Dark Chat

miércoles, 14 de julio de 2010

Mi corazón en tus manos

CAPÍTULO 29

Mi amada Rosalie:

Hay tantas cosas que quisiera decirte y tan pocas que me atrevería a declarar libremente... aunque, con el simple hecho de leer el encabezado de esta carta y la forma en la que me dirijo a ti, poco más queda ya que ocultar a los ojos del mundo.

Cuando tu primo, seguramente sin ser consciente de ello, me ha obsequiado con la dicha de mandarte una nota con el Rey Carlisle he tenido la tentación de hacerlo de la manera más formal, distante y respetuosa en que el trazo de mis dedos me lo hubiera permitido, pero una punzada dolorosa en mi corazón me ha castigado de antemano por haberme planteado durante ese segundo el haber llevado a cabo esa farsa, que no nos habría servido a ninguno de los dos más que para llenarnos de tristeza y desilusión.

Mi amor, no pienses que ha sido por cobardía o debido a mis antiguos temores. Creo que dejé patente con mis palabras y mis besos que todo aquello quedó atrás y mi promesa de volver a ti sigue tan firme como aquel día. Sabe que si algún atisbo de duda llega a asaltarme es porque pienso en tu bien... Sí, mi amor, sé que para ti yo soy tu bien pero no me habría gustado que hubieras tenido un enfrentamiento con tu tío por el contenido de esta carta sin estar yo presente para defender nuestro amor. Sin embargo, tengo la certeza de que Su Majestad es un hombre íntegro y discreto y por eso confío en que te la entregue sin, ni siquiera, haberse planteado el hecho de revisarla.

Rosalie, cada vez queda menos para que regrese a ti. Al menos ya hemos cumplido con la parte principal y esencial de nuestra misión, que era encontrar a la Reina. No sabes, el que hayamos tenido éxito en esa empresa ha contagiado todo el campamento con una gran animosidad y renovadas ansias de luchar contra el villano de Laurent... aunque yo, a quien espero tener pronto frente a mí es a ese bastardo de James. Juro que pagará con su vida la osadía de haber puesto sus ojos sobre ti.

Mas no seguiré perdiendo el tiempo hablando de él, déjame hacerlo repitiéndote cuanto te amo y cuan profundo te llevo en mi alma y mi corazón. Y vuelvo a reafirmar la promesa que te hice de volver a ti y te aseguro que, a partir de ese momento, nada me apartará de tu lado, únicamente tú tendrás la potestad para ello.

No puedo engañarte, aún cavilo en la manera apropiada de plantearle nuestra relación a tu hermano, no quisiera que mi cariño te arrebatara el de los tuyos, pero me temo que ambos estamos de acuerdo en que es un riesgo que debemos correr. Tú me diste motivos más que suficientes para no renunciar a ti y mi corazón tampoco me lo permitiría. No nos queda más que confiar en que la fuerza de nuestro amor nos ayude a superar ya no sólo este obstáculo, sino cualquiera que se nos pueda presentar en nuestra vida juntos, porque así es como quiero vivir cada uno de los días que la Divina Providencia me otorgue, junto a ti, siempre.

Te envió en cada una de las palabras que componen esta misiva todo mi amor. Atesóralo, mantenlo vivo en tu corazón hasta mi regreso. Así es como mantendré el tuyo en mi pecho hasta el día en que pueda volver a sentirte entre mis brazos, en mis labios.

Mi amor y mi corazón te pertenecen, al igual que todo mi ser. Soy tuyo hasta el fin de nuestros días.

Emmett.

Emmett releyó por segunda vez el contenido de aquella carta. No alcanzaba ni a cubrir una mínima parte de todo lo que ocupaba su interior en esos instantes, pero él siempre se había considerado un hombre de hechos y acciones, no de palabras que bien se podía llevar el viento. La plegó con sumo cuidado y la lacró, tras lo que salió de la tienda para entregársela a Carlisle.

-Majestad -vaciló un instante antes de alargar su mano.

-Me alegro de que te hayas animado a escribir a Rosalie -le sonrió afable. Emmett no pudo evitar sorprenderse.

El Rey tomó la misiva y tras guardarla en el interior de su túnica se acercó a él.

-Estoy seguro de que tus palabras alegrarán a mi sobrina, aunque más seguro estoy de que rebosaría en dicha si las escuchara directamente de tus labios -musitó por lo bajo, con tono más que intencionado. Emmett permaneció estático, atónito mientras recibía una palmada cariñosa en su hombro. Cuando Carlisle se alejó de él para atender la llamada de su hijo, Emmett aún reflexionaba sobre aquellas palabras que tanto habían declarado en tan poco. Apenas se atrevía a pensarlo pero ¿Acaso el Rey estaba al tanto de los sentimientos que ambos compartían? Y lo que aún era más insólito ¿Acaso lo aprobaba?

-Capitán -la voz de Francis lo sacó de su ensimismamiento. -Ya están llegando los hombres con la carroza que transportará a la Reina.

-Excelente, que la acerquen lo máximo posible -le pidió. -Iré a avisar a Su Majestad.

Con paso decidido se encaminó hacia la tienda donde reposaba la Reina. Alice debía partir cuanto antes, era una de las ventajas con las que contaban.

-¿Puedo pasar, Majestad? -aguardó tras la cortina a que le permitieran su acceso.

-Claro, entra -le anunció Jasper.

Cuando lo hizo, en lo primero que se posaron sus ojos fue en la resplandeciente sonrisa que se dibujaba en el rostro aún pálido de su princesita, quien, con los brazos extendidos clamaban por él.

-¡Emmett! -insistió ella en su demanda a la vez que Jasper se levantaba del camastro, apartándose, con gesto permisivo.

El joven ocupó ese mismo espacio sentándose frente a Alice quien no tardó en rodear su cuello con sus pequeños brazos y hundir el rostro en su fuerte pecho. Emmett miró con cierta culpabilidad a Jasper, que veía la escena enternecido.

-¡Cuánto me alegro de volver a verte! -exclamó Alice.

-Creedme, Majestad, más me alegro yo de veros a vos -masculló Emmett con alivio.

-Ciertamente no recuerdo mucho -se apartó un poco de él, -pero Jasper me ha contado que gracias a ti me habéis encontrado.

-Majestad, yo...

-No pretenderás mentirle a tu soberana ¿verdad? -atajó ella su intento de discrepar con fingido reproche. Emmett bajó su rostro avergonzado y Alice, abrazándolo de nuevo, aprovechó para girar su rostro hacia su oído.

-Sé muy bien cual es la justa recompensa por haber salvado mi vida, Emmett -le susurró con tono serio y procurando que Jasper no la escuchara. -Por esa misma vida te juro que si tu felicidad está en mi mano, te la daré. Cuenta con ello.

De súbito, se apartó de él, con otra gran sonrisa risueña en sus labios, como si no acabaran de pronunciar lo que Emmett había escuchado.

-¿Hay alguna novedad? -preguntó entonces Jasper, suponiendo que su visita se debía a algo en concreto.

-Sí -titubeó Emmett tratando de ocultar la sorpresa producida por las palabras de Alice. -La carroza para transportar a Sus Majestades ya está en el campamento.

-Perfecto -asintió Jasper. -Que la aprovisionen con mantas y alimentos para el viaje -le pidió.

-Sí, Majestad -se levantó del camastro encaminándose hacia la salida y desapareciendo tras la cortina.

Jasper volvió a sentarse frente a Alice, quien lo miraba con ojos vidriosos, apenas conteniendo las lágrimas. Sabía que debía marcharse esa noche, pero no pudo evitar entristecerse ante su inminente partida.

-Alice... -posó él su mano en su mejilla surcada por una pequeña lágrima y la acarició dulcemente.

-Lo sé, Jasper -afirmó mientras cerraba sus ojos para sentir aquel contacto.

Deleitándose en la hermosura de su rostro, Jasper deslizó sus dedos hasta su nuca y la atrajo hasta sus labios. Sintiendo de nuevo su dulce sabor la duda de como iba a soportar tantos días su ausencia lo torturó. Bajó sus manos hasta su cintura y la apretó contra él, sin rudeza pero con la firme intención de que su cuerpo memorizara las curvas que contorneaban delicadamente el suyo y que quedara así grabado en él. Los finos dedos de Alice se enredaron en las ondas de su cabello y le correspondió con toda la fuerza que en su castigado cuerpo habitaba, como si quisiera entregarle toda su alma, su vida en aquel beso.

Casi sin aliento y embriagado por la exquisita sensación que siempre le producían los labios de su esposa, se separó de ella, estrechándola contra su pecho, sintiendo su respiración entrecortada en su cuello, cálida y viva, sobre todo, viva.

-No olvides tu promesa -musitó ella con lánguida voz.

-Jamás en mi vida cumpliré un juramento tan gustosamente como cumpliré ése -besó su frente. -No te preocupes por mí, necesito que estés tranquila y te repongas cuanto antes, ¿de acuerdo?

Jasper notó como Alice asentía levemente contra su pecho.

-¿Me lo prometes? -insistió él a su reticencia.

-Sí -dijo al fin.

-Carlisle te acompañará y se asegurará de que así sea -golpeó cariñosamente la punta de su nariz con su índice.

Depositando un suave beso en sus labios, mantuvo una de sus manos rodeando su cintura y posicionó la otra bajo su rodillas, alzándola entre sus brazos al levantarse del camastro, mientras Alice afirmaba su agarre alrededor de su cuello. Jasper cerró los ojos un segundo golpeado de nuevo por la fragilidad del cuerpo de su esposa en sus manos, mucho más liviano de lo que recordaba, pero trató de recomponerse tragándose aquel odio que volvía a corroerlo.

Ayudándose de su hombro, apartó la cortina y salió al exterior, deteniéndose de súbito al ver la cantidad de hombres que se apostaban en torno a la salida, aguardando por ellos. Alice no pudo reprimir un respingo de excitación al ver tantas caras conocidas.

-¡Edward, Jacob! -comenzó a recitar. -¡Peter, Francis! ¡Estáis todos! -exclamó sin apenas ocultar su alegría al ver sus rostros. Patrick, Steve... continuaba recitando en su mente.

-Por supuesto, Majestad -repuso Francis, su antiguo Capitán, quien fue el primero en hincar una de sus rodillas en el suelo, cosa que imitaron todos los demás.

Jasper observó aquello maravillado, notando el silencioso sollozo de Alice reflejado en su trémulo cuerpo, que se estremecía contra el suyo. Aquel gesto iba más allá de la lealtad o el deber. No cabía duda, el cándido corazón de Alice era capaz de conquistar a cualquiera y así se lo hacían saber.

Alice estiró su mano hacia Francis instándolo a erguirse y que el muchacho tomó, obedeciendo a su muda petición.

-Soy yo quien debería arrodillarse ante todos vosotros por haber salvado mi vida -decretó Alice con solemnidad, mientras Jasper observaba con orgullo a su Reina.

-Es un honor serviros, Majestades -se inclinó el muchacho con una leve sonrisa de complaciencia.

-Majestad -dio Emmett un paso al frente para dirigirse a Jasper. -Tres hombres irán en vanguardia de la marcha.

-Se asegurarán de que el camino está despejado, previniendo al séquito en caso de detectar algo extraño -agregó Francis.

-También hemos dispuesto a una veintena de hombres para escoltar el carruaje, Majestad -intervino ahora Peter.

-Gracias -inclinó Alice su cabeza. -Espero veros a todos pronto en Los Lagos, celebrando nuestra victoria -paseó su mirada por todo el campamento. -Dios os bendiga y os acompañe a cada uno de vosotros.

Murmullos de agradecimiento se alzaron a su alrededor. Les dedicó un sonrisa llena de calidez y sinceridad y giró su rostro hacia su esposo, dándole así la señal de que estaba lista para partir.

Con ella aún en brazos, Jasper se encaminó hacia la carroza y la depositó con delicadeza sobre las mantas de uno de los asientos, recostándola y cubriéndola con ellas. A salvo de las miradas de los demás se profirieron entre susurros sus últimas palabras de amor y un último beso, lleno de promesas y esperanza. Después Jasper apartó su cuerpo de la entrada para permitirle el paso a Carlisle, no sin antes lanzarle una significativa mirada.

-Se repondrá -le dijo por lo bajo, antes de acceder y ocupar el asiento frente a Alice.

Un momento antes de que la carroza emprendiese la marcha, Alice se llevó una mano al pecho, apretando la manta entre su puño, contra los dos corazones que ahora ocupaban su interior. Ambas bocas dibujaron un "te amo" entre sus labios, sordo a los oídos del mundo aunque lleno de melodía para sus almas.

El vacío que Jasper sintió en su pecho al ver desaparecer el coche entre la espesura del bosque lo dejó sin aliento. Mas pronto el sosiego volvió a invadirlo, había dejado su corazón a buen recaudo, sin duda alguna, en la mejores manos.

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Las carcajadas socarronas de Laurent resonaban por encima de la algarabía. Lo que había comenzado como una cena distendida había pasado rápidamente a convertirse en una celebración. Todo estaba saliendo a pedir de boca y aquello se respiraba en el ambiente jocoso festivo en que se había tornado la noche.

Las barricas de vino, cerveza e hidromiel desfilaban por docenas entre los bancos donde se hallaban sentados los comensales brindando sin parar y derrochando optimismo y alcohol a mansalva. También había acrecentado el ánimo y el descaro de algunas doncellas que desfilaban a lo largo de sus mesas sorteando las fuentes de comida, exponiendo sus piernas desnudas al alcance de los ojos y las manos de los hombres, quienes se esforzaban por acaparar la atención de las jóvenes, creando más de una trifulca entre ellos y arrancando risas vanidosas de sus femeninas bocas.

Laurent disfrutaba del espectáculo apoltronado en su Sillón del Trono. En ese instante un guardia más bien bajito y poco agraciado pretendía disputarle a punta de cuchillo una de las damas en cuestión a otro mucho más alto y bien parecido. Era increíble como la lascivia movía a los hombres hasta límites absurdos y casi ridículos.

Escuchó como James lanzaba con desgana un trozo de venado sobre su plato, resonando el metal sobre la mesa. Estaba sentado a su lado. Como Mano del Rey, ese era su puesto.

-¿Estás aburrido o preocupado? -alzó Laurent una ceja con sorna.

-Ansioso diría yo -se removió en su sillón.

-No creo que Jasper acuda con su oferta hasta el amanecer -aventuró Laurent. -¿La palomita resistirá hasta entonces?

-No llegará al mediodía -aseveró despreocupado. -¿Pensáis entregársela?

-Si Jasper acude deponiendo las armas y entregándome todas sus posesiones, tal vez no le arrebate esta última -esgrimió una sonrisa ladina. -Dependerá de la inspiración del momento -se carcajeó. -¿O es que te interesa?

-En absoluto -le hizo una mueca desagradable.

-Pensé por un momento que tu gusto por las mujeres había decaído -se mofó el Rey.

De repente, percibió entre la muchedumbre una estela de fuego con la que refulgía cierto cabello de mujer asomando por una de las puertas que daba a la sala anexa. Laurent miró de reojo a James esbozando media sonrisa.

-Si me disculpáis -le escuchó decir, cosa que no le sorprendió y lo observó divertido perderse tras aquella puerta.

-¿Vienes a unirte a la fiesta? -sonrió James mordaz cerrando la puerta tras de sí.

-¿Para tener que soportar a cuanto baboso quiera retozar conmigo? -ironizó Victoria, apoyando sus manos en su cadera de modo provocativo. -Es una oferta muy tentadora, mi señor. La tendré en cuenta para la próxima vez.

-¿Entonces? -se acercó a ella lentamente, recorriéndola con los ojos, más bien, devorándola. Aquella mujer despertaba en él deseos difíciles de aplacar.

-Necesito hablarte -fue retrocediendo ella siguiendo su juego, retándolo con la mirada, hasta que su espalda golpeó con una mesa, impidiéndole continuar.

Posicionando sus manos sobre la tabla a ambos lados de su cadera, James se inclinó sobre ella y lamió sus labios.

-Creo que es algo muy distinto lo que necesitas -susurró en su oído, bajando hasta su cuello mordisqueándolo.

Victoria echó la cabeza hacia atrás, dándole mejor acceso mientras hundía sus dedos en su cabello amarrado. Lanzó un gemido de satisfacción. Eran muy pocas las veces en que se recreaban con caricias pero no estaba de más el disfrutarlas. Además con su anterior encuentro de hacía pocas horas, habían saciado más que de sobra aquella urgencia que solía dominarles hasta el punto de querer arrancarse las ropas para apresurar el momento de su unión.

Notó como James le hacía bajar los brazos para deslizar el vestido por su hombros mientras sus labios acompañaban el movimiento del tejido. Pronto quedó al descubierto la parte superior de su cuerpo y James se mordió el labio inferior deleitándose en la imagen de sus pechos.

La alzó sentándola sobre la mesa a la vez su boca capturaba uno de sus senos, recreándose en su cúspide, endureciéndolo con sus labios y su lengua. Victoria apoyó las manos en la mesa arqueándose contra él, gimiendo ante la placentera sensación que le suministraba su boca y, también ahora sus dedos, que rozaban su otro pecho como un tormento. Era delicioso, como su vientre comenzaba a comprimirse lentamente emanando exquisitas ondas de placer contenido a lo largo de todo su cuerpo con sólo sentir la caricia de su lengua sobre su piel.

Sin abandonar sus pechos, James hizo descender su mano libre hasta el final de su vestido, llegando hasta el tobillo y comenzó a deslizarla con lentitud en sentido ascendente, bajo el tejido. Victoria se retorció sobre la mesa en anticipación al notar sus yemas recorrer la parte interna de su muslo y James gimió en respuesta al ir más allá, acariciando su intimidad, resbalando sus dedos en su cálida humedad. Victoria estaba más que preparada, siempre estaba preparada para él, pero no quiso reprimir el deseo de recrearse en la tersura de su piel un poco más.

Apartó sus manos y su boca de ella y el cuerpo de Victoria se estremeció como queja por su repentina ausencia. James disfrutó aquel reproche; las ansias de Victoria sólo eran equiparables a las suyas, pero pronto las satisfaría, ambas.

Tomó el borde del vestido y lo elevó hasta sus caderas, observando su desnudez casi de un modo pecaminoso pero que a Victoria la incendió. Se arrodilló frente a ella y el aroma almizclado de su intimidad lo invadió y se preguntó porque solía privarse de aquel placer. Decidido a resarcirse comenzó a saborearla, despacio, con sus labios y su lengua, hasta el último rincón de su feminidad.

Maldición...

Su dulzor era tan delicioso, tan atrayente que bien parecía la antesala de una trampa mortal, más los pensamientos de James quedaron embotados por los jadeos de Victoria que eran aún más tentadores si cabía. Ni siquiera lo había tocado y ya ardía por dentro, lo enardecía provocarla así. Se detuvo en la cumbre de su centro y lo notó palpitar bajo la caricia de su lengua.

-James -gimió Victoria que apretaba las manos en el borde de la mesa, los nudillos casi blancos por la presión.

Él sonrió sobre su piel. La sabía cerca pero dilataría su éxtasis un poco más.

-¿Qué era lo que decías que necesitabas? -jugó con ella mientras su lengua posaba leves y tortuosas caricias en su piel inflamada.

-¡James! -exclamó deseando que pusiera fin a su tormento.

-Dime que necesitas, Victoria -susurró sobre ella con tono grave.

-A ti, maldita sea -farfulló al borde de la desesperación.

Entonces James se puso en pié, dispuesto a cumplir con su petición y consciente de que tampoco lo resistiría mucho más. Ella misma liberó su masculinidad de su pantalón y lo tomó, introduciéndolo en ella, lanzando un grito gutural al sentirse llena de él, por fin. El poco dominio de James se esfumó y la poseyó con fuerza mientras la boca de Victoria hacía lo mismo con la suya.

De repente, James se vio envuelto por ella, de todas las formas posibles y aquello lo dejó sin aliento. Su calidez, el terciopelo de su suavidad, el palpitar de su cuerpo, eran de sobra conocidos pero jamás los había sentido de esa manera, tan dentro de él, en lo más profundo, en un lugar que ni él mismo sabía que existía. Se detuvo un momento dentro de ella y cuando volvió a moverse, lentamente, trató de llegar lo más lejos posible, adentrándose en aquel lugar ajeno, abandonándose a él... se estaba tan bien allí. Una extraña placidez comenzó a correr por sus venas tornando los compases de aquella danza de sus cuerpos en languidez y pausa, cubierta con una ternura, una dulzura difíciles de admitir, casi vergonzosas y denigrantes, pero sentía a Victoria acompañándolo en aquel viaje sin retorno, fundiéndose con él.

Sí, la sentía tanto...

Por un instante temió que sus cuerpos se alearan como dos metales fluidos, candentes, como una amalgama de carne, sangre y sudor, pero las caricias de Victoria entregada a su misma pasión, notar sus dedos esculpiendo su piel, le devolvió su corporeidad, como si fuera una diosa maleando figurillas de barro a su antojo. Mas ella se hallaba perdida en el estado de ensoñación al que la sumía la dulce cadencia de las caderas de James siendo el tacto de su piel bajo sus manos lo único que podía vincularla a la realidad y que volvía a enturbiarse en vaporoso delirio cada vez que lo sentía avanzar a través de ella con tormentosa lentitud, recorriendo, hundiéndose, rozando todo su interior, sin que quedase ni un solo poro de su piel que él no poseyera.

Nunca antes habían sentido su unión tan palpable, tanto que casi podían tocarla, presente en ellos a pesar de ellos mismos. Su clímax comenzó a arremolinarse en sus vientres como dorado oro líquido cuyo halo se trenzó a lo largo de todo su cuerpo, entremezclándose ambos, diluyéndose y fusionándose como un todo. Se tensó a su alrededor comprimiéndolos hasta estallar en miles de gotas brillantes que los bañó como una lluvia cálida y reconfortante, liberándolos.

Recuperaron el aliento en silencio, uno en brazos del otro, James apoyado en Victoria, su cabeza recostada sobre su hombro. Notó una pequeña gota que cayó desde lo alto en su mejilla, pero no hubo sobresalto, ni sorpresa, ni reproche en James, sólo su propia sal que escapaba en forma de brillante de su prisión y recorría la línea de su pómulo para fusionarse con su compañera, como una simbólica efigie de lo que habían sido Victoria y él.

No hubo miradas, ni palabras, ni consuelo. No era necesario. La tomó entre sus brazos y, en silencio, se adentró en el corredor que llevaba a su habitación.

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-¿Crees que Laurent habrá mandado hombres a Los Lagos? -le preguntaba Edward a Jasper.

-No lo creo -frunció los labios pensativo. -Tú mismo has visto que apenas tenía hombres vigilando la fortaleza. Está seguro de tener todos los triunfos en su mano así que no es necesario arriesgarse a salir de la protección de sus murallas.

-Me pregunto como traspasaremos nosotros esas malditas murallas -masculló Jacob.

-No esperan nuestra llegada y con un ataque frontal desaprovecharíamos el factor sorpresa -caviló Jasper.

De repente, inclinó un poco su cabeza mirando a Emmett. Estaba especialmente callado de forma casi sospechosa y tuvo la certeza de que por su cabeza rondaba la solución. No era de sorprenderse, había vivido en el castillo durante meses y con seguridad había tratado de descubrir todos sus entresijos en ese tiempo. Sin embargo, siempre se mostraba cauteloso y modesto a la hora de mostrar sus ideas, sin ambición alguna o intención de vanagloriarse por el papel que en realidad estaba desempeñando allí. Emmett estaba siendo decisivo, más que eso, había resultado vital y, lejos de enorgullecerse de ello se cubría tras una máscara de humildad, alejado de cualquier pretensión o reconocimiento.

En realidad Jasper no lo culpaba por ello. Lo único que demostraba aquello era el pundonor y la honradez de su naturaleza y eso bien se merecía todo su respeto y admiración. Si Emmett dejara un poco de lado aquella obsesión suya por el deber y su posición, con seguridad podrían ser grandes amigos.

Lo observó cavilar un momento más, su rostro concentrado, y decidió instarlo a exponer sus pensamientos.

-Emmett, ¿descubriste algo en tu estancia en la fortaleza que nos pueda ayudar ahora? -aventuró Jasper.

-Capitán, pido permiso para hablar -se atrevió a intervenir Francis.

Emmett retorció su rostro en una mueca de disgusto. Miró a su alrededor. La luz de las velas iluminaba la tienda y los rostros de sus ocupantes. Peter, Edward, Jacob y Jasper. Meditó un solo segundo sobre la conveniencia de su discurso en su presencia pero sus labios hablaron antes de haber tomado él la decisión.

-Francis ¿desde cuándo nos conocemos? -le preguntó con tranquilidad y desenfado, cruzándose de brazos.

El muchacho bajó el rostro avergonzado mientras todos observaban la escena con gran interés.

-Crecimos juntos, Capitán -respondió con voz casi imperceptible.

-Hemos sido buenos amigos -le replicó con mirada ausente, rememorando tiempos pasados. -¿Ya no me consideras como tal? -inquirió con sequedad ahora, fulminándolo con los ojos y sobresaltando al joven. Emmett le sostuvo la mirada, con dureza, durante un largo segundo en el que el rictus de Francis se crispó.

De repente, Emmett soltó una sonora carcajada.

-Estúpido Emmett -farfulló Francis por lo bajo, palpándose la nuca con nerviosismo y alivio. Emmett continuaba riendo y él no pudo evitar acompañarlo.

-Disculpadme todos -se excusó Emmett ante los demás quienes también reían por lo bajo al comprender el aprieto en que había tratado de poner a su amigo.

-No era necesario que me ridiculizaras delante de Su Majestad -le reclamó Francis.

-Despreocúpate -agitó Jasper su mano negando, con la diversión aún reflejada en su cara.

-Pase que delante de los hombres me llames "capitán" como muestra de respeto frente a ellos -le rebatió ahora Emmett golpeando su hombro amistosamente. -Pero en el momento que me hablas con tanta cortesía me haces sentir como un completo extraño cuando, prácticamente, somos como hermanos.

Francis no respondió, pero asintió, resoplando.

-En fin -trató Edward de contener una carcajada. -¿Le das tu permiso para hablar, Capitán? -agregó con mofa. Quien ahora no pudo reprimir una risotada fue Jacob.

-Alteza... -hizo un mohín Emmett como reproche ante su broma.

Aquello sí era interesante, pensó Jasper. Emmett siempre le había dejado más que claro que debía tratarlo conforme a su condición, incómodo ante su deferencia mas, cuando se trataba de los demás, aquellos límites dejaban de tener validez para él. Admirable...

-Habla, Francis -le dijo él mismo al muchacho. La necesidad de un avance en su planificación volvió a urgirle después de aquel momento de relajo.

-Sí, Majestad -accedió él. -Recuerdo que en su convalecencia, Emmett me habló de una gruta que llevaba al castillo.

Todos voltearon hacia él quien asentía con aprobación al ser eso justamente en lo que él estaba pensando.

-Existe dicha gruta -recitó Emmett. -Está situada al norte de la fortaleza, en la ladera, en el nacimiento de las Tierras Altas.

-Si es un acceso al castillo estará vigilado -supuso Peter.

-No es un acceso propiamente dicho -meditó Emmett. -De hecho, antes de marcharme de allí, aún seguía en desuso.

-¿A dónde lleva? -lo miró Jasper receloso.

-Va directo a las antiguas catacumbas, Majestad.

Jasper lo miró sorprendido. Catacumbas. No eran muy comunes, pero sabía de su existencia. Normalmente se usaban como lugar de enterramiento pero había contadas ocasiones en las que también se habían utilizado como refugio o incluso vía de escape. Indudablemente éste era el caso. Los antiguos y legítimos ocupantes del castillo lo habrían utilizado para huir del primer antepasado de Laurent que los invadió dispuesto a tomarlo por la fuerza y, si eso era así, era muy posible que Laurent ni siquiera supiera de su existencia. Pero si Emmett lo sabía...

-¿Cómo lo descubriste tú? -indagó.

-Fue puro azar, Majestad. La gruta no es fácil de encontrar a simple vista. -reconoció él. -La hallé en una de mis acostumbradas salidas a reconocer los alrededores. Decidí adentrarme en ella y acabé en las catacumbas y, al final de ellas, una trampilla me llevó a las mazmorras.

-Tal vez podríamos entrar por ahí -sugirió Jacob.

-Sí, pero habrá que planificarlo bien -se tomó la barbilla Jasper, meditabundo.

Ellos mismos fueron los que se autoimpusieron aquella misión, a excepción de Jasper quien, a regañadientes tuvo que admitir que era mejor si aguardaba a que completaran la primera parte de la misión.

Con Emmett, Peter y Francis la discusión fue irrefutable. Los tres hombres irían porque ése era su deber y no hubo argumento posible para que delegaran esa responsabilidad en alguien más, pero Jasper mostró su total desacuerdo ante la aseveración de que Jacob y Edward también acudirían. Si ellos iban, él también lo haría, pero Edward se negó en rotundo. Jasper era enemigo natural de Laurent y, si lo descubrían, sin duda lo matarían. Sin embargo, no tenía nada personal contra ellos dos y lo más probable sería que, si los capturaban, también tratarían de utilizarlos como moneda de cambio como con Alice. En cualquier caso, Jacob no iba a renunciar a tal desafío. Temblaba de excitación con solo pensar en aquella aventura.

Temerarios pensó Jasper al verlos alejarse. Luego, seguido del resto de hombres emprendió el camino hacia el lugar señalado.

Resguardados en el bosque, los cinco hombres más la mitad de la guarnición, rodearon el Anillo de Desolación hacia el norte. No supieron a ciencia cierta cuanto tiempo cabalgaron, tal vez una hora, cuando se acercaron al nacimiento de las escarpadas Tierras Altas. A partir de ahí había que continuar a pié.

Vadearon un pequeño arroyo y se adentraron en la maleza, ascendiendo por la ladera. Tras unos espinos, Emmett les mostró la boca de la gruta. La disposición de las rocas dejaba patente que las había colocado la mano del hombre. Improvisaron antorchas ayudándose con ramas y hojarasca y con Emmett al frente de la expedición, penetraron en la cueva.

Recorrieron en fila la galería que era tan estrecha que apenas les dejaba extender los brazos en cruz. De repente, el pasadizo se ensanchó encontrándose sus dos muros salpicados de nichos perforándolos, hileras de tumbas apiladas unas encima de las otras, exponiendo las osamentas de sus moradores. La escena helaba la sangre. Había pasado tanto tiempo que ya no quedaba carne asida en los huesos ni ese olor putrefacto a descomposición, pero la húmeda atmósfera estaba enrarecida, rancia y añeja.

Emmett señaló una escalera al fondo esculpida en la roca y en su cumbre una trampilla, la que llevaba a las mazmorras.

En silencio continuaron avanzando.

Él fue quien escudriñó el exterior alzando mínimamente la tabla y, tras comprobar que no había nadie, salió, permitiendo a los demás ir haciendo lo mismo. No era de extrañar que aquellas celdas estuvieran vacías. El Rey Laurent no era famoso por hacer prisioneros sino por asesinarlos.

El espacio no era excesivamente grande, aún no habían subido todos los hombres y Emmett, con un gesto les pidió que aguardaran. Él, Peter y Francis salieron para llevar a cabo la siguiente etapa de la misión mientras Edward y Jacob se ocultaban tras el marco de la puerta vigilando el exterior. Apenas los vieron bordear el patio envuelto en sombras para llegar a uno de los portones traseros, sigilosos como una pantera y letales como una víbora. Vieron relucir un par de brillos en el aire y como el sonido de sendos cuchillos al atravesar la carne se unía a los ruidos de la noche.

Escucharon un silbido amortiguado entre las manos de Emmett y otro más lejano en respuesta. Jasper y el resto de hombres ya estaban aguardando al pie del foso. Su única misión era atravesar a pie, que era un modo más silencioso que a caballo, el anillo, cosa que hubiera sido imposible si no hubiera sido porque era una noche oscura, sin luna. Una vez más tenían la suerte de su lado. De esa forma, no arriesgaban la totalidad de los hombres a caer en una emboscada dentro de aquellas murallas y conseguían que Jasper también estuviera a salvo, hasta que ellos, desde el interior se aseguraran de que no había peligro.

Edward y Jacob salieron de su escondite hacia el patio ocultándose también entre las sombras, haciendo que su grupo de hombres los acompañara y fueran tomando posiciones. Los dos llegaron hasta Peter, Emmett y Francis. Sólo restaba un paso más, el más peligroso y el que los pondría al descubierto, así que tenían que ser rápidos.

Emmett alzó su espada sobre su cabeza y, asestando un golpe seco y poderoso, sesgó la maroma que contenía la cadena del puente levadizo, que cayó de forma atronadora al otro lado del foso, adentrándose los hombres como marabunta en el patio. Para cuando los guardias salieron del sopor con el que les había obsequiado el alcohol, Jasper y los demás ya habían coronado la escala de entrada y accedían al castillo.

Al grito de "invaden la fortaleza" James se despertó, alarmando a Victoria que yacía a su lado. No llegó a escuchar de sus labios que se lo había advertido, la mirada que recaía sobre él mientras se vestía a toda prisa hablaba por sí sola. Pero él no fue capaz de reprocharle nada o excusarse siquiera. Tenía razón.

Alargó su mano entregándole un puñal y que ella tomó temblorosa.

-Cierra la puerta con llave y no salgas por nada del mundo -le dijo, volteándose para marcharse.

-¡James! -lo detuvo ella corriendo desde la cama y tomando las solapas de su brigantina, trémulos sus labios y sus pupilas.

Enterró sus dedos en su cintura desnuda y la atrajo hacia él, tomando su boca en impetuoso arrebato, saboreándola por, posiblemente, última vez y ella lo supo. Al separarse de él quiso hablar, decirle en el único segundo que les restaba por compartir todo lo que no le había dicho en esos años pero James posó su mano en sus labios.

-Me perteneces, igual que yo a ti. Siempre lo hicimos -le susurró con una dulzura que surgía de algún lugar remoto y desconocido para los dos.

Mas poco importaba ya.

Consumió el último instante que le quedaba en volver a besar su boca dominado por esa maldita ternura que lo estaba trastornando y se separó de ella con premura, sin un adiós o una postrera mirada. Nada. Y nada fue lo que quedó en el interior de Victoria al verlo desaparecer por aquella puerta.

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CAPÍTULO 30

Protegidos bajo el manto oscuro de aquella noche sin luna, Jasper y los demás hombres aguardaban bordeando el foso. Emmett tenía razón al afirmar que el portón frente al que se apostaban era más bien secundario. Su aspecto descuidado y lleno de musgo bien lo reflejaban, además de que no daba a ningún camino. Lo pestilente de sus aguas hacía suponer que únicamente lo utilizaban para lanzar desechos.

Apenas llevaban unos minutos ahí cuando escuchó del otro lado de la muralla un silbido atenuado y que un hombre cercano a él, sin duda de Asbath, respondía de igual modo. Era la señal.

De repente, con un ensordecedor ruido metálico de cadenas rodando y engranajes retorciéndose sobre sí vieron como la sólida madera caía a sus pies y, a partir de ese instante, la suerte estuvo echada. Invadieron aquel patio trasero a toda velocidad, blandiendo todos sus espadas al aire y encabezando él la marabunta en que se convirtió la fusión de sus hombres con los que ya esperaban en su interior. Pronto, Jasper se unió a Edward, Jacob, Emmett, Francis y Peter, quienes aguardaban por él, y se apresuraron a atravesar aquel patio para llegar a otro en forma de claustro y, que según les había explicado Emmett, llevaba a la entrada principal, pero donde también se situaba el Cuartel de Guardias.

Tanto Francis como Peter tomaron a un numeroso grupo de hombres y aguardaron allí para contener el ataque de los guardias de Laurent, evitando que arremetieran contra el otro grupo que asaltaría el interior del castillo, impidiendo así que se vieran envueltos en un doble flanco enemigo. Jasper no había coronado aún la amplia escalinata de piedra cuando escuchó a su espalda los primeros choques de metal quebrando la negrura de la noche. Giró su rostro por encima de su hombro y divisó a sus hombres controlando sin dificultad los intentos de ofensiva de aquellos esbirros y respiró con alivio, preocupado por sus hombres como estaba.

Al llegar a la antesala varias facciones del gran grupo que ellos formaban se fueron dirigiendo hacia los distintos corredores que se iban bifurcando a su paso, pero Jasper decidió continuar por la galería principal que era la que más alumbrada estaba en aquel momento. Edward, Emmett y Jacob lo siguieron. Sin duda, la mayor cantidad de habitantes del castillo estaría en dirección de aquellas antorchas.

-Lleva al comedor -despejó Emmett la cuestión en voz alta.

Tan iluminada como estaba la galería ¿sería posible que Laurent estuviera aún disfrutando de la cena? -pensó Jasper. Y no sólo él, el resto del castillo pues, desde que incurrieran en él, no se habían topado con nadie, ni siquiera con una doncella. Definitivamente su visita iba a ser una sorpresa y nada agradable.

Jasper no tardó en darse cuenta de que no había errado en sus suposiciones, sino que iban más allá. No sólo estaban disfrutando de la cena sino que viendo la algarabía y el bullicio de la gran estancia, aquello era una celebración en toda regla.

Los ojos de Jasper avanzaron por toda la sala hasta llegar al fondo, hasta Laurent, fijándose de forma amenazadora sobre los suyos mientras advertía que sus hombres avanzaban en tropel, despegando las tablas que hacían las veces de mesas de sus caballetes y lanzándolas contra sus ocupantes, aprisionándolos contra las bancadas y el suelo. Algunos de ellos, visiblemente afectados por el sopor del vino y el estupor del ataque tanteaban torpemente en busca de su espada que para su fortuna habían mantenido con ellos, no así su cota de malla, viéndose la mayoría desprovista de ella al no esperar aquella intrusión y que los hacía aún mucho más vulnerables que la dosis de alcohol que calentaba sus cuerpos.

Laurent se ocultó tras su trono mientras algunos hombres formaban un ridículo arco de protección hacia su soberano. De vez en cuando asomaba la cabeza por el respaldo esbozando aquel bellaco muecas en forma de sonrisa ante la idea de estar a salvo pero que acababan retorciéndose al ver el avance implacable de los hombres de Jasper, quien no pudo evitar sonreír.

A su alrededor comenzaron a arremolinarse los primeros combates dominados siempre por sus hombres, lo que le permitió tomarse un instante para observar el poder que emanaban a su paso. Sus ansias de justicia y revancha por todo lo acontecido les otorgaba una energía imparable y que transmitían con cada uno de sus embates. Reconoció a muchos de sus guardias luchar mano a mano con los del ejército de Asbath, creándose una hermandad entre ellos que iba más allá del mero hecho de estar gobernados por el mismo Rey, unidos por aquella lucha e impulsados por los mismos ideales. Incluso vio a Edward y Jacob avanzar hacia el centro de la sala donde las mesas ya habían volado hacia los costados de la sala y, espalda con espalda, comenzaban una danza devastadora viajando sus armas al mismo compás y asestando certeros golpes a quien osara acercarse. En ese instante Edward hundía su filo en el pecho de un enemigo mientras Jacob hacía descender el suyo cincelando mortalmente el torso de otro desde su hombro a su estómago. Combinaban la fuerza de uno con la rapidez del otro, como una dupla de precisión letal, sus espadas ya teñidas en sangre siguiendo el ritmo de sus movimientos, siempre de frente al enemigo y cubriéndose las espaldas, como si un hilo invisible los aferrara obligándolos a mantenerlas unidas.

-¡Edward! -llamó su atención Jasper, haciéndole un gesto con la cabeza para que se fueran dirigiendo hacia el fondo del comedor, hacia Laurent.

Edward le hizo la indicación a Jacob y, conforme los tres iban avanzando, Emmett se les unió. Los cuatro hombres barrían literalmente el centro de la estancia. El horizonte se tornaba rojo a su alrededor. La sangre iba salpicando el aire, liberada por los continuos embistes de sus espadas que se hundían en la carne del enemigo, lacerando miembros y rebanando gargantas sin piedad.

-¡Guardad las posiciones! -gritaba Laurent resguardado tras su trono y Emmett, entre golpe y golpe miraba por encima de las cabezas buscando a James. El perro debería estar cerca de su amo, protegiéndole, pero no había rastro de él.

Rápidamente, llegaron a su objetivo, y Jacob fue el primero en deshacer la formación atacando con impetuosidad a uno de sus oponentes. Los otros tres lo imitaron y pronto aquella línea comenzó a cerrarse a su alrededor, cercándolos peligrosamente, aunque por un sólo instante. Jasper observó como sus guardias no tardaban en acudir como apoyo equilibrando el combate, en el que se habían visto obligados a enfrentarse, desdoblando su fuerzas, a más de un hombre.

Fue entonces cuando Laurent se sintió perdido y se dirigió hacia una de las esquinas de la sala donde había situada una pequeña puerta, tratando de escabullirse.

-Ni en tus sueños más preciados -masculló Jasper al ver un reflejo de negro y plata desaparecer tras la puerta.

Arremetió contra el último de los hombres que le impedía el paso y corrió tras él. Escuchó pasos siguiéndole y giró su rostro preparado para atacar si se daba el caso pero comprobó que era Emmett.

-Yo también tengo un objetivo propio, Majestad -le aclaró, y Jasper comprendió al instante. No iba tras Laurent, iba tras James.

Atravesaron a la carrera una pequeña sala anexa al comedor y se adentraron en una galería, desde la que, perforando uno de sus muros nacía una escalera de caracol que ascendía. Al pie, ambos hombres se detuvieron sopesando las dos posibilidades que se abrían ante ellos.

-Al final del corredor está situada la cocina cuyo patio lleva a las caballerizas. La escalinata conduce a los aposentos de Laurent -le informó Emmett haciendo uso de su conocimiento del castillo.

-No lo creo tan estúpido como para ocultarse bajo su cama -aventuró Jasper. -Sería una trampa mortal.

-Opino lo mismo, Majestad. Intentará huir. -afirmó él. -En cualquier caso iré a echar un vistazo.

-Suerte en tu búsqueda -golpeó Jasper el brazo de Emmett.

-Manteneos a salvo, Majestad o la Reina no me lo perdonará jamás -bromeó Emmett.

-Lo mismo te digo -le respondió con una carcajada emprendiendo la marcha a través de la galería mientras Emmett se apresuraba a recorrer las escaleras.

En apenas un par de zancadas llegó al piso superior. Al fondo estaba la recámara de Laurent y le pareció escuchar ruidos estando la puerta abierta. Al asomarse, no pudo creer en su suerte.

-¿Qué pensaría tu Rey si supiera que lo has creído tan cobarde como para venir a ocultarse bajo su colchón, como una atemorizada doncella? -se mofó Emmett apoyado en el quicio de la puerta haciendo que su ocupante diera un respingo y se girara a enfrentarlo, sobresaltado. -Encantado de volver a verte, James -saboreó las palabras en su boca.

-Lo mismo digo, Emmett -lo miró de arriba a abajo con una sonrisa soez dibujada en su cara.

-Capitán, si no te importa -apuntó un índice sobre sí mismo, señalándose.

James inclinó la cabeza con sorna y fingida complacencia.

-Pensé que tu Rey tenía en mayor aprecio a su esposa -aventuró James mientras medía a Emmett en la distancia, sin haber hecho ninguno de los dos ningún gesto intimidatorio.

-¿Qué te hace pensar lo contrario? -lo miró de reojo con el sabor del triunfo en la boca.

-Con este ataque habéis provocado su muerte de modo inexorable -James no pudo evitar regocijarse.

-Acércate a la ventana -le pidió Emmett indicando el gran ventanal que se alzaba a su espalda. James lo miró confundido aunque comenzó a dar pequeños pasos hacia ella, de espaldas, sin perderlo de vista. -Si mi sentido de la orientación no me falla, desde aquí debería verse la hoguera en la que se calentaban tus hombres, y digo calentaban porque si miras bien, ninguno se mantiene con vida, ni el fuego, ni tus hombres.

James echó un vistazo rápido por la ventana y su semblante hasta ese momento sonriente se endureció dirigiéndole una mirada de hielo a Emmett.

-¿Cómo...?

-Nos superaréis en perversidad pero nunca en astucia, James -se jactó Emmett.

-Ya veo -sonrió en un mohín. -Dime, ¿qué tal se encuentra la bellísima Rosalie?

-Muy bien -espetó secamente. Sabía con certeza que James sólo trataba de provocarle e iba a tener que hacer un gran esfuerzo para dominarse.

De súbito lo escuchó carcajearse.

-¿Aún sigues creyendo que Jasper te aceptara como esposo de su hermana? -inquirió con saña y los escasos segundos en que Emmett había tomado control de su dominio se fueron al traste.

-De lo que sí estoy seguro es de que no he venido aquí a charlar contigo -sentenció entrando en la recámara, espada en alto.

James desenvainó rápidamente y detuvo su embate.

-Estupendo, Capitán -ironizó apretando los dientes conforme acumulaba sus fuerzas en sus brazos para apartar a Emmett de él.

Ambos hombres se separaron y, en guardia, comenzaron a moverse en círculos en el centro de la gran estancia, estudiándose. El primero en avanzar fue James, con una gran zancada y lanzando su espada desde lo alto y que Emmett recibió sin esfuerzo, y no sólo ese embate, sino los siguientes. Emmett dejaba a James guiar el combate, en apariencia, sin esforzarse en atacar y analizando así sus movimientos.

Como era de esperar, con alguien de su calaña no eran para nada sutiles y no desperdiciaba ninguno de ellos. Si alguno le alcanzara, sin duda sería para matarlo, aproximándose siempre a partes vitales. James comprendió la jugada y comenzó a moverse más rápido por la habitación, con gran agilidad. Agarrándose de uno de los postes del dosel de la cama y esquivándola de un solo salto, se acercó a él.

-Me aburres, Emmett -masculló entre dientes mientras lanzaba ataques sin parar sosteniendo el mandoble con ambas manos y que Emmett siempre esquivaba.

-Te pido disculpas -le replicó. -Mi intención no es la de aburrirte, sino la de matarte.

Una carcajada resonó en la garganta de James.

-Veo que esto va más allá de tus obligaciones con tu Rey -advirtió divertido. -Tranquilo, Capitán, no hice nada que Rosalie no haya querido que hiciera.

Emmett no respondió, con la boca no al menos, pues si lo hizo con su acero, alzándolo por primera vez hacia James quien tuvo que detenerlo sosteniendo con fuerza y ambas manos la empuñadura del suyo.

-Esto me gusta más -le dedicó una sonrisa ladina.

Y a partir de ahí se sucedieron un sinfín de lances por ambas partes que acababan siempre con un sonido ensordecedor de metal y que chisporroteaba con la violencia de cada encuentro. El sudor bañaba ya sus cuerpos y la adrenalina alimentaba la sangre que golpeaba sus sienes. La lucha se tornó cruenta y agotadora y el más mínimo error sería fatal.

Pero tal vez no se tratara de errores, sino de aciertos y el primero en obtenerlo fue James. Arremolinó la espada por encima de su cabeza girando su cadera y posicionando su peso hacia un lado pero haciéndola descender por el lado contrario, artimaña que Emmett no esperaba. Notó el filo lacerar su brazo derecho hasta lo más profundo haciendo que su arma cayera al suelo al dejar de sentir la fuerza de su miembro injuriado.

-Si he de matarte desmembrando una a una todas las partes de tu cuerpo lo haré -le amenazó James excitado por el olor a sangre que emanaba copiosamente de la herida y impregnaba el aire de la estancia.

Levantó su mandoble con ambas manos dispuesto a dar un golpe certero, aventajado por el hecho de que Emmett había perdido su espada, casi sintiendo el triunfo correr por sus venas, pero lo único que sintió en realidad fue el frío metal hundirse en su costado. En el instante en que iba a descargar su filo contra Emmett, éste se arrodilló y extrajo de su bota una daga y se la clavó hasta el puño, habiéndose quedado James expuesto ante él con su postura. La espada cayó hacia atrás desde sus manos, golpeando con violencia en el suelo detrás de él. Estupefacto y reprimiendo una mueca de dolor, James rodeó la empuñadura del cuchillo con sus dedos y lo extrajo, escuchándose el rumor del acero sesgar la carne y el de la sangre brotando libremente.

Emmett lo observaba aún de rodillas, su mano izquierda presionando con fuerza su biceps sangrante y la respiración entrecortada. Vio un rayo de furia nublando la mirada de James y el ademán de alzar una de sus manos contra él y clavarle el puñal. Hincado como estaba, apoyó el pie izquierdo en el suelo y, tomando impulso, arremetió con el hombro sano contra él, en movimiento ascendente y que le hizo a James perder el equilibrio y caer de espaldas.

Lo recibió el vidrio del gran ventanal que se situaba tras él y que, con la fuerza de su caída, no fue capaz de sostenerlo. Se quebró en miles de pedazos deshaciendo su abrazo transparente y dejándolo caer, al vacío. James no gritó, ni siquiera blasfemó, únicamente le lanzó una última mirada a Emmett que bien valía por mil maldiciones, antes de hundirse en el regazo de la noche.

Emmett suspiró hondamente mientras se tambaleaba al ponerse en pie. Despacio, caminó hacia el hueco que antes ocupaba la gran ventana y se asomó, viendo en el fondo del patio el cuerpo descoyuntado de James cual muñeco de trapo y un charco de sangre bajo él.

Cerró los ojos volviendo a suspirar. Había acabado, por fin.

Soltó su brazo herido durante un momento, lo suficiente para envainar su espada y salió de la habitación para ir en busca de Jasper, aunque no le sería de gran ayuda en ese estado.

Descendió por la misma escalera por la que había subido y atravesó la totalidad del corredor y la cocina, accediendo al patio. Antes de llegar a las caballerizas escuchó el resonar del choque del metal y supo que Jasper y Laurent se estaban enfrentando.

Para su asombro, no estaban solos. Los hombres de ambos bandos se hallaban situados alrededor de la escena, sin luchar, con los brazos caídos, como si aquel combate fuera a ser el que decidiera el destino final de aquella guerra. Nadie intervenía, sólo observaban. Era un duelo de reyes, de titanes y su desenlace marcaría su sino.

Emmett se acercó a Edward y Jacob quienes también observaban la contienda.

-Es todo o nada -le susurró éste último al notar su presencia.

Y así era.

Emmett no había visto nunca un combate tan igualado y, a la vez, tan dispar. Los movimientos de Laurent eran toscos, agresivos, sin ningún tipo de patrón o estilo, incluso su postura era desgarbada. Lanzaba su espada de forma arrebatada y desordenada, guiado por las ansias de triunfo y la rabia de saber que todos sus planes habían fracasado, incluso el secuestro de Alice, pero sus embates siempre eran certeros y letales, aunque recibidos con maestría por parte de Jasper. Él, por el contrario, avanzaba erguido, su postura estable, con giros de muñeca rítmicos y bien estudiados, controlando todos y cada uno de sus movimientos, acompasando sus manos y piernas con una cadencia frenética pero armoniosa. Las facciones de Laurent estaban crispadas, enseñando los dientes como un lobo queriendo amedrentar a su contrario, pero las de Jasper se mostraban relajadas, rezumando seguridad y calma, dueño de todo su temple y su control.

Sin embargo, ninguno de los dos cedía terreno, los ataques y defensas se repartían por igual, no pudiendo decidir en ningún momento si había una mínima ventaja que recayese en alguno de los dos oponentes.

-Vamos Jasper -musitaba Edward por lo bajo. -Acaba con esto de una vez.

-¿Crees...?

-No -cortó a Jacob. -Laurent no es mejor, es simplemente más ladino y Jasper se está limitando a estudiarlo y dejarle hacer

Emmett reconoció algunos de los movimientos de James en Laurent. El aprendiz y el maestro en el arte del juego sucio.

Y tan sucio...

De repente, en una maniobra que nadie esperaba, Laurent fingió tropezar tomando un buen puñado de arena del suelo y lanzándosela a Jasper directamente a los ojos.

-Maldito bastardo tramposo -farfulló Emmett iracundo, haciendo ademán de inmiscuirse en la pelea.

-Espera -lo detuvo Edward indicándole que observase.

Jasper, haciendo un mohín y apretando los párpados debido al escozor, tomó de inmediato su mandoble con ambas manos y comenzó a hacer ochos rodando sus muñecas, silbando su filo en el aire, mientras giraba sobre sí mismo.

Laurent lanzó una carcajada burlesca detrás de él.

-¿Quién te ha enseñado semejantes florituras? -se mofó. -¿Tu mujercita?

Y Jasper sonrió, lo tenía donde quería.

Guiado por su grotesca risa, extendió más sus brazos frente a él avanzando en círculos, hacia aquel sonido, que se silenció de súbito cuando, en uno de sus giros, la espada de Jasper besó su garganta. La sonrisa de Laurent se tornó roja mientras el filo se habría paso a través de su piel, su carne, sus venas y su gaznate y el único sonido que pudo emitir su boca fue el de los borbotones de sangre que emanaban de ella. Cuando Jasper pudo por fin abrir los ojos, Laurent soltaba la espada y se llevaba las manos al cuello como si aquello pudiera cerrar aquella herida de golpe. Con la mirada desorbitada, cayó de rodillas y finalmente se desplomó en el suelo, brotando la sangre de su garganta abierta lentamente al compás de los latidos, cada uno más débil que el anterior, hasta que se detuvo.

-Esto es por Alice -le dijo Jasper un instante antes de que sus ojos inyectados perdieran toda su luz.

Lo que siguió a aquello fue un grito eufórico de júbilo por parte de los hombres de Jasper y otro de terror por parte de los de Laurent quienes se apresuraron a deponer las armas o a huir despavoridos hacia, supuso Jasper, las Tierras Altas.

Él se limitó a dirigirse hacia donde estaba su primo con Jacob y Emmett y a tomar un paño húmedo que Peter ya le ofrecía.

-Ha sido increíble, Majestad -exclamaba Francis caminando a su otro lado.

-¿Cuántas bajas ha habido? -preguntó deteniéndose frente a los tres hombres.

-Ninguna, Majestad -respondió Peter.

-Una veintena de hombres heridos, pero no parece que de forma grave -agregó Francis.

-Gracias a Dios -lanzó Jasper un suspiro de alivio. -Peter, ve con algunos hombres a la gruta y recuperad los caballos, nos vemos en el campamento. Y tú, Francis, reúne todas las carrozas o carretas que puedas, hay que transportar a los heridos los más cómodamente posible.

-Sí, Majestad -respondieron ambos hombres al unísono, apresurándose a obedecer.

-Emmett, tú...

-Asunto finiquitado, Majestad -respondió él.

-¿Y por qué estás tan pálido? -lo miró con recelo. -¿Qué es eso? -señaló su brazo ensangrentado.

-Nada, yo...

-Déjame ver -le exigió Edward, quien le hizo soltar el brazo y, con ayuda de una daga, rasgó su manga dejando al aire el acentuado corte.

Aquel movimiento, y el enfrentarse de modo abierto a su herida provocó que Emmett casi se derrumbara en el suelo, teniendo Edward y Jacob que sostenerle.

-Maldita sea -farfulló Emmett ante su propia debilidad.

-Estás perdiendo mucha sangre y el corte es demasiado profundo -señaló Edward.

Sin pensarlo dos veces, Jasper le arrebató la daga a su primo y jironeó su túnica en varias tiras.

-Majestad...

Las pasó alrededor de su brazo, por encima de la herida y las ató con fuerza a modo de torniquete.

Edward se detuvo a observar mejor el corte y su rictus se endureció, casi podía verse el hueso. Jasper golpeó su brazo en busca de respuestas.

-Tenemos que llevarlo al campamento lo antes posible. Mi padre habrá dejado algún instrumental. Hay que suturar la herida o -titubeó, -o podría perder el brazo.

-¿Lo has hecho alguna vez? -le susurró Jasper.

Edward negó sutilmente con la cabeza.

-Pero se lo he visto hacer a mi padre muchas veces -dijo por lo bajo.

-Entonces no perdamos tiempo -concluyó. -¿Eres capaz de montar? Llegaríamos más rápido -se dirigió ahora a Emmett, quien asintió.

-¿Y qué hacemos con los muertos? -preguntó Jacob mientras iban caminando ya hacia las caballerizas.

-Que se encarguen sus vivos -sentenció Jasper. -No quiero saber nada de este maldito Reino. Mi único deseo ahora es volver a casa.

A Emmett, el camino de vuelta al campamento se le hizo eterno. Edward le había colocado el brazo en forma de cabestrillo y pudo sujetar las riendas con la mano izquierda, pero, apenas estaban avistando una de las tiendas al fondo, cuando la vista empezó a nublársele. Maldijo para sus adentros. Era cierto que había perdido mucha sangre pero, aquella flojedad en las piernas... las sentía como gelatina y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para bajar del caballo y no desplomarse allí mismo. Lo último que recordó fue una punzada de dolor que le recorrió todo el brazo hasta la columna vertebral que lo paralizó conforme se adentraba en la carpa y, después, todo oscuridad.

-Casi lo prefiero así, desmayado -admitió Edward mientras Jacob y su primo lo colocaban en un camastro habiendo acudido a su auxilio -aunque no me gusta ni su aspecto ni el de la herida.

-¿Crees que el filo estaba envenenado? -quiso saber Jasper.

-No lo sé -sacudió la cabeza. -Pero que se haya debilitado tanto y este sudor frío no son buena señal. De momento veamos que tanto me ha servido la ayuda que le he estado prestando a mi padre.

Edward tomó unos ungüentos y limpió la herida. No sabía si, en efecto, había veneno, pero al menos evitaría una infección que agravaría su estado, de paso que eliminaría cualquier sustancia remanente. Cuando comenzó a coser, se alegró de nuevo de que Emmett estuviera inconsciente. No pudo evitar unas primeras puntadas titubeantes, no estando muy seguro de lo que hacía, y aquello le habría dolido horrores de estar despierto.

Al cabo de una hora, la herida de Emmett estaba limpia y suturada, con bastante éxito al parecer, sus ropas cambiadas y en su estado ahora de semi-inconsciencia, Jacob le estaba obligando a beber un tónico preparado por Edward y que supuso paliaría la fiebre que estaba empezando hacer mella en él.

Estaba Edward inclinado sobre el camastro, colocándole el brazo en una posición que afectase lo menos posible a la herida cuando lo escuchó removerse.

-Rosalie... Rosalie...

Apenas fue un susurro audible pero suficiente para que Jacob, que estaba a su lado, le lanzara una mirada significativa. Edward le hizo una indicación con los ojos, señalando a su primo tras ellos para que guardara silencio.

-Jasper, creo que deberíamos descansar, aunque sea unas horas. Nos vendría bien a todos -extendió su mano señalando a Emmett.

-¿Acaso...? -su rostro reflejó la preocupación.

-Confío en que lo que le he suministrado evite que la fiebre suba más, pero sería mejor si no lo movemos mucho las primeras horas -le explicó Edward.

-Hablaré con los hombres -accedió Jasper. -Vuelvo enseguida.

-¿Qué ha sido eso? -susurró Jacob por lo bajo cuando se quedaron solos.

-Creo que no necesitas que te lo explique -se encogió de hombros. -Ahora el único que no lo sabe es él -señaló con un gesto de cabeza hacia la puerta.

Jacob lo miró confuso.

-Con la excusa de las cartas de hace unas horas, intenté tantear a mi padre, y me llevé una grata sorpresa al saber que mi madre se lo había contado -le comentó con tono desenfadado. -¿Lo censuras?

-No, no -agitó Jacob las manos delante de él. -Me preguntaba que opinará tu primo cuando sepa que ha sido el último en enterarse.

-He querido decírselo muchas veces, sobre todo cuando mi prima enfermó por culpa de este testarudo que quiso alejarse de ella. Es una larga historia -agregó al ver el rostro ceñudo de Jacob. -Lo importante es que se recupere y que sea él mismo quien encare la situación.

-Entonces se repondrá ¿no? -vaciló preguntándose si habrían realizado una buena labor.

-Eso espero -resopló Edward. -Tal vez tú te salves porque apenas te conoce e incluso puede que hasta valore tu esfuerzo, pero en cuanto a mí y conociéndola como la conozco, si algo le pasa a Emmett, Rosalie es capaz de matarme. Tenlo por seguro.

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El traqueteo de ruedas golpeando el camino y unos tenues y cálidos rayos de sol lo despertaron. Al abrir los ojos lo primero con lo que se encontraron fue con el techo de madera de una carroza ¿Cómo demonios había llegado hasta ahí?

Su primer impulso fue apoyarse en el mullido asiento sobre el que estaba recostado y un fuerte dolor atravesó su brazo derecho, devolviendo a su memoria todo lo acontecido hacía... ¿cuánto tiempo había estado inconsciente?

Se incorporó, esta vez de forma más pausada y se asomó por la ventanilla del coche, viendo a Francis cabalgar a su lado.

-Por fin, Morfeo -le sonrió su amigo al verlo. -Ya era hora.

-¿Cuánto...?

-Casi dos días ardiendo en fiebre -le confirmó. -Detente -le dijo al muchacho que manejaba las riendas. -Voy a avisar a su Majestad.

Y antes de que Emmett pudiera añadir algo más, Francis espoleó su caballo y se adelantó.

Aprovechando que se habían detenido, abrió la portezuela y descendió. El reducido habitáculo de la carroza lo había mantenido con las piernas flexionadas y le dolían todos los huesos. Se sintió liberado cuando pudo estirar los músculos al tomar tierra firme, aunque algo débil, sin duda por aquella fiebre que Francis le había nombrado.

Al momento vio como frente a él volvía con Jasper, aunque no sólo ellos, pues también se habían unido al grupo, Edward, Jacob y Peter.

-Por un momento temí que llegaríamos a Los Lagos sin que hubieras despertado -exclamó Jasper descabalgando, cosa que imitó el resto.

-¿Cómo te sientes? -se interesó Peter viéndolo aparentemente tan repuesto.

-Un poco adolorido pero bien -respondió masajeándose el hombro derecho.

-¿Y el brazo? -señaló Jasper su herida.

-Algo entumecido -cerró y abrió varias veces la mano notando un hormigueo propio de un miembro adormecido.

-Me sorprende que incluso seas capaz de moverlo -intervino Edward. -El corte era muy profundo.

-Hicimos un buen trabajo -le guiñó el ojo Jacob.

-No sé como agradeceros...

-Tonterías -atajó Edward. -Aunque te aconsejo que dejes que mi padre te revise en cuanto lleguemos al castillo.

-Si no me equivoco mañana llegaremos a La Encrucijada ¿verdad? -aventuró Emmett oteando el terreno a su alrededor.

-Y si no pasa nada, antes del atardecer culminará nuestro viaje -suspiró Jasper.

Emmett sintió una punzada en el pecho.

-¿Vuelves a tus aposentos? -bromeó Francis.

-No, prefiero cabalgar -negó.

Jasper alargó el brazo señalando tras de él; Goliath estaba atado en la parte de atrás de la carroza. Al acercarse Emmett para soltar sus riendas, el caballo piafó a su amo como bienvenida.

-¿Qué tal muchacho? -acarició sus crines antes de montarlo.

-Vamos -le hizo Jasper un gesto la cabeza para que se les uniera. Obedeciendo los acompañó cabalgando hasta que se situaron al frente de la marcha.

Ya allí, miró a su alrededor y vio su posición, justo a un lado del Rey. La punzada que sintiera hacía un instante volvió a oprimirle el estómago. Aquel lugar denotaba confianza y concesión y no podía negar que Jasper se portaba con él de un modo mucho mas cordial que de costumbre. La pregunta de dónde quedaría todo aquello cuando al día siguiente, con Rosalie a su lado, le plantearan la situación revoloteó por su mente y no pudo evitar el sentirse culpable.

A pesar de toda esa deferencia, que lo considerara digno de unirse a su hermana era algo muy distinto y Rosalie no tendría más remedio que elegir, pues, con todo el dolor de su corazón, él ya no podía hacerlo. Hubiera preferido que la espada de James hubiese acabado con él si tuviera frente a sus ojos una vida sin ella. Egoístamente y, para su fortuna, sabía cual sería la elección de Rosalie: él, y aunque eso le hiciera el hombre más dichoso sobre la faz de la tierra, ella sufriría por verse privada del cariño y el calor de los suyos y a su vez, ellos quedarían devastados al perderla. El daño infligido a Jasper iría más allá de la deshonra y el deshonor, rozaría la traición, la de toda la confianza que hasta entonces había depositado en él.

-¿Te sientes bien? -lo escuchó preguntar a su lado, sintiendo él como la bilis de la culpabilidad se agolpaba en su garganta.

-Sí, Majestad -titubeó.

-Es normal que esté un poco atontado -le quitó importancia Edward.

-Si deseas volver a la carroza...

-No es necesario pero gracias, Majestad -le aseguró él.

Jasper decidió no insistir y volvió a mirar al frente, y lo mismo hizo él, con la vista puesta en aquella senda que lo dirigiría a un destino incierto. Y con cada recodo del camino que iban dejando atrás, más pesada se hacía esa culpa sobre sus hombros.

Se dijo a sí mismo que aún quedaba un par de días para afrontar aquella situación, y esperaba haber dejado atrás toda esa zozobra conforme se fueran acercando a Los Lagos. La perspectiva de volver a ver a Rosalie prevalecería sobre la angustia, juntos superarían todo aquello, pero la familiaridad con la que siguió tratándolo Jasper a lo largo de aquellas jornadas incidía más sobre su conciencia. Compartió con él el fuego de la hoguera y el calor del vino, riendo y narrando cada uno de ellos su experiencia en aquella batalla. Jacob y Edward discutían sobre quien había derrotado a más hombres, Jasper les narró como había alcanzado a Laurent cerca de las caballerizas pretendiendo escapar y como le escupió en la cara lo infructuoso de sus planes y todos se mostraron más que interesados al rememorar Emmett su encuentro con James. Todo fluía de forma extrañamente perfecta y la fuerte convicción de que todo aquello acabaría pronto y de la peor manera no hizo más que atormentarlo.

Cuando aquella tarde divisó su lago predilecto, aquel tan especial para él donde se produjo su primer encuentro con Rosalie, creyó que no podría soportarlo más. No podía enfrentarse así a Jasper, ni aún con ella a su lado. Necesitaba despejarse, un momento a solas para calmarse y reflexionar bien sobre como le plantearía la situación, necesitaba respirar...

-Majestad, quisiera detenerme a refrescarme -dijo de súbito sorprendiendo a todos.

-Emmett, llegaremos en menos de una hora al castillo -le señaló Jasper el horizonte donde ya se perfilaban los torreones.

-Me daré un baño en el lago y os alcanzaré -insistió, aunque trató de simular su desesperación.

-Pero...

-Déjame que le eche un vistazo al vendaje -se interpuso Edward con su caballo, tomando su brazo con gran interés. -Recuerda que hay quien te espera en el castillo, y no me refiero a Alice -le susurró repentinamente de modo casi imperceptible. -Trata de no mojarlo excesivamente -alzó su voz con sorprendente normalidad. -Y en cuanto llegues que te revise mi padre, es necesario.

-Descuidad, Alteza -titubeó levemente, contestando con aquello a todas sus indicaciones.

-¿Vamos, Jasper? -trató de instarlo Edward a continuar. -Yo si quiero un buen baño caliente.

Jasper le lanzó una última mirada de recelosa a Emmett antes de emprender la marcha.

Sólo cuando quedó del séquito el polvo que habían levantado del camino, Emmett se atrevió a moverse. Descabalgó asegurando las riendas de Goliath en aquel árbol tras el que se escondiera Rosalie a observarlo y se sentó apoyándose en su tronco, revoloteando sin parar las palabras que le acababa de decir Edward. Ya no había duda, al menos él y Carlisle, al igual que Alice, sabían de su amor por Rosalie y, por consiguiente, no era de extrañar que también lo supieran Esme y Bella. ¿Es que el bendito castillo al completo estaba enterado de todo? Todos excepto Jasper, quien en realidad era el más interesado. Sin embargo, otra duda lo asaltó, una más intrigante todavía si aquello era posible ¿Por qué no lo habían acusado frente a él? ¿Sería que con su silencio querían convertirse en cómplices de aquel amor prohibido?

Por primera vez desde que conoció a Rosalie, un atisbo de esperanza flotó frente a él, pero temió estirar la mano por miedo a que se desvaneciera y un frío extraño recorrió sus huesos a pesar de la tarde veraniega. Jasper tenía la última palabra y ésa era la que más temía.

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CAPÍTULO 31

Fue al cruzar el puente levadizo cuando Jasper por fin se sintió libre. Todo había acabado.

Con trabajo avanzaron hasta la gran escalinata de la entrada, saliendo a su encuentro todos los habitantes del castillo y muchos aldeanos que estaban allí aguardando su regreso, vitoreando y festejando su llegada. Aquello le hizo suponer, no sin cierto alivio, que las cosas en el castillo habían seguido con normalidad, incluso Alice debía estar bien, si no, el ánimo del pueblo no estaría tan exaltado.

Llegando ya a la escalinata, divisó en lo alto a Rosalie, sus tíos, Charles, Bella y Leah. Éstas últimas ya bajaban con premura, y cierta temeridad, los escalones y, apenas habían descabalgado Edward y Jacob que ya las tenían en sus brazos dándoles un beso de bienvenida. Por el rabillo del ojo vio a Peter tirando del brazo de Charlotte, que aguardaba al pié de la escalera con el resto de los criados, y hacía lo propio. No había rastro de Alice. Jasper empezaba a sentir una punzada en el pecho y un gran vacío en sus brazos subiendo aquellos peldaños cuando Rosalie acudió a su encuentro a llenarlo.

-¿Cómo ha ido todo? -preguntaba desde lo alto Carlisle.

-Muy bien -le respondió mientras mantenía a su hermana abrazada. -Gracias a Dios no ha habido ninguna pérdida. Sólo algunos heridos que se han ido recuperando por el camino.

-El único es Emmett, papá. Deberías revisarlo -agregó Edward.

Y Jasper sintió el cuerpo hasta ahora laxo de Rosalie, tensarse entre sus manos como la cuerda de un arco.

-¿Dónde está Emmett? -preguntó con el rostro crispado y tal vez demasiado énfasis, soltándose de su hermano y descendiendo la escalinata en dirección a Edward.

-Quería darse un baño y se ha detenido en un lago, el que está al lado del viejo roble -le explicó, sorprendido por su reacción tan poco discreta. Aunque más se sorprendió cuando le arrebató las riendas de su caballo y, como experimentada amazona que era, lo montó con un movimiento ágil y se abrió paso entre el gentío.

Jasper observó con estupefacción como cruzaba el portón cabalgando como si el Señor del Averno la persiguiera, pero que se tornó en confusión al ver en los rostros de su familia que era el único asombrado. ¿Qué estaba pasando allí? Y aunque la necesidad de averiguarlo era imperiosa, más lo era saber dónde estaba su esposa.

-¿Y Alice? -preguntó a su tío con cierta preocupación. -¿Sigue enferma?

-He querido que repose, eso es todo -lo tranquilizó.

Y ya no esperó ninguna explicación más. Corrió hacia su habitación deseando llenar ese vacío que aún ahondaba en su pecho cuanto antes.

Al abrir la puerta la encontró arrodillada sobre la cama, mirando hacia la puerta con una gran sonrisa floreciendo en su cara y la mirada brillante. El negro de su pelo caía libre sobre su cuerpo, contrastando con la blancura de su camisón, tan hermosa que sintió que el aliento abandonaba sus pulmones. La vio correr con los brazos extendidos, lanzándose a su pecho y sus labios, recibiéndola él más que gustoso. Si era posible disfrutar del cielo en la tierra, ése era el momento, estrechando a Alice con fuerza y besándola como si el mundo fuera a desaparecer.

-Me ha dicho Carlisle que necesitas reposo -caminó hacia la cama sin apenas separarse de ella, tomando su cintura con ambas manos y obligándola a andar de espaldas. -¿Estás bien? -le preguntó mientras la instaba a sentarse.

-Estamos bien -se recostó ella contra el cabezal.

-¿Seguro? -insistió él sentándose frente a ella.

Alice se limitó a asentir con mirada risueña y Jasper suspiró aliviado. Sonriendo, tomó una de sus finas manos y la llevó a su mejilla, queriendo sentir su tacto, cuando su sonrisa se congeló.

-Alice -tragó saliva vacilante. -¿Has dicho estamos?

Entonces Alice, mordiendo su labio, liberó su mano de su rostro tomando la suya y la llevó a su vientre.

-Majestad, os presento a vuestro hijo -la escuchó murmurar, y Jasper creyó que moriría en ese mismo instante. Observó su mano sobre su cuerpo y una corriente de energía lo traspasó... su hijo...

No fue capaz de hablar, sólo de rodear entre sus brazos su cintura, apoyando la cabeza sobre su abdomen. Hundido su rostro en aquel camisón blanco, el Rey Jasper lloró mientras su corazón de hombre palpitaba desbocado henchido de felicidad y dicha.

-Jasper... -musitó ella emocionada acariciando su cabello.

-¿Estás segura, Alice? -alzó él su rostro humedecido por las lágrimas.

-Tu tío así lo afirma. Ya tuve mi primera falta y, aunque un poco pronto, ya empecé con los síntomas -se sonrojó.

-¿Síntomas? -se preocupó él -¿Te sientes bien?

-Náuseas matinales, nada más -le explicó limpiando con ternura los surcos de sus mejillas. -La mañana después de dejar el campamento me sentí indispuesta y Carlisle creyó que sería el cansancio, aunque el resto del día sentí un apetito feroz. Al tercer día, ya no tuvo dudas -emitió una tímida risita. -¿Estás contento?

-Alice, la palabra "contento" no creo que se acerque ni lo más mínimo al estado de euforia en el que me encuentro -apoyo de nuevo su cabeza en su regazo, abrazándola. -Me asomaría por la ventana dando gritos pero temo que me tomen por loco y me obliguen a abdicar.

Alice rió y continuó acariciando las ondas de su cabello.

-Espero que sea un varón, tu heredero -deseó ella.

-No me importa, con tal de que se parezca a ti y esté sano...

Y como si el cuerpo de su esposa quemase, se apartó de ella arrodillándose a su lado.

-¿Te estoy apretando demasiado? -preguntó alarmado. -¿Te hago daño?

-No seas tonto -se rió ella. -Soy una mujer embarazada, no una figurita de cristal.

Jasper volvió a acercarse y la tomó apoyándola en su regazo, estrechándola.

-Aún me pregunto que de bueno he hecho en mi vida para que el Todopoderoso me haya obsequiado de esta manera -susurró sobre su cabello. -Te amo, Alice -bajó su rostro buscando los labios de su esposa para besarla con ternura.

-Bienvenido -musitó ella.

-Sí, ya estoy en casa, todos hemos vuelto a casa.

Alice respiró aliviada contra su pecho, sabiendo cuanto significaba aquello para él.

-Hirieron a Emmett -le escuchó decir de súbito, alzando ella su rostro angustiada. -Sólo un corte en el brazo que Edward suturó con bastante éxito -la tranquilizó. -Tuvo fiebre un par de días pero ya está repuesto. De hecho se ha detenido a darse un baño en un lago, lo que me recuerda algo que ha sucedido a nuestra llegada.

-¿Qué? -preguntó extrañada separándose de él.

-Rosalie se ha alarmado mucho al enterarse de que estaba herido y al no verlo con nosotros. Le ha robado, literalmente, el caballo a Edward en cuanto le ha dicho donde estaba.

Escudriñó en el rostro de Alice en busca de una respuesta y la obtuvo al ver como se mordía el labio con culpabilidad.

-¿Qué me ocultas? -inquirió con seriedad. -Más bien, ¿qué me ocultáis todos?

Alice estudió las facciones de su esposo. No estaba enojado, ni siquiera molesto, sólo quería una respuesta y, por la calma de sus facciones concluyó que, ciertamente, no la necesitaba.

-En realidad, ya sabes lo que ocurre ¿verdad? -aventuró vacilante.

Jasper suspiró profundamente.

-¿Desde cuándo? -indagó él.

-Desde la primera vez que se vieron, aunque ninguno lo admitió frente al otro hasta el día en que invitaste a Emmett a compartir con nosotros la mesa -le explicó cuidadosamente. -Emmett ha luchado de todas las formas posibles contra ese sentimiento sin conseguirlo -quiso disculparlo.

-Por esa razón se marchó a Asbath tan repentinamente -no era una pregunta, sino una afirmación.

-Y por eso mismo tu hermana...

-Enfermó -concluyó él por ella.

Jasper exhaló sonoramente por la nariz con pura exasperación y Alice aguantó la respiración temerosa.

-¿Y era necesario pasar por todo eso antes de hablar conmigo? -inquirió él de repente, sorprendiéndola. -¿A qué esperaban para decírmelo?

-Bueno... -titubeó Alice desconcertada por su reacción. -Según me ha contado Rosalie, consiguieron hablar un momento antes de que partierais hacia Adamón y tomaron la decisión de decírtelo. Imagino que Emmett consideró que los momentos previos a una batalla no eran la mejor ocasión para plantear una cuestión así.

-Pero en el viaje de vuelta...

Jasper guardó silencio un momento y comprendió. Su mutismo, su semblante intranquilo, aquella parada tan inusitada en el lago... Muestras más que fehacientes de su propia lucha interna.

-Jasper -titubeó ella insegura. -Dime, ¿lo desapruebas?

-Mi señora, me sorprende sobremanera que aún no conozcáis a vuestro esposo lo suficiente como para dudar -bromeó y Alice se abrazó a él hundiendo su rostro en su pecho.

-Disculpadme, mi señor -respondió ella emocionada. -Sólo puedo alegar en mi defensa que con cada día que pasa descubro que sois mucho más maravilloso de lo que creía el día anterior.

Jasper la rodeó con sus brazos sonriendo.

-Alice, tengo mil razones para aceptarlo y ninguna para oponerme -le dijo. -La deuda de gratitud que tengo para con él es impagable; no sólo salvó mi vida, también la tuya y la de nuestro hijo -susurró con ternura mientras acariciaba su vientre. -Podría darle mi Reino entero si me lo pidiera, mas, por encima de todo eso, está el hecho de que lo aprecio sinceramente y lo admiro. Es un hombre leal y honorable, fiel y de buenos principios y de una resolución y agudeza inestimables. Además, creo que es el único que podría dominar la naturaleza intempestiva de mi hermana -agregó con un deje de diversión.

Alice rió ante su comentario aunque, alzó su rostro y lo miró con seriedad.

-Pero Jasper, Emmett no pertenece a la realeza, ni siquiera es un noble -alegó entristecida.

-Nadie dijo que su unión fuera fácil -acarició su mejilla, -pero si eso es lo que quieren, así será. Si la felicidad de ambos depende de mí, no seré yo quien les prive de ella.

De súbito, Alice soltó una risita y se abalanzó sobre él, haciéndole caer de espaldas sobre el lecho mientras depositaba numerosos besos por toda su cara, provocando su risa. Mas, del mismo modo repentino que había comenzado aquella lluvia de besos, cesó. Alice separó su rostro de él y, en ese mismo instante, Jasper se vio atrapado por los bellos ojos de su esposa que lo miraban como nunca lo habían hecho hasta entonces. La plata de sus pupilas le resultó indescifrable y enigmática, reflejando toda la profundidad de los sentimientos que rebosaban en ellos. ¿Amor, pasión, admiración? Esas palabras no significaban nada comparadas con aquel halo que emanaban sus ojos y que lo ligaban a ella irremediablemente. Quedó devastado, indefenso ante ella y sin aliento cuando ella hizo descender sus labios para tomar los suyos. Alice siempre dejaba su espíritu de niña a un lado a la hora de amarlo dando paso a una mujer impetuosa, repleta de anhelos, pero había mucho más en aquellos labios. Jamás creyó Jasper que se pudiera dar y recibir tanto en solo un beso. Su aliento cálido y lleno de vida le entregaba la esencia de su alma y la caricia de su boca le ofrecía el sabor de su elixir, intoxicándolo, impregnando hasta la última gota de la sangre que corría por sus venas.

Respondió a su beso tembloroso, aturdido por aquella intensidad desbordante. Pasaron por su mente muchos motivos para detenerla; el polvo del camino aún pegado a sus ropas, la precaución por su embarazo... pero se diluyeron todos y cada uno de ellos cuando sus labios viajaron por su mentón hasta su cuello hundiéndose en su piel de forma exquisita.

-Alice... -escapó su nombre de sus labios como un susurro, abandonándolo la cordura y el control de sus sentidos.

-¿Sí, mi señor? -musitó ella con una sensualidad exultante besando la sensible piel de detrás de su oído, donde golpeaba su pulso acelerado.

Y Jasper creyó desfallecer. No habría podido, aunque lo hubiera intentado resistirse al delicioso tacto de sus manos, a la calidez de sus labios estremeciendo cada una de las fibras de su cuerpo, a la caricia de su piel contra la suya y cuando Alice comenzó a despojarlo de sus ropas no movió ni uno solo de sus músculos para detenerla. Se maravilló de su desenvoltura, algo más bien lejos de importunarle. ¿Podía culpar a su mujer de necesitarle cuando él estaba hambriento de ella?

Jasper permitió que lo liberara de toda su ropa para, finalmente, hacer él lo mismo con su camisón. La tumbó a su lado y la acarició con sus ojos y sus manos, venerando aquel templo de vida en el que se había convertido su cuerpo. En su vientre aún no se apreciaba su estado, pero sí en su piel sonrosada y brillante, en la que dibujó líneas vibrantes con sus dedos, o en la sensibilidad de sus pechos que se mostraban más que receptivos ante el roce de sus labios. Hizo descender su mano más allá y Alice tomó su rostro entre sus manos para besarlo con fervor conforme Jasper hundía sus dedos en la tersura de su feminidad, inhalando ella su gemido ahogado al deslizarse por su humedad. La voluptuosidad de su esposa lo hizo arder y sus ansias de él casi lo llevan al borde del abismo. Se sumergió en el cálido abrigo de su cuerpo con lentitud y suma delicadeza y aquello los enardeció a ambos aún más.

Sus cuerpos conectaron al instante, anhelando cada mitad encontrarse con la otra y sintiéndose completos finalmente. Sus movimientos, sus alientos y sus latidos se unieron en perfecta armonía, en perfecta conjunción... al fin y al cabo, eran un único ser.

Se fundieron, se sintieron y se amaron el uno al otro como nunca antes lo habían hecho y su clímax los golpeó alcanzando un nivel supremo al que no habían osado aspirar jamás. Languidecieron suavemente abrazados, entregados a las sensaciones que los recorrían por entero y juntos irían al encuentro del letargo del atardecer.

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-Así que apenas recuerda nada -alegó Edward meditabundo.

-Es casi un milagro -agregó Leah que se sentaba frente a él y Bella.

-Yo me atrevería a decir que ha sido su salvación -replicó Charles.

Carlisle asintió ante la mirada extrañada de su hijo.

-Aunque reticente, me sentí en la obligación de narrarle todo lo sucedido, aún sabiendo cuanto podría afectarle, pues creo que no la estaríamos protegiendo manteniéndola engañada -admitió. -Sin embargo, su reacción era como la de alguien a la que le estás narrando la vida de otra persona. No recordaba casi nada, leves atisbos y que no sabría discernir si eran la realidad o producto de su mente turbada así que, aunque creyó mis palabras, le resultaban del todo ajenas.

-Y esa sustancia... -titubeó Bella. -¿No le habrá afectado al bebé?

-Aunque yo haya insistido para que repose estos días, ella se encuentra perfectamente, dentro de lo común en su estado, claro está -le aclaró Carlisle. -Creo que estará muy bien -le sonrió tranquilizándola.

-Con permiso -escucharon a Angela en la entrada del comedor.

-¿Sí, Angela? -le indicó Esme que pasara.

-Alteza, vuestro baño está casi listo -le informó a Edward. -Y, princesa Leah -se dirigió ahora a ella. -El príncipe Jacob me ha pedido que os mande a llamar.

-Gracias -asintió ella un poco cohibida.

Se incorporó a la vez que Bella y Edward para encaminarse a las habitaciones y en uno de los corredores se separó de ellos para dirigirse a la recámara de Jacob.

Tras un momento de duda, llamó a la puerta y, desde el interior, escuchó su voz invitándola a entrar.

Cuando lo hizo, Jacob salía del cuarto de aseo habiendo sustituido sus ropas por otras limpias y secándose su larga melena con una mullida toalla. La miró sonriente y ella se sintió estremecer ante su imagen. Muchos pensarían que lo que bien parecía propio de una mujer podría restarle hombría, pero su espeso cabello negro suelto resaltaba su masculinidad de modo casi salvaje. A pesar de las sales de baño, su aroma personal impregnaba la atmósfera de la estancia, a hierba humedecida por las lluvias de otoño y a especias, las que aromatizaban el aire de su tierra y Leah aspiró intoxicándose de él. Con toda la naturalidad del mundo, Jacob se dirigió hacia la cómoda, dejando la toalla en el respaldo de la silla y sentándose frente al espejo. Luego, tomó un peine de concha y, buscando la mirada de Leah en el reflejo, se lo alargó.

-¿Qué sucede? -preguntó él en vista de su quietud.

-No creo que sea apropiado -vaciló ella.

-¿Qué peines mi cabello? -la miró ceñudo.

-Y que esté aquí en tu habitación -agregó.

-Ambas son cosas que has hecho centenares de veces antes -dejó él el peine sobre la cómoda con un mohín, girándose hacia ella.

-Creo... que la situación ha cambiado -titubeó ella.

-No entiendo en qué -discrepó él. -Siempre te he respetado y no veo motivo alguno para no seguir haciéndolo ahora -sentenció.

Volvió a girarse hacia el espejo y cogió el peine con disgusto, hundiéndolo en su melena, pero no empezaba aún con su tarea cuando notó los dedos de Leah tomando su lugar. Comenzó a deslizarlo con delicadeza, mechón a mechón, como siempre hacía, mientras Jacob estudiaba su expresión desde su imagen. Le resultaba indescifrable. No podía afirmar con seguridad si estaba molesta, preocupada o incluso afligida, aunque tampoco parecía que tuviera mucha intención de explicárselo. Su silencio le intrigó, pero no quería forzarla a hablar, así que decidió narrarle su parte de la aventura en aquella batalla, como acostumbraba a hacer.

Estaba rememorando en voz alta la eterna discusión que había mantenido con Edward a lo largo del viaje de vuelta sobre quien había matado a más hombres cuando notó un tirón en su cabello. Jacob trató de recordar cuantas veces había hecho eso Leah y llegó a la conclusión de que era la primera.

-Perdón -se apresuró a disculparse ella.

-¿Te molesta que te lo cuente? -supuso él tratando de buscar una excusa a su inquietud.

Ella negó con la cabeza pero su semblante seguía apagado. Jacob se mantuvo en silencio, a la espera, sabiendo que no tardaría en explotar, y así fue; vio la señal cuando ella soltó su cabello.

-¡Me resulta de lo más veleidoso por tu parte que te regodees en tus bravuconadas cuando yo...! -y se calló apretando los labios.

-Hasta ahora nunca te habían molestado mis bravuconadas como tú las llamas -se extrañó él.

-Sí, hasta ahora -musitó ella retomando su labor con expresión sombría.

Jacob guardó silencio tratando de asimilar la situación, que parecía escapársele de las manos. ¿En qué maldito momento habían cambiado las cosas entre ellos? El hecho de que se amaran no significaba que las bases de su relación tuvieran que olvidarse. Habían sido amigos, desde niños, compartiendo, viviendo miles de situaciones que les habían llevado hasta donde estaban ahora ¿Había que dejarlo todo simplemente atrás?

Estudió su reflejo, su semblante absorto, enredándose sus dedos en su cabello, con suavidad y sumo cuidado... con dedicación, más bien, como uno trataría siempre al ser amado. Sin saber muy bien porqué ni de donde salió, se coló en su mente la imagen de Leah pero hilando entre sus dedos el cabello de otro hombre y aquello lo golpeó oprimiéndole, sintió como si una violenta sensación de posesión le apuñalara, y comprendió.

Por supuesto que habían cambiado las cosas. Él jamás podría soportar perderla, saberla ajena, de otro hombre que no fuera él y ella había estado días enteros conviviendo con el terror de perderlo en aquella batalla. Quizás siempre había sentido miedo por él, por su temeridad, pero nunca se habría sentido con derecho como para reprochárselo... hasta ahora.

Volvió a observarla por los ojos del espejo y tragó saliva.

-Creo que nunca te lo he dicho pero me encanta la forma en que cepillas mi cabello -le dijo de súbito, mostrándose ella sorprendida. -Aún después de tanto años, yo no consigo más que darme tirones.

-Bastaría que lo hicieras con más cuidado -logró decir.

-Tal vez soy brusco por naturaleza -se lamentó él.

-Eso no es verdad -musitó ella por lo bajo, concentrada en el último mechón de cabello que resultaba de lo más interesante.

-En cualquier caso necesito una solución -prosiguió él encogiéndose de hombros. -A lo mejor debería cortarlo.

-No -exclamó ella con, quizás, demasiado brío, bajando rápidamente su rostro de nuevo.

-Bien -sonrió él para sus adentros. -Si no es una solución factible, se me ocurre otra alternativa.

-¿Cuál? -le cuestionó sin saber muy bien a donde llevaba aquella conversación.

-Que siempre lo hagas tú -se levantó volteándose, quitándole el peine de las manos para dejarlo en la cómoda.

-Eso será un poco difícil ¿no crees? -se rió ella con nerviosismo. -Te saldrán piojos si tienes que esperar hasta que pueda hacerlo.

-No, si nunca te separas de mí -susurró con voz grave.

Leah entreabrió los labios dispuesta a decir algo pero no se escuchó nada, ni siquiera su respiración.

-¿Deberé decir todas y cada una de las palabras para que me entiendas? -le sonrió Jacob. -Está bien. Que conste que no lo tenía preparado pero, allá vamos.

-¿Qué haces? -comenzó ella a reír de nuevo al ver como Jacob se arrodillaba frente a ella.

-Un poco de seriedad, mi amor -bromeó él. -Estoy intentando hacer esto como es debido.

-Lo siento -se disculpó ella, reprimiendo una risita.

Jacob cogió una de sus manos entre las suyas y cerró los ojos un segundo, tomando aire. La atmósfera distendida se tornó seria al volver a abrirlos, y Leah le sostenía la mirada expectante.

-Leah, sé que nunca podré encontrar a una mujer a la que amar como a ti y nadie me amará como lo haces tú. Estando contigo comprendo al fin lo que es sentirse completo, he hallado en ti a mi compañera, quien me complementa y no concibo mis días sin ti. Por eso y por mil motivos más me atrevo a preguntarte si me concedes el honor y la dicha de convertirme en tu esposo.

Leah cayó sobre sus rodillas y, liberando su mano de entre las suyas, tomó su rostro y lo besó. Jacob reaccionó de inmediato rodeando su cintura con sus brazos y respondiendo a su beso con vehemencia. Se alimentó de sus labios con ansias, bebiendo de ellos la respuesta que le estaba dando, ya no con su voz pero sí con su boca.

-¿Significa eso que sí? -quiso escucharlo de cualquier modo.

-Sí, sí, sí -dijo una y otra vez mientras seguía depositando decenas de besos en su rostro.

De pronto, Jacob se separó un poco de ella y se quitó su anillo, un sello de platino con diminutos zafiros engarzados delineando la letra J, tras lo que tomó su mano izquierda. A pesar de llevarlo él en el meñique lo deslizó en su fino dedo corazón acoplando a la perfección.

-No es propiamente un anillo de compromiso pero hará bien su labor hasta que pueda darte otro más apropiado cuando lleguemos a casa -le sonrió.

-Hazlo si quieres pero éste ya se queda conmigo -se llevó las manos a su pecho sonriéndole. -Éste es mi anillo de compromiso y dejaría de ser tu prometida si me lo quitaras.

-Entonces gustoso lo doy por perdido -acarició su mejilla. -Lo mire por donde lo mire, yo salgo ganando -susurró inclinándose sobre ella, sellando con otro largo beso su unión.

-Quiero que nos casemos cuanto antes -musitó sin aliento, aún arrodillados uno frente al otro.

-Jacob, yo quisiera que mi padre se recobrara del todo antes -repuso ella. -Sabes que por eso no acudimos a la boda de Jasper y Alice. No debe experimentar grandes emociones, ni fatigarse, a pesar de que se empeñe en viajar hasta tu castillo cada vez que lo asalta el aburrimiento.

-No creo que le dañe nuestra boda -discrepó él. -Más bien, le hará feliz. Además me parece que está muy recuperado y...

-No tengo preparado mi ajuar -alegó ella cabizbaja.

-Yo pensé que lo tenías listo desde niña -la miró él extrañado. -Es costumbre desde la época de nuestros ancestros. Toda muchacha casadera...

-Pensé que nunca sería una muchacha casadera -continuó sin alzar su rostro.

-¿Creíste que no encontrarías un marido? ¿Que nadie querría desposarte? -seguía sin comprender.

-Creí que el hombre que yo amaba no querría desposarme, nunca -afirmó con convicción.

Jacob la miró atónito con el corazón dándole un vuelco.

Desde ahí había empezado su amor por él, desde que lo había visto como a un hombre y, a pesar de no vislumbrar esperanza alguna, se había mantenido firme y fiel a él. Y sin embargo, él nunca la había visto como a una mujer hasta tan solo unos días atrás. Qué necio había sido, cuánto tiempo habían perdido por su estúpida ceguera.

Tomó su barbilla, alzando su rostro y fijó sus ojos en los suyos.

-Ese hombre es un cretino -le susurró mientras sus ojos suplicantes se fundían en los de él.

Lo miraba con un amor y una devoción infinitos y Jacob bendijo su suerte por haber ella esperado por él. Se inclinó sobre ella y posó sus labios sobre los suyos con suavidad y ternura. Quería contagiarla de su amor por ella, conmoverla, hacerla estremecer; tenía que compensarla por aquellos absurdos años de espera.

-Quiero desposarte, Leah -respiró en su boca. -Y te aconsejo que empieces con tu ajuar lo antes posible o mandaré nuestras costumbres y tradiciones al infierno -sentenció antes de volver a cubrir sus labios con los suyos con mucho más ardor ahora. Por primera vez Jacob vio con disgusto lo arraigado del legado de ambos Reinos y con que placer lo haría desaparecer.

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-Gracias -despidió Bella a la última doncella que se retiraba tras terminar de llenar la tina, cerrando la puerta de la recámara.

Al entrar en el cuarto de baño vio que Edward extendía sus brazos en cruz con declarada intención.

-¿Es que de pequeño no te enseñaron a bañarte solo? -lo provocó ella suponiendo que esperaba que lo ayudara a desvestirse y comenzó a caminar despacio hacia él.

-Por supuesto que sé bañarme solo -le respondió trazándose en sus labios esa media sonrisa que a Bella le hacía temblar. -El punto, esposa mía, es que no "quiero" hacerlo solo -y Bella se sintió enrojecer profundamente.

-Ya tomé un baño esta mañana -puso como excusa, aunque el temblor de su voz la delataba.

-Seguro que no te importará volver a hacerlo para complacerme ¿verdad? -le guiñó el ojo travieso.

-¡Edward! -exclamó ella con falso reproche conforme él empezaba a deshacer los lazos de su vestido.

Entonces se detuvo y tomó su barbilla, obligándola a mirarle.

-Quiero sentirte, Bella -musitó con ojos anhelantes y ella le respondió rodeando su cuello con sus brazos y lanzándose a sus labios, haciéndole partícipe de sus propios deseos.

-Se enfriará el agua -le susurró él retomando de nuevo su tarea.

Pronto sus ropas quedaron olvidadas en el suelo hechas un ovillo y se sumergieron en la calidez del agua. La redondez de la gran tina los albergó con sobrado espacio, sentándose Edward contra la madera y apoyando la espalda de Bella en su pecho.

-Te he extrañado tanto -suspiró rodeándola con sus brazos.

-No puedo creer que ya hayas vuelto -se recostó aún más en su regazo.

-¿Dudabas de mi palabra? -bromeó él.

-No puedes reprocharme que estuviera preocupada -se excusó ella.

-Claro que no -admitió él. -Pero ya ha acabado todo -susurró besando su cabello.

-Y de forma feliz -agregó Bella.

-Y tan feliz -sonrió él. -Aún no puedo creer que Alice esté esperando un hijo.

-Tu padre se sorprendería al comprobar la poca credibilidad que das a su experiencia -se mofó ella.

-Es sólo una forma de hablar -bromeó justificándose. -Mi primo debe estar loco de alegría en estos momentos -suspiró.

-Me parece entrever un deje de envidia en vuestras palabras, Alteza -se rió ella.

-Y de la peor, querida princesa -respondió con exagerado tono. -Que Dios me perdone pero desearía estar en su piel en este instante.

Bella continuó riendo, hasta que se percató de que era la única que lo hacía. Edward no reía, había hundido su rostro en su pelo con un pesaroso suspiro mientras posaba su mano en su abdomen. Notó que volvía a tomar aire con intención de hablar y Bella contuvo la respiración.

-Creo que no habría visión más maravillosa que la de tu vientre abultado acogiendo a nuestro hijo -le escuchó murmurar lleno de dulzura.

Bella giró su rostro para ver el suyo y se encontró con su mirada llena de anhelo.

-Edward... -susurró ella enternecida.

-Dame un hijo, Bella -musitó, con sus palabras a modo de plegaria. -Una niña de piel pálida y mejillas sonrosadas, que ponga siempre en tela de juicio mis opiniones y luche por hacer valer las suyas -tomó su mejilla inclinándose sobre ella. -Dame una hija, Bella y me harás el hombre más feliz de este mundo.

Bella consumió el poco espacio que quedaba entre ellos como respuesta y Edward se apoderó de sus labios besándola con desenfreno, sosteniendo su rostro. Sin querer separarse de el, Bella giró su cuerpo y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, enfrentándolo y Edward afirmó su cintura entre sus brazos acercándola a él, llevando ella sus manos a su nuca, mientras sus bocas continuaban con aquella sinuosa danza.

La proximidad de sus cuerpos desnudos, la añoranza de su piel después de su ausencia y la necesidad de fundirse uno en el otro pronto hizo arder las chispas de la pasión. Edward deslizó su boca hacia su cuello dejando senderos de fuego a su paso y Bella dejó caer su cabeza hacia atrás enajenada por la ardiente sensación, jadeando en anticipación conforme Edward iba descendiendo hacia sus senos. Gimió hundiendo sus dedos en su cabello cobrizo cuando por fin alcanzó su cúspide, besándola, acariciándola de forma tortuosa con sus labios y su lengua, recreándose él en su dureza.

La urgencia de sentirlo en ella empezó a oprimirle el vientre de forma implacable mientras Edward seguía deleitándose en la suavidad de sus pechos, habiendo abandonado uno de ellos para refugiarse en el otro, martirizándola. Bella notó como su manos abandonaban su cintura para presionar la parte baja de su espalda, entrando en contacto sus intimidades, que gemían con aquel simple roce, ávidas, necesitadas la una de la otra.

Ella misma fue la que puso fin al tormento incapaz soportar un segundo más aquel fuego que derretía sus entrañas. Alzó sus caderas y lo tomó dentro de ella, lanzando Edward un gemido gutural contra su pecho con su inesperado impulso. Aferró sus manos a sus caderas acompañando los movimientos de Bella que lo sumían en el delirio, recorriéndolo con la calidez de su cuerpo.

La forma en que sus cuerpos conectaron los traspasó. Decir que nunca habían sentido su unión tan viva como en ese instante era un soez eufemismo. Bella sintió cada poro de su piel reaccionar ante la piel de Edward, encadenándose, formando vínculos de esencia y sangre con la suya y cada una de las células del cuerpo de Edward buscaba su gemela en el de Bella, fusionándose en perfecta simbiosis. Cada uno de sus movimientos combustionaba más aquellos lazos, fundiéndolos en una indestructible aleación, elevándose a lo sublime cuando su éxtasis los envolvió lanzándolos a los confines del universo, derramándose Edward en su interior y recibiendo ella su semilla.

Hay quien dice que una mujer sabe cuando sucede, el preciso momento en el que concibe...

...y Bella lo supo.