Dark Chat

sábado, 2 de abril de 2011

Corazón de Hierro

CAP.7. CAMBIOS

—¿Qué fue lo que hiciste? —preguntó Rosalie incrédula.

—Ayer me acosté con Edward Cullen —repetí escondida entre mis brazos, ya se me hacia una costumbre cuando hablaba de él.

—¡Dios mío, Bella! —se dejó caer en uno de sus sillones.

Era día sábado por la mañana, la noche anterior fue la más excitante pero aterradora de mi vida, la noche anterior Edward Cullen derribó todas mis barreras y me hizo suya.

—Bella, Bella, Bella —decía Rosalie sin poder creerlo—. Dios Bella, ahora sí que estás en problemas.

—Lo sé —acepté con pesar—, pero lo hecho, hecho esta, ya no puedo arrepentirme, no puedo retroceder el tiempo.

—Demonios Bella, ¿pero como paso esto?, ¿no se supone que lo odiabas?, ¿qué él te odiaba? ¿¡Cuando demonios te enamoraste de él! —preguntó exaltada.

—A ver Rose —la detuve antes de que se hiciera una mala impresión—, yo no estoy enamorada de él, no amo a Edward Cullen.

—¿Entonces por qué demonios te acostaste con él? —mi cara expresaba toda la confusión que tenía.

—Por… ¿atracción? ¡No lo sé! —agité mi cabeza—. Realmente creo que no lo sé, cuando estoy con él es como… como una fuerza que me lleva hacia donde está. Su mirada, sus manos, su piel… ¡Maldita sea! —grité exasperada.

—Si eso no es amor no sé que es —dijo mi amiga soltando un suspiro.

—¡Claro que no es amor! ¡Yo sé lo que es amor! Edward Cullen es un gigoló, un hombre de mundo, eso debe ser lo que me atrae, su intensidad, su pasión, eso no es amor.

—Bueno Bella piensa lo que quieras, jamás pensé que terminarías en la cama con ese tipo, yo no te critico, no soy quien para hacerlo, pero lo que más te pido es que tengas cuidado amiga, ten mucho cuidado con lo que haces, presiento que esto te traerá más tristezas que alegrías.

—Yo también lo pienso —sentí la tristeza y desolación de mi corazón.

—Bueno —continuó Rosalie—. ¿Iremos a buscar casas?

—Sí, dejé a mi papá con Kate, debo buscar cuanto antes algo donde vivir ya que Carmen saldrá pronto de la cárcel. Ahora que tengo mi sueldo puedo rentar en cualquier parte.

—Entonces vamos enseguida —me dijo tomando su bolso, me puse de pie y nos encaminamos hacia el periódico de la ciudad, ahí había millones de anuncios en donde se rentaban casas.

Fuimos en el auto de mi amiga, ella tenía un espectacular convertible de color rojo brillante, era completamente hermoso. Llegamos al periódico y nos fuimos directamente a la parte de los anuncios. Había enormes diarios murales con todos los anuncios de la semana.

—A ver —comenzó a buscar Rose—, propiedades —su dedo siguió todos los anuncios hasta que dio con lo que buscábamos—. Mira Bella, aquí está la parte en donde se rentan casas y apartamentos.

—Entonces ahí busquemos —comencé a mirar detenidamente cada anuncio, cuando íbamos por la mitad me sorprendió un enorme anuncio que destacaba de todos los demás.

—Mira —me dijo Rosalie—, ahí rentan una casa, dice: «Se renta casa en las afueras de la ciudad, cerca de Nothing Hill. La casa está en perfectas condiciones, tiene cuatro cuartos, amplios espacios y mucha iluminación. Los interesados llamar al Buffete de Abogados: Parnavich y Asociados»

—Nothing Hill es donde trabajo, ahí está la casa de Cullen —le dije restándole importancia—. Me quedaría cerca del trabajo.

—¡Bella! —me llamó la atención Rosalie—. Mira la renta, es bajísima. Wow, es una ganga —me dijo emocionada, miré el precio y era una completa ridiculez por tamaña propiedad—. Tenemos que llamar.

—Está bien.

—A ver, díctame el número —mi amiga sacó su BlackBerry del bolsillo y comenzó a discar.

—No creo que este abierto un buffete en día sábado —dije dudosa.

—Parnavich & Asociados, buenos días —Rosalie me hizo callar.

—Buenos días, mire, estamos en el Chicago Sometimes y estamos viendo un anuncio que hay por la renta de una propiedad.

—Sí. A ver, espéreme un momento, la comunico —el tono de espera salió al teléfono.

—Dios Bella cruza los dedos, ojala te resulte —me dijo mi amiga emocionada, estuvo esperando como dos minutos y la comunicaron. Ella de inmediato me pasó el teléfono.

—Buenos días —respondió la voz grave de un hombre—. ¿Con quién hablo?

—Buenos días, mi nombre es Isabella Swan y estoy interesada en la renta de una propiedad que ustedes tienen a cargo.

—¡Oh! Sí señorita Swan, no hay problema, ¿desea ver la propiedad?

—Claro, si se puede.

—Sí, por supuesto. ¿Cuándo desea verla?

—¿Podría ser ahora mismo? La verdad es que me urge.

—No hay problema, nos vemos en una hora, la dirección del anuncio es la real.

—Bien, entonces nos vemos allá, adiós.

—Adiós.

—¡Rose, me dijo que sí! —las dos comenzamos a dar saltitos y a gritar, ganándonos las miradas de todas las personas a nuestro alrededor—. Ahora anotemos la dirección y vayamos a conocer la casa.

—Está bien.

Anotamos rápidamente la dirección y nos dirigimos a toda velocidad hacia la casa. Mientras íbamos por la carretera rogaba a Dios porque saliera todo bien y nos pudiéramos marchar de ese departamento, estaba harta de estar ahí y lo mejor de todo es que podría sacar a mi padre y hermana de ese infierno. Llegamos a la calle que nos indicaba el anuncio y comenzamos a buscar.

—Veamos, veamos —dijo Rosalie buscando el número.

—No creo que sea aquí, las casas son hermosas ¡Y enormes! —le dije cuando vi una casa que parecía de ensueños.

—Mira, ahí está —dijo mi amiga señalando la última casa de la corrida, la más grande de todas, era un sueño, el sueño de cualquier familia. Nos bajamos y un hombre alto y de tez morena nos esperaba en la puerta de afuera.

—Buenos días. ¿Señorita Swan?

—Sí, soy yo —le dije extendiéndole mi mano—. Buenos días.

—Mi nombre es Alexis Parnavich y soy abogado, mi buffete está encargado de esta propiedad.

—Encontramos este anuncio en el periódico y llamaba la atención porque la casa es enorme y el precio en la que está a la renta es módico.

—Sí, los dueños de esta casa no quieren rentarla en más, ellos viven fuera del país y la renta de esta propiedad va para una entidad benéfica.

—Que interesante —dijo mi amiga—, sin duda eso nos beneficia mucho —el abogado nos dio una amable sonrisa.

—Bueno ¿pasamos?

—Sí, claro —respondí feliz.

Abrió los enormes portones, la entrada parecía impenetrable, sonreí al ver que todo era muy seguro, el barrio parecía demasiado tranquilo. Entramos en el jardín y era como un parque, tenía enormes arboles, bancas y una pileta en la entrada, las flores se extendían a todo lo largo del suelo, el césped era tupido y de un color verde intenso.

—¡Qué hermoso! —exclamó Rosalie.

—Y solo esperen a verla por dentro.

Cuando abrió las puertas casi quede sin aire, la casa era sacada de un cuento, tenía solamente un piso, pero todo parecía hecho por los mejores diseñadores del país. Una sala de estar fue la que nos recibió, tenía una chimenea casi del porte de la mitad de la pared, el piso era de madera flotante, era tan hermoso que el reflejo de mi cara totalmente asombrada se veía en él. El abogado nos dio un tour por la casa, cada vez que atravesábamos un cuarto me enamoraba mas de ella, no podía ni siquiera pensar en que esta casa costara lo que me había dicho ¡era una burla!

—¿Y qué le parece?, ¿le gustó la propiedad?

—¿Qué si me gusto? ¡Dios mío! Esa casa es un sueño —le dije mientras la observaba ya desde afuera.

—Que bueno señorita, ¿tiene alguna duda?

—Sí, la verdad. ¿Los muebles que están dentro se los llevaran si me quedo con la casa?

—No, son inmobiliario, vienen con la renta de la casa —mi pecho ya no podía contener mas felicidad, la casa estaba provista de muchas cosas que no teníamos, además de otras que podríamos botar porque tendríamos esas nuevas.

—Esto es demasiado, ¿está seguro que me está hablando del precio correcto?

—Se lo aseguro. Bueno, si está dispuesta a pagar lo que decía el anuncio la casa es suya, podría firmar los papeles ahora mismo si quiere.

—¿De verdad? —pregunté casi llorando por la emoción.

—Claro que sí, la propiedad hace mucho que no se renta y los dueños estarán felices de que alguien la ocupe.

—¡Dios! Entonces ¡Sí! ¡La quiero! —casi grité, Rose me abrazó y no pude contener las lagrimas, sin duda la vida me estaba sonriendo, después de todo lo que había pasado la vida nos daba una oportunidad para ser felices

—Entonces hoy en la tarde vaya al Bufete, está en el centro de la ciudad. Pase y firmaremos los papeles, tiene que dar el primer pago y le paso de inmediato las llaves.

—Sí, sí, sí —asentí energéticamente—. No se preocupe, ahí estaré.

—Nos vemos señorita —el hombre se despidió y se fue en un lujoso auto. Rosalie y yo nos miramos y ambas soltamos un enorme grito al mismo tiempo.

—¡Bella! ¡Al fin! —nos abrazamos como nunca lo habíamos hecho, ambas sabíamos que esta casa era el comienzo a una nueva vida, era nuestra nueva oportunidad para vivir.

—No puedo creerlo —la emoción que sentía no la pude reprimir, comencé a llorar como hace tiempo no lo hacía. Estaba feliz, quería saltar por todas partes, pero no podía evitar la emoción, tanto había pasado y ahora era tiempo de dejar todo atrás. Lleve mis manos a la cara tratando de contener toda la emoción y la pena a la vez, ha sido tanto lo que hemos pasado que tener un respiro parecía un sueño muy lejano.

—Ya Bella, no llores —me dijo Rose rodeándome con sus brazos—. No te preocupes, ¿vez? Tienes un jefe que es una mierda, pero aun así la vida te sonríe.

—Sí, no sabes todo lo que siento en este momento —sin poder evitarlo imagine a Kate sentada en esos hermosos jardines y a mi padre disfrutando del sol de la tarde—. Rose, no puedo creer que esto sea verdad.

—Pues créelo porque es así, ahora vamos a tu casa para que comencemos a empacar todo.

—Sí, vamos —sequé mis lagrimas y nos fuimos a toda velocidad a mi casa.

Cuando llegamos no pude evitar contarles de inmediato a mi padre y a Kate, las caras de ellos eran de total asombro, lo que siguió fue lo que me imaginaba que pasaría.

—Bella, ¿de verdad nos sacaras de aquí? —preguntó Kate con sus ojos hinchados, estaba reprimiendo las lagrimas.

—Sí mi pequeña, se los prometí y así lo haremos, desde mañana viviremos en una casa nueva y tendremos todo lo que siempre hemos querido.

—No puedo creerlo —dijo mi padre llorando, tenía su vista fija en un punto, pero las lágrimas caían sin control sobre sus mejillas, me acerqué a él y se las sequé con mis manos.

—Créelo papá, créelo. Al fin tendremos una vida tranquila.

—Bella, mi pequeña —me dijo, y sus brazos me rodearon. Kate se acercó a nosotros y se unió a nuestro abrazo. Me sentía en una nube, no podía evitarlo, mi familia al fin estaría fuera de esta pesadilla. Mire a Rose y ella nos observa, sus mejillas al igual que las de todos nosotros estaban bañadas en lagrimas.

—Bueno, pero basta de llorar, hoy es un excelente día. Papá, Kate —les dije separándome de ellos y secando sus lágrimas—, ya no quiero que vuelvan a llorar nunca más, necesito que empaquen todas las cosas que quieran llevarse, lo demás déjenlo aquí, la casa donde nos iremos tiene algunos muebles y lo demás lo comprare nuevo, así que sólo lleven lo necesario.

—Sí Bella —me dijo Kate, ella inmediatamente se fue a la habitación a empacar.

—Ahora papá, iré a firmar los papeles de la casa y a entregar el depósito, así que no te preocupes, Rosalie se quedara contigo y con Kate empacando.

—Sí Charlie, no te preocupes, yo me quedo.

—Está bien hija, gracias Rose —le dijo mi padre agradeciendo su gesto, él en este estado de emoción se veía aun mas demacrado, los años no habían pasado en vano para él, pero tenía fe de que con una vida más tranquila su condición mejorara un poco más.

Salí del apartamento como rayo, tomé un taxi hacia el centro y en sólo unos minutos llegué al buffete. En la recepción pregunté por el abogado y una señorita muy amable me condujo hasta su oficina. El trámite duró al menos dos horas, ya que tenían que hacerme los contratos, y además, los pagares. Las condiciones para rentar la casa eran muy simples y no había problema para cumplir alguna. Cuando ya todo había terminado le entregué el dinero al hombre y él me pasó las llaves, parecía que me había vuelto el alma al cuerpo, esa que perdí cuando comenzaron los problemas en mi casa. Cerramos todo el trato y salí casi brincando de su oficina, nos despedimos y me prometió ir al siguiente mes para recoger la renta, yo acepté feliz.

Caminando por las calles de Chicago encontré una oficina de mudanzas, renté un camión y lo pedí para las tres de la tarde, teníamos algunas cosas que llevar y no quería que Kate hiciera fuerza tratando de ayudarme. Cuando ya todo estaba listo volví al apartamento y mi pequeña hermana ya tenía todo listo.

—Ya tengo todo preparado —me dijo, me enternecí al ver que sólo llevaba dos maletas pequeñas, mi padre tenía un poco mas de cosas, pero la mayoría eran medicamentos.

—Que bueno, ¿llevaste todo?, ¿no se te queda nada? Porque después de esto no podremos volver aquí.

—Sí, no te preocupes Bella, me encargué de que guardaran todo lo necesario.

Mientras Rose ayudaba a papá a ordenar lo que llevaba fui a empacar lo mío, no era mucho la verdad, pero tenía cosas con mucho valor sentimental. Guardé todo en una maleta y la llevé al estar. Ayudé a papá a bañarse y a cambiarse de ropa, no quería que llegara todo desarreglado a su nuevo hogar. Kate también hizo lo mismo, cuando ya eran las dos me metí a la ducha y me cambié. A las tres de la tarde en punto el camión se paró fuera del edificio.

—Buenos días señorita, somos de la mudanza, ¿es usted la señorita Swan?

—Sí, pasen por favor.

Le indiqué al hombre lo que tenían que hacer y sacar, ellos comenzaron a trabajar rápidamente, eran solo algunos muebles y adornos, lo demás lo dejaríamos todo. En la casa nueva había camas, cocina, mesones, mesa, sillas, sillones… Parecía hecha para nosotros, sin duda era un regalo del cielo. Cuando ya todo estaba preparado nos quedamos los tres solos en el espacio casi vacío.

—Esto me parece un sueño —dijo mi padre nuevamente emocionado.

—Lo sé, a mí también —dijo Kate.

—Debo reconocer que aquí pasamos penas, pero también algunas alegrías —les dije, ambos asintieron—. Por lo menos lo que nunca pudieron derribar fue nuestra unión, siempre estuvimos juntos y eso jamás debe cambiar.

—Claro que no, ahora más que nunca seremos una familia —Kate me abrazó—. Y todo gracias a ti hermanita, eres la mejor del mundo.

—Gracias al ángel guardián que tenemos en el cielo, ese que nos cuida y que nos está dando esta oportunidad —les dije conteniendo nuevamente la emoción—. Pero bueno, es hora de irnos —tomé la silla de ruedas de papá y la conduje hacia el pequeño balcón que había frente a la puerta, entré nuevamente y miré a mi alrededor—. Adiós, maldito infierno, espero jamás verte nuevamente ardiendo.

Salí del departamento y cerré la puerta, esperaba que ese ángel me ayudara a que mi promesa se cumpliera, aquí jamás volveríamos, eso podría jurarlo.

—Bien, vámonos —le dije a mi familia. Los hombres de la mudanza ayudaron a bajar a mi padre y a subirlo al convertible de Rose.

A medida que íbamos avanzando a través de la ciudad Kate y papá cada vez se asombraban mas, cuando entramos al barrio en donde se situaba la casa una hermosa «o» se formó en sus bocas.

—¿De verdad viviremos aquí? —preguntó por enésima vez Kate cuando estábamos doblando en nuestra calle.

—Sí, ésta es la calle, miren —les dije indicando la casa—, es allí en donde viviremos. Ambos contuvieron el aire en sus pulmones—. Y si les causa eso esperen a verla por dentro.

Ambos asintieron, pero lo único que podían hacer era ver era la casa. Rose aparcó justo delante de la acera y nuevamente los hombres de la mudanza nos ayudaron con mi papá, cuando ya todos estaban fuera abrí el portón de entrada.

—¡Wow! —gritó Kate cuando vio el jardín—. ¡Bella, esto es maravilloso!

—Lo es —respondí con entusiasmo, empujé la silla de papá hasta la puerta, saqué las llaves y me giré hacia ellos—. Bienvenidos a su nueva vida —abrí la puerta y ellos entraron, no cambiaría por nada las caras de felicidad que pusieron.

Cuando el reloj marcaba las siete de la tarde ya estábamos completamente instalados, la casa era de pasillos muy amplios y no tenía ninguna escala, puesto que papá podía deambular por todas partes. Él estaba feliz, se sentó contemplando el vivaz fuego que salía de la chimenea. Cuando era pequeña recuerdo que vivíamos en una casa como esta, llena de lujos y de amor, por sobre todo llena de amor.

La noche cayó de repente, como era de esperarse ahora cada uno teníamos una habitación, mi papá estaba en la primera ya que tenía baño propio. La segunda era ocupada por Kate ya que era de un color rosa intenso. y la mía era la de enfrente, era del mismo tamaño que las otras, pero de un color azul cielo. La otra habitación que quedaba libre parecía un estudio, ya que tenía un enorme escritorio y varios estantes con muchísimos libros. Por primera vez en años dormí muy bien.

El fin de semana pasó perfecto, Rosalie nos acompañó todo el domingo y se quedó con nosotros a cenar, estar con personas agradables nos ayudaba a estar mucho más tranquilos. Como esta semana era de cambios, le permití a Kate que faltara a clases, además, tendría que cambiarla de colegio ya que su antigua escuela le quedaba muy lejos, además de contratar a alguien para que hiciera la limpieza en la casa y ayudara a papá en el día. Sin duda comenzábamos una nueva vida.

El lunes llegó sin darnos cuenta, en la mañana les dejé preparados los alimentos del día y me fui a trabajar. La suerte de vivir aquí es que podía irme caminando hacia mi trabajo. Disfruté con el aire fresco de la mañana. Cuando estaba en la calle de la mansión el miedo súbitamente me embargó, no había visto a Edward en dos días, ¿qué estará pensando?... ¿después de saciar su deseo me echaría a la calle? Entré en el perímetro de la casa con la cabeza llena de dudas, estaba segura de que todas estas dudas serían respondidas pronto.

—Buenos días señorita Swan —me saludó Will tan amable como siempre.

—Buenos días señor Lickwood, ¿cómo ha pasado su fin de semana?

—Excelente, señorita Swan ¿y usted?

—Mejor que nunca —y todo se lo debía a mi nuevo hogar.

—El señor Cullen está en el comedor esperándola.

—Bien —respondí, con mi cuerpo temblando por el miedo—. Gracias —le dije mientras me dirigía hacia allá.

Will adelantó sus pasos y caminó un poco más adelante, entró en el comedor antes que yo anunciando mi llegada.

—La señorita Swan, señor —le dijo, e ingresé en el lugar, la mirada de Edward me penetró al instante, esos intensos ojos verdes me evaluaron tanto que casi me hice hacia atrás de la vergüenza. Mis manos sudaron frio y por mi piel se extendió un molesto temblor.

—Buenos días —me saludó con su voz grave, tomó un sorbo más de su café y se puso de pie sin esperar mi respuesta. La reacción había sido como esperaba, tan fría como un tempano de hielo—. Prepara mi auto Will.

—Sí, señor —respondió el mayordomo, perdiéndose entre los pasillos. Iba a decirle algo, cualquier cosa, pero él no me dejo, sus pasos se dirigieron hacia el hall de la casa. Tomó su maletín y me miró.

—Espero que venga preparada, hoy estaremos todo el día en la oficina —él pareció mirarme unos segundos más, como evaluándome con la vista, un escalofrió recorrió mi cuerpo al mismo tiempo que su mirada—. Y espero se cuide por lo que paso el viernes, no quiero un hijo bastardo en esta parte del mundo —ni siquiera alcancé a formular mis respuesta, él ya iba de camino hacia el auto.

La ira que creció dentro de mi fue casi insostenible ¿Quién demonios me pensaba?, ¿una embaucadora capaz de atarlo con un bebé? ¡Demonios! Caminé rápidamente hacia la puerta y él ya estaba subiéndose a su auto, me subí apresuradamente y el silencio mas incomodo de mi vida invadió el espacio.

—A la oficina James —le dijo en su usual tono de voz. Hoy no había sonrisas ni miradas pervertidas, nada, sólo la distancia que parecía un acantilado entre nosotros y ahora se acrecentaba aun mas con su comentario. En parte estaba agradecida, así no mezclábamos aun más las relaciones, agradecía su frialdad, así todos los deseos que tenía por él se apagaban con ese intenso frio.

Llegamos a la oficina casi igual que el viernes, nos recibió la amable secretaria de Edward, Irene, toda una dulce persona, con ella él se comporto como la otra vez, siempre amable y cordial, ni parecía la misma persona con la que salí de la casa. Entramos en la oficina y el silencio inundó nuevamente, el espacio era tan grande que parecía haber eco.

Me senté en el sillón, resignada por tener que esperar a que el día acabara para salir corriendo de allí, sabía que Edward me observaba en ciertos momentos porque sentía sus ojos en mi piel. Al estar con él se había establecido una maldita conexión entre nosotros y me odiaba por eso, no quería tener nada con el, pero mi cuerpo pensaba todo lo contrario.

La mañana pasó normal, la oficina llena de gente entrando y saliendo, Edward sumido en un montón de papeles, a veces gritaba otras no, era raro verlo aquí, en su entorno real ¿a caso de esta forma actuaba todos los días? No me extrañaba porque su cerebro se le desconectaba de repente, ya que estar sometido a todo este estrés de verdad debe abrumarte.

Cuando la hora marcaba pasado del medio día, me dedique a mirarlo un momento. Me asusté al ver que sus dos manos estaban en su frente y cerraba sus ojos con gran fuerza, se notaba que algo malo pasaba ya que las líneas de su frente estaban aun más marcadas que antes. Dejé el libro que leía encima de la mesa y me acerqué a él.

—Señor Cullen ¿está bien —le pregunte, acercándome cada vez más. Sin proponérmelo estaba parada justo a su lado, él levantó la cabeza y creo que se sorprendió de que estuviera tan cerca ya que dio un muy imperceptible respingo y se puso de pie.

—No, estoy bien —tal vez se puso de pie muy rápido porque se tambaleó un poco, pero lo alcancé a sostener. Como un niño que debía cuidar lo llevé hacia los sofás, él, con una resignación que me impresionó, me hizo caso y aceptó sin chistar, se recostó sobre los enormes sillones y se llevó una mano a la cabeza—. Esto es peor de lo que imaginaba.

—¿Le duele la cabeza? —él asintió—. ¿Mucho? —volvió a asentir.

—No sé qué demonios pasa conmigo —dijo algo enojado.

—Creo que su sistema nervioso le está pasando la cuenta.

—¿A qué se refiere? —preguntó, mirándome por primera vez a los ojos.

—A que —comencé a tartamudear, sentir su mirada era una cosa, pero verlo a la cara era otra muy diferente— su sistema esta tan estresado y colapsado que creo que es por eso que su cerebro se «desconecta» del cuerpo.

—Una interesante teoría —bufó y me molesté.

—Es sólo una acotación señor, me he dado cuenta de que cada vez que usted se enfrenta a algún tipo de estrés su cerebro reacciona de esa manera. Espéreme aquí, iré por una de sus pastillas

Me aleje de él hacia donde estaba mi bolso, ahí traía todo lo que él podría necesitar, pastillas, analgésicos, números de emergencia, cualquier cosa que fuera necesaria. Tomé dos capsulas de un frasco y caminé nuevamente hacia él.

—¿Podría ir por un jugo, por favor? El sabor de estas me desagrada.

—Claro, le diré a Irene que me ayude con eso, vuelvo enseguida.

Caminé afuera de la oficina y le pregunté a Irene en donde podría sacar un jugo para él. Por lo que había observado le gustaban los sabores tradicionales, ella me indicó una cafetería que estaba a solo unos pasos de la oficina de Edward, era de uso exclusivo de la presidencia y de los gerentes de la compañía. Caminé hacia el lugar y estaba vacío, tenía una decoración muy elegante, unas cuantas mesas dispersas por el lugar y una alegre mesera esperando por la orden.

—Buenos días señorita —me saludó con su cantarina voz—. ¿Qué desea?

—Quiero dos jugos de frutas porfavor, uno de naranja y el otro de durazno.

—Enseguida —me dijo, y se perdió en el mesón a prepararlos.

Escuché como hacía los jugos, pero sin darme cuenta mi mente comenzó a divagar en otras cosas, miré hacia la oficina de Edward y no podía creer encontrarme aquí. Estaba en su oficina, a solo días de haber tenido relaciones y no parecía haber cambiado nada. Una parte de mi estaba feliz ya que no tendría que dar explicaciones, pero había una pequeña porción de mi mente que realmente le disgustaba esta situación, ¿seria así con todas sus parejas? Porque por lo que decían los medios habían sido muchas. Mujeres de diferentes partes, de diferentes razas, con una elegancia que rebalsaba sus poros, con dinero a destajos, pero todas con solo una característica en común: hermosas, detestablemente bellas. ¿Qué habrá pensado mientras estaba conmigo? Me estremecía de solo pensarlo, yo, la sirvienta, la enfermera, una persona sin clase ni apellido. ¿Habría disfrutado? Luego estaba la barbaridad que me había dicho hoy en la mañana «un hijo bastardo en esta parte del planeta», ¡demonios! Si algún día estaba embarazada el padre de mi hijo jamás podría pensar así.

Edward Cullen era un hombre frio hasta la medula, nada en él era cálido, al menos no cuando estaba normal, ya que cuando era un hombre dispuesto a saciar su deseo era otra la historia. Sacudí mi cabeza y traté de no alimentar más esas dudas que jamás serían respondidas. Miré de reojo hacia un lado y un hombre me observaba de manera curiosa.

—Buenas tardes —me saludó, ¿tardes? Miré el reloj y ya eran casi la una de la tarde, ¡llevaba mucho aquí! Sólo pensando, miré hacia delante y los jugos estaban quizás hace mucho tiempo sobre la mesa.

—Bue… Buenas tardes —saludé al joven. El chico era completamente hermoso, tenía un cabello negro azabache y muy corto, sus ojos eran de un color extraño, tornasol, su piel era de un color muy blanco, casi tanto como la de Edward. Me erguí y él lo hizo conmigo, era unos cuantos centímetros más alto que yo.

—Nunca te había visto por aquí, ¿eres nueva?

—No —respondí—, bueno, a decir verdad sí, éste es sólo el segundo día que vengo.

—¿ Y en qué departamento estas?

—Estoy con Ed… con el señor Cullen. Soy su enfermera de cabecera.

—Wow, una enfermera. Bastante perdida andas entonces, debes sentirte como un pez fuera del agua.

—Algo así —reí. Las empresas, las finanzas y ese tipo de cosas nunca habían sido lo mío.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó ansioso mientras sus ojos me evaluaban.

—Isabella, pero todos me dicen Bella… ¿Y el tuyo?

—Aro —respondió una voz grave a mis espaldas, la reconocí de inmediato, todo mi cuerpo tembló ante el tono duro de su voz. Me giré y ahí estaba él mirándonos atentos, pero con su cara completamente disgustada.

—Se… señor Cullen —tartamudeé.

—¿Cómo estas Aro? —preguntó Edward, ignorándome por completo.

—Bien Cullen, mejor que tu al parecer. Bueno, más tarde me paso por tu oficina para que hablemos, nos vemos linda Bella —dijo tan fresco como una lechuga, el tipo salió de la cafetería y pude ver el cuerpo de Edward temblar, demonios ¿estaba enfadado?

—Señor Cullen —traté de disculparme.

—A mi oficina, ¡ahora! —su tono se elevó unos cuantos tonos más arriba haciéndome saltar.

No respondí nada, tomé mis jugos y me fui hacia la oficina, sentía sus pasos pegados a mis espaldas, entré y un portazo nos siguió.

—No quiero que hable con nadie de esta oficina.

—Pero… pero —intenté replicar.

—¡Nadie! —gritó, golpeando el escritorio, una de sus manos voló rápidamente hacia su cabeza, se dejo caer en su sillón de cuero y masajeo sus sienes—. Usted no vino aquí a entablar amistad, señorita Swan, está aquí por mí, y le agradecería que se concentrara en su cometido.

—Sí señor —respondí con mis puños temblando de ira, él no podía prohibirme eso, no podía ser sorda y muda sólo porque él me mandara, mordí mi lengua y recordé mi casa, todo esto había sido por el trabajo que tenía, así que una vez más me contuve.

Él tomo las pastillas y el vaso de jugo de durazno, como yo había presagiado. Se tomó los analgésicos y continuó trabajando. Por la tarde ya no hablamos nada mas, el aire se sentía totalmente tenso y casi parecía palparse.

Cuando eran los seis Edward me dijo que tendríamos que quedarnos un poco más, había unos proyectos que tenía que autorizar y no podían esperar hasta mañana, asentí sin poder negarme. Unos minutos más tarde vi como todas las oficinas del piso iban siendo desocupadas, la jornada de trabajo había terminado y todos se retiraban a sus casas, excepto nosotros. Los empleados de aseo hicieron rápidamente su cometido, limpiaron con gran eficacia todas las oficinas, hasta ellos querían marcharse pronto. Una hora más tarde los vi desaparecer. Cuando el reloj marcaba las ocho con diez de la noche el timbre del ascensor al fondo del pasillo sonó, miré por la ventana y la figura de un hombre venía caminando hacia la oficina de Edward. Golpeó sólo una vez y entró, me sorprendí al ver que Aro, el tipo que conocí en la cafetería, entró muy campante hacia donde estaba mi jefe.

—¿Se puede? —preguntó con el mismo tono con el que se había despedido de mí—. ¡Wow! Ni con tus malestares se te quita lo adicto al trabajo Cullen —miró hacia donde estaba yo y una sonrisa amplia se desató por su cara—. ¡Pero qué crimen! Y mas encima arrastras a esta pobre criatura a tu estrés —miré a Edward y era solo cosa de tiempo que lo echara de la habitación, sus ojos estaban rojos de ira y sus puños estaban apretados.

—Dime qué demonios quieres.

—Sólo te traía las correcciones de los balances que me entregaron, están listos para ser presentados mañana, ¿vez? Te ahorré trabajo, ahora podrás dejar que esta pequeña se vaya a dormir —dijo mirando fijamente a mis ojos, una mirada lasciva me observó.

—Esto no es asunto tuyo, gracias por los balances, ahora vete.

—Creo que no eres un buen jefe, bueno, siempre lo he pensado —él lo reto, ¡demonios! Iba a arder Troya en esta oficina. No sabía cuantos segundos más la ira de Edward iba a ser contenida. Miré su rostro y estaba completamente crispado por la rabia—. Tal vez debería ofrecerme para llevarla yo a casa, pobre, parece que no ha dormido bien, pero podríamos hacer algo para solucionar eso ¿no crees? —me miró y sus ojos me desnudaron, sentí el suelo temblar y un grito incontrolable se desató del pecho de mi Jefe.

—¡Vete al demonio, Vulturi!, ¡no te quiero ver aquí!, ¡lárgate o te saco a patadas! —Edward caminó hacia él, sabía que estaba dispuesto a golpearlo, había que ser idiota para no darse cuenta. En un rápido movimiento me atravesé en su camino, puse mis manos en su pecho tratando de contenerlo, sus ojos chispeaban de pura furia.

—¡Por Dios, Cullen! Tan intolerante como siempre —dijo casi soltando una risita maliciosa—. Bueno, para otra vez será linda Bella, la invitación sigue en pie.

—¡Lárgate! —gruñó Edward desde el fondo de su pecho.

—Ya ya, está bien —le dijo levantando los brazos y saliendo, como una burla el tipo soltó una risotada mientras cambia nuevamente al pasillo, ¿pero quién demonios era este chico?, ¿por qué Edward no había podido echarlo a patadas a la calle? Cada día mi jefe me parecía más misterioso.

El tiempo se detuvo ante nosotros, todo lo que escuchaba eran las erráticas respiraciones de Edward, miré su cara y tenía la vista perdida en cualquier parte, pero aun se notaba la furia que intentaba contener. Sus puños estaban tan apretados que la piel sobre ellos estaba blanca, bajé mis manos hacia ellos y los envolví intentando apaciguarlos.

—Cálmese, por favor —le pedí en un susurro.

—¿Está contenta? —me preguntó con la voz gélida—. Por haberle coqueteado ahora tendrá a ese imbécil detrás de usted —me dijo soltándose de mi agarre, su cuerpo parecía estremecerse con cada palabra. Su espalda estaba tan rígida que se notaban de inmediato las oscilaciones de su piel.

—¿Esta diciéndome que esto es mi culpa? —pregunté asombrada.

—Claro que lo es, no debería andar coqueteando con todos los hombres que conoce —apreté mis puños, ahora los míos estaban más blancos que los de él. Me mordí la lengua, apreté mis dientes e intenté contenerme todo lo que pude, pero esto me sobrepaso, la rabia salió casi expulsada de mi boca.

—¿Y quién demonios se cree usted para tratarme así? —no me iba a arrepentir de esto, él podría ser muchas cosas adinerado, poderoso, altivo, pero jamás dejaría que me pisoteara, eso nunca.

—No me hable en ese tono —se giró y avanzó unos pasos hacia mí. La furia que contenía estaba asomándose cada vez más en su rostro. Ambos estábamos en un estado muy inestable, en cualquier momento la ira de alguno se desataría.

—Y usted no me ofenda, no porque sea mi jefe dejare que me hable en ese tono. Nadie puede prohibirme lo que yo haga con mi vida. ¡Porque es mía!

—¿Entonces está feliz de que ese maldito se le quiera tirar encima? —no respondí, sabía la respuesta, pero él me había dejado atontada con esa pregunta. ¿Cuándo habíamos llegado a este nivel de confianza?—. No me responda —rió con amargura—, el que calla otorga —me dijo dándome una mirada de desprecio.

—No…

—¿No qué? —se acercó con rapidez—. ¿No quiere que la ofenda?, ¿pero que mas ofendida puede estar si usted misma hace que los demás la piensen así? Tan… tan… —calló, una de sus manos se acercó a mi rostro, me quedé estática esperando un contacto. Su gélido dedo atravesó mi pómulo, enviando descargas a todo mi cuerpo, cerré mis ojos e intenté controlar el impulso de saltar encima de él.

—Ya basta —le dije separándome de él, su dedo quedó suspendido en el aire, sus ojos me miraban y recorrían mi cuerpo haciéndome estremecer, mi mente me mostró esos mismos ojos el día que estuvimos juntos, me miraban de la misma manera, con tanto deseo en ellos. Su rostro cambió de repente y se crispó nuevamente, como si mi lejanía lo hubiera molestado.

—Entonces, sí estás feliz, quieres que él te invite a salir ¿verdad?, ¿acaso quieres terminar en su cama tal como lo hiciste en la mía? —dijo dé repente, y no pude detener mi mano, se estampo con fuerza en su mejilla haciendo que se tambaleara y perdiera un poco el equilibrio.

El silencio llenó la sala, lo único que hacía eco era el golpe de mi mano contra su rostro, sus ojos se ensancharon por la sorpresa de mi «ataque», mi respiración se aceleró a niveles insospechados al igual que el latido de mi corazón. La mano que había servido de arma palpitaba con fuerza y comenzaba a doler por el impacto, los siguientes segundos fueron eternos, ambos seguíamos parados allí, solo mirándonos. El pecho de Edward subía y bajaba con fuerza, la mejilla que había sido mi victima tomó un color rojo intenso y estaba segura de que le dolía tanto como mi mano lo hacía. Decidí que era momento de irme, si seguía aquí terminaría perdiendo aun mas mi trabajo, porque estaba segura de que después de esto ya no tenía donde volver mañana. Estaba por girarme para salir cuando su mano me detuvo.

(Aqui va la cancion, Quitale los espacios) , http : / / www . youtube . com / watch?v=8kJfTzj76Hg)

—Suélteme —le dije casi al borde de las lagrimas, la ira que tenía sólo podía dejarla salir así, en un sollozo, él ya me había ofendido demasiado y no seguiría soportándolo. Cuando pensé que él me soltaría apretó aun mas su agarre haciéndolo casi doloroso, sentía sus dedos tan apretados contra mi muñeca que faltaba poco para que su piel se fundiera con la mía. Comencé a forcejear, lo único que deseaba era salir de esa oficina y no volver más, pero mis intentos se vieron acallados por lo que jamás pensé que vendría, un beso, un ansioso y necesitado beso.

Su mano me atrajo hacia su cuerpo, ni siquiera dándome tiempo para respirar se adueñó de mis labios, la fuerza y la necesidad con la que me besaba me hacía sentir todo lo que él pasaba por dentro, sentía que ambos podríamos descargar la rabia en esto, pero no era así, él me había ofendido y no podía dejar que me humillara nuevamente.

—Suélteme —le dije forcejeando para que me soltara—. Ya basta, me hace daño —me resistí contra sus labios, él apretó aun mas su agarre y su cuerpo se fundió contra el mío, el calor de su piel era tan intenso que la sensación de calor me atravesó por completo. Sus labios desesperados buscaban los míos que se negaban a ceder

—No te soltare- —me dijo—. Te necesito —confesó, dejándome pasmada en sus brazos ¿él me necesitaba?, ¿a mí? Reaccioné de inmediato, eso era una mentira, él no me necesitaba precisamente a mí.

—Tú no me quieres a mí, búscate a una de tus modelos para descargar tus deseos en ellas, yo no me prestare para tu juego.

—¡Bella! —gritó cuando aun estábamos forcejeando, él para atraerme más y yo para soltarme y salir corriendo antes de que fuera presa del deseo. Su nombre en mis labios no paso inadvertido, tuve que contar con todo mi autocontrol para no rendirme ante él—. No te vayas —me pidió.

—No me pidas eso, quiero irme —le dije mintiéndole, mi piel me pedía a gritos que cediera, si me quedaba sería el comienzo de mi fin.

—No te vayas —se acercó nuevamente y fundió sus labios contra los míos, mi instinto de supervivencia me decía que corriera, pero mi cuerpo no lo escuchaba, el forcejeo aun estaba presente. Intenté liberarme de los brazos de mi captor, pero él no me dejo, sus manos se pegaron a mi espalda y casi a tientas entre las tenues luces de su oficina atravesó el espacio que nos separaba de la muralla y me aprisiono contra ella, dejándome sin posibilidades de escapar.

—Edward, déjame —le pedí en el último intento consiente que tenía antes de dejarme vencer.

—No quiero, no quiero que te vayas. Quédate conmigo —me pidió, o más bien me exigió, su boca no me dio más tregua y se adentró en la mía imposibilitándome la huida. Unos cuantos golpes en su espalda y todo acabó, los puños cerrados se abrieron y mis dedos se fundieron en la tela de su chaqueta presionándolo aun más contra mí.

—¿A qué estás jugando? —le pregunté, los besos y caricias eran demandantes y llenos de deseo.

—No sé, ni yo mismo me lo explico —me dijo besándome la boca. Bajó desde mi mentón hacia la piel que se extendía hacia abajo—. Tu piel… —lamió mi cuello— es tan adictiva —confesó, haciéndome sonreír, cerré mis ojos y disfruté de sus caricias.

—Edward —gemí cuando el placer apareció en todo mi ser.

—Eso —me dijo tocando mi cuerpo—, gime para mí —me pidió—. Mi nombre en tus labios me vuelve loco —volvió a confesar, sus rápidas y ansiosas caricias me acrecentaban aun más el deseo que intentaba sin mucho éxito contener.

—Edward —volví a decir cuando sus manos abrieron con fuerza mi camisa, haciendo saltar unos cuantos botones. Sus ojos lívidos y llenos de deseo miraron mis pechos devorándolos, sus manos sacaron mi camisa y todo lo demás, nuevamente quedé en frente de él sólo con mis medias, bragas y tacones. Nuestras respiraciones se hacían cada vez más rápidas y sonoras—. Edward —gemí cuando él comenzó a besar mi pecho, llevándose uno de mis pezones a su boca— alguien puede… vernos ¡Ah! —mordió el pequeño botón que coronaba mi seno.

—Nadie vendrá… estamos solos —dijo mientras degustaba mi piel, un suspiro de alivio se soltó de mi pecho. Sus caricias eran tan demandantes y necesitas que sólo bastaron unos minutos más para perder el control de mis actos, nuevamente había caído en las redes de Edward.

Sus manos recorrían mi piel explorando todo a su paso, mis temblorosos dedos comenzaron a desprenderlo a él también de su traje, algo impaciente por mi lentitud Edward se sacó todo, casi rasgando la tela de su camisa y su pantalón. Su urgencia me hacía excitarme a niveles insospechados.

—Eres hermosa —dijo contra la piel de mi abdomen, iba dejando un camino de besos y mordidas mientras intentaba llegar a mis bragas, sabía que no era el mejor momento, pero tenía que intentarlo.

—¿Por qué me… odias tanto? —le pregunté mientras ahogaba mis gemidos en las palabras.

—¿Odiarte? —me dijo poniéndose nuevamente de pie. Su boca se fue a mi mejilla, deposito unos cuantos besos mas y de pronto se me quedó viendo, mi cuerpo temblaba por el frio de la habitación, pero por dentro estaba ardiendo por sus caricias, él soltó una risa, negó con su cabeza y siguió trabajando contra mi piel—. Lo que odio es desearte de esta forma —se pegó contra mi dejándome sentir la excitación de su cuerpo.

—¿De verdad me deseas? —le pregunté mientras sentía el calor de su piel y la potente excitación.

—Sí, no hay manera de esconderlo.

—Entonces no hay porque reprimirse —le dije sin remordimientos.

—Lo mismo digo —dijo con una sonrisa , sus labios devoraron los míos con la misma urgencia que antes, sus brazos me tomaron a tientas y me sentaron ahorcadas sobre sus caderas. Caminó conmigo hacia los enormes sillones de la sala de estar y nos recostamos sobre ellos, tenía ese imponente cuerpo encima del mío, Edward acariciaba con sus cálidos dedos cada centímetro de mi piel. Mi espalda se arqueó al sentirlo devorar mis senos, mis manos atrajeron su cabeza más hacia mí para hacer más prolongado el contacto.

El placer que me daba este hombre jamás lo había experimentado con nadie más, casi sentí desfallecer cuando el sacó presurosamente mis bragas y se puso en mi entrada. Sin contemplaciones se adentró en mi, ambos gemimos contra nuestras bocas, los besos acallaban el mar de gemidos de placer que querían ser expulsados de lo más profundo de nuestros pechos, el vaivén que llevaba Edward era fuerte y me hacía pegarme a su cuerpo, sentía que si no me sujetaba de esos fuertes hombros sus embestidas podrían partir mi cuerpo por la mitad.

—Eres maravillosa —me dijo mientras me penetraba fuertemente—, no sabes… no sabes ¡Ah! —gimió contra mi piel, su respiración era frentica al igual que sus embestidas.

—Edward —lo llamé cuando sentía que mi orgasmo estaba cerca.

—Jamás desearas a nadie como a mí —me dijo, y no pude hacer nada contra eso, no podía, lo deseaba, lo quería conmigo, quería que estuviera siempre aquí, dentro de mí.

—Ni tú a otra mujer —me aventuré, sabía que estaba jugando con fuego, pero la conexión que teníamos cuando estábamos así era increíble.

—Nunca… —me respondió, haciéndome arquear por lo dura de sus embestidas—. Jamás.

—Edward —gemí una y otra vez con ansia cuando su ritmo se hizo casi bestial, su cuerpo se abrazaba al mío cubriéndonos a ambos con una pequeña capa de sudor, entraba y salía con gran pasión de mi cuerpo, me sentía en las nubes, me apreté mas contra él para que el roce fuera más intenso y no me arrepentí de ello, la fricción que se creó entre nosotros me llevo al éxtasis, grité muy fuerte su nombre cuando el orgasmo me arrasó, sólo unos segundos más tarde Edward convulsionó sobre mi cuerpo obteniendo su propia descarga.

Ambos nos quedamos en aquel lugar, solo disfrutando del momento, mi cuerpo estaba pegado al de él, su cara se reposó sobre mis pechos y besó la piel que ahí se extendía, sus dedos acariciaron mis brazos dándole un toque completamente dulce al momento. ¿Pero de qué demonios estaba hablando? No podía permitirme sentir… la palabra sentimientos tenía que quedar fuera de este universo paralelo, uno donde sólo se divisaba el sexo como horizonte. Me removí incomoda por lo que estaba pensando, él apretó un poco su agarre y levanto la cabeza para fijar sus ojos en mi, aun lo sentía dentro de mi cuerpo.

—Esta vez no te irás en la oscuridad —me dijo serio, casi como una reprimenda.

—¿No? —pregunté, riéndome por lo extraña que era esta situación, este hombre tenía dos caras una, de hombre duro y otra de enardecido amante. Nunca sabía con cuál de las dos me podría encontrar—. Debo irme, ya es tarde —le dije, intentando ponerme de pie, su enorme cuerpo estaba encima del mío y me impedía pararme.

—No te vayas —me pidió besando mi cuello, aunque recién había palpado el placer con mis manos el deseo parecía emerger nuevamente.

—Edward —susurré, mientras el acariciaba mi muslo con una de sus manos—, es tarde, debo irme —él detuvo el ataque contra mi piel y lentamente salió de mi, cuando vi su figura me fijé que el mismo deseo que había sentido con esa caricia se demostraba en una de las partes visibles de cuerpo.

Ambos nos vestimos en silencio, recogí con prisas la ropa que estaba regada por el suelo y me vestí, antes de que pudiera terminar de ponerme mi blusa un cuerpo se pegó a mi espalda, las manos de Edward rodearon nuevamente mi cintura pegándome contra su entrepierna, el deseo había retornado y estaba dispuesto a saciarlo.

—De verdad debo irme —le dije cuando él comenzó a sacar mi ropa nuevamente.

—Lo sé, pero no quiero —me dijo mientras mordía mi hombro, detuvo su incesante caricia, al parecer había recordado algo, ya que dio un suave beso contra mi piel y dejo que me siguiera vistiendo. Cuando ya estuve lista al igual que él abandonamos la oficina, el lugar estaba hecho un desastre.

—Parece que paso un tornado —le dije mientras esperábamos el ascensor.

—Todos los días en la mañana pasan los encargados del aseo a ver que todo esté en orden, se darán cuenta y mandaran a ordenar —él parecía tan seguro de sí mismo, me permití observarlo descaradamente por unos minutos, la suave punta de su nariz apuntaba hacia el techo, sus ojos seguían con ansias el marcador del ascensor mientras subía lentamente, piso por piso, sus mejillas aun sonrosadas por lo que había pasado hace algunos minutos delataban lo intenso de nuestro encuentro. Sin duda Edward Cullen era dos hombres totalmente diferentes. El ascensor llego y nos subimos, el silencio se produjo casi sin pensarlo, pero esta vez no era incomodo, al contrario, hasta parecíamos disfrutar solamente de estar en ese espacio cerrado, los dos solos y en silencio.

Salimos del edificio Cullen y James nos estaba esperando, sus ojos nos evaluaron y soltó una pequeña risita casi imperceptible.

—¿James sabe dónde vives? —me preguntó, sacándome de mis cavilaciones.

—Sí… sí… —respondí.

—Bien, entonces James —lo llamó— iremos a dejar a la señorita Swan primero.

—Sí jefe —le respondió el rubio conductor.

Ambos subimos al coche, el silencio aun estaba presente, pero era muy diferente al de esta mañana, podría decir que era un silencio pacifico. James comenzó a andar por las calles de la ciudad, cuando me di cuenta él se estaba dirigiendo a mi antiguo barrio, me apresuré a corregirlo.

—James —lo llamé con apremio.

—Dígame señorita Swan.

—Ya no vivo donde me fue a dejar la otra vez, vaya hacia Nothing Hill, déjeme en las casas que están cerca del parque.

—Sí señorita —asintió y cambió el rumbo.

Miré de reojo a Edward y él sólo observaba hacia fuera, en ningún momento establecimos algún contacto o cruzamos una palabra, esta iba ser la reacción después de algún encuentro, un total silencio. Cuando llegamos al parque James aparco el auto.

—Dile el número de la casa —me exigió Edward.

—Pero no, si puedo bajar aquí, no sé…

—Díselo —me ordenó. James nos observaba curioso desde el asiento de adelante.

—Calle Rhode Moon, #4460

—Está bien, conozco la calle —asintió James, el auto comenzó a tomar el real rumbo hacia mi casa, no quise replicarle nada al hombre que estaba junto a mí, no iba a hacer partícipe a James de una «pelea» entre jefe y empleada, o mejor dicho, una pelea entre jefe y amante.

Llegamos a la casa, James aparcó exactamente afuera del enorme portón. Las luces estaban apagadas, así que asumí que papá y Kate estaban dormidos.

—¿Es aquí señorita? —preguntó mirándome por el espejo.

—Sí, aquí es —le indiqué, él se comenzó a bajar del auto para ayudarme a salir.

—Buenas noches y gracias por traerme —me dirigí a Edward en la voz más neutral que podía. James rodeó el auto y abrió la puerta. Al no escuchar ninguna respuesta quise salir, cuando estaba dispuesta a hacerlo la mano de Edward me hizo girar, la otra buscó mi cintura y me atrajo hacia él. Me besó con la misma intensidad y deseo que antes, sus labios comieron de los míos, dándome un placer exquisito, acarició suavemente mi cara con la yema de sus dedos, llegando a mis labios.

—Hermosa —susurró, pasando sus dedos por mi boca. Se separó un poco de mí y me miró con la intensidad vivida de sus ojos—. Buenas noches señorita Swan —me dijo y sonrió.

—Adiós —le dije, aun en shock por su repentina reacción.

—Mañana continuaremos esta conversación —me dijo antes de que saliera del auto, un escalofrió de felicidad y de miedo recorrió mi piel.

—Buenas noches señorita Swan —dijo James cerrando la puerta y subiéndose al auto.

Me quedé quieta en ese lugar, no sabía cómo reaccionar, el auto partió y se perdió entre las colinas de Nothing Hill, mi nuevo hogar. Edward Cullen había comenzado un juego que no sabía hasta donde podía llegar, si esto seguía, más temprano que tarde me metería en problemas, no sabía hasta que punto podía llegar sin meter los sentimientos en esta erótica locura.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

por dios edward es un dios en todo lo que hace todooo hahaha que genial esta historia me pone re hot dios que buena me encanta enserio que genail quiero mas hahaha grrr