Dark Chat

domingo, 14 de noviembre de 2010

Esposa de un Jeque

Capítulo 7

Bella estaba mirando a través de la ven tanilla de la limusina que los llevaba del aero puerto al Palacio Real de Jawhar. El cristal ahu mado del vehículo apagaba parte del brillo de la arena del desierto y de los caminos que parecían extenderse interminablemente.

Era una suerte que el coche tuviera aire acondicio nado, puesto que hacía mucho calor.

Bella se arregló por décima vez el pañuelo que llevaba alrededor de la cabeza. Se alegraba de que las mujeres en Jawhar no llevasen velo. Edward le había dicho que ni siquiera era obligación que llevase la ca beza cubierta, pero ella había preferido mostrar respeto por su tío poniéndose un pañuelo.

Finalmente el palacio apareció ante su vista.

Edward le había dicho que había vivido allí desde los diez años, pero ella no había preguntado por qué, puesto que estaba muy nerviosa con la perspectiva de conocer a su familia política.

¿Y si no les gustaba? ¿Cómo era posible que una mujer americana hubiera sido la elegida por el jeque Edgard Anthony Cullen Masen ? Porque allí él era un jeque, no sólo un hombre de negocios terriblemente rico.

Y realmente lo era, pensó Bella mirándolo.

Edward, con la ropa árabe intimidaba. Iba vestido como el jeque de sus fantasías. Llevaba unos pantalones amplios, una túnica blanca encima de ellos, y una casaca negra con bordados de oro. Bella había visto un turbante en la maleta y se preguntaba si lo usaría en presencia de su abuelo beduino

Bella miró hacia el palacio. Su corazón empezó a latir aceleradamente. Iba a conocer a un rey en me nos de cinco minutos.

Se alisó la túnica que llevaba. Era larga hasta los pies y tenía bordados de rosas. Encima llevaba una es pecie de casaca. Ésta tenía una abertura a ambos lados para que pudiera caminar cómodamente.

—Si no dejas de tocarte la ropa, va a estar hecha un desastre cuando vayamos al palacio de mi tío.

—Es la primera vez que voy a ver a un rey en per sona.

—Ahora estás casada con un jeque.

—¿Te has dado cuenta de que desde que hemos lle gado a tu país estás más arrogante?

—¿Sí?—sonrió él.

—Hasta tu voz ha cambiado. Siempre has tenido cierta aura de autoridad, pero desde que te has bajado del avión emanas poder.

—Se me considera uno de los gobernantes de mi país. Soy el único jeque Volturi que queda.

—Me sorprende que tu tío te anime a vivir en los Es tados Unidos, si es así.

—Hay obligaciones que sólo puede cumplir un miembro de la familia.

Ésas fueron las últimas palabras que dijo antes de que la limusina se detuviera.

El esplendor y el lujo del palacio la impresionaron a pesar de que ella no hacía más que fijar los ojos en la gran puerta de madera que formaba la entrada a la mansión.

Antes de que llegaran a ella, un sirviente salió a re cibirlos.

El salón de recepciones era aún más impresionante que la puerta de entrada. Había mosaicos y alfombras rojas, y muebles majestuosos. De pronto se detuvieron junto a un hombre sentado en una silla que estaba a cierta altura, y que muy bien podía ser un trono.

—Trae a tu esposa hasta aquí—dijo el hombre.

Edgard tomó la mano de Bella y la condujo hasta su tío, el Rey.

Las siguientes dos horas fueron de presentaciones y conversaciones con el rey Aro Volturi Masen y luego con los parientes por parte de su padre.

Aquello era peor que la boda. No conocía a esa gente, no hablaba su idioma y todos tenían su atención concentrada en ella.

Había sido tímida toda su vida y su primer instinto había sido escapar de allí, pero no podía hacerle eso a Edward. Así que hizo un esfuerzo y sonrió y habló con los extraños.

El rey Aro vino a abrazar a Edward y le dijo:

—Al parecer has logrado combinar el deber con el placer, ¿no es verdad?

—Sí, tío, estoy satisfecho.

Como ambos hombres la estaban mirando a ella, se ruborizó.

—Es encantadora.

El Rey hablaba como si ella no estuviera allí. Bella sonrió. Era un árabe más tradicional que Edward, pues este último había ido al colegio en Francia y luego en Estados Unidos.

—Esa piel clara y ese sonrojo denotan su inocencia, creo—dijo.

—¿Lo dudas?

De pronto ella se dio cuenta de que estaban ha blando de su virginidad. Recordó la conversación que habían tenido anteriormente en relación a que para su familia era importante.

—No, no lo dudo. Nos lo aseguraron.

«¿Nos lo aseguraron?» No iba a preguntárselo de lante de su tío, pero averiguaría si Edward le había con tado que ella era virgen.

—Edward...—dijo con voz entrecortada.

—¿Sí?—dijo Edward con expresión seria.

—Si tu tío y tú estáis hablando de lo que yo creo, me parece que la conversación va a ponerse un poco desa gradable.

Al parecer, la amenaza sirvió, porque pronto Edgard los excusó diciendo que estaban muy cansados del viaje.

—Pasa por la oficina de Jane cuando vayas a tu apartamento. Tiene el informe geológico que hace falta antes de que el señor Swan pueda empezar la excavación.

Bella se detuvo al oír el nombre de su padre.

—¿La compañía de mi padre va a venir a Jawhar?

—Sí.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—No es importante para nosotros, a no ser que quie ras visitarlo cuando esté aquí.

—Sí, las mujeres no deben preocuparse de los nego cios—dijo su tío.

Bella no hizo caso de ese comentario. Había hombres de la generación de su padre que hubieran es tado de acuerdo con el Rey, por no hablar de la ignoran cia completa de su madre por los negocios de su padre.

No obstante, pensaba hablar con Edgard cuando es tuvieran solos.

Pero el ardor entre ellos impidió cualquier conver sación.

Varias horas más tarde Bella estaba vestida para la cena de la celebración oficial de su boda, espe rando que Edward terminase una llamada telefónica por asuntos de negocios. De pronto vio el informe del geó logo encima de una mesa.

No se sorprendía de que su padre hubiera aprove chado rápidamente la ventaja de ser el suegro de al guien importante en Jawhar.

Lo recogió y se preguntó qué tipo de trabajo de ex tracción haría su padre. Miró por encima la primera página. Pero no entendió nada. Nunca había sido su fuerte la Geología. Ella había dirigido sus intereses ha cia la enseñanza y la lectura y era normal que no com prendiese nada. Pero le llamó la atención la fecha de la petición inicial de informes. Al principio se preguntó si habría sido un error, pero había otras fechas que coincidían con aquella inicial. El problema era que se trataba de una fecha anterior al día en que había cono cido a Edward en la Biblioteca de Seattle. Su mente no podía comprender lo que veían sus ojos.

Edwrad había conocido a su padre antes de cono cerla a ella.

Bella agitó la cabeza. No. El informe era para Jawhar. Su tío seguramente había tenido negocios con su padre, pero eso no quería decir que Edward los hu biera conocido.

¡Pero era una gran coincidencia! ¿Por qué no le ha bían dicho nada su padre o Edward? Obviamente, ahora Edward ya estaba enterado. ¿Cuándo lo había descu bierto?

Estaba pensando en todo esto cuando alzó los ojos y se encontró a Edward mirándola fijamente. Su rostro estaba inexpresivo y por alguna razón eso la preocupó.

Bella dejó el informe sobre la mesa en el mismo sitio donde lo había encontrado.

—Tiene una fecha anterior a cuando nos conocimos.

—Ese informe es confidencial—dijo él seriamente.

—¿Hasta para tu esposa?

—Espero que los negocios no sean un asunto tuyo.

—Pareces tu tío.

Edward movió la cabeza como aceptando sus pala bras.

—No creo que las mujeres sean tan tontas como para no entender de negocios, y supongo que no esperarás que finja ignorancia para satisfacer tu ego masculino.

Edward achicó los ojos, pero ella ignoró su reacción.

—¿Por qué no me has dicho que conocías a mi pa dre?—lo acusó.

Aunque en realidad esperaba que él lo negase. Que dijera que el negocio había sido iniciado por su tío y su padre.

—Charlie pensó que sería mejor.

Bella sintió una mezcla de emociones.

—¿Acaso pensó que yo te rechazaría por ser socio suyo?

—Creo que eso lo preocupaba. Es lo que has hecho siempre.

—Pero tú tenías que saber que lo que yo sentía por ti era auténtico, que no dejaría nuestra relación sólo por que mi padre y tú os conocierais.

—No quería asumir ese riesgo.

¿Porque él se estaba enamorando y no quería arries garse a perderla?, se preguntó ella. Pero un hombre con la arrogancia de Edward no podría dar semejante explicación. Por más que ella lo deseara desesperada mente.

Se quedó mirándolo. Y por fin dijo:

—Mi padre arregló nuestro encuentro.

Un brillo fugaz pasó por sus ojos y ella tuvo la im presión de que Edward le iba a mentir.

—Si no vas a decirme la verdad, mejor no digas nada.

—No toda verdad es deseable.

—No me importa. No quiero que me mienta mi ma rido.

—Tu padre arregló nuestro encuentro, sí—le confesó él por fin.

Tenía razón Edward. Ciertas verdades eran insopor tables.

Como lo era el hecho de que su tío y Edward hubie ran hablado de su virginidad.

Bella recordó la escena entre ellos en la sala de recepciones.

Entonces comprendió.

—¡Tú le preguntaste a mi padre si yo era virgen an tes de casarte conmigo!—exclamó, alzando la voz. Ella, que nunca gritaba.

—Él me lo dijo sin que yo se lo preguntase.

—¿Y crees que eso me hace sentir mejor?

¿Por qué diablos le había tenido que decir su padre que jamás había tenido novio?

—¡Como si tú no lo hubieras podido adivinar sin su ayuda!—exclamó ella irónicamente.

Su falta de experiencia con los hombres era evi dente.

—Yo no te conocía entonces.

Edward cerró los ojos. Luego los abrió y dijo:

—Es mejor que no sigas indagando en esto. Sólo te disgustará más y no servirá para nada. Estamos casa dos. Y eso es lo que importa ahora.

«De ninguna manera», pensó ella.

—A mí sí me importa el que pueda confiar en mi ma rido.

—No tienes motivo para no confiar en mí.

—Si me mientes, lo tengo.

—Hay un proverbio entre mi gente: «Mentir en el momento adecuado es igual a la adoración».

Ella recibió las palabras como si fueran un golpe.

—Pues mi pueblo tiene otro proverbio: «Una lengua que miente esconde un corazón mentiroso».

—Tu padre y mi tío hablaron sobre tu inocencia antes de que tú y yo nos conociéramos. ¿Estás contenta ahora?

—Sabes que no—dijo ya sin gritar. Y con los ojos hú medos de lágrimas que pujaban por salir agregó—: Este encuentro no ha sido más que una cita arreglada por mi padre por pena.

Y encima un encuentro arreglado entre el tío de Edward y su padre, ni siquiera por Edward y su padre.

—¿Por qué no me lo dijiste?

Edward la sujetó por los hombros.

—Eres mi esposa. ¿Te parece tan importante la razón por la que nos conocimos?

—¡Mi padre ha arreglado este matrimonio! ¡Incluso te dijo que era virgen! ¿No crees que importa?

—¿Quieres decir que no te hubiera importado entre gar tu inocencia a otro?

¿Cómo se atrevía a mostrarse enfadado?, pensó ella, indignada.

—¡Deja de desviar el tema hacia otro lado! Tú me mentiste. Y mi padre también. Me siento manipulada, y eso me duele, Edward. Me duele más de lo que te imaginas.

—Sólo ha sido una mentira por omisión—Edward tomó el rostro de Bella con una mano—. ¿Es tan te rrible? Si te hubiera dicho la verdad, me habrías recha zado como lo hiciste con todos los demás. No estaría mos casados ahora. ¿Es eso lo que quieres?

Bella quitó la cara y dijo, ofendida.

—Te amo. No te habría rechazado al saber la verdad.

—¿Y no me estás rechazando ahora?

—No te estoy rechazando—exclamó Bella—. Lo que no tolero es la mentira. Que me engañe el hombre que amo. ¿Te hubiera gustado enterarte de que he pla neado algo a tus espaldas? ¿Que te tomasen por tonto?

—¿Eso crees? ¿Crees que ha sido un disparate ca sarte conmigo?

Se miraron a los ojos.

—Sí, si eso significa unir mi vida a un hombre en quien no puedo confiar.

—Estás sacando las cosas de quicio.

—¿Sí?

—Sí.

Bella agitó la cabeza.

No pudo más y dejó escapar las lágrimas que se ha bían formado en sus ojos.

Edward la atrajo hacia él y la abrazó cuando ella em pezó a llorar. Pero no intentó consolarla. Sólo la abrazó, dejando que se desahogase. Como si hubiera comprendido que lo necesitaba.

Le dio un pañuelo, y ella se apartó levemente para aceptarlo.

Edward la miró a los ojos y le dijo:

—No tiene importancia cómo nos conocimos. Debes creerme. Somos marido y mujer. Tu padre no tiene por qué influir en nuestro futuro juntos. Haremos de nues tro matrimonio lo que queramos hacer de él.

El llanto le había hecho bien, y por fin Bella pudo escuchar sus palabras y reflexionar sobre ellas.

Se había negado a que su padre le buscase marido desde que se había hecho mayor, pero, ¿realmente la mentaba haber conocido a Edward sólo por saber que su padre lo había arreglado?

Al fin y al cabo, se había casado con el hombre que amaba. Nadie la había presionado.

A diferencia de otros hombres con los que Charlie Swan había querido casarla, Edward no necesitaba nada de su padre.

Daba igual cómo se habían conocido. Él se había casado con ella por ella misma y la amaba. Pero un hombre que la amase no le habría mentido, ¿no?

—No he querido hacerte daño.

—Pero lo has hecho.

—Veo que he cometido un error—dijo Edward.

No debía de ser fácil para un hombre como él admi tir algo así.

—No confiaste en mi amor.

—No lo vi de ese modo.

Si no lo había visto de ese modo...

—¿Por qué me mentiste?

—Por deseo de tu padre.

Bella estaba indignada. ¡Cómo se atrevía su padre a obligarle a mentir!

No podía confiar en que Edward no le volvería a mentir.

—Debiste dar prioridad a mis deseos sobre los de él. Soy tu esposa y tú me has prometido amarme y prote germe. Mi padre no tiene cabida en nuestra relación.

—Eso es lo que he estado intentando decirte.

—Entonces, prométeme que de ahora en adelante me tendrás en cuenta a mí antes que a nadie.

Bella sabía que un hombre en el puesto de Edward no podía ponerla delante de todo.

—Lo haré.

—¿Me lo prometes?

Edward enjugó una lágrima con la punta del dedo y contestó:

—Lo prometo.

—Me has dicho que tú siempre cumples tus prome sas...

—Es verdad.

—Entonces, prométeme algo más.

—¿Qué?—la miró, sorprendido.

—Que no volverás a mentirme.

Él pareció dudoso.

—No me importa que pienses que la verdad puede disgustarme. No puedo creer en ti si pienso que eres capaz de mentirme, aunque sea para proteger mis sen timientos.

—Si es así, te lo prometo también.

Bella asintió, aliviada de que él hubiera acce dido tan fácilmente.

—Tengo que maquillarme—dijo entonces Bella.

Edward tiró de ella y le dio un beso suave en los la bios. Daba la impresión de que era una disculpa, y ella lo tomó así.

Edward la soltó y dijo:

—Date prisa. Si no, la cena habrá comenzado sin la invitada de honor.