Dark Chat

martes, 6 de julio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

CAPÍTULO 24
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Aunque era bien entrada la noche, Emmett, asaltado por el insomnio y la melancolía, caminaba por el corredor que recorría la parte alta de la muralla, entre las almenas. Recordó sus tiempos de juventud, cuando se pasaba noches enteras de guardia entre aquellos sillares y pensó en lo lejanos que quedaban aquellos días.


Apoyó sus brazos en la mureta, inclinando su cuerpo, asomándose al vacío y suspiró, respirando el silencio de la noche mientras su vista se perdía en la oscuridad del horizonte... en aquella dirección, a una jornada de distancia, había dejado abandonada su alma, con ella. Apenas llevaba separado de Rosalie un día y con cada minuto que pasaba se sentía morir un poco más. Había sido un completo estúpido al pensar que iba a poder superarlo... maldito iluso ¿superarlo? Para eso la herida de su pecho debería dejar de sangrar y sabía que no lo haría hasta que se consumiera su último aliento, ese dolor lo acompañaría por el resto de sus días.


Las lágrimas anegaron sus ojos y no fue capaz, ni quiso contenerlas. Las dejó vagar libremente por su rostro pero, como siempre, la desazón volvió a apresarlo. Aquello no mitigaba su tormento, su maltrecho corazón no hallaba serenidad ni alivio entre sus sollozos y, lo peor de todo era que sabía con exactitud que era lo único que sanaría su herida... un simple roce, una caricia, un solo beso de los labios de Rosalie tornaría ese oscuro abismo de soledad y amargura en radiante y abrumadora felicidad.


Elevó sus ojos humedecidos al cielo y se maravilló de ver al cielo llorar con él. Decenas de pequeños y rápidos destellos caían raudos atravesando la negrura del firmamento.


Lágrimas de San Lorenzo -recordó. Eran comunes en esa época del año. Pero no, en esa ocasión esas lágrimas eran un solemne homenaje a él. Serían la única recompensa que recibiría por haber convertido su vida en tortuoso infierno.


Sólo le quedaba el consuelo de creer haber hecho lo mejor para ella, no merecía a alguien como él. Rezó para que así fuera, para que ella pudiera encontrar al hombre apropiado, el que la hiciera dichosa y le diera una vida plena. Imploró a los cielos para que aquello sucediera, porque si ella no era feliz él prefería morir.


Alzó de nuevo la vista y la única respuesta que recibió fueron aquellas lágrimas que recorrían el cielo y, de pronto, la brisa de la noche le trajo un quejido lastimero que parecía provenir de la lejanía. Una terrible certeza lo invadió, la que definitivamente lo rasgaría por dentro... Aquello no había traído solamente sus propias lágrimas, se las había arrebatado también a ella y eso sería algo que jamás se podría perdonar...


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-Es una verdadera lástima que la Princesa Rosalie aún esté indispuesta y no haya podido acompañarnos a desayunar -apuntó James con clara decepción en su voz. -Confío en que su dolencia no se haya agravado.


-Seguro que en un par de días más estará del todo respuesta ¿verdad Carlisle? -aventuró Alice.


-Eso espero -concordó él.


-Si me lo permitís Majestad, volveré a abusar de vuestro ofrecimiento y saldré del castillo -le propuso a Jasper. -Lo poco que contemplé de vuestro Reino en mi salida de ayer me dejó completamente fascinado.


-Me alegra oír eso, Duque -concordó él. -Y, como ya dije, puedes salir del recinto amurallado cuando gustes, si es tu decisión.


-Entonces, con vuestro permiso, me retiro -se levantó de la mesa, inclinándose antes de salir del comedor.


-Qué liberación -susurró Alice por lo bajo cuando se hubo ido.


Aún así no pudo evitar que llegara a oídos de su familia, provocando sus risas.


-Pareciera que el Duque te desagrada -bromeó su esposo.


-Pareciera que no soy la única -le hizo un mohín infantil haciendo que Jasper soltara otra carcajada.


-Tío, ¿qué tan mal se encuentra Rosalie? -se interesó él mirándolo con cierto recelo. -Ayer fui a verla pero dormía.


-Bueno -titubeó él. -Según los síntomas que ella me explicó que padece podría ser una indigestión, aunque lo que me preocupa en realidad es su estado de ánimo. Parece muy... deprimida.


-¿Deprimida? -se preocupó Jasper. -Pero...


-Será por no poder disfrutar de la agradable compañía del Duque -ironizó Alice, tratando de desviar el trasfondo de la conversación.


-¿Significa eso que no le agrada? -sugirió Edward con el ceño fruncido. -Creí que ella lo había invitado a visitarla.


-Las cosas cambian -concluyó ella encogiéndose de hombros.


-¿Y por qué no se lo dice y acaba con esto de una vez? -Jasper parecía molesto.


-¿Y cómo hacerlo sin desairarlo? -quiso saber Alice. -Enemistarnos con otro Reino no creo que esté en los planes de tu hermana, dadas las circunstancias actuales.


-Ese no es un problema del que ella tenga que preocuparse -negó él. -No por eso debe soportar una situación que le incomoda.


-Majestad, disculpadme -les interrumpió de repente Angela, que estaba en mitad del comedor con el rostro desbordado en desasosiego.


-¿Qué sucede? -se alarmó él.


-Acaba de llegar el Príncipe de Dagmar -le anunció con voz inquieta.


-¿Jacob? -exclamó Bella mientras se oía cierto revuelo en la mesa.


-Exige ver al Príncipe Edward.


-Pues veamos que quiere de mí -se levantó Edward al instante.


-¡No! -tomó Bella su brazo tratando de detenerlo.


-Tranquila, Bella. Ya venía esperando su visita -reconoció.


-Hijo, se prudente -le pedía su padre.


-No pretenderás que me oculte en lo más profundo del castillo para evitar este encuentro ¿no?


-Asegura que no se marchará hasta que lo haya hecho -se atrevió a intervenir Angela.


-Y yo voy a consecuentarle -sentenció él.


-Entonces te acompaño -decidió ella.


-Más bien te acompañaremos todos -añadió Jasper, poniéndose en pié, sin esperar a que su primo contestara.


Edward no tuvo más remedio que aceptar y, tomando la mano de su esposa, se dirigió a la entrada, siguiéndoles los demás a una distancia prudencial.


-Cuan bella estampa -se mofó Jacob al verlos llegar.


-¡Jacob! -le iba a reprochar Bella, pero Edward alzó su mano pidiéndole silencio.


-¿Venís a felicitarnos por nuestro matrimonio? -preguntó Edward con gran sarcasmo en su voz.


Jacob no respondió manteniendo su rictus impasible. Sin embargo, lentamente sacó los guanteletes de sus manos y, para perplejidad de todos, los arrojó a los pies de Edward.


-Quiero pensar que tantas jornadas bajo el abrasador sol veraniego hasta llegar aquí os han trastornado el raciocinio -espetó Edward ante su acción.


-¿Vais a disfrazar vuestra cobardía achacándolo a mi falta de cordura? -se rió Jacob. -No me esperaba esto de vos.


-Es simplemente que os creí más inteligente, Alteza -repuso Edward con severidad. -¿Me estáis retando a duelo?


-Y no a un duelo cualquiera -agregó con gran ironía. -Habéis obviado el insignificante detalle de que es a muerte -señaló los guanteletes en el suelo. -Es lo menos por el agravio cometido.


-¿Sois de ese tipo de hombres tan ingenuo que piensa que una muerte puede restaurar el honor herido? -inquirió Edward con altivez.


-Es el que me arrebatasteis al casaros con mi prometida -escupió lleno de rencor. -Tal vez así recupere las dos cosas de una sola vez.


-Eso nunca sucederá y lo sabéis -le advirtió.


-Dejemos que la fortuna y nuestras habilidades guíen a la justicia y sea ella quien lo decida -le sugirió.


-Jacob -quiso intervenir Jasper.


-Con todos mis respetos, Majestad, no tratéis de apelar al diálogo -habló con suficiencia, -sabéis que estoy en mi justo derecho. El acuerdo matrimonial se firmó antes de que vos consintierais su unión -le recordó.


Jasper suspiró pesadamente pero se mantuvo en silencio ante su argumento.


-Os recomiendo que desenvainéis la espada -se dirigió ahora a Edward. -Se está agotando mi paciencia y no me gustaría que me acusaran de haber sido tan despiadado como para mataros desarmado.


-¿Ahora? -inquirió con sarcasmo. -¿No queréis descansar antes de vuestro viaje?


Jacob lo miró con desdén, mientras asomaba una sonrisa de suficiencia a sus labios, siendo esa la mera contestación que otorgó.


Sin apartar la mirada de él y en silencio, Edward comenzó a deshacerse de la cota de malla, lo único que le servía de protección a su cuerpo, dando así por entendido que aceptaba su desafío.


-No, Edward -susurró Bella con el terror instaurado en su rostro.


Él continuó con su tarea desoyendo su súplica, depositando la prenda en el suelo cuando hubo terminado, tras lo que desenvainó la espada. Fue entonces cuando se volvió hacia su esposa.


-Confía en mí -le pidió tomando una de sus manos. -El amor está de nuestro lado.


Bella quiso replicar pero Edward la silenció posando sus labios sobre los suyos. Fue un beso suave, dulce y lleno de esperanzas, mas pronto se vio aderezado por las lágrimas de Bella.


-Te amo -respiró él sobre su piel fijando su verde mirada en la de ella.


-No más que yo a ti -alcanzó a musitar ella, ahogada su voz.


Edward enjugó sus lágrimas con sus dedos antes de besar su mejilla.


-Veo que os estáis despidiendo -apuntó Jacob con sorna, aunque su mano empuñada era buena prueba de su furia.


-Y vos tenéis prisa por morir -respondió Edward sin amilanarse, separándose de su esposa para encararlo. -Parece que habéis olvidado nuestro último enfrentamiento.


-Al contrario, Alteza -se sonrió. -Aprendo rápido de mis errores -aseveró mientras se ponía en guardia.


Edward alzó también su espada, sosteniéndola con ambas manos y caminando en círculos alrededor de Jacob. Era muy posible, tal y como le había apuntado hacía un momento, que cambiase su táctica de lucha pero confiaba en que se dejara llevar por la rabia que lo estaba consumiendo y las ansias de desquite.


Sin bajar la guardia, continuó girando, aguardando, no sería él quien diera el primer paso y, a cada segundo y para su satisfacción, el rostro de Jacob se tornaba más y más iracundo por la impaciencia. Hasta que, por fin Jacob lanzó su primer ataque, tan impetuoso y descontrolado como en aquella ocasión en la que se enfrentaran.


Edward sonrió para sus adentros mientras resistía su lance, sacarle de sus casillas era más fácil de lo que creía. Jacob volvió a lanzar otra serie de embates, igual de potentes y agresivos y Edward siguió devolviéndolos, siempre a la defensiva, pero sin ceder terreno.


-¿Es así como pensáis vencerme? -le quiso provocar Edward... y funcionó.


Jacob alzó la espada sobre su cabeza y lanzando un grito encolerizado, embistió contra él, bajando el arma con rapidez y violencia. Edward tuvo que hacer un gran esfuerzo por resistirlo esta vez, elevando también el filo y recibiéndolo, soltando chispas al impactar el metal contra el metal. Ambas armas estuvieron en contacto unos segundos, presionando uno sobre el otro, con brío, tratando de derribar al contrario, hasta que Edward tomó impulso flexionando las rodillas y rechazó el contacto, empujando a Jacob a unos metros de él.


Jacob sonrió satisfecho y Edward comprendió el porqué. La fuerza de Jacob era poderosa y sospechó que, en esta ocasión, no había hecho uso de toda su energía en su ataque. Esa se la reservaría para sus próximos embates... si es que él se lo permitía.


Edward volvió a caminar en círculos, con expresión dura, sin amedrentarse, con el arma en alto, decidido a cual iba a ser su siguiente paso. De súbito, acortó la distancia entre ellos y, con premura comenzó a asestarle una serie de golpes cortos y veloces con la espada, tanto que Jacob apenas atinaba a adivinar por donde vendría la siguiente acometida. No tuvo más remedio que liberar espacio entre ellos, alejándose un poco de él.


Bella se abrazó a Alice, ocultando por unos instantes su rostro en el hombro de su prima; el miedo la tenía completamente dominada y temía derrumbarse en cualquier momento. Ambos jóvenes se observaban atentamente, sus respiraciones agitadas, acompasadas con el movimiento ascendente y descendente de su pecho y con rostros impasibles, como si fueran ajenos al hecho de que estaban jugándose la vida.


Cuando volvió la mirada hacia ellos otra vez, Jacob alzaba su arma y se abalanzaba sobre Edward, devolviéndole, como respuesta a su anterior ataque, un golpe horizontal con su espada, tan enérgico que habría podido cortar a cualquiera por la mitad. Sin embargo Edward volvió a ser más rápido y, saltando hacia atrás, se agachó justo a tiempo para quedar debajo de la espada de Jacob. La furia hervía en su rostro cobrizo; a pesar de su potencia claramente superior, la espada de Edward siempre estaba allí para recibir la suya, rechazándola.


Jacob se aproximó, blandiendo la espada en el aire. Edward lo esperó, calmo y alerta. Cuando el arma bajó, él volvió a esquivarla con movimientos ágiles y fluidos. Jacob atacó de nuevo pero el golpe fue evitado una vez más. Rabioso, emitió un grito de ira, salvaje y entonces, comenzó un intercambio continuo de golpes y el ruido metálico del encuentro de las hojas se tornó ensordecedor.


La rapidez de Edward se acrecentó si eso era posible y el vigor de Jacob disminuyó en intensidad pues cada vez le resultaba más difícil manejar la espada al mismo ritmo de su oponente. Sin donar un segundo de tregua, Edward giró sobre sí mismo dándose impulso, revoleando su espada sobre su cabeza, para hacerla descender en un gesto raudo, inesperado y certero y fue entonces, cuando con horror, comprobó la ausencia del sonido del arma de Jacob chocar contra la suya interceptando su golpe. En su lugar escuchó el murmullo de tela y carne rasgarse al paso de su filo y su corazón se paralizó durante unos segundos.


Jacob, jadeante y exhausto, cayó de rodillas con una mueca de intenso dolor en su cara, soltando su espada y llevando su mano al brazo izquierdo, dejando correr entre sus dedos hilos de sangre que corrían hasta el suelo.


-¡Maldita sea, Jacob! -exclamó Edward sin dejar de sentir cierto alivio al comprobar que, por suerte, no era una herida mortal la que le había infligido. -¡Has llevado esto demasiado lejos! ¡Ya fue suficiente! -añadió lanzando su propia espada a metros de ellos.


Jacob lo miró con una mezcla de confusión y rabia en sus ojos. ¿Qué significaba eso? ¿Es que en ningún momento había tenido intención de tomar su desafío en serio? ¿Qué clase de burla era ésa?


-Vamos adentro y que mi padre te revise esa herida -agregó Edward con tono desenfadado, mientras giraba su cuerpo, poniendo rumbo al interior del castillo.


Aquello enfureció más a Jacob si cabe. Lo estaba tratando como a un niño, ignorándolo, como si su actitud no fuera más que una simple rabieta infantil. No, Jacob había acudido allí con un firme propósito y lo cumpliría.


Desatendiendo el dolor de su miembro lacerado, tomó de nuevo su espada poniéndose en pié.


-¡Estoy aún no ha terminado! -le gritó a Edward.


Edward se volteó a mirarlo sin comprender y vio como Jacob alzaba su espada desafiante dispuesto a asestarle un duro golpe. Ni siquiera había pasado por su mente la idea de recuperar su espada o defenderse cuando el cuerpo de Bella se interpuso ante ellos dos.


-¡Basta Jacob! -le exigió Bella.


-¡Apártate, Bella! No quiero lastimarte -le pidió sin bajar su arma.


-Tendrás que hacerlo, no te quedará más remedio -declaró uniendo instintivamente su espalda al pecho de su esposo, que la observaba atónito.


-¿Qué demonios haces? -inquirió Jacob bajando su arma por fin.


-Es evidente ¿no? -alzó su barbilla.


-¿Eres capaz de tal bajeza por él? -la miró de arriba abajo.


-No es ninguna bajeza entregar mi vida por el hombre que amo -se defendió ella enérgicamente.


Jacob no salía de su asombro mientras una punzada alcanzó su pecho. Sin embargo no logró descifrar su naturaleza, aquello no eran celos, ni siquiera su propio orgullo herido ¿que era entonces? A pesar de eso se mantuvo firme y con el rostro impávido. Desvió su atención hacia Edward, que miraba a su esposa con una mezcla de devoción y admiración en sus ojos.


-¿Y vos os escondéis tras las faldas de una mujer? -quiso provocarlo. -¿No os avergüenza permitir que quiera entregar la vida por vos?


-No será él quien me obligue a entregarla, si no tú pues si quieres matarlo tendrás que matarnos a los dos, no pienso separarme de él. -Respondió Bella por Edward. -Si lo que quieres es restituir tu honor descarga tu espada sobre mí pues fui yo quien rompió ese maldito acuerdo que, por cierto, conseguiste con tus malas artes.


El rostro de Bella que, hasta ese instante se había mostrado enrojecido de la rabia, se tornó en decepción al recordar que todo aquello había sido provocado por lo que ella consideraba la traición de un amigo, un ser muy querido y Jacob supo leer aquello en sus ojos; por primera vez la vergüenza lo invadió y bajó su rostro, huyendo de la censura de la mirada femenina.


-Bella, no es momento para reproches -le susurró Edward colocándola a un lado al hacerse cargo de la situación. -Sólo tiene que entender que...


-¿Qué debo entender? -inquirió Jacob ahora airado.


-¿Acaso crees que matándome conseguirías a Bella? -le preguntó con tono sosegado.


-Muy seguro pareces de que no -lo miró con desprecio.


-Por supuesto que no me iría contigo -repuso ella. -Prefiero la muerte.


El rostro de Jacob se ensombreció.


-¿Tanto me desprecias? -la miró con tristeza.


-Claro que no, Jacob, pero no se trata de eso -le corrigió. -¿No puedes pensar durante un segundo en lo que yo siento? Lo amo y no concebiría mi vida al lado de alguien que no fuera él; es Edward y nadie más.


-¿Y qué pasa con lo que siento yo? -le recriminó él.


-No sé lo que sea que sientas por Bella pero desde luego no es amor -intervino Edward.


-¿Qué sabrás tú de mis sentimientos? -espetó él furibundo.


-Si la amases te conformarías con su elección, aunque no recayera sobre ti, si sabes que esa es su felicidad.


-Es muy fácil decirlo siendo ya su esposo -lo miró con desdén.


-No seas ingenuo, Jacob -habló Edward con calma, sin embargo. -Hace un momento, cuando te herí podría haberte asestado un último golpe y haber acabado de una vez por todas con esto. ¿Por qué crees que no lo he hecho? ¿por lástima? -le preguntó. -No te confundas, Jacob, no soy ningún santo.


-Pero... -titubeó.


-Razona por un minuto, Jacob. ¿No entiendes que no está en mi mano, ni en la tuya? -se acercó a él. -Está en las suyas -aseveró señalando a Bella. -Si para mi desgracia su corazón te perteneciera, poco podría hacer yo para retenerla a mi lado. Sí, podría dejarme llevar por mis bajos instintos y tratar de arrebatártela pero a lo máximo que podría aspirar sería a tener su cuerpo, jamás su amor.


Edward consumió la distancia que lo separaba de él y posó su mano en su hombro, con gesto conciliador mientras Jacob bajaba su rostro contrariado.


-Es lo primero que se aprende cuando uno ama de verdad -le dijo. -No podemos exigir que nos amen por más que lo deseemos, debemos conformarnos con la felicidad del ser amado, aunque sea lejos de nosotros.


Jacob dirigió su vista hacia Bella quien, a su vez, miraba a su esposo y vio en sus ojos la misma devoción y admiración que había visto en los de él hacía un instante, en el momento en que la vio poner su cuerpo frente al suyo en un intento casi cándido e inútil, aunque sincero, de protegerlo. De nuevo esa punzada cruzó su pecho y fue a comprender entonces el porqué. No, por supuesto que no eran celos o rencor por el orgullo herido. Era resquemor, desazón, egoísmo, todo causado por su propio anhelo, por el deseo de que hubiera alguien capaz, dispuesto a hacer por él lo mismo que había hecho ella. ¿Habría alguien en el mundo que pudiera sentir por él un amor así, tan fuerte, tan fiero que no dudase en ofrecer su vida a cambio de la suya como había demostrado Bella hacía tan solo un momento?


Supo entonces que ella nunca sería esa mujer y entendió también que la intensidad de su sentimiento hacia ella se despejaba por fin y que no iba más allá de una profunda fraternidad. Se sintió vil y miserable, por tratar de arrebatar de ella un amor que, en realidad, él tampoco sentía y por primera vez en su vida una sensación de soledad y desencanto lo asoló.


Volvió a bajar su mirada y rebuscó en su mente las palabras adecuadas, y, para su desconsuelo, no halló ninguna. Entonces introdujo la mano en su jubón y extrajo un pliego del interior, el acuerdo matrimonial. Lo observó durante un segundo y luego, si más, lo rasgó en pedazos, una vez tras otra, hasta que se convirtió en una amalgama, teñida con su propia sangre y su culpabilidad y reconcomio. Extendió su brazo y se lo ofreció a Bella, quien lo observaba sorprendida, mientras él se mantenía así, en silencio, aguardando a que ella hablara, actuara.


Después de su actitud esperaba cualquier reacción por su parte, ya no sólo que lo insultase o incluso que lo abofetease, si no que lo odiara por haber tratado de destruir su felicidad de una forma tan infame. Habría esperado cualquier cosa de ella, excepto lo que hizo. Bella ignoró su gesto y avanzó hacia él, con paso decidido, seguro y el semblante sonriente y, cuando estuvo a su altura, elevó sus brazos hacia su cuello abrazándolo.


Jacob quedó estático, estupefacto, sin atinar a reaccionar y lo único que alcanzó a hacer fue mirar a Edward lleno confusión y con una disculpa en sus ojos, a lo que Edward respondió asintiendo. En ese momento Jacob se armó de valor y, tomándola levemente de la cintura, la separó de él.


-Mancharás tu vestido -musitó con la voz impregnada de culpa y vergüenza.


-Eso me recuerda que debería revisarte esa herida, muchacho -intervino Carlisle quien se había esforzado por mantenerse al margen, como el resto de la familia, convencidos de que no debían entrometerse en algo que bien sabían serían capaces de resolver por sí mismos.


Jacob miró dubitativo a Bella mientras Carlisle lo instaba a seguirle.


-Hablamos después -le dijo ella dejándolo marchar.


Jacob echó un último vistazo hacia Edward, quien volvió a asentir con la cabeza y se separó de ellos, siguiendo la indicación de Carlisle.


-Papá...


-Tranquilo -lo cortó entendiendo -es menos grave de lo que parece -añadió antes de que continuara guiando a Jacob al interior del castillo. El resto hizo lo mismo, en silencio, apenas podían asimilar lo que había ocurrido y como había ido a concluir.


Bella también aguardaba en silencio mientras observaba con cierto temor a Edward que se mantenía cabizbajo. No sabía descifrar la expresión de su rostro, una mezcla entre compungido y aliviado. Quizás le reprocharía su proceder, tal vez esperaba que hubiera sido más intolerante ante la actuación de Jacob y seguramente no comprendía que lo hubiera disculpado tan rápidamente, al igual que tampoco entendería el cariño que, a pesar de todo, sentía hacia el joven.


Bella susurró su nombre, con el mismo temor que la invadía impreso en su voz y Edward alzó su rostro al fin. Estaba ya preparada para cualquier tipo de reclamo cuando él tomó su rostro entre ambas manos y la atrajo hasta él, besándola. Bella casi se tambaleó ante el ímpetu de su esposo y tuvo que colgarse de su cuello para no caer, mientras Edward rodeaba su cintura fuertemente entre sus brazos. La besó como nunca antes lo había hecho, no sólo consciente del amor tan inmenso que sentía por ella sino tan lleno de dicha como sólo podía estar al haber tenido la mejor y definitiva prueba de la magnitud del amor que Bella sentía por él. Nunca antes la había sentido tan suya como en ese instante y la estrechó más aún en su pecho con el único deseo de que ella supiera que él también le pertenecía, por entero.


-Te amo, Edward -suspiró ella en cuanto sus bocas se separaron reclamando aire.


-Lo sé, Bella -susurró contra su pelo sin dejar de abrazarla.


-¿No estás molesto? -se atrevió a preguntar.


Edward negó con la cabeza.


-Aunque creo que, en cualquier caso, deberíamos mantener una conversación con él -le sugirió.


-Me parece bien -accedió ella -pero eso será después. Ahora lo único que quiero es estar con mi esposo. Hubo momentos en los que creí que te perdía.


-Sigues sin confiar en mis dotes en combate por lo que veo -bromeó.


Bella chasqueó la lengua con desaprobación y Edward no pudo evitar reír.


-Estoy convencido de que Jacob no tenía intención de matarme, Bella -reconoció con seriedad -pero yo tampoco quiero hablar de eso ahora.


-¿Y qué es lo que quieres? -le preguntó Bella con sonrisa inocente.


-Amarte hasta desfallecer -susurró sobre sus labios con aquella voz aterciopelada que la hacía temblar. Bella se sintió enrojecer ante el ardor que desprendían sus palabras, y no sólo por eso, sino por el delicioso fuego que había empezado a recorrer sus labios al volver a tomar los suyos, como preludio a lo que sabía, y deseaba, vendría a continuación.


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-Dichosos los ojos que os ven -se mofó Jasper al ver entrar a Bella y Edward al comedor. -Después de vuestra ausencia a la hora de la comida pensé que tampoco bajaríais a cenar.


-Hemos ido a ver a Jacob pero estaba dormido -repuso Edward tratando de evadir el tema, aunque le guiñó el ojo a su primo con disimulo.


-¿Cómo has visto su herida, Carlisle? -preguntó Bella mientras Edward la ayudaba a acomodarse en la mesa antes de sentarse a su lado.


-Le he tenido que dar varios puntos pero no hay infección así que no tardará en sanar -le informó. -Comió bien a mediodía y es normal que esté cansado del viaje, así que no hay de que preocuparse.


-¡Qué desafortunada mi salida de hoy! -intervino James con exagerada aflicción. -No he podido asistir a lo que sin duda ha debido ser el acontecimiento más emocionante desde que llegué aquí.


Alice lo miró contrariada aunque no quiso hacer ningún comentario.


-Parece que tu visita no está resultando tan satisfactoria como creías en un principio -habló Jasper en cambio, y con declarada segunda intención.


-Confío en que finalmente vuestra hermana se reponga para que así varíe la perspectiva -respondió con un desenfado casi insultante y grosero.


Inevitablemente se hizo el silencio discurriendo así la cena, hasta que el mutismo se vio rasgado de repente por una profunda y grave voz que provino de la entrada.


-Disculpad nuestra intromisión -se escuchó decir mientras todos levantaban la vista de sus platos para ver a los recién llegados.


-¡Padre! ¡Leah! -exclamó Bella levantándose apresuradamente para correr hacia Charlie en cuyo rostro se dibujaba una sonrisa de alivio al ver la reacción de su hija. Después de lo que había provocado era lo que menos esperaba. Sin embargo, rompiendo todos sus pesimistas esquemas, Bella se echó a sus brazos.


-¿Qué hacéis aquí? -le preguntó con cierta reprobación -Te dije que era muy peligroso.


-El padre de Jacob nos facilitó algunos hombres para escoltarnos -le narró.


Mientras abrazaba a su hija vio como se aproximaba a ellos Edward quien lo miraba con cierto asombro.


-Majestad -se inclinó saludándolo.


Charles, sorprendido en cierto modo por su actitud amistosa se acercó a él y lo tomó por los hombros instándole a levantarse.


-Por favor, llámame Charles, muchacho -le pidió. -Tanta formalidad me hace sentir más culpable de lo que ya me siento con mi proceder.


-Eso es del todo innecesario -sacudió Edward la cabeza. -En vuestra carta quedó perfectamente explicado y, en eso estamos todos de acuerdo, más que justificado.


-En cualquier caso permíteme que me disculpe de nuevo con vosotros humildemente y de paso, reiterar las palabras que os escribí y daros personalmente mi bendición -añadió mientras posaba sus manos en los hombros de Edward y su hija.


-Os lo agradezco, Charles -repuso Edward con sinceridad.


-Pero no os quedéis ahí parados -les interrumpió Alice. -Pasad a la mesa.


-Mi querida sobrinita -le sonrió Charles yendo hacía ella para besarla. -Te ves preciosa.


Alice le respondió con una risita risueña.


-Jasper, me alegra verte tan repuesto -le saludó. -Como ya le dije a Bella, si necesitas a mis hombres para combatir a ese bellaco cuenta con ellos.


-Lo tendré en cuenta -le dijo complacido.


-No veo a tu preciosa hermana -apuntó.


-Está recostada, no se ha sentido bien estos días, pero no es nada de cuidado -le informó. -¿Recuerdas al Duque James?


-Sí -lo observó Charles por un momento. -Asististe al matrimonio ¿verdad?


James asintió sin mostrar mucho interés, así que Charles no insistió, dirigiéndose entonces a Carlisle y Esme.


-No sabéis lo apenado que estoy con todo lo sucedido -se disculpó de nuevo ante ellos. -Y os aseguro que es todo un honor el crear vínculos familiares con vosotros aunque siento mucho la forma en que...


-Ese asunto ya es agua pasada, querido Charles -le cortó Esme en cuya sonrisa se reflejaba la franqueza de sus palabras.


-Además, Jacob ya se ha encargado él mismo de solucionarlo -apostilló Carlisle.


-¿Dónde está Jacob? ¿Qué ha pasado con él? -intervino por primera vez Leah desde que había entrado al comedor. En su rostro no se podía ocultar su gran preocupación.


-Perdonadme la falta de delicadeza -se disculpó Charles. -Os presento a Leah, la Princesa de Tarsus. Su padre, Harry, es un gran amigo mío, al igual que el padre de Jacob.


Leah se inclinó respetuosamente, tratando de contener su impaciencia. Bella que hacía tiempo sospechaba del interés de la muchacha por su amigo veía confirmadas sus sospechas al observar su expresión angustiada. A pesar de las circunstancias, no pudo evitar alegrarse, Jacob tenía la felicidad al alcance de su mano y no tenía más que estirarla para alcanzarla.


-Jacob está descansando -la tranquilizó.


-¿Pero qué ha sucedido? -le preguntó su padre. -Venimos siguiendo a ese muchacho impulsivo desde Dagmar.


-Digamos que hicieron falta más que palabras para que diera por zanjado el tema -admitió Edward con cierto pesar.


-Sólo una herida en el brazo -les informó Carlisle viendo la inquietud de sus rostros. -No es nada grave.


-¿Podría verlo? -solicitó Leah anhelante.


-Claro que sí -afirmó Bella que le hacía una señal a una de las doncellas. -Por favor, condúcela a la habitación del Príncipe Jacob.


-Sí, Alteza.


-Muchas gracias -le sonrió Leah. -Con permiso -se excusó antes de dejarse guiar por la doncella.


Mientras la observaban alejarse, Edward se inclinó hacia su esposa, con cierta suspicacia en su mirada.


-¿Acaso ella...? -quiso insinuar.


-Eso mismo que estás pensando -le corroboró ella lo que él también había sabido entrever.


-A veces uno se empeña en buscar lo que tiene justo delante...


Sé que voy en busca de algo, mi instinto me lo dice, estoy en plena búsqueda pero ¿de qué? ¿y dónde estoy? ¿por qué aquí? Las sendas de este bosque me son del todo desconocidas y la espesura del follaje parece querer oprimirme, impidiéndome avanzar. La luz del sol apenas se filtra entre la hojas y este camino que recorro no parece llevar a ningún lugar, no hay nada que me indique si es el correcto o cual debería seguir en su lugar.


-Jacob...


Me sobresalto...


Una voz femenina reclama mi nombre, sí, viene de aquella dirección, estoy seguro, siguiendo aquella pequeña senda. ¿Me llevará a lo que sea que estoy buscando?


-Jacob...


Conforme avanzo la voz resuena con mayor claridad y cada vez me parece más conocida. En realidad me atrae la sensación que me produce; me inspira al anochecer sentado cerca de una hoguera, el olor a hierba mojada con la lluvia primaveral, los primeros rayos de sol que iluminan mi rostro desde mi ventana, la calidez de mi hogar...


Apresuro mi paso, necesito averiguar que hay más allá. Esa voz que recita mi nombre sigue sonando en mis oídos y con cada segundo que pasa más seguro estoy de que este vagar por este escenario desconocido está cerca de terminar.


De repente, la frondosidad abrupta del bosque se abre a un claro bañado por un torrente cristalino pero furioso, aunque el rugir del agua no me impide seguir escuchando esa voz que ya se ha introducido en mí de malsana forma y que me obliga, me exige encontrarla. En realidad, ya se ha convertido en una necesidad, sé, estoy convencido de que la he escuchado antes y necesito saber a quien pertenece, dar por terminada esta maldita búsqueda que me lleva a ella.


Decido atravesar el arroyo, ya no me importa que pueda llevarme la corriente, debo llegar a la otra orilla como sea, llegar a ella. En cuanto pongo un pie en el río, al otro lado una silueta de mujer parece desdibujarse entre la bruma que asciende desde el agua y eso me alienta a luchar contra la fuerza del cauce que amenaza con arrastrarme en cualquier momento. Opto por no bajar la vista ni un segundo y concentrarme en aquellos brazos que parecen abrirse esperando mi llegada y centro todos mis sentidos en ella, en su figura, en su voz, sabiendo por fin que no es una ilusión, que mi esfuerzo valdrá la pena y que, en cuanto mis manos toquen su piel, esta aventura incierta llegará a su término. El sonido de mi nombre sigue alentándome y yo creo que no he escuchado jamás sonido más bello que ese...


-Jacob... Jacob...


-Jacob, ¿me escuchas?. Despierta, Jacob...


-¿Entonces eras tú, Leah? -se incorporó el muchacho sobresaltado en la cama al ver sentada frente a ella a la joven.


-Jacob, ¿estás bien? -preguntó ella confundida.


-Sí... titubeó él. -¿Tú...? ¿Cómo...? ¿Qué haces aquí? -quiso saber, sintiéndose aún aturdido por el sueño del que acababa de despertar.


-El Rey Charles y yo salimos detrás de ti pero no conseguimos darte alcance -le explicó.


-Pero... ¿por qué has venido tú? -le cuestionó sin acabar de comprender.


La muchacha bajó el rostro apenada buscando en su mente alguna excusa plausible que diera una explicación a su presencia allí.


-Temí que cometieras alguna tontería -dijo al fin, sin saber muy bien que tanto declaraba con aquella afirmación.


-Pues siento decirte que llegaste tarde -se miró el brazo vendado haciendo una mueca.


-¿Te duele mucho? -murmuró ella afligida posando su mano sobre la herida.


Jacob iba a asentir cuando sus ojos quedaron fijados en los finos dedos que lo tocaban. No, ni siquiera lo estaba tocando, era una leve presión sobre las gasas que cubrían su herida... Sin embargo una cálida sensación parecía traspasar el tejido como bálsamo que mitigaba el dolor de su carne injuriada. ¿Qué era aquello? Estaba a punto de eliminar esa idea de su mente cuando Leah retiró su mano haciendo que una punzada recorriera todo su brazo, endureciendo Jacob sus facciones, ya no sólo por aquel dolor que avanzaba a ráfagas, sino por no acabar de entender lo que acababa de ocurrir.


-Te ves muy cansado -continuó ella. -Incluso tienes ojeras.


Y entonces volvió a suceder. Leah había posado las yemas de sus dedos en una de sus mejillas, rozando la sombra morada que se extendía bajo sus ojos y aquella calidez volvió a invadirle. Y no era una calidez cualquiera, era la misma que había sentido momentos antes en su ensoñación, una calidez familiar, que lo calmaba pero que a su vez lo llenaba de una deliciosa inquietud. Mas, al igual que la vez anterior, la intoxicante sensación desapareció cuando Leah apartó su mano de él.


Jacob apretó sus puños instintivamente ante la repentina ausencia. Los deseos de volver a sentir aquello lo invadieron, a pesar de no poder descifrar de que se trataba. De lo que no había duda era de que era ella quien lo provocaba y, miró en sus ojos oscuros tratando absurdamente de hallar una respuesta, aun sabiendo que no la hallaría. Se encontró con la mirada de Leah, confiada, dulce, límpida, cristalina, como el agua del riachuelo de su sueño y, del mismo modo que su arrojo le había empujado a cruzarlo, a seguir más allá, se dejó llevar de nuevo por él en un intento de averiguar, de despejar aquella duda que se había instaurado en su mente como una semilla insignificante para tornarse en agonía.


Despacio alzó una de sus manos hacia su mejilla, preguntándose como sería su tacto y conteniendo la respiración, pidiendo, casi rogando porque ella no rechazara su contacto. Cuando las puntas de sus dedos alcanzaron su piel, la calidez que él esperaba sentir se transformó en una oleada fulgurante que recorrió todo su cuerpo. Escuchó a Leah ahogar un pequeño suspiro en su garganta y él no pudo evitar que el que apresaba la suya se liberara de modo delator.


-Jacob -musitó ella.


Y esa fue su epifanía... esa voz... ella, era ella. Su corazón comenzó a cabalgar en su interior desbocado y la certeza de que su búsqueda había terminado se posó ante él. Los ojos de Leah le decían a gritos lo que él tantas veces se había negado a escuchar y que ahora no podía obviar, siendo su propio corazón el que ahora entonaba el mismo canto. Acarició su mejilla con suavidad, deleitándose por fin de aquella tersura y quiso embriagarse de aquella maravillosa sensación que lo invadía con su simple contacto.


Deslizó su mano por la linea de su rostro hasta su cuello, enredando sus dedos en su nuca, entre su pelo y la atrajo hacia él. Posó sus labios sobre los suyos, con un delicado roce pero que fue suficiente para que un escalofrío lo recorriera por entero, traspasando su corazón como una flecha. Se separó un segundo de su boca para volver a tomarla con mayor intensidad haciéndola suspirar y aquello lo enardeció. Ignorando su herida, la rodeó entre sus brazos, acercándola a él, profundizando más ese beso que había abierto una brecha en él por donde lo asaltaban una y otra vez un cúmulo de sensaciones hasta ahora desconocidas para él, pero que con el paso de cada segundo se iban transformando en elixir vital. Necesitaba seguir sintiéndolo, seguir sintiéndola a ella y como sus labios sonrosados y llenos se movían bajo los suyos guiados por el mismo ardor, el mismo anhelo que lo dominaban a él. Se perdió en la dulzura de su sabor, la ambrosía más exquisita que jamás había probado y hundió sus manos en el contorno de su cuerpo, aferrándose a ella, haciéndola temblar ante la exigencia de sus labios.


Se separó de ella levemente y observó su rostro y su cándida belleza lo golpeó fuertemente. Sus mejillas enrojecidas le daban un aire inocente, delicioso, sus ojos brillaban llenos de ese amor que él estaba deseando tomar y sus labios ligeramente hinchados por su propia pasión lo incitaban a besarlos de nuevo. Apartó una de sus manos de su cintura y los acarició, arrancando otro suspiro de su pecho agitado.


-Jacob -respiró ella contra su piel.


Jacob cerró los ojos en un suspiro... de nuevo aquella melodía que susurraba su nombre.


-Eras tú -musitó él inclinándose de nuevo hacia sus labios, fundiendo su mirada con sus negros ojos cuyo fulgor titilaba como un lucero de la noche.


-¿Quién? -preguntó ella con un hilo de voz.


-Quien había estado buscando -le dijo antes de volver a tomar sus labios, para llenarla de promesas y sueños cumplidos... como el suyo.


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.


.


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Las ansias de llegar a su destino le habían hecho abandonar la posada mucho antes del amanecer. Tenía tantos motivos para llegar cuanto antes a Los Lagos... Con toda la información que Emmett le había facilitado para su misión sabía bien que las noticias que portaba eran de vital importancia pero, no era esa la única razón que alimentaba esa urgencia de volver...


¿Cuántas semanas se había ausentado? ¿Cinco? ¿Seis? Incluso más... pero aquello no habría sido más que una aventura o un simple mandato que cumplir si su mente no hubiera estado llena de ella... Angela. Su nombre revoloteaba en su mente acompañado de la imagen de su rostro, haciéndolo sonreír como a un jovencito ingenuo. Si alguien, cuando abandonó el castillo, le hubiera asegurado que iba a extrañarla tanto, seguramente se habría reído en su cara, aunque ahora, ni siquiera sabía en que preciso momento de su cruzada había empezado a echar en falta a aquella muchacha de mirada lánguida que solía observarlo tímidamente a través de sus largas pestañas. Estaba más que acostumbrado a su presencia, a las bromas que le hacían los muchachos cuando la veían pasar por delante de la liza de entrenamiento para encontrárselo, tratando de que fuera algo casual, incluso estaba familiarizado con el leve temblor de su voz al hablarle... pero para lo que no estaba preparado era para soportar su ausencia...


Eso era lo que le hacía espolear con ánimo su caballo, el regresar cuanto antes a ella y ponerlo todo en su lugar y que era ella a su lado, junto a él. Conocía bien el terreno y sabía que La Encrucijada quedaba cerca, indicándole aquello que sólo restaban unas horas para llegar a su destino. Con suerte llegaría antes del anochecer.


Sin embargo, se vio obligado a disminuir la marcha al vislumbrar lo que parecía un campamento apostado en la lejanía. Acercándose con cautela, comprobó que los estandartes y banderines que ondeaban en el aire llevaban la insignia de Asbath y aquello lo alertó. Al llegar al asentamiento un soldado lo detuvo, tal y como esperaba.


-Mi nombre es Benjamín y pertenezco al ejército de Los Lagos -se apresuró a presentarse. El rostro serio de su interlocutor se volvió más afable conocedor de la hermandad entre ambos pueblos. -¿Qué hacéis apostados aquí? ¿Ha sucedido algo?


-Aquella es la tienda del Capitán -le señaló con la mano. -Él te lo explicará mejor que yo.


-¿El Capitán? -dudó -¿Emmett está aquí? -preguntó extrañado.


El muchacho, que había dado por supuesto que lo conocía, afirmó algo confuso.


-Entonces, con tu permiso, voy a hablar con él -le informó.


-Es propio -asintió permitiéndole el paso.


Benjamín desmontó y ató a su caballo a un madero cercano a la tienda, quedándose en la entrada.


-¿Da su permiso para entrar, Capitán? -se anunció.


-Adelante -lo escuchó responder con cierto tono distraído.


Cuando accedió a la estancia que formaba la carpa vio a Emmett sentado a una mesa situada en un extremo, cercana a una abertura a modo de ventana que dejaba pasar la luz del mediodía, mientras estudiaba unos mapas con mucho interés.


Su aspecto era bien distinto a cuando lo vio por última vez en Los Lagos, ahora su atuendo era el apropiado para alguien de su rango, incluso sus rasgos parecían haberse endurecido desde entonces. Alzó por fin la vista de los documentos y su expresión se tornó llena de sorpresa.


-¡Benjamín! ¡Por fin estás de vuelta! -exclamó al verlo frente a él. -Creí que era uno de los muchachos -le aclaró. -¿Desde cuando te diriges a mí con tanto formalismo?


-Desde que vuelves a ser el Capitán -le señaló con la mano, refiriéndose a su vestuario.


-Capitán de Asbath -le recordó con cierta sorna. -Si Peter te escuchara hablar así te tacharía de desertor -bromeó.


-¿Pero qué hace tu ejército aquí? -quiso saber. -¿Ha sucedido algo?


-Te lo explicaré todo enseguida -repuso ahora con seriedad. -Pero primero necesito saber que noticias me traes de Bogen -solicitó con clara impaciencia.


-No son muy halagüeñas -se lamentó.


-¿A qué te refieres? -se alarmó él.


Benjamín no respondió. Se limitó a abrir su morral y extraer un objeto que permanecía envuelto en un hatillo, tras lo que se lo entregó a Emmett. Su rostro daba claras muestras de que no comprendía el significado de aquello, pero Benjamín le instó con un gesto a que lo abriera. Emmett obedeció descubriéndolo con cuidado y, lo que era un expresión confusa, se tornó en pavor ante lo que aquel objeto representaba.


-Benjamín, ¿estás seguro de que esta...?


-La tomé yo mismo -le corroboró.


-Siendo así debemos partir ahora mismo hacia Los Lagos -aseveró con la voz infectada en la misma desesperación que irradiaban sus ojos -y por Dios espero que lleguemos a tiempo.




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CAPÍTULO 25
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Jacob entró cabizbajo en el comedor. Una de las doncellas había acudido a su cuarto a ofrecerle el desayuno y, en esos instantes se preguntaba si no habría sido mejor idea el quedarse recluido en la recámara un poco más. Sin embargo debía enfrentar su propia vergüenza y las consecuencias de sus actos y decidió hacerlo de una buena vez.


Se acercó con cierta cautela a la mesa, no muy seguro de cómo irían a recibirle los demás quienes, para su sorpresa, lo hicieron con gran cordialidad y familiaridad ¿dónde había quedado todo lo que sucedió el día anterior?. Estaban casi todos a la mesa, sólo faltaban Rosalie y James; quizás se interesaría después por su ausencia, la única persona que en verdad le interesaba ver se situaba justo frente a él, bajando el rostro, apartando su mirada de él... ¿por qué?


-Ven, Jacob, siéntate a mi lado -le indicaba Bella obligándolo a desviar la mirada.


Para su fortuna, el asiento que debía ocupar estaba justo frente a ella, frente al objeto de sus ensoñaciones, porque, aquella muchacha de piel trigueña y ojos oscuros había ocupado sus pensamientos desde que ella irrumpió en ese castillo, directamente hasta su corazón.


Se posicionó tras la silla y, colocando ambas manos sobre el respaldo, tomó aire, dándose aliento y ánimo para afrontar la situación y hacer lo que debía.


-Antes que nada quería disculparme sinceramente con todos y cada uno de vosotros -comenzó mirando directamente a sus interlocutores, esforzándose porque la vergüenza no le hiciera bajar la cara. -No tengo ningún tipo de excusa plausible para mi comportamiento en este último tiempo y ni siquiera me atrevo a pedir que me perdonéis.


Jasper hizo intención de hablar pero Jacob se lo impidió con un gesto de su mano.


-Por favor, Majestad, permitidme que continúe, es lo menos que puedo hacer después de todo. Invadí vuestro hogar y el de vuestra esposa avasallando con mis malas maneras, y, aún así, me habéis recibido y tratado con hospitalidad, al igual que Sus Majestades -inclinó la cabeza ante Esme y Carlisle -que, aún habiendo atacado a su hijo con la peor intención, sin derecho o justificación alguna me asistieron y trataron mi herida.


-No creo que en ningún momento tuvieras seria intención de matarme -le interrumpió Edward que lo miraba con suspicacia.


-Tienes razón -admitió Jacob lanzando un suspiro pesado, -pero habría podido herirte.


-Mas no lo hiciste -puntualizó.


-Sí, me heriste tú a mí y me diste una gran lección.


-No era mi propósito el aleccionarte -se excusó Edward.


-No me malinterpretes -se apresuró a corregirle. -Pero es cierto que tus palabras significaron para mí mucho más de lo que imaginaba -añadió dirigiendo su mirada por un momento a Leah quien la evadió de nuevo. -Te agradezco enormemente que me ayudases a abrir los ojos y a darme cuenta de la barbaridad que estaba cometiendo. Traté de entrometerme entre vosotros por algo que era una pura fantasía, como alguien me dijo una vez, un sueño de humo y que, como era de esperar, acabó por desvanecerse.


Por primera vez, Jacob bajó su rostro hacia el suelo, afligido y volvió a tomar aire antes de continuar.


-Bella, sólo espero que el cariño que sé me has tenido todos estos años, al igual que tu padre no muera irremediablemente -miró a ambos recorriendo la mesa con la vista. -Soy consciente de que os ha decepcionado mi actitud pero confío en que no sea algo irreparable.


-Por supuesto que no lo es -intervino Charles con aire socarrón. -Sólo recuérdame que cuando lleguemos a casa te dé una buena tunda.


Aquello, inevitablemente produjo una carcajada generalizada y terminó con el alegato de Jacob, quien miraba a su alrededor agradecido y aliviado, con una sonrisa esbozada en sus labios. Bella le volvió a indicar que tomará asiento y así lo hizo, disfrutando del desayuno y de la compañía de aquella familia que reía y compartía en completa armonía.


Sin embargo, al cabo de unos minutos, una extraña desazón comenzó a invadirle. El hecho de que Leah se mostrase tan esquiva con él empezó a atormentarle. Quizás la noche anterior, como siempre le sucedía, había sido demasiado impulsivo pero no por eso era menos válido su acto, al contrario, la felicidad que lo había embargado hasta ese momento era buena prueba de que no había errado en su proceder, en lo único que había errado era en no haberlo hecho mucho antes.


De repente, al parecer, a Leah se le hizo insostenible la mirada indagadora de Jacob pues, sin haber terminado de desayunar, presentó sus excusas y se levantó de la mesa.


-Maldición -farfulló Jacob entre dientes viéndola marcharse.


-Parece molesta -se atrevió a apuntar Edward por lo bajo, tratando de que los demás no le escucharan.


-No -negó Bella categóricamente. -Por lo que conozco del carácter de Leah te puedo asegurar que no es simple molestia lo que había en sus ojos, sino algo más -escudriñó en el rostro de Jacob que evadía su mirada. -¿Sucedió algo anoche? -indagó en vista de su mutismo. -¿Fuiste grosero con ella?


Jacob sacudió la cabeza negando.


-¿Qué pasó entonces? -le cuestionó.


El muchacho suspiró hondamente pero evitó contestar.


-Jacob -insistió Bella intentando no alzar la voz.


-Pasó lo que tenía que pasar -declaró al fin.


Bella y Edward intercambiaron sendas miradas, llegando ambos a la misma conclusión ante su afirmación.


-Me alegro mucho por ti -le dijo Edward con gran sinceridad.


-También me alegraba yo hasta hace un momento -se lamentó Jacob abatido.


-Quizás sólo ha malinterpretado lo que fuera que sucedió entre vosotros -se atrevió a aventurar Bella.


-O peor, quizás haya ido a suceder demasiado tarde -apostilló Jacob endureciendo su expresión.


-No quisiera inmiscuirme en tus asuntos -le anunció Edward, -pero creo que lo mejor sería que hablaras con ella y, cuanto antes.


-Tienes toda la razón -asintió levantándose.


-Si me disculpáis todos he de retirarme -anunció llamando la atención de los presentes. -Hay un asunto que debo resolver con urgencia.


-Sí, claro -repuso Jasper algo confuso.


Sin detenerse a dar más explicaciones, Jacob apresuró el paso para ir tras ella. Salió a la puerta principal y, desde lo alto de la escalinata la vio dirigirse a uno de los jardines. Bajó los escalones de varios saltos y no tardó en alcanzarla, dándose unos segundos para controlar su respiración y su corazón desbocado. Esta vez debía dominarse, tenía muy claro lo que quería decirle y lo haría, sin dejar lugar a equívocos o dudas.


-Leah -la llamó al fin, haciendo que se volteara a mirarlo, deteniéndose.


Jacob la observó durante unos instantes, tratando de leer en su rostro, en sus ojos, deseando encontrar el mismo brillo que viera en ellos la noche anterior y que, ahora, parecía ir apagándose, escapando a su comprensión el motivo.


-Quiero hablar contigo -le pidió.


-Tú dirás -respondió con cierta sequedad que bien supo él que era fingida.


-Antes, en el comedor, no me han dado la ocasión de disculparme también contigo -le dijo con seriedad.


Leah le dio la espalda sin querer terminar de escucharle. Sabía muy bien lo que le iba a decir, la razón por la que quería disculparse. Con rapidez y disimulo enjugó una lágrima que empezaba a surcar su mejilla; no le daría esa satisfacción, no la vería llorar, ni derruida como lo estaban ahora sus ilusiones.


-Puedes ahorrártelo -espetó tratando de que no se le quebrara la voz. -Puedo entender que anoche te dieron algún tónico que no te hacía ser consciente de lo que ocurría a tu alrededor, posiblemente estabas aturdido.


Jacob sonrió para sus adentros. No era demasiado tarde, el resquemor que leía en su voz se lo decía. Rogó porque fuera cierto y que sólo se tratase de un malentendido o de incomprensión.


-Sí, reconozco que estaba aturdido -alegó con media sonrisa, -aunque deberías saber que no fue a causa de un tónico. Si bien es cierto que el Rey Carlisle me lo ofreció, me negué a tomarlo a modo de "autocastigo", digamos que para sentir en mi propia carne las consecuencias del exabrupto que había cometido.


Leah giró un poco su rostro, mirándolo de reojo y sorprendida por su declaración.


-Entonces ya comprendo. Fue el dolor lo que te aturdió -aseveró ella sin poder contener el temblor de su voz, deseando acabar de una vez por todas con aquel diálogo tan absurdo como amargo. -No te preocupes, Jacob, me hago cargo de la situación así que estás más que disculpado -concluyó mientras daba media vuelta y retomaba su camino.


Jacob la asió por un brazo y la detuvo, mientras una extraña inquietud se instalaba en su pecho y una cruel duda en su mente. ¿Sería que ella no sentía lo mismo por él? ¿Tal vez la anoche anterior se había dejado llevar por un sentimiento de lástima al verlo herido y por eso no lo rechazó?


-¿Por qué te comportas así conmigo? -quiso saber. -¿Por qué eludes mi mirada?


-¿Y desde cuando te interesa lo que yo haga o deje de hacer? -inquirió ella mordaz. -¿Y por qué estás aquí hablando conmigo? Deberías estar bajo las faldas de tu Bella, feliz porque sigue teniéndote en gran estima.


Entonces Jacob comprendió. Lo que la invadía era una mezcla de celos, inseguridad y desconfianza hacia él y hacia lo que había pasado entre ellos y, en cierto modo, no la culpaba. Por la mañana había llegado a ese castillo decidido a reponer su honor mancillado y a batirse en duelo por una mujer y, esa misma noche, como si aquello no hubiera ocurrido, estaba besando con todo su fervor a otra, a ella.


Jacob agarró su otro brazo y la hizo girarse, aunque ella mantuvo la vista baja.


-Mírame, Leah -le exigió, haciendo ella oídos sordos, por lo que tomó su barbilla y se la alzó, obligándola. -Estoy donde debo estar, donde debí estar siempre.


-No te comprendo -se soltó ella de su agarre a lo que Jacob respondió colocando su mano en su mejilla para que volviera a fijar sus ojos en los de él.


A pesar de verse ensombrecidos conservaban esa belleza que a él le habían encandilado la noche anterior, al igual que sus rasgos, femeninos y delicados. Su agitada respiración se escapaba de sus sonrosados labios, dulces y suaves, como ya sabía que eran. Ahora que había disfrutado de su sabor, aquel dulzor había penetrado en su sangre como elixir adictivo y se había convertido en una necesidad el volver a sentirlo. Mas no, debía controlar sus anhelos, antes tenía aclarar todo aquello. Deslizó su mano lentamente, liberando así su mejilla.


-He estado ciego, Leah, durante mucho tiempo -comenzó a decirle. -Y me arrepiento enormemente de haber venido aquí, pudiendo haber provocado una tragedia, aunque, en cierto modo, me alegro de que haya ocurrido.


La joven lo miró confundida, sin alcanzar a comprender.


-Como bien dije antes, estaba persiguiendo una fantasía, un espejismo y viéndola allí, junto a Edward, me vine a dar cuenta de que Bella no era lo que yo quería, lo que yo buscaba -prosiguió. -Permanecí recluido toda la tarde en esa recámara preguntándome que era en realidad lo que necesitaba o a quien, y la cruel idea de que en realidad no hubiera nadie ahí fuera destinado para mí se instaló en mi mente de forma lacerante.


Leah cruzó sus brazos sobre su pecho, y bajó su rostro, mordiéndose el labio, atormentada. Si tan solo tuviera el valor para decirle que sí que había alguien para él, que ella...


-Y, de repente, apareciste tú -agregó Jacob entonces, levantando ella su rostro, sorprendida. -Y por eso te quiero pedir disculpas, Leah -se acercó a ella, tomando sus manos, soltándolas de su cuerpo. -Todo este tiempo has estado frente a mí y yo te veía sin mirarte, tan ciego como estaba. Anoche te miré por primera vez, por fin, y bastó el simple tacto de tus dedos para mitigar de un solo soplo todo el dolor y el cansancio que acusaba mi cuerpo, una sola mirada tuya para quedar cautivo de ti y tu cálida voz entonando mi nombre para que mi corazón golpeara mi pecho de forma desmedida.


Jacob alzó su mano haciéndola resbalar por su mejilla, recorriendo con las punta de sus dedos la linea de su piel, hasta llegar a sus labios.


-Cuando te besé, tantas emociones invadieron mi cuerpo que creí que iba a enloquecer. No me habría importado rendirme a aquella gloriosa sensación que me aturdía por completo -declaró mientras se acercaba más y más a ella. -Temí por un instante que desapareciera cuando me separé de tus labios -admitió mientras se los acariciaba, -y lo hizo, durante un momento, hasta que volví a tenerte entre mis brazos y me golpeó de nuevo, con más furia incluso que la vez anterior.


Leah cerró un instante los ojos, embargada por aquel roce de sus dedos. Cuando volvió a abrirlos, Jacob suspiró con alivio al volver a percibir aquel brillo, aquel fulgor que lo había deslumbrado hacía tan solo unas horas, ofreciéndole todo aquello que él ansiaba, aunque, de repente, una sombra fugaz cruzó por ellos.


-Sé lo que estás pensando -hizo él eco de sus pensamientos. -Que es únicamente deseo lo que me impulsa estar junto a ti, pero no, Leah -negó con la cabeza. -Sí es cierto que deseo volver a sentirlo, embriagarme de ti hasta perder el sentido pero, sobre todas las cosas, deseo que lo sientas tú y ser yo quien lo provoque -le susurró deslizando sus manos hasta su cintura, acercándola a él. -Hacerte estremecer, que tiemble todo tu ser hasta que necesites sostenerte en mí para no caer, que tu corazón palpite tan fuerte que sientas que vas a morir incapaz de soportarlo, que creas sumirte en la locura si no te toco, si no te beso y que enloquezcas vertiginosamente cuando lo haga. Deseo que tú lo desees, con todas tus fuerzas, que desees mis caricias, mis besos, o un simple abrazo que te reconforte. Porque quiero cuidarte y que me cuides, consentirte y que me consientas, pertenecerte y que me pertenezcas.


Leah dejó escapar un suspiro que había estado oprimiendo su pecho, sin poder emitir palabra alguna y Jacob sintió su dulce aliento en su cara. Aquella necesidad se hizo presente en él y se inclinó lentamente sobre ella, sabiendo que no sería capaz de resistirse a ella por mucho tiempo más.


-Dime, Leah, si esto no es amor ¿qué es? -musitó fijando sus ojos en los suyos. -Tiene que serlo porque, de no ser así, todo mi mundo, mi realidad y mi fe no habrán sido más que quimeras. Dime que sí, que este sentimiento inexplicable, incontenible, impetuoso e incontrolable es el mismo que te domina a ti -respiró sobre su boca. -Dímelo.


-Sí, Jacob.


Y eso fue todo lo que alcanzó a decir antes de que él poseyera sus labios con avidez, con vehemencia, lanzándola a una vorágine de sensaciones indescriptible. Turbada, rodeó su cuello con su brazos mientras él la apresaba contra su cuerpo, gimiendo en su boca al sentirla finalmente entre los suyos, como tanto había ansiado desde que la viera en el comedor. Lo llenó de gozo el notarla temblar entre sus manos y como se entregaba a su beso, besándolo a él con el mismo ardor. Leah entreabrió sus labios permitiéndole saborear de nuevo su dulce ambrosía y, de nuevo, aquel elixir de su esencia lo invadió. Era sublime el alcanzar toda esa dicha con un simple beso, como un pequeño milagro y, ahora que estaba al alcance de su mano no lo iba a perder.


-Te amo, Leah -le confesó sin apenas separarse de su labios. -Te amo, te amo, te amo -le repetía una y otra vez.


-Y yo te amo a ti -le respondía ella mientras volvía a perderse en sus besos, sin apenas prestar atención a aquellas lágrimas que habían empezado a surcar sus mejillas, las de los dos, escurriéndose y llegando a sus bocas. Allí se entremezclaron con sus labios, maravillándose ambos de cuan dulces eran, hasta que cayeron en la cuenta, ¿de qué otra forma podían ser las lágrimas de felicidad?


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El atardecer ya comenzaba a colorear los lagos con tiznes anaranjados cuando divisaron el castillo, recortando con silueta solemne el horizonte. El corazón de Emmett no había dejado de cabalgar en su interior desde el mismo instante en que decidió emprender el camino de vuelta. Mas no era únicamente por la gravedad de los motivos que le había dado Benjamin sino por saber que iba a volver a verla.


No podía llevarse a engaños, si bien sabía que era su deber acudir al Rey a comunicarle aquellas noticias que le había traído el muchacho por estar siguiendo sus órdenes, en el fondo de su alma habitaba la certeza de que no habría pasado mucho tiempo hasta que hubiera decidido volver a Los Lagos, a ella. No podía menos que admitir que le era imposible sobreponerse a ese calvario que él mismo se había impuesto, todo su ser iba muriendo cada día con aquella distancia y no sabía cuanto tiempo más habría podido soportarlo.


Sólo esperaba que ella no le guardase rencor, se conformaba con que aún existiese aunque fuera un pequeño resquicio de aquel amor que ella había asegurado tenerle. Una simple brizna sería suficiente, él sabría como hacer para alimentarla y que volviera a crecer, resurgiendo cuan ave fénix en un sentimiento igual o incluso más poderoso de lo que era antes de que él cometiera el absurdo de marcharse de su lado.


Al atravesar el puente levadizo principal vieron como en su interior se respiraba el aire previo a la batalla, el ejército estaba terminando de concretar los últimos preparativos, aguardando a que se diera el aviso de que se reunieran con él y sus hombres en La Encrucijada. Y no sólo era portador de aquel hecho sino que debía revelarle a Jasper más de una verdad que él había estado ocultando, quizás de modo equivocado, y que ya había llegado el momento de confesar. Rogó por que le escuchara y, al menos, le dejara luchar a su lado... tenía más de un motivo para hacerlo.


Aún no habían terminado de atravesar el Patio de Armas cuando vieron en el corredor que daba a la cocina a Charlotte y Peter que conversaban, tomadas sus manos en actitud cariñosa, siendo él quien se percató de su llegada.


-¡Emmett! ¡Benjamin! -exclamó Peter animadamente. -Qué sorpresa veros de vuelta y juntos.


-Sí, ya estaba deseando volver -respondió Benjamin con cierta premura. -Y os rogaría que me dierais un minuto -pidió descabalgando.


Sin ni siquiera asegurar al caballo y dejando a los tres siguiéndolo con mirada atónita, corrió hacia el otro lado del patio, hacia la puerta trasera de lo que era la escuela. Allí, con sonrisa amable, se encontraba Angela, que despedía a los últimos niños que salían de clase para dirigirse a sus casas. Tan inmersa estaba en su tarea que no alcanzó a ver al muchacho ir hacia ella hasta que casi lo tuvo enfrente.


-¡Benjamin! Por fin has vuelto -la alegría en la voz de la muchacha era difícil de ocultar, al igual que la ilusión que irradiaban sus ojos al volver a verlo.


El joven no pudo evitar sonreír ante aquello, llenándolo de regocijo el observar como ella bajaba su rostro sonrojada, avergonzada por, tal vez, haber declarado más de lo que ella habría deseado con su saludo.


-Sí, por fin -agregó él, emocionado por la anticipación de lo que estaba seguro iba a suceder, él se encargaría de que así fuera. -Aunque si evitas mirarme creeré que en realidad no te alegras.


-No digas eso -se apresuró ella a discrepar, volviendo a mirarle, obviando la vergüenza que coloreaba sus mejillas.


A Benjamin le pareció delicioso aquel rubor y poco pudo hacer para evitar acariciarlo, posando una de sus manos sobre él, haciendo que ella ahogara un suspiro al notar su tacto.


-Te extrañado tanto, Angela -le confesó con tenue voz. -Lo único que deseaba era acabar con ese asunto que me mantenía lejos de aquí y volver, sólo para verte.


-¿Y por fin terminaste? -preguntó ella con inocencia, titubeante, desviando su mirada con timidez.


-Aún no -negó él con la cabeza.


-Entonces ¿qué te falta por hacer? -quiso saber ella. Su mirada ingenua lo hizo sonreír, queriendo dilatar aquel momento un poco más, pero ya no era capaz, y no por el temor de perder el momento, la ocasión, sino porque la necesidad de hacerlo le oprimía el pecho.


-Esto -le dijo mientras deslizaba sus dedos hasta su nunca, atrayéndola hacia él. Posó sus labios en los suyos, con suavidad, como una caricia, tratando de dominar el impulso que le hacía desear apretarla contra su pecho, esperando su reacción. Y fue deliciosa, como toda ella, titubeando primero, azorada ante su beso, alzando temerosa sus finas manos y colocándolas en su espalda para después abandonarse a sus labios, que comenzaban ya a danzar sobre los suyos con exigencia, uniéndose ella a su cadencia. Benjamin se liberó entonces de aquello que lo apresaba y la rodeó con sus brazos, con ímpetu, fundiendo más sus labios a los de Angela, que alzaba sus manos para colgarse de su cuello haciendo más pleno el contacto de sus cuerpos y profundizando su beso. Sendos gemidos ahogados escaparon de sus gargantas, turbados los dos por el cúmulo de sensaciones que se abría paso a través de ellos y que aunaba sus esencias con la ligadura de aquel mutuo sentimiento que residía en sus corazones.


-Ahora sí he vuelto a casa -musitó él casi sin aliento, juntando su frente con la de ella, sin dejar de abrazarla.


-Bienvenido -susurró ella, justo antes de que Benjamin volviera a besarla.


-Eso es lo que se llama un reencuentro en toda regla -observaba la escena Peter, con expresión divertida.


-Bien hubiera querido Ulises que Penélope lo hubiera recibido así cuando retornó de su Odisea -sonrió Emmett. -Dejémoslo, lo merece después de haber cumplido con su cometido con tanto éxito.


-¿La investigación ha dado frutos? -preguntó Peter con cierta expectación.


Emmett sacó del morral que colgaba de un costado de Goliath el hatillo que Benjamin le entregara horas antes y, al desenvolverlo para mostrárselo, el rictus de Peter, quien había comprendido al instante, se endureció, con una mezcla de horror y aprensión.


-Por suerte he tenido varios hombres vigilando -alegó Peter.


-Eso me tranquiliza -reconoció Emmett mientras volvía a cerrar el hatillo y lo colocaba en la parte trasera de su pantalón.


-Yo me hago cargo -se ofreció. -Tú deberías ir a hablar con el Rey.


-Lo sé -reconoció cabizbajo.


-Está en su escritorio con el Príncipe Edward y el Príncipe Jacob - le indicó.


-¿El Príncipe Jacob? -preguntó extrañado.


-Es una larga historia -se encogió de hombros. -Mejor la dejamos para luego.


-Y...


-El día que abandonaste el Reino, amaneció enferma -leyó su pensamiento. -Desde entonces, no ha abandonado su recámara.


Emmett sintió rigidizarse todos los músculos de su cuerpo al escuchar aquello.


-Pero está...


-Calma -agitó sus manos. -No parece que sea nada grave, aunque yo estoy completamente seguro de que sanará pronto ¿verdad? -agregó con declarada insinuación.


-Eso espero -suspiró él.


-Vé -lo alentó palmeando su hombro. -Todo irá bien.


Emmett, asintió con la cabeza y se encaminó hacia el interior del Palacio, hacia cualquiera que fuera su destino.


-No exageres, Jasper -le recriminaba Rosalie a su hermano.


-No exagero -discrepaba él mientras la instaba a sentarse en el diván. -No hay más que mirarte.


-¿Me has hecho venir sólo para sermonearme? -inquirió Rosalie dirigiendo su mirada al escritorio donde Jacob y Edward se esforzaban por mantenerse ajenos a la conversación.


-No -hizo él un mohín. -Quería decirte que si en realidad te disgusta que el Duque permanezca aquí, puedo hablar con él y, apelando a las circunstancias en que estamos inmersos, pedirle que se vaya. Amablemente, por supuesto -remarcó la última parte.


-¿Harías eso por mí? -preguntó ella con expresión aliviada.


-Rosalie, eres mi hermana. ¿Qué esperabas? -repuso él con cierto enojo. -Me molesta que no hayas sido capaz de confiar en mí. Si te desagrada la presencia de James, no hay ninguna necesidad de continuar con esta farsa.


-Pero...


-Buenas tardes -la voz grave de Emmett resonó en la estancia haciendo que todos desviaran la mirada hacia la puerta que estaba abierta.


Emmett aguardó en el umbral a que le permitieran entrar y tuvo que hacer gala de todo su temple al ver a Rosalie allí, forzando a que su expresión se mostrará impasible ante aquello tan inesperado y, a la vez, tan deseado. La observó durante un instante, lo justo para guardar las apariencias frente a los demás, pero lo suficiente para comprender a lo que se refería Peter. Su extrema palidez, sus rasgos pesarosos, entristecidos, el brillo mortecino de sus ojos de un azul casi cenizo que, sin embargo, le habían parecido destellar al verlo. Se esforzó por desplazar aquellos pensamientos e inclinó su cabeza a modo de saludo. Había otros asuntos que debía resolver antes.


-¡Emmett! -exclamó Jasper con sorpresa mientras lo instaba a entrar. -No esperaba noticias tuyas tan pronto.


-Ni de esa guisa -añadió Edward divertido. -¿Te han nombrado Capitán? -agregó señalando sus ropas.


-Estás de broma ¿no? -preguntó Jacob ceñudo.


-¿De broma? -se extrañó Edward. -No te entiendo.


-Ninguno te entendemos -apostilló Jasper y Emmett contuvo la respiración al ser consciente de que el momento de la verdad había llegado y no de la forma que él esperaba.


-Emmett es el Capitán de Asbath desde hace varios años -despejó finalmente Jacob sus dudas.


Los rostros de Edward y Jasper, incluso el de Rosalie no dejaban lugar a dudas del desconcierto que aquella afirmación les producía.


-No puedo creer que no lo supierais -aseveró Jacob asombrado. -Pero si Emmett fue quien comandó a los ejércitos aliados en la Batalla de Teschen, incluso yo combatí bajo sus órdenes. Creía que vosotros también habíais luchado -prosiguió sin ser apenas consciente de lo que estaba revelando.


Tanto Jasper como Edward se voltearon a mirarlo, excepto Rosalie, que había bajado su rostro, apretando sus manos en su regazo. Emmett mantuvo sus miradas, aunque sin altivez, esperando cualquiera que pudieran ser sus reproches.


-Aquello coincidió con los funerales por la muerte de mi tío -rompió el silencio Edward que seguía mostrándose atónito. -Ni mi primo ni yo pudimos combatir pero si es cierto que mandamos a un grupo de hombres de nuestros ejércitos para que apoyasen la causa.


-Así que eras tú -apuntó Jasper.


-¿Quién? -quiso saber Edward.


-Cuando Peter regresó de la batalla y me narró lo acontecido me habló de la gran hazaña del joven comandante que había guiado a las tropas a una victoria impecable, sin apenas bajas en las filas aliadas, aunque mermando de modo implacable las fuerzas enemigas.


Emmett escuchó aquellas palabras con sorpresa, y ya no sólo por la generosa apreciación de Peter sino porque, aunque apenas se atrevía a creerlo, pareciera que el Rey se refería a él con cierta admiración.


-Peter era consciente de quien eras ¿verdad? -aventuró Jasper.


-En realidad todos los muchachos, Majestad -admitió Emmett con tono de disculpa.


-¿Y por qué, sin embargo, te presentaste ante nosotros como guardia de la entonces Princesa Alice? -le cuestionó con calma, sin la brusquedad que Emmett habría esperado.


-Porque en aquellos entonces lo era -le aclaró. -Hasta hace unos días que regresé a Asbath y volví a ocupar mi antiguo cargo.


-Somos todo oídos -se cruzó Jasper de brazos, apoyando su espalda en el escritorio, como clara indicación de que deseaba y esperaba oír toda su explicación. Emmett bajó la vista tomando aire y comenzó su relato.


-Como bien os ha indicado el Príncipe Jacob y, a pesar de mi juventud, hace varios años que ostento el cargo de Capitán del Ejército de Asbath. Al poco tiempo de mi nombramiento me llegó información de una fuente nada fidedigna de que el Rey Laurent trataba de atentar contra la vida de nuestro Rey. Aquello coincidió con una época en la que sufrimos incontables ataques por parte del Reino de Adamón así que decidí tomar cartas en el asunto. Si recordáis, cuando os hablé sobre el intento de secuestro de la Princesa...


-¿Trataron de secuestrar a Alice? -le interrumpió Rosalie que miraba estupefacta a su hermano quien, con un gesto de su mano, le indicaba que ya habría tiempo para relatarle aquello.


-Sí, recuerdo que me hablaste acerca de un infiltrado -continuó Jasper con el hilo de la conversación.


-Yo fui quien se infiltró en el Reino de Adamón -le confesó Emmett.


-¿Tú, siendo el Capitán? -Jasper no comprendía.


-El Rey tampoco estaba de acuerdo con mi decisión pero no quise arriesgar la vida de ninguno de mis hombres, a pesar de estar ampliamente cualificados. Sabía que era una misión suicida y mi conciencia no me lo permitía.


-Eso te honra -admitió Jasper a lo que Emmett asintió agradecido.


-Varios meses estuve malviviendo en aquel castillo, como un simple yegüero, un mozo de cuadras.


-Por eso sabes tanto de caballos -intervino Edward.


-Sí -afirmó él. -El trabajo era relativamente sencillo y me permitía estar cerca del castillo y del Cuartel de Guardias. Fue entonces cuando descubrí los planes del Rey Laurent de secuestrar a la Princesa Alice. Huí de allí con el tiempo justo de avisar a mis hombres y preparar una emboscada a aquellos malditos -apretó los puños contra sus muslos. -Como ya sabéis, vencimos pero yo -titubeó mientras llevaba una de sus manos de forma inconsciente a su abdomen, -yo fui herido de gravedad. Con seguridad habría muerto de no ser por mis hombres y por los cuidados de la Princesa -reconoció.


Esa revelación conmovió a Jasper, sabía de la naturaleza generosa y desprendida de su esposa y aquello se lo reiteraba. Volvió a agradecer que la Providencia hubiera procurado que se encontrara en su camino, llevándola a su vida y colmándolo de dicha.


-Creí que ella no sabía nada de aquella tentativa de secuestro -aventuró Jasper.


-Y no lo supo -le confirmó. -Creyó que era simplemente un ataque más.


-Entiendo -repuso Jasper.


-Durante el largo tiempo que duró mi recuperación -continuó Emmett, -un muchacho muy capaz ocupó mi puesto y, después, viendo que mi cargo quedaba en buenas manos decidí pagar aquel gesto de la Princesa ofreciéndole a su padre mi protección, escoltándola, sabiéndola blanco de la demencia del Rey Laurent, hasta que llegara el día en que ya no fuera necesaria mi custodia.


-¿Y crees que ese momento ha llegado? -cuestionó Jasper viendo que había recuperado su rango.


-En realidad mi intención era marcharme después de vuestro matrimonio -admitió él, -pero bien sabéis que el principio resultó un tanto duro así que decidí no alejarme, hasta que no me convenciera de que ella era realmente feliz y, cuando al fin sus ojos volvieron a brillar, reconozco que aquel día debería haber vuelto a Asbath -añadió Emmett recordando que fue lo que lo retuvo en ese castillo o, mejor dicho, quien; aquella que ahora lo miraba con una mezcla de asombro y orgullo en sus ojos y de forma tan intensa que lograba aturdirlo. -Cuando decidisteis luchar -prosiguió -vi la oportunidad de volver, de escapar -pensó.


-Por eso me asegurabas que el Ejercito de Asbath lucharía -recordó Jasper aquel momento.


-Sí, Majestad -respondió Emmett con la culpabilidad reflejada en su rostro.


-Y ahora vienes a informarme de que tus hombres están listos ¿no? -supuso él.


-En realidad no, Majestad. Si es cierto que vuestro ejército -Emmett hizo hincapié en ello, -está preparado, pero pensaba mandar a un grupo de soldados mañana para avisaros.


-¿Entonces...?


-Lo que me ha traído hoy aquí es algo mucho más grave de lo que yo alcancé a imaginar -alegó con gravedad en su voz. -Y os ruego, a todos, que me permitáis apelar a vuestra comprensión y a la certeza de que mi proceder fue siempre pensando en vuestra tranquilidad, jamás creí que ponía en riesgo vuestra seguridad.


-Está bien -accedió Jasper con cierta impaciencia.


-Todo comenzó con la llegada del Duque James -les contó. -Yo ya le había hecho partícipe a la Princesa Bella de que su rostro me era familiar pero no era capaz de situarlo. Su alteza trató de disuadirme de esa idea pero no pude evitar inquietarme. Fue entonces cuando, en los juegos, escuché a vuestra hermana hacer referencia a una batalla en la que él había participado, la de Teschen, y aquello me alertó.


-¿Por qué? -preguntó Rosalie al verse aludida.


-Porque el Reino de Bogen no participó en aquella batalla, Alteza -le respondió tratando de controlar el temblor de su voz al dirigirse a ella, directamente. -Se mantuvieron neutrales en aquella contienda.


-Nadie mejor que tú para saber eso, claro -intervino Edward.


-Si, y me consta que nadie luchó fuera de sus filas por lo que no había posibilidad de que él hubiera participado bajo otra bandera -agregó. -En un principio pensé que únicamente estaba alardeando frente a la Princesa pero después, todos pudieron comprobar su "nobleza" a la hora de luchar conmigo.


-Ciertamente -apostilló Edward quien recordaba perfectamente su modo indigno de luchar al golpear a Emmett en el yelmo.


-Soy de naturaleza desconfiada -reconoció Emmett -y, tras comentarlo con Peter decidimos que no perdíamos nada por enviar a Benjamin a Bogen a ver si averiguaba algo.


-Emmett, puedo entender que en aquel entonces no me informases por que, en realidad, había pocas bases para tu sospecha pero, te recuerdo que cuando partiste hacia Asbath, James ya llevaba aquí varios días.


-Tenéis razón, Majestad, y eso mismo alegó Peter antes de que me marchara -admitió, -pero es que seguía sin haber ninguna base para mi desconfianza, ni siquiera era una sospecha, era una simple corazonada. Tal vez el Duque estaba siendo el blanco de mi bien declarada antipatía hacia él. Aún así, por precaución, Peter me acaba de informar de que ha tenido a varios hombres vigilándolo.


De repente, Emmett hincó una de sus rodillas en el suelo, apoyando sus manos en la otra, y bajando el rostro con gesto arrepentido.


-¿Pero que haces, Emmett? -preguntó Jasper que lo miraba atónito, al igual que todos los demás y se apresuró a tomarlo de los hombros para que se irguiera.


-Necesito suplicar vuestro perdón -declaró con pesadumbre. -Por no informaros de esto antes y haberos puesto en peligro.


-Eso es innecesario -espetó Jasper. -Con lo que me has contado ahora, que imagino habría sido lo mismo que me habrías comunicado antes de marcharte a Asbath, no habría hecho más que ordenar lo que Peter ha previsto -aseveró disculpándolo. -A no ser que en esos entonces supieras algo más que aún no me has dicho.


-Nada, Majestad, os lo juro -le aseguró con firmeza.


-Sin embargo hay algo más ¿verdad? -sugirió Edward.


-Sí Alteza, y tan pronto como he sido conocedor de ello me he apresurado a volver -le indicó.


-¿Qué ocurre? -quiso saber Jasper quien, a pesar de todo se mantenía calmado.


-Esta mañana, Benjamin, volviendo de Bogen se ha encontrado con nuestro asentamiento en La Encrucijada y ha acudido a hablar conmigo. Ahí ha sido cuando me ha entregado esto -agregó mientras tomaba el hatillo y lo mostraba frente a ellos, desenvolviéndolo.


-¿Una flecha? -preguntó Jasper.


-Un momento, esas plumas no son...


-Sí, Alteza, de cóndor -corroboró las sospechas de Edward.


-Es una flecha idéntica a la que te hirió a ti, Jasper -añadió. -Entonces, James...


-Asesinó al verdadero Duque de Bogen para suplantarlo -concluyó la afirmación por él. -Mostrando interés por la Princesa y cortejándola se aseguró de poder visitarla de nuevo y ya hemos visto cuales han sido las consecuencias. Ha atentado contra vos y ahora está al tanto de todos nuestros movimientos contra su Reino.


-¡Hay que detenerlo, apresar a ese malnacido inmediatamente! -exclamó Jasper que se mostraba alterado por primera vez desde que Emmett llegara allí.


-Peter me ha asegurado que se hacía cargo de la situación mientras yo os informaba -trató de calmarlo.


-Está bien -respiró con cierto alivio.


-Que me aspen si llego a imaginar algo así -intervino Jacob que había tratado de mantenerse al margen en la conversación. -Habéis tenido al enemigo bajo vuestro mismo techo sin sospecharlo siquiera.


-Y no un enemigo cualquiera -apostilló Emmett. -Por desgracia no he ido ha recordar quien era James hasta que Benjamin me ha contado todo. Ha sido al relacionarlo con el Reino de Adamón que he ido a situar el momento y lugar donde vi su rostro, una sola vez, pero que jamás debería haber olvidado. ¡Maldita sea! -blasfemó apretando su mandíbula. -Y pensar que él mismo lo había dicho.


-Claro, en la Batalla de Teschen, pero del lado enemigo -sugirió Jacob.


-Fue uno de los primeros cobardes que huyó -escupió con rabia, -acompañando al Rey Laurent.


-¿Quién es? -inquirió Edward con perspicacia.


-La mano derecha del Rey, su perro guardián, el brazo ejecutor, quien se encarga del trabajo sucio. Su fama de sanguinario es igual de amplia que la lista de vidas que ha arrebatado -les explicó con el desprecio inundando su boca.


-Quien iba a suponerlo -sacudía Edward la cabeza con incredulidad. -Con aquellos aires de grandilocuencia, tan refinado y tanta palabrería banal.


-En el tiempo que estuviste en su castillo, ¿no volviste a verlo? -se extrañó Jasper.


-Como buen sabueso que es, James no se separa del Rey Laurent, quien jamás se mezclaría entre la plebe -le aclaró. -Con todos mis respetos, su carácter no es tan afable como el vuestro, Majestad. Fijaos -bajó su rostro avergonzado. -Estáis hablando conmigo como si todo esto fuera ajeno a mí, cuando merecería que me azotasen por mi imprudencia y temeridad.


-No digas más sandeces -lo atajó Jasper. -Si no fuera por que gracias a tu "corazonada" mandaste a Benjamin a Bogen quien saber lo que habría sido de este Reino. Jamás lo habríamos descubierto hasta que hubiera sido demasiado tarde.


-Aún así...


-Ya sé Emmett, deberías habérmelo dicho -lo cortó, -y yo te repito que habría hecho lo mismo que Peter. Supuestamente, James era un noble y, en aras del honor, ni siquiera yo me habría atrevido a ir más allá de vigilarlo -agregó volviendo a excusarlo. -Aunque debo admitir que sí habría actuado de forma diferente si hubiera sabido quien eras tú.


-¿A qué os referís, Majestad? -preguntó confuso.


-Emmett, a veces parecías un mozo de cuadra -frunció los labios con desaprobación.


-Os recuerdo que nadie me obligaba a ello, Majestad y no veo de que otra forma deberíais haberme tratado -alegó. -Al contrario, fue mucho más de lo que merecía, ya hubiera sido como guardia o como capitán. Al menos, en Asbath, el Capitán sigue durmiendo en el Cuartel de Guardias y no comparte la mesa con los Señores.


-Eso te lo ganaste por méritos propios, como ya te dije en su día -le reiteró, -y no quiero...


-¡Majestad! -el gritó desde el pasillo de Peter los alertó.


-¡¿Qué ocurre? -bramó Jasper al verlo llegar con el rostro desencajado y las manos y el pecho ensangrentados.


-¡James ha escapado!


-Pero, ¿cómo? -lo miró sin comprender. -¿No había hombres vigilando?


-¡Esta sangre es de ellos! -le dijo con la voz rota y mostrando sus manos. -Ese maldito no ha dudado en matarlos. Al igual que al guardia del portón norte.


-¿Por qué? -Jasper no entendía. -Podría haberse ido sin más.


-Para llevarse a la Reina Alice con él -espetó Peter sin rodeos.


-¡Qué barbaridad estás diciendo! -tomó al joven de los hombros.


-Majestad, la Reina ha desaparecido -le explicó. -Hemos registrado todo el castillo y no la encontramos por ningún lado.


-Yo la dejé hace un par de horas en su jardín -exclamó Jasper presa del pánico. -¿La habéis buscado ahí?


-Ha sido el primer lugar, Majestad. Hemos encontrado esto en el suelo.


Peter extrajo de la parte trasera de su pantalón un libro, "Razón de amor" -leyó Jasper en la portada y, de repente, sintió detenerse el latido de su corazón, como si toda la sangre hubiera abandonado su cuerpo. Se volteó soltando el libro sobre el escritorio, apoyando sus manos en el mueble, cabizbajo, sin fuerzas, con las nauseas abordando su garganta y temblando todo él, horrorizado ante aquella realidad.


-Jasper -posó Edward sus manos sobre sus hombros. -Sería un buen momento para que hicieras gala de todo tu temple y control que suelen caracterizarte. Te ruego que no te dejes llevar por la desesperación.


-Juro por mi alma que ese maldito pagará por todo lo que ha hecho -maldijo Jasper con la voz inyectada en odio. -Si algo le ocurre a Alice yo mismo le arrancaré el corazón con mis propias manos.


-Si hubiera querido dañarla ya lo habría hecho -se atrevió a apuntar Edward.


-Lo sé -repuso Jasper más calmado. -Sé que Laurent querrá utilizarla como baza a su favor.


Edward observó a su primo con gran admiración. A pesar de todo, aquel dominio suyo seguía siendo firme ante cualquier adversidad, incluso ante esa que bien sabía lo estaba hiriendo en lo más profundo.


Entonces Jasper inspiró hondo, tratando de llenarse de esa calma a la que Edward había hecho referencia, y ya no sólo por complacencia sino porque él mismo lo necesitaba, necesitaba tener la mente despejada, la cabeza fría, tanto como aquel dolor que le atravesaba las entrañas le permitiera. Moriría si algo le pasaba a Alice pero no la ayudaría si se dejaba dominar por aquel terror que apenas le dejaba moverse. Dio media vuelta apoyando de nuevo la espalda en el escritorio y observó a los demás. Sí, la salvaría, a como diera lugar, y sabía que no lo haría sólo, que contaba con el apoyo de todos, ellos le ayudarían en aquella cruel empresa que le había interpuesto la Fatalidad. Tanto Edward como Jacob lo miraban expectantes, deseosos de seguir sus instrucciones, Peter con los puños cerrados y el rostro retorcido de furia esperaba cualquiera que fuera su orden, su hermana limpiaba de forma fugaz las lágrimas que corrían por sus mejillas, tratando de guardar la compostura y Emmett, apoyado en el quicio de la puerta, aguardaba con los brazos cruzados sobre su pecho, intentando ocultar sus manos trémulas y con el rostro desdibujado por la culpabilidad.


-Quítate esa idea de la cabeza -le ordenó Jasper de súbito, sorprendiendo todos, habiendo recuperado la serenidad en su voz.


-Majestad -masculló Emmett con aire derrotado.


-¿Aún no has entendido que esto escapaba por completo a tu control? -dijo tratando de disuadirlo. -Hemos estado a merced de ese miserable desde el día que se presentó en mi matrimonio. Ese mismo día podía habernos matado a todos sin piedad y poco podrías haber hecho tú para impedirlo.


Jasper se acercó a él y posó una mano en su hombro, con gesto conciliador.


-Nada de esto es culpa tuya -le repitió. -Es culpa del malnacido de Laurent y sus ansias de sangre y poder.


-¿Qué ordenáis Majestad? -inquirió Peter impaciente.


-¿Crees que mandará a alguien para informarnos de sus exigencias? -aventuró Edward.


-No -negó Jasper. -Ese cobarde querrá que nos mostremos ante él, en cambio abierto.


-Entonces lo haremos -agregó Emmett con el semblante endurecido. -Como ya os dije, los hombres están listos.


-Emmett, me consta que siempre habéis resistido los ataque de Laurent y, el hecho de que estuvierais replegados entre las murallas de Asbath imagino que os habrá ayudado.


-¿A dónde quieres ir a parar? -lo interrumpió Edward que no entendía aquel alegato.


-A que no quiero dejar el castillo desprotegido -le aclaró. -Cabe esperar cualquier cosa de la mente retorcida de esa sanguijuela.


-La mitad de nuestros hombres resistiría sobradamente si permanecen afinados tras los muros -le indicó Peter.


Jasper asintió y volvió a mirar a Emmett, en espera de una respuesta.


-Con el resto de hombres y el ejército de Asbath sería suficiente para acabar con esa plaga -le corroboró Emmett.


-Pues no perdamos más tiempo -decidió Jasper. -Peter, tú alista a los hombres mientras nosotros informamos de todo a nuestra familia. Emmett, tú...


-Sólo necesito unos minutos para refrescarme y cambiarme de ropa -declaró él. -Me reuniré con vos en un momento.


-Sí -accedió Jasper. -Después de tu largo viaje es comprensible.


-Con permiso -se inclinó dispuesto a retirarse.


Le dedicó una última y breve mirada a Rosalie, que seguía en el diván con expresión compungida. Por un instante ella le devolvió el gesto y Emmett quiso, con sus ojos como único instrumento, gritarle todo lo que tenía en su interior. Se alejó de allí habiendo deseado pasar aunque solo hubiera sido un segundo con ella a solas para besarla, abrazarla, tocarla al menos, poder transmitirle con un leve roce todo lo ella significaba para él.


Cuando entró en la que había sido su recámara, lo que había sucedido en aquel escenario le golpeó con fuerza y vio con ironía como todo se mantenía intacto, ajeno a la debacle que se estaba dando fuera. Se alegró de no haberse llevado la totalidad de sus cosas la última vez y se apresuró a registrar en su baúl, un pantalón, una camisa y, del fondo, una brigantina de cuero. Ni siquiera sabía porqué había incluido en su equipaje su uniforme de Capitán, aunque ahora le sería de utilidad.


Para su asombro, la jarra de la cómoda tenía agua, como si, efectivamente, alguien se hubiera encargado de que todo siguiera igual, como si hubieran tenido la certeza de que él regresaría pronto. Volcó el contenido del recipiente en el aguamanil y agradeció su frescura.


Con premura se colocó el pantalón y estaba tomando la camisa cuando alguien irrumpió en la habitación, cerrando de un golpe. Emmett no prestó atención a como la prenda se resbalaba de sus manos, sus sentidos estaban completamente enfocados hacia la puerta donde se apoyaba, con respiración agitada, la dueña y señora de su vida.


Emmett casi no se atrevía a moverse, temía que si lo hacía aquella imagen se fuera a desvanecer, tenía que ser un sueño el tenerla frente a frente como tanto había deseado. Estudió sus ojos, anhelantes y que, mágicamente habían recuperado su deslumbrante brillo y que era a causa de él, tenía que serlo.


-Emmett -la escuchó susurrar con la voz quebrada y aquella fue la catálisis que hizo despertar a su cuerpo. Con un par de zancadas se posicionó frente a ella y sin pedir permiso o preguntarse que la había llevado a su habitación la tomó entre sus brazos y la besó con infinita pasión, queriendo arrancar con sus labios aquel dolor que él les había infligido a ambos, queriendo obligarla a olvidar el sufrimiento por el que la había hecho deambular y que a él tanto le atormentaba. Al cabo de unos instantes sintió como Rosalie alzaba sus manos hacia su pelo, exigiéndole una mayor proximidad de sus bocas y sus cuerpos, arqueándose contra él y haciéndolo gemir ante su arrebatadora respuesta. Apretó los puños en los pliegues del tejido que vestía su fina cintura y la unió más a él, devorando sus labios con afán, tratando de saciar aquella sed que lo había consumido todos aquellos días llenos de su ausencia.


Dejó atrás toda su sensatez, su tan arraigado sentido común, hasta su honor, nada de eso importaba ya. Sólo estaba Rosalie y la certeza de que moriría antes del volver a separarse de ella. La Fortuna le estaba otorgando la dicha de que aquel amor siguiera intacto en el corazón de ella y él no osaría jamás a cometer de nuevo la estupidez de rechazarlo.


-Estaba empezando a temer que este momento no llegara nunca -le confesó ella sobre sus labios.


-¿Entonces aún no sabes que mi vida está condenada sin ti? -musitó él fundiendo sus negras orbes en las suyas.


-¿Significa eso que ya no te irás, aunque te marches ahora? -preguntó suplicante.


-Claro que no -le aseguró él. -Parto a luchar porque tengo miles de motivos para hacerlo pero existe uno, mucho más importante que todos ellos juntos, que me hará regresar a ti.


-Dime qué es -le suplicó ella. -He de escucharlo de tus labios.


-Eres tú, Rosalie -le dijo. -Tú eres mi razón para existir, el impulso que hace latir mi corazón, la sangre que recorre mis venas, el aliento que le da la vida a mi alma. Sin ti no soy nada.


Rosalie se lanzó a sus labios mientras las lágrimas comenzaban a surcar sus mejillas, tan distintas a las que las había acompañado todos esos días. Ellas eran la catarsis de su propia alma, expulsando todo ese dolor, borrándolo como ablución purificadora. Su sal pronto quedó cubierta por el intoxicante sabor de aquellos labios que la poseían con desenfreno, como jamás lo habían hecho.


-Prométeme que volverás a mí -le exigió. Sabía que no podría soportar de nuevo su abandono.


-Te lo juro, mi hermosa princesa -respiró sobre su boca. -Estaré a tu lado mientras tú lo quieras.


-Te advierto que será para siempre -le sonrió ella coqueta.


-Que así sea -susurró antes de volver a besarla... nunca se saciaría de ella.


-¿Por qué nunca me lo dijiste? -le preguntó separándose un poco de él, haciendo deslizar los dedos por su torso desnudo, recorriendo la cicatriz que lo cruzaba.


-Perdóname -suspiró él pesadamente. -No pienses que fue por desconfianza -le pidió. -Simplemente no creí que eso pudiera ser de ayuda en nuestra situación. ¿De qué habría servido?


-Para estar aún más orgullosa de ti, mi gallardo Capitán -le sonrió con picardía mientras jugueteaba con la punta de sus dedos por aquella línea sonrosada, como si no fuera consciente de lo que aquel roce producía en él.


-¿Ah sí? -sonrió él con complacencia y malicia.


-Aunque, pensándolo bien, eso me habría entristecido más -añadió ahora con seriedad, deteniendo su caricia y bajando su rostro. -Tal vez incluso habría alimentado mi rencor hacia ti.


-¿Por qué dices eso? -le alzó él la barbilla para que lo mirara.


-¿Dónde quedó tu valentía cuando te marchaste? -le dijo ella casi con reproche.


-Sí que salí huyendo, Rosalie -reconoció, -pero no por cobardía. Me sobraba arrojo y valor para subirte a lomos de mi caballo y arrancarte de este castillo -le aseguró. -Y fue de eso mismo de lo que huí. Sabes que nunca creí ser digno de ti, que merecías a alguien mejor que yo.


-¿Y ya no lo crees? -preguntó ella con un tizne de esperanza en sus ojos.


-La verdad, no sé si te merezca o no -admitió. -Y puedes tacharme de egoísta si quieres. Sólo sé que te necesito, como el aire, en mi vida, amándome, amándote y no pienso renunciar a ti. Soy capaz de luchar contra el mundo con tal de tenerte conmigo, incluso soy capaz de obligarte.


-No tendrás necesidad -le declaró ella con mirada emocionada, con el corazón lleno de dicha ante aquella declaración.


-Júramelo -le rogó él.


-Te lo juro -selló ella su voto fundiendo sus labios con los suyos. Para Emmett aquello fue la más sagrada de las promesas y así se lo hizo saber, correspondiendo a su beso con entrega, depositando en él todo su corazón y sus sentimientos, todo su amor.


-Júrame tú a mí que vas a volver -aseveró con angustia. Emmett supo al instante a qué se debía su inquietud.


-Será él quien caiga bajo el filo de mi acero -le aseguró, lanzando aquel augurio al aire. -Por mi vida que ese maldito pagará con la suya, y no sólo por lo que le ha hecho a Alice sino por haber osado a mirarte, a hablarte.


Emmett suspiró tembloroso, con un escalofrío de espanto recorriendo su espalda.


-Cuando pienso en que has estado a su alcance y expuesta a su mente perversa yo...


-No pienses más en eso -posó sus dedos sobre sus labios, cayándolo. -Sólo quiero que pienses en tu juramento, recuerda que me has jurado volver -le repitió ella.


-Está bien -repuso él, aunque si abandonar su expresión de culpabilidad.


-Abrázame, Emmett -le pidió ella, con la única intención de borrar aquella idea de él. Y él obedeció, sumiso, uniendo su cuerpo al de ella, deseoso de llegara el día en que no tuvieran que separarse más.


-Creo que debería irme ya -se lamentó él. -Quizás ya estén esperándome.


-Es cierto -afirmó ella, separándose de él y recogiendo del suelo su camisa, colocándosela, con toda naturalidad. Emmett sonrió ante aquello, sin poder evitar el preguntarse cuando Rosalie podría volver a hacerlo pero como su esposa.


-Reconozco que extrañaré al guardia altanero que un día conocí -suspiró con fingido lamento mientras le ayudaba a colocarse la brigantina, -pero debo admitir que luces muy atractivo enfundado en tu uniforme, mi apuesto capitán -añadió con sonrisa frívola.


Emmett no pudo reprimir una carcajada y la abrazó agradecido, por hacerlo capaz de sonreír a pesar de la tragedia que estaban viviendo.


-La salvaréis, ¿verdad? -reflejó ella en voz alta el pensamiento de ambos.


-¿Crees que tu hermano permitiría lo contrario?


-No -aseveró ella con seguridad.


Emmett la observó por unos segundos, acariciando con suavidad su mejilla. Quería llevarse con él esa imagen de ella, radiante y hermosa y, lo más maravilloso, enamorada de él; sería la que lo acompañaría en aquella lucha y la que con certeza lo haría volver.


-Creo que deberías ir delante -anunció Emmett el momento de la despedida.


Rosalie no respondió, se limitó a besarlo por última vez. Pero esta ocasión no sería como aquella en que se separaran. Ese no sería un adiós, ni tendría su mismo sabor amargo. Ese momento estaba lleno de promesas y sueños por cumplir, simplemente pospuestos, aplazados y convencidos ambos de que llegaría el día en que se hicieran realidad.


-Te amo -le dijo Rosalie como despedida.


-Te amo -respondió él antes de verla alejarse.


Cuando Emmett salio a la entrada principal, se sobrecogió al ver como los hombres iban desfilando a lomos de sus caballos, iluminado su transitar por sendas procesiones de antorchas que bordeaban ambos lados de la senda que formaban, hasta llegar al portón principal, atravesando ya el puente levadizo, firmes, erguidos, leales y entregados a aquella lucha. Al pie de la escalinata que ya había empezado a descender vio a Edward y Carlisle despidiéndose de sus esposas, a Peter de Charlotte e incluso a Jacob, que se había unido a ellos y que besaba a quien recordaba era la Princesa Leah. Desvió la vista para buscar a Rosalie y la vio frente a él, abrazando a su hermano, deseando ser él quien ocupara su lugar. Sin embargo, le reconfortó el simple hecho de que ella le dedicara la más hermosa de las miradas y lo envolviera con su sonrisa. Con gesto disimulado y sutil, Rosalie alargó una de sus manos, separándola un poco de su cuerpo, justo en el momento en que Emmett pasaba por su lado al dirigirse a su caballo, tomando la suya, por un sencillo segundo y estrechándola por un instante, llenándolo de gozo con aquel impulso suyo.


Sí, aquello sería suficiente... hasta su regreso.


Por fiss mis angeles dejen sus comentarios al final

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