Dark Chat

viernes, 9 de julio de 2010

Inmortal

Capítulo 27: Batalla Final

Correr, correr lo más rápido posible. Eso era lo único que les quedaba a Jasper y a Edward. El miedo les invadía, desconocían qué tan tarde era ya. Laurent había penetrado las puertas del Castillo y lo que había hecho después era incierto.

Carlisle y el resto de los vampiros habían llegado a ayudarles. A sus espaldas, habían dejado un feroz campo de batalla entre quienes buscaban el poder y los que sólo querían la paz.

Edward gruñó ante la impotencia. ¿Quién lo diría? Tantas décadas para terminar esto: en guerra. El destino había jugado con él de modo cruel, pero tampoco estaba dispuesto a darse por vencido. Por nada del mundo iba a permitir que Bella se fuera de su lado.

La situación con Jasper era muy similar. La sensación de Deja'vu le asaltaba a cada minuto. Pareciera que habían pasado siglos después de la batalla en la que había dejado de ser humano. Ahora era inmortal. Ahora era más fuerte... Ahora protegería a Alice hasta que la ultima de sus extremidades fuera arrancada de su cuerpo.

Ambos vampiros treparon la muralla trasera e irrumpieron en el Castillo. El suelo estaba bañado en sangre y adornado por mutilados cadáveres.

El miedo aumento, pero no dejaron escapar la esperanza. Ellas tenían que estar a salvo. De otra manera... Todo había acabado ya.

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Su mirada color chocolate se encontraba pérdida, al igual que sus pensamientos. Imágenes difusas y sin sentido bailaban en su mente, mientras su mano acariciaba, inconscientemente, su vientre plano.

Se sentía extraña. Últimamente había estado demasiado distraída, absorta en un mundo blanco en el que sólo existía, entre sus brazos, un cálido y reconfortante peso. Como si estuviera acunando a un bebé...

Un débil jadeó la trajo a la realidad, haciéndole volver la mirada hacia la muchacha que, había olvidado, estaba sentada a su lado.

—Alice, ¿Qué sucede?

—Ellos... ellos vienen – susurró la aludida, un segundo antes de su borrosa mirada se aclarara – Bella, el castillo está rodeado por el enemigo.

—¿Qué?

—Las imágenes fueron muy imprecisas. No sé nada más que eso...

Desgarradores gemidos llamaron su atención. Ambas princesas se asomaron a la ventana y sus miradas se dilataron al contemplar el sangriento espectáculo que se estaba desarrollando en el jardín frontal.

—Debemos prepararnos – jaló Bella a Alice

—¿Prepararnos? Bella, ¿A dónde me llevas?

—Con estos vestidos no podremos hacer nada – explicó la castaña, mientras abría las puertas de la habitación de James – tampoco tenemos armas. Debemos conseguirlas antes de que entren al castillo.

La pequeña comprendió al instante y, al igual que su hermana, comenzó a cambiar sus prendas por los pantalones y camisas de su hermano. La ropa les quedaba holgada, pero, al menos, estorbarían menos y les brindaría más libertad de movimiento.

—¿Dónde está Victoria? – inquirió Alice al notar que la habitación estaba vacía

—Seguramente en el jardín – temió Bella, cogiendo el arco y las flechas que tenía su hermano en un armario – hay que darnos prisa. Debemos reunirnos con el resto de la familia.

—¿Tú crees...? ¿Tú crees que ellos vengan?

—Vendrán – aseguró Bella – pero, para mientras, debemos mantenernos a salvo y cuidar a nuestra gente, ¿entendido? – La pequeña asintió – no tengas miedo. Esa bestia no podrá contra nosotras.

Ambas princesas salieron de la habitación, con pies descalzos y movimientos precavidos. Bella iba al frente, con el arco y la flecha listos para cualquier ataque. Los pasillos estaban perturbadoramente silenciosos, lo cual presagiaba el peligro que danzaba alrededor. Apenas y se atrevían a respirar, cualquier paso en falso podía llamar la atención de esas bestias.

—¡Bella, Alice! – la voz de Emmett las sobresaltó por un momento.

Alice se llevó una mano hacia el pecho, agradeciendo el no poder morir de un ataque al corazón, mientras su hermana la hacía correr, para alcanzar a su primo que las buscaba con desesperación

—¡Cielo santo! – Exclamó el moreno, al verlas aparecer – ¿Dónde estaban? Este nos momento para jugar a los disfraces

—Ni para bromas – señaló Bella.

El rey sonrió traviesamente. De verdad que no había manera de hacerle perder su mal humor.

—Vamos, vengan conmigo – dijo después

—¿Dónde está el resto?

—En el salón del Trono. ¡Dense prisa! Esas bestias no tardan en llegar hasta acá

La castaña corría lo mejor que sus pies le permitían. No había otro momento en el que odiara tanto su falta de equilibrio, normal en un humano, pero ridícula para un inmortal.

Los tres llegaron al Salón del Trono poco después. Renne corrió a abrazarlos, dando gracias al Cielo por mantenerlos a salvo, al menos por el momento. Emmett, junto con el Rey Charlie y la guardia, formaron una barrera para proteger a la reina y a las princesas. Bien sabían todos que nada podían hacer, más que pelear...

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Los ojos de Bella y Alice se dilataron, por un breve momento, al ver entrar a "Edward" y "Jasper", acompañados de dos hermosas y rubias mujeres que traían, en un costado del cuello, la plateada marca que las identificaba como hechiceras y un numeroso grupo de rebeldes vampiros, con ojos inyectados de sangre.

Emmett, quien permanecía hasta el frente de la guardia, quedó petrificado al reconocer a Rose entre las líneas enemigas. ¿Qué significaba todo esto?

—¿En realidad crees que esas armas podrán detenernos? – preguntó Laurent, viendo con desdén como los guardias tensaban sus arcos y espadas, con valor – ¿Por qué pelear y morir, sólo por defender a estas criaturas tan insignificantes que no valoran su sacrificio?

—No son Edward ni Jasper – musitó Bella. Alice asintió. Por supuesto que no eran ellos; pero, ¿Qué había tras esa usurpación?

Victoria gruñó fuertemente y, con un solo movimiento, empuñó su espada y salió disparada hacia Laurent. Fue rápida, pero la furia hacía predecible sus movimientos y Laurent no tardó en esquivarla y propinarle un puñetazo que la estrelló contra una de las paredes.

—¡Victoria! – corrió Bella a auxiliarla.

El Rey Charlie gruñó y se plantó frente a Laurent. Sus ojos, jóvenes, pero sabios por los siglos vividos, miraban en el pálido hombre, de ojos rojos, al peor de los enemigos.

—Te he estado esperando – dijo, desempuñando su espada.

—¡Pero, su Majestad! – Exclamó Laurent, con fingido terror – ¡Espere un momento! ¿Por qué irnos a la violencia tan rápidamente?

—Has entrado en mi castillo y esparcido, tanto en él, como en el bosque, sangre de inocentes humanos. Mataste a mi hijo. Has tentado contra la vida del resto de mi familia en numerosas ocasiones. Has violado la paz de mi reino. ¡¿Qué pretendes que haga?

—Matarme, claro está – acordó, dando dos pasos hacia atrás y comenzando a caminar alrededor del rey – Merezco que me arranquen la cabeza lentamente, que me torturen. Lo que he hecho es digno de un Diablo. Estoy seguro que hasta el Demonio me teme. No saben cuán deliciosa me supo la sangre del príncipe James – agregó, lamiéndose los labios. Victoria se encogió de dolor – había escuchado que la sangre de la Realeza era milagrosa para nosotros, que nos volvía más fuertes; pero jamás imaginé qué tanto. Aún puedo sentir su calor corriendo por mis venas. Aún puedo recordar qué tan dulce sabor tenía – Volvió el rostro hacia Bella y la sed oscureció su mirada. Estaba claro quien de todos los ahí presentes era su presa predilecta – Estoy ansioso por probar otro poco más.

—No volverás a tocar a nadie de mi familia – advirtió Charlie.

Laurent soltó una sonora carcajada y, con un movimiento borroso, le alzó por el cuello. Los guardias intentaron defenderle, pero los hombres de Laurent lo impidieron de inmediato, rugiendo y mostrando los dientes de manera amenazante.

Renne se llevó ambas manos a la boca, para no gritar. Ver a su marido en peligro era el espectáculo más escalofriante que había presenciado hasta ahora.

Emmett desenvainó su espada, provocando que el corazón de Rose se hinchara de terror, y retrocedió para cubrir a Renne, Victoria, Alice y Bella con su cuerpo. El desate de la batalla estaba cerca, se hiciera lo que se hiciera, y, aunque deseaba ayudar a su tío, bien sabía él que la vida de éste no estaba en sus manos.

—¿Y qué pretendes hacer para detenerme, criatura insignificante? – bramó Laurent – ¡Ustedes no merecen la inmortalidad! Son una aberración de la naturaleza, simples humanos que jamás envejecerán.

Bella alcanzó una de sus flechas

—¿Qué intentas hacer? – frenó Emmett

—Matará a mi padre si no hacemos algo para evitarlo

—Yo me encargo de él – siseó Victoria, quien, sin que nadie pudiera detenerla, volvió a correr hacia Laurent, con espada en mano, logrando atinarle una cortada en su espalda.

La batalla se desató en ese instante. Los guardias y los vampiros comenzaron a luchar, unos contra los otros, atacando y mutilando, sin dar oportunidad a la muerte de entrar en sus vidas.

—Maldición – murmuró Emmett, yendo tras ella – Bella, Alice, Tía, salgan de aquí.

Bella jaló a Alice del brazo, al igual que a Renne, y las encaminó hacia una de las salidas que se encontraba ocultas entre las paredes.

—Corran – indicó – corran y escóndanse. Salgan al bosque si es necesario.

—No pienso dejarte...

—Alice, estaré bien – aseguró, empujando a la pequeña con fuerza, sin darle oportunidad de protestar más, y trancando la puerta para que no pudieran entrar.

Ya había perdido a un hermano. No estaba dispuesta a perderla a ella también. Bella contuvo un jadeo al dar media vuelta y encontrarse, frente a frente, con un par de ojos rojos, llenos de rabia.

—Isabella – susurró Laurent, alzando una de sus manos – mi hermosa y valiente Isabella. Siempre sacrificándote por los demás...

—No me toques – advirtió la castaña, retrocediendo lo más que podía; protegiendo, con su espalda, la salida por donde su hermana y madre habían escapado.

—¿Por qué tan reticente ahora, cariño? Pensé que estabas ansiosa de mirarme.

La princesa soltó una risa, llena de amargo humor.

—Qué patético eres, Laurent –su castaña mirada era desafiante – Ni tomando millones de brebajes podrás compararte con Edward. Simplemente él es demasiado para ti.

Y sus palabras eran ciertas, al menos para ella. El rostro que tenía al frente podía poseer el mismo color de piel y los mismos ángulos que del hombre al que amaba; pero estaba ese brillo en las pupilas que marcaba la gran diferencia.

Aún si Laurent no hubiera penetrado las puertas del castillo de manera violenta y hubiera actuado como Edward, estaba segura de que ella no habría caído en su juego, pues nadie, absolutamente nadie, sería capaz de imitar ese cálido fulgor que le aturdía los sentidos.

Había sido engañada una vez, hacía dos décadas, y había aprendido bien de ese error que la había mantenido lejos del hombre al que amaba. Ya no volvería a caer en el mismo juego.

Esperando ser rápida y ágil, encogió una de sus piernas y luego la estiró para golpear el rostro de Laurent. El impacto fue certero e, ignorando el dolor que a ella le había causado (pues había sido como pegar un puntapié a una enorme piedra) aprovechó la distracción del vampiro para escabullirse.

El primer paso que dio fue lacerante. Al parecer, se había ganado una ligera fractura. Aún así, no se detuvo y corrió hacia la salida principal. Sabía que no tardaría en ser alcanzada; pero al menos quería intentarlo: ganar un poco de ventaja para disparar una de las flechas que tenía. El veneno en ellas debía de ayudar en algo.

Laurent profirió un ensordecedor gruñido y se lanzó en su búsqueda.

—¡Bella! – exclamó Emmett, al percatarse del peligro que corría la castaña. Y, sin perder más tiempo, agitó su espada y cortó en dos a la bestia que tenía por oponente.

Sin embargo, cuando dio media vuelta para ir ayudar a su prima, una silueta femenina se interpuso en su camino

—¿A dónde cree va, Majestad? – Preguntó Leila – Quédese por favor, lo mejor está por venir.

Emmett ni si quiera le miró. Su atención estaba fija en la muchacha que estaba detrás.

—Es hermosa, ¿no cree? – Preguntó Leila, al darse cuenta de ello; y, aprovechando el aturdimiento de Emmett, lo desarmó y postró contra el suelo – Bueno, al menos tendrá el privilegio de morir entre sus manos.

Rose respingó y su mirada, por primera vez, se encontró con la de Emmett. Su miedo se duplicó al ver al hombre que amaba, indefenso, rendido ante los pies de su tía. Todo este tiempo había temido que este momento llegara. Había tenido la ligera esperanza de que él fuera fuerte y lograra escapar, pero ahora se daba cuenta de qué tan equivocada estaba.

Leila se hizo a un lado, dejándole el camino libre, y le ofreció su filoso puñal.

—Es el momento de cobrar tu venganza, mi niña querida. Derrama la sangre de este inmortal como ellos lo hicieron con nuestra familia.

La rubia se hallaba confundida... la plateada arma temblaba entre sus manos.

Por un lado estaba todos esos años en los que estuvo sola y deseó, con el alma, vengarse de la Realeza, su deseo hecho realidad de encontrar a alguien más de su misma especie y la integra fidelidad que le prometió a ésta. Y por otro lado también estaba los momentos vividos con ese hombre al que tenía que matar; el mismo que, con solo estar a su lado, le borraba todo tipo de dolor, le hacía feliz...

¡Qué estúpida era! Su decisión ya estaba tomada desde el principio. No podía seguir engañándose. Su deseo de venganza habían sido suprimido desde el día en que lo había conocido, había sido solo su orgullo lo que le había hecho creer todo lo contrario. Amaba a Emmett, lo amaba profundamente, y ese sentimiento era tan inmenso, que no le dejaba en el alma espacio para nada más.

—No lo voy a hacer – su mano soltó el puñal

—¿Qué dices? – inquirió la otra hechicera

—No voy a matarlo – repitió, confirmando, con sus ojos, lo firme de su decisión – No voy a matar al hombre que amo

Las pupilas de Leila brillaron de ira, mientras observaba como su sobrina ayudaba al joven inmortal a ponerse de pie, para después abrazarlo fuertemente.

—Di que es una mentira, Rose – siseó, temblando de rabia– dilo y olvidaré todo. No quiero matarte, aléjate de ese hombre.

—No – replicó la rubia – Ni por que mandaras mi alma al infierno, no lo haría...

Los feroces aullidos de los hombres lobos ahogaron sus palabras. Una sonrisa despiadada curvó los labios de Leila, al mismo tiempo en que Emmett cubría a Rose con su cuerpo y tensaba su espada.

—¿Qué pasa?

—Nuestros nuevos aliados han llegado – anunció la malvada hechicera – Es una lástima, Rose. Pudiste tener todo el poder que quisieras y has elegido morir, sólo por un insignificante hombre. No puedo matarte; pero los licántropos sí. Espero que tu amado príncipe sea lo suficientemente fuerte para defenderte, de lo contrario, yo no lo haré y habré perdido, entonces, a la única persona que queda de mi raza.

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Los pies de Bella se deslizaban lo más rápido por cada uno de los pasillos. Sabía que Laurent venía tras ella, que, por más que procurara confundirlo, tomando diferentes direcciones, no tardaría en alcanzarla en cualquier momento y, ahí, sería su fin.

Los intentos de herirlo habían sido inútiles, sus flechas habían sido esquivadas con suma facilidad. Él era demasiado rápido. Tanto, que el hecho de no estar ya entre sus manos lo consideraba un milagro.

Su respiración comenzaba a volverse pesada para cuando divisó, a pocos metros, un lobo de pelaje rojizo. Sus ojos se dilataron y, por un breve momento, la felicidad suplantó al miedo por completo.

—¡Jacob! – exclamó, con una sonrisa que se borró en cuanto el colosal animal gruñó, ferozmente, en su dirección.

Frenó sus pasos, sin poder entenderlo. ¿Qué era lo que sucedía?

—Jacob... ¿Qué sucede? – Inquirió, tratando de no dejarse intimidar por los atroces dientes que se le presentaban, amenazantes, dispuestos a atacarla.

¿Sería posible que estuviera bajo algún hechizo? Tenía que ser así. No encontraba otra explicación para justificar el comportamiento de su amigo.

El lobo volvió a bramar rabiosamente, obligándola a retroceder hasta acorralarla contra una de las paredes. Cerró los ojos. Ya no había escapatoria y lo sabía. Si no era él, sería Laurent. Incluso podían ser los dos. Lo único que quedaba ahora era... resignarse.

Sus pensamientos se centraron en Edward, en los momentos vividos con él. De esa manera, con su rostro y voz presentes, quizás el dolor al ser descuartizada no fuera tanto...

Una ligera punzada interna, dada directamente en su matriz, le hizo abrir los ojos. Su mano se acomodó, instintivamente, sobre esa baja zona de su estomago, que ahora sentía tan delicada y cálida.

¿Qué era lo que estaba pasando?

Jacob había abandonado su postura amenazante y permanecía frente a ella, con su oscura mirada fija en su vientre, como si pudiera ver algo más allá de su piel, como si él también compartiera ese tórrido sentimiento que le envolvía.

—Jacob...

El lobo volvió a gruñir, con muchísima más fuerza, y pegó un enorme saltó, pero no contra ella, si no contra los vampiros que acababa de aparecer.

La castaña tembló. Estaba claro que su amigo no podría contra ellos. ¿Qué era lo que había hecho cambiar tan drásticamente a Jacob de opinión? Alejó esa duda de su mente, mientras acomodaba la flecha en su arco y la lanzaba hacia uno de las bestias que acababan de aparecer.

Parecía estar siendo de ayuda, hasta que Laurent apareció entre ellos, ignorando todo y concentrando su atención solamente en ella. Era perturbador contemplar el rostro de Edward opacado con esos ojos rojos, diabólicos, que destilaban el más puro de los odios.

Comenzó a correr otra vez, mientras una demoniaca carcajada le advertía qué tan cerca estaba de ser alcanzada. Los nervios le hicieron perderse en un pasillo sin salida. Escapar era imposible. Ya había burlado la muerte incontables veces, ahora no habría otra oportunidad. Cerró los ojos y apretó los labios, dispuesta a dos cosas: La primera, no quería que lo último que contemplara fuera esa falsa imagen de Edward como un terrible demonio. Y la segunda, no estaba dispuesta a demostrar ni un solo ápice de dolor que pudiera llegar a complacer al enemigo.

Su mano se dirigió de nueva cuenta hacia su vientre. Había algo dentro de él, lo sabía. Algo que le reconfortaba y, a la vez, le llenaba de melancolía, como si estuviera a punto de perder mucho más que su vida.

Silencio. Un fresco aliento bailó frente a ella. La muerte estaba cerca... Laurent lo estaba. El momento había llegado, se lo anticipó el frío tacto que le tomó por los hombros.

—¡Bella, Bella!

Abrió los ojos, de par en par, al escuchar su aterciopelada voz, y una lágrima recorrió su mejilla al verse reflejada en el único piélago dorado que era capaz de borrar todo tipo de temores.

—Edward... – musitó, casi sin creerlo.

El vampiro la atrajo hacia su pecho, abrazándola con fuerza y alivio.

—Bella, oh, Dios, pensé que no llegaría a tiempo – susurró, antes de que sus labios buscaran a los suyos para saborear su dulzura y, así, convencerse de que era real, de que estaban juntos – Tenemos que irnos – anunció, poco después – Necesito sacarte de aquí

—¿Dónde está Laurent?

—No lo sé – admitió, mientras la tomaba de la mano y la hacía caminar – no puedo leer sus pensamientos. Al parecer, Leila le dio una pócima que evita que yo pueda entrar en su mente. Por eso necesito llevarte a un lugar en el que estés a salvo...

La princesa frenó los pasos y, con ello, sus palabras

—¿Qué sucede?

—¿Insinúas que yo estaré escondida mientras tú arriesgas la vida?

—Bella... – intentó razonar, pero la castaña le silenció con la mirada

—No pienso alejarme de ti, Edward.

—No puedo pelear si sé que corres peligro – explicó – Bella, necesito que tú estés bien para que yo pueda estar tranquilo...

—Y yo necesito estar contigo para respirar – confesó la castaña, mirándole a los ojos – El lugar más seguro que existe para mí está junto a ti, ¿no lo entiendes?

—Eres tan necia – suspiró el vampiro, capturando su rostro con las manos y pegando su frente a la suya – Sigues siendo la misma niña caprichosa de siempre. No has cambiado en nada.

—No – acordó la princesa, sonriendo levemente y alzando los dedos para acariciar sus anguladas y pálidas mejillas – Sigo siendo la misma. Lo único que probablemente ha cambiado, ha crecido, si eso es posible, es la necesidad que tengo de ti.

Edward se inclinó para rozar sus labios. No era el momento, ambos lo sabían, pero simplemente no podían controlar la urgencia que aclamaba unir sus bocas, sus alientos, sus almas.

Los labios de Bella se vieron abandonados y sustituidos por un lastimero gemido. Abrió los ojos y lo que vio, le heló la sangre... Le trituró el alma. E

—¡Bella, corre! - exclamó Victoria, traspasando con su espada el estomago de Edward. Pensando que la cercanía de éste implicaba peligro – ¡Huye! Yo me encargaré de esta bestia.

Y entonces, la castaña comprendió a la perfección el plan de Laurent. Y debía admitir que éste no había tenido error alguno. La pelirroja había atacado al que, creía ella, había asesinado a su esposo; sin imaginar que el verdadero homicida se encontraba en algún lugar del castillo, disfrutando de su victoria.

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El corazón de Renne amenazaba con dejar de palpitar, mientras veía a su pequeña hija correr frente a ella, abriéndose camino y esquivando a los vampiros con su espada, arriesgando su vida con cada movimiento ágil de su cuerpo.

Había sido de un momento a otro cuando las bestias se habían desplazado por todo el castillo, rompiendo todo tipo de seguridad posible. Ahora, cada paso que daban era un juego de azar para sus vidas. Y la reina sólo temía por la vida de su hija. Si algo no podría soportar sería ver morir a su propia sangre frente a sus ojos.

—¡Alice! – exclamó Renne, al divisar que se aproximaban un par de feroces fieras,

La pequeña acomodó rápidamente su menudo cuerpo para atacar. Un par de gotas de sudor se resbalaban por sus sienes y su delicada expresión lucía feroz mientras blandía la espada y atizaba, con ésta, letales cortadas en las duras pieles como piedras.

Toda su concentración se reducía a eso: a descuartizar vampiros para poder llegar a un lugar seguro, si es que lo había. No estaba dispuesta a morir, no cuando sabía que él llegaría en cualquier momento.

—¡Cuidado, Alice! – le previno su madre.

Se giró inmediatamente para encarar al enemigo y, sin perder tiempo alguno, atacó.

Un jadeó se escapó de su pecho al contemplar que la filosa hoja era bloqueada, hábilmente, por un par de níveas manos. Luego, alzó la mirada y todo tipo de miedo se esfumó.

—Jamás pensé que algo tan frágil podría resultar ser tan mortal – sonrió el vampiro.

La espada cayó al suelo instantáneamente y, olvidando que su madre se encontraba a pocos metros de ahí, la princesa se lanzó a sus brazos

—Jasper – musitó – No sabes cuánto me alegra verte, tenía tanto miedo.

—Lo siento – sus labios besaron su frente – Yo también tenía miedo, no sabes cuánto, de no encontrarte. Pero ya esto aquí y no dejaré que nada malo te pase...

—Alice... – la voz de Renne llamó la atención de ambos.

La princesa y el vampiro se alejaron inmediatamente.

—Madre, sé que te encuentras confundida – dijo la muchacha, mordiéndose nerviosamente el labio inferior – pero no es momento para dar explicaciones. Por favor, confía en mí y en Jasper. Él ha venido a ayudarnos. Te prometo que después, mi padre y tú sabrán lo que realmente ha sucedido.

Renne abrió la boca, intentado decir algo, pero no halló la forma de mover la lengua. Estaba petrifica, aterrada... conmovida. Jamás había visto los ojos de su hija refulgir de tal manera.

Retrocedió automáticamente para cuando el vampiro se acercó.

—Alteza, debemos irnos – anunció Jasper y, repentinamente, la reina experimentó una calma infinita. Alice sonrió y le dedicó una mirada significativa al rubio.

—De acuerdo – accedió Renne, notoriamente relajada. Aunque cierto escalofrío se hizo presente en su espinazo para cuando las gélidas manos del vampiro la tomaron por los brazos.

—Disculpe la osadía, pero será más fácil de esta manera. ¿Alice...?

—Puedo correr lo suficientemente fuerte, cariño – calmó la muchacha, guiñándole un ojo – ¿A dónde vamos?

—Al bosq...

—¡No, Victoria, detente por favor!

—Bella... – reconoció la princesa, fría de miedo, observando cómo el rostro de Jasper se ensombrecía, mientras bajaba a su madre de la espalda

—Alice, el bosque está despejado. Corran hasta llegar al fondo y escóndanse lo mejor posible. No salgan hasta que yo las encuentre...

—Jasper – interrumpió la pequeña – ¿Qué ha pasado?

—Parece ser que la princesa Victoria ha herido a Edward – contestó el rubio, dirigiendo su temerosa mirada hacia una de las torres del castillo.

No lo diría en voz alta, pero, un perturbador olor llegó a su nariz... presagiando la muerte.

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Capítulo 28: Batalla Final, parte II.

—No – volvió a repetir Alice, con firmeza.

Jasper suspiró y le miró reprobatoriamente. Ella no iba a desistir. Aún así, lo intentó una vez más.

—Al, el castillo está rodeado de vampiros, hechiceras, hombres lobos...

—Lo sé. También sé que mi hermana está ahí. Al igual que mi padre y Emmett. Necesitan de mi ayuda. Además, no pienso dejarte solo.

El rubio le dedicó una mirada a Eleazar, quien acaba de llegar hacía poco, anunciando que los vampiros que Laurent había mandado al bosque habían sido completamente aniquilados.

—Ni si quiera pienses en usar tu poder conmigo, así como lo hiciste con mi madre – advirtió la pequeña, señalando a una desvanecida Renne – me arrastraré si es necesario para seguirte.

Jasper suspiró, con amarga resignación.

—Eleazar, llévate a la Reina a un lugar a salvo – pidió, mientras tomaba a una complacida Alice entre brazos y la acomodaba sobre su espalda

—Mandaré a más hombres en ayuda – asintió el vampiro – Nuestro señor ya ha de estar dentro del castillo, con alguno de nosotros, pero me imagino que no ha de ser suficiente.

—Esperemos que Carlisle esté con Edward – musitó el rubio, un segundo antes de comenzar a correr y escalar los muros que le llevarían de regreso hacia el castillo.

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—¡No, Victoria! – Gritó la castaña, cubriendo con su cuerpo a Edward – ¡Detente, por favor! ¡No le hagas más daño!

La pelirroja detuvo su ataque al instante. Sus ojos dilatados expresaban su enorme desconcierto, mientras la rabia comenzaba a arderle en la piel.

—Hazte a un lado, Bella – siseó, más la muchacha no se movió ni un solo centímetro – ¡No sabes lo que haces! ¡Recuerda quién es él! – Exclamó, pensando que su cuñada se encontraba bajo un embrujo, cuando la situación era todo lo contrario – ¡Esa bestia mató a tu hermano!

—No – contradijo la princesa – no fue él quien mató a James.

—¡Yo lo vi!

—¡No! Lo que viste fue una mentira. Una trampa que Laurent creó para todos nosotros

—¿Laurent? – Repitió Victoria, altamente confundida – ¿Quién es Laurent?

—El que mató a tu marido, ni más ni menos – contestó una gruesa voz detrás de su espalda.

La pelirroja giró el cuerpo y tuvo, al frente, a un feroz vampiro, de cabellos negros y piel aceitunada.

—Gracias, su "Majestad" – agregó la bestia, con su carmesí mirada inyectada de placentera burla – No sabe de cuánta ayuda me ha sido. Es un lastima que el príncipe James esté muerto y no haya podido ver los grandes dotes de guerrera que posee. Estoy seguro, hubiera estado muy orgulloso

—James... – musitó la viuda. El que su nombre fuera mencionado por los labios de ese demonio le desquebraja el corazón de pena y furia – ¿Cómo pudiste...?

—¿Cómo? Ah, Fue muy divertido y fácil. Sólo bastó hundir mis dientes en su piel y disfrutar cada pequeño sorbo de su sangre, mientras sentía cómo la vida huía de su cuerpo.

El rostro de Victoria se crispó de dolor, sus dedos se apretaron alrededor de la empuñadura de la espada.

—Te voy a matar...

Laurent soltó una carcajada.

—¿En serio? No lo creo. Tú única presa ha sido, y será, ese pobre bastardo– echó una rápida mirada hacia Edward, quien yacía en brazos de una angustiada Bella – De verdad, te estoy muy agradecido. Y, para demostrártelo, te haré un favor enviándote al mismo lugar en el que se encuentra tu esposo. Seré rápido, ya verás – prometió, acercándose lentamente – no sentirás absolutamente nada.

—¿Y quién ha dicho que yo dejaré que me toques? – Siseó Victoria, mostrando el filo de su espada de modo amenazante – Bella, sal de aquí

La castaña respingó.

—¡Sal de aquí! – repitió, sin dejar de mirar al enemigo – Es lo menos que puedo hacer por ustedes. Lleva a Edward a un lugar en el que pueda descansar... Espero que no sea muy tarde

La perplejidad de Bella se esfumó al contemplar la determinación de su cuñada y sentir que Edward se tensaba cada vez más entre sus brazos. Se puso de pie y, empleando toda su fuerza, apoyó al vampiro sobre sus hombros.

—¡Pero qué... "conmovedor"! – replicó Laurent, al notar cómo Victoria estaba decidida a proteger a aquella pareja – Pero le recuerdo que, haga lo que haga, sus sueños ya están perdidos, calcinados, como el cadáver de su esposo.

La pelirroja sonrió, mientras sus pies se movían al compás defensivo. Estaba consciente de la alta probabilidad que había de morir, pero no sentía miedo.

Morir. Si, definitivamente, esa sería su mejor opción. Vivir toda una eternidad sin él era como permanecer en el más frío de los avernos... Más sin embargo, tampoco estaba dispuesta a irse sin dejar a esa bestia hecha pedazos.

La hoja de su espada crujió al bloquear la primera embestida y sus brazos y piernas sintieron la sobrenatural fuerza de Laurent. Sonrió. La adrenalina corría por sus venas con cada nuevo ataque dado y recibido. La voz de James cantaba dulcemente en su mente, dándole valor y fuerza; prometiéndole que todo iba a estar bien, que él estaba con ella como antes, como ahora y como siempre...

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Uno, dos, tres espadazos. Emmett se movía con astucia, protegiéndola vivazmente, mientras se abría paso entre los enormes lobos que bramaban con infinita rabia.

—¿Por qué no los podemos matar? – quiso saber Rose, lanzando una de sus flechas

—Por que son mis amigos, cariño – contestó el rey, con una traviesa sonrisa.

La rubia puso los ojos en blanco. Si no fuera por que amaba tanto a ese hombre... ¿Cómo podía alguien disfrutar tanto el estar en peligro?

—¡Cuidado! – exclamó Emmett, apartándola de una feroz mandíbula

—¿Tus amigos? Pues, créeme que no lo parecen – replicó, mal humorada al comprobar que su vestido había sido desgarrado – ¿Desde cuando tus amigos intentan matarte?

—Vamos, amor. Sólo hay que dejarlos inconscientes para que tú puedas deshacer el hechizo que les ha vuelto así de violentos

—Genial – resopló ella – ¿Ahora hasta tendré que curar a los perros?

—No, querida – interrumpió Leila – Por supuesto que ese no es el futuro que tú mereces, en absoluto.

—¿Qué haces aquí? – exigió saber la rubia

—Lo he pensado bien, querida, y creo que, por mucho que me duela perderte, será peor saber que tu vida se reducirá a la mediocridad. Definitivamente, sólo puedo ofrecerte dos opciones. No le haré daño a tu preciado hombre – anticipó – pero aléjate de él y ven conmigo. O tendré que matarte y matarlo a él, por supuesto...

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Dejó caer el cuerpo del vampiro al suelo, con el mayor cuidado posible.

—Edward – musitó en medio de la oscuridad, con la zozobra ahogando sus palabras.

No habían avanzado mucho, sólo lo que sus pies, descalzos y heridos, habían soportado. El peligro todavía andaba alrededor, podía sentirlo, sabía que Victoria no podría sola contra Lauren. Necesitaba hacer algo para ayudarla. Necesitaba regresar por ella... pero, egoístamente primero, estaba el hombre que se hallaba entre sus brazos

—Edward... – volvió a llamar y la poca calma que retenía se le esfumó al palpar sus anguladas mejillas, tan exageradamente pálidas y frías como la nieve, sin el menor atisbo de color, sin el menor indicio de vida...

Un colosal hueco comenzó a abrirse paso violentamente en su interior; desgarrando su corazón con tortuosa lentitud. ¡Cuánto daría por estar en ella en su lugar, sufrir lo que él estaba sufriendo! ¡Cuánto dejaría con tal de retroceder el tiempo y evitar que esto sucediera!

El vampiro tenía los ojos casi cerrados y parecía no respirar. Estaba mal, de eso no cabía duda, la herida que Victoria le había hecho era grande, lo suficiente para inyectar una alta dosis de veneno, y éste mismo se expandía, cada vez un poco más, por su cuerpo.

—Edward, por favor – capturó su rostro entre sus manos, obligándole a mirarle a los ojos.

El muchacho esbozó una ligera sonrisa, para intentar, inútilmente, tranquilizarla, mientras que sus temblorosos dedos se alzaban para acariciar su mejilla.

—Bella... ¿Por qué lloras? – la pregunta era tonta.

—Tengo miedo – admitió, con voz ahogada.

—No lo tengas – cuchicheó él – Siempre estaré contigo...

Un silencioso gemido de dolor le impidió seguir hablando. Quemaba, el veneno introducido en su cuerpo ardía como las mismas llamas del infierno, pero esto era nada en comparación al punzante aguijonazo que le laceraba el pecho al contemplar el rostro de Bella, bañado de dolor por su culpa.

—No es nada – calmó, en cuanto pudo hablar, con el poco aliento que le restaba – Por favor, no llores. Estoy bien. Pasará pronto...

La castaña asintió e hizo todo lo posible por reprimir sus lágrimas.

Sabía que Edward estaba mintiendo. Sabía que él haría todo, hasta soportar el dolor en silencio, con tal de no hacerla sufrir. ¡Qué absurdo era tan sólo el imaginarlo! Si ellos dos eran como una sola alma, imposibles de separar, imposibles de romper. La unión que los ataba era tan briosa que, no importaba lo que se hiciese, cada paroxismo, cada sentimiento que experimentaba uno, lo percibía el otro con la misma fuerza, con el mismo ímpetu y la misma naturalidad.

Eran la unión perfecta, desde pequeños había sido así: un acoplamiento sin errores. Ninguno era complemento del otro, lo suyo era mucho más especial. Lo suyo no era cuestiones de pedacitos faltantes, si no de una entera e integra necesidad. Edward para Bella era como el oxígeno. Bella para Edward era como la sangre; cada uno indispensable para la vida del otro.

Sangre... La palabra retumbó en la mente de la castaña y sus ojos destellaron con esperanza. ¿Cómo es que no se le había ocurrido antes? La sangre de la Realeza fortalecía a los vampiros, mucho más que la de los humanos. Quizás... si Edward bebía un poco de ella, el veneno perdería efecto.

Había que intentarlo. Atropelladamente, se arremangó la manga de su camisa y alcanzó una de las flechas.

—No – frenó Edward, adivinando sus intenciones

—Necesitas alimentarte – le ignoró – y mi sangre te hará más fuerte.

—Bella, ¡No! – Repitió el pálido muchacho, con la mirada aterrorizada – ¿Estás loca? ¿Acaso no sabes lo que eso podría significar?

—Si. Tu recuperación

—¡No, Bella! – Bramó, ignorando la fuerte punzada que nacía con ello. La castaña le miró a los ojos y tomó su afligido rostro entre sus manos

—No harás nada que me haga daño – confió, con voz dulce

—Puedo no controlarme y morderte. Sólo eso bastaría para... para...

Demasiado tarde. Bella había insertado ya la punta de la flecha en una de las venas de su muñeca y una pequeña fuente de sangre brotó de inmediato.

Edward dejó de respirar automáticamente, pero no pudo gobernar el oscurecimiento de sus ojos, delatando su sed. La castaña aproximó su mano hacia su rostro, tenso y compungido.

—Edward, es la única solución que hay – murmuró – Podrás controlarte, yo sé que lo harás – y, sin pedir más consentimientos, pegó la herida sangrante a la reticente boca que tembló al sentir su espeso calor acariciarla.

Con un exiguo jadeo, Edward se rindió y abrió los labios, sintiendo, con la punta de su lengua, como el tórrido flujo penetraba en su garganta y enardecía su piel.

Su mente se nubló ante el esplendido y ardiente sabor degustado. Sus manos apretaron el brazo de Bella con fuerza, para que la sangre se expulsara con mayor intensidad.

Parecía no tener suficiente de ella mientras su lengua relamía, una y otra vez, sin extasiarse. Si tan sólo pudiera tener un poco más... sólo un poco más. Saborear ese cáliz divino directamente de sus venas...

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—¡Jasper, mira! – señaló Alice al moreno chico tendido sobre el piso.

El rubio frenó su marcha, depositó a Alice al suelo y, dejándola varios metros atrás, comenzó a acercarse.

—Estuvo con tu hermana – dijo, al percibir olor.

—¿Está muerto?

—No. Sólo inconsciente. Parece ser que también tuvo un enfrentamiento con Laurent – frunció el ceño, desconcertado, pues se suponía que los licántropos ahora estaban a favor de esa bestia.

—¿Por qué él no mata a mata a los hombre lobos?

—Por que los quiere como sus mascotas. Y, al parecer, éste es el más fuerte de todos... Sería un desperdicio para él aniquilarlo.

Estiró una mano para tocarlo y, cuando las puntas de sus dedos apenas alcanzaban su hombro, el chico despertó, con un fiero y violento gruñido.

—Jacob – reconoció entonces Alice.

El moreno fijó su mirada en ella, tranquilizándose con ayuda de Jasper.

—Princesa Alice

—¿Qué ha sucedido? – preguntó la pequeña, acercándose

—No lo sé – admitió el licántropo, con sincera preocupación – lo último que recuerdo fue que su hermano... el príncipe James...

—Está muerto – asintió ella, sin poder evitar infligirle a su voz una triste nota

Jacob empuñó las manos y tensó la mandíbula.

—¡Fueron esas bestias! – bramó en dirección de Jasper. Alice se apresuró a ponerse en medio

—¡No, espera! Déjame explicarte – pidió – Él no está en nuestra contra. Hay muchos vampiros que están aquí para ayudarnos. Por favor, trata de recordar, tus hombres están bajo las órdenes del enemigo. Nos están atacando y es por culpa de una hechicera.

—Leila – recordó entonces y una serie infinita de imágenes llenaron su mente – Bella – jadeó poco después – Tu hermana, ¿dónde está?

—No lo sabemos. Venimos en su búsqueda, pero...

—Laurent, ese maldito la venía siguiendo.

—¿Laurent?

—No debe atraparla. Él no debe saber lo que ella... No puede herirlas

—Jacob, ¿De qué hablas? – Exigió saber Alice, obligando al licántropo a mirarle a los ojos – ¿A quién no puede herir? ¿Quiénes son ellas?

El moreno hizo una pausa antes de hablar.

—Tú hermana, Isabella... está embarazada.

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La castaña ahogó un gemido ante la fuerte presión que oprimía sus brazos. Estaba bien, suponía. Edward se recuperaría, así que esa pequeña punzada que amenazaba con romperle los huesos era nada en comparación.

El ligero sonido reprimido en su garganta llegó a los oídos del vampiro, aclarándole la mente justo cuando sus dientes comenzaban a abrirse para enterrarse en su frágil piel. Edward se alejó frenéticamente, con los ojos levemente enrojecidos y jadeando de terror nada más de pensar en lo que estuvo a punto de hacer.

Bella sonrió, aunque ahora era ella quien lucía más pálida de lo habitual.

—Lo siento – se acercó, tomando su rostro entre sus manos, con la garganta ardiéndole como nunca antes. No lograba recordar momento en el que ansiara tanto la sangre de alguien. No lograba recordar momento en el que su amor por Bella fuera puesto más a prueba que ese instante – Cariño, cuánto lo siento.

—No pasa nada – tranquilizó la castaña, feliz de ver que la abertura que ahoyaba su estomago había cerrado – ¿Ves? Te dije que confiaba en ti.

—Eres tan imprudente – la jaló él hacia su pecho y depositó pequeños besos sobre su rostro – ¿Por qué siempre te arriesgas tanto por mí? ¿Acaso no sabes que tú eres mi vida entera?

—Lo sé – dijo ella – Y tú sabes que lo mismo siento yo por ti. Así que deberías de comprender que te hubiera dado hasta la última gota de mi sangre con tal de salvarte, por que tú habrías hecho lo mismo si estuvieras en mi posición.

El vampiro ya no dijo más, pues las palabras de Bella eran más que ciertas, sólo se limitó a abrazarla con más fuerza, preguntándose qué era lo que había hecho para merecer tener a su lado al más hermoso de los ángeles.

Inhaló la fragancia de su pelo y comprobó que era fácil ignorar el ardor de su garganta si se centraba en lo cálida que era. Pero había algo más, pudo sentir. Otra reconfortante tibieza ¿De dónde provenía? Se alejó un momento, tratando de descubrirlo...

—Victoria – recordó Bella en ese momento, distrayéndolo – Está con Laurent

—Vamos por ella – asintió rápidamente

—¿Cómo te sientes?

El vampiro sonrió, enternecido por ese castaño brillo protector

—Estoy bien – afirmó, paseando suavemente la punta de sus dedos por su pálida mejilla – Dispuesto, más que nunca, a protegerte...

El estridente sonido de una carcajada interrumpió. Edward rápidamente cubrió a Bella con su cuerpo, estirando los labios hacia atrás y mostrando los dientes en clara señal de amenaza.

La morena tembló. No sólo por lo que estaba a punto de suceder, si no por la cruel imagen de Victoria, quien era arrastrada, como el peor de los animales, por Laurent, dejando un camino de espesa sangre a su paso.

—Suéltala – siseó Edward.

—De acuerdo – accedió el malvado, despidiéndola inmediatamente contra ellos.

Bella se inclinó para ayudarla, más era inútil; la pelirroja tenía varias mordeduras alrededor de su cuello y brazos y el veneno ya le estaba empezando a dificultar la respiración.

—Victoria – susurró. La mujer abrió débilmente los ojos.

—Bella. Discúlpame. No sabía... Yo sólo quería... Pero no pude...

—Shhh. No hables – tranquilizó ella, enjuagando las lagrimas su rostro cenizo – Todo está bien...

La moribunda sonrió.

—Dentro de poco estaré con él... con tu hermano.

La castaña asintió, contemplando que, a pesar de su agonía, lucía, en cierto modo, feliz. Y lo entendía, entendía que para Victoria no había nada mejor que ir a donde James estaba. Cuando dos personas se aman son como las alas de un ángel, tienen que estar ambas, de otra manera, no se puede volar.

Un bestial gruñido le erizó la piel. Volvió el rostro y el corazón se le encogió. Edward y Laurent estaban en posición de ataque. Inconscientemente, su mano apretó la de Victoria.

—La vida es imparcial – musitó la pelirroja – todo pasa por algo... – y después, sus ojos se cerraron. Su respiración cesó.

Bella parpadeó para reprimir las lágrimas. No era tiempo para llorar y lo sabía. Dejó caer el femenino cuerpo al suelo y alcanzó su flecha y arco, llamando la atención de Laurent.

La diabólica mirada de éste se centró en su persona.

—Mis respetos, "señor", Ha probado la sangre de la princesa y no la ha matado. Yo no habría podido hacerlo.

Edward tensó la mandíbula ante el enfermizo deseo que se destilaba en sus ojos. La castaña dio, indeliberadamente, dos pasos hacia atrás, llevándose las manos a su vientre. Respingó al percatarse que lo volvía a hacer y frunció el ceño, confundida. ¿Qué sucedía? Laurent lo descubrió más rápido y la más pura de las iras se reflejó en sus pupilas

—¡Un hibrido! – bramó, lanzándose hacia ella, tan cegado por la rabia, que Edward no tardó en bloquearle el camino.

El enemigo expulsó un fuerte y endemoniado gruñido, el cual fue correspondido de la misma manera.

La sangre huyó del rostro de la castaña, en el momento justo en el que ambos inmortales efectuaban los primeros movimientos que los llevaría a iniciar, realmente, una batalla.

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—Rose – la detuvo Emmett por el brazo – ¿Qué haces?

Ella se giró para encararlo. Sus azules ojos le miraron con amor. Sonrió y alzó una de sus manos para acariciar sus mejillas

—Me voy, Emmett...

—No – espetó el moreno, acorralando su rostro entre sus manos

—No puedo desafiarla – susurró, mirando a Leila, quien permanecía a pocos metros de ellos, con una postura desinteresada, pero al mismo tiempo, tensa – Ella es mucho más fuerte que yo. Te mataría y yo no podría hacer nada para evitarlo... Emmett, mi amor, creo que puedo vivir aún si no estás a mi lado; pero, si tú murieras, a mí no me queda nada. Aún si yo tampoco viviese, el pensar que no existirás me es una idea cruel, insoportable.

—Lucharemos – dijo él, incapaz de decir más – lucharemos, Rose. Juntos podemos derrotarla...

Leila soltó una carcajada

—¡Pero qué ingenuo eres, muchacho! ¡Vencerme! ¡Qué reverenda tontería!

Emmett la ignoró. Sus ojos sólo miraban a los de Rose, suplicantes y llenos de anhelo y miedo.

—Dices que no puedes soportar la idea de verme morir – susurró – Yo no puedo soportar la idea de no luchar por tu amor – apretó sus manos alrededor de la empuñadura de su espada – no dejaré que esa bruja nos separé así tan fácilmente.

La rubia intentó discutir, pero la profunda mirada de él la silenció y la llenó de valor.

—¿Qué es la vida sin ti? – preguntó Emmett, mientras acariciaba su mejilla

Ella sonrió. No había necesidad de contestar

—¡Qué ridiculez! – Escupió Leila, mirando con sumo desagrado la unión de sus manos – ¿En verdad es eso lo que quieres? –Retó por última vez a su sobrina – ¿Desafiarme, morir, sólo por este insignificante hombre?

—Si – la voz de Rose fue segura, firme.

La otra hechicera dibujó una extraña sonrisa. Después, efectuó un movimiento de manos casi imperceptible, pero que ella advirtió de inmediato.

—Prepárate – anticipó, acomodando una de las flechas en el arco – Tus "amigos", los perros, vienen de regreso. Y no precisamente a ayudar.

—Todos ellos están a mis órdenes. Harán lo que yo les diga.

Los lobos aullaron, dándole valor a sus palabras. Parecían bestias salvajes, endemoniadas, dispuestos a arrasar con todo lo que se les pusiera al frente. Rose volvió a temer por la vida del hombre al que amaba, pero éste apretó con fuerza su mano y le sonrió, un momento antes de correr al encuentro con los licántropos.

La ayuda no tardó en llegar, afortunadamente. Alice, Jasper y Jacob aparecieron poco después, haciendo de ese escenario una batalla más equilibrada. La rubia sabía lo que tenía que hacer. Sus ojos buscaron a Leila, hallándola detrás de la pelea recién surgida; esperándola. Caminó hacia ella, abriéndose paso entre las bestias, desafiándola con la mirada, con el arco y la flecha dispuestos a atacar.

Ella también le esperaba, con espada en mano. Aunque ambas sabían que las armas estaban ahí de más. Todo esto dependía ahora de sus poderes. Leila fue la primera en atacar, embistiéndola ferozmente contra la pared.

Rosalie también gruñó y, con un movimiento de manos y pies, la empujó hacia atrás, ganando al mismo tiempo una cortada en el brazo que ella correspondió con una patada ágil y directa que marcó el rostro de la otra hechicera.

Todo pasó rápido después. Rose se concentró en atizar su espada en el pecho de la otra hechicera, dejándola inmovilizada contra una de las paredes; pero no había acabado aún. Lo difícil venía ahora, cuando sus poderes, finalmente, se iban a enfrentar a los de ella.

Tomó ligeramente un poco de aire, obteniendo fe en sí misma, y después se inclinó frente a la mujer que le sonrió con actitud arrogante.

—No podrás hacerlo – dijo, pero le ignoró.

Con un movimiento decidido, posicionó su mano sobre el plateado tatuaje que se dibujaba en el cuello de su tía. La marca de sus razas, el centro de sus poderes, el símbolo de su inmortalidad. La única manera que tenía una hechicera de acabar con otra era deshaciendo ese tatuaje, para absorber sus poderes.

Leila también lo sabía, su mano atrapó el cuello de Rosalie, sin que ésta pudiera evitarlo. Y ambas mujeres empezaron una silenciosa lucha, en donde sus poderes se arremolinaban en ondas color violeta a su alrededor, mientras que, detrás de ellas, Emmett y el resto trataban de doblegar a los feroces licántropos.

La batalla era equilibrada. Para asombro y desgracia de Leila, su sobrina era mucho más poderosa de lo que pensaba, casi tanto como ella. Pequeñas gotas de sudor caían por ambas frentes, mientras los ánimos decían poco a poco.

Quizás todo esto ha sido un error, pensó Rosalie, sintiendo cómo sus poderes le abandonaban, Sólo espero que él se salve...

Un ahogado gemido le hizo respingar.

—¡Emmett! – escuchó exclamar a Alice. La sangre se le congeló en las venas. Leila emitió una sonora carcajada, atrayendo su atención

—Tu Rey va a morir...

—No – musitó ella, temblando – ¡No! – y, con una desconocida fuerza, apretó su mano sobre el tatuaje plateado que desapareció poco después.

No se detuvo a contemplar el cuerpo, ahora tieso y envejecido, de su tía. Sus cansados pies corrieron hacia el moreno que se encontraba tendido en brazos de la pequeña princesa de cabellos negros, haciéndola a un lado para ocupar su lugar.

—Emmett... – su voz rompió el silencio, dándole a conocer que la batalla, aparentemente, había terminado. – Emmett...

—Un... un vampiro lo mordió – tartamudeó Alice – pensábamos que ya habíamos acabado con todos...

—¡¿Dónde está? – exigió saber Rose, apretando con odio su arco y flechas

—Jacob y Jasper le han cazado... Lo siento...

Ya no siguió escuchando. Ya no importaba. Bajó la mirada hacia Emmett y los ojos se le llenaron de lágrimas al comprobar que éste le sonreía.

—Me prometiste que estaríamos juntos...

Él alzó una temblorosa mano para enjuagarle una diminuta gota cristalina que caía por sus pómulos

—Lo estaremos – susurró.

Ella negó con la cabeza

—No quiero promesas que se cumplirán en otra vida... ¡Quiero tenerte aquí, conmigo!

El moreno sonrió y su mano se deslizó hacia abajo, hasta llegar a la parte de su vientre.

—Estaré contigo a través de él. Cuídalo mucho.

La mano de Rose también se acomodó en esa cálida parte.

—No nos dejes... – suplicó. La sonrisa del moreno desapareció.

—Lo siento tanto...

No había nada qué hacer, ella lo sabía. Sus poderes no le permitían manejar ese tipo de destinos. No había magia alguna para ahuyentar a la muerte. Se limitó a apretar sus brazos alrededor de él, con fuerza, para atraerlo hacia su pecho, sintiendo cómo su mano de se enredaba en sus cabellos y su débil voz susurraba secretos "Te amos" en su oído, hasta que su corazón dejó de latir...

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—¡Un hibrido! – Bramaba Laurent sin cesar, mientras Edward frenaba, una y otra vez, sus ataques, entorpecidos por la rabia – ¡Un maldito engendro!

Bella se obligó a salir del pasmo que aquellas palabras le habían causado y cogió una de sus flechas, acomodándolas en el arco, entrecerrando los ojos para buscar la dirección certera. Si bien Edward no ya no estaba en desventaja, los poderes de Laurent seguían siendo grandes y letales. El más pequeño error y las cosas podían cambiar de lugar.

—¡Ella no puede vivir! ¡No puede dar a luz a ese ser que vendrá a romper nuestra naturaleza!

Edward tampoco prestaba demasiada atención a lo escuchado. Lo importante en ese momento era buscar el mejor ángulo para atacar. Un movimiento hacia la derecha, otro hacia la izquierda. Ambos hombres se movían con cautela, engañando y previniendo. Los dos peleando por la misma mujer. Uno para matarla, el otro para protegerla.

Fue de un momento a otro que Laurent logró acorralar a Edward contra una de las paredes y, sin dar tiempo a más, enterró sus manos en su estomago, reabriendo la herida que había cicatrizado tenía poco.

Automáticamente, Bella disparó la flecha en su dirección. La filosa punta del objeto se insertó en la pierna derecha del vampiro, quien, tras impactar ferozmente a Edward contra una de las paredes, se volvió hacia ella.

Su mirada color sangre le hizo retroceder dos pasos. Las manos le temblaban mientras intentaba alcanzar otra flecha. Laurent corrió en su dirección, tan rápidamente, que se volvió borroso para sus ojos. Ahogó un grito para cuando se vio acorralada por un par de frías manos que le estrujaban el cuello. Intentó liberarse, pero era inútil. Sus pies descalzos tampoco eran de ayuda, éstos pegaban contra el pecho del inmortal una y otra vez, sin provocar el más mínimo daño.

El miedo corrió por cada una de sus venas, mientras su mirada se centraba en el desfigurado semblante del hombre que estaba a punto de matarle, no sólo a ella, si no también al pequeño ser que llevaba dentro.

No lo iba a permitir. Ninguno de los dos lo iba a permitir.

Ignorando las punzadas de dolor experimentado, Edward se incorporó lo más rápida y silenciosamente posible y, justo cuando Laurent acercaba su boca hacia el cuello de Bella, lo jaló hacia atrás y tiró hacia el suelo.

—¡Aléjate de ella! – gruñó, para después azotarle la cabeza contra la dura superficie, provocando grietas en ellas.

Laurent ya era incapaz de defenderse. Inútilmente, sus manos intentaban separarlo y, por un casi extinto momento, cuando Edward frenó el movimiento que le arrancaría, de una vez por todas, su cabeza, pensó que lo había logrado.

La imagen de Bella acercándose le borró todo tipo de esperanza.

La castaña se inclinó a su lado y sus ojos le miraron fijamente, con odio y rencor. Luego, alzó una flecha por encima de su pecho. El malvado vampiro tembló, al anticipar lo que estaba a punto de suceder.

—Por favor... – suplicó cobardemente. La princesa dibujó una sonrisa despiadada y, sin esperar a más, ensartó la filosa y envenenada punta del arma directamente en el centro de su estomago

—¡¿Por favor? – Exclamó, mientras hundía la flecha hasta el fondo de la dura carne – ¡Para mi hermano no hubo favores! ¡Para Victoria no hubo favores! ¡Para todos esos hombres que murieron por tu culpa no hubo favores!

Sacó otra de sus flechas y la acomodó en el lado izquierdo de su corazón. Dejó que Laurent sufriera otro poco más, antes de traspasar su corazón y arrancarle la vida por completo.

Dejó caer su cuerpo hacia atrás, recargando su espalda en una de las paredes. Sus ojos buscaron desesperadamente a Edward, a quien encontró casi frente suyo; sonriéndole. Gateó hacia él y, sin poderse contener, se arrojó hacia sus brazos, separándose inmediatamente, al recordar que éste se encontraba herido.

—Lo siento, lo siento... – comenzó a decir, pero un par de gentiles manos capturando su rostro y el sabor de unos tibios besos cubriendo sus labios la silenciaron

—Todo ha acabado – susurró Edward, sin dejar de besarla – estás a salvo. Están a salvo.

La castaña respingó al oír la corrección hecha y, ante la mirada preocupada de Edward, se llevó ambas manos hacia su vientre.

—¿Sucede algo? ¿Te sientes mal...?

—No – tranquilizó, después le miró fijamente – Es sólo que... no lo puedo creer. Esto es tan sorprendente que me resulta casi imposible. Estamos, prácticamente, creando una raza nueva.

Él sonrió y sus brazos la rodearon fuertemente.

—Única. Nuestra hija será única.

—¿También tú tienes esa sensación de que será una niña?

—Una niña hermosa.

Entonces, Bella recordó: —¿Dónde está el resto?

Edward asió su mano y la ayudó a ponerse de pie

—¿No te duele? – preguntó ella, al ver la herida de su estomago

Él dudó un poco antes de contestar

—Tu sangre me ha vuelto fuerte, ¿ves? Ya está cicatrizando – señaló, para después incendiar el cuerpo de Laurent – Vamos a buscar a los demás.

—¿Crees que estén bien?

—Esperemos que sí. Mi padre está cerca – añadió, al detectar los pensamientos de Carlisle – al parecer también el Rey Charlie y...

—¿Qué pasa? – Preguntó la castaña, ante su repentino silencio – ¿Edward?

—Vamos – la jaló dulcemente para que caminara

—Espera – frenó ella —¿Qué pasa si mi padre nos ve entrar juntos?

—No creo que eso sea un problema. Al parecer, tu familia se ha logrado dar cuenta que varios de nosotros hemos venido en su ayuda.

—Algo anda mal y no me lo quieres decir...

Él se inclinó para besar su frente, lo cual tampoco ayudó a relajarse. Siguieron caminando en completo silencio, hasta llegar al salón del Trono. Edward se hizo a un lado para permitirle el paso, ella le miró antes de traspasar la puerta y, cuando así lo hizo, un viento helado le recorrió la espalda...

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Bueno mis niñas estos fueron el penultimo y el ultimo capitulo de este fic solo nos queda el epilogo pero ese se los subo el proximo martes. Dejen su comentario para saber que tal les parececió porfaa

las kiero muchoo

besitooos

anitaa cullen:)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanto chuta espero que digan el embarazo de rose y bella que seria de lujo me encanto la historia tocaya