Dark Chat

lunes, 7 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 18
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-¡Papá! ¡Papá! -el grito desgarrador de Edward que provenía del corredor estremeció a Alice. Salió de su habitación al pasillo, en busca de aquel sonido escalofriante, preguntándose que habría podido suceder, con una oscura y amarga corazonada en su interior. Fue entonces cuando se topó de frente con la terrible realidad... Edward y Emmett corrían hacia ella con el cuerpo de Jasper ensangrentado entre sus brazos.


-¡Abre la puerta de su recámara! -le ordenó Edward a una Alice que los veía llegar estática, incapaz de reaccionar por su propia voluntad.


Aún no habían terminado de colocarlo sobre su cama cuando Carlisle, Esme y Rosalie entraban en la habitación.


-¡Dios mío!- exclamó Esme en cuanto vio la escena.


-¡Jasper! -exclamó Rosalie atemorizada al verlo en ese estado.


-Tranquilizaos, Alteza -la apaciguó Emmett.


-Esme, querida, ve a por mi cofre de remedios -le pidió rápidamente. -¿Qué ha sucedido, hijo? -le preguntó a Edward, quien presionaba con perseverancia sobre el pecho de Jasper.


-Alguien le disparó una flecha mientras estábamos cazando -empezó a narrarle Edward atormentado.


-Pero... la flecha -vaciló Carlisle, incapaz de creer que su hijo hubiera cometido semejante temeridad.


-Lo sé, papá, sé que podría haberse desangrado -se excusó Edward. -No habríamos extraído la flecha si no llega a ser porque observamos que la sangre que brotaba de la herida se oscurecía...


-¿Dónde está la flecha? -se alarmó Carlisle, entendiendo ahora los motivos de su hijo. Emmett se la ofreció y el rey la tomó, acercándose la punta de metal a su rostro para olerla con cuidado.


-Papá... -la angustia de Edward era evidente ante la posibilidad de haber puesto en peligro la vida de su primo.


-Vuestras sospechas son acertadas, hijo -le calmó él. -Habéis hecho bien.


-Emmett me ayudó a extraerle la flecha evitando desgarrarle demasiado la carne -le explicó ahora más calmado. -Dejé brotar la sangre durante un momento, presionando un poco sobre la herida tratando de extraer toda la sangre contaminada posible.


-¿Contaminada? -se sobresaltó Alice -¿Acaso la flecha estaba envenenada?


De súbito, como si aquella voz hubiese sido la catálisis que le daba brío a su casi inexistente energía, Jasper exhaló sonoramente mientras abría los ojos.


-Alice... -susurró con un tenue hilo de aliento, alzando con dificultad una de sus manos, buscando a su esposa.


-Estoy aquí -ahogó ella un sollozo, tomando su mano entre la suyas... ¿Es que no podía verla?


-Alice... yo...


-No habléis, por favor -le pidió ella entre lágrimas. -No debéis agitaros.


-He de explicarte...


Pero, de repente, su agarre se debilitó y su mano cayó pesadamente sobre la cama, inerte, sin vida...


-¡Carlisle! -gritó Alice horrorizada.


-Tranquila, sólo ha perdido el sentido -la calmó el rey.


En ese instante irrumpieron en la habitación, Esme y Bella, acompañadas por Peter quien traía consigo el cofre de Carlisle y Charlotte que portaba un aguamanil con agua caliente y paños limpios.


-Sus músculos se están endureciendo -puntualizó Edward.


-Son los primeros síntomas de la intoxicación por cicuta -le aclaró Carlisle mientras comprobaba lo que su hijo decía.


-Sospechaba de algo así pero... ¿cicuta? -se extrañó Emmett -Creí que ese era un veneno que se ingería...


-Estás en lo cierto, pero puede ser igual de letal impregnada en una flecha si la sustancia alcanza el riego sanguíneo principal -le dijo. -Como buen narcótico que es afecta al sistema nervioso, paralizándolo. Si llega al corazón lo detiene... produciendo la muerte.


Alice colocó las manos sobre su boca ahogando un gemido.


-Afortunadamente, le han herido en la parte derecha del pecho y habéis retirado la flecha con rapidez – afirmó Carlisle mientras le tomaba el pulso a su sobrino. -Su latido tampoco se ha debilitado... con un poco de suerte lo superará. Emmett, corta con tu daga la túnica, con sumo cuidado. Hay que quitarle esas ropas -le pidió al guardia. -Edward, trata de seguir presionando mientras lo hace.


El rey caminó hacia el arcón y sacó algunos recipientes y un pequeño mortero.


-Papá ¿tienes algún antídoto? -preguntó Edward esperanzado viendo a su padre elaborando uno de sus ungüentos.


-Seseli -le dijo mostrándole un botecito de cristal verdoso.


-Ayudadme, Majestad -demandó Emmett a Alice rasgando ya las vestiduras de Jasper. Alice fue apartando lentamente la tela de su cuerpo, dejando al descubierto varias cicatrices que recorrían su pecho y sus brazos.


-Aunque sí es la más grave, ésta no es la primera herida de guerra que sufre tu esposo -respondió Edward a la expresión perpleja que asomaba al rostro de la muchacha. -Desde que tuvo la fuerza suficiente como para sujetar una espada, ha habido muy pocas batallas en las que no haya estado presente.


Durante un segundo, Alice sintió deseos de acariciar aquellas marcas que rubricaban la piel masculina como un símbolo de su fortaleza. Viéndolo tan desvalido ahora... rezó para que esa misma fortaleza le ayudara a luchar contra aquel veneno que amenazaba con arrebatarle la vida.


-Lava su herida, por favor -solicitó Carlisle.


Alice, enjugando sus mejillas, se apresuró a tomar uno de los paños que Charlotte le ofrecía y lo humedeció para limpiar de forma delicada la hendidura que le había producido aquella mortífera flecha.


-Sigue sangrando -musitó ella con sus manos enrojecidas por la sangre.


-Este emplasto debería detener la hemorragia y penetrar en el flujo anulando los efectos del veneno -le aseguró mientras extendía el engrudo sobre la herida.


-¿Qué canalla ha sido el causante de esta infamia? -masculló Rosalie, apretando los puños con rabia sobre su regazo.


-Alguien del Reino de Adamón -respondió Emmett con firmeza.


-¿Cómo puedes afirmar eso, Emmett? -lo miró Edward atónito.


Emmett tomó la flecha entre sus manos y le señaló las plumas de su parte trasera.


-Son de cóndor, Alteza -aseveró él. -El cóndor es un ave casi extinta y que sólo se da en las escarpadas tierras altas de Adamón.


-¿Estás convencido de ello? -la eficiencia y don de la oportunidad de Emmett estaban resultando más que sorprendentes.


-Completamente, Alteza -le aseguró.


-Pero ¿por qué? -susurró Alice que no era capaz de reprimir las lágrimas viendo el rostro pálido e inexpresivo de su esposo.


Peter miró al guardia durante un momento, pareciera que mantenían una conversación silenciosa.


-Creo que habría que tomar ciertas precauciones -anunció el capitán.


-Opino igual -concordó Emmett. -Majestad -se dirigió a Carlisle -si no me necesitáis me retiro.


-Tú labor aquí ha sido más que loable -lo alabó el rey. -Las posibilidades que tiene mi sobrino para sobrevivir se las habéis otorgado vosotros con vuestra rápida y acertada decisión.


-Nada digno de mención -respondió él con humildad.


-Sí lo hay -se apresuró a contradecirlo Rosalie, tomando una de sus manos, agradecida. Emmett no pudo evitar que la mirada femenina lo atravesara, una mirada llena de reconocimiento y admiración.


-Con vuestro permiso, Alteza -musitó inclinándose levemente.


-Emmett, acudiré a vuestro encuentro dentro de un momento -le informó Edward.


-Sí, Alteza -asintió antes de marcharse en compañía de Peter.


-Me temo que hay poco más que yo pueda hacer -se lamentó Carlisle terminando de colocar el vendaje alrededor del cuerpo de Jasper.


-¿Se salvará? -cuestionó Alice, temerosa incluso de plantear la pregunta.


Carlisle suspiró profundamente.


-Si afirmara que sí de forma rotunda te mentiría -admitió a su pesar. -No hay duda de que mi sobrino es fuerte y parece que la suerte ha estado de su parte pero, es cierto que, aunque era el proceder correcto -dijo ratificando lo dicho a su hijo -ha perdido mucha sangre.


-¿Y entonces...?


-Sólo queda esperar -concluyó el rey.


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-¿A qué tipo de precauciones se refería Peter? -le preguntó Bella a Edward que la acompañaba de camino a la escuela.


-Es lo que quiero averiguar -respondió él. -Pero por lo pronto, tal y como te dije, creo que será mejor mandar a los niños a sus casas.


Bella asintió.


-Luego quiero que te reúnas con mis padres -le pidió. -De sobra esta decir que no quiero ni que te asomes al patio ¿no?


-No va a pasarme nada -se quejó ella ante su sobreprotección. -¿O es que piensas que Jacob tiene algo que ver con esto?


-Emmett asegura que el Rey Laurent está detrás de este atentado -negó él. -Pero, aún así, más vale prevenir.


-De acuerdo -suspiró ella con resignación.


Edward se detuvo y tomó las manos de su esposa.


-Bella, quizás estoy exagerando -admitió él con seriedad, -pero estuve a un paso de perderte hace unos días y te aseguro que es el sentimiento más horrible y agonizante que he experimentado jamás. No me importa reconocer ante el mundo entero que no concibo mi vida sin ti y el sólo pensar que puedas faltarme... prefiero la muerte.


El corazón de Bella dio tal vuelco que casi se escapa de su pecho. Con lágrimas emocionadas en sus ojos y sin que pudiera encontrar palabras adecuadas que reflejaran cuanto lo amaba, se abrazó a él. Edward buscó con urgencia sus labios, besándola fervientemente. Bella rodeó su cuello con sus brazos, arqueando su espalda para unirse más a su cuerpo, correspondiendo a su beso con ardor. Quería que sintiese en su propia piel lo que hacía unos segundos no había sido capaz de expresar con palabras y, cuanto más se derretía ella entre sus brazos, más se estremecía él con su entrega. Faltándoles el aliento separaron sus labios, sus miradas abrumadas por la intensidad de sus propias emociones. Edward la estrechó contra su pecho, ocultando ella su rostro en la curva de su cuello.


-Te amo, Bella -le dijo sin poder dominar el temblor de su voz.


-Del mismo modo te amo yo a ti -susurró ella contra su piel lanzando miles de descargas a través de su cuerpo.


-Si no fueras mi esposa te pediría en matrimonio ahora mismo -murmuró él.


Bella dejó escapar una leve risita.


-Pero para mi fortuna ya lo eres y vas complacerme en lo que te pedí ¿cierto? -le insinuó esbozando una de sus deslumbrantes sonrisas.


-Te esperaré en el salón con tus padres -accedió sonriente.


Edward volvió a besarla sin ocultar su satisfacción, despidiéndose de ella, viéndola adentrarse en la pequeña sala. Tras eso, se dirigió al Patio de Armas donde encontró a Peter y Emmett, quienes, a modo de saludo, se cuadraron al verle. A Edward no dejó de sorprenderle esa actitud tan militar en Emmett.


-Hemos apostado guardias en todas las almenas y alzado el puente levadizo, Alteza -le informó Peter. -Además hay algunos hombres patrullando por el bosque en busca de algún indicio.


-He de suponer que prevéis alguna ofensiva por parte del Rey Laurent -aventuró Edward.


-Lo que sí es claro es que este ataque no es fortuito, Alteza -agregó Emmett.


Edward lo miró con cierto grado de desconfianza.


-¿Hay algo más que debería saber? -preguntó con declarada intención.


Fue entonces cuando Emmett le narró como la sed de poder del Rey Laurent y su deseo de conquistar el Reino de Asbath le había llevado a intentar secuestrar a Alice y como él pasó a ser entonces su protector.


-Habiéndose coronado mi primo como Rey de Asbath, también se convierte en su objetivo -concluyó Edward tras la explicación del guardia.


-Eso me temo, Alteza -concordó Emmett.


-¿Su Majestad estaba al tanto de este asunto? -quiso saber Edward.


-Sí, Alteza -afirmó él. -Le informé en la primera conversación que mantuve con él.


-De acuerdo -asintió. -Que los muchachos estén alerta -les advirtió haciendo ademán de marcharse.


-Sí, Alteza -respondieron ambos hombres al unísono.


-Deberías habérselo contado todo -le reprochó Peter cuando Edward se había alejado lo suficiente.


-Son sólo conjeturas sin una base sólida -le recordó. -Benjamin aún no regresa de su misión para poder corroborarlo.


-No me refería a eso y lo sabes -le insinuó.


-No veo como pueda afectar esa información al modo en que se vayan a desarrollar los acontecimientos -Emmett se tensó lanzándole una mirada de advertencia que, indiscutiblemente, le exigía silencio ante esa cuestión.


-Como prefieras -se encogió de hombros el capitán.


Emmett se relajó entonces dándole una palmada amistosa en la espalda.


-Te veo luego -dijo despidiéndose de él.


Se encaminó hacia el otro extremo del patio, hacia el Cuartel de Guardias. A diferencia de Edward, él todavía no había podido asearse y, tanto su jubón como sus pantalones, estaban ensangrentados. Aún no lo había atravesado cuando sintió un calor punzante en su nuca y, casi de forma inconsciente, giró su rostro. Se encontró con la mirada azul de Rosalie que lo observaba desde uno de los ventanales del corredor. Aunque hubiera tratado, no habría podido retirar su vista de ella, su mirada despedía un fulgor hipnotizante.


Quizás deberían haber hecho gala del decoro y apartar sus ojos de los del otro, pero no lo hicieron. Ni un instante dejó de fluir entre ellos ese halo que los unía irremediablemente, aunque ninguno de los dos fuera capaz de admitir que irradiaban el mismo, por miedo a que éste se rompiera. Sabían que una gran barrera invisible los distanciaba, eran como la noche y el día que, aún formando parte de una misma esencia, estaban destinados a estar separados. Al igual que al anochecer o al amanecer se da la etérea ilusión, la efímera posibilidad de que ambos puedan coexistir, ellos compartían unos segundos en los esa distancia dejaba de tener sentido y en esos momentos, aunque no se atrevieran a reconocerlo, ambos brillaban bajo sus miradas.


Cuando Emmett se adentró en el castillo y tuvo que retirar sus ojos de ella, volvieron a oscurecerse sus almas, y, de nuevo, ella se convirtió en día y él, en noche...


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-¿Ha tenido fiebre hoy? -le preguntó Carlisle a Alice mientras retiraba con lentitud el vendaje.


Alice negó con la cabeza, estaba tan atemorizada que casi no se atrevía a hablar, con gran esfuerzo conseguía dominar el temblor de sus manos.


-¿Me ayudas? -le pidió él con el único propósito de infundirle un poco de confianza.


Alice asintió y comenzó a retirar cuidadosamente las gasas que cubrían la herida. La joven se estremeció cuando ésta quedó a la vista. Era una abertura en forma oval de varios centímetros que mostraba la carne sonrosada en su interior y que se oscurecía al llegar al centro, donde había estado alojada la flecha y había penetrado el veneno, corroyendo todo a su paso. Alice se echó las manos a la boca con estupor.


-¿Te da aprensión? -se preocupó Carlisle al ver la extrema palidez de su rostro. -¿Te sientes enferma?


-No -se apresuró a decirle, tragándose las lágrimas que intentaban inundar sus ojos.


-No te alarmes -la alentó él comprendiendo. -Aunque parece tener mal aspecto está sanando muy bien.


Alice volvió a mirar aquella herida que laceraba el pecho de Jasper sin ocultar su incredulidad.


-No ha tenido fiebre por lo que no hay infección -le explicó -y, por otro lado, sus músculos han empezando a relajarse -añadió mientras palpaba sus brazos. -Eso es señal de que los efectos del veneno han remitido.


-¿Funcionó el antídoto entonces? -respiró aliviada.


-Sí -afirmó -hemos tenido suerte y la cantidad de veneno que se introdujo en su cuerpo ha podido ser contrarrestada.


-¿Y por qué no reacciona? -quiso saber ella. -Hace casi tres días que está inconsciente.


-Te recuerdo, jovencita, que tú también nos tuviste en vilo casi tres -bromeó él mientras comenzaba a elaborar uno de sus linimentos medicinales. Alice se mordió el labio apenada.


-Alice- la miró con amabilidad -en su caso es completamente normal -le aclaró. -Perdió mucha sangre y está débil. El organismo tiene sus propios métodos de defensa y el permanecer sin sentido es una buena forma de no malgastar energía ¿no crees? -trató de animarla.


-Pero si no conseguimos darle alimentos, se debilitará más -le rebatió ella.


-Veo que lo estás intentando -le dijo señalando un pequeña vasija de caldo liviano que había en la cómoda.


-Apenas le introduzco unas cuantas gotas cada vez por miedo a que se asfixie -le respondió mortificada. -Temo que no sea suficiente y... -vaciló -muera de inanición.


Carlisle posó su mano sobre su hombro de forma cariñosa.


-Eso no sucederá -le aseguró firmemente.


-¿Se va a salvar? -preguntó con esperanza.


Carlisle suspiró hondamente.


-Ahora depende de él -respondió con gravedad. -Pero con tus cuidados y atenciones conseguirás que se recupere -le sonrió.


Alice negó enérgicamente con la cabeza.


-Resultan inútiles comparado con lo que has hecho tú por él. Si no hubieras estado aquí... -Alice sintió que le fallaba la voz.


-Digamos que es un muchacho afortunado -alegó restándole importancia -y esa misma fortuna le hará superar esta crisis.


-Ojalá así sea -suspiró sujetando las gasas con el ungüento sobre la herida para que Carlisle colocara las vendas.


-Ya está listo -anunció cuando hubieron terminado, incorporándose de la cama. -¿Bajas conmigo a cenar? -le preguntó mientras se lavaban las manos.


-Charlotte me subirá la cena -le contestó ella.


-Sí, y, como siempre volverá a bajar la bandeja con el plato casi intacto -le reprochó. Alice bajó el rostro. -Entiendo como te sientes -le dijo besando su frente -pero si eres tú la que se debilita por no alimentarse, no le serás de mucha ayuda cuando despierte.


-Está bien -accedió.


-Me retiro -le anunció Carlisle. -Cualquier cosa, por simple que te parezca, no dudes en avisarme ¿de acuerdo? -le dijo ya desde la puerta.


Cuando hubo cerrado la puerta, Alice volvió a su butaca y se dejó caer en ella, observando a su esposo. Entendía perfectamente todos los argumentos que le daba Carlisle pero aquella inmovilidad en él la angustiaba. Alice sabía que ella había permanecido inconsciente más de dos días pero, al menos se agitaba en su estado febril; eso le había contado Bella. Sin embargo, Jasper no hacía ni el más mínimo movimiento que a ella le pudiera dar a entender que estaba vivo, sólo el acompasado ritmo de su pecho, que subía y bajaba con su respiración. Llevaba casi tres días concentrada en aquella candencia, rezando para que no se detuviera. Era sorprendente como el simple sonido de su efluvio podía mantener la esperanza de su recuperación viva en su corazón.


-¿Puedo pasar, Majestad?


Aquella voz hizo que Alice se sobresaltase y se levantase del butacón... ¿María?


-Sí -titubeó Alice.


La doncella entró con paso decidido, siendo Jasper lo primero en lo que se posaron sus ojos ladinos.


-Majestad -le sonrió la doncella, con la falsedad dibujada en su rostro y su voz impregnada de hipocresía. -Quería avisaros de que la cena está lista en el comedor.


Alice vaciló un momento, sin comprender.


-Charlotte no tardará en subirme la cena...


-No es necesario, Majestad -comenzó a caminar hacia ella -yo puedo relevaros mientras tanto y cuidar de él.


Alice la miró perpleja, viendo claras sus intenciones. Su falta de recato y pudor llegaban a ser insultantes.


-Es por vuestro bien -le aseguró la doncella, mas la maldad de sus ojos no correspondía a los buenos deseos que manifestaban sus palabras. -Os ayudará a despejaros...


-¿Qué haces aquí? -la voz de Charlotte a su espalda la alarmó.


-Yo... -titubeó ante la mirada severa de Charlotte. -Le decía a su Majestad que si quisiera bajar a cenar con los demás yo podría quedarme a...


-Gracias por tu ofrecimiento pero es absolutamente innecesario -la atajó Charlotte entrando en la recámara.


-Pero... -quiso replicarle.


-Los deseos de Su Majestad son cenar aquí -aseveró la doncella dejando la bandeja en la cómoda y colocando sus brazos en jarra, con las manos en la cintura. -¿Tienes algún problema con eso? -inquirió desafiante.


-No, por supuesto -masculló entre dientes tras lo que se marchó, airada.


-¿Cómo sigue Su Majestad? -se interesó la muchacha. Alice agradeció para sus adentros que Charlotte no hubiera hecho ningún tipo de comentario a lo que había sucedido.


-El Rey Carlisle se muestra optimista -le informó ella.


-Cuánto me alegro, Majestad -exclamó alegre la doncella. -Os he preparado vuestro platillo favorito -le dijo señalando la bandeja. -Comedlo antes de que se enfríe.


-Muchas gracias, Charlotte -le sonrió Alice.


-No las merece, Majestad -se inclinó ella. -A vuestro servicio.


Alice asintió mientras la veía dejar la habitación. La duda de si era cierto el comentario que lanzó Jessica aquel día sobre la cocinera la asaltó inevitablemente... otra duda más a aquella zozobra que parecía infinita. Se volvió a sentar en la butaca. Quizás la simpatía que parecía tenerle la muchacha era sincera... Miró la bandeja que había depositado sobre la cómoda. Apreciaba enormemente las molestias que se había tomado la doncella para con ella, y sentía mucho contrariarla, pero no era capaz de digerir nada en ese momento.


Puso de nuevo la vista en Jasper. Aquella candencia milagrosa de su pecho seguía impasible y volvió a invadirla esa brizna de alivio. Se inclinó sobre la cama y posó su mejilla en ella, sin dejar de mirar aquel compás tan elemental y, a su vez, tan lleno de armonía, tratando de no pensar... mas era del todo imposible. Pareciera que aquella maldita mujer había acudido allí con la única intención de atormentarla y, si así era, lo había conseguido. ¿Pretendía hacerle creer que su lugar era al lado de él... que le correspondía ese privilegio? ¿Sería así?


Las lágrimas empezaron a brotar con libertad hacia sus mejillas, lágrimas inútiles que no mitigaban su pesar, pues no la ayudaban a descubrir la verdad ni tampoco harían que él se salvara. Alargó la mano queriendo tocar una de aquella cicatrices que marcaban su brazo, pero se detuvo. Quizás ni siquiera tenía derecho a hacer eso. Cerró el puño y lo dejó caer sobre la cama con rabia contenida, dejando por fin que escapase de su boca aquel gemido que le quemaba la garganta.


-¿Sabes? -comenzó a hablarle entre sollozos -Ya no consigo distinguir lo que es correcto y que no lo es, cual es la verdad de entre todas las mentiras... ya no sé nada... -gimió. -Sólo sé que si ese es el camino que tú has elegido no seré capaz ni de entenderlo y mucho menos de aceptarlo, es superior a mí. Me alejaré de ti, me marcharé de tu lado si es lo que deseas... pero vas a tener que ser tú quien me lo diga, habré de escucharlo de tus labios -sentenció sumida en el llanto. -Prefiero saberte lejano, ajeno... pero estarás vivo... vivo -le dijo mientras apretaba las sabanas contra su puño, con desesperación, llena de impotencia. Todo parecía estar establecido, fijado de antemano y ella era la que estaba fuera de escena. Y si así era, bienvenido fuera, todo acabaría de una maldita vez.


-No creí que los ángeles pudieran llorar...


Alice cesó su llanto por un momento, tal era su deseo que la hacía delirar con el sonido de su voz. Fue cuando sintió el tacto de una mano sobre la suya cuando por fin abrió los ojos sobresaltada para encontrarse con la mirada azul de Jasper que la observaba atormentado.


-¿Por qué lloráis? -susurró él.


-Mi señor -exclamó ella irguiéndose, enjugando con rapidez sus mejillas. -¿Cómo os sentís? -le sonrió ella aliviada.


-Débil, adolorido -le dijo con un hilo de voz.


-No tratéis de moveros -se apresuró a decirle. -Vuelvo enseguida con vuestro tío.


Jasper asintió cerrando los ojos y la escuchó marcharse, mas cuando dejaron de resonar sus pasos en la habitación, comenzaron a hacerlo las palabras que acababa de escuchar, palabras llenas de resentimiento y lágrimas, que le dolieron en lo más hondo, más que aquella herida que le ardía en su pecho. Recordaba de forma nítida lo que había ocurrido en el bosque, lo que le había narrado Edward y, después, aquel dolor infernal producido por aquella flecha que se estrelló contra su cuerpo. Ahora, ese dolor ya no le parecía tan mortífero, no después de escuchar a Alice.


Escuchó de nuevo pasos acercándose y abrió los ojos, viendo como toda su familia irrumpía en tropel en la recámara. Primero Alice, seguida de sus tíos, su hermana, Bella de la mano de Edward, e incluso Emmett y Peter, en compañía de Charlotte y María. Aun sin saber de que forma había colaborado la doncella para que surgiera aquel maldito malentendido entre Alice y él, Jasper tuvo que controlar lo deseos que lo embargaron de levantarse de la cama y sacarla arrastras de la habitación.


-Todos aquí... parece una audiencia -bromeó, tratando de dominar su rabia.


-Al menos tienes buen ánimo -se regocijó Carlisle. -¿Cómo te sientes?


Jasper intentó moverse para incorporarse un poco en la cama, lanzando un aullido. Edward corrió a asistirlo, ayudándolo a hacerlo de forma lenta.


-Por si no lo sabías te atravesaron hace unos días con una flecha envenenada -se mofó su primo. -Deberías ser más un poco más cuidadoso.


-¿Envenenada? -preguntó, tratando de reprimir el dolor.


-Cicuta -le informó su tío, que empezó a palparle el pecho. -¿Sientes algo?


-¿Además del dolor de tus dedos clavándose en mí? -se quejó Jasper.


-Había olvidado lo mal paciente que eres -se rió su tío.


-¿Y cuál es tu diagnóstico, papá? -preguntó con sorna Edward.


-Por desgracia, sobrevivirá...


Jasper puso los ojos en blanco.


-Tía, por favor ¿puedes decirle a este par que deje el tono festivo y contarme que ha sucedido?


-Lo de la flecha con cicuta es cierto -le ratificó. -Tu primo y Emmett detectaron algo raro en tu herida y decidieron extraer la flecha allí mismo. Corrías el riesgo de desangrarte pero si el veneno se hubiera extendido no habrías tenido posibilidades de sobrevivir.


-Gracias, Emmett -miró condescendiente al guardia. -Estoy en deuda contigo.


-No las merece, Majestad -se inclinó él.


-¿Y a mí no me das las gracias? -se quejó Edward.


-Era tu deber -le respondió divertido -por algo eres mi primo.


Todos rieron excepto Edward que le lanzó una mueca.


-En cuanto te trajeron te apliqué un antídoto, aunque tampoco tienes que agradecérmelo -bromeó Carlisle. -Lo único que habías perdido mucha sangre y perdiste el sentido, hasta ahora. Tu esposa temía que no despertaras.


Jasper buscó con los ojos a su esposa y en vez de hallarla al lado de su cama, como debería ser, estaba casi al fondo de la habitación. El muchacho maldijo para sus adentros.


Su tío entonces comenzó a revisarlo de nuevo.


-Quiero asegurarme de que el veneno no te deja secuelas -le explicó. -¿Puedes mover el brazo derecho? -le pidió.


El muchacho obedeció aunque con gesto adolorido.


-¿Y notas mi tacto? -le preguntó Carlisle. Jasper asintió.


-¿Se sabe quién fue el autor del disparo? -quiso saber mientras dejaba hacer a su tío.


-Parece que el Reino de Adamón está detrás de ello -le informó Edward.


Jasper miró a Emmett alarmado.


-Hemos tomado todo tipo de precauciones, Majestad -lo tranquilizó.


-Estamos preparados para cualquier tipo de ataque -añadió Peter.


-En ese caso...


-Quieto, jovencito -detuvo Carlisle a su sobrino, que pretendía levantarse de la cama. -Tú debes reposar y calmarte. Ya te avisé que perdiste mucha sangre, debes empezar a alimentarte y reponer fuerzas -le exigió. -Te aseguro que está todo bajo control.


-Majestad -María se aproximó sinuosamente a Carlisle. Jasper vio como Alice se tensaba, ocultando sus puños apretados entre los pliegues de su vestido. -Me preguntaba cuales son las instrucciones que debemos seguir para ayudar en la recuperación de Su Majestad, como la alimentación, las curas...


-De ese tipo de menesteres se puede encargar perfectamente mi esposa -la cortó Jasper con sequedad. -¿Cierto? -la miró entonces buscando sus ojos.


-Si es vuestro deseo... -vaciló Alice.


-¿Es el vuestro? -murmuró él. Ella asintió tímidamente.


-La herida acabamos de revisársela, así que estará bien hasta mañana -le recomendó entonces Carlisle a la joven que lo escuchaba con atención. -Y algún caldo suave para esta noche será suficiente. Si lo tolera bien que mañana tome algo sólido.


-Majestad, puedo ayudaros en la cocina si queréis -se ofreció Charlotte.


-Claro Charlotte -le sonrió ella.


-Y nosotros nos retiramos -anunció Carlisle. -Descansa y obedece las indicaciones de tu esposa -bromeó mientras desordenaba el cabello de su sobrino.


Estaban por marcharse todos cuando Alice se detuvo, al ver que, María, en lugar de salir, disimuladamente se adentraba más en la recámara.


-Mi señora, no os inquietéis -escuchó decirle a Jasper. -Edward me acompañará en vuestra ausencia.


Eso fue suficiente para que María se marchara dándose por vencida y para que la sangre retornara a las mejillas de Alice.


-Temo por Alice -le confesó Jasper a su primo en cuanto estuvieron solos.


-Sí bueno, Emmett ya me puso al día acerca de lo de su intento de secuestro -puntualizó Edward. -Pero, tal y como te dijo mi padre, está todo bajo control...


-No me refería a eso -lo interrumpió Jasper.


-Basta con que hables con ella y lo aclaréis todo -se encogió de hombros.


-No va a ser tan sencillo como todo eso -masculló él.


-Ya he visto lo escurridiza que es la doncella en cuestión pero parece que sabes manejarla a la perfección -se burló su primo.


-Edward -lo miró con reprobación.


-¿No estás exagerando?


Jasper resopló.


-Ella no se ha dado cuenta pero la escuché hablar hace unos momentos -admitió. -Y es peor de lo que yo suponía. Había tanta amargura, tanta desilusión en sus palabras... incluso quiere marcharse -se lamentó. -Me cree de la peor calaña.


-No estoy tan seguro de eso -le contradijo Edward. -En estos días no se ha apartado de ti ni un momento. Apenas sí ha comido -añadió. ¿No ves lo pálida que está? Apostaría a que tampoco ha dormido en su vigilia.


-En cualquier caso he de hacer algo o la perderé -sacudía la cabeza.


-¿Alguno de tus brillantes planes, señor estratega? -le dijo con cierto tono divertido.


-No -negó rotundo. -Esta vez no.


-Verás que todo se aclará -Edward posó su mano sobre su hombro sano infundiéndole ánimos. -Y hablando de estrategas -cambió de tema, -Emmett está resultando ser de gran ayuda.


-Pareces desconcertado -se extrañó Jasper.


-Es que no entiendo como tanto potencial es desaprovechado siendo un simple guardia, aunque sea el guardia de Alice, no te ofendas -se excusó.


-No, tranquilo, yo opino igual.


Unas voces femeninas en el corredor les alertó de la llegada de Alice. Edward corrió a asistirles, abriéndoles la puerta.


-Creí que mi padre había comentado algo de una cena ligera -se rió Edward cuando vio entrar a Charlotte y Alice con sendas bandejas.


-Alteza, este plato es para la Reina -le aclaró Charlotte sonriendo, dejando la bandeja en la cómoda, cerca de la que le había traído a Alice con anterioridad. -Supuse que éste se le habría enfriado -agregó tomándolo para llevárselo.


Jasper comprobó mientras la muchacha se iba que, tal y como le había sugerido su primo, ni siquiera lo había tocado.


-Te dejo en buenas manos, así que me retiro -anunció Edward.


-Gracias, Edward -le sonrió Jasper.


-Majestad -se inclinó con gesto jocoso antes de cerrar la puerta.


-¿Vais a cenar conmigo? -le preguntó con suavidad a su esposa que dejaba la bandeja sobre la cama.


-En realidad no tengo apetito -admitió ella.


-Puedo negarme a comer si vos no lo hacéis -le advirtió.


-Vuestro tío os dijo expresamente que debíais obedecerme -le recordó.


-Eso no quita que podáis complacerme y cenar conmigo -le sonrió sugerente.


-Está bien -accedió ella colocando también su bandeja sobre la cama. -Vuestro tío tenía razón al afirmar que sois un mal paciente -afirmó Alice, acercándole un pequeño cuenco con caldo.


-No digáis que no estabais prevenida -le susurró mientras posaba su mano sobre los dedos femeninos que sostenían el cuenco y llevándoselo a la boca, fijando su mirada de modo penetrante en la suya.


-¿De niño eráis igual? -preguntó, retirando la mirada, azorada.


-Me temo que peor -le aseguró. -Cuando contaba con unos seis años me rompí una pierna y mi tío me la entablilló. -Empezó a narrarle. -En cuanto se descuidó, me escabullí y salí al patio a ver el entrenamiento de la guardia, intentando imitar sus movimientos con mi espada de madera.


Alice vio como una sonrisa asomaba a los labios masculinos al evocar sus recuerdos de infancia.


-Aquello me costó caro -continuó él -pues tuvieron que colocarme el hueso en el sitio y volverme a entablillar la pierna. Mi madre casi me ata a la cama -rezongó con una mueca.


Alice no pudo evitar emitir una risita al verlo así, con el pelo alborotado y su actitud de niño travieso, dejando atrás su imagen imponente de soberano y guerrero.


-Apuesto a que vos erais un niña obediente -sonrió él.


-Era bastante inquieta -le respondió negando con la cabeza.


-¿Quién lo habría imaginado? -bromeó haciéndose el sorprendido.


Y así transcurrió la cena, hablando de su niñez y tiempos pasados, un momento lleno de confianza, tranquilidad y sosiego, como no lo habían compartido hasta entonces. Él se sintió satisfecho al poder arrancarle en más de una ocasión la sonrisa a Alice al narrarle sus diabluras infantiles y ella volvió a sentir su pecho palpitar al perderse de nuevo en la inmensidad de sus ojos azules.


-Creo que deberíais descansar -titubeó ella cuando hubieron terminado de cenar.


-Vos también deberíais ir a acostaros -le dijo, haciéndole una seña hacia puerta que separaba sus recámaras.


-No -negó ella. -Prefiero quedarme aquí -señaló el butacón. -Podríais necesitarme y...


-Por eso no os angustiéis -clavó su mirada en ella. -Os necesito siempre -murmuró.


Alice bajó su rostro sonrojada, incapaz de sostener aquella mirada de fuego un instante más sin rendirse a ella.


-Creo que tengo la solución a este problema -sugirió Jasper.


-¿Y cuál sería? -alcanzó a preguntar ella.


-Podéis tumbaros aquí conmigo -respondió con voz grave.


-Pero...


-Nadie tiene porqué escandalizarse, a fin de cuentas sois mi esposa -susurró.


Alice lo miró insegura.


-Qué mejor que estéis a mi lado si requiero de vuestras atenciones -concluyó con suavidad. -Estoy seguro de que mi sueño será mucho más plácido y reconfortante si os tengo cerca.


¿Alguien sería capaz de resistirse al embrujo de su voz, al hechizo de su mirada? Alice no, hallándose obnubilada bajo su influjo.


-Id a poneros algo más cómodo -le pidió. -No creo que ese vestido sea muy apropiado para dormir. Prometo no moverme de aquí -bromeó, haciendo que se dibujase una sonrisa en el rostro de Alice.


Finalmente la muchacha obedeció y se fue a su cuarto. El temblor de sus manos no le facilitó la tarea. Se puso un sencillo camisón de lino y respiró hondo un par de veces antes de volver a la habitación de su esposo. Aún sabiendo que no sucedería nada esa noche entre ellos, el sólo pensar en la cercanía de su cuerpo la hacían estremecerse.


Con paso vacilante volvió a caminar hacia la cama donde reposaba Jasper. Entonces volvió a su memoria las palabras que le dijera Esme unos días antes cuando afirmaba que Carlisle la hacía sentir como lo más preciado del mundo. Jasper la veía acercarse a él ensimismado, extasiado, como si tuviera ante él la cosa más bella que hubiera visto jamás. Y es que para él, la imagen de Alice se le presentaba como la de un ser celestial, divino... delicado, hermoso y perfecto.


Alice se acercó a la cabecera de la cama y le ayudó a recostarse. Después retiró la sábana y se tumbó a su lado, mirándole.


-¿Os sentís bien? -quiso asegurarse ella, preocupada.


-En la gloria -musitó él uniendo su mirada de nuevo a la suya, con esa intensidad que le hacía perder la noción de sus sentidos. Con delicadeza, Jasper tomó unas de sus manos y la acercó a sus labios, besando la yemas de sus dedos. -Buenas noches, esposa.




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