Dark Chat

martes, 19 de enero de 2010

Renacer

Hola mis angeles hermosos , aqui estoy de nuevo dandoles lata . jeje como se daran cuenta el blog esta pasando por varios cambios pero ya prontito quedara bien . asi que mis niñas les pìdo paciensia y aqui les dejo dos cap de este hermoso fic , por fiss mis angeles dejen sus comentarios al final.
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Capítulo 8: Sin Olvido


Por años la he esperado,


recordando su voz, sus ojos, sus labios…


Viviendo de memorias, de momentos olvidados,


y que con el tiempo regresaron…


Siendo capaz de seguir solo con la esperanza de volverla a encontrar…


Rogando a los cielos por una segunda oportunidad…


A pesar de saberme no merecedor de volver a sentir su amor…


A pesar de saber que no merezco el honor de verla renacer…


By Romina Cullen (antes RominHarry)

“¡Esto es perfecto!” – exclamó Alice completamente animada


Me apresuré a cerrar mi mente para no escuchar las voces de mi familia, la cual ya se había reunido en torno a mí.


“Edward, te ves muy guapo” – dijo Esme, con voz maternal.


Bajé la mirada. El no tener sangre corriendo por mis venas era una enorme ventaja para estos casos. No quería ni imaginar qué tan sonrojado estaría, de haber podido.


“Espera” – dijo Alice, quitándome de nuevo el antifaz


“¿Y a hora qué pasa?” – pregunté, con voz ligeramente irritada.


Muy tarde me había dado cuenta del error que había cometido al pedirle a mi pequeña y entusiasta hermana ayuda para esta ocasión. ¿Por qué no había supuesto que esto iba a pasar?


“Estas muy pálido” – contestó, evaluándome por un momento al mismo tiempo en que entrecerraba sus ojos y su labio inferior resalta un poco – “Definitivamente, el antifaz no va a ser de mucha ayuda. Todo mundo se dará cuenta de que eres un vampiro” – dijo, con un melancólico suspiro.


Se llevó una de sus manos hacia su quijada y bajó la mirada mientras, en un movimiento que la hacía verse completamente humana, movía rítmicamente su pequeño piecito.


“¡Ya sé!” – exclamó, de un momento a otro y, sin decir más, se lanzó hacia el segundo piso.


Volvió al cabo de unos segundos, trayendo consigo una pequeña bolsita plateada. Se plantó frente a mí y comenzó a pasarme por todo el rostro una gran brocha con polvo.


“Veremos si el maquillaje te ayuda un poco” – murmuraba mientras se concentraba en el trabajo.


Mi mente se cerró mucho más al escuchar las risitas que venían por parte de mis otros dos hermanos. Bufé fuertemente. Cuando Alice terminó, se alejó para evaluarme una vez más y, tras hacer un leve puchero, su mirada relumbró como faro.


“¡Ya sé donde radica el verdadero problema!” – dijo, de manera victoriosa


“¿En dónde?” – preguntó Esme


“¡En los ojos!” – todos nos miramos mutuamente – “Si. El dorado de nuestros ojos es lo que más nos delata”


“No me puedo arrancar las pupilas, Alice”


“Ya lo sé. Pero con un par de lentillas todo se soluciona”


Oh. Debí de haber pensando en eso antes.


“Vamos, Jazz, acompáñame. No hay mucho tiempo. Edward, vístete. Vuelvo en pocos minutos” – y así, mi hermana desapareció junto con el rubio vampiro.


Suspiré pesadamente mientras cogía el traje que Alice me había comprado. Me vestí rápidamente y Esme se acercó, abrazándome por la espalda.


“Te ves muy galante” –


Reí, realmente apenado.


“Lo dices, por que eres mi madre”


“Lo digo, por que es la verdad” – discutió dulcemente y depositó un beso sobre mi mejilla.


Tal y como lo prometió Alice, no tardó mucho en llegar.


“¡Oh, Edward, el traje te ha quedado de maravilla!” – exclamó mientras se acercaba hacia mi – “Ahora, ponte esto” – dijo, tendiéndome una pequeña cajita la cual cogí


“Alice, la ponzoña las derretirá” – recordé. Ella sonrió de manera triunfante


“Ya lo sé. Por eso he traído más”


Abrí la cajita y respingué al ver el color que Alice había escogido.


“Pensé que sería buena idea el que, por un momento, volvieras a tener los ojos verdes”


Sonreí tristemente y no pude evitar el recordar, y extrañar, mi vida como humano, al lado de ella.


“Gracias” – susurré, cuando me las hube ya puesto y todos, sin excepción de alguno, me miraban con ojos completamente dilatados.


“En realidad pareces humano” – dijo Rose. Carlisle se acercó hacia mí y tomó mi hombro con una sus manos


“Es verdad” – dijo, mirándome con una sonrisa amable y cariñosa – “Te lo digo yo, que fui quien te vio como tal”


“Gracias” – volví a repetir ante la imposibilidad de encontrar otra palabra más sincera que darles.


Miré a mi familia por un momento, agradeciendo al cielo por tenerlos a mi lado. Agradeciendo el que, sin dudarlo dos veces, me hubieran perdonado por todo lo que les hice en un pasado… y agradeciendo el que siempre estuvieran ahí, apoyándome cada vez que les necesitaba.


“¡Pero ya vete!” – exclamó Alice – “Ya es hora. El baile comenzara dentro de poco y no olvides ponerte en antifaz”


Asentí rápidamente y corrí hacia mi carro. Manejé hacia la escuela, la cual ya estaba demasiado concurrida. Respiré profundamente antes de bajar. Solo esperaba no ser descubierto.


Caminé hacia el pasillo y me concentré en los pensamientos de mí alrededor. No, nadie dudaba de que era humano. Traté de moverme con un poco de torpeza y hacer ruido con mis pies. Aquellos bruscos movimientos eran dificultosos y molestos, pero necesarios.


Viajé mi mirada de un lado a otro, buscándola desesperadamente. Mis pupilas ansiaban el verle, el contemplarse con su magnificencia. Y, como rayo de luz, apareció frente a mí, a pocos metros de donde me encontraba.


Las luces doradas y plateadas bañaban su rostro ruborizado. La oscuridad definía su fina silueta que se encontraba envuelta por el vestido color negro. Su cabello caía completamente sobre sus hombros, como una brillante cascada espesa de color caoba. Sus ojos brillaban expectantes, ¿Me estaban buscando acaso?


No me di cuenta del momento en que me vi caminando hacia ella. Solo lo hice. Me fui acercando y pude entender que ella aún no me lograba ver. Fue hasta el momento en que tomé su mano contra la mía que, con un pequeño sobresaltó, giró su cuerpo para encararme.


Me miró por varios segundos y, después, bajando un poco su semblante, sonrió tímidamente.


Perfecta… sublime… hermosa… única…


Me incliné, sin decir palabra alguna, y besé su mano derecha.


Contemplé como sus mejillas se ruborizaban y sonreí, completamente complacido por la visión que me regalaba. Había mucho ruido y mis palabras no llegarían a sus oídos, así que preferí no hablar. Con el mismo silencio con el que me había reunido con ella, la guié hacia la pista del baile. No se negó. Me pregunté si acaso recordaría, algún día, la ocasión tan similar en la que nos encontramos al ser los dos humanos.


“Edward, no sé bailar”


“Pero yo si”


“Tengo miedo de caerme”


“Jamás permitiría que eso te pasará. Conmigo, siempre estarás a salvo, lo sabes perfectamente”


Tal vez fue debido a mi imaginación, o la dulce desesperación de que así fuera, que no encontré diferencia alguna, entre el pasado y el presente, de cómo ella había recostado su cabeza sobre mi pecho, ponía una de sus delicadas manos sobre mi hombro y dejaba ser guiada por mis brazos.


“Bella…” – susurré mientras mi boca reposaba sobre su frente. No sabía si me lograría escuchar, lo dudaba, pero pude sentir como su pecho subía y bajaba debido a un suspiro que emitía – “Mi Bella”


Llevé una de mis manos hacia su cintura y con la otra sostuve su mano en el aire. Comenzamos a bailar. Importándonos poco si la música era lenta o rápida, simplemente nos balanceamos de un lado a otro, de manera lenta y delicada, con sus pies sobre los míos.


No sé cuánto tiempo transcurrió. Me encontraba demasiado perdido en la calidez de su cuerpo, la suavidad de su mano y el palpitar de su corazón contra mi silencioso pecho. Cerré los ojos y me dejé inundar por la fragancia tan dulce de su ser. Otra vez, el dolor no existía en mi mundo. No existía nada más que ella. Ella una y otra vez. Ella ahora y siempre. Bella…


Abrí mis ojos cuando su cabeza se alejó y levantó la mirada para verme. Sus ojos brillaban de una manera cálida, de esa manera inmortal y única. Fue entonces cuando recordé que, seguramente, las lentillas ya se habían derretido.


“¿Pasa algo?” – preguntó, seguramente de ver la vacilación de mi rostro, puesto que no quería alejarme de su lado, pero era necesario.


Todo se acabaría si me descubrían.


“Bella, necesito salir de aquí un momento, ¿Me esperas?” – dije


Y su mano se aferró a la mía


“Mejor voy contigo. Acompañarte es mucho mejor que esperarte”


Sonreí mientras asentía y, de manera intencional, bajé la mirada hacia el suelo para que así nadie pudiera encontrarse con mis extrañas y delatoras pupilas.


Llegamos a la parte trasera del jardín de la escuela. Respiré de alivio al notar que nadie, más que nosotros, se encontraba ahí. Saqué la cajita de repuesto que Alice me había dado. Bella se acercó


“¿Y eso?” – preguntó


“Son lentillas” – expliqué.


¿Acaso no se había percatado? No me sorprendió. Seguramente el antifaz ocultaba muy bien aquel detalle para ella, que no vivía obsesionada con fijarse todo el tiempo en los demás para ver si se trataba de un humano o no.


Extrajé el delicado objeto y me quité el antifaz. Me llevé la pequeña máscara ocular hacia su lugar y parpadeé rítmicamente para que la molesta sensación se disipara lo más rápido posible. Bella observó todo el proceso con una expresión no supe descifrar. La miré a los ojos, de manera fugaz, antes de desviarlos hacia otro lado y ponerme de nueva cuenta el antifaz.


Me sorprendió cuando sus manos se movieron hacia mi rostro y lo despojaron de la prenda que lo cubría. Su mirada se deslizó por mis facciones, de manera lenta y profunda. Yo no era capaz de moverme, solo me limité a concentrarme en el frágil roce que las puntas de sus dedos daban a cada parte de mi rostro, recorriéndolo una y otra vez, como si lo estuviera reconociendo, como si estuviera tentándolo para comprobar que era verdadero.


Un cálido estremecimiento recorrió mi cuerpo cuando sus pupilas se funcionaron con las mías de manera poderosa, con una unión tan estrecha que parecía irrompible.


Entonces, la sensación de sosiego se quebró al ver como unas gotitas cristalinas se deslizaban por sus mejillas y, antes de que pudiera preguntarle qué es lo que le pasaba, susurró


“Edward…” –


No era la primera vez que decía mi nombre, pero si era la primera vez que lo evocaba. Eran dos situaciones muy diferentes que, tal vez, solo yo era capaz de reconocer.


“Si… ” – murmuré


Su mirada seguía entrelazada a la mía y calló durante varios minutos. Seguía llorando, así que me atreví a secar sus lágrimas con mis labios. Paseé mi boca por sus húmedas mejillas y por sus ojos, sintiendo en ellos el salado sabor de su llanto.


“Edward…” – repitió


“Si… Aquí estoy” – volví a confirmar y sus manos sostuvieron con más firmeza mi rostro y, con un movimiento delicado, lo hicieron girar un poco, solo lo suficiente como para que mi boca quedara a pocos milímetros de la suya.


Cerré mis ojos y entreabrí mis labios, más no me atreví a acercarlos más.


Tenía miedo de que, sin darme cuenta, la estuviera presionando. No quería forzar las cosas, solo quería que ella me recordara, que supiera quién era yo verdaderamente. Que se diera cuenta, sin necesidad de palabras o explicaciones, que la amaba, que, si había aceptado afrontar la eternidad, había sido solo por ella, que la había esperado cada día con la fiel esperanza de su renacer… Solo quería que supiera que ella ya había vivido tiempo antes a mi lado y que estaba aquí para vivir conmigo, eternamente


“Bésame…” – pidió con un susurro y como el fiel esclavo que era de ella, obedecí.


Mis labios se reconciliaron con su dulce y calido aliento y, a pesar de todos sus años de desolación, en ese momento se movieron sobre sus compañeros, como si nunca hubieran dejado de hacerlo. Coloqué mis manos sobre sus mejillas y sentí como sus brazos envolvían mi cuello y sus dedos jugaban con mi cabello. Mis dedos acariciaron la suave piel de sus pómulos y, después, los deslicé por su cuello, hombros, hasta que llegaron y se aferraron a su pequeña cintura.


Bella suspiró entre mi boca y su aliento me enloqueció. Con un movimiento desesperado, mis labios se comenzaron a mover de manera más animosa, explorando y embriagándose de aquel dulce sabor que comenzaba a provocar un delicioso ardor en mi garganta. Mis manos se apretaron más en su lugar y sentí su cuerpo completamente pegado hacia el mío. Mis brazos cubrieron completamente su figura y la estrecharon. El latido frenético de su corazón contra mi pecho era tan cercano que, por un momento, creí que también el mío había comenzado a latir. Mi lengua no se cansaba de danzar con la suya, mis sentidos jamás tendrían suficiente de ella. Nuestros labios estaban completamente húmedos y se deslizaban ya sin ninguna vacilación. Era una danza fácil, ligera, única y entregada. Sus manos bajaron hacia mi espalda y sentí como sus dedos se enterraban en ella al mismo tiempo que un pequeño gemido salía de sus labios.


Entonces, recordé…


Y el recuerdo fue tan doloroso que me separé de ella como si su cuerpo me hubiera dado una fuerte terrible descarga eléctrica. Tragué saliva y sentí una punzada de dolor en la garganta, causada por la ponzoña. Lo ignoré fácilmente puesto que había un dolor muchísimo más fuerte y torturante oprimiendo mi pecho.


El recuerdo de cómo Bella había muerto entre mis brazos aquella noche.


“Lo siento” – susurré cuando pude recuperarme.


Bella se acercó hacia mí. Me sonrió de manera amable y volvió a pasar sus dedos sobre mi rostro


“Ambos hemos esperado tanto tiempo para estar juntos. No temas, ahora, nada podra separanos.”


No lo pude evitar.


El saber que la espera había terminado al fin, el tener la certeza de que ella me recordaba - tal vez no por completo, pero si en gran medida y, lo importante: sabía que en un pasado nos habíamos amado - fue un sentimiento tan sublime, tan divino, insuperable, celestial y glorioso, que me derrumbó.


Caí de rodillas hacia sus pies, paseé mis brazos alrededor de su cintura y recargué mi cabeza sobre su vientre. Empecé a sollozar, lágrimas secas, lágrimas de felicidad.


Ella me acarició los cabellos desde arriba y, después, se inclinó para quedar a mi altura.


“Disculpa la espera” – murmuró, cuando estuvo también hincada frente a mí


“No hay nada que disculpar” – contesté y volví a entrelazar mis labios con los suyos.


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Capítulo 9 : Claridad


“¡Bella!” – Exclamó Mike, en cuanto me vio entrar al salón de baile – “Pensé que no querías venir”


“Cambié de opinión” – me limité a decir. Sabía que no tenía por qué darle explicaciones


“¿Te invitó alguien o…?”


“Si” – contesté, intentando no mirarle a los ojos para aligerar mi cargo de conciencia


“Oh, ya veo” – susurró. Le dediqué una excusante sonrisa y, antes de que mis demás amigos se reunieran a mí alrededor, caminé lejos de él.


Lo comencé a buscar con la mirada, preguntándome cómo pensaba colarse en medio de esta multitud de humanos. Un frío y sobrecogedor contacto me hizo volver la vista hacia su dirección. Y ahí estaba, tan perfecto que, por un momento, me pareció ridículo el imaginar que, cualquier humano, pudiera creer que era uno de ellos. Simplemente, imposible. Alguien tan irrealmente hermoso no podía ser un mortal. El cielo no se lo perdonaría.


Mi corazón comenzó a latir de manera desbocada – con su sonido levantándose más allá de la fuerte música – cuando sus labios se posaron en mi mano. Me deslumbré con la magnificencia de su resplandeciente sonrisa y sentí que mis mejillas podían explotar de un momento a otro. En completo silencio, me jaló hacia la pista de baile. No puse ni un solo poco de resistencia. Me sentía segura a su lado. Y, la extraña sensación de Deja vu volvió a inundar mi mente. Con un movimiento completamente inconciente, llevé mis manos hacia su hombro y dejé caer mi cabeza sobre su pecho y recordé la misma escena… pero, con un joven diferente a él.


Se trataba de un muchacho con ojos color verde esmeralda, a cual yo amaba de manera irrevocable. La imagen se fue aclarando, poco a poco, hasta que me mostró, perfectamente, el semblante de mi antiguo compañero y me pareció tener la seguridad de que se trataba de la misma persona que danzaba ahora conmigo. Levanté mi mirada para asegurarme y me encontré con un par de pupilas doradas, en lugar de verdes, deshaciendo mi esperanza. Entonces, sentí como su cuerpo pegaba un pequeño respingo


“¿Pasa algo?” – pregunté


“Necesito salir un momento de aquí, ¿Me esperas?” – el vacío de mi pecho se abrió al momento. ¿Cómo era posible que, con tan poco, mi estabilidad emocional dependiera tanto de aquel inmortal?


Dejé mi pregunta de lado y, movida por aquella vocecilla insistente y amiga mía, aferré mi mano hacia la suya


“Mejor voy contigo. Acompañarte es mejor que esperarte” – me sorprendí de las palabras expulsadas de mis labios. Había sido algo completamente in intencional. Su sonrisa me tranquilizó un poco y caminamos hacia el patio trasero de la escuela.


No había nadie ahí y contemplé como Edward sacaba una pequeña cajita de sus bolsillos.


“¿Y eso?” – pregunté, sin poder reprimir mi curiosidad


“Son lentillas” – explicó y sonreí por lo despistada que había sido.


Ni si quiera me había fijado en el detalle, ya que, el negro antifaz que llevaba, le daba a su rostro una belleza más acentuada, que robaba mucha atención. Observé como el vampiro se ponía las lentillas y, antes de que se volviera a poner el antifaz, miró en mi dirección por un breve segundo.


Un breve segundo: lo suficiente para que aquel par de ojos, ahora verdes, traspasaran cada uno de mis sentidos y se arremolinaran en el centro de mi alma. Mi voz interior jadeó cuando una serie de eventos se vinieron de un momento a otro, como una ola impetuosa golpeándome de manera satisfactoria y fugaz.


“Te voy a extrañar”


“Nada podría separarme de ti, ni si quiera la muerte, ¿Lo entiendes? Volvería a revivir con tal de regresar a tu lado”


“Bella”


“¿Si, papá?”


“Ven, cariño. Tienes que ver algo”


Mis ojos leyeron la nota de primera plana: Camión pierde en control y se lleva consigo un carro particular. NADIE SOBREVIVIO…


El cuerpo de Edward nunca fue encontrado y, a pesar que los meses transcurrieron, el dolor no cesó y me fue hundiendo, cada día más, con la condena de sufrir su perdida. La vida se me iba con cada hora que el reloj marcaba. Mi alma se desgarraba y sangraba, más no moría. Mi vida ya no tenía sentido. Él se había ido y me había dejado… pensé que no habría quién me rescatara de aquel calvario y, entonces, un milagro sucedió…


Caminé hacia el vampiro que tenía enfrente e impedí que se volviera a poner aquel antifaz que me privaba de aquel brillo esmeralda… El mismo que una vez amé con cada uno de mis alientos. Paseé mis dedos por su rostro, convenciéndome de que era real, de que era él… de que siempre había sido él.


“Edward” – musité y comprendí que ese nombre siempre había sido el que mi subconsciente había mencionado, una y otra vez, en mis sueños


“Si…” – susurró y me volví a estremecer interiormente ante los nuevos recuerdos.


Sentí sus labios sobre mis mejillas y comprendí que, sin saberlo y quererlo, había comenzado a llorar.


“¿Acaso no te doy miedo? ¡Soy un vampiro, Bella, te puedo matar!”


“No, no lo harás”


“¿Sigues amándome, aún sabiendo que no soy humano?”


“Sin duda alguna”


La vida me volvió a sonreír y una nueva esperanza floreció. Edward y yo nos habíamos vuelto a encontrar y pensé que pasaríamos el resto de la eternidad juntos, sin más separaciones, sin ningún otro adiós… pero, me equivocaba.


“Ellos me buscan, se han enterado del don que poseo”


“¿Te harán daño?”


“Te veré en pocos días. Nada podrá separarme de ti, ¿lo entiendes? Ni la muerte lo ha logrado ¿Qué más podría hacerlo?”


“Edward…” – volví a repetir


“Aquí estoy” – confirmó, y mis manos se apretaron más a su rostro eterno. Lo hice girar un poco, y sus labios quedaron a poca distancia de los míos.


Cerré mis ojos y me dejé embriagar por cada una de las sensaciones que su aliento me provocaba.


“Alice, ¿Dónde esta Edward?”


“Se ha ido… James le ha mordido y su ponzoña ha borrado todo tipo de recuerdos. Él ya no posee buenos sentimientos, Bella”


“Él nunca me hará daño”


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“¿En realidad crees que yo pueda amar a un simple humana como tú?”


“Alguna vez lo hiciste”


“Ya no soy el que antes fui”


Y entonces, entendí perfectamente el por qué del vacío que se abría paso en mi pecho cada vez que se distanciaba: Era el miedo de perderlo una vez más. No, ya jamás iba a volver a pasar lo mismo. Dudaba mucho que pudiera soportar una cuarta despedida…


“Bésame” – supliqué, ante la necesidad que tenía de él, de saberlo junto a mí. De convencerme que era real y no un sueño…


Sus labios apretaron suavemente los míos y ambas bocas comenzaron a acariciarse con fervor. Su dulce y fresco sabor llegó a mi garganta y me sentí completamente reconciliada con mi nueva vida. Me sentí completa, sintiendo, en cada poro de mi piel, el inmortal y eterno amor que le profesaba a ese muchacho.


“Moriría feliz en tus brazos”


“No digas eso, siempre estaremos juntos”


“Siempre”


Y, sin embargo, le había fallado con aquella promesa. Mi muerte fue demasiado acogedora, puesto que sus brazos estuvieron a mi lado en ese momento. Intenté, numerosas veces, el volver con él, pero, por más que luchaba, las cadenas no lograban deshacerse y me ataron durante décadas. No hubo día que su dolor no fuera el mío, ni que mis lágrimas acompañaran sus sollozos y sufrimientos.. Indescriptible era la pena que me invadía al escuchar, cada día, su llamado… Y, fue un día, cuando las esperanzas estaban a punto de fallecer, cuando mi alma se liberó y volví a renacer. Mis pocos años de nueva vida habían pasado vacíos, pues, mi única misión en ella era regresar a su lado. Mi único destino era estar al lado de él, por siempre…


Su cuerpo se alejó de mí, de un momento a otro. Comprendí, perfectamente, lo que le pasaba. El brillo temeroso de sus pupilas me lo confesó


“Lo siento” – susurró y una sonrisa cálida se dibujó en mis labios, para tranquilizarlo.


No tenía por qué disculparse, entendía lo que sentía perfectamente, pues ambos compartíamos ese miedo en la misma tortuosa cantidad. Di un paso hacia delante, recompensando la repentina distancia que él había interpuesto, y volví a reposar mi mano sobre su mejilla.


“Ambos hemos esperado tanto tiempo para estar juntos” – murmuré – “No temas, ahora nada podrá separarnos” – prometí y el corazón se me encogió al ver como Mi Edward caía de rodillas frente a mí y aferraba sus brazos a mi cintura.


El corazón me tembló al sentir sus sollozos secos en la falta de mi vestido y quise hacer muchas cosas a la vez y, al final, opté por una, la más simple, la más significativa. Me hinqué frente a él y, cuando estuve frente a frente, mirando directamente a sus ojos, volví a acariciar su rostro con lentos movimientos.


“Disculpa la espera” – dije y una pequeña sonrisa se pintó en sus labios


“No hay nada que disculpar” – musitó para, después, juntar su boca con la mía.


Entrelacé mis dedos en su cabello y moví mi cuerpo al suyo. El latido frenético de mi corazón era un movimiento demasiado placentero y, cuando sus brazos volvieron a estrecharse a mi alrededor, me estremecí alegremente por el frío de su cuerpo que se color por mi vestido. Su boca se fue alejando lentamente de la mía, dejando paso a nuestras frentes unidas y nuestras respiraciones entrecortadas. Cerré mis ojos y volví a pasear mis manos por su rostro, él hizo lo mismo y el roce de la punta de sus dedos dejó un singular cosquilleo en mi piel. Sonreí y, tras depositar un pequeño beso sobre mi nariz, se puso de pie y me tendió la mano para que le siguiera.


“¿Quieres regresar al baile?” –


Negué con la cabeza y dirigí mi mirada hacia una pequeña y deshabitada galera que estaba muy cerca del bosque. Él comprendió mi mudo deseo y, con una sonrisa, me llevó hacia allá. No sentamos en la banquita de cemento y nos mantuvimos, un momento, en un reconfortante silencio. Las luces y la música resonaba a lo lejos y vi que Mike salía abrazado de Dennis, por lo que podía apreciar, tal parecía que se habían excedido de copas. Entonces, recordé un detalle.


“Has pasado muchos insultos por mi culpa” – dije, con voz apesadumbrada al recordar todo lo que de él, y su familia, se decía – “Lo siento”


“¿Por qué pides disculpas?” – preguntó, divertido


“No basta con todo lo que te hice esperar. También tienes que lidiar con la sobreprotección de mi madre y los prejuicios que te tienen todos en la escuela”


“Me basta con que tú estés a mi lado” – murmuró, con sus labios pegados a mi oído – “soportaría todo tipo de torturas si, después de ello, me aseguraran que te tendría a mi lado”


Sonreí, mientras sentía un fuerte mariposeo revoloteando en mi estomago.


“Faltan dos años” – recordé


“¿Dos años para qué?”


“Para que puedas transformarme” – dije y sus ojos se dilataron por un breve instante, por lo que supuse que no se esperaba a que sacara el tema de manera inmediata – “No pensarás que estoy aquí, una vez más a tu lado, para estar unos cuantos años juntos, ¿Verdad?”


“Pero… Bella…” – llevé uno de mis dedos hacia sus labios


“¿No es por eso que me has esperado casi un siglo?”


“La verdad es que si” – admitió, con una sonrisa fugaz


“En cuanto cumpla la mayoría de edad, justamente esa fecha, ni un día más, ni un día menos, iremos con el gobierno para que aprueben mi conversión”


“¿Crees que acepten?”


“Tienen que aceptar” – dije, de manera rotunda – “Yo lo quiero. Tú lo quieres. Nos amamos y seremos compañeros. Me comprometeré con una dieta vegetariana y tú cuidaras y guiaras mis instintos de sed en los primeros años…"


“Recuerda que uno de tus familiares debe, también, firmar el acta”


“Mi madre lo tiene que entender y, si no es así, renunciare a mi apellido. Por eso no hay problema”


“¿Estas segura de querer dejar tanto por mí?”


“Completamente” – contesté, sin dudarlo ni una milésima de segundo. Su mirada se junto con la mía y sus dorados ojos relampaguearon con un calido brillo.


“Siempre me darás más de lo que merezco y siempre seré yo, el más egoísta…”


“No he esperado tanto tiempo para dejarme derrumbar por unas estupidas y absurdas leyes humanas” – interrumpí, uniendo mis labios otra vez con los suyos – “los dos años se me harán eternos” – susurré – “No creo que pueda soportar tener que esconderme todo el tiempo para verte, para hablarte. Ésta necesidad crece con cada segundo que pasa. Lo único que me reconfortará será el saber que dos años no significaran nada con la eternidad que nos espera juntos, para siempre”


“Por siempre” – acordó él, con su boca apenas y tocando la mía.


Y me sentí mucho más que feliz entre sus brazos… Si embargo, el destino no nos dejó disfrutar mucho de aquel aliento de paz. Todavía había una prueba final. Una prueba definitiva para los dos.


Nuestro beso se vio interrumpido por un fuerte alboroto que se levantó de un momento a otro. Levantamos la mirada hacia el cielo y éste se encontraba ya tapizado por varios helicópteros que volaban de un lado a otro y, antes de que pudiéramos sacar nuestras propias conclusiones, una menuda figurilla, acompañada de un hombre rubio, se materializó frente a nosotros.


“Edward… Tenemos que irnos” – susurró la pequeño vampiro que, mi mente reconoció como Alice


“¿Qué es lo que pasa?”


“Un aquelarre de vampiros y una manada de licántropos tuvieron un enfrentamiento en el centro de la ciudad. Resultaron heridos, y muertos, muchos humanos. El gobierno ha dado la orden de cazar y matar a ambas especies. Ya no habrá segundas oportunidades. Tenemos que escondernos”


Aferré mi mano a la cintura de Edward


“Bella, tienes que irte a tu casa” – dijo el rubio vampiro, quien, supe, se llamaba Jasper.


“No” – dije rápidamente – “Iré con ustedes”


“No puedes” – discutió la pequeña – “Ha quedado restringido cualquier contacto humano con nosotros, quien sea sorprendido ayudándonos, también será eliminado”


“Te llevaré a casa, Bella” – anunció Edward


“No” – volví a decir, sin peder el poder de mis palabras


“Bella, ya escuchaste a Alice. Si te ven conmigo…”


“No me importa” – interrumpí – “No pienso alejarme de ti. Si me llevas a casa, iré en tu búsqueda. Sabes que lo haré”


“Bella…” –


“Edward, date prisa” – presionó Jasper – “tenemos poco tiempo para encontrar un refugio. Los demás nos están esperando”


Apreté el agarre de mis dedos en su camisa


“No me dejes. Llévame contigo” – supliqué


Sus ansiosos ojos se fundieron con los míos por un momento y, con un frustrado gruñido, me tomó entre sus brazos y me acomodó sobre su espalda


“¿A dónde vamos?” – preguntó


“Al norte, síganme” – anunció Jasper, echándose a correr y, al medio segundo después, Edward le siguió.