Dark Chat

miércoles, 17 de febrero de 2010

A piece of your love

Cap.7. Neófita.

Recordar, recordar y sólo recordar. Eso era todo para lo que servía Edward. Cambió su posición y remplazó el estar sentado de rodillas por formar un perfecto capullo con su cuerpo. Escondiendo su cabeza entre las piernas y rodeando estas con sus manos.

Se entregó por completo a las sensaciones que su cuerpo experimentaba. Dejó que el dolor se apoderada de él y que utilizase su cuerpo a su antojo.

Se deleitó con las caricias inexistentes que su ángel le profería. Disfrutó de los besos que jamás llegarías y por sobre todo se dejó llevar por la musical voz de su ángel.

— Edward— llamaba la chica de voz angelical

— Edward, mi vida responde— gritó aterrada la muchacha, mientras su empapado cabello marrón se pegaba a su cuerpo.

Él novato padre se encontraba tan perdido en su burbuja personal. Vislumbrando fantasías y disfrutando de masoquista juego de mentiras del que se había vuelto adicto que no reparó en el fuerte aroma de fresas y lavandas que se encontraba frente a él, claro que mezclado con la esencia propia de la lluvia recién caída y el perfume dulzón propio de los de su especie. No él prefería concentrarse en su dolor. Soñar con un imposible, deleitarse con la tortura de los labios que nunca tocaría y las caricias que le estaban prohibidas recibir.

Tenía a su mujer en frente suyo intentando despertarle y no se daba cuenta. No fue hasta que sintió por vez primera los dulces y ahora fríos labios de su ángel que salió de su trance. Nunca antes sus fantasías fueron tan reales ni tan tortuosas. Ella solía alejarse en cuanto él intentaba acercarse más de lo debido.

¿Podría un vampiro enloquecer? Se preguntó Edward. No esperó por respuestas, simplemente se deleitó ante la suavidad que le proporcionaban los besos de Bella.

Si en verdad había enloquecido quería disfrutar al máximo lo segundos de placer que aquello le proporcionaría.

Se negó a abrir sus ojos e inhaló de su perfume, la esencia de fresias y lavandas permanecía en ella, pero en menor intensidad, ambas habían sido opacadas en conjunto con el perfume de su sangre por un aroma más fuerte, la fragancia propia de los vampiros.

Disfrutó nuevamente del perfume dulzón de Bella y aumentó la pasión en aquel beso. Sus avariciosas manos recorrieron el rostro de su esposa y recién ahí se decidió por abrirlos, aunque le aterrase despertar, no quería llegar más lejos.

Una cosa era alucinar y otra muy distinta hacerle el amor a una fantasía. Porque eso era Bella para él, una fantasía. Sin embargo en cuanto sus ojos se abrieron se encontró con la mujer más gloriosa que pudo alguna vez imaginar.
Su ángel se encontraba frente a él, su fino cabello caía lacio sobre sus hombros, formando en las puntas sensuales ondas que rozaban su cintura. Su rostro dotado de una palidez más intensa de lo habitual contrastaba de forma exquisita con el tono caoba de su melena.

Su vista se desvió hacia sus labios carmesí. Los mismos que hace unos segundos había besado, se veían increíblemente tentadores, tan bien formados, contorneados de forma perfecta y exquisita.

Por inercia su mirada de posó sobre la única parte que continuaba libre ante la presión de sus penetrantes e inquisidores orbes dorados.

— No puede ser— musitó Edward para sí mismo.

— En verdad enloquecí.

Bella tomó el rostro del inexperto padre entre sus manos y juntó ambas frentes. Edward no pudo evitar cerrar con fuerza sus ojos antes el contacto.

Sufría, sí, le dolía de forma desgarradora. Nunca pensó que enloquecer fuese tan dulce y agradable. Sin embargo le dolía haberle fallado su hija. Se dejó hechizar por los luceros de su amada esposa, antes de una hermosa tonalidad chocolate, hoy de una extraña mezcla entre dorado y cobrizo, con finas terminaciones rojizas.

— No has enloquecido Amor. Estoy aquí, abre tus ojos Edward. — al oír esas palabras algo en el interior del chico se encendió. Como si su cerebro hubiese juntado todas las piezas inexistentes, todas las partes del puzzle que faltaban. Entonces abrió sus ojos y clavó su vista en la joven neófita que se encontraba rozando la piel de su frente con una tierna mirada cargada de culpa.

— Soy Yo, Bella— musitó con voz dulce

— ¿Cómo? ¿Cómo es esto posible? ¿Cuándo sucedió? — se cuestionó Edward, sin moverse un centímetro de su posición anterior, la única diferencia era que ahora sus llameantes orbes se encontraban abiertos y con su perspicaz mirada repasaba una y otra vez las facciones de su ángel.
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La observé sentarse a mi lado, ella se tomo más tiempo del necesario en rodear con las manos sus rodillas. Yo por mi parte me debatía entre abrazarla o no ¡Maldición! Si hace tan solo unos minutos la estaba besando.

Esperé paciente a que hablase, aún no lograba dar orden en mi cabeza a los recientes sucesos. ¿En que momento enloquecí?, acaso estaba muerto y esto era el paraíso. Claramente esa opción era la más probable, si no fuese por el hecho de que mi ángel era una neófita.

— Entonces… ¿No estoy loco? — pregunté con terror a oír su respuesta. Sabía que después de escuchar aquellas palabras no habría vuelta atrás.

— No Edward, no lo estás.

— ¿Estoy soñando? ¿Lo vampiros podemos soñar?

Supongo que no debería sorprenderme ¿sabes? El día que me enteré de tu muerte conseguí llorar ¡¿Puedes creerlo?! — mi ángel me observó asombrada. Aún no conseguía acostumbrarme a su nuevo semblante, si antes me perdía en sus luceros achocolatados, ahora con facilidad moriría ahogando en el hechizante mar broncíneo.

— Hay tanto que debes saber, no sé como empezar. — musitó mi ángel, mientras se llevaba una mano a la frente y ejercía presión sobre la misma.

Su actitud me hacía desvariar más aún. Si yo no estaba loco y ella no era un sueño…

— ¿Eres vampira? — Todo en ella indicaba que lo era. Sin embargo a estas alturas yo dudaba de todo. Con cada minuto que pasaba cobraba fuerza la opción de haber enloquecido.

— Sí— musitó bajito mi ángel.

En ese segundo la prisión que llevaba meses cargando sobre mis hombros no era nada en comparación a la sensación que me embargaba en este momento. Todas las horas que me pasé sufriendo por ella, los tormentos recuerdos que evoqué una y otra vez. Yo me lamentaba por haber perdido a mi mujer y ella… Ella jamás lo estuvo.

— ¿Desde hace cuanto?— ¿Cómo fue capaz de dejarnos? Tal vez yo me lo merecía, pero ¿Carlie? ¡Teníamos una hija! Y yo el muy idiota culpándome por un error del pasado, Dios mío… Que idiota me sentía.

— Hoy se cumplen cinco años— su dulce voz interrumpió mis cavilaciones.
Cinco años… la edad de Renesme… Pero es que acaso la tuvo y se marcho o ¿cómo podría ser tan fría?

Que clase de madre abandona a su pequeña recién nacida

¿es que acaso lo hizo por que la niña era hija mía también? ¡Que culpa tenía Carlie!

— ¿Por qué lo hiciste? — era todo cuanto necesitaba saber. Si venía por la niña ya era tarde.

Tenía claro que le había fallado, pero mi pequeña no se merecía esto.

¿En que clase de monstruo se había convertido mi ángel?

— No tuve opción— respondió avergonzada. Lo cual no me sorprendió, era la actitud propia de quien reconoce una falta. ¡Y vaya error el suyo!

Una eternidad no bastaría para que Bella pudiese revindicarse con mi niña. Demonios, Carlie. La había dejado de lado por lamentarme debido a una causa que no valía la pena…

— Ninguno de nosotros la tuvo, Bienvenida al club Bella, debo irme, tengo una mujer que me espera en casa— los ojos de mi esposa se achinaron otorgándole un aspecto aterrador e increíblemente sensual.

— Me imagino, mal que mal en cuatro años era de esperar que me olvidases— siseó encolerizada.

— No ha sido fácil, pero ella es sobrenaturalmente encantadora ¿sabes? No hay quién se le pueda resistir. Incluso Rosalie ha caído a sus pies.

— Siempre tuviste buen gusto— dijo pensativa y yo no pude evitar recordar en la indigna forma en que le fallé. ¿Quién era yo para juzgarla? Tal vez dejó a nuestra pequeña por que le hacía daño verla, quizás tanto como a mí… Ella confió en que estaría en buenas manos y yo… ¡Jesús! Era demasiada información por un día.

— Sí, siempre lo he tenido. Mi hija es el vivo ejemplo de eso, ya sabes… Es idéntica a ti.

— Edward…Carlie.. ella.. — Bella tartamudeaba, algo inusual en los de nuestra especie. Debía encontrarse muy nerviosa.
— ¿Sí Bella? —

Carlie está en tu casa con … ¿Dejas que esa mujer cuide a nuestra pequeña? — su mirada denotaba culpa, vergüenza y profundo dolor.
Entonces comprendí cuanto le dolía aquello y lo injusto que estaba siendo. Ella no merecía pasar por lo que yo pasé. Nadie merecía aquello, ni la peor de las alimañas.

Sufrir por un imposible, deleitarte en recuerdos que sólo eran eso… recuerdos. Llorar por lo que pudo haber sido y no fue, porque yo había llorado. Mi dolor fue tal que conseguí derramar una lágrima, la primera y última de mi eterna existencia.

— Bella, la mujer que me espera en casa es Carlie. No existe otra persona en mi vida.

Deberías tener claro que nunca hubo ni habrá nadie más que tú. Sé que cometí un error, uno horrible, pero lo he pagado caro. Cada segundo apartado de ti fue una tortura, no existe dolor físico que se pueda comparar a lo que yo he pasado estos últimos cinco años.

Aunque debo agradecerte, este último se hizo un poco más llevadero. Tener a Carlie junto a mí era lo más cercano a estar contigo. Ella era mi trocito de cielo, era como si tuviese un pedacito de ti. No te negaré que aquello me dejaba un sabor agridulce, era la mezcla perfecta entre el más profundo amor y el más hondo de los dolores.

La amo, las amo a las dos, porque a ti te sigo amando mi niña, pese a que hayas huido. Sin embargo debo reconocer que Carlie en algunos momentos sólo conseguía aumentar mi tormento.

No puedes imaginar lo que sentía cada vez que la veía tropezarse, cada una de sus caídas me recordaba tu torpeza. ¡Como si no tuviese ya con su parecido!.

La primera vez que la vi sentí que el corazón, por inerte que permaneciese se desgarraría en mi interior.
Sus preciosos luceritos marrones, era ver tu imagen Bella. Su cabello cobrizo deslizándose en tenues ondas por sus hombros. Su adorable risita, pero lo que casi me lleva al suicido fue ver tu marca personal grabada a fuego en su piel, ver ese deslumbrante rubor en las mejillas de mi hija trajo a mi mente un sinfín de memorias.

Bella yo llevo un año cuestionando mi salud mental, llevo meses viéndote, alucinaba con un reencuentro, pero ahora que te tengo frente a mí simplemente no sé que decirte, no sé que pensar de ti… ¿Tanto fue el daño Amor? ¿Tanto me odiabas para dejar a nuestra hija y huir?

Siempre me aborrecí por fallarte ¿sabes? Nunca he podido perdonarme. Sé que fui un maldito, pero en tu carta tú decías que me perdonabas, nunca olvidaré tus frases

“Te Amo y siempre lo haré, mi corazón nunca latirá por nadie como lo ha hecho por ti”
Decías que me amabas, que el problema radicaba en que no podrías olvidar, que por mucho que deseases perdonarme los recuerdos seguirían ahí, presentes.

¿Por qué Bella? ¿Por qué nos dejaste? Puede que yo lo mereciese, pero ¿No pensaste en que Renesme merecía crecer junto a su madre? —

Un fuerte golpe me impidió seguir hablando, llevé mi mano hacia la zona afectada y recién ahí reparé en la furiosa vampira que se encontraba frente a mí dispuesta a golpearme nuevamente mientras de sus labios brotaba un sonoro gruñido.

Antes de que su mano volase a mi rostro nuevamente afirmé con la mía ambas muñecas suyas y la impulsé hacia el árbol que se encontraba a espaldas nuestras.

— ¿Que pretendes? — pregunté ejerciendo más fuerza en sus manos, puesto que ella intentaba liberarse.

Ella no dijo nada, se removía inquieta contra el árbol, mi mano no aflojó su agarre, por el contrario, tenerla contra el árbol me excitó en demasía. Hace tanto tiempo que había soñado con un momento como este. Mi mujer y yo, solos, en nuestro prado. Alejé ese pensamiento en cuanto recordé que ella había huido, sumándole a eso el hecho de que me acababa de golpear ¡Cielos, no la entendía! ¿Estaba loca acaso?

— ¡Eres un idiota Edward Cullen, Un maldito Idiota! —

— Con que idiota… ¿Y por que sería?

— Y además presumido. Tú no cambias. No has hecho más que decir blasfemias, pero por sobre todo cometiste dos grandes errores, errores que no puedo dejar pasar. — ella jadeaba producto de la ira contenida.

Su voz se volvía a ratos peligrosos bufidos mientras que cada tanto lograba calmarse. Neófitos, siempre tan impulsivos…

— Para comenzar dices que abandoné a mi hija, por todos los cielos es de MI HIJA de quien estamos hablando. ¿En verdad me crees capaz de abandonar a mi pequeña? — sus palabras solo conseguían confundirme más, desvié mi vista hacia el suelo ya que sus hipnotizantes ojos ambarinos me hacían perder el poco sentido común que me quedaba.

— ¡Edward Mírame! Soy yo, soy Bella ¿En serio piensas que abandonaría a mi bebe por un error que tú cometiste? ¿Crees que soy tan egoísta como tú Edward? — en cuanto mis ojos se encontraron con sus brillantes orbes supe que estaba perdido, ella seguía siendo la misma mujer de la cual me enamoré. Sus preciosos luceros tal vez ya no eran de ese tono chocolate que solía enloquecerme y que últimamente me había encargando de rememorar hasta el cansancio, pero seguían cautivándome como el primer día. Destilaban tanta miel y ternura que no supe articular una respuesta coherente.
Ella no sería capaz de una monstruosidad de esa magnitud. Tal vez sí había enloquecido, fuese o no una ilusión mi cabeza estaba mal. Bella me traía loco desde el momento en que la conocí, humana o vampira no había diferencia yo siempre sería una marioneta en sus manos, me tenía a sus pies con un simple batir de pestañas. Ella era única, ella era mi esposa, mi niña, mi ángel mi mujer y ahora se encontraba frente a mí. Y lo más importante es que se encontraba en carne y hueso, sea viva o muerta, tal vez una mezcla de ambas, aquello no interesaba. Sólo me importaba una cosa, ella había vuelto, fuese cual fuese el motivo había regresado a mis brazos, antes me había besado, Bella me había perdonado.

— No Edward, no la abandoné. Al dar a luz a mi pequeña quedé muy débil, fue un día jueves ¿sabes?, nunca lo olvidaré. Solo tenía cuatro meses de embarazo. Sin embargo mi barriga se veía como si tuviese nueve. Ese día decidí venir hacia nuestro claro, inconcientemente tenía la ilusa esperanza de encontrarte ahí.

¿Cómo podría ser aquello posible, si yo misma te había obligado a salir de mi vida? No fue hasta que te fuiste que me enteré de que esperaba un hijo tuyo.

Ese día en el hotel te mentí, dejé una nota donde decía que iría en busca de Charlie, cuando en realidad había casi huido del hotel para que no te preocupases.

La mañana en que te fuiste de caza, me encontraba sola en el hotel y un leve mareo me advirtió que algo no andaba bien conmigo, pero no fue hasta que vomité sangre que decidí hacerle una visita al doctor. Gracias al cielo y alcancé a llegar al baño. Hubiese sido una lástima haber manchado el tapiz de la habitación.

¿Recuerdas lo hermosa que era? Yo aún guardo en mi memoria los recuerdos de esa noche…

La sorpresa en el comedor del hotel, la forma asombrosa en que conseguiste adjudicarlo solo para nosotros, sin interrupciones.

La hermosa laguna que se escondía en el interior de esa cueva. ¡Dios!, mi luna de miel si que fue sobrenatural.

He rememorado esa noche una y otra vez hasta el cansancio, aquello junto con el rostro de mi hija son imágenes que guardo con celo sagrado. No quería olvidar los mejores momentos de mi vida humana, en fin.

El resto ya lo sabes, recobré la memoria, me molesté y me creí incapaz de perdonarte. Y hasta cierto punto lo era, pero Carlie, mi bebita cambió las cosas.

En cuanto supe que tendría una parte de ti creciendo en mi interior todo cambió para mí, vi por vez primera un rayo de esperanza desde que había logrado recobrar la memoria. Ya no me importaba lo tuyo con Tanya, no me interesaba que le hubieses entregado lo que a mi me negaste hasta el cansancio, nada podía ser más importante al hecho de que el fruto de nuestro amor se formase dentro mío.

Ese día jueves me encontraba en este mismo prado, obviamente en una posición más cómoda. ¿Te importaría aflojar tu agarre? Me haces daño. — al instante liberé sus frágiles muñecas. Las que pese a pertenecer a un vampiro, para mi seguían viéndose increíblemente débiles. Tan delgadas y delicadas.
Me odié por haberla tratado con tal brusquedad, mi niña se merecía el más fino de los tratos, si por mi fuera me la pasaría venerando a mi ángel, repartiendo pétalos de rosas por donde sea que ella pisara. Maldito el momento en que la juzgue sin dejarla explicarse.

— Gracias. Como te estaba diciendo, ese día me encontraba en este mismo prado, acariciaba mi vientre con ternura, trasmitiéndole todas mis emociones contenidas por medio de ese roce, le hablaba acerca de lo mucho que la amaba, de las ansias que tenía de verla.

Le explicaba lo felices que esperábamos su llegada yo y mi padre— el rostro de Bella se tensó, era evidente lo mucho que le dolía no solo la muerte de su padre, sino que el hecho de no haber podido asistir a su funeral.

— Inconcientemente deseaba que heredase tus ojos de humano, me imaginaba a un pequeño de cabellos cobrizos y unos ojos verde esmeralda corriendo por el jardín.

— ¡Gracias al cielo salió a su madre! — la interrumpí, no podría sentirme más dichoso de que mi hija fuese el retrato perfecto de Bella.-ahora...- Minutos antes eso representaba un martirio. Un dulce tormento. —

Ella sonrió con nostalgia y su vista se desvió hacia un punto fijo del prado.

— Mientras acariciaba mi abultado vientre por sobre la polera empecé a sentir que me faltaba el aire.

No fue como creí que sería ¿sabes? — Bella sonreía de esa forma tan inocente y angelical que dejaba ver a la misma mujer que había sido cuando humana. Tal vez ahora sus rasgos fuesen más finos y marcados, sus ojos más hipnotizantes, pero seguía siendo la misma muchacha tímida e insegura que me robó el corazón-aunque esté muerto- al momento de verla.

— Tal vez había visto demasiadas películas de terror, pero simplemente comenzó a faltarme el aire y vinieron las contracciones.

En ese instante supe que no alcanzaría a llegar al hospital, en mi fuero interno me pareció que la situación era de lo más irónico, ya sabes. Este había sido el lugar donde casi lo hacemos por primera vez, me parecía risorio que aquí naciese lo que “aquí casi creamos”.

En fin, las contracciones se volvieron cada vez más fuertes. El aire se hizo más pesado y mis pulmones parecían no querer ayudar. Como usaba falda no fue necesario mayor esfuerzo, tomé mi chaleco y lo acomodé bajo mis piernas.

Recuerdo que en ese momento recé por quedar inconciente, te sonará cobarde, pero el miedo sumado al dolor era motivo suficiente para no querer saber que demonios pasaría. Sin embargo pensé en el angelito que estaba peleando por salir al mundo y me dije a mi misma que no sería justo para él que yo no luchase.
En cuanto entreabrí mis piernas una punzada bestial me alarmó. Comencé a pujar como me habían enseñado en el trabajo de pre-parto. No te mentiré, en ese momento te maldije con todos los improperios que puedas imaginar.

Desee con todo mí ser que pudieses estar por un segundo en mi lugar, poco a poco los árboles y el cielo fueron desapareciendo y todo cuanto veía comenzaba a volverse gris, oscureciéndose gradualmente hasta convertirse en un profundo y abismante mar negro.

Lo ultimo de lo cual fui conciente fue que mi pequeña niña lloraba de boca al chaleco que había dejado bajo mis piernas. Me encontraba débil, pero aquello no era suficiente para impedirme cargar a mi pequeño, que resultó ser pequeña.

Estaba anonadada ante la perfección de mi angelito. Después de todo, había valido la pena el suplicio.

¡Quien quería tus ojos verdes cuando tenía a una criatura divina entre mis brazos! con sus deslumbrantes luceritos cafés mirándome curiosos

No puedes siquiera llega a imaginar la emoción que me embargó cuando sentí a sus diminutas manitos buscar mi pecho.

El momento en que le descubrí su fuente de sustento y la sentí presionar en busca de alimento, en ese segundo no tuve dudas de que esto era todo cuanto quería, ya nada importaba Edward. Todo por lo que había pasado había valido la pena con creces. Mi niña valía cada lágrima derramada.

Carlie tomaba leche desesperada, cada minuto que pasaba me sentía más débil. Lo último de lo cual fui conciente fue de que me mordió.

— Entonces… ¿ella fue? Digo Carlie…

— Sí Edward Carlie me transformó— sonrió apenada mi niña, en ese segundo moría por besarla, lo intenté, pero al abalanzarme sobre ella su mano me envió a unos tres metros de distancia como mínimo.

En cuanto me puse de pie, ella ya se encontraba frente a mí con una maligna y sexy sonrisa tatuada en su rostro.

— Como te decía, has dicho muchas blasfemias Edward. La primera te la expliqué en parte. Y la segunda es que yo no he dejado de amarte. Claro que cuando dije que mis latidos no le pertenecerían a nadie como a ti nunca fue más cierto y real que ahora. Ya sabes, mi corazón ya no emite ese “encantador sonido”. Ya no soy tu cantante — musitó bajito mi esposa. Mientras se formaba un adorable y tierno puchero en sus carnosos y encendidos labios.
Ante aquello no pude evitar sonreír, pero no era solo un gesto, no, aquella era una sonrisa real. De esas que no se asomaban en mi rostro desde hace cinco años. Mi ángel me había vuelto a la vida.

Sin dejarla terminar presioné mis labios sobre los suyos y permití a esa nube de pasión y deseo envolvernos de esa forma en que no lo hacía desde hace mucho. Nuestras bocas se rozaban y acariciaban con fervor, reconociéndose, disfrutando del placer que proporcionaba el dulce reencuentro. Permití a su lengua adentrarse en mi cavidad y su humedad y tibieza causaron estragos en mi muerto cuerpo.

Mi boca hambrienta imploraba por más, succioné su labio inferior y me deleité con la dulzura que este me otorgaba. Bella no se quedó atrás y antes de que pudiese replicar por que liberó mis labios, la sentí besar con urgencia mi cuello. Me fascinó no ser el único que extrañase al otro. Bella aferró con sus manos mi cabello y se sujetaba de este mientras yo repetía su labor succionado la zona de su cuello.

Antes de que pudiese replicar sentí como sus colmillos se clavaban en mi piel. La succión que ella ejercía me parecía de lo más satisfactoria, aumentando así el placer del momento.

— No huí de ustedes— jadeó Bella.

— Lo sé mi vida— gemí contra su cuello, mientras me deleitaba al sentirla succionando nuevamente mi sangre.

—No abandoné a mi bebe Edward —

— Tranquila… Ya habrá tiempo para aclarar los malos entendidos— susurré en su oído antes de buscar su boca con hambre animal y devorar sus labios.

— He matado humanos Edward— jadeó mi ángel antes de empujarme con suavidad y dejar que solo nuestras frentes se tocasen. Ella cerró sus ojos mientras recobraba la respiración.

— Tranquila Bella, todos hemos cedido ante la tentación alguna vez amor.

— Por eso me fui Edward. Nunca hubiese abandonado a mi pequeñita si no fuese un motivo de vida o muerte. No podía exponerla, mi etapa de neófita no ha sido fácil. Yo.. yo aún no sé que tan cerca puedo permanecer de ella.

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