”


“Ellos también murieron, hace mucho tiempo. Pero vivo con mis hermanos”


“Al menos no estas solo”


“¿Tu si?”


“No” – dijo, moviendo su cabeza de derecha a izquierda – “tengo a las monjitas del internado, que me cuidan y, además, sé que mis papas están conmigo”


“¿No tienes amigos?” – preguntó, ante la ausencia de éstos en sus palabras y por la soledad en la cual la había encontrado.


Antes de que la niña pudiera contestarle, un niño de cabello rojo y pecas en la cara se acercó corriendo, con otros dos más flanqueándole. Se plantaron frente a ellos e, ignorando a Darío, comenzaron a cantar


“Violeta no mira y por eso no juega. Violeta no mira y por eso no juega. Violeta no mira y por eso…”


Los groseros infantes ya no terminaron de cantar aquel hiriente himno ya que una sola mirada de Darío había bastado para aventarlos lejos.


Violeta se sobresaltó al escuchar el sordo golpe a unos cuantos metros de ella


“¿Qué fue eso?”


“Se han caído” – contestó el vampiro, de manera fría y conteniéndose por no volver a lanzar lejos a aquellos insignificantes cuerpos que comenzaban a emitir estridentes chillidos.


Era pasmosa la furia que sintió al ver como el semblante de Violeta se ensombrecía conforme aquel canto había subido de tono y el ferviente deseo que tuvo de protegerla…


“No debes de estar triste. Puedes conseguir amigos mejores que éstas personas” – dijo. Violeta volvió a sonreír, alegrando también al inmortal niño


“¡Violeta! ¡Ya es hora de irnos!” – gritó una anciana con voz amorosa


“¡Ya voy!” – anunció la aludida mientras se incorporaba de la banca. Darío tendió, sin previa meditación, su mano hacia ella y ésta la tomó sin vacilación alguna, y aceptó, en silencio, el ser guiada por su compañero hacia donde el grupo de niños se reunían alrededor de cinco ancianas monjitas.


“Gracias” – dijo Violeta, cuando Darío soltó su mano – “Ojala vengas más seguido por acá”


“Si…” – aseguró el pequeño, sin pensarlo dos veces


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Los labios de Jasper y Alice seguían danzando, ocultos en la mágica penumbra e la habitación. El muchacho podía sentir como sus mejillas estaban calidas por las manos que en ella se posaban y, en un movimiento inconciente, ciñó aún más la pequeña cintura que sostenía, provocando que Alice moviera sus manos hacia su pecho, para separar sus bocas y poder adquirir un poco de aliento.


El gesto fue simple y delicado, pero Jasper lo entendió al instante.


“Lo siento” – murmuró, cuando su boca se vio ligeramente alejada de la otra


Ante la imposibilidad de hablar, Alice optó por tranquilizarle, regalándole una tímida sonrisa.


“Espero no tomes mi atrevimiento como una falta de respeto a tu persona…”


“Jasper” – interrumpió Alice, tratando de ocultar lo divertido que le parecía el ver la inquietud del muchacho – “Todo esta bien. No pasó nada”


“¿No pasó nada?” – repitió el vampiro.


“No, no quise decir eso” – comenzó a explicar rápidamente y se descubrió jugando el papel del cual, segundos antes, se había mofado secretamente – “Quiero decir… quiero decir que… me gustó”


Aquellas palabras llegaron a los oídos del inmortal muchacho de una manera tan armoniosa que le fue sencillo ignorar la sed al ver la acumulación de sangre que se había creado en las mejillas de la muchacha


“Me alegro” – dijo, mientras llevaba una mano hacia el tibio pómulo derecho y lo acariciaba ligeramente – “Por que a mí no solo me gusto. Me encantó”


Alice bajó la mirada. Si no lo hacía, era posible que las mejillas le fueran a estallar de un momento a otro. Japer se deshizo en el deseo de volver a besarla, pero prefirió no hacerlo… ¿Qué pasaba con la paciencia que tanto le caracterizaba?


“¿Seguimos con la clase?” – decidió preguntar. Alice asintió y, tras encender otra vela, la clase comenzó.


La muchacha no lograba coordinar sus movimientos con el arco y el violín se le escapaba de la barbilla constantemente


“Soy un desastre” – farfulló cuando, al haber pasado cerca de una hora, ella aún no podía lograr sacar ni una sola nota.


“Vas bien” – animó el rubio vampiro quien, fuera de perder la paciencia como Alice temía suponer, se encontraba completamente divertido – “Tal vez se deba a que no sea un buen maestro”


“No intentes animarme con una mentira” – resongo la gótica, ignorando que su semblante se mostraba infantilmente enfuruñado, lo cual provocó una carcajada por parte de Jasper.


Jamás le había escuchado reír de esa manera y el sonido le pareció algo hermoso y cautivante. Algo transmisible y único, algo que ella quería escuchar toda su vida.


“No es una mentira. Es una probabilidad”


“Muy mínima” – agregó la humana, sonriendo – “¿Por qué no mejor tocas algo? Así yo misma podré decir si es tu culpa o no de mi deficiencia con el violín”


Aunque lo hubiese deseado, Jasper no podía negarse ante la brillante mirada que aguardaba por su respuesta, así que, con un suspiro de resignación, accedió. Tomó el violín entre sus manos y el instrumento de madera parecía más hermoso debajo de aquella fuerte y varonil quijada.


Sus ojos dorados se fijaron en la menuda figura que tenía al frente y después los cerró para concentrarse en su tarea.


El violín comenzó a cantar…


Alice no tardó mucho en saber de qué melodía se trataba e, hipnotizada por las gentiles y perfectas notas, se dejó caer sobre la cama. Y ahí, ya sentada, contempló fijamente a aquel ángel de cabellos dorados, que se mecía ligeramente al mismo tiempo que hacía bailar el arco sobre las cuerdas para que éstas emitieran más y más notas que se alzaban suavemente sobre la habitación, invitándola a ser parte de ellas.


Y, como si de un ruego al que ella no pudiera desistir, accedió a la invitación y comenzó a cantar, primero, en pequeños murmullos y después con voz delicadamente alta. Hasta que su hermoso cántico llegó a los oídos de Edward.


“Los ángeles cantan por que estas cerca” – musitó, aún sin lograr entender que aquella voz era de Alice – “Quieren robar mi atención de tus besos. Que sigan luchando, no cederé. Soy tu más fiel esclavo”


Bella suspiró profundamente. Sus frentes seguían unidas, al igual que sus manos. Se atrevió a abrir los ojos y, al ver a aquel rostro tan cerca del suyo, se reprendió por haber pensando que todo lo que había visto, tenía pocos minutos, le había resultado hermoso. Nada tenía comparación alguna con aquel pálido joven que tenía frente a frente.


Él era mucho más que una sola palabra.


“Te quiero”, pensó en decirle, pero la palabra se le quedó atorada en la garganta al recordar a sus padres. Aquellas dos palabras eran lo último que les había dicho y… una lágrima rodó por su mejilla. Se sintió molesta con ella misma. Sabía que no era el momento para llorar. Estaba feliz, muy feliz. No hacían falta más palabras para saber que Edward le quería y estaba segura que también él sabía que su amor era correspondido de la misma manera. No era momento para llorar, no lo era…


La lágrima mojó la mano derecha del vampiro quien, sin pedir explicaciones, puesto que no las necesitaba, alargó sus brazos para cubrir aquel frágil cuerpo con ellos


“No temas. Ya nunca más estarás sola. Si tu me lo permites, seré tu compañero por toda la eternidad”


Edward sintió como diez dedos se aferraban en la tela trasera de su camisa, sintió como el calido rostro se apretaba a su pecho y sintió como el estomago se le comprimía al notar que aquellas lagrimas comenzaban a salir como una caudalosa fuente tristeza. Levantó entre sus brazos a Bella y se sentó en la orilla de la pequeña barda. Comenzó a mecer su cuerpo lentamente, en un intento de arrullarla, y sus labios se apretaron fuertemente a aquellos cabellos castaños.


“Nunca me dejes” – fue lo único que pidió Bella entre sollozos…


“Jamás” – prometió él


Y esa fue la primera vez que la muchacha lloró verdaderamente en compañía de alguien, quien. Tal y como anteriormente había prometido, sería su compañero por el resto de su existencia.


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Esa promesa quizá te haga ambicionar el solio.

Pero mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad,
y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes
Macbeth – W. Shakespeare

Capítulo 17: La Visita II

En un lugar de Volterra, cuatro hombres – envueltos por finas y negras capas de terciopelo – sentados sobre grandes y lujosas sillas, muy parecidas a un trono con rústicos detalles, conversaban



“Carlisle, no hemos tenido noticia alguna de nuestros hijos” – señaló el vampiro de largos cabellos negros, llamado Aro – “Ya los extraño”


“Deja que gocen un poco de la libertad que se les ha arrebatado, hermano” – recomendó el rubio vampiro, con voz gentil – “Los tres son demasiado jóvenes. Los más jóvenes de ésta familia, ¿Para qué los quieres encerrados dentro de este castillo subterráneo, en donde las maravillas del mundo se intimidan y no se presentan frente a sus ojos?”


“Ay, Carlisle, siempre con tu gran amor hacia el mundo exterior” – terció Cayo – “Aunque debo admitir que tienes razón, por el momento no se le necesitan aquí. Me pregunto si habrán encontrado a alguien digno de pertenecer a la guardia… Sería interesante ver qué tesoros se pueden añadir a nuestra familia, ¿No es así, Marco?


El aludido no contestó y su gesto siguió tan inalterado como siempre, como si nunca hubiera escuchado la pregunta formulada.


Carlisle se incorporó de su asiento y salió de aquel lugar en completo silencio. En el camino


“Jane” – llamó y, a los pocos segundos, una pequeña figura de cabellos rubios que, al igual que todos que habitaban aquel castillo, llevaban una oscura capa sobre su espalda, apreció frente a él.


“¿Me llamaba, maestro?” – preguntó, mientras hacía una leve reverencia y posaba sus labios sobre el anillo que reposaba en el dedo anular del rubio vampiro


“¿Sabes dónde se encuentra mi esposa?”


“En los jardines, mi señor”


Carlisle asintió, en un gesto de agradecimiento y, tras posar ligeramente su mano sobre los rubios cabellos de la niña, caminó hacia donde ésta le había indicado. No tardó mucho en saber que Esme realmente se encontraba ahí. Sintió su dulce aroma invadir sus sentidos, metros antes de llegar.


“Me encanta estar aquí cuando los tengo lejos” – murmuró la hermosa vampiro con rostro de corazón y cabello color caramelo. Carlisle se sentó a su lado y cogió su mano derecha entre las suyas


“Yo también los extraño. Aunque, siendo sincero, prefiero que estén lejos de aquí. Tengo la esperanza que allá, en aquellas tierras que ellos recorren, encuentren a alguien que les de un sentido más luminoso a su existencia”


“Estoy segura que así será” – dijo Esme, mientras acariciaba el rostro de su esposo – “Son muchachos extraordinarios, se merecen lo mejor”


“Maestro” – interrumpió repentinamente la voz de Felix – “Sus hermanos solicitan su presencia ahora mismo”


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“¿Qué ha pasado con tu cuaderno de dibujos?” – preguntó Jasper, mientras le daba un descanso a Alice para recuperarse de su clase de violín.


La chica suspiró pesadamente antes de contestar. Se encontraba agotada, tenía casi un mes desde que a Jasper se le había metido la idea de enseñarle a tocar aquel hermoso – pero complicado – instrumento. Y vaya que tenía un compañero demasiado testarudo que no lograba comprender que esa no era su habilidad…


“Está en mi casa” – contestó


“Antes nunca te separabas de él, ¿Qué pasa ahora?”


“No me gustan los dibujos que he hecho últimamente” – murmuró, mientras bajaba la mirada – “aunque lo intento, no puedo dejar de dibujar aquellos rostros”


“¿Qué rostros?” – preguntó el vampiro, tomando delicadamente las manos de su compañera


“No lo sé” – admitió – “Pero son dos ancianos… y, detrás de ellos, hay más personas.


“¿Me podrías enseñar el dibujo?” – pidió Jasper, con voz suave. Sabiendo que éste bien podía ser una más de aquellas visiones que su novia tenía.


“Tendrás que esperar hasta mañana” – dijo y él asintió, sin querer presionarla más.


Mientras, allá, en la sala, frente a la chimenea, Bella y Edward se encontraban en un completo, pero cómodo, silencio. Bella tenía los ojos cerrados mientras su cabeza reposaba en el hombro de su novio y éste pasaba, una y otra vez, su mano libre sobre sus cabellos y, con la otra, sostenía un libro que se encontraba leyendo.


“Edward” – llamó, con voz baja


“¿Qué pasa?” – preguntó rápidamente el vampiro, dejando el libro por un lado


“¿Dónde esta Darío?” –


“Nos dijo que iba a salir. Últimamente ha optado por salir todos los fines de semana por la noche” Me pregunto qué habrá encontrado que llame tanto su atención” – agregó, cavilando para si mismo.


“¿No crees que es muy pequeño para andar solo por las calles a estas horas”


Edward rió entre dientes


“No. Él se sabe cuidar muy bien”


Bella frunció el ceño, pero tal gesto no fue visto por el vampiro. ¿Qué era lo que con tanto afán guardaban los Cullen?


“Edward” – volvió a llamar – “¿También Jasper y Darío tienen aquella extraña enfermedad de la que me hablaste?”


El muchacho dudó dos segundos antes de contestar y, después, asintió silenciosamente


“¿Qué enfermedad es? No me has dicho su nombre


Vampirismo


“Pronto lo sabrás” – volvió a contestar y, suspirando profundamente, pegó sus labios hacia los cabellos castaños – “Pronto sabrás muchas cosas, mi Bella”.


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Darío se encaminó hacia el parque y no tardó mucho en encontrarla. Se acercó de manera sigilosa, jugando con la pequeña secretamente para ver si ésta lograba escucharle una vez más. Sin embargo, el juego duró poco, se acabó cuando Violeta rió quedamente


“Darío, ya sé que estas ahí” – anunció y el vampiro bufó resignadamente, mientras se acercaba ya con pasos rápidos hacia donde la niña le esperaba sentada, como todos los fines de semana por la noche.


“Me alegro que hayas venido”


“Te prometí que lo haría” – recordó y la pequeña rió.


Después, cuando el pequeño sonido de alegría cesó de su garganta, rebuscó en una bolsita que tenía sobre sus piernas y, de ella, sacó una bolita gruesa de tela color negra y se la tendió a Darío


“¿Y esto?” – preguntó él, mientras recibía lo que la niña le daba


“Míralo” – indicó


Darío extendió poco a poco la tela, hasta que la bolita se deshizo y tomo forma de una bonita bufanda, a juego con un par de guantes


“No soy muy buena para tejer” – comenzó a explicar Violeta – “pero espero te guste, al menos, tiene tu color favorito”


“¿Cómo sabes que me gusta el color negro?” – preguntó Darío, realmente asombrado puesto que ella no miraba y no recordaba haberle mencionado anteriormente aquel detalle


Violeta se encogió de hombros


“Simplemente lo sé” – contestó


El vampiro miró por otro momento el presente y pasó sus fríos dedos sobre la suave tela. Sonrió para si mismo al mismo tiempo que sentía una agradable sensación recorrer su cuerpo


“Gracias” – dijo, mientras se ponía los guantes y la bufanda


Violeta estiró sus labios en una cálida sonrisa y, después, comenzó a toser. Darío se sobresaltó


“¿Te encuentras bien?”


“Si. Es solo una gripe” – calmó la niña y volvió a sonreír. Después, pegó un fuerte respingó y movió su cabecita de un lado a otro, de manera muy inquieta


“¿Qué pasa?” – preguntó el pequeño, haciendo exactamente lo mismo.


“Hay alguien cerca” –


Darío se puso de pie rápidamente al comprender que ese alguien no podía ser un humano – lo hubiese escuchado sin problema alguno – cubrió a Violeta con su espalda y miró a su alrededor: Todos en el parque se encontraban ajenos a aquella situación


“Largo, aquí no es territorio de caza” – siseó con voz rápida, pensando que Violeta no podría entenderle


“¿Territorio de caza?” – repitió ésta – “¿Qué significa eso?”


Antes de que Darío pudiera sobresaltarse, un enorme vampiro salió de las sombras


“Emmett, Rose” – reconoció, sintiéndose levemente aliviado


“Darío, ¿Qué haces aquí?” – preguntó la rubia y hermosa vampiro realmente extrañada. Que ella recordase, el más pequeño de los Vulturi no era muy fanático a relacionarse con los humanos


“Lo mismo debería de preguntar” – contestó


“Llévanos con Edward y Jasper, es urgente. Necesitamos hablar con todos ustedes” – informó Emmett, quien, por primera vez, no mostraba su despreocupado semblante.


Darío asintió y, volviéndose hacia Violeta, dijo:


“Me tengo que ir, pero, te veré pronto” – prometió mientras tomaba sus manos entre las suyas


La pequeña humana asintió, y no pudo ocultar en su rostro la tristeza que tan repentina separación le causaba.


Al llegar a la oculta casa del bosque, Rose levantó una ceja de manera incrédula


“Ustedes nunca van a cambiar” – dijo, al ver el estilo tan barroco de la construcción.


Edward y Jasper aparecieron caminando (a paso humano) frente a ellos. Las dos visitas no pudieron ocultar el asombro que sintieron al ver como sus hermanos sostenían, a su lado, la mano humana de dos jovencitas.


“Emmett, Rose” – dijo Jasper, a forma de saludo – “Que gusto verlos”


“Igualmente” –contestó el enorme vampiro, con una extensa sonrisa en los labios


“¿Y no nos van a presentar a sus compañeras?” – intervino Rose


Edward y Jasper intercambiaron miradas y, al pasar dos segundos, encontraron absurda la cautela con que estaban actuando. Sabían que no había peligro. Emmett y Rose eran incapaces de hacerle daño a un humano y, mucho menos, a alguien que representaba importancia en la vida de su familia


“Ellas son Alice y Bella” – anunció Edward, señalando a cada una con su mano – “Son nuestras compañeras”


“Mucho gusto” – dijeron los dos nuevos vampiros y, después, reemplazando su semblante amable por uno más sombrío, agregaron – “Se necesita su presencia en Volterra. Carlisle les manda a llamar. Es muy urgente”


En un movimiento reflejo, Bella apretó fuertemente la mano de Edward al comprender el significado de aquellas palabras. Éste correspondió el gesto y acarició la palma de su mano, con uno de sus dedos, para tranquilizarla.


“Iremos a dejar a Bella y a Alice a sus casas. En cuanto vengamos, nos explicaran mejor qué es lo que pasa” – propuso Jasper y los otros dos jóvenes asintieron – “Darío, guíalos hacia la sala, en seguida regresamos”


Edward y Jasper se separaron para llevar a sus respectivas novias a sus hogares


“Te vas a ir” – le dijo Bella, cuando habían llegado ya al umbral de su casa.


“No lo sé” – contestó, con voz suave – “Todavía tenemos que hablar con Rose y Emmett. Tal vez no sea necesario”


“Pero si lo es…” – murmuró la chica, bajando la mirada y sintiendo como su estomago se contraía fuertemente por la sola idea de alejarse de aquel pálido muchacho


“Si lo es” – interrumpió, mientras tomaba aquel cálido rostro entre sus manos – “Te prometo que regresaré contigo lo más pronto posible”


Intentó unir su mirada con la de Bella, pero ella no se lo permitió. No quería que viera en sus ojos el terrible dolor que su partida le acusaba, no quería que él se sintiera atado por ella… y, sin embargo, otra parte de su interior le gritaba que le rogase por que se quedara a su lado.


“Bella” – llamó – “No te dejaría nunca. ¿Acaso no te he dicho que mi vida depende de ti, desde el día en que te conocí? Si no es así, te lo digo ahora con una simples palabras, que solo contigo sé cuánto significan: Te amo”


La muchacha respingó al escucharle. Era la primera vez que Edward le decía Te amo y… qué hermosa sensación de dicha fue la que embargo su corazón.


Levantó la mirada para verle y se encontró con aquel par de pupilas doradas, derretidas bajo el lúgubre manto de la noche. Se dejó perder en aquel mar líquido color ocre y, después, con un tierno y emotivo impulso, susurró


“Yo también...” –


Edward emitió una pequeña risita de puro placer. Aunque sabía que Bella le quería, era algo extraordinariamente reconfortante el haber escuchado de sus labios aquella pequeña – pero significativa – confesión.


“Gracias por hacerlo” – murmuró y, manteniendo sus manos en aquel coloreado rostro, comenzó a inclinar su cuerpo para acercar sus labios hacia aquellos que le esperaban dulcemente entreabiertos.


Por su parte, Jasper y Alice habían llegado ya a aquel inmenso árbol que los cubría de la vista de su madre.


Para el rubio vampiro no habían hecho falta las palabras para percatarse del abatimiento que embargaba a su novia y, de la misma manera silenciosa con la que habían recorrido todo ese camino, tomó una de sus manos y la besó delicadamente.


“Siempre seré tuyo, y lo sabes” – murmuró, aún sin separar sus labios de aquella blanquecina piel – “Aunque me tenga que ir, volveré pronto hacia ti”


Alice suspiró profundamente y asintió, con una pequeña sonrisa en los labios.


“Mañana te veo en la escuela y ahí te diré si es necesario ir a Volterra o no” – agregó – “Haré todo lo posible por que no sea así. No tienes idea de lo mucho que también me duele el pensar estar lejos de ti” – volvió a besar la mano de la muchacha y, cuando enderezó su espalda, acercó sus labios hacia la suave mejilla derecha – “Descansa, mi pequeño y oscuro ángel”


Alice cerró los ojos y llevó sus manos hacia los rubios cabellos de su novio, los cuales jaló con delicadeza para que su boca se juntara con la suya.


Jasper no opuso resistencia alguna y, tomando con sus manos aquella fina cintura, movió de manera más insistente sus labios para poder saborear aquel delicioso y tortuoso dulce sabor que tanto le embriagaba.