Dark Chat

lunes, 4 de julio de 2011

Muy Salvaje Para Ser dominado

Cap 3

Por un largo momento, Bella no movió un musculo ―no podía. En parte debido al inmenso


Hombre tendido encima de ella, y en parte debido a la conmoción de verse sumergida en el barro.


Otra vez. En este punto, se pregunto si alguna vez volvería a estar limpia y seca de nuevo. El barro


cubría cada centímetro de ella.


Girando la cabeza, vio el caballo huir por el camino, las riendas azotándose violentamente con


el viento.


―.Adonde va?


―A casa.


―A casa ―repitió ella, volviendo la vista hacia el.


Su rostro se cernía sobre el suyo, la mirada helada de sus ojos Verdes el único color en su rostro


Cubierto de lodo. Esos ojos la congelaron aun más, si eso era posible.


―Si, a varios kilómetros de aquí ―dijo mordiendo las palabras.


―Oh, genial ―exclamo. ―! Esplendido caballo el que tiene!


―No hay nada malo con Yago.


―.No? ―replico ella, sintiéndose temblar de rabia. ―El nos abandono.


―Con una bruja gritando en su espalda, apenas puedo culparlo.


―.Que tipo de caballo no puede soportar un poco de ruido? Un caballo de primera puede ir a


la batalla con los cañones disparando…


―Un cañón lo podía tolerar. Una arpía gritona es otra cosa.


Jadeando, empujo el gran cuerpo que cubría el suyo. La acción la obligo a hundirse aun mas en


la tierra húmeda y movediza.


―.Le importaría salirse de encima de mi?


―Con mucho gusto ―espeto, poniéndose de pie.


Con cierta satisfacción, vio que estaba tan sucio como ella. Le lanzo una última mirada


fulminante antes de girar y mirar a la distancia.


―.Adonde va? ―grito, luchando sin gracia por ponerse de pie ―a punto de desplomarse,


Cuando su tobillo derecho colapso bajo su peso. Su boca se abrió en un grito silencioso.


Rapidamente paso la mayor parte de su peso a su tobillo izquierdo y salto en un pie hasta que se


pudo estabilizar.


―El herrero puede prestarme un caballo ―dijo por encima del hombro, sin siquiera detenerse.


Ella alzo las increíblemente pesadas faldas, respiro profundamente y dio un paso adelante ―o mas bien, cojeo, decidida a seguir y no humillarse cayendo de nuevo. No era una tarea fácil.


Especialmente con su tobillo palpitando dentro de su bota.


Haciendo una mueca de dolor, lo ahogo e hizo un gran esfuerzo por mantener el ritmo. Su


respiración se hacia difícil y rápida a medida que movía sus piernas. Los latidos de su tobillo se


Intensificaban, cada pisada, una agonía.


La figura del hombre se alejaba cada vez más. El va a abandonarme.


Sus ojos ardieron. Un profundo sollozo broto en su pecho y ella lucho por continuar. Trago aire,


dispuesta a tragarse las lagrimas. No voy a llorar. No voy a llorar.


Y en ese momento, se sintió aplastada, golpeada por la vida ―su familia, la madre, cuyas cartas


eran raras y muy pocas, la nube de la pobreza cerniéndose constantemente sobre ella,


ensombreciendo cada movimiento y respiración. Y ahora él. Una bestia que no le importaba si él la


dejaba para ahogarse en el barro y la lluvia.


El aguijón en sus ojos se intensifico. Sin embargo, ella se condenaría si lloraba. Si sucumbía a la


debilidad. Se detuvo abruptamente. Alzando su rostro hacia el cielo, dejo que el diluvio de lluvia la


empapara, enfriando sus emociones en llamas.


―Camina ―grito el.


Ella bajo la cabeza para mirar su espalda, con ganas de arremeter. Hacer daño. De llorar sin


Control. Y eso, ella se negaba rotundamente a hacer.


En cambio, se dejo caer donde se encontraba, en medio del camino, como una pesada piedra


que se hundía hasta el fondo del lecho de un rio. Sin importarle sus guantes enlodados ―.que parte de ella no estaba cubierta de inmundicia?, ―se cubrió la cara con las manos.


Y rio.


Una risa frágil, temblorosa, que se originaba desde lo más profundo de su pecho. La risa que


sabía que podría cambiar en cualquier momento y convertirse en lagrimas humillantes si no tenia


Cuidado. Ocupada en mantener a raya las lagrimas, ella no lo oyó aproximarse. A través de sus dedos entreabiertos, vio sus botas detenerse frente a ella. Su pecho inmóvil, toda risa


desaparecida. Con una extraña clase de indiferencia, estudio las líneas de agua que corrían a lo largo de las botas relucientes.


Dejando caer las manos, ella examino la larga longitud de su cuerpo, sus ojos deteniéndose en


su rostro, esperando ver allí la condena ―el reproche imperdonable por ser débil y quedarse tan atrás.


El la miraba inexpresivamente, sin un atisbo de emoción en su rostro esculpido en piedra.


Suspirando profundamente, se inclino para alcanzar su brazo.


Ella palmeo su mano.


Frunciendo el ceno, fue por su brazo nuevamente.


Una vez más dio una palmada a la mano ofensiva, esta vez con más fuerza.


―Puedo buscar mi propio camino ―refunfuño, decidida a no aceptar nada de él. ―Continúe sin mí.


Las aletas de su nariz se ensancharon, sus labios se adelgazaron hasta una línea implacable. Una advertencia que no tuvo tiempo de escuchar. En un movimiento rápido, fluido, se inclino, deslizo un brazo por debajo de sus rodillas, y la tomo en sus brazos, como si pesara una pluma. Conmocionada, ni siquiera lucho cuando la acuno cerca de su pecho. Con sus largas zancadas, avanzaba por el camino con aparente facilidad.


―Puedo caminar ―murmuro, manteniendo los brazos torpemente delante de ella,


preguntándose donde ponerlos.


―Por supuesto que puedes ―respondió, sin mirarla, simplemente con la vista al frente, sin pestañear frente a la caída constante de lluvia.


Dándose por vencida, deslizo un brazo alrededor de sus anchos hombros, sus dedos


ligeramente apoyados en su nuca, por debajo de los mechones de pelo demasiado largos. Su pelo oscuro caía sobre sus dedos y ella lucho contra el impulso de acariciar los mechones alisados por la lluvia. Su otra mano relajada contra su pecho, donde el ruido constante de su corazón latía contra su palma.


Ella estudio su perfil por un momento, su ira menguando a medida que la llevaba delante de manera tan incondicional. De repente, el bajo la mirada, sus ojos trabándose con los suyos. Esta cercanía le permitía ver el verde oscuro que rodeaba su iris . Algo raro y extraño pareció cobrar vida en su pecho, atrapando su respiración en sus pulmones como un pájaro enjaulado


―así como esos intensos ojos verdes atraparon los suyos.


Tal vez no era tan bruto. Un bruto la habría dejado atrás en vez de alzarla en sus brazos como una especie de héroe de la leyenda del rey Arturo.


Ella se dio una fuerte sacudida mental, recordándose que esas eran leyendas, historias que su madre le había leído cuando era una niña. Los verdaderos caballeros de brillante armadura solo existían en los cuentos de hadas.


Un suspiro de alivio escapo de su pecho cuando el pueblo estuvo a la vista ―un surtido de


Casitas con techo de paja, una pequeña iglesia de piedra, el granero de un herrero y una gran posada de dos pisos que se inclinaba muy ligeramente hacia la izquierda. Las casitas bajas parecían temblar con el viento cortante, atrayéndola como una copia de la primera edición de Una Vindicación de los Derechos de la Mujer de la señora Wollstonecraft.


La perspectiva de fogatas calientes ardiendo detrás de esas inestables paredes, la hizo


Consciente de su miseria. Daria cualquier cosa por estar sentada caliente y cómoda delante de un fuego, un libro en el regazo, una humeante taza de té y un plato de bollitos de miel a su alcance.


Un estruendo relego a la tormenta. Provenía del granero del herrero en el extremo de la aldea.


Siguieron el ruido, colocando todo el esfuerzo en girar contra el viento. El aire cortante la fustigo, hiriendo su cara y garganta. Ella no podía imaginar cómo se debía sentir el. La había cargado sin queja, sin jamás detenerse.


Sus ojos le dolían, las lagrimas escurrieron de las esquinas fluyendo por sus mejillas,


mezclándose con la lluvia que banaba su rostro. Junto la barbilla con su pecho y desvió la cara, enterrando la nariz contra el pecho masculino, en busca de su calor, del refugio de su cuerpo.


Temblando, hurgo más profundo contra su pecho, fingiendo no notar el cuerpo duro que la sostenía con tanta seguridad, incluso cuando se hundía contra él, hambrienta de su calor.


El la llevo debajo de un pórtico sobresaliente. Todavía sosteniéndola en sus brazos, se quedo quieto durante un largo rato como si dudara de si podría ponerse de pie y sostenerse por si misma.


―Puedo pararme ―murmuro, alejando su cara de su pecho.


Asintiendo, el soltó sus piernas. Su cuerpo se deslizo a lo largo del suyo con una agonizante lentitud. La sensación de sus pechos aplastados contra su pecho duro envió una chispa de calor que se enrosco en su bajo vientre. Nerviosa ante tal desconocida sensación, se ruborizo y rápidamente dio un paso atrás.


Aunque al abrigo de lo peor del viento y la lluvia, se sentía fría sin su cercanía, desolada. El


mantuvo una mano en su brazo, el único contacto que ahora compartían. Por debajo de las pestanas, ella estudio la dura línea sombreada de su mandíbula y acepto lo que había intentado con tanto esfuerzo de ignorar. Era magnifico. Incluso cubierto de suciedad. El hombre mas atractivo que había visto fuera de un salón de baile.


Apestaba a crudo poder masculino. Desde el pelo largo, pasado de moda, pegado a su cara y garganta, hasta la intimidante amplitud de sus hombros. Si alguna vez mi familia me lanzara un hombre como él, quizás lo pensaría dos veces antes de ahuyentarlo. Tras ese espontaneo pensamiento surgió la necesidad desesperada de poner distancia. Ningún hombre se merecía las cadenas del matrimonio. Sin importar como le hacía estremecer el cuerpo.


Incluso anhelando la calidez de su mano, la ardiente huella de esos dedos largos, se alejo,


rompiendo todo contacto. El la miro, alzando una ceja.


Con los labios apretados, ella se cruzo de brazos y forzó su atención en el fornido hombre de nariz plana, que había salido del centro incandescente de la construcción. Se limpio las manos sucias en un delantal de cuero e hizo un ademan en señal de saludo.


―Tom, la señora aquí está buscando a su conductor.


El herrero sacudió la cabeza, con el ceno fruncido.


―No he visto un alma desde que la tormenta se desato. Todos tuvieron el buen sentido de no salir ―su mirada los recorrió, con una expresión que parecía decir, todos menos ustedes, tontos.


―Mi carruaje está atascado en una zanja al norte de aquí, mi criada aun esta dentro


―probablemente, roncando profundamente, pensó Bella mientras levantaba su ridículo.


―Necesito a alguien para traerlos a ambos a acá. Naturalmente, voy a pagar por sus servicios…


―Claro, señorita ―el herrero se volvió y llamo a alguien en el interior del granero. Un joven vestido con un delantal de cuero se unió a ellos. ―Mi hijo y yo iremos a caballo y los traeremos.


Bella suspiro, sintiendo que parte de la tensión de sus hombros y cuello se aflojaba.


―Gracias.


El herrero hizo un gesto a través del patio.


―.Los encontrare en la posada, entonces?


―Si ―respondió ella, ya visualizando la taberna seca donde podría esperar y calentarse.


Con una inclinación de cabeza para el herrero, el hombre a su lado la tomo del brazo y la


condujo ―con cautela, cuidando su tobillo ―a la posada.


Una vez dentro de la taberna casi vacía, se instalo con ella en una de las mesas, la mas cercana


a la gran chimenea encendida. Su vientre retumbo ante los tentadores olores que salían de la cocina.


Ella mentalmente conto las monedas en su ridículo y se debatió si podía permitirse una comida caliente. La abuela le había dado solo lo que considero necesario para un viaje a Yorkshire y para la vuelta. Recuperar y reparar un carruaje no había sido parte del cálculo.


Unas pocas personas estaban acurrucadas con sus jarras de cerveza, esperando que amainara la tormenta. Un hombre levanto la cabeza para gritar en señal de saludo:


―!Edward!


.Edward? Bueno, ella tenía un nombre ahora. Aunque no lo quisiera, siempre recordaría a su oscuro y atractivo salvador por su nombre.


―Clive ―saludo Edward


Clive cogió un cuchillo de la mesa de madera, cuya superficie tenía varios surcos. Su puño


grueso lo agito ante Edward, animándolo.


―Danos una demostración, .eh?


Edward sacudió la cabeza.


―En otra ocasión.


Ella miro a Edward, una mueca tirando de sus labios. El debía haber sentido su mirada. Sus ojos se deslizaron a los suyos y el se encogió de hombros.


―Es solo un juego que jugaba cuando era un muchacho.


Bella arqueo una ceja, curiosa de ver qué tipo de "demostración" la gente del lugar apreciaba tanto.


―Vamos ―grito Clive.


Suspirando, Edward cruzo la habitación y cogió el cuchillo del puño de Clive. Ella vio como el se sentaba a horcajadas sobre el banco, extendía su mano grande sobre la mesa, y procedía a clavar el cuchillo entre cada dedo en un frenético borrón de movimiento. Ella se movía con inquietud ante cada golpe del cuchillo sobre la tabla de madera, segura de que se cortaría la mano en cualquier momento. Su conmocionada mirada se alzo a su cara, a su expresión de aburrimiento.


Qué clase de infancia había llevado?


Finalmente, se detuvo, y ella se acordó de volver a respirar. Se levanto y envió el cuchillo


deslizándose limpiamente por el aire. Se clavo en el cuadrado del centro de una descolorida y ahumada pintura encima de la chimenea.


Clive rio y golpeo la mesa con aprobación.


―.Tiene deseos de morir? ―pregunto ella cuando regreso a su mesa. ―Monta de una forma temeraria, y tiene un temerario ―ella hizo un gesto con la mano señalando la mesa donde había llevado a cabo su peligrosa demostración, buscando a tientas las palabras adecuadas y encontrándolas ―!juego de cuchillos!


El respondió con una irritante ecuanimidad, incluso cuando algo furtivo brillaba en su mirada:


―El peor mal de todos es dejar las filas de los vivos antes de morir.


Sacudió la cabeza, frustrada ―desconcertada ―con el hombre ante ella y su cita de Seneca1.


―Eso no es na’―dijo Clive. ―Usted debería verlo escalar Skidmoor con sus manos desnudas. En invierno, también.


―Skidmoor ―repitió ella.


―Es solo una colina ―explico Edward.


―.Una colina? ―Clive soltó una carcajada, moviendo la cabeza. ―Correcto. Mas como una montana.


.Escalaba montanas en pleno invierno?


―Edward―una criada grito desde el otro lado de la taberna.


Bella vio el corpiño escandalosamente bajo de la mujer e instintivamente ajusto mas el suyo sobre sus hombros, como si así pudiera ocultar su carencia de atributos similares.


―Mary, luces bien ―Edward sonrió de una manera que lo hacía parecer repentinamente joven, un muchacho. Ni de cerca tan intimidante como el extraño del camino.


Mary desfilo por la habitación, moviendo sus caderas de una forma que Bella estaba segura era un paseo ensayado con anterioridad.


―Mejor ahora que estas aquí ―ronroneo.


Sin pensar o considerar su presencia, sonrió maliciosamente a la criada, sus dientes un destello de blancura en su cara dorada por el sol. Como consiguió esa piel tostada en este pais sin sol, la dejaba perpleja. Sin duda, una evidencia más que era más diablo que hombre.


Las curvas de la criada se instalaron en su regazo, lanzo sus brazos rechonchos alrededor de su cuello y, luego, para que todo el mundo viera, le planto un beso con la boca abierta.


Bella desvió la mirada, la vergüenza encendiendo sus mejillas. Estudio sus manos en su regazo, paso los pulgares nerviosamente sobre el dorso, sobre la fría y fruncida piel de gallina de sus muñecas expuestas.






*1 Seneca: Filosofo romano, conocido por sus obras moralistas






Incapaz de reprimir la morbosa curiosidad, tomo aire y levanto los ojos para observar tal


despliegue indecoroso.


Su mirada choco con sus tormentosos ojos verdes.


La miraba a ella ―bella


El calor inundo su rostro al ser sorprendida mirando, como si estuviera interesada, como si le importara a quien besaba. Su mirada de lobo hambriento nunca se aparto de su rostro. La excitación brillaba en las grises profundidades, mientras besaba a la mujer encima de su regazo.


Ella arranco su mirada y retorció los dedos en su regazo, hasta que le dolieron.


No mires. No mires. No le des la satisfacción de saber que te fascina.


Incapaz de dominarse, dio otra mirada disimulada, obligada, cautivada por la atracción


magnética de su mirada burlona. Sus ojos brillaban perversamente, atrapándola, susurrando su nombre. Se quedo boquiabierta cuando el trepo con una mano por sobre la trenza de Mary, vio como sus dedos largos y afilados desenredaban la cuerda de pelo, girando las guedejas entre sus elegantes dedos.


Su estomago se apretó y se le hizo un nudo. Algo caliente y desconocido encendió su sangre al verlo besar a la mujer con esa lenta minuciosidad, todo el tiempo devorándola con los ojos.


.Era ella tan lasciva? Su pulso acelerado pareció suficiente respuesta. La sangre rugió en sus oídos, bloqueando el ruido constante de la lluvia sobre el techo de paja, el siseo y el crepitar del fuego en la chimenea, el sonido de su propia respiración excitada. Se humedeció los labios con un movimiento de su lengua y sus ojos Verdes se oscurecieron, dos gotas azabaches que siguieron el movimiento, explorando su cara, luego bajando al sube y baja de su pecho bajo su ropa empapada.


Ella levanto el mentón y trato de transmitir su desprecio, su repugnancia absoluta ante su


vulgar exhibición ―que ella, una dama impertérrita, tuviera que presenciar tal perversidad. Sin embargo, su respiración la traicionaba, saliendo rápida y con dificultad de sus labios. Sus mejillas las sentía en llamas y le preocupaba que el color inundara su rostro.


―Mary ―grito un hombre, presumiblemente el propietario del establecimiento. ―Deja de molestar a los clientes y ve a la cocina, muchacha.


Mary termino el beso, la sonrisa satisfecha de un gato estampada en su rostro, como si acabara de darse un festín con un tazón de crema. Limpiándose los labios con el dorso de la mano, envió una última mirada en dirección a Edward antes de partir.


Edward se puso de pie, los ojos brillantes como ascuas cuando se volvió a mirarla. Los ojos de Bella bajaron a su boca, húmeda por el beso de otra mujer. Su pulso dio un salto y desvió la mirada, sus ojos moviéndose erráticamente por la habitación como un pájaro en busca de un lugar para aterrizar. Esas botas se deslizaron sobre el suelo sucio, casi deteniéndose frente a ella. Fijo su mirada en esas botas sucias, sin atreverse a mirar ese rostro, a su oscura belleza, a la ardiente mirada que por alguna razón, la hacía apretar y juntar los muslos bajo sus faldas.


El se inclino, su mejilla casi rozando la suya. Ella se agito y echo los hombros hacia atras. Lo miro con alarma, sintiéndose como una presa atrapada en su fija mirada.


Una lenta sonrisa curvo sus labios. Entonces, agacho la cabeza. Su mejilla rozo la de ella, la


barba de su dura mandibula la raspo, lo que provoco un incendio en su sangre. Se mordio los labios para no gritar, decidida a que no viera como la afectaba. El almizcle del hombre le llenaba la nariz. La lluvia, el viento, el olor de los páramos ―de la aulaga que crecia salvaje en las colinas rocosas.


―.Te gusto eso? ―soplo en su oído, su voz deslizándose sobre su piel como el terciopelo,


Encendiendo una chispa de fuego lento en su vientre. ―.Lo intentamos?


Ella soltó un suspiro tembloroso y movió la cabeza con fiereza. La imagen de ella en su regazo, su mano sobre ella, paso por su cabeza, escandalizándola, horrorizándola. Emocionándola.


El poso sus labios cerca de su oído y ella dejo de respirar. Apelando a toda la compostura que pudo reunir, respondió en su tono más altivo;


―Preferiría besar a un cerdo ―se aparto unos centímetros para medir el efecto de sus


Palabras.


Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida.


Frunciendo el ceno, agrego:


―Pero entonces, eso es lo que es usted, señor. Un cerdo en celo.


Se rio, el sonido profundo y peligroso, disparándose a través de su cuerpo como el jerez


Caliente.


―.Celosa? ―su cálido aliento abanico su oído sensible, haciendo que su estomago diera un salto mortal. Abarco un lado de su cara, la curtida palma de su mano firme contra su mejilla. Con una contundencia que le robo el aliento, forzó su cara a acercarse, sus dedos deslizándose y curvándose alrededor de su nuca.


Sus labios, sorprendentemente suaves, rozaron las curvas de su oído mientras hablaba.


―Sabes, imagine que estaba besando tu boca, tu lengua enredándose con la mía.


Ignorando el salto de su pulso, le espeto:


―Palabras que sin duda sedujeron a muchas doncellas tontas.


―No muchas ―murmuro, deslizando el pulgar sobre la curva de su mejilla, la línea de la


mandíbula, deteniendose en su boca. ―Te sorprenderías.


Su febril mirada fija en sus labios. Como si probara su plenitud, acaricio el labio inferior. El calor se acumulo en su bajo vientre y las piernas le temblaron. De alguna manera, ella encontro la fuerza para alzar las manos hasta su pecho. Ignorando la amplitud y la firmeza bajo la tela humeda de su camisa, lo empujo con todas sus fuerzas.


El no se movio. Podria haber estado empujando una roca.


―Muévase ―ordeno.


El la miro durante un largo rato.


―Muévase ―repitió, su mandíbula dolorida con la tensión.


―Por supuesto ―dio un paso atrás, las manos en alto, una sonrisa torcida en los labios.


Ella se levanto del banquillo, todos sus instintos exigiendo escapar. Incluso si eso significaba enfrentarse de nuevo a la tormenta. Mejor que sufrir la tormenta que rugía aqui, entre ellos. A un pelo de distancia, y por el calor de sus ojos, no tenía intención de concederle el espacio que ella deseaba.


―Se lo que es usted ―dijo entre dientes.


Esa sonrisa torcida se profundizo.


―Dilo.


―Es un granuja. Un sinvergüenza, un…―se detuvo, trago saliva y siguió en un tono mas


Calmado. ―Cree que va a jugar conmigo como si yo fuera alguna muchacha tonta, feliz por la recompensa de sus atenciones.


Aun con esa sonrisa maliciosa, recorrió un sendero ardiente por su mejilla con la punta de un dedo.


―Una hora a solas conmigo y creo que podría convertirte en una muchacha tonta, feliz por mis atenciones.


―Usted es repugnante ―espeto, luchando contra el temblor que sus palabras producían en todo su cuerpo.


El bruto era un incivilizado, un primitivo absoluto. Ningún hombre le había hablado jamás de esa manera tan tosca, tan vulgar. .Es asi como un hombre se dirigía a una mujer que deseaba? La idea la hizo sentir frio y calor, la asustaba y excitaba.


Edward se enderezo, y con una última mirada abrasadora hasta el alma, se alejo para hablar con el posadero.


Bella se quito los guantes sucios y agito las manos ante el fuego, tratando de calmar su


corazón acelerado. Sin embargo, ella no podía dejar de verlo por debajo de los parpados


entrecerrados. Ante el sonido de sus pasos pesados, levanto la vista.


―Están preparando una habitación para ti ―su voz retumbo en el aire, calentándola de una forma que el fuego parecía incapaz de hacer. ―Explique tu situación al posadero. Enviara tu criada y tus cosas cuando lleguen.


Su corazón salto, presa del pánico por la habitación. Las pocas monedas en su ridículo no


cubrirían el alojamiento y los cañones adeudados al herrero. La irritación la invadió. .Quien era el


para hacer los arreglos en su nombre?


―No ―la única palabra salió con dureza de su boca. ―Eso no es necesario. Tengo que


Continuar esta noche…


―Imposible ―frunció el ceño y sacudió la cabeza, rechazando la posibilidad. ―Necesitas un cambio de ropa antes que cojas un resfriado. Una comida caliente probablemente te haria algún bien, también.


Bella sacudió la cabeza, golpeando el ala caída de su cofia.


―De verdad, yo…


―Humedad y frio no son una buena combinación ―dijo, como si estuviera hablando con una idiota. ―Los inviernos de Yorkshire no son para los pusilánimes.


Bella se puso rígida, sin saber que la ofendía mas. Su actitud arrogante o su apreciación de ella como una enclenque. Debería decirle que nunca se había desmayado en su vida, no como muchas damas que conocía, que nunca se alejaban mucho de sus sales.


―Es marzo ―replico ella. ―Primavera.


―Aqui no.


El borde de su cofia se hundió de nuevo, oscureciendo su visión. Con un gruñido de frustracion, se lo saco de su cabeza, sin importarle que expusiera su pelo horriblemente despeinado. Estaba harta de que la gente le dijera que hacer. De su familia, tenia que soportarlo. De este hombre, un desconocido, no. Sin importar cuan guapo fuera. Sin importar como su cuerpo se estremecia en su presencia.


―Aprecio todo lo que ha hecho, pero ya no necesito su ayuda.


Su rostro se endureció y el extraño intimidante del camino volvió.


―Muy bien, entonces. Me despido ―girando, rápidamente se alejo a grandes zancadas.


La culpa la apuñalo... y algo mas que no pudo identificar. Su pecho se apreto mientras miraba su espalda alejándose. Antes de que pudiera reconsiderarlo, fue tras el.


El estaba en medio de la taberna antes de que ella lo alcanzara. Su mano se cerró sobre su


brazo. Los músculos en su brazo se tensaron bajo sus dedos. Se volvió para mirarla, los ojos hundidos, oscuros, ilegibles. Ella lo miro fijamente, buscando las palabras, sin estar segura de por que lo habia perseguido.


―.Si? ―pregunto el.


Bella se quedo inmóvil como piedra, congelada por un momento interminable, sintiéndose una tonta de capirote. Eran extraños. La había dejado segura en la posada. Se había acabado. No tenían ningún otro asunto que tratar.


―Gr-gracias ―susurro, haciendo una pausa para tragar, luchando contra el impulso de mirar hacia otro lado, para ocultarse de su atenta mirada. ―Por su ayuda. Yo no quiero parecer desagradecida...


Bella se mordió el labio. Su hermano diría que no eran necesarios sus buenos modales. Que este hombre la ayudara, le correspondía como Swan que era. Pero ella no podia dejarlo ir sin algun tipo de reconocimiento.


Abriendo su boca, pensó explicar la verdadera razón por la que no podía pasar la noche en la posada, pero se contuvo. O, mas bien, el orgullo se lo impidió. Su explicación se atasco en su garganta.


Una extraña luz apareció en sus ojos, haciendo que su corazón latiera. Esos ojos Verdes se


oscurecieron ―onix pulido, deslizándose sobre ella, mirándola de tal forma que su sangre ardio en sus venas. Se tomo su tiempo viendo su persona enlodada y el cabello desaliñado, antes de regresar a su rostro con una intensidad provocativa.


Entonces el toco su rostro. Sus cálidos dedos abarcaron su mejilla con una suavidad


Sorprendente. Ella no pudo retroceder. No como deberia haberlo hecho. No como su mente le ordenaba hacerlo. No lo hizo. En cambio, se encontró apoyándose contra su mano, girando totalmente su mejilla hacia el calor de su palma.


Cerro los ojos, se olvido de si misma y dejo que sus labios rozaran su piel. La textura de su


palma se sentia como rudo terciopelo contra sus labios. Su lengua salio como una flecha. Un rapido roce solo para saborearlo. Su jadeo forzo a sus ojos a abrirse ampliamente.


La intensa mirada de sus ojos, la forma en que ardian, que ya no eran oscuros como el onix, sino de un brillante verde, la tenia de nuevo fascinada, distanciándose de si misma como si de repente se encontrara en las garras de un gato salvaje, con la intención de comérsela.


El dejo caer su mano, sosteniéndola ante el, mirándola por un momento, girándola como si nunca la hubiera visto antes, como si buscara alguna respuesta, una verdad mayor, tallada en la carne de su mano.


Cuando levanto la vista, sus ojos eran el helado gris de antes, impasibles como piedra. Solo un extraño.


―Abrígate, señorita Pastel de Barro ―murmuro.


Luego se fue.


La puerta se cerró detrás de el, el viento sacudiendo la longitud de madera rudimentaria


durante varios segundos, luchando para poder entrar. Se fue con la misma precipitación que había entrado en su vida. Su tacto, su olor penetrante, el granuja tentador que la hacia temblar como una hoja en otoño. Se fue. No podía dejar de sentir una punzada de pesar. Como si de alguna manera, hubiera perdido una oportunidad. Pero de que, no podía decirlo, o no se atrevía.


―Señorita Pastel de Barro ―murmuro, mirando la puerta por un largo momento.


Curiosamente, el apodo ya no la molestaba. No en la forma casi tierna en que lo habia


Pronunciado. No después de la forma en que se habia dirigido a ella, la habia mirado, la había tocado.


Se abrazo a si misma, sintiéndose desamparada y preocupada por su partida. Helada. Lo cual era absurdo .Porque debería lamentar la partida de un extraño? .Un terrateniente con rudos modales, en el mejor de los casos? A pesar de su ayuda, fue grosero y maleducado... e hizo que su corazón diera un vuelco en su pecho.


Bajando los brazos, se dirigió de nuevo al fuego, buscando un calor totalmente distinto a la llama que el había avivado en su interior. Sentándose en el duro banquillo, ella junto las rodillas y espero a que el fuego la calentase, haciendo todo lo posible por olvidar su nombre, olvidarlo a el y a la invitación ardiente de su mirada. Espero a que la familiar apatia arraigara en ella, y se prometió que para mañana no se acordaría de el ni una sola vez.


Edward. Adecuado. Tan salvaje y fuera de control .

Hello mis angeles hermosos aqui les dejo un cap de mas de este fic , y chicas por fiss dejen sus comentarios al final sean buenas.
Mil besitos a todas
Angel of the dark