Dark Chat

lunes, 24 de mayo de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

Hello mis angeles hermosos !! aqui estoy de nuevo con ustedes , dejandoles mas vicio por miss mis niñas comenten es muy importante tanto para nosotras y las autoras de los fics sean buenas con nosotras plis . les mando mil besitos
Angel of the dark
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CAPITULO 13


Alice caminaba de forma apresurada por el corredor, sus pasos acelerados eran un vivo reflejo del vertiginoso palpitar de su corazón. Sabía que tenía poco tiempo, aunque media hora para volver a encontrarse entre los brazos de Jasper era toda una eternidad. Aún así tenía que hablar con Bella, necesitaba hacer partícipe a alguien de como su pecho albergaba tanta felicidad y ella mejor que nadie para comprenderla.


Tan emocionada estaba que no tuvo la precaución de llamar a la puerta de la sala y anunciar su presencia. Cuando irrumpió en la estancia, los murmullos de los niños no se hicieron esperar.


-¡Es la Reina! Que bonita es... -susurraba una niña a su compañera de pupitre.


-Majestad -titubeó Bella llena de sorpresa.


-Alteza -la saludó Alice con una sonrisita.


-Niños, saludad a Su Majestad -demandó Bella.


-Buenos días, Majestad -respondieron todos al unísono. Alice inclinó su cabeza dedicándoles una amplia sonrisa.


-¿A qué debemos tan inesperada visita, Majestad? -preguntó Bella tratando de contener la risa. Dirigirse a su prima con tanta formalidad jamás dejaría de parecerle gracioso.


-¿Podéis salir un momento? Hay un tema que me gustaría tratar con vos -le informó esforzándose por aparentar toda la seriedad posible.


Bella miró a Angela que asintió haciéndole saber que ella se quedaría a cargo de la clase, antes de seguir a Alice al corredor. Casi no había terminado de cerrar la puerta cuando su prima tomó sus manos y comenzó a hacerla girar con ella a lo largo del pasillo mientras canturreaba.


-¿Qué sucede Alice? -quiso saber la muchacha intentando dar fin a la frenética danza de su prima.


-¡Soy tan feliz! -afirmó deteniéndose finalmente.


-Ya lo veo -concordó Bella. -¿Pero me vas a contar porqué o se lo tengo que preguntar a Jasper? -bromeó.


-¿Y cómo sabes que es por su causa? -preguntó seria.


-Porque tu rostro habla por sí solo querida prima. Indudablemente es el rostro de una mujer enamorada -le confirmó sonriendo.


-¿Y cómo no voy a estar enamorada de él? ¡Es tan apuesto! -suspiró. -¿Has visto que manos tan varoniles? ¿y sus ojos? tan azules como el cielo. Nunca me había fijado en la pequeña cicatriz que nace de su ojo izquierdo y que llega casi a su sien -continuó como si hubiera olvidado por completo que Bella la acompañaba -Seguramente fue causada por algún villano en una de las tanta batallas en las que ha luchado tan valientemente...


-¡Hasta que reconoces que lo amas! -exclamó Bella, interrumpiendo aquel discurso cuyas palabras escapaban en tropel de los labios de Alice.


-¡Sí! -gritó abrazando a su prima, riendo ambas.


-¿Y a qué se debe este cambio? -preguntó tomando las manos de Alice que se mantuvo en silencio con mirada traviesa, provocando la impaciencia en Bella.


-¡Por el Amor de Dios, Alice! ¡Habla de una vez! -le exigió ella riendo por la curiosidad.


-Hace un momento... me ha besado -le contó al fin.


-¡Alice! -exclamó Bella, siendo ella la que esta vez abrazaba a su prima.


-Oh, Bella, nunca pensé que se pudiera sentir tal cúmulo de emociones en un único instante -admitió con un suspiro.


-Entonces te ama -aseveró.


-Bueno, aún no me lo ha confesado -se entristeció por un momento -Pero me dio la sensación de que quería hacerlo justo cuando se presentó Peter -añadió más animada.


-¿Os interrumpió? -dijo Bella con desgana -El capitán tiene el don de la oportunidad.


-Quizás se decida ahora que vamos a salir a cabalgar -sugirió con una sonrisita -Quiere mostrarme los lagos y tiene intención de no regresar hasta que anochezca...


-¡Qué romántico! -Bella respiró hondo mientras llevaba sus manos a su pecho -¿Te das cuenta de lo que eso significa, Alice? -la miró inquisitiva. Alice comprendió al instante.


-Bella, no me sermonees ahora -se quejó con fingida expresión lastimera.


-Como quieras -accedió. -Pero reconoce que yo tenía razón y que tu recelo y desconfianza eran totalmente infundados.


Alice le respondió con un mohín. Bella rompió a reír.


-Esta bien, mi ilustrada prima -se inclinó Alice de forma exagerada riendo también.


-¿Y cuando es vuestra excursión?


La pregunta alarmó a Alice.


-¡Dios mío! ¡Debemos encontrarnos en unos minutos y aún tengo que ir a la cocina a preparar algo para la comida! -exclamó.


-¡Y qué haces aquí! -se rió Bella.


-Te veo esta noche -se despidió Alice mientras reiniciaba su apresurado caminar en dirección a la cocina.


Bella la vio alejarse por el corredor... se alegraba tanto por ella. Sin duda ese iba a ser uno de los días más felices de su vida, o eso esperaba...


Acelerando el paso, Alice comenzó a repasar mentalmente que alimentos le serían más fáciles y rápidos de preparar. Pensó que un poco de ayuda no le vendría mal. Charlotte había sido muy amable con ella el día anterior cuando estuvieron preparando la cena. Quizás accediera de nuevo...


Aún no había alcanzado el umbral de la puerta cuando la voz de María resonó con claridad desde la cocina.


-Será muy reina y todo lo que tú quieras pero es una mosquita muerta.


Alice paró en seco ante tal comentario... ¿Estaba hablando de ella?


Decidió que debía presentarse frente a ellas sin más, incluso pedirle una explicación a tan peyorativa afirmación pero, simplemente, no consiguió que sus pies obedecieran. Sólo pudo quedarse ahí, escondida tras el umbral de la puerta, escuchando aquella conversación de la que ella parecía ser objeto.


-No seas deslenguada, María -le reprochó Jessica.


-Por favor Jessica -se quejó ella -¿Me reclamas el que diga lo que tú misma piensas? -le sugirió con pérfida voz. De repente, ambas muchachas rompieron a reír.


-Tienes toda la razón -le confirmó Jessica -¿La viste ayer, aquí metida, con delantal y todo, dándose esos aires de superioridad? -dijo con burla. -Pobre Charlotte, lo que tendría que aguantar.


Alice palideció, ya no cabía la menor duda... ¿Pero por qué? ¿Por qué hablaban de ella de forma tan despectiva?


-Cocinando para su maridito... como si a él le importara -añadió María con mofa.


-¿A qué te refieres? -preguntó Jessica sin comprender.


-A que ni siquiera la ha tocado -le aseguró.


-¿Cómo sabes eso? -desconfió Jessica.


-¿Olvidas que soy yo quien ordena sus recámaras cada día? -le recordó -Has de saber que desde que ella llegó siempre he arreglado las dos camas... las dos -insistió con tono mordaz. -Jamás han compartido el lecho...


Alice no acababa de comprender... la mala intención de su comentario era más que evidente pero no entendía porque era merecedora de tan venenoso discurso.


-Y en realidad no me sorprende -continuó María -Detrás de esa apariencia tan serena y contenida que muestra siempre se esconde un hombre vigoroso, ardiente -suspiró la doncella. -Jamás se fijaría en una mujer tan insulsa como ella.


Alice no daba crédito a lo que estaba escuchando. Con cada palabra de aquella muchacha sentía como sus entrañas se retorcían dolorosamente en su interior. Y lo peor de todo era que no se veía capaz de dar tan solo un paso más y presentarse ante ellas dando fin a aquellas purulentas palabras.


-¡No hables así, María! -se escandalizó la otra doncella. -No debes referirte a Su Majestad de ese modo.


-El rey además de rey es hombre, Jessica -la contradijo -y como tal precisa una mujer que sepa darle lo que necesita, no una mojigata reprimida, pudorosa y anodina como ella que sabe de hombres lo mismo que yo de latín... ¡nada! -aseveró. -No es más que una niñita ingenua que se esconde tras una bonita caída de pestañas y a la que no le importa dejarlo en ridículo, mostrando más afecto por su guardia que por su propio marido -añadió. -Él necesita una mujer de verdad que lo complazca, lo satisfaga, que lo haga sentir, vibrar...


-Pareces muy segura de lo que necesita el rey -dijo Jessica con sorna -Seguro que tú podrías dárselo ¿verdad? -bromeó.


-Por supuesto -sentenció, tratando de dejar entrever mucho más de lo que estaba diciendo.


-¿Cómo? ¿tú...? -la muchacha no salía de su asombro.


-Eso mismo que estás pensando -le insinuó María.


-¡La querida del rey! ¡Su amante!-exclamó Jessica llena de incredulidad.


-Efectivamente -admitió -No le hace falta buscar fuera lo que tiene aquí dentro...


Alice se sintió desfallecer ante aquellas palabras que se clavaban en su pecho como dagas bañadas en veneno mientras algo en su interior se resquebrajaba, estallando en cientos de pedazos. Todos sus sentidos quedaron anulados por completo. Ya no fue capaz de escuchar nada más al igual que se nubló su vista, las náuseas se apoderaron de ella llevando un sabor amargo a su boca y un sudor frío casi letal recorría su cuerpo una y otra vez. Se llevó una mano al pecho tratando de controlar el latido de su corazón que amenazaba con detenerse en cualquier momento, incluso el aire de sus pulmones le abandonó. Trató de dominar su mente paralizada y sólo encontró el más terrible de los vacíos, nada excepto aquella frase que se repetía una y otra vez como un eco en su cabeza… su amante, su amante, su amante...


Sus pies comenzaron a moverse, quizás alimentados por un impulso, o por una fuerza que Alice nunca supo de donde provenía, y, sin entender cómo, en un destello de lucidez se vio caminando hacia su habitación, cual ente etéreo que vaga sin destino ni propósito.


Al llegar a su cuarto, cerró la puerta tras de sí, su mirada perdida en el abismo, catatónica, inerte... poco a poco su espalda fue resbalando por la fría madera hasta caer de rodillas al suelo. Bajó su mirada hacia sus manos, aquellas manos con las que le había parecido tocar el cielo y que ahora se mostraban tan vacías... sólo pudo encontrar en ellas unas pequeñas gotas cristalinas como agua de lluvia. Se percató entonces de sus propias lágrimas y aquello, como un catalizador que impulsaba sus propias emociones hizo estallar su llanto como una catarsis a ese dolor tan inmenso que le rasgaba el alma. Ocultó su rostro entre sus manos, no para esconder sus lloros o su desconsuelo sino su propia vergüenza, su ingenuidad. ¿Cómo era posible que hubiera estado tan ciega? ¿Cómo no fue capaz de comprender que se escondía tras aquella barrera que él mismo había interpuesto entre los dos aquella noche? ¿Y por qué ella había dejado de lado esa desconfianza que sin duda la habría protegido de aquel pesar que la invadía por completo?


Rememoraba como una tortura una vez tras otra las palabras de María y no podía menos que reconocer que había tenido razón en todo. Era ingenua, insignificante, sin esa belleza voluptuosa que atrae a los hombres y una total ignorante en lo que a ellos se refería. Sí que era cierto que en los libros de Bella había encontrado pasajes que hacían alusión a la esencia masculina pero los había encontrado tan desalentadores que nunca había dado crédito a tales descripciones.


Ahora ya no estaba tan segura de ello y, por primera vez en su vida, tuvo que reconocer que aquellas lecturas no eran tal pérdida de tiempo como ella creía. Si no hubiera tomado tan a la ligera esas líneas habría comprendido la naturaleza insensible, lasciva e incluso viciosa del hombre en la que carecía de poca importancia la pureza o la castidad para, en su lugar, dejarse llevar por sus más bajos instintos. En muchas ocasiones consideró que aquellos textos describían monstruos y no hombres y lo que no creyó en su día, se mostraba ante ella como la verdad más devastadora. En ese momento se hicieron presentes aquellas palabras que una vez le dijo su madre cuando consideró que ya tenía edad suficiente para comprender... "todos los hombres lo hacen y nosotras tenemos que resignarnos". Y ella tan cándida que pensó que eso nunca le pasaría a ella, como el que ve las desgracias desde lejos, ajenas, como si nunca fueran a alcanzarle...


Casi a rastras, con las incesantes lágrimas surcando sus mejillas, llegó hasta la cama. Hundió su rostro en su almohada, ahogando su llanto, tratando de ahogar también aquel dolor...


Y pensar que hacía sólo unos minutos se había sentido la mujer más dichosa sobre la faz de la tierra...


Finalmente era ella quien tenía razón, jamás debió confiar...


Nunca se consideró una persona recelosa, era confiada por naturaleza, pero, por primera vez en su vida, su mente y su corazón se habían colocado a la defensiva en cuanto supo que debía desposarse a un desconocido. Si hubiera seguido aquel instinto... ahora no estaría en esa situación pues tan pronto como había retirado sus defensas habían pisoteado sus ilusiones. Qué inocente había sido al creer en su gentileza y su caballerosidad, al creer que trataba de no forzarla a compartir su lecho con él cuando en realidad el motivo era que estaba ocupado por otra... María la amante de Jasper... el sólo imaginarlo volvía a causarle nauseas...


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Jasper recorría nervioso una y otra vez aquellos escalones. Se maravillaba de lo equivocado que estaba al vanagloriarse de su bien conocido autocontrol y dominio, pues aquella sensación hacía trizas toda su calma y entereza. La amaba tanto... y ahora que tras una espera, que a él le había resultado eterna, la había vuelto a sentir entre sus brazos, se convencía aún más de lo poderoso de ese sentimiento que florecía en su pecho, extendiéndose hasta el último rincón de su ser.


En sus manos aún quedaba el recuerdo de la piel suave, tersa de sus mejillas, su cuello y el dulce sabor de sus labios aún permanecía latente en los suyos... deseaba con fervor el volverla a estrechar contra su cuerpo y sentir su calidez, volver a sentirla estremecer entre sus brazos. En su mente y en su piel aun estaba grabada aquella respuesta a su beso, su entrega, y la esperanza de que ella también lo amase se presentaba ante él más viva que nunca.


Subió de varias zancadas la escalinata, accediendo de nuevo a la antesala para comprobar que no había rastro de Alice. Con preocupación empezó a preguntarse que la habría entretenido tanto tiempo pues ya debería haber pasado una hora desde que se separaron en su escritorio.


Bajó de nuevo los escalones cuando escuchó con entusiasmo pasos tras de sí. Su ánimo se derrumbó cuando comprobó que quien se aproximaba era su hermana.


-Yo también me alegro de verte, hermanito -se quejó al ver su expresión sombría.


-Disculpame, Rosalie -se excusó acercándose a ella. -Estoy esperando a Alice, vamos a salir a cabalgar.


-Por el brillo de tus ojos adivino que tienes algo más que contarme -insinuó su hermana con sonrisa pícara.


-Digamos que han habido ciertos avances en nuestra relación -se limitó a decir.


-¿Avances? Serás bribón -se rió Rosalie mientras desordenaba los ondulados cabellos de su hermano.


-¿Es así como os comportáis con vuestro soberano, Alteza? -exclamó Jasper con fingida indignación mientras atusaba su cabello.


-No me hagas recordarte que soy mayor que tú -bromeó apuntándole con el dedo amenazante.


Durante un segundo, la mirada de Rosalie se desvió de su hermano hacia el patio y su cálida sonrisa palideció.


-Rosalie -se inquietó su hermano -sigues teniendo mal semblante. Insisto en que hables con nuestro tío.


-No te apures, Jasper -negó con la cabeza -Confío en que sea algo pasajero -afirmó bajando su rostro.


-Majestad, creí que ya os habríais marchado -la voz de Emmett sonó tras su espalda.


-Ah, Emmett -se volvió Jasper. -Aún no, la reina se retrasa.


-Quizás deberías acudir a su encuentro -sugirió Rosalie sin apenas alzar su mirada.


-Tienes razón -concordó pensativo -Dijo que iba a preparar algo de comida para nuestra salida, quizás aún esté en la cocina -concluyó caminando ya hacia el interior del castillo.


Rosalie quedó estática sobre sus talones con sus manos unidas bajo los pliegues de su vestido, mientras escuchaba los pasos de su hermano alejándose. Alzó levemente su rostro, apenas se atrevía a hacerlo sabiendo que Emmett estaba frente a ella. Su mirada se cruzó con aquellos ojos masculinos y se dio cuenta de que nunca había reparado en sus negras pupilas, tan oscuras como la noche cerrada. Durante un instante creyó ver que se teñían de sombras, de pesadumbre, pero aquella visión duró lo que dura un suspiro, tornándose su mirada gélida y dura.


-Si dais vuestro permiso me retiro, Alteza -pronunció con notable indiferencia.


-Es propio -murmuró ella haciendo acopio de toda su fortaleza. Sin duda, aquella frialdad con la que Emmett estaba decidido a tratarla era un arma mucho más poderosa y mortifera que todo su desdén. El guardia se inclinó y sin volver a mirarla se marchó.


Emmett apretó los puños contra su cuerpo mientras caminaba y se maldijo por haberse dejado llevar por su propia demencia. Se rió de sí mismo al recordar el día en que decidió abandonarse a aquel desafío que él mismo había lanzado hasta llegar si fuera necesario a las últimas consecuencias... ¿Consecuencias? Ahí las tenía...Debía alejar de su vida a la única mujer que había amado y amaría por el resto de sus días...


Rosalie lo observó marcharse y pronto desapareció de su vista, aunque aquel desasosiego, aquella aflicción, no desaparecieron con él. Por un momento la desesperación y la impotencia la invadieron ¿Qué debía hacer? ¿Apartarse de él? ¿Acaso en algún momento Emmett había estado cerca de ella? ¿Olvidarse de él entonces? ¿Pero cómo se olvida a alguien que nunca ha pedido que se le recuerde? Al instante otra cuestión acudió a su pensamiento y, en esta ocasión fue el temor lo que la invadió, el miedo al simple hecho de formular la pregunta en su mente y el miedo a no hallar tampoco una respuesta... ¿debería dejar de amarlo? Sí, seguramente era lo más sensato pero... ¿cómo se le ordena al corazón que deje de latir?...


Cuando Jasper salió de la cocina ya no era nerviosismo lo que recorría sus venas, sino inquietud, desazón... Alice ni siquiera había acudido a preparar la cesta con la comida, de hecho, nadie la había visto.


Se dirigió al comedor y allí volvió a encontrarse con su hermana.


-Ni siquiera ha estado en la cocina -le dijo alarmado. -¿Dónde habrá ido?


-Cálmate, Jasper -le pidió Rosalie. -Pensemos durante un momento.


-No sé -dudó -quizás esté en su recámara.


-Te acompaño -decidió ella.


Rápidamente llegaron a la habitación. Jasper llamó a la puerta pero no obtuvieron respuesta.


-Alice -la llamó Rosalie. -¿Estás ahí?


Jasper miró a su hermana y ella asintió. El muchacho tomó el pomo de la puerta y la abrió, siendo Rosalie la primera en entrar.


-¡Alice! -exclamó corriendo hacia su cama -¡Alice!


Rosalie empezó a dar leves palmadas a su rostro llamándola.


-¿Qué le sucede? -inquirió atemorizado en vista de que su esposa no reaccionaba.


-No lo sé, Jasper -respondió alterada -Pero será mejor que llames a nuestro tío.


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Bella se revolvió en su silla, desperezándose y abrió su libro. Por suerte los niños estaban en el patio trasero jugando y Angela se estaba encargando de ellos. Sin duda la visita de "La Reina" había alterado los ánimos de los infantes y la última hora había sido bastante dura así que, bien se merecía un pequeño descanso.


Aún no había posado sus ojos sobre las líneas de aquella página cuando escuchó unos nudillos golpear la puerta.


-Adelante -dijo.


Todo su cansancio y tensión quedaron en el olvido cuando vio a Edward traspasar la puerta. Sin dudarlo se levantó de la silla y, con una gran sonrisa dibujada en su rostro, corrió hacia él lanzándose a sus brazos que la recibieron, al igual que sus labios con aquella pasión arrebatadora que la hacían ignorar el resto del universo.


Fue cuando se apartó de él cuando vio la severidad de sus facciones.


-¿Sucede algo? -preguntó Bella aún abrazada a él.


-No quiero que te alarmes ¿de acuerdo? -le pidió.


-Edward, si me dices eso es inevitable que me alarme -le advirtió con seriedad. -Dime que sucede.


-Es Alice.


-¿Alice? -se sorprendió Bella. -Vino a verme hace poco más de una hora...


-Jasper y Rosalie la han hallado en su recámara inconsciente -la interrumpió.


Bella ya no le permitió que le explicara nada más. Se separó de él y corrió hacia el cuarto de Alice, con Edward siguiendo sus pasos. Al llegar vio a Jasper sentado en la cama, al lado de su prima, tomando una de sus blanquecinas e inertes manos entre las suyas. Rosalie, Esme y Carlisle también se encontraban allí.


-¿Qué le ha ocurrido? -quiso saber.


-No te preocupes, Bella -respondió Carlisle calmadamente mientras acercaba un bote de sales al rostro de Alice. Al momento, la escucharon lanzar un gemido.


-Gracias a Dios -murmuró Jasper.


Alice comenzó a removerse en la cama y poco a poco fue abriendo los ojos. En cuanto se aclaró su vista, se aclaró también su mente y recordó donde estaba y lo que había sucedido. Sin embargo, vio a todos a su alrededor ¿que hacían allí? Notó que una mano sostenía la suya y se giró para averiguar quien lo hacía para encontrarse con la mirada azul de Jasper. La agonía volvió de nuevo a su garganta al evocar lo que había escuchado y aquel tacto sobre su mano empezó a arderle como un hierro candente. Quiso apartar su mano de la suya al mismo tiempo que alejaba su vista de él, pero una gran debilidad que dominaba todo su cuerpo le obligó a hacerlo más despacio de lo que ella hubiera querido. No, no quería verlo, mirarlo, eso suponía enfrentar una realidad a la que sabía que no estaba preparada. Al mover su cabeza la habitación se llenó de tinieblas y todo comenzó a girar alrededor de ella como una vorágine impetuosa que cubría de caos y brumas sus sentidos.


-Bella -susurró cerrando los ojos.


La muchacha se sentó al otro lado de la cama y tomó las manos que Alice ofrecía. Carlisle, mientras tanto, comenzó a palpar sus brazos y su frente.


-Tiene mucha fiebre -murmuró. -Rosalie, que traigan agua fría y paños -le pidió.


Rosalie asintió antes de marcharse.


-¿Pero qué es lo que tiene, querido? -preguntó Esme a su esposo con preocupación.


-No podría decirlo con seguridad -respondió.


-Cuando vino a verme esta mañana no parecía enferma -le explicó Jasper. -Al contrario, se mostró muy animada.


Alice se agitó... aquella voz no, aquella voz resonaba en sus oídos como un tormento. No quería volver a escucharla... le recordaban la culpabilidad de él y su propia ingenuidad.


-Bella -musitó Alice -papá también lo hacía... dime que él no...


-Está delirando -afirmó, contestando así a las miradas que expectantes se posaban sobre él. -Es necesario hacer que disminuya la fiebre.


En ese instante, Rosalie llegó acompañada por Charlotte con el agua y los paños que dejaron sobre la mesita de noche. Bella soltó las manos de su prima y se apresuró a humedecer uno de ellos y posarlo sobre su frente.


Alice volvió a agitarse al sentir que un gran escalofrío la invadía ¿Acaso Bella había perdido el juicio? ¿No sentía el gélido ambiente en la habitación? ¿No la veía a ella temblar? Y además con aquello provocaba que un frío mortal recorriera todo su organismo... definitivamente estaba loca. Entreabrió sus labios intentando hablar, pero ningún sonido salió de su garganta... Probó a moverse para apartar aquella masa helada que sentía en su cabeza, pero apenas si movió uno de sus músculos... Poco a poco aquella bruma, aquella oscuridad volvieron a cubrirla con su manto y, después de eso, sólo quedó el silencio.

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CAPITULO 14

Bella se levantó de la butaca y caminó despacio hacia la ventana, desviando por un momento su atención de la cama de su prima hacia el patio que ya bullía de gente dirigiéndose a sus quehaceres matutinos. Todo permanecía igual, fluyendo y siguiendo su ritmo, todo excepto Alice, que parecía estancada, atrapada en aquella fiebre delirante que se negaba a abandonarla... ese sería el segundo día desde que la habían hallado inconsciente y así continuaba.


Se acercó de nuevo a ella para cambiarle la compresa húmeda. Sin duda su estado era preocupante y ni el Rey Carlisle podía dar una explicación lógica a su dolencia. Apenas sí habían conseguido que ingiriese algún líquido, ni siquiera el extracto de hojas de sauce que podría ayudarle a que bajara la calentura por lo que, además, pronto podría presentar signos de debilidad.


Tomó otra de las compresas y comenzó a refrescar lentamente sus brazos y sus manos.


-Alice, tienes que reaccionar -musitó la muchacha, más para ella que para su prima. -Si lo que pretendías era llamar nuestra atención ya lo has conseguido -bromeó con amargura con las lágrimas luchando por liberarse de sus ojos.


-Bella... -suspiró Alice, en un leve hilo de voz.


Bella alzó sorprendida su rostro hacia el de su prima, no muy segura de si aquel susurro había sido producto de su imaginación. Vio entonces como Alice entreabría los ojos, confundida, y rápidamente se arrodilló cerca de su cabecera.


-Alice, estoy aquí -le dijo tomando su mano -¿Cómo te sientes?


-Un poco mareada -alcanzó a decir.


-Oh, Alice, estábamos tan preocupados -le acarició el cabello. -Voy a avisar al Rey Carlisle -exclamó poniéndose en pié. -Vuelvo enseguida.


Alice se limitó a asentir con la cabeza, se sentía tan débil y adolorida que no era capaz de nada más, incluso la luz que entraba por la ventana parecía quemar en sus retinas. Cerró por un momento los ojos, pero debió adormecerse pues cuando los volvió a abrir, Jasper se encontraba a su lado, tomando su mano. En un acto reflejo apartó su mirada y su mano de las suyas y como en una cascada indómita regresaron a su mente y a su corazón las palabras, los recuerdos de lo acontecido aquella maldita mañana y, con ellos, aquel dolor que parecía dispuesto a instalarse en su ser por siempre. No sabía cuanto tiempo había pasado desde entonces, cuanto había permanecido en esa cama, pero no había duda de que no había sido suficiente para cerrar esa herida... lástima que el Rey Carlisle no contara entre sus tónicos y extractos con alguno para curar el alma.


-No os inquietéis -le oyó decir.


-Es mejor que no trates de levantarte -le ordenó Carlisle. Alice alzó la vista buscándolo -Estás muy débil, hace dos días que no has tomado algo sólido y necesitas reponer fuerzas antes -le informó. -Hoy deberías reposar y quizás mañana ya estés en condiciones para hacerlo.


-¿Dos días? -preguntó mientras recorría la habitación con la mirada. Toda su familia se encontraba allí, incluso Emmett la observaba desde un rincón con una sonrisa de alivio en los labios.


-Sí, prima -le confirmó Bella sentándose a su lado. -Dos días en los que no había forma humana de bajarte esa condenada fiebre -dijo con fingido reproche.


-Y en los que no he podido encontrar explicación a lo que te sucedió -añadió Carlisle. -¿Qué pasó exactamente?


Alice guardó silencio por un momento mientras sentía que todos los presentes se concentraban en ella y en su posible respuesta. De nuevo aquella punzada atravesó su pecho al recordar aquellos momentos en tanto que su mente aletargada trataba de buscar una plausible explicación.


-¿Cuándo viniste a verme a la escuela te encontrabas bien? ¿Te sentiste mal de camino a la cocina? -supuso Bella.


-Sí -mintió Alice rápidamente.


-¿Sentiste náuseas y mareos? -quiso saber Carlisle. Alice asintió con la cabeza, angustiada, casi le parecía estar rememorándolo en ese momento.


-¿Qué crees que tiene, querido? -le escuchó decir a Esme.


-Aún no lo sé, pues a esos síntomas hay que sumarle la fiebre tan alta que ha padecido -respondió Carlisle frotando su barbilla pensativo.


En ese instante apareció Charlotte con una bandeja con alimentos que situó encima de la cómoda.


-Majestad, me alegro mucho de que ya estéis mejor -le sonrió ampliamente la doncella.


-Gracias -susurró Alice.


-Ahora será mejor que coma algo y descanse -puntualizó Carlisle.


-Yo me encargaré de que así sea -concordó Bella.


-Entonces nosotros nos retiramos para no agotarla más -concluyó Edward que se acercó a Bella para besar su frente. -Te veo más tarde -le susurró.


Alice notó que Jasper tomaba su mano para besarla y trató por todos los medios de no rechazar abiertamente, frente a todos, aquel contacto que le abrasaba dolorosamente la piel.


-Descansad -le dijo, a lo que ella asintió, evitando así el tener que mirarle o hablarle. No tenía deseos ni fuerzas para hacerlo. Sabía que algún día debería enfrentarlo y, de hecho, debía decidir como y cuando hacerlo pero, en cualquier caso, no por ahora, no si no quería flaquear, derrumbarse ante él. Ojalá pudiera refugiarse en esa cama por siempre, evadirse de la realidad que la esperaba ahí fuera.


Por lo pronto, y aunque sabía que era algo momentáneo y casi infantil, tenía la excusa perfecta para no salir de su habitación, e incluso de estar sola. Pudo comprobarlo al terminar de comer, al decirle a Bella que estaba cansada y que quería reposar. En cuanto cerró los ojos fingiendo dormir escuchó los pasos de su prima saliendo de la habitación.


Y, aunque por un lado pudo disfrutar de aquella soledad que tanto ansiaba en esos momentos, no pudo disfrutar en cambio del sosiego que necesitaban su cuerpo y su alma, pues su mente se empeñaba en evocar una y otra vez las palabras de María, que resonaban en su cabeza atormentándola.


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Bella salió al corredor cerrando la puerta de la recámara de Alice tras de sí, dejando escapar un suspiro más de angustia que de alivio. Su prima mostraba una falta de apetito considerable y eso no era de ayuda para su recuperación. A la hora de la comida se había excusado diciendo que se sentía muy débil y casi no tenía fuerzas, pero ahora, nuevamente se había mostrado reticente a tomar alimentos, a pesar de que Charlotte se había ofrecido a cocinarle sus platos preferidos para cenar.


-¿Algo os preocupa, Alteza? -la voz de Edward a su lado la hizo sobresaltarse.


-Edward, me has dado un susto de muerte -le reprochó con las manos en el pecho y la respiración entrecortada.


-Estás tan ensimismada que ni siquiera te has percatado de mi presencia cuando has salido -se rió Edward.


-¿Estabas aquí? -se sorprendió.


-Te buscaba para que acudiéramos juntos a cenar -le aclaró asintiendo, tomando sus manos.


-Discúlpame -se excusó ella.


-¿Qué te sucede? -le preguntó instándola a caminar con él hacia el comedor.


-Estoy preocupada por Alice.


-No tienes porqué -la calmó él. -Ya no tiene fiebre y con el reposo cada vez estará más recuperada.


-Casi no tiene apetito y está muy pálida -puntualizó ella.


-Es normal que esté pálida después de dos días de fiebre altísima ¿no crees? -le dijo. -Y en cuanto a su inapetencia, bueno, puedo pedirle a mi padre que le dé algún tónico para despertarle el apetito -le sugirió.


Bella concordó con la cabeza pero Edward observó que, por su semblante, la respuesta no le resultaba del todo convincente.


-¿Hay algo más? -quiso saber.


-Es que... -dudó ella.


-¿Qué? -insistió Edward.


-Me parece distinta -admitió Bella finalmente.


-¿Distinta? -preguntó extrañado -¿En qué sentido?


-Desde que se ha despertado esta mañana, y en todo el tiempo que he pasado con ella en el día de hoy, sólo he conseguido arrancar monosílabos de sus labios y... -titubeó -aunque sé que parece absurdo -aceptó -la siento abatida, desalentada, como derrotada y con su mirada ausente y apagada.


-Quizás todo sea a causa de su debilidad -le alentó él.


-Puede ser -reconoció Bella -pero es que nunca la había visto así, ni siquiera cuando su padre le anunció su inminente boda con tu primo. Ni aún sintiéndose la mujer más desdichada del mundo al tener que unir su vida a la de alguien que no conocía, sus ojos dejaron de brillar.


-Si con ello mitigo tu inquietud hablaré a mi padre sobre ello ¿de acuerdo? -le dijo llevando la mano femenina a sus labios.


Bella asintió.


-Y ahora... -susurró mientras, en un arrebato, la tomaba por los hombros para casi arrastrarla hacia una columna, apoyándola tras ella donde atrapó sus labios, besándola con ardor, con delirio. Bella, tras un segundo de aturdimiento se dejó llevar por su pasión arrolladora respondiendo con el mismo afán, alzando sus manos y hundiéndolas en su cabello cobrizo, sintiendo como el calor de sus dedos varoniles, de su tacto se extendía desde sus hombros hacia todo su cuerpo.


-No veo el momento en que tu padre nos de su consentimiento -gimió Edward sobre sus labios.


-Debemos tener paciencia y esperar -alcanzó a decir sin que él dejara de besarla.


-Mucho me pides -respiró sobre su boca tras lo que la devoró de nuevo.


-Edward, por favor, alguien podría vernos -le pidió aunque sin alejarse de sus labios.


-Está bien -suspiró Edward con resignación, separándose reticente de ella. -Pero ¿no deberían haber llegado noticias ya?


-Es sólo que estás impaciente -le insinuó traviesa. Edward sonrió y se acercó, dispuesto a abrazarla de nuevo.


-Será mejor que bajemos a cenar -se rió Bella apartándose de él.


-Esto no quedará así, Alteza -le advirtió él riendo.


-Eso espero -respondió ella con picardía, ofreciéndole su mano para continuar su camino hacia el comedor.


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Sin apartar la cabeza de la almohada, Alice alargó el brazo hasta la cómoda, palpando, buscando el libro que había estado leyendo días atrás. Al no hallarlo, levantó un poco el rostro para comprobar que, en efecto, no estaba. Volvió a acomodarse en la cama, preguntándose quien lo habría tomado. Podría haber sido Bella aunque, rápidamente desechó esa idea de su mente pues sabía bien lo poco aficionada que era su prima a la poesía. Quizás alguna de las doncellas lo había tomado para colocarlo en la biblioteca, decidió finalmente. Viendo que no podría entretenerse con la lectura, y entendiendo que ya sería bastante tarde, se dispuso a dormir, o a tratar al menos.


En cuanto hubo cerrado los ojos escuchó como se abría lentamente la puerta que comunicaba con el cuarto de Jasper. ¿Sería posible que él fuera a verla? Alice no se movió y continuó con los ojos cerrados, deseando que la creyera dormida y se fuera. Sin embargo no fue así y oyó sus pasos acercándose hasta que sintió su peso hundirse, al sentarse en la cama. Alice trató por todos los medios de no abrir los ojos, se encontraría directamente con él si lo hacía, así que se concentró en su respiración, haciéndola lo más pausada posible, para hacerle creer que, efectivamente, estaba dormida. Rogaba que así fuera y que él se marchara cuanto antes. Pero notó entonces como Jasper se inclinaba ante ella, como su aliento rozaba su rostro para depositar un suave beso en su frente. Alice tuvo que contener su estremecimiento, aunque no supo distinguir muy bien si era de desgana o de emoción.


-Gracias a Dios que ya no tienes fiebre -le escuchó decir, pero... ¿la estaba tuteando? ¿por qué? -Debes reponerte cuanto antes -continuó él -hay tanto que debo decirte, tanto que ha cambiado... Ni siquiera te pido que lo aceptes. Sólo espero que puedas comprenderme, o que trates de entenderme al menos. Mas ya habrá tiempo de eso, primero debes recuperarte.


Jasper tomó con suavidad una de sus manos y la llevó a sus labios.


-Buenas noches, esposa.


Alice dejó de sentir el peso de su cuerpo sobre la cama y contuvo el aliento mientras sus pasos se alejaban de ella hasta que, por fin, escuchó la puerta al cerrarse. Entonces, abrió los ojos y parpadeó con incredulidad. ¿Qué significaba lo que acababa de suceder? Tampoco alcanzaba a entender cual era el significado de sus palabras. Aunque lo intentó con todas sus fuerzas, no pudo evitar que su corazón latiera con brío al vislumbrar una pequeña esperanza. ¿Querría Jasper decirle que iba a dar fin a su historia con María al darse cuenta de que era a ella a quien amaba? ¿Era eso lo que había cambiado en él? ¿Quizás le estaba pidiendo comprensión por lo que él ya consideraba un equívoco?


A pesar de que, por su bien, trató de apartar todas aquellas ideas de su mente, ellas fueron las que la guiaron a través de sus sueños.


Mientras tanto, al otro lado de aquella pequeña puerta, Jasper, tras desvestirse, se dejaba caer cansadamente sobre su cama. Quizás la mejoría de Alice le permitiera conciliar el sueño esa noche. Aún sentía el dolor en sus entrañas al recordarla tumbada en aquella cama, inconsciente, ardiendo en fiebre, delirando. Se había sentido tan impotente, todo resultaba tan inútil... Durante algunos momentos le había invadido el miedo ante la terrible idea de perderla en vista de que, con el paso de las horas, seguía sin reaccionar. De nada servían en esos momentos ni su corona ni todo su poder en la Tierra cuando, en un sólo segundo, era capaz de arrebatársela otro poder mucho más grande, ilimitado, el celestial ¿o más bien era infernal? porque debía ser un demonio el que pudiera convertir su vida en un completo infierno, sumirle en la absoluta oscuridad al llevársela de su lado.


Y pensar que se habría ido sin haber sabido cuanto la amaba él. Se daba cuenta de cuán estúpido había sido al perder un tiempo tan precioso con sus dudas e indecisiones. Era cierto que no estaba seguro de sus sentimientos hacia él pero, a esas alturas, cualquier cosa era mejor que esa inquietud, que esa zozobra al no saber.


Se pasó nerviosamente la mano por los cabellos. ¿Por qué se engañaba a sí mismo? No era eso lo que le impulsaba a confesarle lo que sentía, sabía muy bien que su propia cautela le habría impedido hacerlo. No, no era eso. Quizás no se hubiese decidido si no la hubiera sentido esa mañana temblar entre sus brazos y entregarse a su beso de aquella forma, algo que le hizo creer en ese instante que eso mismo que él sentía por ella, de ese modo tan imprevisible y lejano a su control, era lo que la impulsaba a ella a corresponderle así.


Pero ya poco le importaba, tampoco valía la pena lamentarse por el tiempo perdido. Viéndola en aquella cama débil e indefensa lo único importante eran sus deseos de cuidarla, protegerla ante todo mal... si al menos ella me lo permitiese -pensó antes de caer bajo el embrujo de morfeo...


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El viento helado se arremolina entre los pliegues de mi vestido y mis largos cabellos. No sé muy bien donde me encuentro, sé que es un jardín pero nunca había estado en él. Un pequeño sendero repletos sus bordes de centenares de capullos de rosa blancos va dirigiendo mis pasos... a dónde... aún no lo sé, sólo alcanzo a ver una pequeña colina al final del camino.


Sin embargo, conforme voy recorriendo aquella sinuosa senda y como si un halo maligno se creara tras mis huellas, todos sus pétalos se colorean de muerte, negros. Me detengo cerca de uno de los rosales e, inclinándome, intento tomar una de aquellas flores, pero mi simple tacto la convierte en cenizas... Las lágrimas asaltan mis ojos, no entiendo que sucede ni como he llegado hasta aquí. Alzo mi vista y, tratando de no moverme demasiado para no continuar con ese rastro de muerte, observo a mi alrededor.


Sobrecogida acierto a vislumbrar que desde ese punto del camino dos mundos completamente distintos se abren ante mí, como las dos caras de una misma moneda. Por una parte veo su lado oscuro y tenebroso, lleno de muerte y dolor, de flores marchitas y hedor. Mas si giro un poco mi rostro el brillante sol se refleja en la pequeñas gotas de rocío que adornan los blancos botones florales, tan puros y limpios, llenos de un aroma embriagador y de blanca luz. La indecisión se apodera de mí, ¿debo continuar hacia ese amanecer que despunta tras la colina, que me espera al otro extremo del sendero o debo desandar mi camino y sumirme en esa oscuridad desconocida y putrefacta sin continuar así con esta ola de destrucción?


Decido dar un pequeño paso al frente y, muy a mi pesar, decenas de arbustos se marchitan al instante. ¿Cuántos más tendría que sacrificar para llegar al final? Tras de mí, en la lejanía resuena una malévola y aguda risa de mujer, dispuesta a burlarse de la encrucijada en la que me hallo, como si ya supiera de antemano cual va a ser el desenlace. Respiro profundamente y decido continuar, trato de no mirar atrás, la visión de esa desolación rodeándome es también mi propia desolación al creer que nunca llegaré a mi destino.


Paso a paso ese miedo se acrecienta, elevo mis ojos y esa colina parece cada vez más lejana, aunque, durante un segundo, mis anhelos parecen jugar de forma engañosa con mis sentidos pues, recortando el horizonte, una silueta se desfigura contra el sol. Apremio mi caminar, y doy gracias al comprobar que mis ojos no me están traicionando. No sólo se hace más claro ese perfil que rasga el cielo sino que reconozco a quien pertenece. Su rubio cabello a merced del caprichoso viento... casi me parece estar viendo sus ojos azules observándome. No obstante y, aun estando lejos, distingo en su semblante cierta angustia al desviar su mirada hacia el escenario tan sombrío que se alza a mi alrededor.


En ese instante detengo en seco mis pasos. Quizás no debería continuar, conforme me acerco a él, del mismo modo lo hace esta oleada de podredumbre y muerte que me persigue. ¿Qué pasaría si a él también lo envolviese? ¿Este maligno embrujo causaría el mismo efecto en él? Viendo las flores marchitas que va sembrando mi andadura, el terror se apodera de mí y la voluntad para seguir parece abandonarme...


Tu figura grácil envuelta en ese vestido celeste como el cielo límpido, tus cabellos negros ondeando contra el viento, el brillo violáceo que desprenden tus ojos... nada de eso puede quedar opacado, ni siquiera por ese oscuro averno que se eleva en torno a ti. Sigues presentándote bella y majestuosa, perfecta ante mis ojos. Imagino tu temor ante semejante panorama, yo mismo estoy aterrado, rogando por que esa cortina de tragedia no te toque. Sigues acercándote a mí, cada vez más y con cada paso tuyo una nueva gota de sosiego alimenta mi alma.


De repente, para mi desgracia, te detienes, tus ojos llenos de dudas y temor. ¿Pero por qué? ¿Acaso no sabes que en cuanto nuestras pieles se toquen se romperá este maleficio? ¿que es aquí entre mis brazos donde estarás a salvo? ¿que esta vez sí puedo protegerte de cualquier cosa que quiera dañarte? Intento gritar tu nombre, pero es sólo silencio lo que asoma a mis labios. Tampoco los músculos de mi cuerpo responden, quiero ir hacia a ti, extender mis brazos para que vengas hacia ellos pero me resulta imposible ¿son esta impotencia y esta incapacidad a causa de ese hechizo maldito? Comprendo entonces que no está en mi poder que éste se rompa, que eres tú la que debe hacerlo, la que debe luchar, confiar. "No temas" te grito con mi mente mientras busco con mi mirada la tuya, "ven a mí" .


Sigues paralizada por un segundo pero te veo recorrer con tus ojos tu alrededor, por última vez, antes de fijar tu mirada en la mía, como si te hubieras convencido por fin de que ese es tu norte, el rumbo de tu destino. Apresuras tu caminar, cada vez estás más cerca, al igual que la espesa oscuridad, mas ya no importa, pronto desaparecerá. Sendas sonrisas se dibujan en nuestros rostros y este tormento que trata de derrotarnos parece llegar a su consumación. Finalmente alzas tus brazos y te lanzas a los míos, y, tal y como había supuesto, todas las tinieblas se derrumban dando paso al día más luminoso que jamás hayamos podido contemplar y todo vuelve a florecer, incluso más allá de lo que puedan ver nuestros ojos. Con tu contacto, y acudiendo a mí la más completa dicha, rompes también estas cadenas invisibles que atan mi cuerpo y puedo así estrecharte entre mis brazos. Tu respiración agitada sobre mi cuello, tu delicada figura trémula en mi pecho, tu aroma exquisito, la suavidad de tu piel y mis deseos de embriagarme de ti hasta aturdirme... eso es lo único que ocupa mi mente. Busco tus labios con vehemencia, no hay tiempo para las palabras, sólo para saciar esta sed, esta necesidad de ti que me invade cada vez que te tengo cerca. Tu cuerpo responde a mis demandas sin demora, entregándote a mi abrazo y entreabres tus labios permitiéndome saborear la ambrosía de tu boca. Con la unión de nuestros labios, de nuestros cuerpos, nuestras almas entran en armonía formando una sola y sabemos que así será por siempre...


El barullo que sonaba en el patio lo despertó. Jasper se sentó en la cama sobresaltado. Viendo la altura a la que se encontraba el sol desde su ventana supo con certeza que se había dormido. Rió para sí pensando que qué rey que se preciase acudiría tarde a cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, era de esperarse tras dos días de duermevela. Además, hubiera preferido seguir durmiendo y disfrutar de aquel sueño con el que le había obsequiado la noche. Suspiró tratando de aferrar todos los recuerdos posibles de él, antes de que la consciencia borrase los últimos retazos que aún persistían en su mente. Aquel sabor conocido aún endulzaba sus labios y la tibieza de su piel aún se extendía por sus manos. Y aunque había sido un sueño delicioso lo que le producía mayor felicidad era el saber que no pasaría mucho tiempo hasta que pudiera sentirla así otra vez entre sus brazos.


Casi de un salto salió de la cama y se apresuró a ponerse las calzas y la camisa. Con un poco de suerte aún hallaría a su familia tomando el desayuno. Se sentó en la butaca para colocarse las botas cuando alguien abrió la puerta irrumpiendo en el dormitorio.


-Disculpadme, Majestad -se excusó rápidamente María. -No pensé que siendo tan tarde aún os encontrarais en vuestra recámara.


-Sí, ya lo sé -rezongó Jasper mientras continuaba atando sus botas.


-Puedo retirarme si lo deseáis -le dijo con voz demasiado melosa para el gusto de Jasper.


-No, me marcho enseguida -le aclaró con voz ausente.


-Podría ayudaros a vestiros, Majestad -le insinuó acercándose a él.


-No te molestes -respondió sin apenas prestarle atención, preguntándose si Alice habría encontrado fuerzas suficientes como para levantarse esa mañana.


En realidad no sabía si sus piernas serían capaces de sostenerla en pié pero, aquella mañana tan luminosa y, por que no admitirlo, aquel maravilloso sueño que le habían regalado las ninfas nocturnas, habían conseguido colmar su cuerpo de energía y fuerza renovadas. Y no sólo eso, a pesar de que una gran duda aún ennegrecía su alma, una nueva esperanza florecía en ella. No sabía muy bien como iba a hacerlo, ni que iba a decirle, pero estaba decidida a presentarse frente a él y... dejar que todo fluyera.


Dio unos cuantos pasos por la habitación y se complació al ver que habían desaparecido los mareos. Se acercó hacia el cofre de los vestidos dispuesta a buscar el más bonito cuando escuchó ruidos en la recámara anexa, Jasper estaba ahí. Sin pensarlo, sin dudarlo y, craso y desgraciado error, sin llamar a la puerta, la abrió, encontrándose así con la última escena que esperaba presenciar. Jasper de pié cerca de la cama mientras María le ofrecía la túnica y su cincho, cual amante prestando sus atenciones a su amado.


-Buenos días, mi señora -la saludó sorprendido.


Alice no respondió. Quedó impávida frente a ellos sin ser capaz de reaccionar.


-¿Os encontráis bien? ¿Necesitáis algo? -titubeó preocupado en vista de su expresión, y, aunque feliz de verla, sin comprender muy bien lo repentino de su aparición.


-Sí... No -salían las palabras atropelladamente de su boca. -En realidad quería preguntaros si habíais visto el "Razón de amor"-se apresuró a mentir. -Lo tenía en mi cómoda hace unos días pero no lo encuentro.


-Sí, yo lo tomé -afirmó extrañado. -Enseguida os lo traigo -dijo mientras se dirigía a la cómoda que había en el otro extremo de la recámara.


Alice lo intentó de todas las formas posibles pero le fue completamente imposible no dirigir su mirada hacia María. Para su mayor desazón, se encontró con una sonrisa veleidosa y una mirada de ojos ladinos, llena de suficiencia y satisfacción. Sin duda sabía muy bien el efecto que había causado en Alice el haberla encontrado allí.


-Aquí lo tenéis -se lo ofreció. Pero Alice parecía no escucharle, apoyada sobre el quicio de la puerta, pálida y cabizbaja.


-¿Estáis bien? -preguntó alarmado.


-Sí, es sólo un vahído -fingió. -Definitivamente no debía haber salido de la cama -concluyó girando sobre sus talones volviendo a su habitación.


-Dejadme que os ayude...


-No -le cortó ella -y disculpadme por la intromisión -añadió cerrando la puerta, dejando a Jasper con el libro en la mano e inmerso en la confusión