Dark Chat

domingo, 23 de enero de 2011

Guerrero del Desierto

CAPÍTULO III

Alice la condujo hasta sus aposentos, una suite en el ala sur del palacio. Mientras una de las habitaciones que le enseñaron tenía un toque muy femenino, las otras dos que conformaban la suite estaban llenas de aderezos masculinos. Bella lo comentó en voz alta.

-Yo... creo que no nos avisaron con mucho tiempo de tu llegada -contestó Alice con acento extraño en su voz.

Bella atribuyó su titubeo al pudor que sentía al hablar de los asuntos de Edward.

-Claro -admitió Bella en un intento de tranquilizar a la mujer-. ¿Adónde llevan estas puertas? -preguntó después de desnudarse en el enorme vestidor.

-Ven. Te gustará -respondió Alice con una vivaz sonrisa, ciertamente contagiosa, al tiempo que abría las puertas.

-¡Un jardín!

Bajo los pies desnudos de Bella, la hierba del jardín era suave y delicada. En el centro, había una fuente de la que salía el agua en forma de arcos chispeantes. Había además unos bancos alrededor de la fuente, que a su vez estaban rodeados de millones de diminutas flores azules. Una fragancia embriagadora la condujo hacia un enorme árbol que había en un extremo cubierto de campanillas azules y blancas.

-Este es el jardín privado de... -Alice se tragó sus palabras-. Lo siento, a veces mi inglés no es muy...

-No pasa nada -dijo Bella haciendo un gesto con la mano-. Yo estoy intentando hablar la lengua de Zulheil, pero no soy muy buena todavía.

-Yo te enseñaré, ¿quieres? -dijo Alice con los ojos relucientes.

-¡Sí, gracias! ¿Y qué me decías del jardín? Alice frunció el ceño.

-Es el jardín privado de las personas que viven tras estas... habitaciones -dijo entonces señalando hacia la puerta de la habitación de Bella y hacia otras dos similares a su izquierda. El círculo se completaba con un alto muro cubierto por una vid trepadora. Bella asintió con la cabeza.

-Ah, quieres decir que es el jardín de invitados.

-¿Te han gustado tus habitaciones y el jardín? -preguntó Alice arrastrando los pies y sonriendo.

-¿Cómo no iban a gustarme? Son increíbles.

-Bien, eso está bien. ¿Te quedarás en Zulheil?

Bella alzó la vista sorprendida ante su tono de voz.

-¿Cómo lo sabes?

Alice suspiró y tomó asiento en un banco cercano a la fuente. Bella fue tras ella.

-Jasper es el mejor amigo de Edward, y como esposa de Jasper yo...

-¿Eres la esposa de Jasper? -a Bella se le atoraron las palabras en la garganta-. Yo pensé que tú... no importa.

-¿Era una sirvienta? -dijo Alice sonriendo sin rencor-. Edward deseaba que estuvieras con alguien que te hiciera sentir cómoda a tu llegada. Trabajo en el palacio y estaré aquí todos los días. Espero que te encuentres a gusto y me pidas todo lo que necesites.

-Oh, sí -contestó Bella sintiendo que una pequeña llama prendía en su interior. Edward se había preocupado de que una mujer tan agradable le diera la bienvenida-. ¿Pero por qué no dijiste nada?

-Tanto él como Jasper son terribles cuando muestran su temperamento. Edward está enfadado contigo y mi marido conmigo.

-¿Por qué está enfadado Jasper contigo? -preguntó Bella haciendo caso a su curiosidad.

-Espera que esté de acuerdo con algo que él y Edward están haciendo aunque ni siquiera él esté de acuerdo con Edward.

Antes de que Bella pudiera preguntarle algo más, Alice continuó.

-Jasper me contó lo que había pasado en tu país, pero es de todos conocido en Zulheil que Edward quedó con el corazón destrozado por una mujer de pelo marrón y ojos como el chocolate.

-¿Cómo? -preguntó Bella pestañeando.

-Jasper se llevaría a la tumba los secretos de Edward, pero otros no fueron tan... leales -explicó Alice-. Eres un misterio, pero es bueno que hayas venido. Después de la muerte de sus padres, Edward te necesita.

-Pero está furioso conmigo -confesó.

-Sí, pero ahora estás en Zulheina. Es mejor estar cerca de él aunque esté enfadado, ¿no crees? Tienes que aprender a manejar a tu m...

La súbita mirada de aflicción que se apoderó del exótico rostro de Alice alarmó a Bella.

-¿Qué te pasa?

-Yo... he olvidado algo. Por favor, entra conmigo. Bella siguió a Alice desconcertada ante su cambió de humor.

-Te hemos preparado un baño relajante. Después, ponte esto -continuó Alice dentro de la habitación señalando las ropas que estaban preparadas sobre la cama.

Bella tocó el tejido suave e increíblemente fino de las prendas. Eran tan ligeras como el aire y del color de la Rosa de Zulheil: blanco puro con un toque rojo fuego. El conjunto estaba compuesto por una larga falda moteada de diminutos cristales que reflejarían la luz a cada uno de sus movimientos, y un corpiño ajustado al cuerpo ribeteado de los mismos cristales relucientes. Tenía unas largas mangas pero la prenda en sí era corta y dejaría a la vista de cintura para abajo. Una fina cadena de oro con colgantes estaba también preparada junto con la ropa. Debía ser para ponérsela alrededor de la cintura.

-Pero esta ropa no es mía -susurró Bella.

-Esta noche se da una... comida especial y tus ropas no son las apropiadas. Estas son para ti como...

-¿Invitada? -sugirió Bella-. Bueno, supongo que si esto es lo normal no habrá problema. Es solo que no me sentiría cómoda llevando algo tan caro.

Tuvo que asegurarle repetidas veces a Alice que estaría bien, antes de que esta se marchara.

-¿Es una cena muy formal la de esta noche? -le preguntó justo antes de que saliera por la puerta.

-Oh, sí. Muy formal. Volveré para arreglarte el pelo y asegurarme de que estás preciosa.

Cuando Alice se marchó, Bella estaba segura de haberla oído murmurar algo en voz baja pero el delicioso olor del baño aromático la distrajo.

-Me siento como una princesa -susurró Bella casi dos horas después de haber llegado al palacio.

-Bueno, yo he hecho mi trabajo -rió Alice.

-Pensé que se suponía que la piel de la mujer no quedaba a la vista -dijo Bella poniéndose la mano en el estómago. Los finos colgantes que caían hasta la cadera eran de lo más provocativo.

-Somos reservadas en público, y Zulheil no tiene unas normas estrictas aunque la mayoría de las mujeres prefieren una forma discreta de vestir. En nuestras casas, con nuestros hombres, es aceptable mostrarse más... -no terminó la frase pero movió las manos señalando sus propias ropas. Se había cambiado ella también de ropa y llevaba unos pantalones de pierna ancha de color amarillo pálido, ceñidos en el tobillo, y una blusa-corpiño de forma muy parecida a la de Bella. Sin embargo, su ropa no estaba cubierta de relucientes cristales.

-¿No estoy muy arreglada? -preguntó Bella aunque no quería cambiarse. Imaginaba el asombro de Edward cuando apareciera ante él. Tal vez creyera que era hermosa porque, por primera vez en su vida, ella también se lo creía.

-Estás perfecta. Ahora debemos irnos.

Unos minutos más tarde entraban en una sala llena de mujeres, todas vestidas con hermosas ropas de vivos colores. Bella abrió los ojos desmesuradamente. Al entrar, la conversación se detuvo. Un segundo después, comenzó de nuevo y el caos se rehizo. Varias mujeres de más edad se acercaron y la invitaron a sentarse en los cojines con ellas. Con Alice actuando como traductora cuando era necesario, Bella pronto se encontró riendo y hablando con ellas como si fueran viejas amigas. Algo en ellas le resultaba familiar, pero no podría decir qué.

Una súbita tensión la advirtió de que algo extraño estaba a punto de ocurrir. Cuando alzó la vista se encontró con Edward en la puerta. Como si ella no tuviera el control de sus piernas, se puso en pie. El silencio volvió a reinar, pero esta vez lleno de expectación, como si todo el mundo estuviera conteniendo el aliento.

Estaba espléndido, vestido con túnica y pantalones negros y, como único adorno, la pasamanería de oro bordada en el cuello de la túnica. La austeridad de su ropa hacía resaltar la belleza de sus impenetrables rasgos. Caminó hasta el centro de la sala y la tomó de la mano.

-Eres como el corazón mismo de la Rosa de Zulheil-susurró Edward mirando sus mejillas sonrojadas. Retrocedió un paso entonces, pero Bella sentía que estaba en el centro mismo de una hoguera.

-Tengo una pregunta para ti, mi Bella -continuó Edward pero esta vez sus palabras hicieron eco en la sala silenciosa.

-¿Sí? -preguntó ella mirándolo.

-Has venido a Zulheil por deseo propio. ¿Te quedarás aquí por deseo propio? -preguntó Edward mirándola fijamente con sus ojos verdes.

Bella estaba confusa. Edward le había dejado claro que no la dejaría marchar, ¿por qué le preguntaba entonces algo semejante?

-Sí.

La sonrisa de Edward fue rápida y mostraba satisfacción. Le recordó de nuevo a una pantera y sintió de pronto como si la estuviera acechando.

-¿Y te quedarás conmigo por deseo propio?

La pregunta fue el detonante que necesitaba su mente abotargada. Comprendió de pronto lo que estaba ocurriendo pero la conciencia de ello no cambió su respuesta.

-Me quedaré -dijo y así quedó sellado su destino. Un brillo de satisfacción ilimitada ardió en los ojos de Edward durante un segundo. A continuación parpadeó ocultando la llama. Le tomó una mano y se la llevó a los labios para depositar un suave beso en la cara interna de la muñeca, allí donde el pulso corría a toda velocidad.

-Y ahora me despido de ti, mi Bella, solo por... ahora.

Y diciendo esto se marchó dejándola allí de pie sin poder creer lo que acababa de hacer. Un montón de mujeres risueñas se acercaron a ella y la acompañaron de vuelta a los cojines. Bella se fijó en la expresión preocupada de Alice mientras las otras mujeres se iban sentando a su lado.

-¿Bella? -la voz de Alice interrumpió sus pensamientos, recordándole dónde estaban.

-¿Cuando me preguntó todo eso...?

-Yo quería decirte la verdad, pero me lo prohibieron.

-Y tu lealtad es para Edward.-dijo Bella sin poder contenerse. La mujer había hecho todo lo posible por ayudarla-. Pensé que el país estaba de luto.

-Y así ha sido durante un mes pero es parte de la cultura de Zulheil que la vida conquista a la muerte. Nuestro pueblo prefiere vivir y ofrecer su alegría por la vida a los que se han ido que ahogarse en la oscuridad del llanto.

-¿Sabes lo que va a ocurrir ahora? -continuó Alice y al ver que Bella no respondía, continuó-. Las preguntas que te ha hecho son el primer paso de la ceremonia nupcial. A continuación viene la unión que la llevará a cabo uno de nuestros mayores. La parte final es la bendición, que se celebrará fuera de aquí. No volverás a ver a Edward hasta que todo haya terminado.

Bella asintió y sus ojos vagaron hasta posarse en los cortinajes de la ventana que había en la pared divisoria. Su futuro la aguardaba al otro lado de esa pared.

Cuando saliera de esa sala, estaría casada con el jeque de Zulheil.

-Ha llegado el momento de la unión -dijo Alice asintiendo a una mujer de más edad, vestida de arriba abajo de color rojo vibrante, que acababa de entrar en la habitación.

De rodillas junto a Bella, la mujer sonrió y le tomó la mano derecha.

-Con esto yo te uno -dijo atándole alrededor de la muñeca un precioso lazo rojo con delicados bordados.

Al acercarse más, Bella vio que el bordado eran en realidad letras escritas en árabe. Cuando la mujer alzó el arrugado rostro, la miró con unos ojos llenos de fuerza.

-Ahora repetirás mis palabras. Bella asintió.

-Que esta unión sea verdadera. Que nada quiebre esta unión.

-Que esta unión sea verdadera. Que nada quiebre esta unión -repitió Bella en un susurro debido al nudo que se le había formado, consciente de la finalidad de aquel acto.

-Con este lazo, tomo mi vida y la pongo en manos de Edward Cullen al-Huzzein Donovan Zamanat. Desde ahora y hasta la eternidad.

Bella repitió las palabras con cuidado. Había hecho su elección, y lo sabía, pero no podía evitar el dolor porque sus padres no estuvieran presentes. La habían apartado de su lado con una crueldad que seguía sin poder comprender.

Cuando hubo terminado, la anciana tomó el otro extremo del lazo y lo pasó por la ventana. Un minuto, después, Bella notó un tirón en su muñeca.

Acababan de unirla a Edward. «Desde ahora y hasta la eternidad». Fuera, las bendiciones sonaban y hacían eco en su alma.

Edward observó a través de la pequeña abertura que le dejaba ver la habitación en la que estaba Bella.

Su ansia por poseerla clavó sus garras en él, pero bajo el deseo carnal había un anhelo y un dolor más profundo si cabía; sentimientos que se negaba a reconocer. Solo permitió que una pequeña parte de su deseo escapara a su control. Bella siempre le había pertenecido, pero en unos minutos, los lazos de unión entre ellos serían inquebrantables.

Y entonces la haría suya.

Bella no dejaba de pensar en las palabras que Edward le había dicho en el coche. ¿Cómo podría relajarse sabiendo que una pantera hambrienta estaba a punto de entrar para consumar su unión? Dando un gruñido, se sentó en la enorme cama de la habitación contigua a la suya. La presencia masculina de Edward estaba por todas partes.

El vaporoso camisón que había encontrado sobre la cama era, para su opinión, realmente escandaloso. El tejido ultrafino le llegaba hasta los tobillos como un manto de niebla. Tenía unos lazos azules a la altura del ombligo, y unas largas mangas que se ajustaban a las muñecas con el mismo tipo de lazo. Unas aberturas a la altura de los muslos dejaban al descubierto sus piernas a cada movimiento que hacía. Las mangas también tenían unas aberturas longitudinales que iban de la muñeca al hombro dejando a la vista su piel.

Incómoda con aquella prenda tan sensual, atravesó el vestidor con la intención de encontrar una bata que ponerse encima. Encontró una bata larga de seda azul que era de Edward claramente. Tendría que servir, pensó Bella sacándola de la percha.

-Detente.

Sobresaltada, se giró en redondo. No lo había oído entrar, ni tampoco cruzar la habitación. Edward estaba casi a su altura, y la miraba de arriba abajo ardorosamente. Bella se fijó en su torso desnudo. Era magnífico. Los hombros eran más anchos de lo que creía, y tenía unos músculos poderosos pero flexibles que se marcaban cuando se movía. La única prenda que cubría su cuerpo era una pequeña toalla.

-No te he dado permiso para cubrirte.

El cuerpo de Bella se puso tenso al escuchar el tono autoritario de Edward.

-No necesito tu permiso.

Con un rápido movimiento de su muñeca, le quitó la bata de sus débiles dedos y le tomó ambas manos en una suya.

-Olvidas que ahora me perteneces. Harás lo que yo desee.

-Tonterías.

-Si te tranquiliza, puedes estar en desacuerdo conmigo -contestó él con tono magnánimo ahora-, pero que sepas que voy a ganar.

Bella lo miró. No era la primera vez en el día que pensaba si no se habría embarcado en una empresa demasiado arriesgada. Tal vez Edward fuera realmente el déspota que se empeñaba en mostrar. Tal vez la consideraba realmente una posesión.

-Quiero verte, Mina -añadió y con un rápido movimiento la hizo girar hasta dejarla de espaldas a él. Edward colocó su otro brazo bajo los pechos de Bella. Cuando esta alzó la vista, se dio cuenta, para su asombro, de que estaban delante de un espejo de cuerpo entero. Su pelo marrón quedaba muy exótico sobre el blanco del camisón, y la pálida piel hacía franco contraste con la piel morena de Edward. La colosal figura de este se curvó sobre el cuerpo femenino.

-Edward, déjame ir -rogó ella, incapaz de admitir la intimidad sexual que implicaba el reflejo en el espejo. Se volvió para mirar a un lado de forma que su mejilla quedó pegada al pecho de él. La preocupación que sentía por la forma de ser de aquel hombre quedó oculta por la riada de deseo que inundó su cuerpo.

-No, Mina. Quiero admirarte -repitió él acariciándole el cuello, apartando los mechones de pelo que lo cubrían-. He fantaseado con esto durante años.

Aquella confesión descarnada la hizo temblar.

-Mírame mientras te amo -añadió mordisqueándole el cuello y chupándolo después.

Ella sacudió fa cabeza a modo de negativa muda. Edward la fue besando hasta llegar a su mandíbula y a la mejilla. El lóbulo de la oreja era un delicado bocado que le apetecía chupar y saborear. El le acariciaba la piel con un leve roce de sus dientes mientras ella se ponía de puntillas en un intento inconsciente por acercarse más a él.

-Mira al espejo -susurró Edward extendiendo los dedos por debajo de los pechos de Bella hasta su estómago-. Por favor, Mina.

Aquel «por favor" con la voz ronca destruyó todas sus defensas. Entonces miró. y se encontró con aquella ardiente mirada de color verde. Sosteniéndole la mirada, Edward subió la mano y le cubrió uno de los pechos. Ella dio un grito ahogado y sostuvo el brazo que la ceñía por la cintura. En respuesta, él la apretó con más fuerza. No era suficiente. Bella necesitaba más.

-Edward -gimió empujando su cuerpo contra él de él sin descanso.

-Mira -ordenó él. Y ella obedeció.

Edward fue deslizando la mano hacia arriba hasta que el pulgar alcanzó el pezón. Ante la atónita mirada de ella, acarició el pezón tembloroso, una y otra vez. Bella dejó escapar un jadeo. Tras ella, muy cerca de su cuerpo, escuchó la respiración de Edward y sintió que el cuerpo de este se endurecía, todos y cada uno de sus músculos y tendones se volvían de acero. Bella protestó cuando Edward dejó de acariciarla, para comenzar a suspirar y a gemir cuando vio que repetía la misma operación con el otro pecho. Tenía unas manos grandes, cubiertas de un bello claro, y Bella deseaba sentirlas por todas partes. Cuando Edward se separó, Bella dejó caer los brazos por los costados.

Edward llevó entonces las manos hacia el estómago de ella y le acarició las caderas. Desde allí, extendió las manos de forma que los dos pulgares se encontraran en el centro del estómago, a la altura del ombligo. Bella clavó los dedos en los muslos rígidos de Edward, que seguía pegado a su espalda y en ese momento vio la forma en que aquel movimiento sutil en marcaba el triángulo oscuro que se adivinaba entre sus piernas. Edward murmuró satisfecho a su oído y la recompensó mordisqueándole de nuevo el lóbulo de la oreja.

Entonces sonrió a través del espejo. Fue una sonrisa de satisfacción, muy masculina. Sin despegar los ojos de los de ella, movió los pulgares. Rozó con ellos el vello púbico. Bella trató de evadirse pero se sintió atrapada frente a Edward y su abrumadora presencia. Observó con impotente fascinación, el corazón a punto de salírsele por la boca y sintiendo las rodillas flaquear, mientras él hacía subir y bajar los pulgares con movimientos deliberadamente lentos. La súbita presión que sintió en el centro de su cuerpo la hizo soltar un grito de placer y enterrar la cara contra el pecho de él. Edward la dejó recuperarse antes de volver a iniciar la íntima caricia, una y otra vez, hasta que el cuerpo de Bella comenzó a arquearse a su contacto, urgiéndolo a entrar en ella.

-¡No! -gritó cuando Edward retiró las manos.

-Paciencia, Mina -contestó él. Su respiración era irregular pero no había perdido el control.

Bella se retorcía en un esfuerzo por hacerle regresar. Pero en vez de hacerlo, Edward apresó el camisón a la altura de las caderas y comenzó a subirlo. Antes de poder protestar, tenía las piernas al descubierto.

-¡No! -Bella trató de levantar los brazos pero pronto quedó inmovilizada. Incapaz de mirar la forma clara en que la estaba tomando, cerró los ojos al tiempo que sentía los labios de él en el cuello, y la sien, y en la mejilla. Entonces dejó de levantar el camisón.

-Mina.

Bella no podía resistirse. Abrió los ojos y lo miró mientras la desnudaba hasta la cintura, fascinada por la rica sensualidad de su voz.

-Oh, Dios -dijo ella. Sentía un poderoso deseo y no lo ocultaba.

Los músculos de los muslos de Edward fluyeron bajo sus manos cuando este cambió de posición. Para su asombro, sintió el muslo fornido abriéndose paso entre sus piernas. A continuación empezó a restregarlo contra la sensible piel de ella, una suave quemazón que le puso los nervios a flor de piel. No había barreras entre la piel caliente de él y la calidez húmeda de ella. Tenía las manos libres, pero ya no deseaba detenerlo.

-Cabalga sobre mí, Mina -dijo él levantándole el camisón con una mano y deslizando la otra entre sus piernas. Bella pensó que iba a perder la cabeza cuando notó los dedos de él abriéndose paso entre los rizos de su pubis. Edward empujó la pierna un poco más, incitándola a hacer lo que él quería. Bella gimió y, sin voluntad alguna, comenzó a mover las caderas. Edward le acarició con sus dedos el íntimo centro, mientras empujaba más y más fuerte con la pierna hasta casi levantarla del suelo.

Perdida en el placer de sus manos, cerró los ojos y cabalgó sobre él. Desesperada por encontrar asidero, cerró las manos sobre los bíceps de él, pero era demasiado tarde. Sintió una presión creciente en su interior y de pronto una explosión. Fue como si todo su cuerpo se hubiera desintegrado para luego volver a unirse. Gimiendo al alcanzar el orgasmo, se apoyó contra Edward, confiando en que él la sostendría.

-Mina, estás muy hermosa -dijo él con tono reverencial.

Bella levantó la cabeza y se miró en el espejo, con las piernas separadas, y el muslo de Edward alzándola. Rebosante de placer no podía sonrojarse, pero alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

-Gracias.

Edward se estremeció, a punto de sucumbir también él.

-Todavía no he terminado.

El camisón resbaló de nuevo hasta los tobillos cuando Edward lo soltó. Los ojos enfebrecidos de ella lo observaban mientras le desataba los lazos. Se tomó su tiempo, disfrutando con la culminación del que, durante años, había sido su sueño erótico. Cuando Bella se movió, Edward pudo sentir las ligeras sacudidas que la convulsionaban. Complacido, dobló el muslo contra el interior de ella aún ardiente, consciente de que aquello enviaría oleadas de placer a su cuerpo.

-Edward, no juegues -dijo ella ladeando la cabeza. El la besó en los labios, encantado con aquella queja tan femenina.

-Pero es que es muy fácil jugar contigo –contestó él al tiempo que terminaba de desatar los lazos. Entonces el camisón se abrió y sus pechos quedaron a la vista. Edward sintió el dolor intenso de su erección ante la visión de una realidad que sobrepasaba su fantasía. Cubrió con una mano la carne turgente y apretó ligeramente.

Mina cerró los ojos y se arqueó ante el contacto. Edward empujó ligeramente las caderas de ella ansioso porque lo sintiera, porque comprendiera que la necesitaba. Quería marcarla tan hondo que nunca deseara alejarse de él. El deseo era primitivo e incivilizado, aunque él nunca había sido desconsiderado con las mujeres.

Bella abrió los ojos y le sonrió a través del espejo, una sonrisa pletórica de sensaciones recién descubiertas, y comenzó a moverse sinuosamente arriba y abajo. La danza lenta era una tentación despiadada, pero sentirla era algo increíble.

-Bruja -gruñó él.

-Provocador -acusó ella.

Edward comenzó a acariciarle el pecho de nuevo, tomando el pezón entre los dedos. Se mostraba exquisitamente sensible al tacto, una tentación irresistible.

-Tal vez, pero soy más fuerte que tú.

Sin dejarla tomar aliento, le levantó el camisón y se lo sacó, por encima de la cabeza. Bella levantó los brazos en acto de rendición. Oyó que lanzaba la prenda lejos al tiempo que retiraba el muslo de entre sus piernas. El único punto de unión entre ellos era el brazo de Edward ciñéndole la cintura.

Bella se retiró el pelo de la cara y dio un grito ahogado al ver que estaba totalmente desnuda ante él.

-Eres mía, Bella.

Esa vez, el tono eminentemente posesivo de sus palabras no la asustó.

-Quiero cabalgar de nuevo.