Dark Chat

domingo, 13 de febrero de 2011

Guerrero del Desierto

CAPITULO VI

Cuando Edward regresó de hacerle una consulta de último momento a uno de los guías, Bella estaba encogida en su lecho y medio dormida. Una sensación de ternura lo invadió. Parecía muy pequeña y frágil, pero al mismo tiempo podía hacerle sentir muy intensamente. Demasiado. En medio de la noche se despertó y se incorporó de pronto. Edward casi podía oler el miedo que la invadía. Se levantó y le hizo volver a tumbarse entre sus brazos.

-¡Edward! -exclamó volviéndose ciegamente hacia él.

-Estoy aquí, Mina -dijo tomándole las manos y abrazándola con fuerza contra su cuerpo.

-Edward -repitió ella con voz apenas audible esta vez, pero no con menos angustia que antes. Se agarró a sus hombros con sus pequeñas manos.

-Sssh. Estás a salvo, mi Bella -la reconfortó él acariciándole la espalda. Como siguiera temblando, la tumbó de espaldas y apoyó su cuerpo contra el de ella. Parte de la tensión pareció desaparecer al sentir el peso de él contra ella-. ¿Mina?

-Te hicieron daño.

-¿Quiénes?

-Los hombres de los camiones. Pensé que ellos te separaban de mí.

-Estoy a salvo -contestó él. No se le había ocurrido que su revelación pudiera tener un efecto tan potente-. No lo consiguieron. No me has perdido -la miró y como ella pareciera no estar de acuerdo, la apretó ligeramente-. No quiero que te preocupes por esas cosas.

Entre los brazos de Edward, pareció que los miedos de Bella comenzaban a disiparse.

-Lo intentaré. Seguramente lo he soñado porque estaba cansada.

-No volveremos a hablar de ello nunca más.

-Espera

-Está decidido. Puedes enfurruñarte si quieres, pero no volveremos a hablar de ello.

-No puedes decidirlo tú solo -dijo ella.

-Sí que puedo -contestó él con tono neutral, aunque con determinación férrea.

Despierta, volvió a pensar en la pesadilla. Al contrario que en ella, los asesinos reales no habían conseguido su objetivo, pero habían roto la conexión entre Edward y ella; habían hecho trizas cualquier resto de lazo que pudiera quedar después de que ella lo abandonara.

El orgullo de un hombre era algo muy frágil.

El orgullo de un guerrero era su arma más poderosa.

El orgullo de un jeque era el pilar sobre el que se cimentaba el honor de un pueblo.

En la persona de Edward se juntaban los tres y ella tenía que aprender a tratar con ello.

-Vamos a acabar lo que empezamos anoche.

-No. No quiero que nada te perturbe -dijo Edward. Aunque no le sorprendía la testarudez de Bella, su intención primordial era protegerla. Cada vez que recordaba la forma en que la había visto temblar de miedo la abrazaba con más fuerza.

-Soy mayor. Puedo soportarlo.

-No -no permitiría que se hiciera daño.

-¡Edward! No hagas eso. Mantenerme en la ignorancia no es una manera de protegerme -protestó Bella rígida por la frustración que sentía-. Ya no tengo dieciocho años.

-Tal vez no -contestó Edward sorprendido de que Bella hubiera comprendido sus motivos.

-Entonces los asesinos...

-Sabes todo lo que tienes que saber, Mina. Lo sabes -dijo él sintiendo de nuevo el dolor.

-Lo siento -dijo Bella tras un pequeño silencio.

Incapaz de soportar que Bella sufriera, la estrechó contra su pecho con más fuerza y le contó historias del desierto y de su pueblo, y tras un rato, volvió a sonreír.

El cuarto día de viaje por la mañana se dirigieron hacia la pequeña ciudad industrial de Zeina. A pesar de su carácter funcional, el diseño de los edificios de hormigón y acero seguía unas líneas suaves. Para la sorpresa de Bella, pasaron la ciudad hasta llegar a un lugar donde se arracimaban montones de tiendas de colores sobre la arena del desierto.

-Bienvenida a Zeina -susurró Edward a su oído.

-Pensé que Zeina era eso de ahí atrás -dijo ella volviendo la cabeza para indicar la ciudad que acababan de dejar atrás.

-Eso es parte de Zeina, pero esto es el corazón.

-No hay casas, solo tiendas -dijo ella en voz alta.

-Jacob y su gente lo prefieren así. Y mientras ellos sean felices, yo no tengo nada que objetar.

-Supongo que la mayoría trabajará en el sector industrial; ¿cómo lo hacen aquí?

-Hay camellos para aquellos que prefieren vivir a la antigua usanza y también vehículos todoterreno -dijo Edward riendo.

-¿Y por qué no hemos venido en uno?

-Algunas zonas que hemos atravesado son demasiado sinuosas incluso para esos vehículos. Además, hacen mucho daño a los delicados ecosistemas del desierto. Pero, para cubrir la distancia que los separa de las fábricas son muy útiles -explicó-. Puede que la gente de Jacob sea gente chapada a la antigua, pero también son eminentemente prácticos. ¿Ves esas tiendas azules?

-Hay bastantes.

-Parecen iguales a las otras, pero mira más atentamente.

-¡No se mecen con el viento! ¿De qué están hechas? ¿Plástico?

-Son de un tejido muy resistente creado por nuestros ingenieros -explicó Edward-. Hay una por cada cuatro familias para uso sanitario.

-Muy ingenioso -dijo Bella impresionada por la forma tan creativa en que lo nuevo y lo antiguo se mezclaba.

-Jacob lo es.

Poco después conoció al intrigante Jacob. Era un hombre como un enorme lobo , con una barba cuidadosamente recortada, pero su cálida sonrisa hacía desaparecer su aspecto amenazador.

-Bienvenidos -dijo saludando a la comitiva y haciéndolos pasar a su enorme tienda-. Sentaos, por favor.

-Gracias -Bella sonrió y se sentó sobre uno de los lujosos cojines que había alrededor de una pequeña mesa.

-Te prohíbo que le sonrías a este hombre.

Bella miró a su marido desconcertada.

-¿Acabas de prohibirme que le sonría al hombre que nos hospeda en su casa?

La sutil reprimenda hizo que Edward curvara los labios en una inexplicable sonrisa y Jacob aulló de risa. Bella miró de hito en hito a ambos, consciente de que se había perdido algo. Al ver que Edward seguía sonriendo con un brillo de niño travieso en los ojos y que Jacob seguía riendo a carcajadas, levantó las manos.

-Estáis locos los dos.

-No, no -respondió Jacob cuyos hombros seguían temblando de risa-. Lo que le pasa a este es que teme mi poder con las mujeres.

Intrigada, Bella se volvió hacia Edward en busca de explicación, pero él sólo sonrió. Sacudió la cabeza y se esforzó en seguir la conversación que no podía ser en inglés, ya que su anfitrión no tenía la fluidez necesaria para captar las pequeñas sutilezas del lenguaje.

-Mis disculpas -dijo Jacob frustrado por ello.

-Oh, por favor, no digas eso -respondió ella-. Esta es su tierra. Soy yo la que debería aprender tu idioma, y para ello, será mejor que esté rodeada de gente que lo hable.

El hombretón pareció aliviado. Edward apretó ligeramente las manos de Bella en señal de agradecimiento. Su mano cálida y fuerte representaba gran parte de lo que él era.

-Es suficiente -anunció Jacob en inglés-. Sería un anfitrión horrible si prolongara esta conversación sin haberos dado la oportunidad siquiera de cambiaros esas ropas polvorientas del viaje -y diciendo esto descruzó las piernas y se levantó con una agilidad asombrosa para un hombre de su tamaño.

-Terrible -admitió Edward, pero sus ojos estaban llenos de alegría mientras seguía el ejemplo del otro hombre.

-Vuestra tienda debería ser mayor. Os dejaría la mía pero tu marido no quiere que lo trate como a un miembro de la realeza -dijo Jacob haciendo gestos a Edward por encima de la cabeza de Bella. La pobre estaba acorralada entre los dos hombres.

-Si me metiera en esa caverna que llamas tienda la gente no se acercaría a mí tan dispuesta como lo hace cuando estoy en una tienda más parecida a las de tu pueblo -dijo Edward, y sin dejar de caminar, alargó el brazo para colocarle a Bella el turbante para que la protegiera del sol-. Contigo es diferente. Te conocen desde siempre.

-Este -dijo señalando hacia una tienda de color pardo-, será vuestro hogar durante los próximos tres o cuatro días.

A pesar del aspecto externo un tanto feo, el interior estaba decorado con gran belleza. Los cojines multicolor que había repartidos por doquier y los adornos colgantes de seda hacían brillar la estancia. Encantada, Bella asomó la cabeza entre los cortinajes que servían para separar la habitación en dos partes y descubrió un suntuoso dormitorio.

-Gracias. Es maravilloso -exclamó ella ofreciéndole una de sus radiantes sonrisas a Jacob. Este pareció desconcertado.

-Ya puedes irte -dijo Edward con una mueca-. Tengo que hablar con mi esposa de las sonrisas que va regalando tan fácilmente.

Jacob se rió y se marchó a continuación, pero no antes de guiñarle a Bella un ojo. Ella corrió entonces hacia su marido para darle un beso.

-¿Por qué me prohibiste que le sonriera a tu amigo?

-Porque gusta mucho a las mujeres. Es un provocador -contestó él con tranquilidad.

-A mí me parece que es muy gentil.

Era extraño ver a su marido de un humor tan juguetón y tenía toda la intención de disfrutar de ello al máximo.

-¿De veras? -preguntó él tomándola en brazos hasta que sus ojos estuvieran al mismo nivel que los de él. ,

-Mmm -Bella se ancló al cuerpo de Edward con brazos y piernas-. Pero creo que tú lo eres más.

La sonrisa de Edward era puramente varonil. La recompensa que recibió por su sinceridad fue un cálido beso.

Cenaron en la tienda de Jacob con este y otros miembros del campamento. A Bella le gustaba ver a su jeque entre la gente del pueblo. Estaba magnífico. Era un hombre que gozaba de un poderoso carisma, brillante y muy seductor.

-¿Están a tu gusto los aposentos? -preguntó Jacob.

Bella tuvo que obligarse a dejar de mirar a su marido, consciente de que en ese momento Edward la miraría. La forma en que siempre la tenía presente, incluso en medio de una ruidosa cena, la llenó de ternura.

-Es preciosa. Gracias -sonrió-. Se me ha prohibido sonreírte porque gustas mucho a las mujeres.

-Es una maldición que tengo que soportar -dijo él acariciándose la barba-. Hace que encontrar una esposa sea tarea difícil.

-¿Difícil? -preguntó Bella, que creía haber entendido mal.

-Sí -dijo él con aspecto compungido-. ¿Cómo podría un hombre elegir una sabrosa fruta cuando todos los días se encuentra ante un huerto lleno?

Bella se llevó una mano a la boca para evitar reír ante la audacia de aquel hombre. No había duda de que él y Edward eran amigos. Justo en ese momento, su marido la tomó de la mano. Aunque le estaba hablando a alguien, era indiscutible que quería que también ella le prestara atención. Sabía que no estaba preocupado por Jacob y las mujeres, y fue por eso por lo que su movimiento tan posesivo la sorprendió.

-Es como un niño, incapaz de compartirte -dijo Jacob y en ese momento se inclinó hacia ella-. En eso tiene razón.

Bella ignoró lo último y se concentró en lo primero que le había dicho. Edward no quería compartirla con nadie... a veces. Le gustaba que se relacionara con la gente y tuviera amigas como Alice. Sin embargo, parecía querer tenerla siempre cerca.

Lo que no sabía era si la quería tener cerca porque la necesitaba, o porque no confiaba en ella y por eso no la quería perder de vista.

-Hoy, tengo la intención de visitar varias minas de Rosa de Zulheil -dijo Edward tumbándose tras dar por terminado el desayuno a la mañana siguiente. El poder y la belleza de su impresionante musculatura dejó a Bella sin aliento-. Será necesario un largo camino sobre un camello, así es que desafortunadamente no me acompañarás.

-Tal vez la próxima vez. Cuando volvamos a casa, me enseñarás a montar en esas bestias -dijo ella haciendo una mueca de decepción.

-Lo haré, Mina -dijo él-. Mientras estés aquí, a lo mejor deseas... no sé la palabra, pero sería bueno si caminaras entre el pueblo.

-¿Quieres que me mezcle?

-Sí. Especialmente con las mujeres. Aquí, en el desierto, tienden a ser más tímidas que en las ciudades.

-¿Entonces quieres que hable con ellas y me asegure de que se encuentran bien?

-Tú eres una mujer y eres muy amistosa, sobre todo si sigues sonriendo a destajo -dijo él asintiendo con la cabeza. Su tono era de regañina, pero su expresión era de aprobación-. La mayoría de los ciudadanos de Zeina tratarán de venir a conocernos. Así fortalecemos los lazos que unen a los distintos pueblos del país. Los hombres suelen querer hablar conmigo pero las mujeres se encuentran mejor contigo.

Bella se mordió el labio inferior súbitamente indecisa, sobre todo al ver que el cuerpo relajado de Edward se tensaba.

-¿No te apetece hacerlo?

-Oh, sí. Es solo que... ¿crees que podré hacerlo? No soy más que una mujer normal. ¿Tu pueblo se acercará a hablar conmigo?

-Ah, Mina -dijo Edward tomándola en sus brazos y abrazándola con fuerza-. Eres mi esposa y ellos ya te han aceptado.

-¿Cómo lo sabes?

-Lo sé. Tendrás que confiar en tu esposo y hacer lo que dice.

-A sus órdenes, mi Capitán -dijo ella adoptando una expresión cómica que le hizo sonreír y besarla.

Diez minutos más tarde, Edward salía a lomos de su camello a recorrer el desierto y ella se dirigió hacia el centro del campamento.

No regresó hasta el atardecer. Tras un aseo rápido para quitarse el polvo del día, se puso una falda hasta los pies a juego con un hermoso corpiño cosido con hilos de oro y se dejó caer en unos de los divanes a esperar a su marido.

De nuevo, Edward la encontró dormida, pero esta vez tenía que despertarla para satisfacer, no deseo carnal, sino algo más peligroso.

-Despierta, mi Bella -dijo con voz áspera.

-Edward -dijo ella sonriendo y abriendo los brazos en señal de bienvenida-. ¿Cuándo has regresado?

-Hace unos cuarenta minutos. Ahora tienes que levantarte para que podamos cenar -dijo él inclinándose hacia ella para que le rodeara el cuello con los brazos.

El hecho de haber pasado el día lejos de ella por primera vez desde su boda había hecho aflorar un dolor ya viejo pero intenso, que se mofaba de él por fingir que no la necesitaba. Cuando lo cierto era que la necesitaba más de lo que ella jamás lo necesitaría a él.

-¿Con Jacob?

-No -dijo él acariciándole el pelo que le caía sobre la cara-. Solos tú y yo. Mañana cenaremos con todo el mundo.

-No te vayas. Te he echado mucho de menos -dijo ella cuando Edward hizo ademán de levantarse.

-¿De veras, Mina? -y al decirlo no pudo evitar el sesgo irónico de su voz. La necesitaba, pero nunca se lo diría.

-Sí. Te he estado esperando todo el día -dijo ella mirándolo con dulzura.

-Muéstrame cuánto me has echado de menos, Mina. Muéstramelo -y la oprimió contra su pecho con fuerza, insatisfecho.

La desnudó tan rápidamente que Bella ahogó un grito, pero no protestó. Edward la tumbó sobre la gruesa alfombra, loco de deseo al ver el contraste entre el color cremoso de su piel desnuda y la mata de cabello . Era como una fantasía pagana, un sueño hecho para volver locos a los hombres.

Rodeándole el cuello con la mano, la besó; la necesitaba. Saboreó todos y cada uno de los rincones de su boca mientras su mano libre recorría el cuerpo femenino, hasta llegar al montículo de los pechos. Entonces interrumpió el beso y se inclinó para chupar el pezón duro.

Bella perdió todo control bajo él y sus manos se enredaron en el cabello negro de Edward.

-Por favor... oh, sí...

Los sonidos entrecortados lo animaron a seguir. Le separó con suavidad las piernas con ayuda de la rodilla y se colocó entre ellas, exponiéndola a él. Apoyado en una mano, alzó la cabeza y la observó mientras con la otra mano le recorría el estómago y proseguía su camino hacia partes más íntimas. Bella entreabrió los labios y lo miró con sus ojos azules llenos de pasión en el momento en que los dedos de Edward localizaban su centro húmedo.

Le levantó las piernas para tener acceso más directo a sus secretos ocultos. Bella gimió al contacto pero eso no era suficiente para Edward. Necesitaba más. Necesitaba que Bella se rindiera ante él. Necesitaba que ella también lo necesitara a él, que lo amara tanto que nunca jamás volviera a alejarse de él.

Edward introdujo un dedo entre las piernas de Bella y el cuerpo de esta dio un salto, la piel se le humedeció mientras él agachaba la cabeza y le lamía un pezón. Bella tensó los músculos de modo que el dedo de Edward quedó íntimamente aprisionado en su interior. Tuvo que meterse un puño en la boca para ahogar los gritos de placer y, en ese momento, Edward retiró la mano, se quitó los pantalones y la penetró.

Incapaz de controlar los espasmos que la sobrecogían, se abrazó a él y le mordió el hombro para silenciar los gemidos.

A Edward le agradaba que lo hiciera. Bella estaba a punto de llegar a su límite pero él no quería rendirse aún. Apretando las caderas empujó con más fuerza, más rapidez. La estaba marcando.

-Eres mía, Mina. Solo mía.

Solo cuando Mina perdió finalmente la batalla por controlar el grito de placer y este recorrió el aire de la noche, Edward se dejó caer al vacío.

Bella se enteró de la relación existente entre ambos hombres durante la última cena que compartieron con Jacob.

-Edward pasó un tiempo en cada una de las doce tribus cuando cumplió los doce años. De esa forma aprendió la forma de vida de su pueblo.

Bella pensó que la experiencia debió haber sido extremadamente solitaria. Habría vivido como uno de ellos pero teniendo siempre en cuenta que en un futuro se convertiría en su líder, lo que lo separaría del resto.

-Llegó a Zeina con quince años y nos hicimos amigos -continuó Jacob.

Las palabras de Jacob eran sencillas, pero Bella notó que sus sentimientos eran muy profundos. Su esposo no confiaba en los demás a la ligera, y cuando alguien traicionaba su confianza...

-Y habéis sido amigos hasta ahora -dijo Bellla con una sonrisa, tratando de no pensar en la aprensión que le atenazaba la garganta.

-Es mi amigo -asintió Jacob-, pero también es el jeque. Asegúrate de que es para ti un marido, no un jeque.

El consejo le recordó los pensamientos que había tenido hacía no mucho tiempo. Sabía que Edward necesitaba libertad para desprenderse de la carga que significaba ser el jeque, aunque solo fuera durante un par de horas al día. Algo fácil de decir pero difícil de llevar a la práctica.

Aquella noche, Bella se sentó con las piernas cruzadas sobre el edredón de seda y observó a Edward mientras se desnudaba a la cálida luz de las lámparas. Se giró entonces y la llamó con un gesto de lo más aristocrático. Ella se levantó y se dirigió hacia él: sabía lo que quería aunque no hubieran mediado una palabra. Comenzó a ayudarlo a quitarse la ropa dejando al descubierto su bello cuerpo, un cuerpo que ardía bajo el leve contacto de ella.

-Serías una esclava perfecta en un harén -comentó él.

-Me parece que el ambiente de este territorio primitivo no te hace ningún bien -dijo ella mordiéndole en la espalda.

Edward se rió entre dientes de la respuesta de Bella. Esta retrocedió cuando Edward sólo llevaba encima los calzones blancos y ligeros. Para su asombro, se los quitó sin dejar de mirarla. No era que nunca lo hubiera visto desnudo antes, era simplemente que antes él nunca había actuado de una forma tan agresiva sexualmente. Ni cuando le había hecho el amor lleno de furia la noche anterior había sido tan... insultante.

Era un guerrero fornido que controlaba su fuerza por su mujer. Sabía que nunca Edward le haría daño físico, lo que hacía más atractiva su masculinidad. Entreabriendo los labios por el deseo que sentía, alzó la cabeza y lo miró a los ojos, entre las sombras que se formaban en la habitación débilmente iluminada.

-Tienes demasiada ropa encima para ser una esclava de harén -murmuró él y, sacándole el camisón por la cabeza, la dejó completamente desnuda.

-¿Y qué pasa con las mujeres? -consiguió articular Bella, aunque tenía la garganta seca por la necesidad y sus pensamientos eran como una madeja embrollada.

-¿Mmm? -dijo él acariciándole el cuello.

Bela se había dado cuenta de que esa caricia era la favorita de Edward como preludio a una noche de amor, además de ser un gesto afectuoso.

-¿Ellas tienen harenes?

-¿Quieres tener un harén, Mina? -preguntó él mirando sus ojos sonrientes.

Bella frunció el ceño como si lo estuviera considerando en serio y él la apretó con fuerza.

-De acuerdo, de acuerdo. Creo que podré arreglármelas con uno solo cada vez-dijo finalmente.

-Solo me tendrás a mí -dijo él con un gruñido. Bella sonrió y sin pararse a pensar dijo:

-Por supuesto. Tú eres el único a quien amo. Edward se puso rígido como una roca. Bella deseó poder retroceder en el tiempo y evitar su apresurada declaración. Edward no estaba preparado aún; ella lo sabía, pero sus palabras estaban tan enraizadas en su corazón que se le habían escapado antes de que pudiera detenerlas.

-No es necesario que me digas esas cosas -dijo él, que se había vuelto de pronto frío como el hielo.

-Lo he dicho en serio. Te amo -no había vuelta atrás. Tuvo que olvidar su orgullo y mirándolo, le rogó en silencio que la creyera.

-No puedes amarme -dijo Edward cuyos ojos se habían vuelto negros a la luz de las lámparas.

-¿Y cómo puedo hacer que creas que sí te amo? -dijo ella sintiendo profundamente que la alegría y la risa hubieran desaparecido.

Era tarde. Cuatro años tarde.

En el pasado, la había engañado con su forma de controlar sus sentimientos haciéndola creer que simplemente no eran tan profundos como los de ella. Pero esta vez, aunque demasiado tarde, se daba cuenta de que le había entregado su corazón de guerrero y ella lo había tirado ignorando lo que verdaderamente significaba para él.

¿Cómo podía creerla después de semejante traición?

Cuando la besó, ella se dejó llevar por el abrazo, tragándose las lágrimas. Edward jugaba con ella como si fuera un instrumento bien afinado, arrancándole notas de placer, pero no le daba su corazón en sus encuentros.

Cuando Bella se despertó Edward no estaba. Lo echaba de menos. Echaba de menos su sonrisa, sus caricias mañaneras, su cuerpo encajando con el de ella de una manera que nunca creyó posible entre un hombre y una mujer.

Bella se levantó rápidamente y corrió al cuarto de baño cuando los recuerdos amenazaban con hacerla llorar. Estaba buscando un sujetador cuando la tienda se abrió a su espalda y una brisa cálida le rozó la piel. Temerosa, se giró y miró por encima del hombro.

-Oh -dijo visiblemente aliviada.

-¿Esperabas a alguien? -preguntó Edward alzando una ceja. La puerta de la tienda se cerró tras él ocultando la incipiente claridad del día.

Bella se sonrojó. Nadie se atrevería a entrar en esa tienda sin permiso expreso del jeque.

-Es solo que no me acostumbro a que estas tiendas estén tan abiertas -respondió ella y con un escalofrío se giró y tomó el sujetador.

-Déjalo.

La orden brusca e inesperada de Edward la sorprendió haciendo que la prenda de encaje y raso cayera al suelo. La sensación del pecho desnudo de Edward contra su espalda la sorprendió aún más. Cuando entró estaba completamente vestido y le había vuelto la espalda hacía solo unos segundos. A diferencia de la noche anterior, sus manos se mostraban impacientes mientras abrazaban sus pechos y jugueteaban con sus pezones. Bella no podía escapar. Edward se estaba mostrando un poco brusco y muy posesivo.

Deslizó una mano bajo su falda, e introdujo un dedo entre los muslos de Bella mientras continuaba acariciándole el pecho con la otra mano.

-Estás preparada -dijo él con una voz profunda que traslucía satisfacción, como si estuviera muy complacido ante la reacción de Bella.

Antes de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, le quitó la falda dejando el trasero al descubierto. Demasiado ansiosa para sentirse turbada, le apretó los muslos a Edward cuando este le rodeó las caderas con las manos y la atrajo con fuerza hacia él haciéndola deslizarse sobre su miembro tan lentamente que creyó que iba a volverse loca.

-Edward, sí, sí -gimió-. Oh, sí.

A juzgar por la manera en que Edward gemía igualmente y le daba lo que ella quería, Bella sabía que a él le gustaba verla ansiosa, le gustaba la forma en que lo animaba a ir más rápido. Bella alcanzó el orgasmo con una fuerza atroz. Sabía que lo había arrastrado a él con ella, y sus jadeos se habían unido.

Después, la sostuvo en el regazo, sus cuerpos aún unidos. Ella levantó la cabeza y la apoyó en el hombro firme de él tratando de calmar los latidos de su corazón.

-¡Vaya!

Edward rió entre dientes y le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

-¿No ha sido demasiado rápido? Creía que a las mujeres os gustaba ir despacio.

Su tono era de absoluta provocación, instándola a negarle que hubiera ardido como una hoguera entre sus brazos.

-Eres un provocador terrible, pero estoy demasiado saciada para ponerme a discutir contigo.

-Así es que esto es lo que tengo que hacer para que me des la razón en todo -dijo él riendo-. Resultará agotador.

Bella también rió. Edward cerró las manos sobre los pechos de ella a modo de caricia final antes de retirarse de mala gana.

-Tenemos que prepararnos para marchar, mi Bella. Es hora de volver a casa.

Justo antes de salir de la tienda, Bella inspiró profundamente y le puso la mano en el brazo musculoso. Edward le ofreció una sonrisa indulgente, disfrutando aún de los efectos del sexo matutino.

-¿Qué te pasa? Te prometo que jugaremos más cuando lleguemos a casa.

La provocación la hizo sonrojarse. Era como si la noche anterior nunca hubiera tenido lugar. Su marido había regresado. Pero eso no era suficiente. Si le dejaba a Edward negar el amor que ella sentía por él, entonces esa vida a medias sería lo único que lograría de él. Y estaba cansada de no ser nunca lo suficientemente buena.

-Si sigues abriendo así los ojos, estallarán -dijo Edward pasándole un dedo por los labios.

-Lo dije en serio. Te amo.

El rostro de Edward sufrió un cambio repentino: ya no era abierto y juguetón sino totalmente reservado.

-Tenemos que irnos -y diciendo eso se dio la vuelta y salió de la tienda.

Bella sintió que una hoja afilada le rasgaba el interior. Le dolía que no reconociera que lo amaba pero merecía la pena luchar si con ello conseguía recuperar lo que había perdido por culpa de su ingenuidad.

Edward esperó a Bella fuera de la tienda controlando sus emociones para que nadie pudiera notarlas en su rostro. No estaría bien que su pueblo viera que su jeque era un ser atribulado.

¿Por qué Bella había hecho algo así? ¿Acaso pensaba que podría controlarlo por el simple hecho de declararle su amor? Era muy fácil decir las cosas y... romper promesas. El le había ofrecido su corazón y su alma cuatro años atrás y ella lo había rechazado como si fuera algo sin valor después de haberle prometido amor eterno. Aunque él nunca dejaría que ella lo supiera, el golpe sufrido aún le dolía.

Una parte de él quería creerla cuando esta le decía que ya no era la niña asustada que se había rendido al sentirse presionada, sino una mujer lo suficientemente fuerte como para luchar por él aunque estuviera furioso. Sin embargo, Edward se negaba a escuchar esa voz. Su corazón tenía abierta la herida aún y no podía creer el compromiso que Bella defendía.

Solo a fuerza de voluntad había conseguido ocultarle esa parte de él que había quedado fascinada por ella. Le sorprendía lo cerca que había estado de entregarle de nuevo su corazón, aun cuando era evidente que ella no confiaba en él.