Dark Chat

miércoles, 20 de octubre de 2010

Lagrimas de Amor

Capitulo 10

Tengo que quedarme en Madrid durante unos días –informo Edward una vez hubo aparcado el coche en el estacionamiento subterráneo del bloque de departamentos-. Pensé que quizá te gustaría pasar un tiempo en la ciudad antes de regresar al castillo.

Bella pensó que no le importaba dónde estuviera siempre y cuando fuera con el. Lo había echado muchísimo de menos durante las pocas semanas en las que habían estado separados, pero solo fue en ese momento, al analizar las duras facciones de su cara, que se dio cuenta de cuanto los había deseado.

Mientras subían hasta el departamento en el ascensor, se preguntó como iba a sobrevivir sin el. En nueve meses su contrato terminaría y se tendrían que separar, pero ella nunca se sentiría libre de el. Su alma lo había reconocido como su alma gemela y cuando se separaran, ella estaría el resto de su vida sintiéndose incompleta.

Se está haciendo tarde y debes de estar cansado… has estado la mayor parte del día viajando –murmuró cuando llegaron al departamento-. ¿Dónde has puesto mi maleta? Supongo que en la habitación principal –añadió sintiendo como un temblor le recorría el cuerpo entero al pensar en compartir de nuevo la cama con el.

No había dormido con el en el departamento y con solo pensar en mirar al espejo que había sobre la cama y ver el reflejo del pálido cuerpo de el, sintió como la pasión le recorría las venas. Seguro que aquella noche el cumpliría la promesa que reflejaban sus ojos y la tomaría entre sus brazos…

Edward se dirigió al bar y le ofreció algo de beber. Al negarse ella, el se sirvió un whisky y se lo bebió de un trago.

He puesto tu maleta en la habitación que hay al final del pasillo, en la que dormiste la vez pasada –hizo una pausa antes de continuar-. De ahora en adelante, he decidido que vas a dormir en tu propia habitación, tanto aquí como en el castillo.

Bella sintió como si le arrancasen el corazón.

Ya veo –murmuró sin comprender nada.

Se pregunto donde se había equivocado. El no podía haber dejado más claro que ya no la deseaba; debía de haberse equivocado cuando había creído ver deseo reflejado en los ojos de el.

Estuve equivocado al pedirte que compartieras mi cama… o al esperar que sacrificaras los principios que son tan importantes para ti –dijo el, mirando por la ventana-. Debes de comprender que nunca antes había conocido a una mujer con principios… pero tú no eres como las demás mujeres, ¿no es así, querida? –añadió, dándose la vuelta para mirarla.

Esbozó una tuene sonrisa que no reflejaron sus ojos al ver la expresión de asombro de ella.

-No puedo decir que comparta tu ciega fe en los cuentos con finales felices, pero me he dado cuenta de que no tengo ningún derecho a tratar de destrozar tus creencias o a terminar con tu dulce inocencia con mi cinismo. Durante lo que queda de nuestro matrimonio, te prometo que vas a pasar cada noche en la privacidad de tu habitación.

Bella se quedó mirándolo, parpadeando y sin saber que decir.

Gracias –dijo con la voz ronca.

Estaba claro que el esperaba que ella estuviese contenta con aquella decisión y su orgullo no le permitía mostrar que estaba destrozada ante el hecho de perder la intimidad que una vez habían compartido.

No pareces muy contenta. ¿Qué es lo que pasa ahora? –pregunto el, frunciendo el ceño.

Me preguntaba que te ha llevado a cambiar de idea –refunfuño ella-. Supongo que tendrá que ver con que tu amante se quedó aquí mientras me dejaste en Granada, ¿no es así?

-Yo no tengo ninguna amante.

Oh, vamos, quizá yo sea muy inocente, pero no soy estupida. Cada vez que te telefoneé, fue una mujer la que contesto el teléfono… y no era Tanya –añadió con dureza, incapaz de ocultar los celos que sentía.

No, Tanya se esta quedando en la casa de su prima en la otra parte de la ciudad –concedió el serenamente-. La única mujer que ha estado aquí ha sido Jessica… mi ama de llaves –explicó.

Ya veo –dijo ella.

Entonces recordó el momento en el que había entrado en el departamento de Jacob Black y lo había descubierto en la cama con su ama de llaves. Se había quedado destrozada ante la traición del hombre al que había creído amar, pero en aquel momento, al imaginarse a Edward dando vueltas en las sábanas con la belleza exótica que arreglaba su departamento, se puso enferma.

Jessica… ¿es tan guapa como su nombre y su voz indican? –dijo tensamente-. ¿Se ocupa de todos tus caprichos Edward?

Es una buena cocinera –contestó el, claramente desconcertado por la hostilidad de ella-. Pero me temo que su artritis esta empeorando y que pronto va a querer jubilarse e irse a vivir con su hija y con sus nietos. Se esta quedando con ellos durante un par de días –añadió-. Pero te arreglo la cama antes de irse.

Bien –dijo Bella, deseando poder esconderse bajo una piedra-. Gracias por aclarármelo. Creó que será mejor que me vaya a la cama antes de que siga poniéndome en ridículo. Buenas noches.

Buenas noches, querida… que duermas bien –le deseó el en tono de burla.

Ella se retorció de vergüenza y asintiendo con la cabeza apresuradamente, se marcho a su habitación.

Como una autómata, Bella se duchó, se seco el cabello y se metió en la cama, donde pasó una noche intranquila. Se despertó antes del amanecer y al recordar las duras acusaciones que le había hacho a Edward, gimió y se tapó la cara con la almohada. Se preguntó como había sido tan estupida. Lo había echado todo a perder dejando mostrar sus celos, ya que el se habría dado cuenta de que ella tenía sentimientos hacia el.

¡Y vaya clase de sentimientos! Desde que lo había visto en el hostal de la tía Esme, su traicionero cuerpo había estado deseándolo para que sofocara la pasión que solo el podía despertar en ella. Lo deseaba tanto, que el deseo se agolpaba en sus venas hasta hacer que todo su cuerpo latiera con fuerza debido a la necesidad de tenerlo.

Gimiendo frustrada, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño, con la esperanza de que una ducha fría la tranquilizara. Al ver su reflejo en el espejo dio un grito ahogado y se quedó mirando sus cargados ojos y sus húmedos labios. En Edward había encontrado su destino… aunque, dolorosamente, tuvo que reconocer que era un destino muy corto. Pero lo amaba. Las promesas que había dicho el día de su boda no habían sido mentiras; todo lo que había dicho lo había hecho hablando en serio… aunque en aquel momento no se había dado cuenta. Amaría a Edward tanto en la salud como en la enfermedad durante el resto de su vida, y deseaba honrarle con su cuerpo durante el tiempo que estuvieran casados.

Sin permitir que sus dudas se apoderaran de ella, salió al pasillo y se dirigió a la habitación de el. Con el corazón acelerado, pensó que el estaría dormido y que cuando se despertara y la encontrara tumbada a su lado, ella le diría que debía de haber estado andando en sueños. La química que había entre ambos era obvia… sabía que el todavía la deseaba. Con suerte, el la abrazaría sin estar completamente despierto y entonces podría pasar cualquier cosa…

Con mucho cuidado abrió la puerta, pero se quedó paralizada cuando un par de esmeraldas se quedaron mirándola desde el interior de la habitación

-¡Bella! ¿Ocurre algo?

Edward no estaba dormido; estaba recostado en las almohadas, tapado solo hasta la cintura, dejando al descubierto su desnudo pecho. Pecaminosamente sexy y muy despierto, su dura belleza masculina la hizo sentirse débil y se humedeció los labios, nerviosa.

No pasa nada, simplemente… -Bella no fue capaz de continuar, ya que estaba cautivada por la pasión que reflejaban los ojos de el-. ¡Olvídate de mis principios, Edward! –se sinceró en un arranque de valentía-. Quiero que me hagas el amor.

-¡Bella! No deberías decir esas cosas.

¿Por qué no? Es la verdad –murmuró ella, acercándose a la cama, envalentonada por el hambre que veía en los ojos de Edward-. Quiero ser tu esposa en todos los sentidos de la palabra.

Entonces se quitó el camisón, dejando al desnudo sus pálidas y delicadas curvas.

Debería hacer que te marches –farfullo Edward con la voz ronca-. Yo no soy hombre para ti, querida, pero tu belleza tentaría hasta a un santo… y yo nunca he sido muy devoto.

Edward apartó las sábanas y Bella contuvo la respiración al observar la longitud de la erección de el. Las dudas que había apartado de su mente estaban invadiéndola apresuradamente, pero el la tomó de la mano y la recostó sobre la cama, comenzando a chuparle los dedos.

No me mires de esa manera. Nos lo tomaremos con calma. Lo último que querría hacer es hacerte daño, ¿Confías en mí? –preguntó el, levantándole la barbilla para que lo mirara.

La delicada pasión que se veía en los ojos de el provocó que ella asintiera con la cabeza, enmudecida. Entonces sonrió tentativamente, y el se acercó a besarla, despacio, con una pericia sensual que dejo claro cuanto la deseaba.

Las provocativas caricias de la lengua de Edward entre sus labios alteraron sus sentidos. Entonces se aferró a el al comenzar este a besarla en un nivel flagrantemente erótico.

Eres tan pequeña, tan perfecta –susurró el antes de comenzar a besarla por la mandíbula y por la garganta.

Le acarició un pecho y miró su pezón antes de metérselo en la boca y comenzar a sentir como se endurecía. Cuando ella gimoteó, el comenzó a hacer lo mismo con el otro pezón, sintiendo como le invadía una ola de satisfacción masculina al retorcer ella sus caderas. Sabía lo que ella, su bella rosa inglesa quería, y muy decidido, le abrió las piernas y comenzó a acariciarle el delicado bello de su pubis.

Ella estaba preparada para el y durante un segundo, Edward casi perdió el control y a punto estuvo de penetrarla con una primitiva fuerza. En vez de eso, se controló y comenzó a acariciarle la entrada de su centro hasta que ella se abrió para el, momento en el cual la penetro con su dedo, profunda pero delicadamente, mirándola a la cara, observando como sus pupilas se dilataban de placer.

Edward… por favor –susurró ella.

El sonrió, convencido de que iba a ofrecerle el mayor placer que nunca había sentido ella. Quizá el no supiera muchas cosas sobre sentimientos, pero era un amante experimentado y generoso. Sin embargo pensó que, en lo que a Bella le concernía, quizá no era muy paciente. Sintió su miembro latir con fuerza debido a la necesidad de la satisfacción sexual.

No podía esperar durante mucho más tiempo. No se había sentido tan caliente ni excitado desde que había sido un quinceañero. Volvió a besarla y sintió la dulzura de la lengua de ella dentro de su boca, excitándose todavía más. Sofocando un gemido, se acercó al cajón de la cómoda para tomar un preservativo y ponérselo.

¡Edward…! –gritó Bella cuando notó que el se separaba de ella. Solo de pensar que iba a detenerse se puso enferma. Todo su cuerpo estaba temblando por la necesidad de sentirlo dentro de ella. Entonces lo abrazó para incitarlo a que continuara.

Edward introdujo una mano por debajo del trasero de ella y le levantó las caderas, y siguiendo un instinto tan viejo como el tiempo, ella abrió las piernas para que el se acomodara y la sólida protuberancia de su miembro se restregara contra su parte más íntima.

Despacio, con mucho cuidado, el la penetro, y ella sintió como sus músculos interiores se extendían para acomodarlo.

¿Te estoy asiendo daño? –preguntó el, mirándola a los ojos.

No –mintió ella-. No te detengas.

En realidad no le dolía, simplemente era una sensación nueva y muy agobiante, pero lo último que quería era que el se apartara de ella. Le sonrío vergonzosamente y el se detuvo un segundo, para a continuación moverse con fuerza, provocando que ella gimiera. En ese momento la incomodidad fue sustituida por una sensación de plenitud y ella retorció sus caderas experimentalmente mientras disfrutaba de las deliciosas sensaciones que el estaba despertando en ella.

Perdóname, querida –susurró Edward-. ¿Quieres que me detenga?

¡No! –se apresuro a contestar ella, asegurándose de abrazarlo con sus piernas por la espalda-. No te detengas: me gusta –susurró.

Pues te va a gustar más aún –prometió el al comenzar a moverse despacio y con mucho cuidado.

Quería que ella se acostumbrara a el. Apartó el pelo que cubría su pezón y comenzó a juguetear con el con la lengua. Entonces, cuando la pasión comenzó a crecer, empezó a acelerar el ritmo y la intensidad de la penetración.

Bella se retorció, concentrada en la exquisita sensación de sentir a Edward dentro de ella, penetrándola muy profundamente, hasta que pensó que no iba a poder soportarlo mucho más sin explotar de placer. Por encima de ellos podía ver su reflejo: Se estremeció, divertida, al observar como el le hacía el amor.

Pequeños espasmos se apoderaron de su cuerpo y hundió sus uñas en los hombros de el. Repentinamente estuvo allí, al borde de un lugar al que solo Edward podía llevarla y cuando el la agarró por la cintura para sujetarla con fuerza, ella sintió como su cuerpo se convulsionaba con el poder del clímax.

¡Oh! –exclamó ella, a quien nadie había preparado para sentir aquella inundación de placer.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al detenerse el un momento antes de volver a moverse con gran apasionamiento. Entonces ella sintió como su excitación aumentaba todavía más.

Edward echó la cabeza hacia atrás y gimió el nombre de ella.

¡Bella…! –dijo explotando de placer.

Durante largo rato estuvo allí quieto, dentro de ella.

A Bella le encantaba sentir que eran solo uno, dos corazones latiendo al unísono y se quejó levemente cuando el se apartó de ella y se acostó a su lado.

Entonces cerro los ojos y se acurrucó en el, absorbiendo la confortable calidez de su cuerpo. Comenzó a acariciarle el musculoso pecho y así fue como se quedo dormida…

Edward miró su encantadora cara y sintió como le daba un vuelco el corazón. En cualquier momento se bajaría de la cama y la dejaría allí sola, durmiendo. Tras la experiencia de rechazo que había sufrido en su juventud, no tenía paciencia para los obligatorios arrumacos que las mujeres parecían querer tras haber practicado sexo.

Pero al sentir la pequeña mano de Bella sobre su pecho, le reconfortaba más que de lo que le irritaba. No quería romper aquel contacto físico… de hecho, deseaba abrazarla y acercarla a el tanto como pudiera.

Afortunadamente su fuerza de voluntad controló aquella necesidad. Pero no podía dejarla allí sola y le dio un suave beso en la frente como bendición antes de permitirse el placer de observarla dormir.

1 comentarios:

And dijo...

Po fin la verdad ya se ha concetido en un vicio no veo como hacer que la semana paser mas rapido parapode que es lo que pasa en cada cap que se pone mejor y mejor