Dark Chat

lunes, 23 de noviembre de 2009

GHOTIKA

Si la tempestad ha de producir luego esta calma,

soplen en hora buena los vendavales, levántense las olas y alcen las naves
hasta tocar las estrellas, o las sepulten luego en los abismos del infierno.
¡Qué grande sería mi dicha en morir ahora!
¡Tan rico estoy de felicidad, que dudo que mi suerte me reserve un día tan feliz como éste!
Otelo - W. Shakespeare


Capítulo 26: Horas Finales

Edward Cullen seguía disfrutando de aquel sabor, que le deleitaba, que le embrujaba, que le privada de toda coherencia… Era una esencia divina y única. No lograba converger las palabras necesarias y justas para poder describir todo lo que sentía. Mientras se lengua se sumergía y exploraba aquella cueva de dulzura, su mente trataba de convencerse que debía de parar, que el dejarse llevar podría tener consecuencias graves… incluso, fatalmente irrevocables. La sangre que en la boca de la muchacha había probado, había sido deliciosamente absorbida por sus labios, suplantando aquel rojo líquido por la dulce y fresca esencia de su saliva.



Bella apretó fuertemente sus dedos en el cabello del muchacho, cuando éste intentó alejarse. Si bien su respiración se estaba extinguiendo y su corazón amenazaba con frenar definitivamente por aquel alocado palpitar, aún no estaba preparada para dejarlo ir. Todavía no había tenido suficiente de aquel elixir que le enloquecía, aún necesitaba embriagarse más por aquel sabor. No importaba si moría en ese momento, pues se encontraba junto a él. La idea de la defunción nunca antes se le había presentando de manera tan desairada. ¡Qué viniera el Diablo, y todos sus demonios, si así lo quería! Poco le afectaría en ese momento si el mundo sucumbía en llamas. Ella ya se encontraba en su propio infierno de placer.


Su cuerpo fue cayendo hacia atrás, siendo empujado, delicadamente, por su vampiro. Sintió el blando colchón sostener su espalda y unos fríos y suaves labios descender por su clavícula y cuello. Cerró sus ojos y se dejó llevar por las manos que se paseaban por sus brazos y comenzaban a levantar el vestido. Un suspiro se escapó de sus labios, haciendo sonoro el placer que le embargaba cada poro de su piel. Edward, quien se había dejado vencer por la insensatez, dejaba que sus manos acariciaran y se deleitaran con la delicada piel que palpaban. Tan hechizado se hallaba por la magnificencia de aquella cálida figura humana que fue incapaz de percatarse de los pasos que se aproximaban hacia su habitación y abría la puerta sin dar un previo aviso.


“Lo siento” – exclamó la hermosa muchacha, con ojos dilatados y expresión avergonzada, mientras Edward se alejaba de Bella, con un movimiento borroso.


“Rose...” – susurró, en medio de jadeos – “¿Pasa algo?”


La rubia y exquisita vampiro se concentró para no soltar la risita que amenazaba por curvear sus labios y, manteniendo una falsa actitud seria e indiferente, decidió anunciar


“Carlisle te llama. Hay una reunión con nuestros maestros. Es necesario que Bella también vaya, ya que se discutirá sobre su conversión. Te han estado solicitando mentalmente” – agregó, sin poderse resistir – “Pero ahora creo saber por qué no te diste cuenta”


Bella bajó la mirada, ocultando sus mejillas sonrojadas con su espeso y alborotado cabello color caoba.


“Estaremos ahí de inmediato” – prometió Edward con voz firme, tratando de ignorar la broma de su hermana.


“Que así sea” – dijo la chica, regalándole una sonrisa significativa, antes de salir.


El silencio no se hizo esperar en cuanto la gótica pareja quedaron solos. El ambiente pasional había sido exterminado y reemplazado, en su totalidad, por una fuerte congoja por ambas partes. Pasaron alrededor de unos cuatro minutos, para que Edward pudiera aclarar su garganta y hablar.


“Vamos” – susurró, mientras se atrevía a estrechar las manos humanas contra las suyas – “Es momento de que se decida para cuándo serás transformada en uno de nosotros”


Bella asintió y, tras ponerse de pie y dejarse guiar por el pálido muchacho, llegó al salón en el que, antes del amanecer, habían arribado. Levantó la mirada y se volvió a encontrar con el mismo anciano vampiro que tan animosamente le había dado la bienvenida. Así mismo, visualizó, al lado de éste, al hombre rubio y a otro par más, vestidos con la misma gala oscura e imponente.


“Isabella, ese es tu nombre, ¿Cierto?” – habló el inmortal de cabellos blancos, el cual se llamaba Cayo.


“Si, señor”


“¿Te ha informado Edward el por qué estas aquí?”


“Si, señor” – volvió a repetir


“Ese tema tiene dos diferentes clímax, Cayo.” – interrumpió Edward – “Pues mi por qué no es mismo que el tuyo”


“Eso es cierto” – admitió el aludido, con la misma inexpresividad en su rostro – “Tú la has traído aquí por que dices amarla; pero si bien te recuerdo, esto no es un club a donde se vienen contar historias bonitas de amor. Esto es una familia de guerreros, elegidos, dispuestos y entrenados para proteger nuestras leyes. Así que, Isabella, si estas aquí, es principalmente por que posees un don, el cual será de mucha ayuda para todos nosotros”


La muchacha asintió, incapaz de articular silaba alguna


“Así pues, es necesario que abandones tu vida como mortal para internarte en nuestro mundo” – continuó hablando – “Mis hermanos y yo hemos discutido al respecto y hemos llegado a la conclusión de que, para mañana en la caída del crepúsculo, será cuando alguno de nosotros cuatro te proporcione nuestra ponzoña”


“¿Alguno de ustedes cuatro?” – repitió Bella, sin poder ocultar su confusión y, al comprender, sin necesidad de una respuesta, a lo que se estaba refiriendo el vampiro, volvió su cuerpo hacia Edward – “¿No serás tu quien lo haga?”


El aludido bajó la mirada, por lo cual ella comprendió su respuesta con aquel silencioso gesto. Chasqueó los dientes y, sin que pudiera evitarlo, su respiración se volvió pesada.


“No temas” – se acercó Esme – “Todo estará bien, querida”


Eso está en tela de juicio, pensó Bella.


Su humor no mejoró al salir de aquella lujosa estancia y regresar a la habitación de Edward. Ninguno de los dos había abierto la boca para hablar. Ella aún se encontraba demasiado aturdida por la noticia que acaba de recibir y él, se llamaba cobarde y débil, al no sentirse apto para ser quien la trajera a esa nueva vida. Con el mismo silencio, ella se dejó caer sobre la cama y él se sentó a su lado.


“Perdóname” – susurró el vampiro, después de varios minutos de lúgubre mutismo – “No hago otra cosa más que fallarte, una y otra vez. Con cada día que pasa, me siento más indigno de ti, de tu valentía, de tu coraje…”


“No soy tan valiente como me llamas” – contestó Bella, mientras giraba su cuerpo para quedar recargada sobre su costado derecho y así mirar a Edward fijamente – “Ahora mismo, tengo miedo”


“¿Miedo? ¿Por qué?” – se alarmó Edward


“No quiero ser un vampiro… No cuando serán otros labios, diferentes a los tuyos, los que desgarren mi piel”


“Bella…”


“Quiero pertenecerte” – interrumpió – “Quiero ser tuya de todas las maneras. Quiero que, además del amigo y del amante en que te me has convertido, seas mi padre, el que me otorgue esta nueva virtud de vivir por siempre”


Edward escucha cada palabra expulsada de aquellos labios y, al sentir que la duda incrementaba y el deseo de acceder se hacía insoportable, la tomó entre sus brazos y la besó con arrebato y pasión. Bella, quien muy alarmada e inquieta se encontraba, respondió al beso de manera tierna; pero sin dejarse perder por el sabor de los fríos labios que le aprisionaban.


“¿Por qué?” – inquirió, con sus labios aún sobre los de ella – “¿Por qué me pides esto, lo único que me es imposible otorgarte?”


“Imposible no” – discutió Bella


“Te puedo hacer daño”


“Hazlo entonces. No me importa el dolor a tu lado”


“Estás loca, ¿Acaso no te das cuenta de lo mucho que te necesito? No puedo soportar la idea de herirte”


Bella llevó sus manos hacia el pecho de Edward y, con un movimiento débil (pues, en realidad, no quería privarse de aquel sabor tan dulce) pidió que la dejara de besar; sabía que era necesario para tener sus pensamientos en coherencia, aún si ello conllevaba a que la mirada del vampiro se ensombreciera.


“Quiero que seas tu quien me convierta” – sentenció, mirándole a los ojos.


¿Caprichosa? Sería la primera vez que lo fuera, pues consideraba al empecinamiento como un comportamiento infantil; pero, tal y como lo había dicho, no quería, en absoluto, que fuera otra persona quien la sostuviera cuando la ponzoña invadiera su cuerpo. No quería que fuera un veneno ajeno el que secara sus venas y aniquilara los latidos de su corazón… Quería recibir la muerte con el exquisito sabor que solo Edward prometía dar.


“Por favor” – suplicó, mientras sus manos tomaban a las otras, pálidas y frías – “Borra el miedo que me carcome el alma con la promesa de que, mañana, serás tu quien me transforme”


“Bella, por favor”


“No” – volvió a interrumpir, sin poder controlar más la desesperación – “¡Por favor tú, Edward!”


“Pides lo absurdo..."


“Solamente estoy pidiendo lo que, prácticamente, sería mi último deseo como mortal”


“Exacto” – acordó el vampiro, quien también iba perdiendo la suavidad de su voz para convertirla en un sonido frío y afilado – “Si yo te llego a morder, es muy seguro que, en el sentido más literal que pueda existir, ese sea tu último deseo”


“No le temo a la muerte y lo sabes”


“Pero yo si. Yo si tiemblo al imaginar un mundo sin ti”


“¡Jasper lo hizo! ¡Darío también!”


“¡Pero yo no sé si soy tan fuerte como ellos y tampoco me quiero arriesgar!”


“Cuando uno ama toma riesgos”


“Cuando uno ama, se es cuidadoso para no dañar a la persona adorada” – corrigió él y Bella ya no tuvo más palabras con las cuales discutir. Bajó la mirada y apretó sus labios fuertemente, intentando controlar el absurdo llanto que se asomaba y que no pasó desapercibido para Edward, quien la abrazó contra su pecho, terminando con la extensa distancia que se había levantando entre ambos


“Discúlpame” – pidió – “No te puedo explicar todo lo que significas para mi, Bella. Tal vez, si pudiera hacerlo, entenderías el por qué me niego a lo que tu me pides. Cuánto me gustaría, en este preciso momento, encontrar una manera de hacerte saber lo mucho que te quiero”


Bella no habló. Sabía que si lo hacía, una nueva discusión daría comienzo. Aquella noche le había resultado ser la más hermosa y, a la vez, la más triste. Hubiera sido perfecta, si no fuera por el detalle que su novio se negaba a conceder…


“Bella” – insistió Edward, ante su mutismo, acomodando su cuerpo para que su rostro quedara a la altura del suyo, frente a frente – “Dime qué piensas”


“¿Acaso importa?” – respondió, sin intención de ser grosera


“Claro que si”


“¿Cambiara lo que te pueda llegar a decir en tu decisión?”


“No me mires de esa manera, por favor” – pidió el vampiro, con voz suplicante – “Podré soportar todo, menos el hielo de tu mirada”


“Lo siento” – susurró Bella, bajando sus pupilas hacia su regazo. Una gentil mano le hizo volver la mirada a su antigua posición


“Tampoco puedo soportar el no reflejarme en tus ojos”


“Te contradices demasiado” – señaló, para lo cual, Edward sonrió tristemente


“Tu me confundes, ese es el problema” – se miraron por varios segundos, en aquella oscuridad rota por las velas que comenzaban a extinguirse. Él, que aprovechó ese pequeño instante de paz para debatirse y hacer acopio de su valor o sensatez, al fin agregó: - “Si mañana no me logro controlar, susúrrame un te amo, para recordar quien soy”


Bella tardó un segundo en asimilar aquellas palabras


“Entonces…”


“Correré el riesgo” – completó, sonriendo ante la mirada brillante que se presentaba frente a él. La gótica, que demasiado feliz se encontraba por la nueva noticia, no midió sus impulsos ni pensó mucho en retener la forma en que su entusiasmo demandaba por salir.


Se lanzó a los brazos que la recibieron de manera tierna. Su boca buscó, ansiosa, la frialdad de los labios que le enloquecían y sus dedos encontraron su lugar en la suavidad de aquel cabello cobre.


“No dejes de besarme” – pidió Bella, cuando la boca del vampiro amenazaban con abandonarla


“Ya has pedido mucho por hoy” – bromeó Edward, en medio de pequeños y cortos besos – “No sabía que fueras tan veleidosa”


“Yo tampoco” – admitió Bella, mientras levantaba su espalda y no daba oportunidad para que aquellos labios se distanciaran.


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Mientras esta pareja disfrutaba, uno del otro, Darío y Violeta caminaban por las calles de Volterra, tomados de la mano. El viento que soplaba alborotaba la larga y femenina cabellera de la niña, que todo el tiempo se la había pasado sonriendo, hasta que un singular olor llegó a su nariz


“¿Qué ocurre?” – preguntó Darío, tensando su cuerpo y cubriendo a su compañera con la espalda


“Hay intrusos por aquí cerca” – susurró Violeta y, de un momento a otro, frente a sus ojos, aparecieron varias masas pálidas y de tamaño imponente. Darío gruñó por lo bajo, mientras sus manos se tensaban de manera que, pareciera, se iban a formar garras filosas a partir de sus diminutos dedos.


Violeta hizo lo mismo y, mientras Darío impedía el acercamiento de cualquiera de ellos, ella luchaba contra los que se aproximaban por su espalda. Un pequeño descuido por parte de Darío ocasionó que un vampiro depositara una mordida en su brazo izquierdo.


“Darío” – exclamó Violeta, alarmada al pensar que algo más le podía pasar a su compañero


“Estoy bien” – aseguró – “No te preocupes por mí”


Sin embargo, y a decir verdad, si habían muchos motivos para preocuparse...


Los vampiros que les rodeaban se fueron retirando, uno a uno, conforme alguno de sus hermanos iban siendo destruidos por el poder telequinetico del niño inmortal. El hombre que había logrado traspasar su piel, le dedicó una fiera mirada antes de desaparecer. El silencio que quedó, tras la embestida de la que habían sido victimas, no fue algo que pudiera considerarse reconfortante. Violeta corrió hacia Darío y comenzó a examinar la herida que éste tenía.


“¿Estas bien?”


“Si” – contestó, con voz y mirada ausente – “¿No te parece extraño?” – preguntó, volviéndose hacia la niña, quien le escuchaba atentamente – “Decidieron marcharse, de un momento a otro… Importándoles poco dejarnos con vida”


Sus aterradas miradas se unieron en el silencio, hablando sin hablar y entendiéndose sin necesidad de expresarse. Sintiendo como la intranquilidad del peligro que se avecinaba los inundaba, de la misma forma paulatina y latente.


“Tenemos que correr hacia el castillo” – susurró Darío – “Es allá hacia donde van. Lo nuestro fue solamente una distracción, para que tu no pudieras dar el aviso de su llegada”


Violeta asintió y, mientras corrían, había algo que no terminaba de encajar. Si bien las conjeturas de Darío eran muy probables y lógicas, ¿Por qué los habían dejado con vida? Si lo que querían era que no supieran de su llegada, la muerte hubiera sido el mejor silencio… ¿Era posible que ellos aún la quisieran en su aquelarre?... Tenía tantas preguntas y ni una sola tenía una respuesta que le lograra tranquilizar.


Su miedo fue percatado por Darío quien alcanzó su mano y la sujetó fuertemente.


“Todo estará bien. No temas. Nunca dejaría que te alejaran de mí o te hicieran daño”


Al llegar, la pequeña pareja se asombró de encontrar a todos en relativa calma, viajaron la mirada hacia alrededor y no presenciaron nada extraño o inquietante.


“Darío, Violeta” – llamó Marco, al verlos – “¿Qué ocurre?”


“Los Rumanos, señor” – contestó Violeta, acercándose a él – “Hemos sido atacados por ellos tiene pocos minutos; lo extraño es que, tras morder a Darío, se marcharon. Pensamos que se debía a un complot, para tomarlos desprevenidos mientras yo me encontraba lejos y no había forma de hacerles saber su cercanía; pero, por lo visto, parece ser que nuestras conjeturas no han sido acertadas”


“Por aquí cerca no hemos presenciado ni un solo tipo de atentados” – murmuró Marco – “Quizás, solo se trataba de un grupo de nómadas salvajes” – aventuró, mientras se giraba para mirar a sus demás hermanos


“Lo más seguro es que así sea” – repuso Aro – “La guardia ha estado atenta y no se ha percatado de nada que pueda resultar anormal”


Darío y Violeta se dejaron tranquilizar, conforme las horas pasaban y no había indicio alguno de violencia o peligro; más aún así, la niña presentía que algo malo iba a pasar y la única que podía apoyarla, se encontraba en las últimas horas de su transformación, viendo horribles y ensangrentadas imágenes que se asomaban en el futuro de todos…


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Mientras, ocultos en la oscuridad de la lúgubre noche, dos vampiros legendarios, Vladimir y Stefan, seres extremadamente pálidos y dueños de figuras esbeltas y baja estatura, esperaban, sentados y pacientes, las nuevas noticias.


“Mis señores” – aclama uno de sus aliados, entrando a la tenebrosa sala – “Ella ha llegado”


“Háganle pasar” – murmura el hombre de cabello moreno, Stefan – “Azael, Damián, hijos, vengan. Creo que esto puede llamarles su atención”


Al segundo siguiente, Azael (Un inmortal con aspecto joven, cabellos largos y negros, piel pálida, de porte alto y mirada roja) hace acto de presencia junto a Damián (quien, a diferencia de él, su cabello se presenta casi plateado; pero igual de hermoso que el primero). Poco después, también aparece una mujer de cuerpo tan pequeño, que casi adquiere la apariencia de una muñeca de porcelana; ésta le tiende la mano a Vladimir, provocando que, al instante, las imágenes que su mente crea y mantiene se reflejen en un centro procreado en el aire.


La imagen nos muestra a cuatro personajes especialmente: la primera consiste en Alice y Jasper, con sus manos unidas fuertemente mientras ella soporta los últimos torturantes ardores que la convertirán en vampiro y, la segunda muestra, les trae a sus ojos a una Bella y un Edward, abrazados sobre el lecho de una cama, hundidos en su acogedor silencio.


“Parece que él la quiere demasiado” – señala Damián, viendo a Azael


“Que disfrute sus últimos momentos con ella por que, dentro de poco, seré yo quien esté en su lugar”


“Estás obsesionado, hermano”


“No tienes derecho de juzgarme, Damian, tu situación con la vidente es la misma.” -


El aludido sonrié de manera descarada, al mismo tiempo que sus pupilas chispean con un aire tenebroso. Y es la imagen de ese rostro, la primera que Alice tiene al abrir sus ojos para nacer en su nueva vida.


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Ahora, amor mío, ahora es el momento.

Puedo engullir la vida que late de tu corazón
y mandarte al olvido en el que nada puede ser nunca comprendido o perdonado,
o puedo traerte a mí...
Lestat el Vampiro – Anne Rice.

Capítulo 27: Horas Finales, parte II

Sabía que estaba en un sueño, o quizás era mejor emplear el término pesadilla, pues esas imágenes que mi subconsciente estaba mandando no se presentaban de manera grata ante mis ojos. La sangre siempre me ha parecido una esencia divina; pues es lo que todos los humanos – pobres, ricos, feos, guapos – tenemos en común. Su color carmín y su espeso fluir no diferencia por vivir en una mansión o hacerlo en una casa de cartón… Pero en ese instante, en mi sueño, la sangre que mojaba mis pies e iba ascendiendo de manera torrencial hacia mis rodillas, me provocaba un estremecimiento tan terrible, que me es difícil de describir. Parecía un río color púrpura, del cual no se distinguía ningún tipo de movimiento más que pequeñas ondas que me rodeaban. El silencio que había era roto solamente por el cantar de varios cuervos y algunas lechuzas. El cielo, que no mostraba ni el más mínimo rayo de luz, tampoco tenía ese precioso color grisáceo que tanto me gustaba, si no más bien, estaba teñido por una mezcla perturbadora de colores oscuros que, por primera vez, no me resultaban hermosos.



Bajé la mirada hacia el suelo y ahogué un grito al ver que la sangre ya se encontraba al nivel de mi cintura. Su calidez penetraba en mi carne y, cuando quise mover mis pies para salir de ahí, me fue imposible. Su característico olor llegó a mi nariz, pero para mi desgracia, su dulce esencia se fue convirtiendo en un efluvio putrefacto, ahogador y nauseabundo. Me llevé las manos a mi boca, cuando el estomago se me había revuelto hasta el punto de querer desechar la comida que en él había, y cuál grande y tétrica fue mi sorpresa al verificar que por mi lengua se deslizaba una masa húmeda y con sabor amargo, hasta ser sostenida por mis manos. Mis ojos se dilataron al descifrar su forma sin simetría y llena de venas: Era un corazón….


Por un momento estuve segura que era mío, pero al llevar mis dedos hacia mi pecho y sentir en él un ligero palpitar. Me desbaraté de aquella idea y me hice presa de un temor mucho más grande. Viajé mi nublada mirada hacia alrededor, sintiendo como el río escarlata ya podía palpar mi quijada y, cuando casi podía jurar que no había nadie más que yo en aquel sombrío lugar, un cuerpo salió de las aguas rojas. Sin saber explicar cómo, un hambre bestial me invadió. Mis dientes se perdieron primero en el órgano que de mi boca había sido expulsado y, cuando su sabor ya no me complació, me dirigí hacia la figura que aún flotaba a pocos metros de mí y comencé a arrancar la piel, para saborear la carne cruda que debajo de ella había.


El sabor de la carne fresca llenaba mi garganta y bajaba por mi estomago, brindándome una excitación jamás antes conocida. Cuando mi carnívoro frenesí terminó, me percaté que el agua carmín, que del río fluía, ya mojaba mis labios y amenazaba con ahogarme. Más no fue ese el motivo de lo horrendo. Lo más pavoroso sucedió que, al prestar más atención a mí alrededor, la cabeza de Edward se presentó, flotando frente mío, con sus cabellos cobrizos completamente empapados de sangre… y parte de su cuerpo nadando, esparcido, alrededor.


“Bella” – habló, con sus negros ojos fijos en mí. Di dos pasos hacia atrás. ¿Cómo era posible que una cabeza decapitada fuera capaz de articular palabra? – “Bella…”


Fuertes espasmos recorrieron mi cuerpo mientras era testigo de cómo su rostro era llevado por la repentina corriente que había nacido… Yo lo había matado. Yo me había alimentado de él, de su carne, de su piel… Yo… lo había asesinado…


“¡Edward!” – la gótica al fin despertó de aquel tormentoso sueño que se había negado a liberarla.


“Bella, ¿Estas bien?” – preguntó el vampiro que, desde hacía varios minutos, había estado intentando despertarla. Se alarmó mucho más al ver la nubosidad que cubría las castañas pupilas – “Bella” – insistió, agitando gentilmente los hombros de la muchacha – “¿Qué pasa?”


Como respuesta, solo obtuvo a unos calidos y delgados brazos envolviendo su cuerpo y un torrente de lágrimas mojando su camisa


“Edward… Edward…” – era lo único que Bella alcanzaba decir en medio de sus sollozos. Aún podía sentir en su lengua el sabor de aquella carne probada en sus sueños. Aún su mente podía regalarle cada detalle de éste, como si lo pudiera revivir con suma facilidad y concisión.


El vampiro, atormentado por la extraña actitud de su novia, se limitó a estrecharla contra su pecho y depositar pequeños besos en el cabello alborotado, hasta que las lágrimas cesaron y solo quedaron pequeños jadeos entrecortados.


“Bella” – susurró, cuando ésta estuvo al fin calmada – “¿Qué pasó?”


“Tuve un sueño…” – contestó, murmurando y volviendo a temblar – “Un sueño terrible. Había mucha sangre y tú… yo…” – no pudo seguir con su relato. El llanto volvió a presentarse, quebrando su voz y oprimiendo su pecho.


“Tranquila, fue solo una pesadilla” – arrulló – “seguramente es por que estas nerviosa. No lo estés. Te prometo que todo estará bien…”


Bella se dejó calmar por su dulce voz y el delicado movimiento de sus manos sobre su cabello; pero se abstuvo de cerrar los ojos pues, al hacerlo, aquellas vivas imágenes acudían detrás de sus parpados. Sus temblores fueron disminuyendo, paulatinamente, hasta que el miedo fue casi olvidado.


“¿Te encuentras mejor?” – le preguntó Edward, al cabo de varios minutos de silencio. Ella asintió, rozando sus mejillas con la suave camisa negra – “¿Quieres hablar de tu sueño?”


“No” – dijo rápidamente, casi con súplica. Edward no insistió, como siempre solía pasar, no había sido necesario que Bella lo dijera abiertamente para que él entendiera que, definitivamente, por el momento, eso era lo mejor. Dejó caer sus labios sobre el castaño cabello e inspiró profundamente aquel dulce y torturante olor que, dentro de poco, se extinguiría.


“¿Estas preparada?” – quiso saber – “Contéstame con la verdad. Si no es así, dímelo. Yo veré la manera de que nos den más tiempo…” – fue silenciado por unos dedos que se posaron sobre su boca.


“Estoy lista” – afirmó Bella, mirándole fijamente – “Puede ser ahora mismo, si así quieres”


El pálido joven sonrió.


“¿Sabes que Alice ya despertó?” - optó por cambiar el tema. Aún era demasiado temprano como para comenzar a tormentarse con la prueba que se avecinaba.


“Me gustaría verla” – dijo Bella, con entusiasmo


“No creo que eso sea lo correcto” – dijo Edward, con vacilación – “Ella aún no puede controlar sus instintos y tu sigues siendo humana. Podría intentar atacarte al oler tu sangre. Lo mejor es esperar un poco…”


“Me parece como si hubieran pasado años tras no poder hablar con ella” – susurró la gótica tristemente – “¿Tu crees que esta nueva vida cambie nuestra amistad?”


“Para nada” – le aseguraron – “Ella sigue siendo la misma, así como tu lo serás para cuando despiertes”


“¿Dónde está ahora?”


“En la recamara de Jasper”


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“Alice” – susurró el rubio vampiro, tomando la mano pálida y fría de la fina muchacha que no paraba de mirar todo lo que se presentaba frente a sus ojos.


El contacto calido atrajo su atención hasta que la fijó en él. Ella sonrió, ligeramente, al contemplar aquella belleza a todo su esplendor. Sus ojos humanos la habían engañado todo ese tiempo, pues nunca fueron capaces de vislumbrar cada pequeña, pero importante, característica de aquel angulado rostro adornado por rebeldes mechones dorados.


“Jasper” – dijo, acariciando lentamente la piel amada


Ese momento se le mostraba tan perfecto que, por ese breve instante, las terribles imágenes que durante toda su transformación había visto, se borraron de su mente.


“¿Cómo te sientes?”


“Confundida… y adolorida de la garganta” – admitió con timidez. El vampiro sonrió y, estirando su cuerpo, alcanzó una jarra plateada, de la cual escurrió un espeso y rojizo líquido de olor apetecible.


“Es por que tienes sed” – explicó él, alcanzándole el contenedor de sangre – “Bebe, te sentirás mucho mejor”


La vidente tomó el objetó entre sus manos y al sentir el apetitoso y desconocido olor que despedía, no lo pensó dos veces y se lo llevó a la boca. El primer sorbo que recibió su garganta fue como una caricia llena de calidez y transmisora de sensaciones nuevas y excitantes que le llevaron a tomar más y más, con una desesperación y ansia dignas de un vampiro que no ha bebido sangre por milenios. Sintió como sus venas – secas ahora – se calentaban, y el flujo espeso que entraba por sus labios se esparcía por cada una de ellas y entibiaba hasta la punta de sus dedos. Casi, pudo jurar que el corazón comenzaría a palpitar otra vez, casi…


Un gruñido exasperado e inconciente se escapó de su garganta cuando su lengua ya no alcanzó a saborear más del cáliz rojo.


“Ha sido suficiente por hoy” – declaró Jasper, con los ojos negros ante la sed y pasión que se albergaba en su interior. Alice tenía sus definidos labios pintados de sangre y, la ahora extremada palidez de su piel, se encontraba adornada por un ligero rubor – “Eres hermosa…” - musitó, acariciando su rostro con ternura. Alice bajó la mirada y, de haberlo podido hacer, se hubiera sonrojado.


Con sus nuevos ojos, las negras y masculinas pupilas resultaban ser mucho más hipnóticas. Y fue, en ese momento de silencio, cuando varias y borrosas imágenes acudieron a su mente.


“¡Alice! ¿Qué ocurre?” – se alarmó el rubio vampiro, al escuchar el jadeó que emitía.


Ella, quien mareada por los sucesos, nada claros, que se dibujaban en su interior, agradeció cuando aquellos brazos la envolvieron


“¿Qué es lo que ves?” – preguntó él, con voz tranquila y pausada – “Dime, Alice. No temas, estoy aquí para cuidarte”


“Bella… ¿Dónde está Bella?” – exigió saber, con desesperación


“Está con Edward, aquí en el castillo. No te angusties, ella está bien”


“Quiero verla…”


“Eso no es posible. Es humana aún…”


Alice comprendió…. Ella suponía un riesgo para su amiga. Tal vez, esas visiones se debían a eso: a que quería ir con Bella. La extrañaba…


“Edward la convertirá hoy a la hora del crepúsculo. Después de eso, podrán pasar todo el tiempo que quieran juntas”


Ambos vampiros se volvieron a abrazar. Él depositó un beso sobre la frente de su compañera e inhaló la nueva fragancia que había sustituido al torturante olor por una esencia más fresca e inofensiva.


“Te amo” – susurró Jasper. Alice sonrió. Tal vez no se lo decía todo el tiempo; pero prefería que esas pocas ocasiones que él dijera esas palabras fueran así de espontáneas y sinceras.


“Yo también”


La vidente escuchó – con una claridad extraordinaria – como unos pasos se aproximaban a ellos.


“Son Violeta y Darío” – explicó Jasper, al ver su inquietud – “no te preocupes”


Ella relajó sus músculos y se dio cuenta que, de prestar un poco más atención, hubiera sido capaz de saberlo en sus visiones. La pequeña pareja de niños inmortales penetró a la habitación, con sus manos fuertemente unidas. Violeta le sonrió calidamente para después acercarse – con pasos lentos, para no alarmarla – y le tendió una masa de tela negra que, al extenderla, adquirió la forma de un conjunto, conformado por una falda y una blusa.


“Espero te guste. Darío y yo pensamos que lo necesitarías”


Alice se dio cuenta que la ropa que aún llevaba puesta estaba, casi en su totalidad, maltratada y manchada con la sangre seca que había derramado. Al igual que, en el centro de su estomago, un agujero dejaba a ver la blanca y plana piel de éste.


“Me hiciste pasar las horas más agonizantes de toda mi existencia” – confesó Jasper, tomándole de la mano – “Tal vez no recuerdes lo que pasó; pero un trozo de madera te atravesó por completo el estomago”


La verdad era que Alice recordaba poco de lo sucedido. Lo único que tenía claro eran las voces de Bella y Jasper llamándole, suplicándole por que despertara… El fuego que calcinaba cada uno de sus poros… y las imágenes violentas que acudieron a su mente, en forma de visiones.


“Darío, ¿Te pasa algo?” – la afligida voz de su compañero le trajo a la realidad.


“Siento una punzada en la herida” – explicó el pequeño, sobando el brazo que había sido mordido la noche anterior.


“No es normal. El dolor provocado por la ponzoña no suele durar tantas horas”


Violeta se acercó hacia Darío y posó su blanca manita sobre la lesión. Él le sonrió, intentando tranquilizarla, pero su esfuerzo no obtuvo mucho resultado.


“Algo malo esta a punto de pasar” – habló Alice, impulsada por las embrolladas imágenes que le acudían – “Bella tiene que ser convertida, ahora mismo. No podemos esperar más”


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“¿Ahora mismo?” – repitió Edward, dilatando sus ojos ante la repentina noticia. Rose, que iba en compañía de Emmett, asintió – “pero faltan varias horas para el crepúsculo. Acaba de amanecer y…”


“Edward, Alice se encuentra demasiada inquieta” – interrumpió Emmett – “Sus visiones no son nada claras; pero aún así, está segura que no previenen nada bueno. No podemos dejar pasar esos pequeños detalles. Es muy probable que el enemigo este al acecho, utilizando un método para no ser descubiertos y atacarnos en el momento que menos lo esperemos”


El vampiro vio a Bella, quien, atenta, escuchaba cada palabra mencionada y discutida. Ella le sonrió, tratando de borrar de aquel pálido y hermoso rostro la zozobra que le invadían.


“Edward, ¿Qué son una o dos horas de diferencia, para la eternidad que pasaremos juntos? Hagámoslo ahora. No hay por qué esperar más”


“Bella, yo…”


“Sé que tienes miedo” – dijo, posando sus manos sobre las de él – “Pero confío en ti” – se miraron a los ojos y, al cabo de unos cuantos segundos, él asintió.


“Iremos por nuestros maestros” – anunció Rose


“No” – se apresuró a decir Bella, deteniendo sus pasos – “Quiero que esto sea entre Edward y yo, solo los dos”


“Bella, eso si que es una locura” – comenzó a decir Edward, pero sus labios fueron silenciados por un tierno y corto beso


“No lo es” – discutió ella


“Es necesario que este alguien más, por si no puedo controlarme…”


“Podrás hacerlo”


“Bella…”


“Quiero entregarme a ti por completo. No quiero testigos… Solo te quiero a ti”


El vampiro suspiró profundamente, con sus ojos cerrados y su aliento fresco llegando a la garganta humana y cálida. Sabía que no tenía caso el discutir, pues él haría todo lo que ella le pidiera. Aún si esos caprichos pudieran llegarle a costar muy caro.


“Entonces… nosotros nos pasamos a retirar” – dijo Rose, jalando a Emmett del brazo – “De todas formas, estaremos afuera; no te preocupes.”


Que no se preocupara… ¡Qué fácil era decirlo! El miedo de repente le invadió. ¿Qué pasaba si él no era capaz de controlarse? ¿Y si Bella moría en sus brazos?


La muchacha se acercó a él y, con una de sus manos, retiró su espesa cabellera del lado derecho de su cuello, dejando su piel, suave y blanca, tentadoramente expuesta. La negra mirada del vampiro se centró en la azulada vena que le llamaba; pero su miedo era demasiado fuerte como para dejarle estático.


“Hazlo” – alentó Bella, con una cálida sonrisa


“No puedo” – negó el inmortal, agitando su cabeza, de derecha a izquierda, con cierta frustración. Ella se aproximó más, enrolló sus brazos en su cuello y sus negros labios le besaron con pasión y ardor


"Claro que puedes" - le discutió, con su boca aún rozando la de él - "¿Quién más si no tú, mi eterno compañero, sería el indicado para liberarme de las ataduras de la muerte y otorgarme la eternidad?... Sólo tú eres el oportuno... Sólo tu puedes ser mi dueño, mi señor..." - la castaña volvió a dejar la piel de su cuello al descubierto, en una abierta invitación hacia él


“Tu nombre debería ser Luzbel, pues eres el demonio con su antigua apariencia de ángel” – musitó el vampiro, rindiendose ante su tormento – “Eres perdición y gloria… salvación. El infierno que con sus llamas acaricia mi gélida piel… El calvario que sucumbe mi vida para traerme a otra mejor, Resurrección. ¿Cómo puedo soportar la idea de perderte, si has sido el rayo de luna plateada que ha iluminado mis eternas y oscuras noches?”


Con un movimiento delicado, su cuerpo la fue inclinando hasta que su espalda estuvo completamente recargada en el suave colchón de sabanas oscuras. Ella suspiró profundamente, al apreciar los frescos labios acariciando la piel de su cuello. Cerró los ojos, estando convencida de una sola cosa: Su lugar estaba al lado de él, de ese vampiro que, con suma deferencia, comenzaba a apartar los pocos hilos de cabello que se habían quedado pegados a su cuello… de la gentileza de aquellas manos que le acariciaban las piernas y se apretaban en su cintura… de la aterciopelada voz que le susurraba al oído… del aliento fresco que penetraba por sus labios y embriagaba sus sentidos… Ella era de él… De eso no había duda alguna.


“¿Estas segura que quieres esto?” – quiso asegurarse Edward, una vez más, sin dejar de viajar sus labios por la delicada piel erizada.


“Completamente” – respondió Bella


“Perderás tu alma…”


“¿Para qué la quiero, si te tengo a ti?”


“Por siempre” – prometió él, para después, penetrar la piel humana con sus colmillos…


La muchacha dejó escapar un pequeño gemido y hundió sus dedos en la dura espalda del vampiro que, apretando los puños sobre las sabanas, luchaba por dejar de extraer aquella exquisita sangre. Sus pupilas se tiñeron de escarlata y su cuerpo se tensó hasta que las venas se lograron marcar en sus brazos…


Edward, basta. Ya es suficiente…


La serena voz de Carlisle le devolvió un poco de cordura y, pausadamente, sus puños se fueron deshaciendo, así como la presión de sus labios fueron liberándola…


Hasta ese momento fue conciente de que el cuerpo de Bella se encontraba completamente erguido y pegado al suyo… Su boca abandonó, por completo, aquella fuente de delicioso alimento y se concentró en volver a acomodarla sobre la cama. La delicada figura femenina cayó entre las sabanas, inconciente, y él se acostó a su lado, tomándole de la mano y sintiéndose agotado, pero orgulloso de no haberle fallado. Sabía que lo difícil para ella vendría dentro de poco…


“Te amo” – susurró, depositando un beso sobre su frente y, al pasar apenas siete segundos, la gótica frunció el rostro y apretó sus labios para reprimir el angustiante grito que amenazaba con salir.


El primer lacerante ardor nació justamente en el centro de su estomago, como si le hubieran pegado un hierro al rojo vivo que desgarraba su piel y se hundía hasta llegar a sus órganos…


“Tranquila” – escuchó la voz del ángel hablarle y acariciarle los cabellos – “Todo está bien. Pronto pasará y, al fin, estaremos juntos de nuevo” – aquella promesa le otorgó el valor y la determinación que le faltaban y así, con esa seguridad, se ordenó a mantenerse estática, tal y como Alice lo había hecho, para no sembrar en Edward más preocupación.


Ella podía soportar todo, absolutamente todo, teniendo la noción de que, después del sufrimiento, estaría Edward para secar sus lágrimas y abrigarla entre sus brazos. Así que, ¡Que vinieran los fuegos más ardientes hacia ella! No importaba, pues, al despertar, la imagen de unas doradas pupilas estaría para recibirla…


¡Qué equivocada se encontraba en ese momento! Nadie se imaginaba que, al segundo siguiente, las puertas del castillo se abrirían y penetrarían en él, los seres que le arrancarían lejos de su lado…
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Nunca ha existido un lugar adecuado para el mal.

Jamás ha existido una aceptación fácil de la muerte

Capítulo 28: La Caída.
- ¿Estás segura que ya es momento? – preguntó Eleazar a la niña de cabellos rubios y tan largos, que casi le llegaban a los tobillos.



La pequeña, que había logrado engañar a la guardia Vulturi para acercarse al castillo a la distancia apta para que su poder lograra cubrir a los principales objetivos de sus maestros, ensanchó una sonrisa malévola, adornada por su roja mirada brillante y despiadada, antes de mostrarles a sus señores la prueba más clara de que sus palabras eran irrefutables. Ante los ojos de Vladimir, Stefán, y sus hijos, Damián y Eleazar, apareció la imagen que Mâred les mostró.


- ¡Yo quería ser quien la convirtiera! – exclamó Eleazar, completamente exaltado al ver cómo Edward había penetrado la piel de la humana quién, según él, sería suya.


- Tranquilo, hijo – calmó Stefán – El molestarse por ese tipo de trivialidades son actos inmaduros. Lo importante es que será para ti, incumbiendo poco quién la ha transformado o no.


Eleazar apisonó la mandíbula y gruñó por lo bajo, dejando caer su espesa cabellera negra sobre su rostro, para cubrir la furia que lo bañaba.


- La quiero, ya – siseó, con las pupilas ardiendo de furia, mirando fijamente al resto de los vampiros que esperaban por la orden que los llevaría a penetrar aquellas barreras.


- Entonces, vayamos – alentó Vladimir, levantándose de su asiento y caminando hacia el resto de sus hijos – Ya es hora de que la absurda represión en la que vivimos sucumba. Hemos pasamos nuestra larga existencia ocultos entre las sombras. Escondiéndonos de los humanos, cuando son ellos nada en comparación a nosotros. ¡Y todo este sacrificio se lo debemos a los Vulturi, que con sus absurdas leyes y afán de querer proteger a la raza mortal sacrifican a la suya!


Fuertes alaridos, en forma de apoyo, se elevaron en medio de esa cueva que estaba repleta de monstruos dispuestos a seguir las órdenes de sus nuevos amos, para después salir de ella, justo cuando la caída del crepúsculo había llegado.


Corrieron, sin temor alguno de ser derrotados, pues todo estaba completamente planeado desde hacía décadas. Habían analizado a cada integrante de la guardia, y por cada uno de ellos, estaba un oponente con la misma capacidad para doblegarle. Los más fuertes, los que más riesgo representaban por sus poderes psíquicos, y de los cuales no habían encontrado manera alguna de vencerle, habían sido inyectados por la ponzoña de Cóatl, que se expandía por sus venas, debilitando, poco a poco, hasta la inexistencia de varias horas, todo tipo de habilidades.


Penetraron la puerta de la guardia, arrastrando a su paso con el grupo de vampiros que se encontraba en la entrada. Las cabezas volaron a varios metros, siendo arrancadas por las uñas filosas de Eleazar y Damián, quienes encabezaban la numerosa manada de inmortales rebeldes.


- ¿Qué es lo que pasa? – inquirió Aro, al escuchar los chillidos que desgarraban las paredes, para después salir, con compañía de Marco, Carlisle y Cayo, al encuentro de los enemigos.


Edward, Jasper y Darío, quienes se habían quedado en la recamara en donde la transformación de Bella se estaba llevando a cabo, se apresuraron a cubrir a sus compañeras con sus espaldas y sordos gruñidos fueron expulsados de sus gargantas al tener, frente a sus ojos, los rivales que habían llegado hacia ellos. Emmett, acompañado de Demetri y Félix, se tiró hacia ellos, siendo éste primero arremetido por una masa extremadamente corpulenta. El chillido de Rose, al ver el daño que le habían hecho a su pareja, se elevó por todo el alrededor, haciendo vibrar las ventanas, como una anticipación de la furia que estaba dispuesta a descargar para tomar venganza. Por su parte, una mujer de movimientos fluidos y elegantes le hizo batalla, creando con ello una danza violentamente femenina en donde sus uñas hacían la función de fieras garras y sus miradas sensuales se habían convertido en una expresión cristalina de odio y furor.


Darío se puso al frente del resto de sus hermanos, al notar que los dos jóvenes, Eleazar y Damián, se aproximaban. Pensaba él, que con su poder telequinético bastaría para defenderles, más qué equivocado se encontraba pues, aunque lo intentó varias veces, no pudo mover a sus contrincantes ni un solo milímetro. El pequeño se miró las manos, con los ojos dilatados al no poder ocultar su turbación y sintió el dolor de la mordida en su brazo agudizarse un poco más. Fue entonces cuando Eleazar aprovechó la oportunidad y, tomándole del cuello, lo hizo volar lejos de su vista.


- ¡Darío! – exclamó Violeta, Edward y Jasper, al unísono, poniéndose éstos últimos al frente para protegerle.


Violeta corrió y le ayudó a levantarse, aunque el pequeño se sentía demasiado debilitado, casi adormilado; pues lo que tampoco sabían era que al tacto de Eleazar, ellos le alimentaban con sus energías, perdiendo, por consiguiente, las suyas.


- Darío, ¿Qué sucede? – preguntó Violeta, en medio de un mar abundante de severa ansiedad.


- Llévatelo a un lugar seguro – dijo Jasper, mientras Edward gruñía fieramente, mostrando los dientes a sus dos oponentes, dejando claro que no les permitiría bloquear el camino de la niña.


Violeta salió corriendo de ahí, para ocultar a Darío y después venir a ofrecer su ayuda. A su paso, vio como la batalla se presentaba por todas partes y pudo distinguir, con brevedad, como Carlisle, Aro, Cayo y Marco luchaban contra otros vampiros de apariencia y movimientos recatadamente agresivos.


- Alice, no te muevas – indicó Jasper, al ver que la vidente estaba dispuesta a cooperar en aquella cruzada – cuida de Bella y en cuanto Violeta venga, debes correr con ella.


- No pienso dejarte – discutió ella, logrando sacar una sonora carcajada por parte de Eleazar


- ¿Ves hermano? – preguntó este, dirigiéndose hacia el chico de cabellos plateados – ¿No te parece tierno el amor?


- Realmente lo es – contestó el aludido, con la mirada fijamente puesta sobre la fina vampiro recién nacido, que tembló al descubrir que era ese mismo rostro el que tanto había estado presentándose entre sus visiones


- Nos quieren llevar con ellos – susurró Alice, al lograr descifrar toda la serie de imágenes que mostraban su futuro.


- Jamás – siseó Jasper, cubriéndola aún más con su espalda – Jamás pondrán un solo dedo sobre ellas


- ¿En serio creen eso? – Eleazar preguntó, con la mirada puesta fijamente sobre Edward, para después guiarla hacia la humana que se retorcía del dolor por la ponzoña recién inyectada – Yo no estaría tan seguro de eso…


- ¡Quítale los ojos de encima! – bramó Edward, corriendo hacia él para atacarle, logrando alcanzarle parte de su rostro, removiendo un poco de piel pálida de él.


Eleazar elevó la mirada, después del ataqué, y con aire orgulloso y altanero, miró al encolerizado vampiro que gruñía fuertemente y mostraba toda su dentadura, adornada con ligeros colmillos, en señal de amenaza.


- No te atrevas a pensarlo – advirtió, cuando la mirada del oponente se clavó en la suya, sabiendo éste, a la perfección, que aquello bastaría para que él pudiera leer su mente.


Edward dio dos pasos hacia atrás, cuando la imagen de Bella, lejos de él, se materializó claramente en los pensamientos de Eleazar y, turbado por este pesar, deshizo todo tipo de defensa contra su persona. El error fue bien aprovechado por el otro vampiro que lo tomó entre sus brazos y le hizo doblar todo su cuerpo hacia atrás, formando un arco perfecto que resonó con el estruendo de sus huesos rotos. Edward gritó fuertemente, como manifestación de su dolor físico, y el sonido desgarrante de su garganta llegó los oídos de Bella que, luchando contra el fuego que le consumía interiormente, no encontraba explicación coherente de todo el escándalo que sus oídos lograban captar.


Jasper, por el contrario, se movía de un lado a otro, empleando toda su fuerza por impedir que Damián se acercara a Alice.


- ¡Maldición! – bramó, al escuchar el alarido de su hermano, quien había quedado tirado en el suelo, retorciéndose del dolor que en su columna vertebral se había instalado.


- No te distraigas – aconsejó Damián, dando dos pasos hacia el frente y sin despegar su mirada de la vidente – Ocúpate de protegerla, pues es ella lo más valioso para ti, ¿no es así? Poco importa si todos mueren, siempre y cuando ella permanezca a tu lado.


Las palabras de Damián tenían cierto poder hipnótico para las personas. Si bien no era tan poderoso como para adentrarse a la mente de su oponente, tenía un aire persuasivo que hacía a los demás entrar en una red contradictoria de pensamientos que iban desde el remordimiento, la vacilación, el sentimiento de traición, hasta llegar a la frustración. En ese momento, Jasper tensó sus músculos al no hallar una respuesta ante la cuestión que le había sido planteada. ¿Sería capaz de descuidar la confianza de Edward, su hermano, con tal de tener a Alice segura entre sus brazos?


- Vamos, amigo mío. Puedes correr ahora con ella, llevártela lejos de mi alcance. Te daré un minuto para poder escapar – dio media vuelta y caminó hacia Edward, a quien Eleazar le estaba robando todas sus energías.


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- ¡Darío, Darío! – llamaba Violeta, mientras agitaba los hombros del niño con desesperación, con su vibrante y fina vocecita haciendo eco en las paredes frías y húmedas de la alcantarilla en donde se habían ido a refugiar.


Su vida como vampiro tal vez no llevaba mucho; pero tenía claro una cosa: Ellos no podían dormir, por lo tanto, tampoco podían desvanecerse. Y, sin embargo, él casi lo estaba. Con sus grisáceos ojos apenas entreabiertos y su respiración pausada, casi adolorida, Darío representaba, en ese instante, la causa de su pena y angustia más grande.


- Darío – intentó una vez más, con un sollozo mucho más sonoro, logrando que su compañero, quien bien conciente estaba de la situación a la que estaba sometiendo a Violeta, empleó todas sus fuerzas por llevar su mano hacia la mejilla de su amada – ¿Cómo te sientes?


- Estoy bien... – contestó el inmortal de cabellos negros, con apenas y audio en la voz – No te preocupes, por favor. Ve y ayuda a Edward y Jasper; pero cuídate mucho y regresa a mí


- Darío…


- Ve – alentó, con una sonrisa endeble – Aquel vampiro solo me debilitó un poco, pronto pasará… Vaya, debo admitir que eso si es un don demasiado útil – intentó bromear – me siento celoso.


Violeta soltó una pequeña risita, que hizo vibrar sus largos cabellos que caían y acariciaban el masculino rostro infantil.


- En seguida regreso – prometió, a lo que Darío asintió. Violeta, quien ya se había incorporado para salir de ahí, vaciló un poco, antes de volverse a inclinar y rozar los labios de Darío con los suyos.


El niño suspiró profundamente ante aquel pequeño beso que le fue propinado y sonrió complacido ante la tibia sensación que le recorrió el cuerpo. Era una mezcla de calidos y adictivos efectos que le llevaron a tomar el rostro de Violeta entre sus pequeñas manos para presionar con más fuerza sus labios contra los de ella. La niña bajó el rostro y sus mejillas hubieran estado completamente enrojecidas de haber podido ser así cuando sus bocas fueron retiradas.


- Te quiero – le dijo Darío, con la poca fuerza que le restaba


- Yo también – susurró Violeta, viendo como su rostro se mostraba más tranquilo; pero igual de cansado – Me tengo que ir – anunció – Nos vemos pronto


- Nos vemos pronto – asintió Darío, quedando sólo cuando ella salió corriendo de aquel lugar.


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- ¡Jasper! – exclamó Alice, al ver como el rubio vampiro era fuertemente golpeado por Damián.


- Realmente eres estúpido. Pudiste haber huido, pudiste salvarla; pero preferiste quedarte…


Jasper soltó un enérgico gruñido cuando la mano de su oponente se apretaba contra su cuello, amenazando con decapitarlo. Si era estúpido o no, le importaba poco. No se arrepentía de lo que había hecho, aún si moría en ese entonces, pues Edward había sido su hermano desde décadas y, bajo ninguna circunstancia, ni por miles de ofrecimientos de salvaciones, le hubiera abandonado.


Alice, movida por los sentimientos incontrolables y coléricos de verlo sufrir, no fue ni si quiera conciente de que había arremetido contra el vampiro de cabellos plateados, quien, al sentir el fuerte golpe propinado por una de las delgadas y estéticas piernas, sonrió. Alice, viendo que era capaz de alcanzarle, se atrevió a realizar otra jugada de movimientos; los cuales ya no fueron tan exactos.


- Eres demasiado hermosa para mostrarte tan violenta, mi pequeña Alice – le susurró Damián, cuando la capturó entre sus brazos, privándola de todo movimiento.


Jasper se incorporó del suelo, con los rubios cabellos salvajemente despeinados y cayéndole por el rostro compungido por la furia y el dolor de ver a su pequeña amada en brazos de aquel ser al que tanto odiaba. El bramido que soltó fue aterrador y los ojos centellaban con un aire de enloquecida rabia.


- Suéltala – ordenó, con voz ahogada por aquel sentimiento lacerante y sádico.


Mientras, a pocos metros de él, se encontraba Eleazar estrujando cada uno de los huesos de Edward con cruel placer, escuchando, como un canto, los gritos que se ahogaban en su garganta, al mismo tiempo que musitaba el nombre de Bella.


- Vamos, dilo, grítalo. Llámala por su nombre – incitó, obligándole a su victima a mirar cómo una sonrisa despiadada se pintaba en su rostro, – por que eso será el único placer que te quede después de esta noche.


Dicho esto, se puso de pie y le levantó entre sus brazos, sólo para que, con fiera atrocidad, lo llevara a ensartar en una de las puntas de madera que adornaban la cama en la cual reposaba la humana. Sus ojos brillaron ante el dibujo de su propio crimen y se deleitó con la belleza del dolor que el vampiro sentía al tener clavada, en el centro de su abdomen, la gruesa estaca que había logrado penetrar su dura piel. No se detuvo mucho tiempo en seguir con Edward, sabía que tardaría en reaccionar y se había auto-prometido, silenciosamente, que no le daría muerte hasta que fuera él mismo quien la implorara.


Caminó hacia donde Damián se encontraba, aún jugando con Jasper, quien intentaba, a toda costa, buscar una forma de atacarle sin lastimar a Alice.


- ¿Ya acabaste con él? – preguntó Damián, al sentir a Eleazar detrás de él.


- No, ¿Acaso no lo recuerdas? Nuestros padres quieren que los llevemos y matemos frente a sus maestros – contestó, con gesto diabólico – ¿No quieres que te ayude? – ofreció, para placer de su propio sadismo, al ver que su hermano aún no había derrotado a su antagonista


- Puedo hacerlo sólo. Tú ya tuviste tu parte


- Como gustes. Pensándolo bien, tengo algo más importante por hacer – Eleazar dio media vuelta para ir hacia donde Bella estaba, con los puños apretados sobre las sabanas, ante el potente ardor que la ponzoña le otorgaba.


La pobre muchacha había caído en un estado de completa inconciencia, en donde solamente el deseo de deshacerse de aquella lacerante sensación existía. Poco conciente se encontraba de todo lo que pasaba alrededor; pues los gritos que a sus oídos llegaban, no eran, para ella, más que un eco de su propia voz interior aclamando por que todo esto terminará pronto.


Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro del vampiro, al encontrarse a menos de dos pasos de ella. Y justo cuando su mano se estiraba para alcanzar la mejilla que se iba palideciendo, otro par de vampiros interrumpió


- Nuestros maestros nos mandan a decir que ya es hora de que lleven a sus contrincantes a dónde se dará a cabo la ejecución – dijo, siguiendo con la mirada la mano de Azael, la cual indicaba que el vampiro que yacía, penetrado por la gruesa madera a pocos metros de ellos, estaba listo para tal misión.


Edward fue arrancado y arrastrado, sin mínima compasión, por el extenso pasillo que le llevaría al encuentro de su muerte.


- Creo que ya basta de jugar – musitó Damián a Jasper, sin soltar a la pequeña y delicada figura femenina que observaba todo con angustiante desesperación – Pero mis manos se encuentran demasiado complacidas con lo que se encuentra palpando, que me cuesta creer que el soltarlas para atacarte valga la pena…


- ¿Eso significa que…?


- Si, Eleazar, puedes encargarte de él – concedió


Los ojos de Alice ardieron ante las lágrimas secas, que no podría ya jamás derramar y qué, de haber podido, hubieran creado un lago en ese momento, al ver cómo antes de arrastrar a Jasper lejos de ella, Eleazar le había bañado golpes y mordidas por todo el cuerpo…


- No tiembles, mi pequeña – le susurró el vampiro – A ti no te pasará nada y este dolor que sentirás por la perdida de él, se desvanecerá con el tiempo…


La gótica frunció los labios, para sofocar el grito que prometía desahogar su alma. Luchar, de nada serviría; pues al parecer, ninguno de ellos tenía intención de atentar contra su vida… Así que ni si quiera ese consuelo le sería otorgado. Y, con un dolor imperecedero oprimiendo su pecho, se preguntó numerosas veces el cómo iba a soportar estar sin Jasper…


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Por otra parte, la pequeña Violeta había sido bloqueada en la sala donde sus maestros peleaban contra Vladimir y Stefán. Su oponente se trataba de un vampiro de aspecto liviano y cabello color rojizo, el cual le dio batalla por varios minutos, hasta que ella logró posicionar sus manitas sobre su cabeza y, así, extirpársela. La pequeña no se tomó el tiempo de contemplar su primer crimen. Aún si todavía podía considerársele como una niña de ocho años, de más está el decir que, en ese preciso momento, no le era de importancia alguna el matar a quienes fueran necesarios con tal de ayudar a sus hermanos y, sobre todo, cuidar a Darío.


Lo mismo ocurría con Carlisle, Marco, Aro y Cayo. Los cuatro legendarios líderes de capas elegantes y oscuras, se encontraban haciéndole frente a Vladimir y Stefan, que iban acompañados de otro par más, los cuales, aparte de Eleazar y Damián, eran los más fuertes y ágiles del aquelarre. La mirada lozana de Carlisle había desaparecido, al igual que el gesto despreocupado de Aro y la indiferencia de Marco. El único que conservaba su actitud, soberbia y desdeñosa, era Cayo.


- Cuánto tiempo sin verlos, Vulturis – saludó Vladimir, sin poder disimular el odio y el rencor en su voz y mirada.


Cayo fue el que sonrió, de manera despectiva, como respuesta


- Esta osadía les costará demasiada cara – advirtió; sin lograr si quiera un mínimo estremecimiento por parte del enemigo.


- Mira a tu alrededor, Cayo. Tu guardia está aniquilada, destrozada, por la nuestra. Tus más letales piezas han caído rendidos y algunos hasta han huido, defraudando tu lealtad.


Y sus palabras no podían ser más ciertas; Como anteriormente se había dicho, ellos habían ideado cada movimiento a la perfección, contando, con segundos, cada golpe dado sobre el oponente. Al igual que Darío, Jane y Alec habían quedado sin más que sus propias fuerzas físicas ya que Cóatl los había mordido la noche pasada; siendo el error más grande de éstos dos jóvenes el haberlo tomado como una pelea trivial y nada digna de mencionarse, la noticia no fue dada hacia sus maestros. Los Rumanos tenían bien entendido que ese par de gemelos pecaban de exagerada seguridad en si mismos y, tal como habían supuesto, había sido eso el mejor punto a su favor para haberles vencido.


- Ríndanse – exigió Stefán – Póstrense ante nuestros pies, llámennos amos, por que eso somos para ustedes, a partir de este momento.


Carlisle abrazó a Esme cuando los ojos del vampiro se posaron fieramente en ella, con una lujuria incontenible y un deseo inverosímil. La mujer tembló bajo sus brazos y, buscando apoyo y valor, hundió su rostro en la forma de su pecho y aferró sus dedos a la capa.


- Tu falta de respeto ha llegado demasiado lejos, Stefán – dijo Carlisle, con la voz ya decadente de todo tipo de nobleza


- ¿Y qué harás para penitenciarme, mi gentil Carlisle? – retó – ¿Pelearas para defender a tu esposa y a tus hijos? Vamos, hazlo – incitó – Aunque debo advertirte que de nada valdrá. Nosotros venceremos y, aunque nos rueguen por un poco de clemencia, no se las concederemos. Nos regocijaremos con el dolor de sus penas y el sonido de sus llantos al presenciar la muerte de sus hijos y, cuando al fin estemos extasiados de ellos, les descuartizaremos y quemaremos frente a sus esposas, para que después éstas nos sirvan como ciervas.


Carlisle y Cayo fueron los primeros en atacar; seguidos después por Aro y Marco. Cayendo los cuatro al poco tiempo, ante la forma tan cobarde de pelea por parte de sus enemigos que, aparte de los dos flancos que habían mostrado, tenían a cuatro más, ocultos, que llegaron y acometieron por la espalda a cada uno de ellos, inmovilizándolos y tendiéndoles a su merced.


Cayo bramó por lo alto, recibiendo un buen golpe en su rostro que le hizo enmudecer.


- ¿Ven, mis queridos hermanos? – preguntó Vladimir, mientras oprimía la planta de su pie en el rostro del vampiro de cabellos canos – No se pueden imaginar, ni de lejos si quiera, el sabor tan más dulce que trae consigo la venganza y el ver cumplido el deseo que, por siglos, hemos esperado.


Una sonrisa mofada, proveniente desde el suelo, canturreó por los aires.


- ¿Y cuál es ese deseo que, según ustedes, han logrado cumplir? No han ganado ningún tipo de batalla. Jamás lo lograran, pues, si lo hacen, significaría la extinción de nuestra raza. Ustedes jamás podrán controlar a nuestra especie por que no son más que un par de vampiros bastardos movidos por el absurda idea de ser superiores a todo el mundo


Ambos rumanos bajaron la mirada para encontrarse al dueño de discurso, que los ofendía y no estaban dispuestos a tolerar. Así que, sin piedad alguna que les distinguiera, con movimientos agresivos, aplastaron el cráneo, poseedor de aquellos labios fastidiosos, provocando que un sonido crujiente se escuchara antes de que la cabeza quedara desecha bajo sus pies


- ¡Marco! – exclamó Aro, con voz ahoga al ver la muerte de su hermano extinguirse frente a sus propios ojos.


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Jane y Alec también se encontraban muy mal heridos, escondidos en las sombras de unos de los túneles, con sus respiraciones entrecortadas debido al cansancio de las innumerables peleas que habían tenido, hacía pocos segundos, y las cuales les resultaban demasiado fatigantes con la ausencia de sus poderes.


- Qué mal – expuso Alec, con cierto deje de cruda diversión en su voz – ¿Quién lo pensaría? Nosotros, sin nuestros letales poderes


Jane soltó una pequeña risita entrecortada, mientras su mano asía la de su hermano


- Debe de haber un remedio para esta ponzoña. Uno rápido, el cual no tengamos que esperar a que pase su efecto, lo cual tarda días.


- Tú siempre quieres buscarle una explicación y una solución a todo, Alec – el chico sonrió, en forma de afirmación – ¿Y qué es lo que se te ocurre?


- Seguramente el efecto que tiene actúa como el mismo veneno que nos transforma de humanos a vampiros – comenzó a explicar el gemelo – si es así, quiere decir que, si extraemos la ponzoña, se extrae el efecto que ésta provoca…


Ambos se miraron a los ojos, analizando las palabras anteriormente dichas y tratando de encontrar alguna lógica más razonable.


- Podríamos intentarlo – prosiguió Alec, tomando la mano de Jane para llevarse su muñeca a los labios. Ésta se la arrebató con un movimiento un tanto violento


- ¿Y crees que seré yo quien permita que lleves a cabo semejante imprudencia? – preguntó, con mirada cancina – No soy tonta, Alec. Sé perfectamente que esa misma ponzoña puede resultar venenosa si la sustraemos como alimento.


- Debemos arriesgarnos – discutió él, volviendo a tomar el brazo de su compañera – Nuestros maestros, la seguridad de ellos, depende de esto. Si tenemos resultados positivos, ya no podrán hacer nada contra nosotros


- Pero… - Jane ya no tuvo tiempo de protestar. Los dientes de su hermano se habían enterrado en la dureza de su piel y, con un gemido, sintió cómo la ponzoña que la privaba de su poder era extraía


Alec la soltó, cuando, tal y como Jane había temido, la ponzoña le estrujó el estomago y comenzó a ocasionarle violentas convulsiones


- ¡Alec! – musitó, al ver como el chico temblaba bajó sus manos, emitiendo sus últimos suspiros inmortales


- ¡Corre! – alcanzó a decir, antes de quedar completamente estático, en los brazos de su hermana


Jane no permitió, en ese momento, que el abrumante dolor de aquella perdida le derrumbara. Cerró los ojos de Alec, lo dejó caer completamente al suelo y, con una decisión colérica, se puso de pie y se dispuso a ir al encuentro de los seres a los que aniquilaría sin alguna sola piedad. Definitivamente, las conjeturas de su hermano habían sido ciertas. Su poder le acompañaba, con su misma intensidad un poco más alterada debido al rencor que se iba acumulando en su pecho. Lo comprobó al encontrarse a uno de ellos y, dándole, antes de morir, la mirada más endemoniada que hubiera podido tener aquel desgraciado en sus décadas de existencia, le torturó con el dolor psíquico capaz de crear, para después ser ella misma quien lo desmembrara y le quemara.


Era una lastima que Alec ya no estuviera, pues era la fusión de sus trabajos los que hacían de sus habilidades algo mortal. Sin él, ella sólo podía atacar a un solo contrincante a la vez; además de que aún permanecía el riesgo de que Coátl anduviera por los alrededores. Llegó a la cámara en donde sus maestros habían sido aprisionados, encadenados en las paredes y, con suma dolencia, tuvo que sumar, a la muerte de su hermano, el fallecimiento de Marco, al ver el resto de sus cenizas a pocos metros de sus pies.


Atacó, tratando de llamar lo menos posible la atención, desplazando su mirada, lo más rápido posible, por cada uno de ellos. Al menos, para aturdirlos por un momento con el dolor psicológico y así poder dar un breve espacio por el cual escapar ya que, estaba claro, en ese momento, la victoria se mostraba lejos.


Los rumanos le intentaron hacer frente, al percatarse que varios de sus hombres habían caído, pero Violeta apareció – en compañía de Emmett, Rose, Demetri y Félix – justo en ese momento, liberando a los vampiros que habían sido aprisionados. Jane fue arremetida por una salvaje vampiro, de cabellos rizados y negros, a la que le fue fácil inmovilizar, y, en medio de ésta distracción, Carlisle, Aro y Cayo, junto a sus esposas e hijos, mal heridos e inconcientes, entre ellos Edward y Jasper, fueron extraídos de las cadenas que le aprisionaban contra la pared, para salir de ahí.


Emmett tomó entre sus brazos a Edward, quien apenas y mantenía los ojos medio abiertos, con el centro del estomago aún perforado, y lo acomodó sobre su espalda.


- No… - musitó, al ver claro lo que planeaban hacer – Emmett, no, por favor… Déjame…


- No puedo. Es necesario – informó el fuerte muchacho, quien corría a la par del resto de los que habían logrado escapar – Si nos quedamos ahora, seremos derrotados.


- Bella…


- Vendremos por ella, te lo prometo…


Y así, de esa manera, el clan Vulturi y su guardia, logró escapar de los Rumanos, viéndose en la obligación de renunciar a su propio castillo, para dejarlo a la disposición del enemigo, y de abandonar a varios de sus hermanos, quienes, sin duda alguna, serían aniquilados.


- Esto no es lo que planeábamos – se quejó Vladimir, con los puños apretados a sus costados - ¿Dónde están Eleazar y Damian, que hemos sido atacados y no se han dado cuenta si quiera?


- Controla tu furia, Vladimir – recomendó Stefán – Tal vez hemos fallado y hemos sido sorprendidos; pero, al final de cuentas, hemos ganado – anunció, tomando asiento en uno de los tronos – Ahora, somos nosotros quienes regiremos las leyes de los inmortales… Y, lo primero que demandaremos, será el capturar a los que han escapado…

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