Dark Chat

lunes, 14 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 20
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Los primeros rayos de sol le hicieron abrir los ojos. Jasper notó entonces como un ligero peso descansaba sobre su cuerpo y bajó la mirada para encontrarse con el rostro dormido de Alice sobre su pecho. Uno de sus delgados brazos se enroscaba en su cintura, mientras la negra cascada de su cabello cubría su espalda desnuda. Apartó de su delicado rostro un pequeño mechón que caía sobre su mejilla, acariciándola dulcemente. Era como contemplar a la más bella de las diosas, su diosa, su Náyade resurgida de las aguas para colmar su vida de felicidad.


En ese instante, sintió como el cuerpo de la muchacha se revolvía sobre él, tras lo que abrió los ojos. Por un segundo se mostró desorientada mas, cuando elevó su mirada para encontrarse con la de él, una hermosa sonrisa se dibujó en sus labios.


-Jasper -susurró ella risueña ante el maravilloso hallazgo de sus ojos.


-¿Te había dicho ya que el sonido de tu voz diciendo mi nombre es música que acaricia mi alma? -murmuró él rozando su rostro con dulzura.


-Sí... Jasper -respiró ella en su boca con mirada insinuante. Los labios de Jasper acataron obedientes al arrebatado palpitar que dominó su pecho y buscaron los de Alice con urgencia. Y ella no sólo se dejó besar complacida sino que alzó sus manos para hundirlas en los anillos rubios de su cabello, correspondiendo a ese beso con la misma pasión.


-Vas a conseguir que pierda la razón -le dijo él tratando de recuperar el aliento.


-Entonces será mejor que me aleje de ti -bromeó separándose de él y sentándose en la cama. -Mi conciencia no podría soportar que privase a dos reinos de su soberano.


Jasper se incorporó siguiendo el movimiento de Alice, haciéndola caer de espaldas y posicionándose sobre ella.


-¿Y crees que yo te dejaría escapar tan fácilmente? -musitó él con voz grave. -Bendita locura la que me hace amarte así.


Con el corazón estremecido, Alice levantó su rostro recorriendo la distancia que la separaba de los labios de Jasper. Un suspiró abandonó su pecho ante el inesperado impulso femenino y acarició su mejilla con suavidad, disfrutando del contacto cálido y delicioso que ella le ofrecía.


-Te amo tanto que llega a doler -susurró ella al apartarse de él.


-Es la misma dulce tortura que me consume a mí -le respondió él. -Una necesidad de ti que parece no saciarse jamás.


Jasper volvió a besarla, lentamente ahora, deleitándose en la suavidad de sus labios, sintiendo bajo su cuerpo la piel vibrante de Alice, desnuda y fresca. Sin embargo, ella enredó sus manos en su nuca y su cabello atrayéndolo más a ella, haciendo más profundo su beso y él accedió a su exquisita exigencia saboreándola con avidez. Jasper notó entonces como la boca de Alice abandonaba la suya, posicionándose cerca de su oído, lanzándole su aliento y provocando en él infinidad de descargas a lo largo de su cuerpo. Comenzó a recorrer de forma tortuosa la curva de su cuello con sus labios, marcando senderos de fuego en su piel, inflamándolo por completo. Era un delicioso tormento sentir sus caricias y lo exaltaba sobremanera que ella lo amara así, sin reservas, dejándose llevar por sus propios deseos. Jasper no pudo reprimir un gemido cuando ella se acomodó entre sus brazos y enfrentó sus caderas con las suyas, rozando con su movimiento su excitación.


-Alice... -gimió él casi sin aliento.


Ella se apartó un poco de él, sus labios enrojecidos y entreabiertos eran una incitante insinuación, al igual que su mirada incendiada.


-¿Necesitas que te diga que quiero que me hagas tuya? -susurró irradiando sensualidad.


Aquello desbordó a Jasper y atrapó sus labios lleno de deseo mientras sus manos empezaban a acariciarla. Su propia piel ardía sintiéndola temblar bajo su tacto. Se detuvo en uno de sus pechos, endureciendo su cúspide entre sus dedos y haciéndola gemir, tal y como él pretendía. Alice, en respuesta, rodeó con sus piernas su cintura apretándose más a él, rozando su intimidad, provocando que ambos perdieran el control sobre sus cuerpos, que ahora se buscaban con desesperación.


Jasper entró en ella lo más pausadamente que le permitió aquel ardor que lo anegaba por dentro, quería dilatar al máximo ese fuego que amenazaba con consumirlos a los dos con cada uno de sus movimientos. Notó el cuerpo de Alice curvarse hacia él, fundiéndose con él, entregándose a esa pasión que los derretía. La muchacha inocente y cándida quedaba a un lado, dando paso a una mujer ardiente y deseosa de amar y Jasper gustoso la recibía complaciente y anhelando aquel fervor suyo que lo enardecía. Volvió a besarla sediento de sus labios y sintió como ella se tensaba a su alrededor, sabiendo entonces que su clímax no tardaría en alcanzarla. La acompañó por aquel sendero que prometía conducirlos a los límites de la dicha y pronto el placer esparció su semilla extendiéndose por sus cuerpos, dejándolos sin aliento.


Jasper se derrumbó sobre el busto de Alice, desfallecido mientras ella lo rodeaba con sus brazos temblorosos.


-Me parece estar tocando el cielo con las manos cada vez que te hago el amor -dijo él contra su pecho cuando hubo calmado su respiración. -Te amo tanto, Alice. Te he amado siempre, creo que hasta incluso antes de conocerte.


-Yo temía que no pudieras amarme -le confesó ella. -Me aterraba una vida sin amor llena de infelicidad.


-Sin embargo esa era mi principal inquietud -alzó su rostro para mirarla. -Cuando me vi en tus ojos supe con certeza que haría cualquier cosa con tal de que fueras feliz, incluso si eso suponía mantenerme lejos de ti. Pero tal parece que fracasé en mi empeño -admitió él entristecido.


Alice comprendió al instante a que se refería su esposo. Alargó su mano y acarició su rostro con ternura.


-Nada de eso fue culpa tuya -lo miró dulcemente.


-Yo... -vaciló -necesito que me expliques, Alice.


La joven guardó silencio durante unos segundos tras lo que asintió. Entonces Jasper se incorporó y se sentó recostando su espalda sobre la cabecera de la cama, posicionando a Alice en su regazo, acunándola sobre su pecho.


-La verdad es que no sé por donde empezar -reconoció ella tímidamente. -Ahora que me doy cuenta de todo me avergüenzo al pensar en lo tonta que fui.


Jasper sonrió para sus adentros, aquella muchacha entre sus brazos volvía a ser su Alice ingenua e inocente.


-No debes avergonzarte conmigo -le dijo alzando su delicada barbilla para que lo mirara. -Confía en mí -le pidió.


Alice tomó aire tratando de alentarse.


-Todo comenzó esa mañana que me besaste y me invitaste a dar un paseo -empezó a contarle. -Desbordaba felicidad ante la idea de que pudieras amarme pero la duda seguía instalada en mi corazón. Nos conocíamos tan poco, había pasado tan poco tiempo... una pequeña espina se clavaba en mi pecho diciéndome que aún no era posible que me correspondieras.


Alice hizo una pausa y Jasper besó su frente instándola a continuar, pensando que esa misma duda era la que lo había reprimido a él.


-Fue entonces cuando llegando a la cocina para ir a preparar la comida para nuestro paseo que escuché una conversación entre María y Jessica -continuó. -Al principio hablaban de alguien de modo despectivo y pronto me dí cuenta de que se referían a mí. Ya había notado en ellas, sobre todo en María, cierto comportamiento descortés hacia mí pero no le había dado importancia.


-¿Y no las reprendiste? -se tensó él.


-Debería haberlo hecho pero estaba tan sorprendida que no fui capaz de reaccionar, no entendía el porqué de su mala voluntad para conmigo -le respondió. -Y después, María te incluyó en su alegato contra mí.


-¿En qué forma? -quiso saber él frunciendo el ceño.


-Afirmaba que yo... -titubeó -que yo no era suficiente mujer para ti.


-¿Y tú le creíste? -demandó disgustado.


-¿Por qué no, Jasper? -se defendió ella. -Yo no poseo una belleza voluptuosa o atrayente para los hombres.


-¿Estás segura de eso? -preguntó irritado -¿O es que tengo que recordarte lo que has provocado en mí hace un momento?


-¿Y yo debo recordarte lo que sucedió en nuestra noche de bodas? -argumentó ella. Jasper suspiró pesadamente.


-Ya te expliqué que...


-Ahora lo sé, Jasper -lo excusó ella -mas no aquel día. Y eso no hizo más que acrecentar mis dudas -le confesó.


-¿Y eso fue todo?


-No -negó con la cabeza. -Lo peor vino después, cuando... -se detuvo un instante a tomar aliento, -cuando se jactó de que ella si era capaz de darte lo que necesitabas, lanzando al aire la insinuación de que era tu amante.


-¡Alice, por todos los santos! -exclamó asqueado.


-Si la hubieras escuchado -continuó. -Su seguridad, su suficiencia, hablando con tanta propiedad, como si gozara de legítimo derecho... y tú te mostrabas tan distante. Aquello fue lo que me hundió en la desesperación. No sé cómo conseguí llegar a mi cuarto, a partir de ahí todo se vuelve confuso, se nubla y no recuerdo nada más hasta que desperté dos días después.


-Fueron los días más angustiosos de toda mi vida -la apretó contra su pecho mientras una punzada se clavaba en el suyo al rememorar los momentos en que creyó que podía perderla.


-Hoy sé que debería haberte hablado pero no era capaz de enfrentarte, temía que confirmases mis temores y no creía ser capaz de soportarlo -admitió llena de culpabilidad. -Sin embargo, aquella noche te escuché hablarme.


Jasper la miró confundido.


-Decías algo sobre un cambio en tu vida, algo que yo debía entender -prosiguió ella.


-Tú eras lo que había llegado a mi vida -le aclaró -para iluminarla con el brillo de tus ojos, de tu sonrisa. Ante la agonía que sentí esos días al poder perderte decidí confesarte mis sentimientos, con la esperanza de que me aceptases o, al menos, me comprendieras.


-Yo no alcanzaba a entender tus palabras pero mi propio anhelo me hizo creer por un momento que tu amor por mí era ese cambio al que te referías, incluso que dabas por terminada tu relación con ella y que alegabas a mi comprensión en cuanto a ese asunto.


-Pero tampoco hablaste conmigo entonces -puntualizó pensativo.


-Intenté hacerlo, a la mañana siguiente cuando vine a tu habitación -le explicó. -No obstante...


-¿Qué? -preguntó confundido al detenerse ella, mas, de repente todo quedó claro en su mente. -Alice...


Una terrible duda se hizo presa de él y tomó el rostro de su esposa, mirándola acongojado y tratando de leer en sus ojos alguna señal, alguna sombra que le indicase que ella aún creía aquella atrocidad.


-Alice, te juro que entre esa mujer y yo nunca ha pasado nada -le aseguró rogando porque creyera en sus palabras. -Esa mañana me había quedado dormido y ella me sorprendió cuando iba a ordenar la recámara.


-Bella ya me explicó eso -lo calmó.


-¿Bella?


-Días después -asintió ella. -Sin embargo, en ese instante... -suspiró. -Jasper, tú no te diste cuenta pero ella sí fue consciente de lo comprometida de la situación y del efecto que había causado en mí. A partir de ese momento su comportamiento hacia mí se volvió más irrespetuoso y hacia ti más... sugerente, casi indecoroso -añadió.


-¿Sugerente? -preguntó con hastío. -Era una completa molestia, me disgustaba su presencia.


-Nunca le reclamaste -aseveró ella.


-No pensé que tuviera que darle importancia -se excusó apenado.


-Y en realidad sí la tenía, con ello trataba de acercarse a ti y de provocarme a mí.


-Conmigo no funcionaron sus malas artes -le reiteró.


-Pero conmigo sí, Jasper -admitió. -Incluso consiguió hacerme dudar de si era a ella a quien le correspondía el derecho de asistirte en tu convalecencia.


-De eso sí me percaté -le dijo, recordando su actitud vacilante cuando él recuperó la consciencia.


Alice lo miró extrañada.


-Justo antes de que me hirieran, Edward me contó que estabas convencida de que tenía amoríos con esa mujer -vistió esa última palabra de sarcasmo, -aunque no sabía ni los motivos ni las circunstancias.


-¿Por qué no me habías dicho nada? -inquirió ella confusa.


Jasper respiró hondo y estrechó a Alice contra su pecho.


-Yo también te escuché mientras despertaba, Alice -admitió. -Y te juro que tu llanto me partió el alma. Creí morir de dolor cuando insinuaste que te marcharías de mi lado -susurró afligido. -Todo ese rencor, todo ese resentimiento... me alcanzó con más violencia incluso que esa maldita flecha envenenada. Temí perderte para siempre y supe que no bastaba sólo con asegurarte que nada era cierto, eso no sería suficiente, así que traté de acercarme a ti primero -le explicó. -Gracias al cielo que se desmoronó ese muro que se interponía entre nosotros.


Alice se separó de él y lo miró a los ojos, suplicante.


-Perdóname, Jasper -le rogó ella.


-¿Por qué, Alice? -tomó su rostro con dulzura.


-Si me hubiera confiado a ti se hubiera aclarado mucho antes este malentendido.


-Y si yo te hubiera confesado desde el primer momento que te amaba como un loco te habría ahorrado todo este sufrimiento -le rebatió torturado. -Además, no creo que a esto se le pueda llamar malentendido, más bien es un acto malintencionado y al que muy pronto voy a poner remedio -añadió separándose de ella y bajando de la cama, tomando su pantalón.


-¿Qué vas a hacer? -se alarmó ella.


-¿Pretendes que deje el asunto correr? -le reprochó. -Esa mujer pagará cada una de las lágrimas que has derramado, cada humillación, cada segundo que permaneciste inconsciente, siendo tu cuerpo incapaz de sobrellevar el calvario que causó en ti su veneno -sentenció. -Cuando pienso en las veces que estuve a un paso de perderte... me invade el deseo de castigarla con mis propias manos -añadió apretando contra sus muslos sus puños llenos de rabia.


-¡No! -exclamó ella.


-Alice, jamás sería capaz de golpear a una mujer -la tranquilizó, -pero entenderás que debo tomar cartas en el asunto, los dos, de hecho.


-Para mí es suficiente con que se vaya de aquí – aseveró ella mientras tomaba su enagua y colocaba la larga prenda sobre su cuerpo.


-Pero Alice...


-No quiero que nada perturbe esta felicidad que siento -se acercó a su esposo. -Además suficiente castigo es el no haber conseguido nada de ti.


Jasper resopló contrariado.


-Merece unos cuantos latigazos -masculló él por lo bajo.


-¿Y crees que eso borrará de mí lo que hizo? -inquirió ella tomando el rostro de su esposo.


-¿Qué lo borrará entonces? -se mostró preocupado.


-Tú, con tus besos y tus caricias -le dijo rodeando su cuello con su finos brazos. -Con tu amor.


-Es todo tuyo, Alice -susurró abrazándola. -Te pertenezco por entero.


Y lo mismo que le aseguraba con palabras se lo demostró besándola apasionadamente, como si le fuera la vida en ello.


-No necesito nada más -musitó ella sobre sus labios. -Por favor...


El sonido de nudillos en la puerta captó su atención.


-Adelante -concedió Jasper, sin separarse de su esposa.


La alegre expresión de Charlotte al entrar en la recámara se turbó al ver la escena.


-Disculpadme la intromisión -se inclinó ella bajando el rostro avergonzada.


-Buenos días -exclamó Alice con entusiasmo.


-No te apures, Charlotte -la tranquilizó Jasper.


-Me alegro mucho de que hayáis recuperado las fuerzas para levantaros -declaró la doncella con una sonrisa.


Alice se soltó de su esposo y se dirigió a ella con mirada de complicidad.


-Veremos que opina el Rey Carlisle por su desobediencia -le dijo por lo bajo, con falso disimulo. -¿Entre reyes están permitidos los azotes?


Alice se echó a reír y Charlotte no pudo evitar acompañarla.


-No olvidéis que estoy aquí, mi señora -bromeó el aludido tomando el brazo de Alice y estirando hacia él. -Me encuentro perfectamente -aseveró rodeando su cintura. -¿O necesitas otra demostración? -susurró quedamente en su oído para que la doncella no le escuchara.


Charlotte los miraba con una gran sonrisa en sus labios, parecía que los problemas por los que la pareja parecieran estar atravesando habían quedado a un lado, su actitud cariñosa bien lo revelaba.


-¿Debo entender entonces que desayunarán en el comedor con su familia? -aventuró la doncella.


-En efecto -le confirmó Jasper. -Pero antes, necesito que me hagas un favor...


Cuando Charlotte le comunicó a María que el Rey reclamaba su presencia en su recámara, sintió que no todo estaba perdido como ella pensaba. Ante la negativa de Jasper de que ella se encargara de sus cuidados creyó que aquella mujercita insulsa la había desplazado del camino, pero, al parecer, se equivocaba. No deberían haber sido muy satisfactorias las atenciones que le había procurado si ahora la hacía llamar y, además, el hecho de que Charlotte le hubiera asegurado que la Reina aún dormía aumentaba aún más sus expectativas. Sin duda al Rey no le habrían pasado desapercibidos sus encantos y lo solícita que se mostraba ella por complacerle, él era un hombre muy apetecible y a ella no iba a suponerle ningún esfuerzo el cumplir todos sus deseos.


Llamó a la puerta despacio.


-Pasa, María -le respondió Jasper. Ella sonrió satisfecha, la estaba esperando... Con la sonrisa aún esbozada en sus labios entró. La sorprendió gratamente verlo levantado y repuesto. Lo recorrió con la mirada con destellos lascivos emanando de sus ojos, sólo llevaba puesto un simple pantalón y el vendaje no alcanzaba a cubrir su torso bien formado y sus músculos tensos. Se alegró de que su esposa lo hubiera estado alimentando bien, lo había dejado preparado para ella.


-Buenos días, Majestad -le saludó ella cerrando la puerta.


-Buenos días -respondió él sonriéndole de modo sugerente.


-¿Me necesitabais? -preguntó ella con cierto toque lujurioso pincelando su voz.


-Acércate -le indicó él con suavidad.


María obedeció complacida, caminando hacia él, contorneando sus caderas de modo sensual, exhibiéndose.


-Detente -le señaló alzando su mano cuando estuvo en el centro de la recámara.


Entonces se acercó a ella mostrando gran interés y comenzó a girar alrededor de ella, observándola, estudiándola. María sonrió llena de gozo, ese hombre conseguía hacerla estremecer con sólo su mirada, tratando de desnudarla con los ojos. Se mordió el labio ante la idea de que fueran sus manos las que la recorrieran... el sólo imaginarlo ya le resultaba placentero.


Jasper siguió mirándola, pero se alejó de ella, dirigiéndose al fondo de la habitación, sin apartar su vista de ella, como si quisiera contemplarla desde lejos.


-¿Sabes por qué te he hecho llamar? -cuestionó él con una clara insinuación.


-Puedo suponerlo, Majestad -respondió ella con tono seductor, posando sus manos en sus caderas de forma provocativa.


De repente, la pequeña puerta que separaba ambas recámaras se abrió y Alice irrumpió en el cuarto, llevando en sus brazos un precioso vestido dorado con filigranas en plata.


-¡Lo encontré! -exclamó alegremente mientras se acercaba a él.


-Déjame ver -dijo tomando la prenda y posicionándola sobre ella. -Lucirás espléndida con él, vida mía.


-Y sé cual de tus túnicas conjuntaría a la perfección -aseguró ella mirándolo de forma traviesa.


-¿Qué tal si me negara a llevarla? -bromeó él arrojando el vestido de forma descuidada sobre la cama -¿Qué harías? -susurró envolviendo la cintura de Alice con sus brazos, aproximándola a él.


-Podría obligarte -le sonrió ella. -Ponértela yo misma.


-¿Y si accediera me privarías del placer del tacto de tus manos acomodando esa prenda sobre mi cuerpo? -musitó sobre sus labios.


-Si es lo que deseas -respondió justo antes de que la boca de Jasper cubriera la suya para besarla con pasión. Alice rodeó su cuello con sus brazos y se unió más a él mientras Jasper hundía sus dedos en su cuerpo a través del blanco tejido de su enagua, al tiempo que devoraba sus labios con afán.


-Amor mío, no estamos solos -puntualizó Alice con falso reproche, separándose un poco de él.


-Tienes razón -suspiró con resignación. -Creo que antes debería explicarle por qué está aquí -agregó volteándose hacia María.


La doncella se hallaba estupefacta con lo que acababa de presenciar. Tenía el rostro desencajado, rojo de ira y cólera y apretaba tanto los puños contra su vestido que sus blancos nudillos llegaban a temblar.


Jasper lanzó una sonora carcajada viéndola en tal estado mientras colocaba a Alice frente a él, haciendo que apoyara la espalda contra su pecho y rodeándola con sus brazos.


-Creo que, en realidad, no sabes por qué te he hecho llamar -se mofó de ella. -Es que, verás, me asalta una duda y tú eres la única que puede disiparla -agregó. -¿Estás de acuerdo? -preguntó en vista de su silencio con expresión seria ahora.


-Sí, Majestad -respondió con voz trémula a causa de la rabia contenida.


-Tengo entendido que eres de la opinión de que mi esposa no es la mujer más apropiada para mí -espetó sin rodeos.


El rostro enrojecido de María palideció al instante al verse descubierta, como si toda su sangre hubiera abandonado tu cuerpo y el pavor fue quien sustituyó a la furia.


-¿Quién lo sería? -continuó Jasper con la dureza esculpida en sus facciones. -¿Crees que una ramera como tú? -escupió con desprecio. María seguía sin habla, incapaz de articular palabra alguna.


Entonces Jasper soltó a Alice y se dirigió a ella, tomándola por el brazo con brusquedad y ella bajó su rostro llena de temor.


-Mírala -le ordenó. -¡Te he dicho que la mires! -gritó sobresaltándola, obligándola a mirar a Alice. -¿Acaso una zorra como tú osa a compararse con el ser más maravilloso y extraordinario que hay sobre la tierra? -inquirió con mirada acusadora. -¿Acaso tu aspecto vulgar y soez podrían equipararse a una belleza sin parangón como la suya? ¿Cómo te atreves?


Jasper la soltó violentamente, sacudiéndola y ella se restregó el brazo adolorido por la rudeza de su agarre.


-Y ni siquiera eres capaz de mostrar arrepentimiento alguno -la miró por encima del hombro. -¿Debería yo mostrar alguna clemencia hacia ti?


El temor se instaló en el rostro de la doncella, acompañado de los peores presagios.


-Os lo ruego, Majestad -lloriqueó lastimera temiendo sus represalias acercándose a él, quien le giró el rostro. María entonces caminó hacia Alice con gesto compungido, tratando de apelar a su candidez.


-¡Ni se te ocurra acercarte siquiera! -estiró Jasper de ella, alejándola de Alice, que la miraba con frialdad. -Eres más infame y rastrera de lo que yo creía y siento que no seas hombre para poder castigarte yo mismo -le increpó lleno de odio.


María se llevó las manos a la boca en la que se dibujaba una mueca horrorizada.


-Sabe que deseo con fervor cruzar tu espalda a latigazos hasta que se desgarre tu carne -la amenazó. -Agradécele a la Reina que me haya persuadido con su benevolencia y te permita que te marches sin más -agregó dándole la espalda, mas al momento se volteo de nuevo.


-¡No te escuché! -farfulló entre dientes desafiante.


-Gracias, Majestad -se inclinó con temor en una profunda reverencia ante una Alice impávida.


Jasper chasqueó la lengua riendo con desgana.


-No vale la pena ni el esfuerzo de las palabras -sentenció asqueado. -Vete de aquí -le ordenó abriéndole la puerta. -No vuelvas jamás a este Reino y dile a Jessica que te acompañe. No quiero en este castillo a quien no es capaz de respetar a su soberana.


María bajó la cabeza y se apresuró a salir de la recámara, mientras Jasper cerraba la puerta tras ella. Después se aproximó a Alice ofreciéndole su mano para atraerla hacia su pecho.


-¿Estás bien? -le preguntó estrechándola, depositando un beso en su cabello.


-Sí -asintió ella. -Me alegro de que haya acabado.


-Yo también -concordó él acariciando su espalda, infundiéndole sosiego, reconfortándola.


-Por cierto...


-¿Sí? -quiso saber él.


-Hace un momento me llamaste vida mía -señaló ella con sonrisa pícara.


-Puedo seguir dirigiéndome a ti como mi señora y hablándote de vos si lo prefieres -se rió él.


-Tendría que pensarlo -bromeó ella.


-¿Y qué me dices de ti? -indagó él -¿Escuché mal cuando me dijiste amor mío?


-Eso fue producto del momento -se excusó ella con tono juguetón. -Me dejé llevar por la improvisación.


-¿También improvisaste cuando me propusiste vestirme tú misma? -preguntó divertido.


-Eso lo dejo a tu elección -le dijo ella insinuante mientras acariciaba su nuca.


-Estoy empezando a creer que eres una hechicera -susurró él inclinándose sobre ella. -Me tienes a tu merced bajo tu embrujo.


-¿Eso significa que cumplirás mis deseos? -sugirió ella con una risita.


-Incluso antes de que lo pronuncien tus labios -le aseguró acercándose cada vez más a ella.


-¿Entonces sabes lo que deseo ahora? -musitó Alice entrecerrando sus ojos, sintiendo el aliento embriagador de Jasper mezclándose con el suyo.


Jasper no respondió, mas bien su boca lo hizo por él, atrapando la de Alice y cumpliendo así con el anhelo de ambos.


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-Charlotte, ¿estás segura de eso? -volvió a cuestionar Emmett, caminando en círculos por la cocina.


-¿Quieres que te lo repita de nuevo? -respondió divertida la doncella que se hallaba sentada en el regazo de Peter.


-¿Acaso te disgusta esa deferencia por parte del Rey? -se extrañó el Capitán.


-No -se apresuró a negar. -Es sólo que no creo merecerla.


-Amigo mío, yo sí lo creo y, lo que es más importante, así lo cree Su Majestad -puntualizó Peter.


-Pero yo sólo me he limitado a cumplir con mi deber desde que llegué aquí -alegó Emmett.


-Sí, por eso decidiste encargarte personalmente de la yegua de la Princesa Rosalie o te apresuraste a ir en su búsqueda cuando aquella terrible tormenta la sorprendió -agregó el joven con declarada segunda intención. -Aunque mi parte preferida fue cuando ahuyentaste a aquel zángano refinado sangre azul de un puntapié en el trasero.


-¡Peter! -le palmeó Charlotte en el brazo.


-Con todos mis respetos hacia el Duque James, por supuesto -añadió divertido.


-¿Qué estás insinuando? -lo miró Emmett de modo inquisitivo.


-Nada, Dios me libre -se defendió Peter regodeándose. -Emmett, creo que estás exagerando.


-¿Exagerando? Desde hoy compartiré su mesa cada día y abandonaré el Cuartel de Guardias, pasando a ocupar uno de los aposentos de este castillo, como si fuera uno de ellos -le rebatió con cierto nerviosismo. -¿Qué más resta a partir de esto?


-Que llegues a ser uno de ellos -apostilló con firmeza. -Algo que estoy seguro se dará con el tiempo.


-No digas sandeces...


-¿Vas a tratar de negarlo de nuevo? -se rió Peter.


-¿En qué maldito segundo bajé la guardia y dejé de ser cauteloso? -masculló entre dientes con resignación.


-Alguien tan experimentado como tú debería saber que las "artes militares" están completamente reñidas con los designios del corazón -se mofó Peter. -Además, no hay más que verte cuando la miras.


-¡Cállate, Peter! -exclamó contrariado.


-Y del mismo modo te mira ella a ti -agregó Charlotte por lo bajo mientras se ponía en pié y se dirigía a los fogones. -No imaginarías quien está disponiendo tu habitación en estos momentos.


-María y Jessica se encargaban de eso -razonó Emmett cuando salió de su asombro, -y al haberlas expulsado...


-Y no hay más doncellas en este vasto castillo ¿verdad? -le cortó Charlotte.


-¡Dejadlo de una vez! -les advirtió. -Ambos sabéis que no es posible -dijo con expresión torturada, apoyando sus manos en el respaldo de una silla, cabizbajo.


-Quizás ya no esté en tu mano el evitarlo -le palmeó Peter amistosamente.


-Charlotte, ¿sabes dónde...? -irrumpió Rosalie en la cocina, que se detuvo sorprendida al ver a los dos jóvenes.


-Buenos días, Alteza -la saludaron ambos rápidamente.


-Buenos días -les respondió ella con amabilidad.


-¿Necesitáis ayuda, Alteza? -se ofreció Charlotte. -¿Sus Majestades ya bajaron de sus habitaciones?


-No, Charlotte -la tranquilizó ella gesticulando con sus manos. -De hecho... te estaba buscando a ti -afirmó señalando a Emmett.


-¿En qué puedo serviros, Alteza? -se tensó él, inquieto.


-Relájate -le sonrió ella. -Sólo quería aprovechar para enseñarte tu recámara.


-Yo... -titubeó él. -No deberíais molestaros.


-¿Me acompañas? -insistió haciendo caso omiso a su queja.


-Por favor, después de vos -le indicó con la mano.


Antes de abandonar la cocina, Emmett tuvo que soportar la sonrisa pícara de Charlotte y Peter, a lo que respondió con mirada furibunda. Después aceleró su caminar y se situó un paso por detrás de Rosalie.


-No te quedes atrás -señaló ella. -Pareces un sirviente.


-Pensaba que se me consideraba como tal...


Rosalie se detuvo en seco y se giró a mirarlo.


-La única culpable de eso soy yo -bajó la cabeza. -Te pido perdón por ello.


-Es del todo innecesario, Alteza -le aseguró, colocándose a su lado.


Rosalie elevó sus ojos y se encontró con la mirada oscura de Emmett. Aquella cercanía suya la aturdía al igual que su perfume varonil y él... él moría por estrecharla entre sus brazos.


-Sigamos -desvió ella la vista, turbada.


Continuaron caminando en silencio uno cerca del otro durante unos momentos hasta que se adentraron en uno de los pasillos.


-Creí que nos dirigíamos al torreón de invitados -puntualizó Emmett al percatarse de que corredor tomaban.


-No, en este torreón están las recámaras más luminosas y espaciosas y en ellas suelen alojarse los más allegados, nuestra familia. De hecho, tus aposentos están junto a los míos -se detuvo frente a una de las puertas. -Espero que sea de tu agrado -le dijo abriéndola e instándole a entrar.


Las palabras "luminoso" y "espacioso" no alcanzaban a expresar el esplendor de aquella habitación. Emmett caminó por aquel espacio bañado por la cálida luz del sol con paso vacilante, admirando cada uno de los elementos que la vestían, dándole un aire muy masculino, como si hubieran sido escogidos con gran dedicación, expresamente para él. Se preguntaba como en tan poco tiempo Rosalie había conseguido disponer esa habitación con tan buen gusto y sin que faltase ningún detalle.


-Mandé a traer tus cosas -se defendió ella cuando vio que el muchacho posaba con asombro la mirada en su baúl.


Emmett guardó silencio durante unos segundos, sobrecogido.


-Lo siento si te he importunado -se disculpó Rosalie ante su mutismo.


-No -negó con premura. -Es sólo que... -dudó. -Esto es demasiado para alguien como yo.


-No es lo que opina mi hermano -se encogió ella de hombros.


-Vuestro hermano se confunde -sacudió él la cabeza.


-Entonces todos aquí nos confundimos porque compartimos su opinión -aseveró ella.


-¿Vos también? -quiso saber.


Rosalie asintió.


-Creo tratáis de hallar en mí alguien que no existe -se lamentó.


-Y yo creo que eres demasiado humilde -objetó ella.


-¿Humilde? -lanzó una carcajada mordaz. -No, Alteza, no es humildad sino la pura realidad. No soy más que un simple guardia.


-¡Deja de decir eso! -exclamó atormentada.


-¿Queréis que niegue mi identidad, Alteza? -se mofó él dándole la espalda. -¡Eso es lo que soy!


-¡Eso no es cierto, Emmett! -le gritó ella. -¡Tú lo eres todo!


Emmett volvió a mirarla completamente desconcertado. Ni siquiera se atrevía a repetir en su mente lo que acababa de escuchar, no era posible, ella debía haber confundido las palabras. Mas los ojos de Rosalie eran claros. No había ni un sólo atisbo de consternación o arrepentimiento por su afirmación, al contrario, lo miraban anhelantes, ansiosos de ver en él alguna señal de respuesta. Emmett se acercó muy despacio a ella, a pesar de ser consciente de que obraba mal y es que, llegados a ese punto, él mismo también necesitaba saber. Fundió su mirada con la suya, sin dejar de aproximarse hasta detenerse justo frente a ella, que seguía sus movimientos con expectación, su respiración entrecortada era buena prueba de ello. Entonces Emmett, guiado por un impulso, alzó una de sus manos y la dirigió hacia su mejilla, lentamente, conteniendo el aliento y, a punto estaba de tocar su suave piel cuando un destello de sensatez lo asaltó, deteniéndolo. Suspiró sonoramente, contrariado y, había comenzado ya a retirar su mano cuando Rosalie la tomó entre las suyas y ella misma la llevó a su mejilla.


-¿Aún no lo comprendes? -lo miró con ojos vidriosos.


Emmett no contestó, sólo obedeció a los instintos que tantas veces había tratado de refrenar y que en ese momento lo desbordaban por completo. Llevó su mano hasta su nuca, rodeando con la otra su cintura mientras la atraía hasta sus labios y tembló al poder saborear al fin aquel dulzor con el que había soñado, poseer esa boca como lo había deseado tantas veces y deleitarse con el calor de ese cuerpo que se estremecía con su tacto. Temió durante un segundo que Rosalie lo rechazara pero, tras un instante de aturdimiento, notó como ella se aferraba a él. Su boca exquisita lo besaba con fervor, sus labios parecían arder bajo los de Emmett y sus dedos se clavaban en su pecho, queriendo fundirse con él. El mismo deseo incontrolable la embargaba a ella, al igual que la misma falta de cordura.


-¡No! -se separó Emmett de ella sin apenas aliento. -Esto es una locura.


Rosalie se apretó contra su pecho, hundiendo su rostro en la curva de su cuello.


-¿Acaso puedes tú luchar contra ella? -susurró sobre su piel haciéndolo estremecer. -Porque yo no -tomó su rostro obligándolo a mirarla, incendiándolo con ojos llenos de anhelo.


Emmett supo entonces que estaba perdido, que cualquier intento por alejarse de ella sería en vano. Volvió a atrapar su boca y la devoró con afán, aprisionándola entre sus manos y su cuerpo, queriéndola sentir por entero mientras Rosalie alzaba sus brazos, mezclando sus dedos con su pelo negro, rendida sin remisión al calor de su piel y de su aliento. Dominado por la pasión, Emmett acarició sus labios con su lengua como demanda y ella lo recibió gustosamente, lanzando ambos sendos gemidos ante la gloriosa sensación. Rosalie arqueó su cuerpo contra el suyo uniéndose más a él y Emmett creyó arder de deseo.


-Rosalie -alcanzó a susurrar apartándose un poco de ella. -Haces que pierda la cabeza... voy a enloquecer.


-¿Y no es lo que quieres? -respiró sobre su boca.


-Sí... no... -titubeó él. -No me refiero a eso.


-¿Es que tú no me...?


Emmett posó sus dedos sobre su labios, callándola.


-Por supuesto que te amo -le aclaró él. -Y te deseo, ardientemente.


-¿Entonces? -quiso saber ella.


-Me siento como un ladrón robando tu cariño, tus besos -se lamentó él.


-No estás tomando nada que yo no te haya ofrecido -lo contradijo.


-Sí, pero bien sabes que no es correcto.


-Mi hermano hoy por hoy ya te tiene en gran estima -le recordó.


-Pero no creo que sea la suficiente como para aceptar algo entre nosotros -le hizo una mueca de disgusto.


-¿Y piensas renunciar antes de empezar a luchar? -inquirió ella molesta.


-Por supuesto que no -se apresuró a negar. -Pero debemos ser precavidos por lo pronto -le dijo. -¿De acuerdo?


-Está bien -asintió Rosalie.


-Será mejor que bajemos -le indicó Emmett.


-Sí, pero antes...


Rosalie rodeó su cuello con sus brazos y se fundió con sus labios y Emmett no habría podido evitar corresponderle aunque lo hubiera intentado. No bromeaba al afirmar que le haría enloquecer, esa mujer deliciosa le nublaba el raciocinio, le robaba el sentido común. Iba a ser muy difícil mantenerse alejado de ella y mostrarse indiferente en presencia de los demás.


Cuando llegaron al comedor, guardando una distancia prudencial entre ellos, Jasper y Alice ya estaban allí, en compañía del resto de sus familiares.


-Debería revisarte esa herida igualmente -le decía Carlisle a su sobrino.


-Alice acaba de hacerlo y yo me siento perfectamente -insistió Jasper.


-Eso se nota, primo -le susurró por lo bajo Edward, bromeando. -Todos tus poros destilan felicidad.


-Entrometido -masculló Jasper riendo.


-¡Emmett! -exclamó Alice en cuanto vio al muchacho, corriendo hacia él y lanzándose a sus brazos. -¿Ya viste tu recámara? ¿Te gusta?


-Por favor, Majestad -trató de retirarla él suavemente, apenado. Todos se echaron a reír ante la escena.


-¿Aún intentas controlarla? -se rió Jasper. -Parece mentira que no la conozcas.


-Majestad, me alegró mucho de vuestra mejoría -caminó hacia él. -Y no sé como agradeceros que...


-Eso no entra en discusión -lo silenció alzando su mano. -Yo también te debo el haber ayudado a salvar mi vida, entre otras cosas.


-Majestad, eso forma parte de mi deber -quiso rebatirle.


-Yo no lo considero así, pero si eso te hace aceptarlo, digamos que es una retribución por tus servicios -insistió. -Aunque, para mí, habiendo estado a un paso de la muerte, es sólo un intento de tener a mis amigos cerca.


Todos miraron a Emmett con aprobación, así que asintió.


-Entonces, a la mesa -le palmeó Edward la espalda. -Charlotte no tarda en servir el desayuno.


Aunque no fue Charlotte la que acudió al comedor, sino Angela y con expresión disgustada.


-¿Sucede algo? -se interesó Jasper al verla así.


-Majestad, acaba de llegar el Duque James de Bogen...


-Buenos días -irrumpió en la sala apartando a Angela de modo desdeñoso y haciendo una reverencia. -Espero no ser inoportuno.


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