Dark Chat

domingo, 27 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

Hello mis angeles hermosos !! aqui les adelanto el vicio de la semana . por fisss dejen sus comentarios al final.
Mil besitos
Angel of the dark
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CAPÍTULO 23
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Una reluciente bruma nublaba sus ojos, quizás iluminada por la luz del sol o quizás era producto de su mente obnubilada por el sueño. No pudo encontrar la conexión con la realidad hasta que las puntas de unos dedos que eran de sobra conocidos por ella comenzaron a rozar su espalda desnuda. No le hacía falta abrir los ojos para comprobar a quien pertenecían esas manos que la acariciaban, su piel siempre sería capaz de reconocer ese tacto; él era el único que conseguía estremecerla con ese acto tan simple o turbarla como ahora que podía sentir su aliento en su oído mientras depositaba ardientes besos en el nacimiento de su cuello. Dejó escapar un suspiro, casi de derrota, y volvió a tomar aire buscando una fortaleza que difícilmente podría encontrar al acercarse aquellos labios, que ella tanto anhelaba, peligrosamente a los suyos.


-¿Tratáis de embaucarme, Alteza? -forzó Bella su voz en un reproche que apenas así lo parecía.


-¿Sabéis cual es el castigo por llamar tramposo a vuestro esposo? -susurró Edward contra su mejilla mientras pegaba su torso también desnudo a la espalda de ella.


-No creí que se pudiera ser culpable por decir la verdad -alegó dominando difícilmente el temblor de sus palabras.


Edward rió quedamente mientras, con movimiento certero, la volteó colocándola de espaldas en la cama, su rostro frente al suyo y, con media sonrisa dibujada aún en sus labios, se inclinó sobre los de ella. Aún sin saber de donde había sacado la fuerza suficiente para escapar del embrujo de sus verdes ojos, Bella giró su rostro rechazando su beso.


-Ya no estés molesta conmigo, Bella -musitó él con voz lastimera. -Ni siquiera me diste un beso de buenas noches ayer -hizo un mohín infantil.


-Puedo comenzar a dar saltos de alegría por toda la habitación si eso te hace feliz -ironizó ella.


Edward resopló.


-Creí que con la discusión de anoche había habido más que suficiente -puntualizó ahora con seriedad.


-¿Significa eso que no quieres atender a mi petición? -lo acusó ella.


-No se trata de querer, Bella -se sentó en la cama pasándose una mano por el cabello con nerviosismo. -Y no -la cortó adivinando sus intenciones. -Lo de querer es poder no es aplicable en absoluto en esta cuestión.


-No veo que te lo impide -se incorporó ella también, cubriéndose con la sábana y cruzándose de brazos.


-Por ejemplo el amor a mi familia y a esta tierra.


-Que están muy por encima de tu amor por mí -le cuestionó ella con frialdad.


-Hiriéndome tampoco evitarás me una a lucha -bajó él la mirada con decepción.


Bella sintió un gélido escalofrío recorrerla sabiendo que se había extralimitado en su acusación y los remordimientos hicieron mella en sus mejillas que se sonrojaron de vergüenza y temor.


-Perdóname -le pidió con voz trémula casi tomada por las lágrimas. -Te juro que no sentí ni una sola de las palabras que te dije y tampoco pretendía herirte -añadió temblorosa ante su silencio, -no podría, Edward; tu dolor es mi dolor. Por favor...


El muchacho tomó su mano y la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza, siendo ese el impulsor de aquellas lágrimas que anegaban sus ojos, liberándose como parte de su alivio y de su propia penitencia.


-Jamás vuelvas a dudar de mi amor por ti -le pidió él con tristeza. -Te lo ruego, Bella.


-Discúlpame -le repitió ahogando un sollozo.


-¿Y se puede saber por qué lloras? -le preguntó con aire desenfadado al notar la agitación de sus hombros, intentando restarle importancia al asunto.


-No quise decir algo así -le respondió mortificada. -Pero la simple idea de poder perderte me impide pensar con claridad.


-Me hago cargo, amor -la consoló enjugando sus mejillas con sus pulgares. -Pero trata de comprender mi postura. Este Reino es prácticamente mi segundo hogar y Jasper es como un hermano para mí. ¿No es lo mismo que sientes tú por Asbath y tu prima Alice? -le cuestionó calmadamente.


Bella tuvo que asentir, aquello era una verdad irrefutable.


-¿Y no harías cualquier cosa que estuviera en tu mano si se vieran amenazados? -siguió con su razonamiento. -¿Podrías vivir con la conciencia tranquila si Alice estuviera en peligro y tú no movieras ni un dedo para ayudarla?


-Sentiría que la habría traicionado -admitió ella muy a su pesar, bajando su rostro avergonzada.


-Pues ésta es una de esas ocasiones en las que necesitan de nuestro apoyo, Bella -alzó su barbilla para que lo mirara. -Sé que Jasper jamás me pediría que lo acompañara pero lo haré a pesar de su posible negativa.


-¿Y mi parte de la lucha cuál debería ser según tú? -quiso saber ella.


-Bastará con que entiendas mi decisión, me veas partir tranquila y orgullosa de tu esposo y aguardes mi regreso confiada y esperanzada -concordó él.


-Mucho me pides -susurró ella reprimiendo aquel dolor en su garganta provocado por nuevas lágrimas que luchaban por escapar de sus ojos.


-Nunca dije que tu misión fuera a ser sencilla, pero querías luchar ¿no? -le sonrió él con calidez.


-Edward... -lo miró con ojos vidriosos.


Él volvió a refugiarla en su pecho otorgándole consuelo, acariciando su cabello y su espalda.


-Volveré sano y salvo -le aseguró él.


-¿Cómo puedes saberlo?


-¿Dudas de mis habilidades combatiendo? -trató de bromear él.


Bella chasqueó la lengua con su comentario.


-Estamos del lado de la justicia, la razón y el honor, luchando contra un déspota, un tirano, un asesino y ni siquiera hemos sido quien ha lanzado la primera piedra -le recordó. -La fortuna siempre sonríe a los audaces y los inocentes y, nosotros somos ambas cosas.


Edward tomó el rostro de su esposa y le obligó a mirarla.


-¿Estás de acuerdo? -indagó con tono conciliador, a lo que ella asintió. -Entonces dedícame una de tus arrolladoras sonrisas.


Bella no pudo evitar reírse de su ocurrencia.


-Así me gusta –le sonrió él. -¿Puedo reclamar ahora mi beso de buenas noches? -se inclinó sobre ella sugerente.


-Ya ha amanecido -negó ella con la cabeza siguiendo su juego.


-Entonces me debes también el de los buenos días -susurró sobre su boca antes de tomarla con la suya ardientemente, embriagándose ambos con el dulce sabor de la reconciliación.


Sin dejar de besarla, Edward empujó con suavidad a Bella y la tumbó sobre la cama, colocándose sobre ella delicadamente y la corriente que produjo en ellos el contacto de sus cuerpos desnudos los hizo gemir a ambos.


-Llegaremos tarde a desayunar -jadeó ella contra su boca mientras Edward comenzaba a acariciarla con maestría, sabiendo el lugar justo donde la haría vibrar.


-Al diablo con el desayuno -la miró él con ojos inyectados en pasión, haciendo que un suspiro escapase de la garganta de Bella.


Edward enterró su cabeza en el hueco de su cuello y comenzó a delinear las líneas de su piel con sus labios llenos de fuego, incendiándola a su paso mientras la humedad de su lengua avivaba más esas llamas, en lugar de mitigarlas. Formó un sendero sinuoso y ardiente de besos hasta uno de sus senos y Bella no pudo reprimir un gemido al sentir sus labios sobre la sensible piel, enterrando sus dedos en su espalda, embargada por la sensación.


Edward sabía por su respuesta que estaba más que preparada para él, del mismo modo que él lo estaba para ella, pero no quería privarse del gozo de seguir acariciándola y hacerla estremecer, temblar de deseo, llevándola casi hasta el límite. Deslizó su mano hasta su abdomen rozándola suavemente hasta una de sus piernas, separándoselas un poco, haciendo que Bella se arquease de anticipación. Guió sus dedos desde su rodilla ascendiendo por el interior de sus muslos con tortuosa lentitud, mientras Bella cerraba una mano entre la sábana con fuerza, tratando de alivianar su impaciencia.


Cuando Edward llegó a su centro gimió sobre su seno al comprobar su humedad y la forma con que su femineidad se abría a su tacto, como sus dedos resbalaban por su tersura, arrancándole jadeos de su pecho. Amaba el tenerla así, expuesta a él, entregada, abandonándose, sucumbiendo a sus caricias y fue así, teniéndola a merced de su pasión, que un deseo irrefrenable se apoderó de él y, negándose a combatirlo, se dejó llevar.


Elevó su boca hasta la de Bella y la atrapó con avidez, sin dejar de acariciarla.


-No me detengas, por favor -le susurró contra sus labios. Edward la miró a los ojos buscando su respuesta y, aún sin entender lo que le estaba pidiendo, Bella accedió.


Entonces comenzó a recorrer de nuevo su cuerpo con sus labios y fue cuando sus besos siguieron descendiendo hasta su abdomen que Bella entendió su petición. Se mordió el labio sin creer que aquello fuera posible y casi sin atreverse a desear que así fuera, hasta que notó que la mano de Edward dejaba de acariciarla y sintió su cálido aliento en su lugar.


Cuando sus labios rozaron su centro, Bella tuvo que reprimir un grito ante el íntimo contacto que la colmaba de un placer inimaginable. Edward comenzó a saborear extasiado la exquisitez de su carne y se deleitó de su extrema suavidad, mucho más que al tacto de sus dedos. Con su lengua alcanzó su cúspide y la sintió enloquecer, hundiendo sus manos entre sus cabellos, deseando que no parara, que no terminase nunca esa placentera sensación.


Gozar de aquella reacción que él era capaz de provocar en ella lo hizo más osado y quiso saborear su interior, viajando con su lengua hasta su entrada, degustándola, una y otra vez. Edward gimió contra su intimidad, su delicioso sabor era intoxicante y escucharla jadear así lo estaba llevando al borde del abismo.


-Edward, te necesito -gimió ella, cumpliendo así con su mismo anhelo y, separando su boca de ella, trepó por su piel hasta volver a colocarse sobre ella, poseyéndola al fin, entregándose a ella y a la calidez de su cuerpo.


Bella buscó su boca con desesperación mientras Edward iniciaba su danza dentro de ella, una danza llena de la pasión y el amor de ambos. El cúmulo de sentimientos anudó su unión en una sincronía de movimientos y la conjunción perfecta de sus esencias.


-Abrázame, necesito sentirte más -le pidió él apoyando su rostro en la curva de su cuello y ella obedeció, apretando sus brazos en su espalda y rodeando su cuerpo con sus piernas, ligando más sus caderas a las de él, gimiendo ambos ante el pleno contacto.


Sus cuerpos estallaron al unísono, con oleadas de placer inundándolos por completo, transportándolos, aislándolos de la realidad. Sus cuerpos temblorosos se derrumbaron uno en brazos del otro y quedaron mirándose, en silencio, mientras sus pechos trataban de hallar aliento.


-Gracias -susurró Edward cuando se calmó su respiración apoyando su rostro sobre su pecho.


-¿Por qué? -preguntó ella extrañada acariciando su mejilla.


-Por satisfacer mi petición -respondió él con sonrisa pícara.


-Será un placer volver a cumplir tus deseos -lo miró ella insinuante.


-Deberíamos discutir más a menudo -sugirió él divertido haciéndola reír, atrapando él su risa entre sus labios.


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Con las manos entrelazadas salieron de la habitación. Aún anidaba en su cuerpo el recuerdo del momento que acababan de compartir, alimentado por sus miradas y sonrisas llenas de complicidad.


Al asomarse al comedor, encontraron a su familia esperándolos.


-Perdón por el retraso -se excusó Edward con tono despreocupado, aunque las mejillas sonrosadas de Bella eran más que delatoras. -Veo que no somos los únicos -apuntó mirando los asientos vacíos de Emmett y Rosalie.


-Imagino que mi hermana sí que se habrá dormido -repuso Jasper, -pero Emmett se marchó antes del amanecer.


-¿Nos ha abandonado nuestro guardia predilecto? -inquirió James mordaz, sin poder ocultar la satisfacción que le producía aquella noticia.


-Le confié un asunto de vital importancia y se ha marchado a Asbath a cumplir con el encargo -le anunció Jasper con declarada provocación en su afirmación y rió para sus adentros al ver sus efectos en el rictus de James que se retorcieron al comprobar, por enésima vez, en cuan alta estima tenía el Rey a aquel guardia arribista.


-Yo voy a despertar a Rosalie -atajó de repente Alice, levantándose. Jasper la miró sorprendido. -Podéis empezar sin mí -le sonrió ella confidente a lo que él asintió.


Depositó un beso en los labios de su esposo y se apresuró a salir del comedor, dirigiéndose a la habitación de su cuñada. Estaba casi segura de que no se había quedado dormida, de hecho dudaba de que hubiera conseguido conciliar el sueño más de cinco minutos seguidos. No sabía de que forma habría concluido la conversación entre ellos la noche anterior pero, conociendo a Emmett como lo conocía, tenía serias dudas de que Rosalie hubiera podido disuadirlo.


Cuando llamó a la puerta no obtuvo respuesta, como era de esperar, así que entró con paso decidido. La encontró tumbada en la cama, vestida aún con las ropas del día anterior, inmóvil y con la mirada perdida hacia la ventana. No reaccionó hasta que Alice se sentó a su lado tomando una de sus manos y, aún así, su única respuesta fue un débil parpadeo. Se bello rostro estaba marcado por surcos húmedos de lágrimas y sus ojos enrojecidos habían perdido su brillo azulado de costumbre, tornándose oscuros por el pesar.


-Dime que volverá -susurró de repente como un lamento. Entonces, como guiada por un impulso se incorporó y se abrazó a Alice, apoyando su rostro en su hombro.


-Emmett es un estúpido por dejarte así, pero sé que no puede vivir sin ti -la consoló Alice abrazándola.


-¿Entonces por qué? -la miró con el rostro roto por la desesperación.


-Cree que alguien como él no es...


-¡Ya sé lo que cree! -exclamó dolida. -¡Me lo ha repetido hasta la saciedad! ¿Y sabes lo peor? Han sido las mismas veces que me ha dicho que me amaba.


-Es que te ama -le reiteró Alice. -Pero vive en conflicto por la situación.


-Se regodea en un conflicto que ha creado él mismo -lo acusó. -¿Cuándo se convencerá de que yo no necesito todo esto? -señaló a su alrededor. -Teniéndolo a él me basta y me sobra.


-No quiere que te enfrentes a tu hermano por él o que abandones tu posición para seguirlo -le aclaró. -En cierto modo es comprensible.


-¿También es comprensible que trate de arrojarme a los brazos de otro hombre? -espetó molesta, enjugándose las lágrimas casi con brusquedad.


-Creo haberte dicho nada más comenzar nuestra conversación que Emmett es estúpido -puntualizó divertida.


En el rostro de Rosalie se esbozó lo que parecía una tenue sonrisa pero que se esfumó al instante, ensombreciéndose de nuevo su mirada.


-¿Qué puedo hacer, Alice? -preguntó con desazón.


-Por lo pronto quitarte estas ropas y ponerte algo más cómodo -respondió levantándose de la cama e instándole a ella a hacer lo mismo, mientras la ayudaba a desvestirse. -De cara a la galería, tienes molestias en el estómago y te he dado una tisana, procuraré que tu tío venga a revisarte lo menos posible -le ofreció un camisón. -Yo misma te voy a preparar un agua de tila para que descanses. Debes sobreponerte y recuperarte ¿O quieres que Emmett te vea ojerosa y echada a morir cuando regrese? -bromeó.


-Alice...


-Emmett regresará, no lo dudes -le dijo más seria mientras la cubría con la sábana y se sentaba junto a ella. -Te aseguro que esto está siendo igual de doloroso para él como para ti y, aunque sé que es obstinado e incluso testarudo, no tardará en darse cuenta de que ha cometido un error al marcharse y volverá.


-Pero hasta entonces...


-Serás fuerte y harás acopio de todo tu arrojo y resolución para aguardar su retorno sin dejarte llevar por la angustia -sentenció. -Aparte de tu belleza esas son las cualidades que Emmett ama en ti, así que haz honor a ellas.


Rosalie la miró afligida.


-También puedes idear formas de vengarte de él -bromeó, haciéndola sonreír de nuevo levemente. -Voy a por la tila y vuelvo en un minuto -decidió poniéndose en pie.


-Gracias, Alice -musitó Rosalie.


-No es nada -le respondió ella alegremente.


Cuando volvió a quedarse a solas, sus ojos volvieron a posarse en aquella ventana, desde donde lo había visto alejarse y se preguntó si llegaría el día en que esa misma ventana le regalaría la imagen de su regreso. Pensó en la palabras de Alice. ¿Sentiría Emmett ese dolor que a ella le oprimía el pecho de modo agonizante hasta entumecerla? ¿Sentiría que cada latido de su corazón era como una daga que se clavaba cada vez más en su interior? Sería tan fácil mitigar todo ese pesar, liberarse de ese calvario que los torturaba a ambos...


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El sol ya empezaba a caer tras las colinas cuando Emmett divisó el castillo de Asbath, su patria... Se le antojaba tan extraña ahora... Sabía muy bien que el único lugar donde podría sentir que estaba su hogar era en los brazos de Rosalie y él mismo los había rechazado.


En la soledad del viaje había tenido demasiado tiempo para pensar, en realidad para atormentarse, y cada vez que un destello de duda inundaba su mente se esforzaba por ahuyentarlo y convencerse de que su decisión era la correcta. Sin embargo, esa pesadumbre que cargaba sobre sus hombros, ese dolor que había invadido su pecho como una mala semilla y que crecía a cada segundo retorciendo sus entrañas de forma despiadada hasta el punto de dejarlo sin aliento era difícil de obviar. Su honor le decía que actuaba apropiadamente, pero su corazón aún seguía resquebrajado en mil pedazos en su interior y, aquella herida, lejos de sanar, no hacía más que sangrar y sangrar.


Cruzó el puente levadizo y, entre animados saludos y miradas de admiración llegó al castillo. Ató a Goliath a un madero y se apresuró a entrar a la cocina donde una mujer de avanzada edad, mediana estatura y apariencia fuerte revisaba los calderos que hervían en los fogones.


-Había olvidado el aroma de tus guisos, vieja Bianca -espetó a su espalda con sorna.


-Sólo hay una persona en este mundo que se atreva a llamarme así -aseveró mientras se volteaba a enfrentarlo, con expresión dura y que sólo pudo mantener durante unos segundos hasta que se echó a los brazos del muchacho que la esperaban abiertos.


Emmett la hizo girar varias veces antes de soltarla.


-Por todos los Santos, ¡estás en los huesos! -exclamó ella palpando sus músculos. -¿Cómo se llama?


-¿Cómo se llama quien? -se extrañó él.


-La muchacha que te tiene en este estado y por la que se entristecen tus ojos ojerosos -repuso con mirada inquisidora.


-No sé de qué me hablas -se encogió de hombros tratando de fingir lo más que pudo.


-Si tú no estás enamorado yo estoy ciega -concluyó ella.


-Pues lo disimulas muy bien -agitó Emmett una mano frente a sus ojos, golpeando ella su brazo.


-¿Y dónde está mi niña? -quiso saber con clara emoción tiñendo su voz.


-En Los Lagos con su esposo -le informó mientras tomaba una manzana del frutero y la mordía.


-Pero...


-Destilando amor a cada paso que dan -la tranquilizó él.


-¿Entonces él la ama? -se iluminó el rostro de la mujer.


-Como un demente -le guiñó el ojo Emmett.


-Más respeto hacia Su Majestad -le reprochó ella alzando un cucharón con mirada amenazante.


-Tú preguntas y yo respondo -le hizo un mohín.


-Muy bien, entonces te preguntaré cual es el motivo de tu visita o ¿es que piensas quedarte definitivamente?


-Han surgido ciertas dificultades -le dijo ahora con seriedad. -De hecho quiero que reúnas a toda la servidumbre en el Patio de Armas. Lo que vengo a anunciar les concierne a todos.


-¿Pero ellos están bien? -le cuestionó preocupada antes de que saliera de la cocina.


-Por el momento, sí -respondió antes de salir.


Caminó con premura hacia el patio, atravesando las innumerables arcadas de piedra que formaban la galería y no pudo evitar que volviera a su mente aquella vez que descubrió a Rosalie oculta tras una pilastra espiándolo. Sólo habían pasado unas cuantas semanas desde aquello pero parecía algo tan lejano...


Cuando llegó al Patio de Armas se encontró con los hombres en el último entrenamiento de la tarde y los observó durante un momento. Su formación y su estado físico seguían siendo excelentes a pesar de su ausencia y se enorgulleció al pensar que Jasper estaría más que satisfecho con su ejército.


-Steve, la espalda erguida y tú, Patrick, afirma esos dos pies en el suelo si no quieres que una leve brisa te tumbe -exclamó Emmett llamando la atención de sus hombres que lo miraron sorprendidos, tirando las armas para correr hacia él.


-¡Capitán! -gritó otro muchacho que hizo lo mismo que sus compañeros.


-Francis, creo que desde hace más de dos años ese es tu cargo -le dijo Emmett poniendo los ojos en blanco.


-Sólo a efectos prácticos y hasta que tú decidas volver a ocupar ese puesto -le recordó él con precisión. -Además, todos, incluido yo, te consideramos nuestro Capitán por mucho que te quejes. ¡Mírate! Acabas de llegar y ya estás dando instrucciones a los muchachos.


Emmett se rascó la cabeza con gesto de culpabilidad mientras los cuatro hombres se echaban a reír.


-¿Cómo es el Rey? -se atrevió a preguntar Steve, sonriendo Emmett ante su justificada preocupación.


-Un soberano extraordinario -afirmó con el pecho henchido. -Su Majestad que en paz descanse no pudo elegir mejor a quien legar este Reino.


Los tres hombres respiraron aliviados.


-¡Ah! y os encantará saber que él mismo supervisa las rutinas de entrenamiento de sus hombres -se rió él ante sus expresiones de asombro.


-Eso si que es una sorpresa -comentó Patrick sonriente.


-¿Entonces no te ha dejado dirigir a los hombres? -intervino Francis.


-El ejército de Los Lagos tiene su propio Capitán, Peter, muy bueno por cierto -le aclaró. -Además, te recuerdo que viajé en calidad de guardia, no de capitán.


-¿Quieres decir que Su Majestad no lo sabe? -frunció el ceño.


-Aún no, pero temo que se enterará pronto, si aún deseas deshacerte de ese puesto -le insinuó Emmett.


-Desde este preciso instante es tuyo -concordó, -pero, que significa eso de muy pronto -lo miró con suspicacia.


-Reunid a los hombres -les pidió con rostro severo. -Hay algo que debo comunicaros a todos.


Los jóvenes asintieron y se apresuraron a obedecer. Emmett se encaminó hacia un pequeño estrado de madera que utilizaban para ciertos ejercicios y se subió a él con la intención de que todos pudieran escucharlo sin dificultad. A lo lejos vio a Bianca aproximarse con la servidumbre y a los últimos muchachos que salían del Cuartel de Guardias y que lo miraban con entusiasmo mientras escuchaba algunos murmullos animados que anunciaban que había vuelto el Capitán.


Emmett alzó las manos demandando silencio.


-Antes de narraros porqué estoy aquí -habló con potente voz -y a sabiendas del gran aprecio que sentís hacia la ya coronada Reina Alice, os diré que se haya feliz al lado de su esposo, el Rey Jasper. Me pidió encarecidamente que os transmitiera todo su cariño y me consta que siempre os lleva en su corazón.


Los vítores y exclamaciones de alegría no se hicieron esperar.


-¿Y cómo es nuestro soberano? -se escuchó una voz entre la multitud.


Emmett comprendía a la perfección el recelo que alberga la inmensa mayoría del pueblo al haber elegido el Viejo Rey a un desconocido para formar aquella alianza que uniría ambos Reinos.


-En el tiempo que he permanecido en Los Lagos, Su Majestad no ha dado más que muestras de su ecuanimidad, su benevolencia y su honestidad. Como bien sabéis, es un Reino muy próspero y ha sido gracias a su empeño, su esfuerzo y la búsqueda de bienestar y justicia para todos los ciudadanos que lo ha conseguido. Sin embargo, me temo que ahora todo eso esté en peligro -añadió con voz grave. -Hace unas semanas alguien del Reino de Adamón atentó contra su vida y lo puso al borde de la muerte.


Las maldiciones y juramentos en contra del Rey Laurent llenaron el amplio patio y Emmett tuvo que pedir silencio y tranquilidad en reiteradas ocasiones.


-Nuestro Rey, además de joven y fuerte es valiente, un guerrero -continuó cuando se hubieron calmado los ánimos. -Se declaró el estado de sitio por prevención durante su convalecencia pero es una situación que no se puede mantener por más tiempo. Quiere luchar y enfrentarse al Rey Laurent pero yo mismo le disuadí de acudir a la batalla únicamente con su ejército. Están altamente cualificados aunque en inferioridad numérica y habría sido un suicidio. Por eso estoy aquí -les informó. -Os aclaro que Su Majestad no insinuó en ningún momento que os unierais a la lucha, de hecho se negó cuando se lo sugerí porque no cree merecer esa deferencia por vuestra parte. Sin embargo, yo me tomé la libertad de asegurarle que lo haríais. Decidme, ¿me equivoqué cuando le ofrecí nuestro apoyo al Rey? ¿Dejaremos que luche solo contra esa escoria del Reino de Adamón?


Los gritos eufóricos se adueñaron de las voces del gentío y Emmett se sintió orgulloso de pertenecer a ese pueblo.


-Su Majestad me pidió que os leyera esto -exclamó Emmett sobre el griterío reclamando de nuevo su silencio y su atención.


Extrajo la misiva del interior de su jubón y bajo las miradas atentas y curiosas de todos comenzó su lectura.


Al apreciado y respetado pueblo de Asbath:


Siento que sean éstas las primeras palabras que os dirijo como vuestro soberano y que no sean personalmente, pero, desgraciadamente, las circunstancias me lo impiden y me obligan a actuar de esta manera.


Antes de visitaros y celebrar de nuevo frente a vosotros la ceremonia de coronación y poder festejar juntos la anexión de los dos Reinos debía finiquitar cierto asunto que requería con urgencia de mi atención. Por otro lado, y como imagino ya sabréis, hace poco más de tres semanas sufrí un atentado por parte del Reino de Adamón que me mantuvo postrado en una cama varios días y del que, gracias a Dios, ya estoy recuperado. Se declaró el estado de sitio de forma preventiva y todavía perdura hasta el día de hoy aunque, como podéis suponer, es una situación insostenible.


Quiero hacer hincapié en que no temo por mi persona. Con gusto entregaría mi vida si eso asegurara la paz y la dicha de la Reina, a la que no me avergüenza decir frente a todos que amo profundamente, y la de nuestros pueblos. Al igual pienso que el atentado que sufrí va más allá de la herida que me pudieron infligir, pues es una agresión a nuestra integridad y nuestra libertad como ciudadanos. Pretenden apabullarnos con sus provocaciones disfrazadas de terror y someternos, pisotearnos, aprisionarnos bajo su yugo y eso es algo que no pienso consentir.


He tomado la decisión de luchar, mas no creo ser yo el que esté iniciando el enfrentamiento. Me consta que Asbath también ha recibido varios ataques por parte de Adamón y que bien habéis sabido sortear. Pero yo me pregunto... ¿hasta cuando? ¿En qué momento podremos dejar de temer los arranques sanguinarios del Rey Laurent? ¿Deberemos vivir siempre alerta a sus movimientos y pretensiones sin vivir en paz?


Sé que cualquier tipo de negociación sería en vano, sus métodos son a golpe de cuchillo y parece que respondiendo con sus mismas armas será la única forma de solventar esta situación. No me produce ningún tipo de gozo el mandar a mi pueblo a la guerra, pero no veo otra salida y ellos mismos prefieren luchar que vivir bajo la amenaza de un rey mezquino y caprichoso.


Estos son los únicos argumentos que os ofrezco para que luchéis a mi lado, y digo a mi lado pues yo seré el primero que cabalgará espada en mano contra la ruindad de Laurent. No pretendo apelar a vuestra posible lealtad hacia mí pues no creo ser merecedor aún de ese honor. Mi corona no me concede ese privilegio pues sois vosotros los que debéis concedérmelo, cuando yo así lo amerite con mis actos y mi decisiones a la hora de gobernar. Tampoco apelaré a la fidelidad que, me consta, sentís hacia la Reina, ni siquiera os juzgaré si creéis que esta lucha os es del todo ajena pues tenéis todo el derecho y la libertad de hacerlo.


A los que quieran unirse a mí no puedo menos que agradecéroslo eternamente. Prometo luchar mientras me quedé un hálito de vida y honraros hasta el final, sin temor a desfallecer.


Sólo me resta reiteraros el juramento que hice ante el altar el día de mi coronación.


Yo, Jasper, Rey de los Lagos por derecho de sangre, Rey de Asbath por derechos conyugales, juro solemnemente gobernar los Pueblos de ambos Reinos y sus Posesiones y otros Territorios pertenecientes a cualquiera de ellos, según sus respectivas leyes y costumbres. Así mismo, me comprometo a respetar y defender a mi Pueblo, asegurando la paz y haciendo justicia con misericordia.


Dios os guarde a todos.


Emmett concluyó la lectura de la carta y la plegó, mientras un denso silencio se apoderaba del patio. Observó a todos los presentes tratando de escudriñar en sus rostros alguna reacción y, habría podido jurar que incluso mantenían la respiración, expectantes... ¿A qué aguardaban? ¿significaba eso que no pelearían?


-¡Dios salve al Rey! -gritó alguien de súbito entre la muchedumbre, y ese fue el catalizador que los despertó de su ensimismamiento, lo que impulsó su entusiasmo que se alzaba entre ovaciones, elogios y alabanzas en honor a Jasper, en honor a su Rey.




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CAPÍTULO 24

 
Aunque era bien entrada la noche, Emmett, asaltado por el insomnio y la melancolía, caminaba por el corredor que recorría la parte alta de la muralla, entre las almenas. Recordó sus tiempos de juventud, cuando se pasaba noches enteras de guardia entre aquellos sillares y pensó en lo lejanos que quedaban aquellos días.


Apoyó sus brazos en la mureta, inclinando su cuerpo, asomándose al vacío y suspiró, respirando el silencio de la noche mientras su vista se perdía en la oscuridad del horizonte... en aquella dirección, a una jornada de distancia, había dejado abandonada su alma, con ella. Apenas llevaba separado de Rosalie un día y con cada minuto que pasaba se sentía morir un poco más. Había sido un completo estúpido al pensar que iba a poder superarlo... maldito iluso ¿superarlo? Para eso la herida de su pecho debería dejar de sangrar y sabía que no lo haría hasta que se consumiera su último aliento, ese dolor lo acompañaría por el resto de sus días.


Las lágrimas anegaron sus ojos y no fue capaz, ni quiso contenerlas. Las dejó vagar libremente por su rostro pero, como siempre, la desazón volvió a apresarlo. Aquello no mitigaba su tormento, su maltrecho corazón no hallaba serenidad ni alivio entre sus sollozos y, lo peor de todo era que sabía con exactitud que era lo único que sanaría su herida... un simple roce, una caricia, un solo beso de los labios de Rosalie tornaría ese oscuro abismo de soledad y amargura en radiante y abrumadora felicidad.


Elevó sus ojos humedecidos al cielo y se maravilló de ver al cielo llorar con él. Decenas de pequeños y rápidos destellos caían raudos atravesando la negrura del firmamento.


Lágrimas de San Lorenzo -recordó. Eran comunes en esa época del año. Pero no, en esa ocasión esas lágrimas eran un solemne homenaje a él. Serían la única recompensa que recibiría por haber convertido su vida en tortuoso infierno.


Sólo le quedaba el consuelo de creer haber hecho lo mejor para ella, no merecía a alguien como él. Rezó para que así fuera, para que ella pudiera encontrar al hombre apropiado, el que la hiciera dichosa y le diera una vida plena. Imploró a los cielos para que aquello sucediera, porque si ella no era feliz él prefería morir.


Alzó de nuevo la vista y la única respuesta que recibió fueron aquellas lágrimas que recorrían el cielo y, de pronto, la brisa de la noche le trajo un quejido lastimero que parecía provenir de la lejanía. Una terrible certeza lo invadió, la que definitivamente lo rasgaría por dentro... Aquello no había traído solamente sus propias lágrimas, se las había arrebatado también a ella y eso sería algo que jamás se podría perdonar...


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-Es una verdadera lástima que la Princesa Rosalie aún esté indispuesta y no haya podido acompañarnos a desayunar -apuntó James con clara decepción en su voz. -Confío en que su dolencia no se haya agravado.


-Seguro que en un par de días más estará del todo respuesta ¿verdad Carlisle? -aventuró Alice.


-Eso espero -concordó él.


-Si me lo permitís Majestad, volveré a abusar de vuestro ofrecimiento y saldré del castillo -le propuso a Jasper. -Lo poco que contemplé de vuestro Reino en mi salida de ayer me dejó completamente fascinado.


-Me alegra oír eso, Duque -concordó él. -Y, como ya dije, puedes salir del recinto amurallado cuando gustes, si es tu decisión.


-Entonces, con vuestro permiso, me retiro -se levantó de la mesa, inclinándose antes de salir del comedor.


-Qué liberación -susurró Alice por lo bajo cuando se hubo ido.


Aún así no pudo evitar que llegara a oídos de su familia, provocando sus risas.


-Pareciera que el Duque te desagrada -bromeó su esposo.


-Pareciera que no soy la única -le hizo un mohín infantil haciendo que Jasper soltara otra carcajada.


-Tío, ¿qué tan mal se encuentra Rosalie? -se interesó él mirándolo con cierto recelo. -Ayer fui a verla pero dormía.


-Bueno -titubeó él. -Según los síntomas que ella me explicó que padece podría ser una indigestión, aunque lo que me preocupa en realidad es su estado de ánimo. Parece muy... deprimida.


-¿Deprimida? -se preocupó Jasper. -Pero...


-Será por no poder disfrutar de la agradable compañía del Duque -ironizó Alice, tratando de desviar el trasfondo de la conversación.


-¿Significa eso que no le agrada? -sugirió Edward con el ceño fruncido. -Creí que ella lo había invitado a visitarla.


-Las cosas cambian -concluyó ella encogiéndose de hombros.


-¿Y por qué no se lo dice y acaba con esto de una vez? -Jasper parecía molesto.


-¿Y cómo hacerlo sin desairarlo? -quiso saber Alice. -Enemistarnos con otro Reino no creo que esté en los planes de tu hermana, dadas las circunstancias actuales.


-Ese no es un problema del que ella tenga que preocuparse -negó él. -No por eso debe soportar una situación que le incomoda.


-Majestad, disculpadme -les interrumpió de repente Angela, que estaba en mitad del comedor con el rostro desbordado en desasosiego.


-¿Qué sucede? -se alarmó él.


-Acaba de llegar el Príncipe de Dagmar -le anunció con voz inquieta.


-¿Jacob? -exclamó Bella mientras se oía cierto revuelo en la mesa.


-Exige ver al Príncipe Edward.


-Pues veamos que quiere de mí -se levantó Edward al instante.


-¡No! -tomó Bella su brazo tratando de detenerlo.


-Tranquila, Bella. Ya venía esperando su visita -reconoció.


-Hijo, se prudente -le pedía su padre.


-No pretenderás que me oculte en lo más profundo del castillo para evitar este encuentro ¿no?


-Asegura que no se marchará hasta que lo haya hecho -se atrevió a intervenir Angela.


-Y yo voy a consecuentarle -sentenció él.


-Entonces te acompaño -decidió ella.


-Más bien te acompañaremos todos -añadió Jasper, poniéndose en pié, sin esperar a que su primo contestara.


Edward no tuvo más remedio que aceptar y, tomando la mano de su esposa, se dirigió a la entrada, siguiéndoles los demás a una distancia prudencial.


-Cuan bella estampa -se mofó Jacob al verlos llegar.


-¡Jacob! -le iba a reprochar Bella, pero Edward alzó su mano pidiéndole silencio.


-¿Venís a felicitarnos por nuestro matrimonio? -preguntó Edward con gran sarcasmo en su voz.


Jacob no respondió manteniendo su rictus impasible. Sin embargo, lentamente sacó los guanteletes de sus manos y, para perplejidad de todos, los arrojó a los pies de Edward.


-Quiero pensar que tantas jornadas bajo el abrasador sol veraniego hasta llegar aquí os han trastornado el raciocinio -espetó Edward ante su acción.


-¿Vais a disfrazar vuestra cobardía achacándolo a mi falta de cordura? -se rió Jacob. -No me esperaba esto de vos.


-Es simplemente que os creí más inteligente, Alteza -repuso Edward con severidad. -¿Me estáis retando a duelo?


-Y no a un duelo cualquiera -agregó con gran ironía. -Habéis obviado el insignificante detalle de que es a muerte -señaló los guanteletes en el suelo. -Es lo menos por el agravio cometido.


-¿Sois de ese tipo de hombres tan ingenuo que piensa que una muerte puede restaurar el honor herido? -inquirió Edward con altivez.


-Es el que me arrebatasteis al casaros con mi prometida -escupió lleno de rencor. -Tal vez así recupere las dos cosas de una sola vez.


-Eso nunca sucederá y lo sabéis -le advirtió.


-Dejemos que la fortuna y nuestras habilidades guíen a la justicia y sea ella quien lo decida -le sugirió.


-Jacob -quiso intervenir Jasper.


-Con todos mis respetos, Majestad, no tratéis de apelar al diálogo -habló con suficiencia, -sabéis que estoy en mi justo derecho. El acuerdo matrimonial se firmó antes de que vos consintierais su unión -le recordó.


Jasper suspiró pesadamente pero se mantuvo en silencio ante su argumento.


-Os recomiendo que desenvainéis la espada -se dirigió ahora a Edward. -Se está agotando mi paciencia y no me gustaría que me acusaran de haber sido tan despiadado como para mataros desarmado.


-¿Ahora? -inquirió con sarcasmo. -¿No queréis descansar antes de vuestro viaje?


Jacob lo miró con desdén, mientras asomaba una sonrisa de suficiencia a sus labios, siendo esa la mera contestación que otorgó.


Sin apartar la mirada de él y en silencio, Edward comenzó a deshacerse de la cota de malla, lo único que le servía de protección a su cuerpo, dando así por entendido que aceptaba su desafío.


-No, Edward -susurró Bella con el terror instaurado en su rostro.


Él continuó con su tarea desoyendo su súplica, depositando la prenda en el suelo cuando hubo terminado, tras lo que desenvainó la espada. Fue entonces cuando se volvió hacia su esposa.


-Confía en mí -le pidió tomando una de sus manos. -El amor está de nuestro lado.


Bella quiso replicar pero Edward la silenció posando sus labios sobre los suyos. Fue un beso suave, dulce y lleno de esperanzas, mas pronto se vio aderezado por las lágrimas de Bella.


-Te amo -respiró él sobre su piel fijando su verde mirada en la de ella.


-No más que yo a ti -alcanzó a musitar ella, ahogada su voz.


Edward enjugó sus lágrimas con sus dedos antes de besar su mejilla.


-Veo que os estáis despidiendo -apuntó Jacob con sorna, aunque su mano empuñada era buena prueba de su furia.


-Y vos tenéis prisa por morir -respondió Edward sin amilanarse, separándose de su esposa para encararlo. -Parece que habéis olvidado nuestro último enfrentamiento.


-Al contrario, Alteza -se sonrió. -Aprendo rápido de mis errores -aseveró mientras se ponía en guardia.


Edward alzó también su espada, sosteniéndola con ambas manos y caminando en círculos alrededor de Jacob. Era muy posible, tal y como le había apuntado hacía un momento, que cambiase su táctica de lucha pero confiaba en que se dejara llevar por la rabia que lo estaba consumiendo y las ansias de desquite.


Sin bajar la guardia, continuó girando, aguardando, no sería él quien diera el primer paso y, a cada segundo y para su satisfacción, el rostro de Jacob se tornaba más y más iracundo por la impaciencia. Hasta que, por fin Jacob lanzó su primer ataque, tan impetuoso y descontrolado como en aquella ocasión en la que se enfrentaran.


Edward sonrió para sus adentros mientras resistía su lance, sacarle de sus casillas era más fácil de lo que creía. Jacob volvió a lanzar otra serie de embates, igual de potentes y agresivos y Edward siguió devolviéndolos, siempre a la defensiva, pero sin ceder terreno.


-¿Es así como pensáis vencerme? -le quiso provocar Edward... y funcionó.


Jacob alzó la espada sobre su cabeza y lanzando un grito encolerizado, embistió contra él, bajando el arma con rapidez y violencia. Edward tuvo que hacer un gran esfuerzo por resistirlo esta vez, elevando también el filo y recibiéndolo, soltando chispas al impactar el metal contra el metal. Ambas armas estuvieron en contacto unos segundos, presionando uno sobre el otro, con brío, tratando de derribar al contrario, hasta que Edward tomó impulso flexionando las rodillas y rechazó el contacto, empujando a Jacob a unos metros de él.


Jacob sonrió satisfecho y Edward comprendió el porqué. La fuerza de Jacob era poderosa y sospechó que, en esta ocasión, no había hecho uso de toda su energía en su ataque. Esa se la reservaría para sus próximos embates... si es que él se lo permitía.


Edward volvió a caminar en círculos, con expresión dura, sin amedrentarse, con el arma en alto, decidido a cual iba a ser su siguiente paso. De súbito, acortó la distancia entre ellos y, con premura comenzó a asestarle una serie de golpes cortos y veloces con la espada, tanto que Jacob apenas atinaba a adivinar por donde vendría la siguiente acometida. No tuvo más remedio que liberar espacio entre ellos, alejándose un poco de él.


Bella se abrazó a Alice, ocultando por unos instantes su rostro en el hombro de su prima; el miedo la tenía completamente dominada y temía derrumbarse en cualquier momento. Ambos jóvenes se observaban atentamente, sus respiraciones agitadas, acompasadas con el movimiento ascendente y descendente de su pecho y con rostros impasibles, como si fueran ajenos al hecho de que estaban jugándose la vida.


Cuando volvió la mirada hacia ellos otra vez, Jacob alzaba su arma y se abalanzaba sobre Edward, devolviéndole, como respuesta a su anterior ataque, un golpe horizontal con su espada, tan enérgico que habría podido cortar a cualquiera por la mitad. Sin embargo Edward volvió a ser más rápido y, saltando hacia atrás, se agachó justo a tiempo para quedar debajo de la espada de Jacob. La furia hervía en su rostro cobrizo; a pesar de su potencia claramente superior, la espada de Edward siempre estaba allí para recibir la suya, rechazándola.


Jacob se aproximó, blandiendo la espada en el aire. Edward lo esperó, calmo y alerta. Cuando el arma bajó, él volvió a esquivarla con movimientos ágiles y fluidos. Jacob atacó de nuevo pero el golpe fue evitado una vez más. Rabioso, emitió un grito de ira, salvaje y entonces, comenzó un intercambio continuo de golpes y el ruido metálico del encuentro de las hojas se tornó ensordecedor.


La rapidez de Edward se acrecentó si eso era posible y el vigor de Jacob disminuyó en intensidad pues cada vez le resultaba más difícil manejar la espada al mismo ritmo de su oponente. Sin donar un segundo de tregua, Edward giró sobre sí mismo dándose impulso, revoleando su espada sobre su cabeza, para hacerla descender en un gesto raudo, inesperado y certero y fue entonces, cuando con horror, comprobó la ausencia del sonido del arma de Jacob chocar contra la suya interceptando su golpe. En su lugar escuchó el murmullo de tela y carne rasgarse al paso de su filo y su corazón se paralizó durante unos segundos.


Jacob, jadeante y exhausto, cayó de rodillas con una mueca de intenso dolor en su cara, soltando su espada y llevando su mano al brazo izquierdo, dejando correr entre sus dedos hilos de sangre que corrían hasta el suelo.


-¡Maldita sea, Jacob! -exclamó Edward sin dejar de sentir cierto alivio al comprobar que, por suerte, no era una herida mortal la que le había infligido. -¡Has llevado esto demasiado lejos! ¡Ya fue suficiente! -añadió lanzando su propia espada a metros de ellos.


Jacob lo miró con una mezcla de confusión y rabia en sus ojos. ¿Qué significaba eso? ¿Es que en ningún momento había tenido intención de tomar su desafío en serio? ¿Qué clase de burla era ésa?


-Vamos adentro y que mi padre te revise esa herida -agregó Edward con tono desenfadado, mientras giraba su cuerpo, poniendo rumbo al interior del castillo.


Aquello enfureció más a Jacob si cabe. Lo estaba tratando como a un niño, ignorándolo, como si su actitud no fuera más que una simple rabieta infantil. No, Jacob había acudido allí con un firme propósito y lo cumpliría.


Desatendiendo el dolor de su miembro lacerado, tomó de nuevo su espada poniéndose en pié.


-¡Estoy aún no ha terminado! -le gritó a Edward.


Edward se volteó a mirarlo sin comprender y vio como Jacob alzaba su espada desafiante dispuesto a asestarle un duro golpe. Ni siquiera había pasado por su mente la idea de recuperar su espada o defenderse cuando el cuerpo de Bella se interpuso ante ellos dos.


-¡Basta Jacob! -le exigió Bella.


-¡Apártate, Bella! No quiero lastimarte -le pidió sin bajar su arma.


-Tendrás que hacerlo, no te quedará más remedio -declaró uniendo instintivamente su espalda al pecho de su esposo, que la observaba atónito.


-¿Qué demonios haces? -inquirió Jacob bajando su arma por fin.


-Es evidente ¿no? -alzó su barbilla.


-¿Eres capaz de tal bajeza por él? -la miró de arriba abajo.


-No es ninguna bajeza entregar mi vida por el hombre que amo -se defendió ella enérgicamente.


Jacob no salía de su asombro mientras una punzada alcanzó su pecho. Sin embargo no logró descifrar su naturaleza, aquello no eran celos, ni siquiera su propio orgullo herido ¿que era entonces? A pesar de eso se mantuvo firme y con el rostro impávido. Desvió su atención hacia Edward, que miraba a su esposa con una mezcla de devoción y admiración en sus ojos.


-¿Y vos os escondéis tras las faldas de una mujer? -quiso provocarlo. -¿No os avergüenza permitir que quiera entregar la vida por vos?


-No será él quien me obligue a entregarla, si no tú pues si quieres matarlo tendrás que matarnos a los dos, no pienso separarme de él. -Respondió Bella por Edward. -Si lo que quieres es restituir tu honor descarga tu espada sobre mí pues fui yo quien rompió ese maldito acuerdo que, por cierto, conseguiste con tus malas artes.


El rostro de Bella que, hasta ese instante se había mostrado enrojecido de la rabia, se tornó en decepción al recordar que todo aquello había sido provocado por lo que ella consideraba la traición de un amigo, un ser muy querido y Jacob supo leer aquello en sus ojos; por primera vez la vergüenza lo invadió y bajó su rostro, huyendo de la censura de la mirada femenina.


-Bella, no es momento para reproches -le susurró Edward colocándola a un lado al hacerse cargo de la situación. -Sólo tiene que entender que...


-¿Qué debo entender? -inquirió Jacob ahora airado.


-¿Acaso crees que matándome conseguirías a Bella? -le preguntó con tono sosegado.


-Muy seguro pareces de que no -lo miró con desprecio.


-Por supuesto que no me iría contigo -repuso ella. -Prefiero la muerte.


El rostro de Jacob se ensombreció.


-¿Tanto me desprecias? -la miró con tristeza.


-Claro que no, Jacob, pero no se trata de eso -le corrigió. -¿No puedes pensar durante un segundo en lo que yo siento? Lo amo y no concebiría mi vida al lado de alguien que no fuera él; es Edward y nadie más.


-¿Y qué pasa con lo que siento yo? -le recriminó él.


-No sé lo que sea que sientas por Bella pero desde luego no es amor -intervino Edward.


-¿Qué sabrás tú de mis sentimientos? -espetó él furibundo.


-Si la amases te conformarías con su elección, aunque no recayera sobre ti, si sabes que esa es su felicidad.


-Es muy fácil decirlo siendo ya su esposo -lo miró con desdén.


-No seas ingenuo, Jacob -habló Edward con calma, sin embargo. -Hace un momento, cuando te herí podría haberte asestado un último golpe y haber acabado de una vez por todas con esto. ¿Por qué crees que no lo he hecho? ¿por lástima? -le preguntó. -No te confundas, Jacob, no soy ningún santo.


-Pero... -titubeó.


-Razona por un minuto, Jacob. ¿No entiendes que no está en mi mano, ni en la tuya? -se acercó a él. -Está en las suyas -aseveró señalando a Bella. -Si para mi desgracia su corazón te perteneciera, poco podría hacer yo para retenerla a mi lado. Sí, podría dejarme llevar por mis bajos instintos y tratar de arrebatártela pero a lo máximo que podría aspirar sería a tener su cuerpo, jamás su amor.


Edward consumió la distancia que lo separaba de él y posó su mano en su hombro, con gesto conciliador mientras Jacob bajaba su rostro contrariado.


-Es lo primero que se aprende cuando uno ama de verdad -le dijo. -No podemos exigir que nos amen por más que lo deseemos, debemos conformarnos con la felicidad del ser amado, aunque sea lejos de nosotros.


Jacob dirigió su vista hacia Bella quien, a su vez, miraba a su esposo y vio en sus ojos la misma devoción y admiración que había visto en los de él hacía un instante, en el momento en que la vio poner su cuerpo frente al suyo en un intento casi cándido e inútil, aunque sincero, de protegerlo. De nuevo esa punzada cruzó su pecho y fue a comprender entonces el porqué. No, por supuesto que no eran celos o rencor por el orgullo herido. Era resquemor, desazón, egoísmo, todo causado por su propio anhelo, por el deseo de que hubiera alguien capaz, dispuesto a hacer por él lo mismo que había hecho ella. ¿Habría alguien en el mundo que pudiera sentir por él un amor así, tan fuerte, tan fiero que no dudase en ofrecer su vida a cambio de la suya como había demostrado Bella hacía tan solo un momento?


Supo entonces que ella nunca sería esa mujer y entendió también que la intensidad de su sentimiento hacia ella se despejaba por fin y que no iba más allá de una profunda fraternidad. Se sintió vil y miserable, por tratar de arrebatar de ella un amor que, en realidad, él tampoco sentía y por primera vez en su vida una sensación de soledad y desencanto lo asoló.


Volvió a bajar su mirada y rebuscó en su mente las palabras adecuadas, y, para su desconsuelo, no halló ninguna. Entonces introdujo la mano en su jubón y extrajo un pliego del interior, el acuerdo matrimonial. Lo observó durante un segundo y luego, si más, lo rasgó en pedazos, una vez tras otra, hasta que se convirtió en una amalgama, teñida con su propia sangre y su culpabilidad y reconcomio. Extendió su brazo y se lo ofreció a Bella, quien lo observaba sorprendida, mientras él se mantenía así, en silencio, aguardando a que ella hablara, actuara.


Después de su actitud esperaba cualquier reacción por su parte, ya no sólo que lo insultase o incluso que lo abofetease, si no que lo odiara por haber tratado de destruir su felicidad de una forma tan infame. Habría esperado cualquier cosa de ella, excepto lo que hizo. Bella ignoró su gesto y avanzó hacia él, con paso decidido, seguro y el semblante sonriente y, cuando estuvo a su altura, elevó sus brazos hacia su cuello abrazándolo.


Jacob quedó estático, estupefacto, sin atinar a reaccionar y lo único que alcanzó a hacer fue mirar a Edward lleno confusión y con una disculpa en sus ojos, a lo que Edward respondió asintiendo. En ese momento Jacob se armó de valor y, tomándola levemente de la cintura, la separó de él.


-Mancharás tu vestido -musitó con la voz impregnada de culpa y vergüenza.


-Eso me recuerda que debería revisarte esa herida, muchacho -intervino Carlisle quien se había esforzado por mantenerse al margen, como el resto de la familia, convencidos de que no debían entrometerse en algo que bien sabían serían capaces de resolver por sí mismos.


Jacob miró dubitativo a Bella mientras Carlisle lo instaba a seguirle.


-Hablamos después -le dijo ella dejándolo marchar.


Jacob echó un último vistazo hacia Edward, quien volvió a asentir con la cabeza y se separó de ellos, siguiendo la indicación de Carlisle.


-Papá...


-Tranquilo -lo cortó entendiendo -es menos grave de lo que parece -añadió antes de que continuara guiando a Jacob al interior del castillo. El resto hizo lo mismo, en silencio, apenas podían asimilar lo que había ocurrido y como había ido a concluir.


Bella también aguardaba en silencio mientras observaba con cierto temor a Edward que se mantenía cabizbajo. No sabía descifrar la expresión de su rostro, una mezcla entre compungido y aliviado. Quizás le reprocharía su proceder, tal vez esperaba que hubiera sido más intolerante ante la actuación de Jacob y seguramente no comprendía que lo hubiera disculpado tan rápidamente, al igual que tampoco entendería el cariño que, a pesar de todo, sentía hacia el joven.


Bella susurró su nombre, con el mismo temor que la invadía impreso en su voz y Edward alzó su rostro al fin. Estaba ya preparada para cualquier tipo de reclamo cuando él tomó su rostro entre ambas manos y la atrajo hasta él, besándola. Bella casi se tambaleó ante el ímpetu de su esposo y tuvo que colgarse de su cuello para no caer, mientras Edward rodeaba su cintura fuertemente entre sus brazos. La besó como nunca antes lo había hecho, no sólo consciente del amor tan inmenso que sentía por ella sino tan lleno de dicha como sólo podía estar al haber tenido la mejor y definitiva prueba de la magnitud del amor que Bella sentía por él. Nunca antes la había sentido tan suya como en ese instante y la estrechó más aún en su pecho con el único deseo de que ella supiera que él también le pertenecía, por entero.


-Te amo, Edward -suspiró ella en cuanto sus bocas se separaron reclamando aire.


-Lo sé, Bella -susurró contra su pelo sin dejar de abrazarla.


-¿No estás molesto? -se atrevió a preguntar.


Edward negó con la cabeza.


-Aunque creo que, en cualquier caso, deberíamos mantener una conversación con él -le sugirió.


-Me parece bien -accedió ella -pero eso será después. Ahora lo único que quiero es estar con mi esposo. Hubo momentos en los que creí que te perdía.


-Sigues sin confiar en mis dotes en combate por lo que veo -bromeó.


Bella chasqueó la lengua con desaprobación y Edward no pudo evitar reír.


-Estoy convencido de que Jacob no tenía intención de matarme, Bella -reconoció con seriedad -pero yo tampoco quiero hablar de eso ahora.


-¿Y qué es lo que quieres? -le preguntó Bella con sonrisa inocente.


-Amarte hasta desfallecer -susurró sobre sus labios con aquella voz aterciopelada que la hacía temblar. Bella se sintió enrojecer ante el ardor que desprendían sus palabras, y no sólo por eso, sino por el delicioso fuego que había empezado a recorrer sus labios al volver a tomar los suyos, como preludio a lo que sabía, y deseaba, vendría a continuación.


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-Dichosos los ojos que os ven -se mofó Jasper al ver entrar a Bella y Edward al comedor. -Después de vuestra ausencia a la hora de la comida pensé que tampoco bajaríais a cenar.


-Hemos ido a ver a Jacob pero estaba dormido -repuso Edward tratando de evadir el tema, aunque le guiñó el ojo a su primo con disimulo.


-¿Cómo has visto su herida, Carlisle? -preguntó Bella mientras Edward la ayudaba a acomodarse en la mesa antes de sentarse a su lado.


-Le he tenido que dar varios puntos pero no hay infección así que no tardará en sanar -le informó. -Comió bien a mediodía y es normal que esté cansado del viaje, así que no hay de que preocuparse.


-¡Qué desafortunada mi salida de hoy! -intervino James con exagerada aflicción. -No he podido asistir a lo que sin duda ha debido ser el acontecimiento más emocionante desde que llegué aquí.


Alice lo miró contrariada aunque no quiso hacer ningún comentario.


-Parece que tu visita no está resultando tan satisfactoria como creías en un principio -habló Jasper en cambio, y con declarada segunda intención.


-Confío en que finalmente vuestra hermana se reponga para que así varíe la perspectiva -respondió con un desenfado casi insultante y grosero.


Inevitablemente se hizo el silencio discurriendo así la cena, hasta que el mutismo se vio rasgado de repente por una profunda y grave voz que provino de la entrada.


-Disculpad nuestra intromisión -se escuchó decir mientras todos levantaban la vista de sus platos para ver a los recién llegados.


-¡Padre! ¡Leah! -exclamó Bella levantándose apresuradamente para correr hacia Charlie en cuyo rostro se dibujaba una sonrisa de alivio al ver la reacción de su hija. Después de lo que había provocado era lo que menos esperaba. Sin embargo, rompiendo todos sus pesimistas esquemas, Bella se echó a sus brazos.


-¿Qué hacéis aquí? -le preguntó con cierta reprobación -Te dije que era muy peligroso.


-El padre de Jacob nos facilitó algunos hombres para escoltarnos -le narró.


Mientras abrazaba a su hija vio como se aproximaba a ellos Edward quien lo miraba con cierto asombro.


-Majestad -se inclinó saludándolo.


Charles, sorprendido en cierto modo por su actitud amistosa se acercó a él y lo tomó por los hombros instándole a levantarse.


-Por favor, llámame Charles, muchacho -le pidió. -Tanta formalidad me hace sentir más culpable de lo que ya me siento con mi proceder.


-Eso es del todo innecesario -sacudió Edward la cabeza. -En vuestra carta quedó perfectamente explicado y, en eso estamos todos de acuerdo, más que justificado.


-En cualquier caso permíteme que me disculpe de nuevo con vosotros humildemente y de paso, reiterar las palabras que os escribí y daros personalmente mi bendición -añadió mientras posaba sus manos en los hombros de Edward y su hija.


-Os lo agradezco, Charles -repuso Edward con sinceridad.


-Pero no os quedéis ahí parados -les interrumpió Alice. -Pasad a la mesa.


-Mi querida sobrinita -le sonrió Charles yendo hacía ella para besarla. -Te ves preciosa.


Alice le respondió con una risita risueña.


-Jasper, me alegra verte tan repuesto -le saludó. -Como ya le dije a Bella, si necesitas a mis hombres para combatir a ese bellaco cuenta con ellos.


-Lo tendré en cuenta -le dijo complacido.


-No veo a tu preciosa hermana -apuntó.


-Está recostada, no se ha sentido bien estos días, pero no es nada de cuidado -le informó. -¿Recuerdas al Duque James?


-Sí -lo observó Charles por un momento. -Asististe al matrimonio ¿verdad?


James asintió sin mostrar mucho interés, así que Charles no insistió, dirigiéndose entonces a Carlisle y Esme.


-No sabéis lo apenado que estoy con todo lo sucedido -se disculpó de nuevo ante ellos. -Y os aseguro que es todo un honor el crear vínculos familiares con vosotros aunque siento mucho la forma en que...


-Ese asunto ya es agua pasada, querido Charles -le cortó Esme en cuya sonrisa se reflejaba la franqueza de sus palabras.


-Además, Jacob ya se ha encargado él mismo de solucionarlo -apostilló Carlisle.


-¿Dónde está Jacob? ¿Qué ha pasado con él? -intervino por primera vez Leah desde que había entrado al comedor. En su rostro no se podía ocultar su gran preocupación.


-Perdonadme la falta de delicadeza -se disculpó Charles. -Os presento a Leah, la Princesa de Tarsus. Su padre, Harry, es un gran amigo mío, al igual que el padre de Jacob.


Leah se inclinó respetuosamente, tratando de contener su impaciencia. Bella que hacía tiempo sospechaba del interés de la muchacha por su amigo veía confirmadas sus sospechas al observar su expresión angustiada. A pesar de las circunstancias, no pudo evitar alegrarse, Jacob tenía la felicidad al alcance de su mano y no tenía más que estirarla para alcanzarla.


-Jacob está descansando -la tranquilizó.


-¿Pero qué ha sucedido? -le preguntó su padre. -Venimos siguiendo a ese muchacho impulsivo desde Dagmar.


-Digamos que hicieron falta más que palabras para que diera por zanjado el tema -admitió Edward con cierto pesar.


-Sólo una herida en el brazo -les informó Carlisle viendo la inquietud de sus rostros. -No es nada grave.


-¿Podría verlo? -solicitó Leah anhelante.


-Claro que sí -afirmó Bella que le hacía una señal a una de las doncellas. -Por favor, condúcela a la habitación del Príncipe Jacob.


-Sí, Alteza.


-Muchas gracias -le sonrió Leah. -Con permiso -se excusó antes de dejarse guiar por la doncella.


Mientras la observaban alejarse, Edward se inclinó hacia su esposa, con cierta suspicacia en su mirada.


-¿Acaso ella...? -quiso insinuar.


-Eso mismo que estás pensando -le corroboró ella lo que él también había sabido entrever.


-A veces uno se empeña en buscar lo que tiene justo delante...


Sé que voy en busca de algo, mi instinto me lo dice, estoy en plena búsqueda pero ¿de qué? ¿y dónde estoy? ¿por qué aquí? Las sendas de este bosque me son del todo desconocidas y la espesura del follaje parece querer oprimirme, impidiéndome avanzar. La luz del sol apenas se filtra entre la hojas y este camino que recorro no parece llevar a ningún lugar, no hay nada que me indique si es el correcto o cual debería seguir en su lugar.


-Jacob...


Me sobresalto...


Una voz femenina reclama mi nombre, sí, viene de aquella dirección, estoy seguro, siguiendo aquella pequeña senda. ¿Me llevará a lo que sea que estoy buscando?


-Jacob...


Conforme avanzo la voz resuena con mayor claridad y cada vez me parece más conocida. En realidad me atrae la sensación que me produce; me inspira al anochecer sentado cerca de una hoguera, el olor a hierba mojada con la lluvia primaveral, los primeros rayos de sol que iluminan mi rostro desde mi ventana, la calidez de mi hogar...


Apresuro mi paso, necesito averiguar que hay más allá. Esa voz que recita mi nombre sigue sonando en mis oídos y con cada segundo que pasa más seguro estoy de que este vagar por este escenario desconocido está cerca de terminar.


De repente, la frondosidad abrupta del bosque se abre a un claro bañado por un torrente cristalino pero furioso, aunque el rugir del agua no me impide seguir escuchando esa voz que ya se ha introducido en mí de malsana forma y que me obliga, me exige encontrarla. En realidad, ya se ha convertido en una necesidad, sé, estoy convencido de que la he escuchado antes y necesito saber a quien pertenece, dar por terminada esta maldita búsqueda que me lleva a ella.


Decido atravesar el arroyo, ya no me importa que pueda llevarme la corriente, debo llegar a la otra orilla como sea, llegar a ella. En cuanto pongo un pie en el río, al otro lado una silueta de mujer parece desdibujarse entre la bruma que asciende desde el agua y eso me alienta a luchar contra la fuerza del cauce que amenaza con arrastrarme en cualquier momento. Opto por no bajar la vista ni un segundo y concentrarme en aquellos brazos que parecen abrirse esperando mi llegada y centro todos mis sentidos en ella, en su figura, en su voz, sabiendo por fin que no es una ilusión, que mi esfuerzo valdrá la pena y que, en cuanto mis manos toquen su piel, esta aventura incierta llegará a su término. El sonido de mi nombre sigue alentándome y yo creo que no he escuchado jamás sonido más bello que ese...


-Jacob... Jacob...


-Jacob, ¿me escuchas?. Despierta, Jacob...


-¿Entonces eras tú, Leah? -se incorporó el muchacho sobresaltado en la cama al ver sentada frente a ella a la joven.


-Jacob, ¿estás bien? -preguntó ella confundida.


-Sí... titubeó él. -¿Tú...? ¿Cómo...? ¿Qué haces aquí? -quiso saber, sintiéndose aún aturdido por el sueño del que acababa de despertar.


-El Rey Charles y yo salimos detrás de ti pero no conseguimos darte alcance -le explicó.


-Pero... ¿por qué has venido tú? -le cuestionó sin acabar de comprender.


La muchacha bajó el rostro apenada buscando en su mente alguna excusa plausible que diera una explicación a su presencia allí.


-Temí que cometieras alguna tontería -dijo al fin, sin saber muy bien que tanto declaraba con aquella afirmación.


-Pues siento decirte que llegaste tarde -se miró el brazo vendado haciendo una mueca.


-¿Te duele mucho? -murmuró ella afligida posando su mano sobre la herida.


Jacob iba a asentir cuando sus ojos quedaron fijados en los finos dedos que lo tocaban. No, ni siquiera lo estaba tocando, era una leve presión sobre las gasas que cubrían su herida... Sin embargo una cálida sensación parecía traspasar el tejido como bálsamo que mitigaba el dolor de su carne injuriada. ¿Qué era aquello? Estaba a punto de eliminar esa idea de su mente cuando Leah retiró su mano haciendo que una punzada recorriera todo su brazo, endureciendo Jacob sus facciones, ya no sólo por aquel dolor que avanzaba a ráfagas, sino por no acabar de entender lo que acababa de ocurrir.


-Te ves muy cansado -continuó ella. -Incluso tienes ojeras.


Y entonces volvió a suceder. Leah había posado las yemas de sus dedos en una de sus mejillas, rozando la sombra morada que se extendía bajo sus ojos y aquella calidez volvió a invadirle. Y no era una calidez cualquiera, era la misma que había sentido momentos antes en su ensoñación, una calidez familiar, que lo calmaba pero que a su vez lo llenaba de una deliciosa inquietud. Mas, al igual que la vez anterior, la intoxicante sensación desapareció cuando Leah apartó su mano de él.


Jacob apretó sus puños instintivamente ante la repentina ausencia. Los deseos de volver a sentir aquello lo invadieron, a pesar de no poder descifrar de que se trataba. De lo que no había duda era de que era ella quien lo provocaba y, miró en sus ojos oscuros tratando absurdamente de hallar una respuesta, aun sabiendo que no la hallaría. Se encontró con la mirada de Leah, confiada, dulce, límpida, cristalina, como el agua del riachuelo de su sueño y, del mismo modo que su arrojo le había empujado a cruzarlo, a seguir más allá, se dejó llevar de nuevo por él en un intento de averiguar, de despejar aquella duda que se había instaurado en su mente como una semilla insignificante para tornarse en agonía.


Despacio alzó una de sus manos hacia su mejilla, preguntándose como sería su tacto y conteniendo la respiración, pidiendo, casi rogando porque ella no rechazara su contacto. Cuando las puntas de sus dedos alcanzaron su piel, la calidez que él esperaba sentir se transformó en una oleada fulgurante que recorrió todo su cuerpo. Escuchó a Leah ahogar un pequeño suspiro en su garganta y él no pudo evitar que el que apresaba la suya se liberara de modo delator.


-Jacob -musitó ella.


Y esa fue su epifanía... esa voz... ella, era ella. Su corazón comenzó a cabalgar en su interior desbocado y la certeza de que su búsqueda había terminado se posó ante él. Los ojos de Leah le decían a gritos lo que él tantas veces se había negado a escuchar y que ahora no podía obviar, siendo su propio corazón el que ahora entonaba el mismo canto. Acarició su mejilla con suavidad, deleitándose por fin de aquella tersura y quiso embriagarse de aquella maravillosa sensación que lo invadía con su simple contacto.


Deslizó su mano por la linea de su rostro hasta su cuello, enredando sus dedos en su nuca, entre su pelo y la atrajo hacia él. Posó sus labios sobre los suyos, con un delicado roce pero que fue suficiente para que un escalofrío lo recorriera por entero, traspasando su corazón como una flecha. Se separó un segundo de su boca para volver a tomarla con mayor intensidad haciéndola suspirar y aquello lo enardeció. Ignorando su herida, la rodeó entre sus brazos, acercándola a él, profundizando más ese beso que había abierto una brecha en él por donde lo asaltaban una y otra vez un cúmulo de sensaciones hasta ahora desconocidas para él, pero que con el paso de cada segundo se iban transformando en elixir vital. Necesitaba seguir sintiéndolo, seguir sintiéndola a ella y como sus labios sonrosados y llenos se movían bajo los suyos guiados por el mismo ardor, el mismo anhelo que lo dominaban a él. Se perdió en la dulzura de su sabor, la ambrosía más exquisita que jamás había probado y hundió sus manos en el contorno de su cuerpo, aferrándose a ella, haciéndola temblar ante la exigencia de sus labios.


Se separó de ella levemente y observó su rostro y su cándida belleza lo golpeó fuertemente. Sus mejillas enrojecidas le daban un aire inocente, delicioso, sus ojos brillaban llenos de ese amor que él estaba deseando tomar y sus labios ligeramente hinchados por su propia pasión lo incitaban a besarlos de nuevo. Apartó una de sus manos de su cintura y los acarició, arrancando otro suspiro de su pecho agitado.


-Jacob -respiró ella contra su piel.


Jacob cerró los ojos en un suspiro... de nuevo aquella melodía que susurraba su nombre.


-Eras tú -musitó él inclinándose de nuevo hacia sus labios, fundiendo su mirada con sus negros ojos cuyo fulgor titilaba como un lucero de la noche.


-¿Quién? -preguntó ella con un hilo de voz.


-Quien había estado buscando -le dijo antes de volver a tomar sus labios, para llenarla de promesas y sueños cumplidos... como el suyo.


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Las ansias de llegar a su destino le habían hecho abandonar la posada mucho antes del amanecer. Tenía tantos motivos para llegar cuanto antes a Los Lagos... Con toda la información que Emmett le había facilitado para su misión sabía bien que las noticias que portaba eran de vital importancia pero, no era esa la única razón que alimentaba esa urgencia de volver...


¿Cuántas semanas se había ausentado? ¿Cinco? ¿Seis? Incluso más... pero aquello no habría sido más que una aventura o un simple mandato que cumplir si su mente no hubiera estado llena de ella... Angela. Su nombre revoloteaba en su mente acompañado de la imagen de su rostro, haciéndolo sonreír como a un jovencito ingenuo. Si alguien, cuando abandonó el castillo, le hubiera asegurado que iba a extrañarla tanto, seguramente se habría reído en su cara, aunque ahora, ni siquiera sabía en que preciso momento de su cruzada había empezado a echar en falta a aquella muchacha de mirada lánguida que solía observarlo tímidamente a través de sus largas pestañas. Estaba más que acostumbrado a su presencia, a las bromas que le hacían los muchachos cuando la veían pasar por delante de la liza de entrenamiento para encontrárselo, tratando de que fuera algo casual, incluso estaba familiarizado con el leve temblor de su voz al hablarle... pero para lo que no estaba preparado era para soportar su ausencia...


Eso era lo que le hacía espolear con ánimo su caballo, el regresar cuanto antes a ella y ponerlo todo en su lugar y que era ella a su lado, junto a él. Conocía bien el terreno y sabía que La Encrucijada quedaba cerca, indicándole aquello que sólo restaban unas horas para llegar a su destino. Con suerte llegaría antes del anochecer.


Sin embargo, se vio obligado a disminuir la marcha al vislumbrar lo que parecía un campamento apostado en la lejanía. Acercándose con cautela, comprobó que los estandartes y banderines que ondeaban en el aire llevaban la insignia de Asbath y aquello lo alertó. Al llegar al asentamiento un soldado lo detuvo, tal y como esperaba.


-Mi nombre es Benjamín y pertenezco al ejército de Los Lagos -se apresuró a presentarse. El rostro serio de su interlocutor se volvió más afable conocedor de la hermandad entre ambos pueblos. -¿Qué hacéis apostados aquí? ¿Ha sucedido algo?


-Aquella es la tienda del Capitán -le señaló con la mano. -Él te lo explicará mejor que yo.


-¿El Capitán? -dudó -¿Emmett está aquí? -preguntó extrañado.


El muchacho, que había dado por supuesto que lo conocía, afirmó algo confuso.


-Entonces, con tu permiso, voy a hablar con él -le informó.


-Es propio -asintió permitiéndole el paso.


Benjamín desmontó y ató a su caballo a un madero cercano a la tienda, quedándose en la entrada.


-¿Da su permiso para entrar, Capitán? -se anunció.


-Adelante -lo escuchó responder con cierto tono distraído.


Cuando accedió a la estancia que formaba la carpa vio a Emmett sentado a una mesa situada en un extremo, cercana a una abertura a modo de ventana que dejaba pasar la luz del mediodía, mientras estudiaba unos mapas con mucho interés.


Su aspecto era bien distinto a cuando lo vio por última vez en Los Lagos, ahora su atuendo era el apropiado para alguien de su rango, incluso sus rasgos parecían haberse endurecido desde entonces. Alzó por fin la vista de los documentos y su expresión se tornó llena de sorpresa.


-¡Benjamín! ¡Por fin estás de vuelta! -exclamó al verlo frente a él. -Creí que era uno de los muchachos -le aclaró. -¿Desde cuando te diriges a mí con tanto formalismo?


-Desde que vuelves a ser el Capitán -le señaló con la mano, refiriéndose a su vestuario.


-Capitán de Asbath -le recordó con cierta sorna. -Si Peter te escuchara hablar así te tacharía de desertor -bromeó.


-¿Pero qué hace tu ejército aquí? -quiso saber. -¿Ha sucedido algo?


-Te lo explicaré todo enseguida -repuso ahora con seriedad. -Pero primero necesito saber que noticias me traes de Bogen -solicitó con clara impaciencia.


-No son muy halagüeñas -se lamentó.


-¿A qué te refieres? -se alarmó él.


Benjamín no respondió. Se limitó a abrir su morral y extraer un objeto que permanecía envuelto en un hatillo, tras lo que se lo entregó a Emmett. Su rostro daba claras muestras de que no comprendía el significado de aquello, pero Benjamín le instó con un gesto a que lo abriera. Emmett obedeció descubriéndolo con cuidado y, lo que era un expresión confusa, se tornó en pavor ante lo que aquel objeto representaba.


-Benjamín, ¿estás seguro de que esta...?


-La tomé yo mismo -le corroboró.


-Siendo así debemos partir ahora mismo hacia Los Lagos -aseveró con la voz infectada en la misma desesperación que irradiaban sus ojos -y por Dios espero que lleguemos a tiempo.






1 comentarios:

Libii dijo...

quieo saber que es..quiero saber que esss..!!
ajj esta buenisimo las felicito..
besoos