Dark Chat

lunes, 9 de noviembre de 2009

GHOTIKA

Su tacto trajo consigo un extraño alivio,

como si hubiera estado adolorida y el daño
hubiera cesado de repente.
Eclipse – Stephenie Meyer

Capítulo 12: Unión

Hermano” – llamó Darío a Edward, quien se encontraba, como tantas noches, contemplando las estrellas que se alzaban en el horizonte – “Han pasado siete días después de ese incidente” – recordó – “y he observado como Jasper y tu cuidan de ellas en completo silencio…”



“Son los futuros tesoros de nuestros maestros, es nuestro…”


“No” – interrumpió el pequeño – “No me mientas por favor” – suplicó – “dentro de las cosas que más detestó en este mundo es la mentira y lo sabes, así que no lo hagas”


Edward bajó la mirada, sintiéndose avergonzado por sentir haberle fallado a su hermano. Giró su cuerpo para encarar al pequeño vampiro que hablaba con él.


“Ustedes están realmente fascinados con ellas” – afirmó Darío, justamente en el instante en que Jasper entraba a la sala, el rubio vampiro no necesitó pedir una explicación para comprender qué tema se estaba tratando – “Tanta es su fascinación, que casi roza el término del amor…” –


Ambos vampiros callaron, ante la imposibilidad de negar semejante razón.


Tal vez Darío estaba exagerando y precipitando a decir que ellos se estaban enamorando de aquellas frágiles humanas… tal vez no.


Lo único que Edward y Jasper sabían era que algo nuevo había surgido dentro de ellos desde el día en que las conocieron… fuera lo que fuese aquel embriagador sentimiento que les arribaba al estar cerca de ellas, debían admitir que les gustaba de la misma forma en que les aterraba…


No era normal para ellos el sentir que su muerto corazón (en el sentido completamente literal de la palabra) estaba a punto de palpitar ante aquellas humanas presencias… ni mucho menos anormal eran aquellos deseos fervientes de protegerlas hasta del más mínimo piquete de un insignificante mosquito… tampoco era normal el que su especie se viera involucrado sentimentalmente con la raza humana… pero, pese a todo, qué bien se sentía tener el pecho esas descargas de sensaciones.


“Su silencio me ha dado la respuesta” – prosiguió Darío - “Lo que no me puedo explicar es ¿Por qué tanto miedo a que nuestros maestros las transformen?”


“No es tan fácil como parece” – discutió Jasper – “¿Olvidas acaso que fue un vampiro el que mató a los padres de Bella, que eran también amados por Alice?... Si supieran la verdad, si supieran que fue un vampiro el que cometió semejante crimen, ¿No crees que ellas odiarían convertirse en algo similar?”


“Independientemente de todo eso” – intervino Edward – “Darío, ¿Acaso no te gustaría volver a ser humano? Tú, mejor que todos, tienes noción de la oscuridad en que esta vida nos hunde…”


“Yo no puedo salir a la luz del sol, es cierto” – afirmó el pequeño, acercándose hacia la ventana y clavando sus grises ojos en la lobreguez que en el horizonte se extendía – “pero si tuviera un compañera con quien compartir mis noches, no habría ni una sola palabra de queja expulsada de mis labios”


“Si encontraras a alguien a quien querer, ¿la convertirías?” – indagó Jasper, con verdadera curiosidad – “¿Serías capaz de condenarla a vivir siempre oculta en tinieblas?... sabes que ese es nuestro destino, sabes que por mucho que intentemos engañarnos, jamás lograremos ser libres: nosotros vivimos encadenados a nuestra sed… aquí los únicos libres son ellos, los humanos, los mortales.


“¿En realidad crees eso?” – aludió Darío, con voz suave y pausada, aún sin dejar de ver hacia el sombrío bosque, bañado quedamente por la luna plateada – “Yo no pienso lo mismo. Creo que la única reprensión que tenemos es la soledad a través de las décadas vividas… esa es nuestra única cadena. Y, respondiendo a tu pregunta, claro que lo haría: la convertiría, si ella así lo desea”


“Tu mismo lo has dicho: Pedirías su aprobación” – dijo Edward – “La darías a elegir. Éste caso es completamente distinto… ellas ya no tienen opción”


“Y si ya lo sabes, ¿Por qué te lamentas día y noche por lo inevitable”


“Por que es nuestra culpa, por que nosotros somos sus cazadores, por que si nosotros no existiéramos, ellas podrían seguir viviendo sin tener que estar destinadas a tener que pasar días infinitos, escondidas como monstruos”


Darío rió suavemente. El sonido que su garganta emitió fue como un pequeño susurro quebrantado en el viento


– “Pero, desgraciadamente, nosotros si existimos” – recordó y, al instante, Edward empuñó sus manos a causa de la furia contenida. Él se percató del estado de humor y caminó hacia el vampiro, indicándome con un silencioso gesto que se inclinara para quedar a su altura. El muchacho obedeció y tuvo, frente a si, a un par de grandes y cultos ojos grises, mirando fijamente – “No te atormentes más, hermano” – aconsejó el pequeño – “por alguna razón el destino las ha puesto en sus caminos… No se encandilen, podrían desperdiciar la oportunidad que, por décadas han esperado”


Jasper también se acercó, posicionando su cuerpo en una forma similar a la de Edward. Darío los vio a ambos y, después, sonrió. Su ligeramente redondeado rostro se vio realmente enternecido con aquel gesto. Y, sin decir más, se retiró del lugar. Dejando en un estado completamente meditabundo a los dos adolescentes vampiros.


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Mientras tanto, los días habían pasado, para Bella, de manera muy lenta. La casa, habitada solamente por ella, le parecía inmensa… de no ser por la única herencia dada de sus padres (aparte del seguro de Charlie y unos ahorros de Renne), la hubiera vendido para comprarse algo mucho más pequeño.



La muchacha suspiró profundamente mientras se sentaba en la mesa de madera, con un improvisado plato de cereal frente a ella. Sus ojos se llenaron otra vez de lágrimas, las cuales contuvo lo más que pudo. Podía ver claramente la imagen de Renne sonreírle mientras le servía el desayuno… apretó fuertemente sus labios para reprimir un gemido de dolor y, tomando mucha fuerza de voluntad para cesar el llanto, se llevó la primera cucharada de alimento a su boca.


Realmente, no comió mucho. El estomago se le revolvía a causa de la pena. Sospesó la posibilidad de quedarse ese día en casa pero se repitió mentalmente que debía de ser fuerte… no podía dejarse caer… aquella actitud de rendimiento no iba con ella, quien siempre había estado conciente de que, tarde o temprano, todos morían…


Caminó hacia la escuela con andares pesados. No recordaba si se había maquillado. Al fin de cuentas, le importaba poco. Sonrió al pasar por una pequeña tienda y ver su oscuro reflejo…


Ahora, mejor que nunca, tengo una buena razón para vestir de negro. Pensó…


Alice ya le esperaba en la entrada de la escuela. A su tristeza y desolación, que la muerte de los señores Swan le habían dejado, se sumaba también la creciente preocupación por su amiga. No es que no confiara en la fortaleza de Bella. No. Ella sabía, estaba segura, sin saber muy bien por qué, que su amiga se repondría de esa pérdida. Simplemente, no le gustaba el saber que ahora se encontraba viviendo sola… suspiró tristemente al recordar la charla que había sostenido con su madre, tenía pocos días, en la cual le había pedido la autorización para admitir a Bella en su casa… y, como era de esperarse, la señora Brandon se negó rotundamente, argumentando que ya con su hija bastaba y que no estaba dispuesta a tener a otra loca más, debajo de su techo.


– “Bella” – murmuró en cuanto apresuraba el paso para recibir a su amiga – “¿Cómo amaneciste?” – preguntó, arrepintiéndose al instante, al saber que el cuestionamiento resultaba absurdo.


Aún así, Bella sonrió a modo de respuesta, tratando de calmar a su pequeña amiga con el gesto y, por supuesto, la intención falló desde el inicio del intento. Alice prefirió ya no decir nada al respecto. Se limitó a unir su mano con la suya y caminar hacia el salón. No se necesitaba ser gran observador para percatarse de que Bella estaba completamente ajena a lo que le rodeaba, ni que, en realidad, sus pasos seguían el camino correcto por que era Alice quien la guiaba.


Llegaron al salón, sin que Bella estuviera del todo cociente de ello. Se dirigieron hacia sus asientos, en donde tomaron rápidamente posesión de ellos y se dispusieron a esperar a que el profesor llegara. Alice comenzó a juguetear con un pequeño trozo de papel, lo cual distrajo por un momento a su compañera


“¿No trajiste hoy tu cuaderno de dibujos?” – preguntó


Alice se sintió contenta que, después de varios días, Bella hablara, incitada por su propia cuenta. Así que, a la hora de responder, lo hizo con una sonrisa.


“No. Se me olvidó” – decidió mentir. No quería decirle la verdad para no agregarle otro peso más a su decaído estado de ánimo.


La verdad era que había dejado aquel inseparable cuaderno en su casa, de manera intencional…


Los Cullen hicieron acto de presencia, atrayendo al instante de su llegada, la mirada de todos quienes estaban lo suficientemente cerca como para apreciarlos…


Alice se preguntó mentalmente si acaso era ella la única que, a pesar del tiempo que llevaban en el instituto, los seguía viendo con la misma extraña belleza de siempre… principalmente al rubio muchacho. Edward se sintió decepcionado de que, durante todo el día, todas las miradas femeninas estuvieran posadas sobre él, menos la de Bella. Se descubrió así mismo buscando, durante toda la clase, diferentes excusas para poder acercársele y hablarle. Al final, se decidió por lo simple…


“Bella” – susurró, a manera de saludó en cuanto el timbre de salida sonó. Agradeció, en silencio, el hecho de que Alice fuera lo suficientemente persuasiva como para darse cuenta que, lo mejor que ella podía hacer, era dejarlos solos.


La aludida levantó la mirada de la madera, de donde por varios minutos la había tenido fijamente puesta, para encontrarse con un pequeño capullo color rojo, del cual, unas cristalinas, y casi extintas, gotas de lluvia fría, bañaban sus delicados pétalos cerrados. .


Edward esperó calladamente a que lo cogiera, preguntándose si el detalle había sido el correcto… después de todo, en sus casi cien años, era la primera vez que buscaba ser amable con una dama por razones diferentes a una hermandad…


Había arrancado a aquel botón, tenía menos de tres minutos, en el jardín trasero de la escuela (ningún humano le había visto salir y entrar del salón). Se había dificultado terriblemente su existencia entre la innumerabilidad de flora que había en el lugar, debatiéndose principalmente entre una exuberante rosa completamente extendida o el pequeño capullo que se hallaba escondido detrás de ella y, tras pensarlo detenidamente y recordar a la futura dueña del regalo, se convenció por la segunda opción. Después de todo, Bella era como un pequeño botón de invierno: tímida, misteriosa, completamente envuelta por una fina (pero poderosa) membrana, que no permitía a nadie (ni siquiera a él) penetrar en su mundo, al menos que ella así lo quisiera y, sobre todo, sencillamente hermosa y frágil…


Se sintió aliviado cuando Bella alargó la mano y, tomando la pequeña flor entre sus manos, le sonrió


“Gracias” – musitó, tras contemplar por un largo segundo el pequeño presente.


El vampiro no encontró qué más decir. Se había desconcentrado ante el hecho de ver como los pétalos de aquel capullo rozaban levemente sus labios. Se sintió celoso de la flor pero, sobre todo, se sintió deseoso de ser él quien tuviera el privilegio de posar su boca sobre la suya, para sentir el calor prometedor de su aliento.



No supo cómo describir, ni justificar, lo que sus manos hicieron de manera inconciente.


Cuando pudo darse cuenta, sus dedos ya se hallaban deslizándose, suavemente, por la delicada mejilla de la muchacha mortal. Sabía que aquel gesto no era lo mejor y, sin embargo, no se atrevió a romper aquel contacto. Se sentía tan… bien.


Podía apreciar el palpitar y el calor de la sangre acumulada bajo sus yemas y también pudo atender un sonido hermoso y encantador que era producido por el golpeteo de un desenfrenado corazón. Su corazón…


Pero no solamente era él quien estaba disfrutado de aquel roce. Bella estaba completamente sedada ante la repentina oleada de sentimientos transmutados que afloraban por todo su ser. Se le había olvidado todo… Para ella, solamente existía el exquisito contacto de aquella glacial piel contra la suya. Apenas y era conciente de que existía algo más que aquel par de pupilas color ámbar que le miraban fijamente…


“Disculpa” – murmuró Edward, tras un par de segundos, en los cuales había logrado poner en orden sus ideas y, dolorosamente, se preparaba para romper aquella unión.


Se preguntó mentalmente qué tan fría le habría parecido su piel a Bella y, como respuesta, la muchacha no permitió el alejamiento de sus dedos.


“No lo hagas” – contestó, mientras cerraba sus ojos en el momento en que una de sus manos se posaba sobre la pálida extremidad, que apenas y yacía sobre su mejilla, y la apretaba aún más contra ésta.


Ella no quería que la privaran de aquella cura tan dulce que esa unión le propiciaba a su dolor… ¿Dolor? ¿Qué era eso en aquellos momentos?


Edward reprimió un gemido de placer al sentir aquella textura tan suave y candente a todo su esplendor…


Aléjate, le ordenó una parte de su conciencia, a la cual desobedeció. Por el contrario, su cuerpo se inclinó, acortando la distancia que le separaba de ella, y su rostro quedó a pocos centímetros del suyo… de nuevo, el deseo de besarla afloró con el roce de aquel aliento acariciando sus pómulos. Cerró los ojos en un intento de controlar aquel descabellado deseo y Bella se deslumbró por la inhumana e imposible belleza de aquel empalidecido rostro.


Era una visión tan esplendida que resultaba hasta dolorosa. Sus pupilas se deleitaron mientras se paseaban, memorizando detenidamente, cada parte de aquel semblante: sus espesas y negras pestañas, sus imponente cejas, su nariz recta, su quijada cuadrada y varonil, su boca ligeramente entreabierta, con aquellos labios de medida perfecta, sus pómulos angulados, su frente lisa y adornada por unos cuantos mechones rebeldes de cabello cobrizo…


No pudo soportar más aquella tortura y decidió calmarla…


Edward volvió a abrir sus ojos al sentir la temblorosa, tímida y calida piel que recorría la suya y, al hacerlo, se encontró con el par de estrellas más hermosas y brillantes que en toda una eternidad pudiera llegar a ver jamás: los ojos castaños de Bella.


“Tanta es su fascinación, que casi roza el término del amor…”


Darío se había equivocado en una cosa la noche pasada: en su caso, la fascinación no rozaba el término del amor… en su caso, la fascinación sobrepasaba a ese sentimiento.


No tenía más caso el que se siguiera resistiendo a aceptar aquella realidad, debía admitirlo de una vez por todas. Amaba a Bella con cada una de sus inmortales entrañas… la amaba y, el estar completamente conciente de ello, le provocaba un sufrimiento mucho más grande al pensar que, pese a todo lo sentido por ella, no podía hacer nada por cambiar el terrible y sombrío destino que le esperaba…

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