Dark Chat

jueves, 1 de julio de 2010

Inmortal

Capítulo 24: El engaño

Comenzaba a acabarse el día y él seguía sin poder sosegarse. El cielo había estado todo el tiempo pintado con lúgubres sombras, el sol se había negado en filtrar hasta el más mínimo rayo de luz. Miró hacia el horizonte que le mostraba el espeso bosque. Sus tierras. Parecían tan sombrías sin ellas, sin sus adoradas hermanas.

Un par de cálidos y conocidos brazos enrollaron su cintura.

–¿Qué ocurre? – Le preguntó Victoria. Él se giró para encararla

–Estoy un poco triste –confesó

–Tus hermanas regresarán pronto – alentó la mujer. Él se inclinó y besó sus labios, agradeciendo su apoyo.

–También estoy un poco preocupado – agregó, viendo de nuevo hacia la ventana

–¿Por qué?

–Ya casi anochece...

–No han de tardar en llegar – tranquilizó Victoria, regalándole una sonrisa que él correspondió con otro beso, mucho más pasional

Ella no tardó en pasear sus manos por su pecho – Es más, creo que podemos hacer algo para que el tiempo se pase más rápido

Con un pequeño gruñido, James rodeó su cintura y comenzó a guiarla hacia la cama. Ahí se amaron, con la misma, o quizás más, pasión que la primera vez. Y es que no importaba cuántos años, décadas o siglos transcurrieran, sus caricias, sus besos, su entrega, sería siempre tórrida, vibratoria, dulce...

No por nada James había visto en Victoria la compañera perfecta para pasar todos los siglos de vida que se le presentaban ante la inmortalidad. Recordaba ese día como si no hubieran pasado ya ochenta años. El cómo se había sumergido en el fuego de su mirada, mientras ella le sonreía, invitándolo a acercarse... La amó desde el primer instante en que su mano asió la suya. Y la seguía adorando de la misma manera, dando gracias por haberla encontrado, con cada nuevo amanecer.

–La lechuza está cantando – murmuró James, distraído, mientras acariciaba la espalda de la pelirroja, quien descansaba su cabeza sobre su pecho – dicen que su canto augura muertes.

Victoria alzó el rostro y un escalofrío le recorrió el cuerpo al divisar la pérdida mirada de su esposo. Tomó su rostro entre sus manos y le obligó a fijar sus ojos en los suyos, para que su atención se posara en ella y no en esos pensamientos que tanto horror le causaban.

Él sonrió, consciente de los sentimientos de su esposa, y besó la punta de su nariz para tranquilizarla.

–Lo siento – dijo – Era solo un comentario. Bien sabes que yo no podría abandonar este mundo, estando tú en él.

Victoria comenzaba a relajar los hombros, para cuando violentos golpes llamaron a la puerta.

–Adelante – indicó James, cubriendo a su mujer con las sábanas y calzándose las ropas. Un agitado guardia penetró la habitación, efectuando una rápida reverencia – ¿Qué es lo que pasa?

–Uno de los hombres que escoltaba a las princesas ha regresado, muy mal herido, y ha dicho que los vampiros han atacado el carruaje.

El rostro de James palideció al instante

–Mis hermanas – musitó, levantándose de la cama, previendo lo peor – ¡¿Dónde están mis hermanas?

–Las princesas han sido secuestradas por esas bestias

–¡Maldición! – exclamó, con notoria angustia – ¡Trae a ese hombre! Necesito hablar con él

–Lo que me pide es imposible, señor – se disculpó el guardia – él murió en cuanto terminó de hablar

–¿Y el resto?

–Hasta donde sabemos, los vampiros sólo lo dejaron a él con vida, para que viniera y diera a conocer la noticia. Hemos enviado a hombres al bosque, para buscar algún sobreviviente, pero... las probabilidades son pocas

El príncipe suspiró y se apretó el puente de la nariz, intentando encontrar un poco de sosiego. Nada ganaba con alterarse, pero sentía la sangre hervirle y bombearle cada milímetro de sus venas.

–¿Mi padre ya lo sabe?

–Pensé que lo mejor era avisarle a usted primero

–Ve entonces a buscarle – ordenó – también informa de esto al joven Jacob.

El guardia asintió y se marchó al segundo siguiente. En cuanto la habitación quedó a solas, James se dejó caer sobre la cama y hundió el rostro entre sus manos.

–James, todo estará bien…

–Si esas bestias llegan a dañarlas…

–Las encontrarás a salvo – insistió Victoria.

–Tengo que hablar con mi padre – se despidió, girándose para besar su frente

.

.

.

–¡Malditos monstruos! – el puño de Jacob golpeó el grueso roble de la mesa. Los tendones de sus brazos resaltaban y su cuerpo había comenzado a temblar, de manera violenta, previniendo una transformación que, sabía él, no llevaría a nada.

Cerró ferozmente los ojos y tomó tres profundas bocanadas de aire para controlar el fuego que comenzaba a expandirse por sus venas.

–Lo siento – masculló. El Rey Charlie se atrevió a posar una mano sobre su hombro

–Agradezco mucho la preocupación que tienes por mis hijas.

La puerta de la sala se abrió en ese instante, mostrando un extenso número de guerreros.

–¿Qué noticias son las que traen? – exigió saber James. Uno de ellos, el líder, dio un paso hacia el frente, cuadrándose antes de hablar.

–No encontramos a ni uno más con vida. A todos se les extrajo la sangre o fueron mutilados de manera cruel. El carruaje fue quemado y no hay rastro alguno de las princesas.

El rey Charlie dejó escapar un angustiado suspiro. Estaba haciendo acopio de todo control para no mostrar el terror que le causaba el saber que sus hijas podían estar en grave peligro, incluso muertas.

–¿Sólo eso? – James, por el contrario, no hacía nada por disimular su aflicción.

El guardia vaciló un poco antes de contestar.

–Hemos encontrado esto – tendió un pequeño trozo de papiro que James comenzó a leer al instante

"Príncipe James:

Siento mucho todo esta angustia que ha de estar pasando

al saber que sus hermanas han sido secuestradas por mí raza.

No se preocupe, le puedo asegurar que ellas se encuentran bien, al menos por ahora.

Me imagino que quiere volver a verlas, así que le ofrezco un trato.

Venga esta misma noche al lugar en donde ha sido incendiado el carruaje para

que podamos platicar más a gusto.

Espero ansioso nuestro encuentro y, si valora la vida de las princesas, procure

no traer a demasiados testigos."

–Prepara a los hombres – ordenó James, ni bien había acabado de leer, oprimiendo la nota entre sus manos.

–Hijo – interrumpió Charlie – Espera un momento y piensa las cosas. Estás actuando de manera demasiado precipitada

–¡Esas bestias tienen a mis hermanas! – Siseó el príncipe – No puedo quedarme tranquilo sabiendo eso. No tengo tu misma capacidad de control, padre. Iré por Alice e Isabella y las traeré aquí, adornando su camino con cada una de las cabezas de esos monstruos.

–Yo iré con usted, Alteza – apoyó Jacob – Además de las princesas, tengo la deuda de mis hombres.

James asintió, con la mandíbula rígida y el odio destilando en sus pupilas, ignorando que su esposa, oculta detrás de la puerta, había escuchado todo.

Victoria subió a la habitación, en donde el lúgubre canto de la lechuza seguía. Se asomó por la ventana, con la intención de divisar al ave, a la cual halló justamente al lado, acomodada sobre uno de los muros, con sus plumas claras resaltando entre las sombras. Comprobó entonces que el cielo estaba tan oscuro que parecía había un eclipse de luna. Se llevó las manos hacia el pecho al sentir un vacío angustiante bailando en su corazón, mientras que los penetrantes ojos del sombrío pájaro se clavaban en los de ella, negándose a liberarla.

–Victoria – la voz de James fue la que cortó esas terribles e invisibles cadenas. La pelirroja dio media vuelta y se lanzó, en medio de incontrolables sollozos, a sus brazos – Cariño, ¿Qué sucede?

–James, no vayas al bosque – suplicó, temblando – quédate en el castillo. Quédate conmigo

Él tomó su rostro entre sus manos y la hizo mirarle a los ojos

–Bajaste a escuchar, ¿no es así? – preguntó, con suavidad, aún sabiendo la respuesta. Victoria bajó la mirada y él soltó una risita, mientras besaba su frente – Siempre te preocupas más de lo que debes.

–Eres mi esposo, mi compañero. Tengo todo el derecho de temer perderte

–No me perderás – prometió él – Jamás.

–No vayas – volvió a suplicar

–Tengo que ir. Mis hermanas me necesitan

–¡Yo te necesito! – susurró, con desesperación.

Los ojos de James miraron a los suyos, con fuerza abrazadora.

–Lo sé – admitió – sé que me necesitas tanto como yo a ti. Y por eso regresaré a tu lado. Me crees, ¿verdad? Confías en mi, ¿no?

Las lágrimas de Victoria bañaban sus mejillas, mientras asentía con la cabeza. Él se inclinó entonces y besó sus labios salados. Ella alzó sus brazos, aferrándolos en su cuello para que ni la más mínima distancia separase sus cuerpos.

El anochecer estaba engalanado con un frío violento. James terminó de acomodar la montadura de su caballo y se giró para despedirse. Besó la mejilla de su madre y dio un abrazo a su padre. Por último encaró a la mujer pelirroja que, con cristalinos ojos, seguía rogándole, en silencio, que se quedará. Volvió a capturar esos labios, temblorosos y trémulos, con los suyos. Suspiró, mientras su garganta se inundaba de ese dulce y cálido sabor al que se vio obligado a abandonar poco después.

–Espérame – pidió, mientras unía su frente a la suya. Victoria asintió, temblando.

Esas eran las palabras que siempre James le decía antes de ir a alguna caza; más esa noche no lograron tranquilizarla en absoluto.

.

.

.

James iba al inicio del grupo, con sus sentidos altamente alertas en medio de aquella infinita oscuridad. Las pisadas de su caballo eran cautelosas y casi inaudibles sobre la tierra húmeda. Detrás, un pequeño grupo de hombres le seguían, junto con algunos licántropos.

El ambiente comenzó a llenarse con el fétido olor a sangre muerta. Estaban cerca. El rumbo de sus pupilas iba y venía por todos lados, intentando hallar, en medio de las sombras, alguna silueta desconocida.

El frío era torturante y hacía que las bocas exhalaran finas capas de humo. La espesa niebla tampoco solía ser de mucha ayuda. El bosque se encontraba en total silencio, previendo el peligro. Ni la más mínima pisada de algún pequeño animal, ni un sólo canto de algún pájaro nocturno. James recordó a la lechuza que había pasado volando sobre su cabeza en cuanto se comenzaban a abrir las puertas del castillo y, justo en ese instante, la figura masculina de una persona se materializó en frente.

Los ojos rojos del vampiro destellaban en la oscuridad, fijos en su dirección. James hizo frenar su caballo y el resto que venía atrás de él hizo lo mismo. No pasó mucho tiempo para que un numeroso grupo de inmortales bebedores de sangre los rodearan. Jamás pensaron que quedaran tantos después del último encuentro; pero era claro que se habían ocupado este tiempo para crear a muchos más. La mayoría ahí presente eran neófitos, era fácil reconocerlos por el extraño y opaco color escarlata de sus ojos.

Los guardias tensaron el cuerpo y sus manos asieron sus armas, listas para atacar. Las gargantas de los licántropos profirieron fieros gruñidos, mientras dejaban al descubierto sus filosos dientes.

–Alteza – saludó el vampiro, con gran burla y poco respeto – me alegra que haya venido

–¿En dónde tienes a mis hermanas, bestia? – exigió saber James.

–¡Pero qué malos modales tiene su Majestad! – Señaló el despiadado inmoral, con teatral dramatismo – ¿no cree que lo mejor sería presentarnos primero?

–Para mí todos los de tu raza tienen el mismo nombre – replicó, con el rostro y la mirada endurecida – ¿Dónde está tu líder? Tú no eres un sangre pura ¿Dónde está ese maldito que se ha atrevido a ponerle, por segunda ocasión, sus asquerosas manos sobre mi hermana?

–Oh, si. Ya sé de quién me está hablando. Pero lamento informarle que ese bueno para nada no se encuentra por aquí. Anda jugando por ahí, al príncipe enamorado.

–¿De qué hablas? – preguntó James.

–Ha sido demasiado ingenuo, "Majestad" –se mofó el aludido – Todo este tiempo ha vivido engañado, traicionado por su misma familia, por su misma sangre. ¿Ve a sus hermanas por aquí? No, claro que no. Ellas no fueron secuestradas, no. Más bien, se podría decir, se han fugado.

–¿Insinúas que no están contigo? – ignoró el resto. Sólo quería asegurarse de que Alice y Bella estuvieran a salvo.

El vampiro soltó una violenta carcajada

–Yo no perdería mi tiempo manteniendo y cuidando de dos absurdas chiquillas. Digamos que tengo una mente brillante y una suerte excepcional. He usado la situación a mi favor. El nombre de sus hermanas ha sido mi carnada para atraerle. ¡Qué triste es la vida hasta para un inmortal! ¿No cree? – Inquirió, mientras se agazapaba, alistándose para atacar – Usted va a morir en las manos del mismo tipo de monstruo con el que sus hermanas están pasando la noche.

Y esta directa confesión distrajo a James, quien cayó al suelo, acorralado por el cuerpo de Laurent.

–¿Decepcionado, Alteza?

–Jamás – repuso él, recobrando la concentración, desenvainando su espada, con un ágil movimiento.

Laurent lo liberó y alejó, al sentir el filo venenoso rozar parte de su torso. Gruñó, mientras contemplaba como el príncipe adquiría una excelente posición de batalla. Una sangrienta cruzada había comenzado detrás de ellos. Los aullidos de los lobos cantaron a la sombría luna, mientras sus dientes desgarraban la pálida y dura piel de sus enemigos y los arcos y las flechas de los guardias se disparaban por el viento.

–Mis hermanas son libres de amar a quienes quieran – aclaró – y si lo que me dices es cierto, de lo único que me puedo lamentar es no haber tenido su suficiente confianza.

–¡Pero qué noble corazón! – Se mofó el vampiro, atento a los movimientos de James y su espada – Lástima que ellas ya no podrán escuchar palabras tan hermosas de sus labios.

James sonrió.

–No pienso darme por vencido tan fácilmente – sentenció. No cuando ella me espera

Sin embargo, aunque la batalla fue ardua y Laurent también había resultado herido por el filo de su espada, el príncipe cayó al final, cuando la noche comenzaba a dar paso a la negra madrugada, en cuanto el veneno de las varias mordeduras recibidas comenzó a espesar su sangre. Sus rodillas se hundieron en la tierra y sus ojos se alzaron hacia el cielo.

Jacob gruñó, al percatarse de lo ocurrido, e ignoró a sus oponentes e intentó correr a auxiliarlo, pero una extraña ensoñación le derrumbó, al igual que al resto de sus hombres y la guardia.

Laurent se inclinó, para quedar a la altura de James, que apenas y alcanzaba a respirar y sólo era capaz de musitar, una y otra vez, el nombre de Victoria.

–¡Victoria, Victoria! – remedó el vampiro, mientras lo alzaba del cuello – No se preocupe, "Majestad", dentro de poco su adorada esposa y usted volverán a reunirse, en el mundo que halla después de la muerte.

Y dicho esto, sus dientes se clavaron en la garganta del príncipe, que profirió un escalofriante gemido. Su sangre inmortal entró a borbotones al cuerpo de Laurent y su cuerpo, seco y tieso, cayó al suelo poco después.

–Deliciosa – se lamió los labios el asesino, mientras que el resto de sus hombres se alimentaba, avariciosamente, de los guardias – dejen a los licántropos vivos – ordenó – nos serán de mucha ayuda después.

–No olvides que tendrás que obsequiarme uno – le recordó una femenina voz, que provenía detrás de un grueso árbol.

Laurent se giró para ver a la mujer de rubios cabellos y sensuales movimientos que se acercaba. Tomó una de sus manos y la llevó a sus labios

–Has hecho un trabajo excelente, mi querida Leila.

–Como siempre – repuso la mujer – te dije que no te ibas a arrepentir al aceptarme.

–Tus poderes no tienen comparación – miró hacia los licántropos y guardias desvanecidos – mira que fusionar tus pócimas con el aire, para que nosotros no saliéramos afectados, pues no necesitamos respirar, es una idea magnifica. Eres mucho mejor bruja que Rosalie.

–Prometiste que vería a mi sobrina, después de esto – sentenció Leila – la he buscado por tanto tiempo. Llegué a pensar que la habían matado... ¿Dónde está?

–Me imagino que en su cabaña – contestó Laurent, esperando que la bruja no descubriera que hacía poco había querido matar a su ansiada sobrina – no la he visto desde que atacamos el castillo.

–Vamos a buscarla – apremió. El vampiro negó con la cabeza

–Paciencia, mi estimada señora. Aún faltan un par de cosas por finalizar. No te olvides que hacemos todo esto por un principal motivo.

–A la Realeza le queda poco tiempo

–Ya cayó el primero – miró hacia James – sin su príncipe todo será más fácil. Además, aún viene lo mejor. ¿Escuchas el galopar de ese desbocado caballo?

–Si – ronroneó Leila – la princesa Victoria viene en camino

–Dame la poción.

Leila le tendió el exigido líquido, que Laurent engulló de un solo sorbo.

.

.

.

Victoria jalaba las riendas del caballo con angustiante desesperación. El corazón le palpitaba con mucha más violencia que la velocidad a la que corría. La agonía de la espera se le había tornado insoportable y había bajado, corriendo, hacia las caballerizas.

El silencio del bosque era una anticipación de la desgracia que ella se negaba a creer. No había gritos, ni aclamados de piedad, tampoco se lograba detectar ningún silbido de las espadas cortando el viento. El silencio era sepulcral y se volvió en averno cuando llegó a ese escenario escarlata.

Lo primero que sus pupilas buscaron fue el cuerpo de su esposo, al cual encontró tendido, boca arriba. Desmontó al animal y caminó hacia él, sintiendo los pasos dados en el aire.

–James – musitó, con la garganta completamente cerrada.

Su mano se paseó por la pálida, dura y fría mejilla sin vida. Tomó una extensa bocanada de aire y, después, expulsó un desgarrador grito de desconsuelo. Sus lágrimas espesaron a sus ojos y humedecieron la ensangrentada camisa de su amado. El dolor de su pecho era insoportable. La realidad era cruelmente dolorosa. Su cuerpo temblaba, convulsionado por la pena. ¿Qué iba a ser su vida sin él? ¿Qué iba a ser ella sin él?

El llanto se ahogaba en su garganta y su mano comenzó a masajear el inmóvil corazón, intentando, inútilmente, revivirlo.

–Bien dicen que la desesperación vuelve absurdas a las personas

Giró el rostro para descubrir quién le hablaba y sus ojos se encontraron con el mismo vampiro Pura Sangre que había escapado de ser quemado aquella noche.

–Mátame – suplicó – por favor, mátame

Laurent, que se encontraba ahora disfrazado con la apariencia ficticia de Edward, sonrió despiadadamente y negó con la cabeza

–He quedado bastante satisfecho por esta noche – dijo – He de admitir que la sangre de su esposo ha sido la más deliciosa que he probado en mi extensa vida. Definitivamente, la sangre de la Realeza posee una gran calidad. No dude que procuraré obtener otro poco de la misma, pero eso será después.

–Por favor, te doy toda mi sangre. Mátame

–Oh, no. Cuánto lamento el no poder complacerla – se lamentó el malévolo vampiro, disfrutando con el dolor de la princesa, que permanecía hincada frente a él.

–¡Por favor!

–¿En realidad quieres morir? – Desafió – Yo te quiero hacer un reto. Me encanta el peligro, ¿sabías? ¿Qué te parece si empezamos un juego en el que tú y yo somos los principales protagonistas? Intenta matarme, Victoria. Intenta cobrar venganza por la muerte de tu esposo. Es lo menos que se merece el desdichado. No sabes cuánto te llamó en sus últimos momentos. No cansaba de decir "Victoria, perdóname, Victoria" Sería una lástima que esa mujer a la que tanto amó se quedará sin hacer nada ¿no crees? Piénsalo, querida. Te estaré esperando, ansioso, para probar tu furia.

.

.

.


BELLA POV

–¡James! – exclamé, al despertar de mis sueños. Al instante, unas manos acariciaron mi rostro

–Al fin has despertado – dijo Edward, con voz aliviada, mientras yo buscaba el dorado de sus ojos para sosegarme– Has estado demasiado inquieta mientras duermes. ¿Te encuentras bien?

–No – contesté, al sentir un vacío inmenso abriéndose en mi pecho – necesito ir al castillo, Edward. Necesito irme ya.

–Ya casi amanece – anunció – podemos empezar a arreglar todo.

Asentí, mientras me ponía de pie y comenzaba a vestirme

–¿Dónde está Alice?

–En la sala, con Jasper. Aún sigue durmiendo. Bella, ¿qué pasa? –Insistió, buscando la respuesta en mis ojos – estás demasiado pálida.

–No sé – contesté – tengo un mal presentimiento. Tengo la sensación de que algo terrible ha pasado y que cosas peores vendrán con eso.

Sus brazos no tardaron en enrollar mi cuerpo y sus labios besaron mi frente.

–Tengo miedo, Edward – musité

–No lo tengas – dijo, con voz suave – estoy contigo y cuidaré de ti. Jamás dejaría que algo malo te pasara. Estamos juntos, eso basta para que podamos contra todo, ¿no?

*********************************************


Capitulo 25: Refulgencia.

ALICE POV

–¡James! – grité, despertándome súbitamente de un terrible sueño. Los brazos de Jasper se apretaron más a mí alrededor, recordándome con ello en dónde estaba y todo lo que había pasado.

Me fui relajando poco a poco, hasta que volví a acomodar mi cabeza sobre su pecho.

–¿Estás bien? – preguntó, mientras acomodaba la cobija sobre mis hombros. Asentí, no muy segura si decía o no la verdad – Escucha cómo late tu corazón – señaló, con voz preocupada – ¿Qué pasa, Alice?

–Soñé con mi hermano – confesé, susurrando y haciendo todo lo posible por no recordar la tenebrosa imagen que me mostraba a James totalmente inmóvil y pálido. Un escalofrío recorrió mi cuerpo – Tengo un mal presentimiento.

–Pronto lo verás – dijo Jasper y, repentinamente, sentí que los ojos me pesaban – ahora es demasiado noche, descansa, ha sido un día muy largo.

–No uses tu don conmigo – pedí, con voz apenas y legible. Sus labios se apretaron contra mi frente

–Descansa...

.

.

.

Para cuando volví a abrir los ojos, el oscuro cielo comenzaba a volverse gris. La pesadilla había insistido en regresar varias veces, pero algo la ahuyentaba. Supuse que había sido Jasper quien había vigilado toda la noche mi sueño. Suspiré, mientras me revolvía en el sofá y alzaba la mirada para ver al vampiro que me acunaba entre sus brazos.

–¿Estás mejor? – preguntó. Asentí – Espero no estés molesta conmigo

–No lo estoy – aseguré – Gracias por preocuparte por mí.

–No agradezcas – besó mi frente – eres lo más valioso que tengo y haré todo lo posible por hacerte feliz.

Una pequeña sonrisa estiró mis labios. Hundí mi rostro en su pecho e inhalé su dulce aroma.

–Bella y Edward están afuera – informó – sólo esperaban a que despertaras. Ya todo está listo para que regresen al Castillo.

Aquello me extrañó demasiado. Hubiera jurado que Bella no querría irse hasta que la madrugada se esfumara del todo. Me puse de pie y, con la mano de Jasper unida a la mía, me dirigí hacia el pequeño jardín frontal.

Ahí hallé a mi hermana, junto con Edward, tomados de las manos y mirándose a los ojos con una escalofriante intensidad.

–Bella – llamé y la castaña reaccionó con un respingo. Había en sus ojos un brillo opaco que volvió a inquietarme.

–Es momento de irnos –anunció

–¿Sucede algo? – pregunté. Ella negó con la cabeza, pero no se atrevió a mirarme a la cara.

–Las acompañaremos hasta el bosque – explicó Edward – después iré con mi padre. Si todo sale bien, estaremos presentándonos frente al castillo mañana al atardecer.

Asentí, intentando no hacer notorio los espasmos que me recorrían. Los brazos de Jasper me tomaron entre ellos, para que quedara acomodada sobre su espalda. Lo mismo hizo Edward con Bella y, después, ambos comenzaron a correr.

La espesa niebla no parecía afectar en nada a su sentido de orientación. Se desplazaban en el bosque en completo silencio y velocidad, atravesando y evitando las ramas como si de una sombra se tratasen.

Fue de un momento a otro que Edward frenó la carrera, de manera tan súbita que a mi hermana se le escapó un pequeño jadeo.

–¿Qué ocurre? – indagó Jasper.

El rostro del vampiro Pura Sangre estaba congelado en una expresión completa de infinito terror. El dorado de sus ojos destilaba una angustia que casi era tangible. Otro escalofrío, mucho más fuerte, recorrió mi espalda.

–Maldito Laurent – siseó, mientras que, con un movimiento borroso, bajaba a Bella y la cubría con su cuerpo. Jasper hizo lo mismo conmigo y, al instante después, un numeroso grupo de vampiros apareció frente a nosotros.


BELLA POV

La forma con la que Edward había posicionado su cuerpo para protegerme dejaba en claro que aquellos seres no eran de su confianza. Llevé mi mirada hacia todos ellos, eran demasiados. Si estaban dispuestos a atacarnos nosotros no tendríamos opción alguna de salir victoriosos. Sin embargo, todo ese miedo se esfumó al ver lo que sus manos llevaban arrastrando.

Eran los licántropos, algunos en su forma humana, otros con su forma aún lobuna. Varios de ellos con heridas profundas, otros solamente inconscientes. ¿Qué era lo que había pasado? Busqué desesperadamente a Jacob, sin éxito alguno. Él no estaba entre ellos y no sabía si sentirme aliviada o más preocupada por ello.

–¡Pero qué tenemos por aquí! – reconocí esa voz a la perfección e, instantáneamente, sentí una oleada de pánico recorrer todo mi cuerpo – ¡Buenos días, sus Majestades!

–Eres un maldito desgraciado –siseó Edward, con el cuerpo tenso como una piedra, como si hubiera algo terrible, que solamente él sabía.

El vampiro soltó una socarrona carcajada. Luego, sus ojos, rojos y brillantes como la sangre misma, se centraron en mí.

–¡No te atrevas! – gruñó Edward

–¿Por qué no? – Desafió Laurent – las señoritas merecen saberlo.

¿Saber qué?

–Princesa Isabella, princesa Alice – llamó el vampiro – permítanme el honor de ser el primero en darles mi más sentido pésame.

–¿Pésame? – repetí, a coro con mi hermana. De pronto, el hueco que había taladrado mi pecho hoy en la mañana volvía a hacer aparición. Volví a fijarme en los licántropos que llevaban como prisioneros.

–¡Calla, Laurent! – bramó Edward, dando un paso hacia el frente, pero retrocediendo inmediatamente, al percatarse del error que cometería al dejarme sin su protección física.

–Estoy seguro que la perdida del príncipe James será un golpe demasiado duro para ustedes – prosiguió el despiadado ser; pero ya de ahí no fui capaz de escuchar nada más.


EDWARD POV

–Maldito – siseé, mientras atraía a Bella hacia mi pecho.

Laurent esbozó una maligna sonrisa, mientras sus pensamientos taladraban mi mente.

Él no tenía planeados matarnos, al menos no en ese instante. Aún no era el momento. Había planeado todo esto cuidadosamente, para disfrutar su fin con deleite. La muerte del príncipe James era el primer paso a su gloria y yo era su siguiente carnada, pero no sería él quien acabaría con mi vida. Sería el mismo destino, los mismos engaños que él había ingeniado lo que harían ese trabajo.

Divisé a mi familia, a mi gente, sometida ante sus mandatos. Fui capaz de distinguir la borrosa figura de mi madre, junto con el resto de las mujeres, servirle día y noche. Vi a mi padre muerto, a los niños ser entrenados como bestias salvajes... El bosque lleno de sangre.

Un nuevo rostro apareció en su mente. Una mujer rubia y de ojos azules. Por un breve instante pensé que se trataba de Rosalie, pero no era ella. Su nombre era Leila, una antigua Hechicera, la nueva y poderosa aliada de Laurent. Ella era un punto clave en todo esto...

Otra serie rápida de imágenes mostrándome a Laurent engullendo una pócima que le permitió tomar mi apariencia. La princesa Victoria llegando al lado del fallecido príncipe James. Laurent apareciendo frente a ella y mofándose de su dolor, después incitándola a cobrar venganza.

Todo tuvo sentido entonces. Los pensamientos desaparecieron súbitamente, haciéndome jadear.

–Espero se divierta, Majestad – dijo Laurent, con maléfico regocijo, dando media vuelta para desaparecer por el bosque.

Mis manos se aferraron al inmóvil cuerpo de Bella, mientras un lúgubre silencio se elevaba entre nosotros. Besé sus cabellos y esperé a que dijera o hiciera algo.

–Bella – susurré.

Ella tembló al escuchar mi voz y sus ojos me miraron, como si la hubiese despertado de la más terrible de las pesadillas, con ese brillo lleno de dolor y angustia que me calcinaba la piel.

–James – musitó y una pequeña lágrima recorrió su mejilla.

La apreté hacia mi pecho, con fuerza, y sus manos se asieron a mi camisa, como si en la tela de ésta encontrara la forma de no caer. Lejanamente, me percaté de que Jasper y Alice estaban en la misma posición. Bella no lloró más que otro par de gotas cristalinas y saladas. Su dolor era tanto que no había forma de desahogo.

Yo no sabía qué hacer. Me estaba consumiendo, tanto por mis propios miedos, como por los suyos. Sólo era capaz de estrecharla y no soltarla. ¿Es que acaso nunca podríamos estar juntos? ¿Tan malo era el amarnos, siendo razas diferentes y enemigas?

El atardecer llegó rápido. Comenzaba ya a oscurecer cuando nos aproximamos al castillo. Habíamos efectuado el recorrido en completo silencio y lentitud, mientras explicaba lo que había podido leer en la mente de Laurent.

No era necesario decirlo, pero los cuatro estábamos aterrados ante la idea de enfrentar lo que se venía.

–Edward – susurró Bella, momentos antes de despedirnos – tengo miedo.

Tomé su rostro entre mis manos y la besé con desesperación.

–Estaremos juntos pronto – prometí, tratándome de convencer más a mí que a ella – verás que todo esto se solucionará...

–¿Cómo? – Exigió saber, con voz quebrada – mi padre querrá matarte. Todos en el castillo piensan que has sido tú.

–No te preocupes por mí – pedí

–Tengo miedo – repitió – no quiero alejarme de ti.

–Yo tampoco, mi amor – admití – Pero no puedo llevarte ahora conmigo. En el castillo estarás más segura. Necesito atrapar a Laurent, para hacerle confesar la verdad y protegerte a ti y a mi gente.

–Pero esa hechicera... pensé que ya no existían.

–Yo sólo conocía a una – confesé – pero esa es otra historia que luego te contaré – agregué, uniendo mí frente a la suya. Era necesario decir adiós y ambos lo sabíamos – Recuerda bien lo que tienes que decir. Tú y Alice lograron escapar mientras peleaban con tu hermano.

Ella asintió, temblando. La besé una vez más, apretando su cuerpo al mío de tal manera que su corazón casi hace palpitar al mío también.

Soltar sus labios trémulos me resultó casi imposible e, instantáneamente, un hueco inundó mi pecho, al tenerla lejos.

Es necesario, me dije, mientras mis ojos la veían perderse en el camino.

–Supongo que esto es parte de la vida – dijo Jasper, sin dejar de mirar a la pequeña silueta de oscuro cabello negro – el amar a alguien, de manera tan profunda y fuerte, no es algo que no requiera sacrificios.

–Laurent pagará por esto – aseguré

–¿Vamos a la guarida?

–Adelante, pero no digas nada hasta que yo llegue – pedí – Tengo algo más que hacer

Él asintió, sin cuestionar más sobre el asunto. La discreción de Jasper era algo digno de admirar.

Corrí por el bosque, con la imagen de Bella presente todo el tiempo en mis pensamientos y con la firme certeza de que Laurent, al igual que el resto de sus hombres, tenía que morir. Pero antes, debía de ver a Rosalie. ¿Cómo estaría? Desde el día en que habíamos atacado al castillo no sabía nada de ella. Sólo esperaba que estuviera bien y a salvo. Si algo le sucedía, no me iba a perdonar su descuido. Al final de todo, era ella quien había estado conmigo todo este tiempo. Había sido mi amante, mi hermana, mi amiga... la querría siempre, de un modo muy especial.

Me acerqué a su cabaña, oculta en lo más profundo del bosque, con pasos precavidos y escaneando si había algún pensamiento rondando el lugar.

Me sorprendió demasiado poder escuchar, precisamente, a ella. Desde que la había encontrado, vagando en el bosque como una diosa solitaria, jamás había permitido, bajo ningún momento, que yo me adentrara a su mente. Y, ahora, ahí estaba: su voz en forma de eco cantando en mi cabeza.

Estuve a punto de bloquearla, pero hubo algo que captó por completo mi atención. Sus pensamientos estaban centrados en un par de ojos castaños a los que yo tan bien conocía. Rosalie estaba pensando en Bella... y en mí.

.

.

.

BELLA POV

–¡Son las princesas! – exclamó uno de los guardias, al vernos aparecer frente a las puertas del castillo que se abrieron inmediatamente.

Nuestros padres corrieron a nuestro encuentro. Lejanamente, sentí los brazos de mi madre rodearme, al igual que sus labios besar varias partes de mi rostro y su voz dando gracias por permitirle vernos de nuevo. No prestaron demasiada atención al inventado relato que dimos sobre cómo habíamos logrado escapar de los vampiros. Lo importante era que estábamos ahí, justo cuando más se necesitaba nuestra presencia. Justo cuando el funeral de mi hermano estaba a punto de dar inicio.

Las lágrimas de Renne eran devastadoras y se fusionaron con las de Alice. Yo, por mi parte, me encontraba seca. Lo que me llenaba era la impotencia y rabia. Todo esto se había convertido en un caos sin fin. Los siglos de enemistad al fin mostraban sus primeros y amargos frutos. Primero había sido Emmett, luego mi hermano. Posiblemente Jacob también estuviera muerto... ¿Y después quién? ¿Yo? ¿Alice? ¿Edward?

Temblé nada más al imaginármelo y me negué rotundamente a aceptar una realidad como esa. El mundo entero podía perecer, menos él. Todo se podría extinguir, menos la luz dorada de sus ojos...

Dejé que las doncellas me condujeran a mi habitación y me arreglaran con el negro vestido que ya estaba previamente acomodado sobre mi inmensa cama y, luego, salí de mi habitación para enfrentarme con la realidad a la que aún me negaba a creer.

Necesité de la ayuda de mi padre para atreverme a caminar hacia la sala en donde estaban velando el cuerpo de mi hermano. Un doloroso gemido se escapó de mi garganta al verlo, tan pálido e inmóvil, tendido sobre la caja de madera. Paseé la punta de mis dedos por sus anguladas y frías mejillas y una sonrisa triste curvó mis labios. Era difícil contemplarle cuando su rostro estaba abandonado por la sonrisa amable y el brillo cálido en sus ojos, que siempre le caracterizaban.

–Perdóname – supliqué. Tal vez, si no hubiera decidido irme, todo esto no hubiera pasado. Pero ya era demasiado tarde para lamentos. Ya nada se podía hacer para regresar el tiempo y enmendar los errores que hubieran evitado este desastre – Te voy a extraña mucho.

No pude reprimir más mis lágrimas y las gotas saladas comenzaron a bañar mis mejillas de modo casi imposible. Los brazos de mi padre me enrollaron y me atrajeron hacia él. El dolor empeoró al ser testigo de su llanto. Jamás había visto a Charlie tan desconsolado... pero, ¿Quién no lo estaba? Todos los ahí presentes no hacían nada más que deplorar la pérdida de su príncipe. La pérdida de un gran hombre

Sin embargo, el conjunto de todos nuestros llantos no hacía justifica, ni de lejos, al desgarrador lamento de la pelirroja mujer que se negaba a separarse del cuerpo de mi hermano.

–¿Te imaginas? – Preguntó Alice, contemplando el mismo escenario que yo – ¿Eres capaz de imaginarte qué tan profundo ha de ser ese vacío que Victoria siente?

–No

–Yo tampoco – admitió – ¿Qué es lo que pasará, Bella?

–No lo sé – contesté, mirándole a los ojos, viendo en ellos, el mismo reflejo de mi propio miedo.

.

.

.


EDWARD POV

Jadeé con violencia y apreté mis manos contra mi cabeza, negándome a creer lo que me encontraba "escuchando y viendo" en esos instantes.

Gruñí. Gruñí quedamente. Mis dientes rechinaron y sentí la furia aflorar en mi fría y dura piel de piedra.

Era imposible. Todo esto tenía que ser imposible, pero los pensamientos de Rosalie eran claros, transparentes como el agua cristalina corriendo por el río. Había sido ella quien nos había separado, hacía poco más de veinte años. Había sido ella quien nos había tendido una trampa aquella noche, en la que mi familia y yo nos habíamos visto obligados a marchar por segunda vez del bosque de Forks y yo le había ofrecido a Bella marchar conmigo, para no volver a separarnos como anteriormente lo habíamos hecho.

Ahora lo recordaba todo. Yo me encontraba llegando a ese lugar en el bosque en el que habíamos acordado vernos, ideando las mejores palabras para explicarle todo a mi familia. Sabía que ellos lo comprenderían. Si Bella aceptaba acompañarme, estaba seguro que íbamos a ser felices.

Entonces la vi, ya me esperaba, le había llamado por su nombre y "ella" giró su cuerpo, para encararme. Sus brazos me enrollaron por la cintura y sus labios me besaron con pasión, sin darme ni si quiera tiempo de hablar. Recordé también esa extraña sensación de desconcierto al no poder reconocer ese dulce sabor que me embaucaba, pero, antes de darme tiempo a pensar más, "ella" me había tendido un frasco y me había dicho "Demuéstrame tu amor. Toma"

Yo había aceptado, sin más cuestionamientos. La amarga sustancia había entrado a borbotones por mi garganta y, de ahí, todo se volvió oscuridad. No puedo decir que me sumergí en un sueño, pues los sueños sólo se presentan cuando estoy entre sus brazos; pero, de cierto modo, "dormí".

Para cuando desperté, yo ya no recordaba nada, más que el inmenso odio y rencor por la Realeza, por la sed de sangre humana, por la ambición del poder. Había encontrado a Rosalie frente a mí y, al preguntarle quién era, me había dicho "Te acabo de salvar el pellejo. Un grupo de guardias reales te habían acorralado y herido mortalmente. Te he dado a beber una pócima para que expulsaras el veneno, seguramente te has de sentir mareado"

"Y adolorido" – había agregado, llevándome una mano hacia mi pecho, pues sentía un colosal agujero en el sitio donde se encuentra el corazón.

Sabía que era irónico, ya que ese parte de mí, desde un principio, siempre había estado muerta; pero el vacío era extraño, indescriptible... invisiblemente tortuoso. Era como si me hubieran arrancado el corazón de un solo golpe y no hubiera quedado nada. Sentía el pecho deshabitado, totalmente solo, como una oscura y fría cueva sin fin.

Rosalie me había acogido entre sus brazos y su calor y me había susurrado "No es nada. El dolor siempre ha formado parte de ti. El dolor siempre forma parte de todos"

Después de eso, mi familia y yo habíamos partido hacia otras tierras. Rosalie había ido con nosotros, reemplazando el lugar de Bella. Y Rosalie se había convertido en mi amiga, hermana y amante... pero, claro, jamás fuimos capaces de contrarrestar nuestra soledad, pues nunca nos amamos realmente.

Regresamos a Forks después de dos décadas, las mismas que estuve separado de mi verdadera razón de vivir, sin si quiera saberlo. Mi ira y mi odio por la Realeza habían crecido con cada segundo, así que lo primero que hice al pisar ese bosque, del que me había visto obligado a abandonar una y otra vez, fue enfrentar a mi padre y abandonar la guarida, junto con otro grupo de hombres que compartían mi rebeldía. Junto con ellos, cacé en las aldeas sin piedad alguna, matamos a hombres, mujeres, niños, burlamos a la guardia. Lo que yo deseaba era captar la atención de los Reyes; tener una sola oportunidad de encontrarme con alguno de esos bastardos que no merecían el don de la inmortalidad, para extraerle los ojos y beber su sangre.

Y esa oportunidad no tardó mucho en llegar. Y esa oportunidad se me dio con la única persona a la cual, sería incapaz de matar... Su aroma había llegado a mí como un silencioso y dulce llamado, imposible de ignorar. Había corrido hacia ella y, al contemplar la tiara que reposaba sobre su cabeza, una voz interior, que decía "mátala", luchaba incesantemente contra otra que decía "¿Quién eres? Yo te he visto antes"...

Desde ese día, todo había empezado para nosotros. No comprendí, hasta ya mucho después, que esa cueva en la que se había convertido en mi pecho, había sido iluminada desde que sus ojos castaños se habían vuelto a reflejar en los míos...

Abrí la puerta de la cabaña, de un solo golpe, y caminé hacia la rubia mujer que me miraba, inmóvil, con ojos dilatados.

–¿Cómo pudiste? – Exigí saber, mientras la tomaba por el cuello y la acorralaba contra la pared – ¡Dime cómo fuiste capaz de hacerme esto, Rosalie!

***********************************************


Capítulo 26: Miedo.

EDWARD POV

–¡Habla, Rose! – gruñí, apretando más mi mano contra su cuello. La rubia al fin crispó el rostro, mostrando ligeramente su dolor

–¿Cómo? No puedo hablar si me estás asfixiando – recordó. La solté de inmediato, con agresividad.

–¡Maldita seas, Rosalie! – bramé, fijando mis ojos fieros en los suyos, impávidos y gélidos. Sólo sus pensamientos me aseguraban de que sabía a qué se debía esta repentina furia, más no hallaba indicio alguno de arrepentimiento – ¿Cómo? – Pregunté, pasmado por su crueldad – ¿Por qué lo hiciste?

–Por que yo ya no quiero vivir como un animal, oculta para que la Realeza no nos cace.

–¿Y para esto era necesario que tú...?

–¡Si! – Interrumpió – Era demasiado necesario que olvidarás a esa princesa. Debí de haberla matado en ese preciso instante...

–Calla, Rosalie – advertí, empuñando mis manos para no cometer una estupidez

Ella me dedicó una sonrisa socarrona –No eres capaz de hacerme daño, Edward

Desgraciadamente, estaba en lo cierto.

–Deberías estarme agradecido. Deberías estar aquí pidiéndome que te de, nuevamente, la poción para que olvides a esa mujer que sólo sirve para volverte cobarde. Edward – se acercó y tomó mi rostro entre sus manos – piénsalo y verás que tengo razón. Date cuenta que al amarla, sufres. Yo puedo hacer que la olvides otra vez...

–No sabes lo que dices – susurré, deshaciéndome de su agarre

–Tú eres el que no sabe nada – acusó – ¡Tuviste la oportunidad de ser el señor de estas tierras y has renunciado a todo por esa simple muchachita!

–Bella es mi vida – le recordé, volviéndola a tomar por el cuello – y por ella daría hasta mi alma, si la tuviera. No te pido que lo comprendas – agregué – sé que jamás lo entenderías, pues en tu vida no ha habido nada más que rencor y amargura. Pedir que alguien como tú comprenda lo que hay entre Bella y yo es pedir lo imposible, puesto que tu no conoces el amor...

Pero estaba equivocado. Lo supe justo en el instante en que su mente se llenó, irremediablemente, de momentos vividos al lado de ese joven inmortal que no era vampiro, tampoco hechicero, mucho menos un licántropo...

Solté una carcajada, carente de humor y repleta de sarcasmo y furia.

–¿Quién lo diría, Rose? – Apreté más su cuello – la vida de verdad que es impredecible.

–Me estás lastimando, Edward...

–¡Tú, que tanto odias a la Realeza, te has enamorado de uno de ellos! – La ignoré

Una sonrisa, producto de su propia ironía, curvó sus labios.

–Si. Me he enamorado del primo de tu "adorada" Isabella – aceptó – Pero no por eso pienso olvidar todo lo que he pasado gracias a su familia. El amor y la sed de venganza, ambos, son sentimientos ardientes. Ni uno de los dos puede deshacer al otro. Deberías de saberlo bien. Así que, si en realidad quieres proteger a esa princesa, mátame. Ésta es tu oportunidad.

Mi mano ejerció más fuerza alrededor de su garganta, mientras emitía un gruñido amenazante. De verdad quería hacerlo. De verdad me hubiera gustado matarla, pero me era imposible. Así que la liberé, como ella ya sabía que lo haría.

–Te quiero demasiado, Rose – confesé, muy a mi pesar, y noté como, por un brevísimo instante, su expresión se mostraba atormentada – Matarte no tiene caso. Eso no me regresará el tiempo que estuve lejos de Bella y, por el contrario, me quitará a una hermana. No te perdono lo que hiciste – aclaré, acercándome para besar su mejilla – que el destino se encargue de cobrarte la factura.

Ella cerró los ojos y aceptó el gesto. Leí en su mente repetir, muy a lo lejos, "Yo también te quiero". Sonreí.

–No eres tan mala como crees – le dije, a modo de secreto – ¿Te doy un último consejo? Tienes todo para ser feliz con el Rey Emmett, aprovéchalo. Estoy seguro que pronto te darás cuenta que de todos los sentimientos habidos y por haber en la Tierra, ninguno es más fuerte que el amor. Adiós, Rose

–Cuídate mucho – sujetó mi mano, impidiéndome marchar y, cuando vi sus ojos, comprobé que éstos estaban llenos de lágrimas – Laurent hará todo por derrotarte...

–Muy bien dicho, preciosa – interfirió una tercera voz, haciéndonos brincar a ambos.

–Laurent – gruñí, cubriendo a Rose con mi cuerpo – ¿Qué haces aquí?

–Tranquilo – contestó – sólo vengo a hacer una breve visita a esta linda hechicera

–Largo de mi casa – siseó ésta, preguntándose mentalmente cómo es que había logrado penetrar la barrera mágica que impedía encontrarle. Y la respuesta vino de inmediato, cuando el vampiro, haciéndose a un lado, dejó ver a la rubia mujer que se encontraba tras él.

El corazón de Rosalie se detuvo por dos segundos.

–¡Pero qué carácter tan descortés para con alguien que solo viene a traerte buenas noticias! – replicó Laurent, con fingida indignación

–¡Rosalie! – Exclamó la hechicera, corriendo hacia ella y envolviéndola entre sus brazos – ¡Oh, mi pequeña sobrina! No sabes cuánto te he buscado

.


ROSALIE POV

¿Cuánto tiempo había yo deseado que este momento llegara? Décadas enteras buscando a una sola persona que fuera de mi raza, sin encontrar nunca nada. Y ahora, estaba ahí: en brazos de una mujer que no solamente era de mi misma especie, si no que la misma sangre corría por nuestras venas, aterrada, estupefacta, sin saber qué hacer o decir.

–¿Me recuerdas? Soy Leila, la hermana de tu madre...

Si. Claro que la recordaba. Obviamente no había cambiado en nada desde la última vez. Seguía teniendo esos rasgos que tanto nos caracterizaba y volvía inmortalmente hermosas. Pero era poderosa, extremadamente poderosa.

Mi experiencia, inferior a los cien años, era nada en comparación con los trescientos que ella tenía. Y eso me aterraba. No por mí, si no por Emmett. Sabía que Leila odiaba a la Realeza tanto o más que yo. Y que había venido aquí sólo para acabar con ellos, sin perdonar a nadie.

–¡¿Qué hace este maldito vampiro contigo? – explotó de repente. Me alejé de ella y salí, rápidamente, en defensa de Edward

–Es un amigo – dije

–¡Es un traidor! – Siseó – yo he visto cómo ha enfrentado a su propia raza con tal de proteger a esas asquerosas princesas. Deberíamos de acabar con él de una vez por todas

–Les recuerdo que están en mí cabaña – alcé la voz – y aquí, nadie le hará daño.

Laurent soltó una carcajada

–Claro que no – acordó – la muerte de nuestro "príncipe" llegará a su tiempo

–¡Eres un maldito cobarde! – Bramó Edward – ¿Por qué no peleas conmigo, frente a frente? ¿Tanto miedo tienes de perder?

–Cuida tus palabras, príncipe bastardo – advirtió el vampiro – mi paciencia tiene límites y créeme: Dudo que los últimos momentos de tu vida los quieras pasar viendo cómo le extraigo cada gota de sangre a tu adorada Isabella.

–Ni si quiera lo imagines

Ambos vampiros se agazaparon, listos para atacar, mostrando sus dientes y emitiendo guturales sonidos.

–¡Basta! – interrumpí.

No lo hubiera hecho si hubiera tenido aunque sea la más mínima esperanza de que Edward pudiera vencer, pero allá afuera estaba el resto de los hombres de Laurent y, además, estaba Leila. Por nada del mundo iba a permitir que mi mejor amigo muriera frente a mis ojos.

–Edward, vete –ordené.

Laurent fue el primero que abandonó su posición ofensiva. Su rostro moreno sólo expresaba suficiencia y arrogancia, mientras caminaba hacia la puerta y, con gesto de mofado respeto, la abrió para que Edward saliera.

–Nos veremos pronto, Majestad – se inclinó – más pronto de lo que se imagina.

.

.

.

–Te has convertido en una mujer extraordinariamente hermosa – susurró Leila, mientras acariciaba mis cabellos – aún recuerdo cómo eras la última vez que te vi. Tan pequeña e inocente... Pero estás tan callada – señaló – pareciera como si no te alegraras de verme.

–Estoy demasiado sorprendida – justifiqué – todo este tiempo pensé que estaba...

–... Sola

Asentí.

Aunque, la verdad, mi silencio se debía al inconstante ruego interior que llenaba mi mente. Lo único que pedía era que Emmett no regresara del Castillo esa noche.

–Entiendo – la mujer besó mi frente – Seguramente fue muy duro para ti. Pero ahora estamos juntas otra vez.

–¿Por qué te uniste a Laurent? – Quise saber – es un bastardo.

Ella soltó una melodiosa risa.

–Si, lo es – acordó – pero también hay que reconocer que es astuto. Necesitamos a personas como él, para acabar con la Realeza de una vez por todas. Con esta alianza, verás que no quedará ni uno solo de ellos.

Solté un incontenible jadeó, al mismo tiempo en que se me formaba un hueco en el estomago.

–Rose, ¿Qué pasa?

–Tía, ¿por qué mejor no nos vamos de estas tierras? – ofrecí. Estaba dispuesta a dejar mi venganza de un lado, si la vida del hombre al que amaba corría peligro

–¿Pero qué tonterías dices...?

–Tú misma lo has dicho – insistí – Ya no estamos solas. Ahora nos tenemos la una a la otra. Podemos recorrer todas las tierras, ser libres...

–Sólo seremos libres hasta que esos inmortales desaparezcan del camino – tajo, con voz cargada de odio. Un odio que superaba diez veces más al mío. Un odio que no sólo recaería en el enemigo, si no también en él, en Emmett – ¿no me digas que ese vampiro te ha convencido de que puede existir la paz entre nosotros?

Negué con la cabeza.

–Él también morirá – añadió – Todos quienes no estén de nuestro lado, morirán.

.


BELLA POV

–Dime que me quieres – insistía el joven vampiro, mientras rodeaba a la princesa con sus brazos y la atraía hacia sí.

–No

–¿Por qué no?

–Ya te lo he dicho muchas veces

–No las suficientes para mí

Ella sonrió, mientras él se inclinaba para besarla tiernamente

–Dilo... – pidió otra vez

–Te quiero

–Otra vez

–Te quiero

–Una vez más

–Te vas a aburrir de escucharlo tanto

–No seas tonta. Eso jamás pasará – prometió, mirándola a los ojos – aún así pasen siglos, milenios, no me cansaría de escucharte, ni de verte, ni de amarte... jamás.

–¿Estaremos juntos siempre? –quiso saber ella

–Siempre – acordó él, mientras besaba su frente – Nada podrá separarnos...

.

Una lágrima recorrió mi mejilla, mientras los recuerdos se disipaban entre mi memoria. Suspiré con melancolía y limpié la gotita salada que casi se perdía por la entrada de mis labios. Lo extrañaba tanto. Estar lejos de él, ahora resultaba mucho más difícil, mucho más doloroso.

Aunque, en medio de todo esto, había algo que, se podría decir, suavizaba la situación: Emmett había regresado al castillo poco después de nosotras. Mi primo estaba bien, físicamente. La realidad es que todos ahí parecíamos almas en penas y él no era la excepción. Se veía notablemente cambiado, mortificado, tanto por la muerte de James, como por la desaparición de los hombres lobos.

Jacob...

Cerré mis ojos, forzándome a creer en la idea de que él tenía que estar bien.

Caminé hacia la ventana y miré hacia el bosque. ¿Qué estaría haciendo Edward? La pregunta me causó escalofríos. Con Laurent allá afuera, nada era seguro...

–¿Bella? – mi hermana se asomó por la puerta de la habitación

–¿Qué ocurre? – pregunté, al ver su rostro ensombrecido

–Victoria – contestó – está en el patio trasero...

–¿En el patio trasero?

–Acompáñame – pidió, tomándome de la mano y llevándome hacia el lugar antes mencionado.

Comprendí todo cuando al fin vislumbré a mi cuñada, con espada en mano y frente a un guardia. No se percató de nuestra llegada. Su expresión no denotaba más que dolor. La muerte de James había sido difícil para todos, pero para ella era como si el paso de los días, en lugar de curarla, la hiriera mucho más

–Otra vez – dijo, acomodando su cuerpo en posición de ataque.

–Pero, Alteza... – vaciló el guerrero al verla tan agitada.

–¡Otra vez! – alzó la voz.

Alice y yo nos miramos con preocupación. Victoria jamás se alteraba.

El guardia asintió de inmediato y, al segundo siguiente, se encontraba esquivando los ataques de la pelirroja. La espada se movió, ágil, rápida, llena de furia y rencor, por unos cuantos minutos. Después, el arma cayó al suelo, seguida de la mujer que anteriormente la manejaba.

Las rodillas de Victoria tocaron el suelo y sus uñas arrancaron la hierba que había debajo. Gotas cristalinas comenzaron a salir de sus ojos y, lo que comenzó con un acto de furia e impotencia, se transformó en el escenario más desconsolador que haya presenciado en toda mi vida.

Alice y yo nos acercamos y le ayudamos a ponerse de pie. Estaba tan frágil. Apenas y había comido últimamente.

–Victoria, vamos a descansar – dije, mientras ella negaba con la cabeza

–Tengo que seguir practicando...

–Será mañana – prometí – mira cómo estás...

–No. Necesito practicar – insistió – Ese vampiro va a pagar por lo que le hizo a James. Lo voy a matar, Bella. Yo seré quien lo mandé al infierno.

Traté de convencerme que estaba en todo su derecho de odiar tanto a Edward. Al final de cuentas, la mentira de Laurent había sido elaborada cuidadosamente. ¿Cómo iba a saber ella que todo había sido una trampa? No podía juzgarla ¿Cómo?

Sólo me quedaba esperar a que todo se aclarara. Sólo me quedaba confiar en las palabras que Edward me había dicho y creer que, tarde o temprano, estaríamos juntos para ya no separarnos jamás.

.


EDWARD POV

–¡Hijo! – Mi madre se lanzó a mis brazos en cuanto me vio llegar – ¡Oh, gracias al Cielo que estás bien! Estaba tan preocupada ¿Dónde estabas?

–Lo siento – besé su frente y evadí su última pregunta. Hacía dos noches que Jasper había llegado a la guarida, sin dar noticias mías. Las mismas noches que yo había estado en la prado, meditando sobre qué era lo que tenía que hacer para mantener a salvo a mi gente y a Bella – han pasado muchas cosas, ¿Dónde está mi padre? Necesito hablar con él

–Aquí estoy – contestó Carlisle.

Lo miré. Él me hizo un gesto con la mano y, juntos, nos dirigimos hacia la profundidad del bosque.

–El príncipe James está muerto – informé, mientras caminábamos – lo ha matado Laurent.

–Si. Ya me había informado uno de los hombres que fue a vigilar los alrededores. Es una lástima. A pesar de nuestras diferencias, debo admitir que era un hombre grandioso.

Asentí. Mi padre acomodó una mano sobre mi hombro, para hacerme frenar y mirarme a los ojos

–¿Ocurre algo más? – Cuestionó – Desde que Jasper regresó, aquella noche, ha estado... muy extraño. Cuando le pregunté de ti, me dijo que no sabía de tu paradero; pero tuve la ligera intuición de que me estaba mintiendo.

Tardé dos segundos más de lo necesario para contestar. No hallaba las palabras para explicarme. Pero, esperar tampoco tenía caso. Tiempo era lo que, irónicamente, menos tenía. Además, la extrañaba, la necesitaba, su lejanía me estaba volviendo loco. El tiempo sin ella era como un río sin corriente, un cielo sin su luna, un hombre sin alma. El tiempo sin ella no era tiempo, si no el más cruel de los infiernos.

Tomé un poco de aire, para adquirir concentración. Luego, miré a Carlisle a los ojos. Él esperaba, con su rostro siempre sereno.

–Padre, ¿Qué tan poderoso crees que sea el amor?

– ¿El Amor? – En su mente había confusión, pero aún así respondió – el amor es muchísimo más fuerte que las raíces del más viejo de los sauces habitando en este bosque. Ni si quiera nuestras manos podrían arrancarlo, si realmente está bien sembrado en el corazón.

–Entonces, si el amor es tan intenso – dije, totalmente de acuerdo – ¿puede éste justificar lo que, probablemente, muchos tomarían como una traición?

–Hace mucho, mucho tiempo, me hiciste la misma pregunta – recordó y recordé.

Si. A mi mente vino esa tarde en la que la noche era fresca y estrellada. Yo apenas era un niño, demasiado pequeño, cobarde e indeciso; me había sentado a su lado y le había preguntado sobre lo mismo. Necesitaba respuestas, puesto que esa chiquilla inmortal, a la cual debía de ver como enemiga, se estaba adentrando en mi ser y en mis pensamientos con fuerza indomable.

Una sonrisa melancólica estiró mis labios. ¿Quién lo diría? Cerca de cien años habían pasado después de ello y había que verme ahí: como si el tiempo no hubiera pasado y siguiera siendo el mismo pequeño niño vampiro que no sabe qué hacer, ni qué pensar.

Volví a mirar a Carlisle. Su expresión era la misma: tranquila, paciente, al igual que sus pensamientos. Hablar con él siempre había sido fácil, ya que no había ni una voz retumbando como un eco, tratando de adivinar lo que está a punto de suceder.

–Estoy enamorado, padre – confesé al fin – estoy enamorado de la princesa Isabella.

Nada. En su subconsciente no había ni una sola imagen que me diera la más mínima anticipación de su reacción. Proseguí.

–La amo desde que soy un niño. Y ella me ama a mí. Sé que esto está mal. Sé que suena casi imposible y hasta un poco ilógico por el comportamiento que he tenido en las últimas dos décadas, pero si te contara todo lo que hemos pasado... No acabaría nunca... Perdóname – le pedí – Perdóname por que muchos de los problemas que han surgido y están por venir es gracias a ese amor; pero no me arrepiento. Llámame inconsciente, egoísta, como quieras, no me arrepiento de amar a Bella. Daría mi vida por ella. Lo daría todo. Es por eso que me atrevo a pedirte, aunque no lo merezca, tu apoyo. En el Castillo creen que he sido yo quien ha matado al príncipe James, más bien sabes tú que no es así. Lo que te quiero pedir son dos cosas. La primera, es que te lleves a mi madre y al resto de la familia lejos de estas tierras y que no regresen hasta que yo haya acabado con Laurent. Y la segunda, que cuando todo esto termine, me acompañes al Castillo para hablar con el Rey Charlie para pedir la mano de Bella. Es mucho, lo sé. Mucho para un hijo que te ha fallado innumerables veces, pero no puedo vivir sin Bella y ya no quiero estar lejos de ella.

Carlisle escuchó cada palabra con atención. Sus pensamientos no me permitían la menor entrada. Así que la espera por su respuesta se tornó en un segundo infinito. Me dio la espalda y caminó dos pasos hacia el frente. Luego, suspiró.

–Efectivamente, pides demasiado – acordó, mientras se giraba para verme de nuevo – me decepcionas, Edward.

Bajé el rostro, avergonzado. ¿Cuánto más iba a fallarle a mi gente?

–Yo...

–¿Cómo pides que un padre abandone a su hijo en plena guerra? – agregó. Mi expresión no pudo ocultar mi asombro.

Él sonrió y acomodó una mano sobre su hombro

–Si la amas tanto, lucha por ella – aconsejó – pero no quieras hacer a tu familia a un lado. Nosotros no te abandonaríamos nunca, mucho menos en este momento.

–Gracias – musité – pero no puedo dejar que se arriesguen. Créeme que podré estar más seguro si sé que ustedes no están corriendo ningún peligro. Laurent es traicionero y he leído sus pensamientos. Todos están en peligro: mamá, las mujeres, los niños... tú.

–Tenemos tropas fuertes, Edward – recordó – El hecho de que seamos pacifistas no significa que estemos indefensos. ¿Acaso dudas de los dotes de tu padre como luchador?

–Entre ellos hay una hechicera y sus poderes son mortales.

Pensé también en las altas probabilidades que habían de que Rose se uniera a ellos por Leila. Ese sería otro gran problema, pero no lo hice manifiesto.

–Qué hijo tan más obstinado tengo...

–Ve a la guarida – interrumpí, abruptamente, aguantando la respiración por el fuerte impacto que las ideas recién escuchadas me había causado

–¿Qué?

–Los hombres de Laurent se dirigen hacia allá. Tienes que ir y esconder a los niños en algún lugar más seguro, ¡Corre! Yo intentaré distraerlos

Mi padre asintió –Enviaré a Jasper y a Eleazar para tu ayuda. Cuídate mucho, hijo.

–Lo haré – prometí. Después partí hacia el grupo de vampiros que corrían, con la única intención de esclavizar a mi familia.

.

.

.

–Esme – Carlisle penetró la guarida, con rostro y voz sosegada.

Su esposa se acercó a él. Los siglos que llevaban juntos bastaban para que fuera ella la única capaz de descifrar, en el brillo de sus ojos, que algo andaba mal

–¿Qué sucede? ¿Dónde está Edward?

El vampiro tomó sus manos y la condujo hacia un lugar un poco más apartado, para que nadie le lograra escuchar

–Nuestro hijo está bien...

– Carlisle, no me mientas – pidió Esme. Su instinto maternal le decía todo lo contrario– ¿dónde está Edward?

–Debes de llevarte a los niños fuera de estas tierras – pidió él – Edward ha escuchado los pensamientos de los hombres de Laurent. Vienen hacia acá.

–¿Edward? ¿Edward ha ido solo?

–Acabo de mandar a Jasper y a Eleazar en su ayuda. Estarán bien – prometió – Pero no tenemos mucho tiempo. Debes irte, ya, con los pequeños. Llévate a tres mujeres más para que te ayuden y por nada del mundo frenen, hasta que estés segura hayan encontrado un lugar seguro

–¿Cómo me pides eso? – susurró Esme, aterrorizada.

Carlisle se acercó y besó su frente. Comprendía la preocupación de su esposa. Sabía que era la primera vez que tomaban medidas tan drásticas, pero eran realmente necesarias.

–Es nuestro deber el protegerlos – recordó, con voz tierna – ellos son vulnerables aún. Podremos luchar con más libertad si sabemos que ninguno caerá en manos de Laurent. Y yo... yo me sentiré más tranquilo si sé que estás bien.

–Pero... Carlisle... Cuídate mucho – dijo al fin, con resignación.

–Te veré pronto – prometió él, sonriendo para infundirle confianza – Edward tiene una noticia que darte y sé que te alegrará. Ven – la jaló hacia la guarida y, con la misma calma, hizo conocer al resto del aquelarre la situación.

Los hombres gruñeron bestialmente, formando al instante una barrera protectora, y las hembras comenzaron a despedirse de sus crías: divinos niños de piel pálida y ojos dorados que, de manera organizada y envueltos en oscuras capas, comenzaron a correr por el bosque, custodiados por Esme y otras tres mujeres más.

–Es hora – anunció Carlisle.

Los vampiros asintieron, con los cuerpos tensos, listos para la batalla, listos para defender a su raza y acabar con las amenazas.

.

.

.

–¡Dónde está! – Exigió saber Edward, azotando la cabeza de uno de los vampiros contra el suelo, agrietándolo por el impacto – ¡¿Dónde está Lauren? ¡¿Por qué no ha venido él también?

Alrededor de él, Jasper y Eleazar combatían contra el resto. Dándole a él tiempo para indagar sobre el principal enemigo.

El vampiro soltó una carcajada seca. Pareciera que el dolor originado por los golpes recibidos, sólo le producía gracia. Edward volvió a azotarlo. ¿Cómo era posible que sus mentes estuviera tan concentradas en no mostrar ese tipo de información?

El desdichado, al igual que los demás, pensaba en todo, menos en la ubicación de su líder. Pero, entonces, debido al cansancio, hubo un pequeño descuido. El paso de las imágenes fue rápido, pero nítido.

–¡Maldición! – bramó Edward, decapitando a su oponente, con un solo y rabioso movimiento de las manos.

–¿Qué sucede? – preguntó Jasper, sin dejar de evadir y propinar golpes.

Edward se unió a la batalla. La angustia que le invadía y le llevaba a pelear y matar, sin compasión alguna, no pasó desapercibida para el rubio.

–Edward, ¿Qué ocurre? – insistió

–Hemos caído otra vez en el juego de Laurent – siseó éste, sin cesar de arrancar cabezas – Necesitamos ir al Castillo. Bella y Alice pueden estar en grave peligro. Laurent y otro de sus hombres han tomado nuestras identidades y se presentaran, bajo nuestros nombres, ante el Rey Charlie.

.

.