Dark Chat

miércoles, 9 de diciembre de 2009

GHOTIKA

HOY es una hermosa noche
tan hermosa y tan de buenas que ando que aqui les les dejo el final de nuestro amado fic
Ghotika , muchas gracias  AnJu Dark por permitirme subir una mas de sus hermosas historias al blog y asi poderla compartir con ustedes
mis angeles hermosos espero que este final tenga muchicimos comentarios este fic los merece , asi que no les hecho mas rollo y aqui les dejo  este ultimo cap
les mando mil besitos
Angel of the dark.
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Dónde mi dicha fue? La dulce calma huyó por siempre del doliente pecho.




El blando sueño abandonó mi lecho y el porvenir sus puertas me cerró.




Memorias sobre el Matrimonio – Manuel Payno.


Capítulo 33: Final.

– El crepúsculo – susurró Damián, tomando, como todo el tiempo, asiento al lado de Alice y cogiendo sus delicadas manos entre las suyas – Esta demasiado sombrío hoy. Tal vez presagia algo malo...



La pequeña clavó su mirada en él, en su hermoso rostro pálido y umbrío, que se acicalaba a la perfección con los pequeños mechones plateados de cabello que cubrían, de manera rebelde, algunas partes de sus facciones. El vampiro le dedicó una pequeña sonrisa, carente de felicidad, y acarició, lentamente, una de sus mejillas.


–Alice, ¿Conoces la historia del demonio que se enamoro del ángel? – le preguntó y ella negó con su silencio. Damián prosiguió – Su nombre era Genaro y se dice que era el hijo predilecto de Lucifer. Su cabello negro y largo enmarcaba su rostro pálido, que ofendía a la divinidad de Dios y la Virgen con su presencia, sólo por ser más hermoso que los dos juntos; pero era de mal corazón... o, al menos, así se consideraba y le veían el resto de quienes habitaban en el infierno. Cierto día, cuando el Señor Malvado decidió penetrar las puertas del Cielo para retar al Todo Poderoso, él, que como todo buen hijo, iba a su costado, dispuesto a acabar con sus repugnantes enemigos; pero se fijó en le delicada doncella de faz divina y cabellos rubios que caían hasta sus pies. Su nombre era Catalina. Uno de los ángeles más bellos que habitaban en la Corte Celestial. Tenía pintado sus ojos de un azul intenso y la piel le fulguraba con pequeños toques dorados que hacían creer que la Máxima Divinidad era ella y no el hombre que estaba hasta el frente.


“Genaro, que de corazón y sentimientos oscuros se creía poseedor, después de contemplarla, no encontró más que, en su interior, un ferviente amor y devoción por aquel maravilloso ángel... Y fue ese sentimiento, que opacó su perversidad, lo que le llevó a la expiación eterna. Después de que la batalla fue iniciada, fuera de seguir las órdenes que su Maestro le había indicado, corrió hacia Catalina y la comenzó a proteger de las embestidas con las que, el resto de sus hermanos, pretendían aniquilarle. Al final, gracias a su traición, el reino del Cielo venció. Lucifer, completamente enfurecido por la inesperada reacción de Genaro, lo arrastró de vuelta al infierno y ahí, él mismo se encargó de condenarlo a vivir en la nada. Genaro vaga ahora por la oscuridad, esperando que su amada Catalina llegue y le rescate. Lo que él no sabe es que ella, el ángel por el que se perdió, ni si quiera recuerda su rostro o lo que él hizo por salvarla... Así que, como es de esperarse, el ingenuo Demonio errará solo por siempre, sin parar nunca, pues jamás encontrará un principio o un fin en el lugar al que ha sido exiliado... Y todo por haberse enamorado...


–...Todo este tiempo, he pensado que Genaro fue alguien realmente estúpido – agregó Damián, soltando una risita irónica, para después regresar a su gesto serio y mirar fijamente a Alice – pero mira cómo es el destino de traicionero. Siempre terminas practicando lo que juras nunca hacer. Dicen por ahí que uno nunca es lo suficientemente bueno o malo, como para condenarlo o idolatrarlo, según sea el caso, pues siempre hay una parte de bondad en lo maligno y siempre hay perversión en la virtud. Según las circunstancias en las que te encuentres, tu malicia dormirá para darle oportunidad a tu benignidad de gobernar por un tiempo; pero sólo pasará eso: quedará dormida; sin embargo, siempre estará lista para emerger en cualquier instante... El amor es un sentimiento demasiado enloquecedor y es una mala influencia para el despertar y adormecer de las emociones– concluyó con un pesado suspiro – Prometo que jamás volveré a juzgar a Genaro... Es muy probable que yo sea peor que él.


Alice no entendió el significado de estas palabras hasta que una borrosa e incoherente serie de imágenes se presentaron en su memoria por un breve instante, recordándole que no faltaba mucho para que la ponzoña de Coátl dejara de tener efecto en ella...


–No – negó Damián, adivinando sus pensamientos – Esta vez no te llevaré a que te desinhiban de tu poder – aseguró, besando sus manos con delicadeza y cerrando sus ojos al momento de hacerlo – Esta noche sólo déjame estar cerca de ti – pidió mientras, con lentitud, fue recargando su cabeza en el pecho de Alice que, extrañamente, le aceptó de manera cálida, rodeando el cuerpo del vampiro con sus delgados bracitos y hundiendo su rostro en los cabellos plateados...


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–¡Señor, nos atacan! – exclamó uno de los vampiros, entrando violentamente a la sala en la que Stefán, Vladimir, Damián y Azael, en compañía con otros más, se encontraban alimentándose.


Azael dejó caer el cuerpo seco y tembloroso de su presa, sin el menor atisbo de piedad por él, para después pasarse la palma de sus manos por la comisura de sus labios y limpiarse el hilo de sangre que de éstas le escurría.


–¿Dónde está Mâred? – Exigió saber y al momento, la pequeña apareció frente a él – Muéstranos la entrada del castillo – le ordenó y, al segundo siguiente, tuvo la visión que pidió - ¡Ba! – Exclamó, soltando una sonora carcajada – ¡Abran las puertas! ¡Déjenlos entrar!


–¡¿Pero qué ordenas, idiota?! – Inquirió Vladimir, parándose de su asiento y encarando al loco vampiro – ¡¿Abrirles las puertas para que nos ataquen?! ¡¿Acaso has perdido el juicio?!


–¡Míralos, padre! No son ni la mitad que tiene nuestra guardia. Podemos jugar un momento con ellos, divertirnos no nos haría ningún mal. Además – agregó, con voz despiadada, mirando fijamente al vampiro que encabezaba al grupo de los Vulturi y luchaba con furia arremetida contra los que le trataban de impedir el acceso – Tengo asuntos pendientes que aún no se terminan de arreglar. ¡Abran las puertas, les digo! – volvió a vociferar cuando vio que nadie le hacía caso


–No es necesario, mi señor – dijo Mâred, llamando la atención de todos para que la fijaran en las imágenes que mostraba – Ellos ya lo han hecho...


Edward fue el primero en pisar el suelo del castillo. Su mirada se viajó por todo alrededor, buscando con desesperado odio el rostro de ese maldito canalla al que iba dispuesto a aniquilar.


–Están por allá – señaló Violeta, al apreciar, mejor que nadie, gracias a sus sentidos de rastreadora, el olor de cada uno de ellos, combinado con el efluvio de sangre muerta.


El grupo de vampiros corrió detrás de ella, quien les iba guiando y frenaron, justo en el momento en que ella hizo lo mismo.


–Violeta, ¿Qué pasa? – preguntó Jasper, al sentir la descarga de emociones que soltaba su infante cuerpecito


La pequeña tardó en contestar, pues, demasiado aturdida le había dejado el sentir aquella esencia divinamente conocida.


–Darío – susurró, volviendo la vista hacia abajo, en donde el resto de las habitaciones se encontraban enterradas


–Espera – le frenó Jane, cuando intentó correr para ir en su búsqueda – primero dinos dónde está el resto


Violeta, haciendo control de sus instintos que le rogaban ir por él en ese preciso instante, sin esperar nada más, asintió y siguió corriendo hasta llegar al salón en donde se había llevado a cabo el sanguinario banquete. El grupo de vampiros enemigos ya les estaban esperando. Ambos bandos gruñeron fieramente en cuanto estuvieron frente a frente y lo primero que Jasper y Edward buscaron, además de Alice y Bella, fueron a ese par de hermanos que se habían atrevido a arrebatárselas.


–No están aquí – siseó Edward.


–Vayan a buscarles – alentó Carlisle – nosotros nos encargaremos de ellos.


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Ni bien Damián había llegado a la habitación, corrió para sostener a Alice quien tenía ambas manos posadas en sus sienes, en un intento vano de tranquilizar el terrible dolor de cabeza que sentía por la fuerte lluvia de imágenes que se le comenzaban a presentar.


–¿Te encuentras bien? – preguntó, con voz tranquila. Ignorando el hecho de que, dentro de poco, vendría él a reclamarla...


–No – contestó sin poder mentir la muchacha – son tantas cosas... tantos momentos que veo... hay mucha sangre...


Un fuerte gemido se escapó de sus labios al ver, claramente, el rostro de Jasper. Damián la abrazó fuertemente a su pecho, impidiendo que sus rodillas toparan con el suelo.


–Si, mi pequeña, él, a quien tanto amas, está vivo y viene por ti – confesó, con sus labios hundidos en su cabello y sus manos apretando la esbelta cintura – Pero no sé si seré lo suficientemente fuerte para impedírselo... no lo sé...


La puerta se abrió en ese momento de manera violenta, logrando que Damián la soltara, para después ser arremetido con una fuerza imperial contra la pared. Los ojos de Alice se perdieron al ver el encolerizado rostro del hombre al que tanto había extrañado y sintió como su muerto corazón palpitaba por un breve instante.


–Jasper – susurró y el vampiro que se encontraba agazapado, como un temible tigre, con los dorados cabellos cayéndole por los hombros de manera salvaje y el pecho gruñéndole de manera bestial, se incorporó lentamente, tranquilizándose conforme su negra mirada se fusionaba con la de ella...


Por un momento, ambos olvidaron todo lo que se estaba desenvolviendo a su alrededor y se concentraron solo en el hecho de estar juntos otra vez, frente a frente, comprobando, con sus propios ojos, que estaban ahí, presentes...


Él caminó hacia ella, acortando la distancia que los separaba de manera desesperada para fundirse en un estrecho abrazo.


–¡Jasper! – sollozó Alice, sin poderse contener. Era tanto alivio el que sentía de poder tenerlo otra vez, de saberlo junto a ella, que no podía reprimir sus emociones. Estaba segura que de haber podido llorar, hubiera inundando esa habitación con sus lágrimas.


Damián comprimió los labios y bajó el rostro al vislumbrar la imagen que él jamás sería capaz de pintar por mucho que se esforzara. Ella era de él, de ese joven que la acunaba entre sus brazos con fervor y delicadeza...


El rubio dejó de abrazar a Alice cuando se percató de que el otro vampiro comenzaba a incorporarse del suelo y su expresión sosegada cambió drásticamente por la máscara de furia infinita


–¡No, espera! – le frenó Alice, cuando se quiso lanzar otra vez hacia su contrincante. Aquella actitud, más que la presión sobre su mano, fue lo que le detuvo – No le hagas daño, por favor...


–No – la voz de Damián le interrumpió – Déjalo que me mate ahora, que estoy dispuesto a dejarte ir – pidió – Pues nada me asegura que al minuto siguiente siga teniendo la misma voluntad...


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Azael había llegado hacia Bella de manera inesperada, tirando la gruesa puerta a su paso y tomándola por el brazo de manera agresiva


–¡Ven, acércate, maldito cobarde! – exclamó como un loco, mientras enterraba las uñas en la piel de la muchacha, que apretaba los labios para no gritar – ¡Ya veremos quién sale ganando!


La castaña no necesitó de más para entender que Edward estaba cerca y fue esta certeza la que le dio fuerzas para soltarse del severo agarre que la sostenía y, aprovechando el breve momento en el que Azael se había tambaleado por la patada que le había brindado a su estomago, salir corriendo del cuarto.


–¡Edward! – exclamó por todo el pasillo, guiando con su voz al vampiro que llegó a ella de manera instantánea.


Ambos corrieron y se abrazaron fuertemente.


–Bella...– musitaba él, completamente extasiado de tranquilidad al poder tenerla entre sus manos; pero la felicidad duró poco, pues Azael no tardó en aparecer frente a ellos.


Con un movimiento completamente automático, Edward posicionó su cuerpo para cubrirla con su espalda. Un brillo maléfico cruzó las rojas pupilas del vampiro que se encontraba agazapado frente a ellos, con el aspecto de un endemoniado jaguar que amenaza con atacar por donde menos se espera. Un aire frio recorrió la espalda de Bella al ver que Edward tomaba la misma posición. Ambos hombres gruñeron al unísono, como apertura de la pelea que se avecinaba frente a sus ojos y que se desató al segundo siguiente.


Azael se abalanzó contra Edward con un brutal movimiento que lo tiró hacia el suelo automáticamente, para después cogerlo y volverlo a lanzar varios metros. Bella intentó ayudarle, pero otro contrincante se lo impidió


–No la mates, eso sólo me corresponde a mí – le advirtió Azael, logrando desconcentrar a Edward, quien ganó, como pago, otro severo golpe que fue a parar directo a su quijada y después fue capturado entres las endemoniadas manos que se aferraban a su cuello, estrangulándole, pero, principalmente, robándole todas sus energías.


–¿Sabes? Tengo el plan perfecto para tu miserable muerte– advirtió, con aire maléfico, dando a leer sus sádicos pensamientos en los cuales le mostraba a él, encadenado y obligado a contemplar cómo se destazaba e incendiaba el cuerpo de su amada.


No lo soportó. Esa fue la imagen más terrible que pudiera a contemplar en siglos. Casi pudo sentir que una lágrima de dolor se derramaba por sus mejillas. Era tan inaguantable que pensó mejor en dejarse vencer con tal de no seguir presenciando esa lacerante escena... pero fue un grito lastimero, llamando su nombre, el que le trajo al presente y lo llevó a incorporarse de un ágil movimiento, para comenzar con otra riña mucho más feroz.


Bella se encontraba aprisionada por el otro demonio que ensartaba sus dientes por donde le era posible, pero a ella poco le importaba su padecimiento. Le hería mucho más la escena de ver a Edward luchar contra aquel despiadado ser que amenazaba con desmembrarlo en cualquier momento frente a sus ojos...


La cruel imagen que se pintó en su imaginación – la de Edward amordazado, sin que ella nada pudiera hacer para impedirlo – la llevó a bramar salvajemente y sacar fuerzas para liberarse de los dedos que le estrujaban; pero no se vio desligada por mucho tiempo, pues, al segundo siguiente, dos vampiros más, que se habían logrado infiltrar de la batalla que se desataba en el “salón de banquete” llegaron en ayuda y arremetieron contra ella, acorralándola salvajemente contra la pared.


–¡Bella! – exclamó Edward, descuidando su seguridad, acción que Azael aprovechó para tomarle por la espalda


–¡Mira! – Exclamó el desalmado, jalándole de los cabellos para que su rostro quedara en la justa dirección en donde Bella estaba capturada por las tres manos que la colgaban crucificada en la pared – ¿La observas bien? ¿Verdad que es hermosa? – Insistió, con voz embrujada por la malevolencia, mientras Edward sólo era capaz de jadear ante todo el dolor padecido – No te culpo por amarla tanto. Tal vez yo hubiera caído en el mismo juego si no fuera lo suficientemente fuerte como para no dejarme llevar por un par de ojos melancólicos y enigmáticos... Realmente son embrujadores – susurró, perdiéndose un momento en la rojiza mirada que sólo se concentraba en el hombre que tenía en sus manos. El odio incrementó al reconocer que, pasara lo que pasara, ellos se amarían hasta el último momento. ¿Por qué yo no puedo ser poseedor de un sentimiento así? Se preguntó con reproche, para después seguir con su tortura – ¡Qué la mires, he dicho! – Exclamó, con mucha más ira - ¡Aprovecha estos últimos tres segundos que te doy para grabar bien su rostro en tu memoria, pues, después de esto, la veras sucumbir de manera lenta, que me rogarás la muerte, la cual no te daré hasta que hayas contemplando lo suficiente! ¿Estas listo? – inquirió y, sin esperar por una respuesta, anunció, con voz alta, el inicio de la siniestra cuenta regresiva


–¡Tres!


Bella y Edward se miraron fijamente, con el corazón partido en millones de pedazos y el miedo bañando cada centímetro de piel. No temían por ellos, si no por el otro... El saber que Bella moriría, le llenaba a él de un tenebroso escalofrío que languidecía sus pies. El saber que Edward moriría, le sumergía a ella en un pozo profundo de oscuridad...


–¡Dos!


–¿Me amaras siempre? – preguntó la castaña y él se asombró de poder leer sus pensamientos – Por que yo siempre lo haré... Aún en la muerte que se viene después de la inmortalidad. Aún cuando seamos enviados al infierno que dicen estamos condenados, siempre seré tuya...


–¡Uno! – Finalizó Azael, ignorando que las fuerzas de Edward, fuera de disuadir bajo su tacto, parecían ir en cumulo aumento – ¡Mátenla! – siguió ordenando y los otros tres complacientes hombres no dudaron en enterrar sus uñas en la blanquecina piel.


Bella apretó los labios para no gritar... No quería que Edward le viera sufrir. Sabía que eso le lastimaba más que cualquier otra cosa en el mundo y no quería llevarse, como último recuerdo, la imagen de su rostro surcado por el pesar. Sin embargo, no pudo evitar fruncir su ceño cuando sintió que los dedos traspasaban la carne de sus hombros, su pecho, su vientre... Sabía que había llegado el fin cuando uno de ellos atravesó todo su puño en el centro de su estomago, así que, sin separar sus labios que cada vez rogaban más por expulsar su lamento, clavó su mirada en el ser que, frente a ella, gruñía desesperadamente su nombre y luchaba por rescatarla...


Fue justo en ese movimiento cuando, acompañado de un fuerte bramido, Edward se liberó, aventando lejos a Azael, para llegar hacia ella, decapitando, al instante y sin piedad (movido de esa manera por la infinita rabia y desesperación), a los tres monstruos que le habían perforado el cuerpo.


Bella cayó sobre sus brazos, casi desvanecida pues tanto martirio era intolerable hasta para un inmortal.


–Bella, por favor... – suplicó Edward, con voz quebrada, mientras besaba, con desesperación, el rostro cenizo de la muchacha.


Una risa pécora y bien conocida le hizo alzar la vista, para encontrarse con el regocijado rostro de Azael a pocos metros. Dejó caer el cuerpo de Bella, con cuidado, y se puso de pie, siendo atacado casi al instante por el cobarde que no hacía más que menguarlo, quitándole sus energías...


–Aunque supliques, aunque implores, no podrás salvarla


–Yo que tú no apostaría por ello – contestó Edward, tomándole por los hombros y siendo él ahora quien embestía con brutalidad.


Azael no pudo ocultar su turbación... ¿Cómo era posible que él...? Sonrió escandalosamente cuando tuvo la respuesta, la cual yacía sobre el suelo a pocos metros de ellos


–Ya veo – dijo, sin parar de reír como un loco para disimular la inseguridad que le invadía – ¡Te está protegiendo con su escudo! ¡Pero qué momento tan más oportuno para desarrollar todo su poder!


–Yo digo lo mismo – acordó Edward, centrando su mirada en el pequeño hilo de sangre que se escapaba de la sien del despiadado. Sonrió de manera temible y agregó – Más que oportuno, todo es perfecto ahora. Todo lo que le has hecho será cobrado por tu sangre... – advirtió, azotándole fuertemente contra la quebradiza pared y comprobando que, efectivamente, las heridas del vampiro chorreaban con el líquido espeso – Debo dar gracias al destino por darme la oportunidad de matarte pocos minutos después de que te has alimentado, así la sangre inocente que extrajiste, sin ningún remordimiento, me servirá como deleite....


Y, pronunciando estas ultimas palabras, lo tiró para que el cuerpo de su enemigo se colisionara con otra barda de grueso y rocoso material, para que, sin darle tiempo si quiera de ponerse de pie, le comenzara a golpear una y otra y otra vez, hasta que de la nariz del odiado enemigo fuera expulsado una diminuta cascada de agua carmesí.


–¡Pagarás por todo lo que le hiciste! ¡Por mi alma que lo harás! – Exclamó, casi enloquecido de rabia y sed de venganza, la cual era alimentada por todo los punzantes recuerdos - ¿Cómo...? ¿Cómo pudiste tener la vergüenza de herirla tanto? – exigió saber, mientras sus uñas se inhumaban en la garganta que chorreaba la sangre anteriormente ingerida – ¡¿Cómo?!


El cuerpo de Azael cayó al suelo, siendo vilmente aprisionado entre éste y Edward.


La mirada del noble vampiro se había transformado por otra endemoniada, diabólica... mortal.


Los gruñidos desalmados se escapaban de su garganta conforme sus uñas, que parecían más bien garras, le desarraigaban la piel, pedazo tras pedazo, ahogándose en el fluido espeso y rojizo que bañó su rostro y parte de su cuello.


La determinación de Azael sobre no gritar o hacer manifiesto su dolor decayó cuando Edward, tomándole de los cabellos, lo flageló contra el suelo y después le miró a los ojos. Su brillo fuliginoso fue una precocidad de lo que se venía y el pávido vampiro tembló bajo sus manos.


–Si me vas a matar, hazlo de una vez – pidió, sin dejar a un lado su arrogancia.


Mucho mejor así. De esa forma, los pocos remordimientos piadosos se disiparon y Edward tuvo el valor de enterrar sus dedos en uno de los ojos rojizos y arrancarlos, lentamente, intentando encontrar deleite conforme los clamores aumentaban de volumen.


–Esto es por cada vez que osaste en mirarla – siseó, mientras algunas gotas de sangre le salpicaban la cara – Una bestia como tú no tenía derecho ni si quiera a verla. ¡No lo tenía! – gritó, sacando, al fin, con despiadada violencia, la esfera bañada en rojo de la cuenca a la que pertenecía.


Azael aulló fuertemente mientras su espalda se arqueaba e intentaba llevarse las manos hacia la sádica herida. Sin embargo, Edward aún no terminaba. Tomándole de la camisa, lo puso de pie. Sus gruñidos parecían los de un animal endiablado. Bella, quien ya había comenzado a recuperarse, le miraba, completamente absorta y entumecida. Jamás pensó verlo de esa manera. Tan salvaje y mucho más hermoso que nunca, con la palidez de su rostro adornada por las desinformes sombras carmesí y los ojos bellamente dilatados por la furia.


¿Podía un ángel tener las alas manchadas de sangre? Si, claro que si. Edward era uno. Era el primero. Era el único. Estaba segura que, si existía un Dios y un Diablo, ambos entablarían una alianza solo para aniquilarlo. Tanto el Bueno como el Malo se sentirían ofendidos. Sentirían envidia, pues él era la perfecta combinación de uno y otro...


El otro ojo de Azael comenzaba a ser extirpado con la misma tortuosa violencia. Bella, pese a todo, sintió lastima por él. Pero no hizo nada por impedirlo. Tal vez ella no era quién para juzgar el daño infligido, pero tampoco conocía a alguien más que cumpliera ese trabajo. A nadie, más que a Edward... No tuvo más tiempo para seguir contemplándolo, puesto que una vampira, de aspecto felinamente salvaje, había llegado en ese momento para hacerle frente.


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Jasper tomó de la mano a Alice y Damián se obligó a mantener los pies fijos en su lugar para no impedir que se marchara. La pequeña se giró cuando estuvo a un paso de la entrada y, dedicándole una pequeña y sincera sonrisa, susurró.


–Muchas gracias.


En ese momento, él supo que el sacrificio había valido la pena. Ella sería feliz y eso era lo único que importaba. Asintió, diciendo adiós mentalmente e ignorando el terrible encogimiento que sufrió su pecho al verla dar media vuelta, para irse definitivamente de su lado.


Sin embargo, su partida se vio interrumpida por Stefán. Jasper cubrió rápidamente a Alice con su espalda y se agazapó al instante, preparado para cualquier ataque. Esa vez no dejaría que se la arrebataran.


–Damián, llévatela mientras yo me encargo de este mediocre


La propuesta fue tentadora. Si, otra oportunidad para tenerla. Tal vez esta vez si podía lograr que le quisiera. Pero fue la atormentada mirada de la pequeña la que le recordó lo imposible que eran sus sueños. Fue la forma en que él la cubría, lo que le recalcaba que había sólo una persona que merecía su amor. Y ese, obviamente, no era él, si no Jasper.


Dio dos pasos hacia el frente, mientras las visiones de Alice se perdían en su memoria.


–¡No! – jadeó la vidente al ver el futuro de Damián.


Éste sonrió, pero no le hizo caso. Se plantó frente a su “padre” y, alzando ligeramente la barbilla, le ordenó


–Déjalos ir.


Stefán tardó dos segundos en procesar las palabras dichas.


–¿Qué... cosa?


–Deja que se vayan en paz.


–¡¿Acaso te has vuelto loco?! ¡¿Pero qué tontería dices?!


–Si, padre. Estoy loco. Tanto, que, aún tenga que pelear contigo, no permitiré que les hagas daño. Déjalos ir


–Tú no eres mi hijo – siseó el otro vampiro – me das vergüenza.


Stefán corrió hacia Damián de manera tan rápida que se volvió borroso. Damián lo cogió de los hombros, con un movimiento experto y ágil. Alice sintió un viento helado correr por su columna al ver cómo el viejo vampiro enterraba los dientes en el joven inmortal de cabellos plateados. Ahí fue donde supo que estaba mucho más preocupada de lo que ella creía.


–¡Corran! – exclamó Damián, sin dejar de luchar. Pero Alice no movió sus pies ni un solo centímetro - ¡Llévatela!


En ese momento Stefán le traspasó el estomago con sus uñas. Su puño se introdujo completamente en sus entrañas y un gemido ahogado se escapó de los labios del atacado.


Jasper acudió en su ayuda. Pero ya fue tarde. Stefán le había arrancado el corazón por completo.


Sin corazón no hay vida. Aunque no latiera, éste se encontraba intacto. Ahora, era diferente. El órgano vital había sido desterrado de su pecho. Jasper tomó a Stefán entre sus manos y comenzó a golpearlo. No era demasiado fuerte sin su guardia protegiéndole. Además, Damián le había debilitado. Tenía la ventaja. Alice lo veía. Así como sabía lo inevitable que era el destino del joven que le había protegido todo este tiempo.


Corrió hacia él y acomodó su cabeza sobre su regazo. El vampiro le miró fijamente y le dedicó una sonrisa tierna. Suspiró profundamente. Se sentía bien estar así con ella, con su calor privándole paz. Si, se sentía bien. Su mano fue asida por la de Alice, mientras que los cabellos plateados que le cubrían el rostro eran retirados con suavidad. Su sonrisa se ensanchó. ¿Había dicho que todo estaba bien? No, esa palabra quedaba corta. Todo estaba perfecto. Más que perfecto, todo era mágico...


–Perdóname – susurró. Era necesario decirlo. Era preciso que ella supiera todo lo que él sentía por ella, sin ningún tipo de censura – perdóname, mi pequeña. Te hice daño al quererte; pero, al final, ganaste, pues, me enamoré de ti como un loco. Al final de cuentas, llegué a amarte lo suficiente como para poner tu felicidad sobre mi dicha, y no tengo ningún tipo de protesta por ello si muero en tus brazos. Soy feliz, Alice. Como nunca lo he sido en mis siglos de vida.


–No era necesario que hicieras esto...


–No, no lo era – admitió él, apenas y con voz audible. Las fuerzas se le estaban yendo por completo. El pecho vacío y sangrante ya casi no se movía; pero él no quería cerrar sus ojos. Tenía miedo de dejar de verla. Era como la imagen de un ángel que ha llegado a purgarle sus pecados – Podía tomarte y llevarte conmigo; pero seguirías pensando en él. No, mi niña. No, mi amor. Te amo, ese fue el error que cometí: adorar cada esencia tuya. ¿Y sabes? Qué manera tan más bella de ser el perdedor.


–Gracias... – susurró Alice, con los ojos ardiéndole y el pecho encogiéndose de pena.


Damián sonrió y, con las últimas fuerzas que le restaban, levantó su mano y acarició la delicada mejilla. Qué suave y hermosa era. Si. Definitivamente, no se rescindía por haberse perdido por ella. Podía vagar eternamente en las sombras. Ahora entendía mucho mejor a Genaro. Tal vez hasta se encontraban en la nada y se volvían buenos amigos, pero sólo deseaba estar seguro de una cosa antes de expirar hacia lo desconocido.


–No me olvides – suplicó – para bien o para mal, mantén mi recuerdo siempre en tu mente.


–Siempre lo haré – prometió Alice de manera sincera y, con estas palabras, los ojos de Damián se cerraron y el hueco de su pecho dejó de sangrar y el resto de su cuerpo se hizo cenizas.


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Darío estaba siendo mordido por Coátl. Al dolor que le causaba la ponzoña incrustada, se le sumaba el hecho de llevar varios minutos combatiendo arduamente contra el mismo gran demonio que le había infectado. Darío era fuerte, pero pequeño, y su brío radicaba principalmente en el poder que tenía inhibido desde hacía ya meses. Pero no importaba. Violeta se encontraba detrás de él y eso bastaba para tenerlo de pie.


La pequeña tenía acorralada a Mâred. Sus cabellos negros eran un claro contraste con los rubios de ella. De hecho, ambas parecían ser dos polos opuestos, teniendo como única similitud el amor que le profesaban al niño que luchaba frente a ellas.


Darío salió volando violentamente cuando Coátl le tomó del cuello y lo aventó lejos. Un hilo de sangre se escapó por el lado derecho de su rostro. Se incorporó rápidamente, ignorando lo cansado que sentía sus pies y manos; pero, cuando quiso volver a atacar, otro golpe dado directamente sobre su espalda le detuvo.


Mâred y Violeta giraron el rostro para descubrir de quién se trataba. Era Vladimir.


–Suéltame –pidió la niña rubia, pero Violeta no hizo ni el más mínimo movimiento para obedecerle – Tenemos que ayudarle. Él no podrá solo.


–¿Y cómo sé que no te unirás a ellos? – interceptó la morena. Mâred le miró fijamente a los ojos. La odiaba.


¡Si! ¡Cuánto la odiaba! Pero no podía negar que, realmente, lo amaba. Se le veía en las pupilas, en la forma que, desesperadamente, trataba de hacer lo correcto para protegerlo. La envidia corrió por sus venas al reconocer que ella, en realidad, si merecía ser la poseedora de su corazón.


–Por que yo también lo quiero – le dijo y Violeta no pudo dudar de la verdad que se filtró en sus palabras. Aún así, su pequeña manita permanecía en las muñecas de su oponente – Te podría matar a ti, después de salvarlo. Eso no lo dudes; pero ahora nos necesita a ambas. Vladimir es fuerte, mucho más que Coátl. Nosotros tres no haremos nada, al menos que...


–¿Al menos qué...?


–¡Hazte a un lado, niña! – exclamó Mâred, aventando a Violeta lejos y corriendo hacia Darío.


No había tiempo de pensar si era o no inteligente. Sabía que Vladimir no dudaría en acabar con él. Sabía que no perdía nada con sacrificar su vida pues, pasará lo que pasará, Darío nunca sería de ella. Así que, tomándole por el rostro y uniendo sus labios con los de él, comenzó un beso sangriento por el cual sustrajo todo el veneno que le arrebataba su poder telequinético. El sabor de la ponzoña le resultó dulce al ser bebido de su boca. La muerte nunca se le antojo tan deliciosa como ese entonces y, conforme los cortos segundos pasaron, ella se iba y él regresaba.


–Estás loca – le dijo Darío, en cuanto se vio liberado; pero Mâred solo fue capaz de sonreírle, pues el veneno endureció rápido su cuerpo y la llevó por la senda de la muerte.


El pequeño tardó dos segundos en comprender lo qué había pasado. No fue hasta que escuchó el gemido de Violeta, que estaba siendo azotada por Coátl, que regresó a la realidad. Fijó su grisácea mirada, llena de odio, en el ser que había osado con dañarla y Vladimir salió disparado al instante.


Efectivamente, su poder había regresado y sus enemigos ya no podrían detenerle.


El primero en caer fue Coátl, quien, tras ser arremetido innumerables veces contra una puntiaguda pared, cayó frente a los pies de Violeta que lo empezó a destazar, olvidándose de la compasión y descargando todo su dolor en forma de venganza. El segundo fue Vladimir, a quien Darío mató, de manera lenta, comprimiendo su cuerpo conforme los segundos pasaron, simulando ejercer su fuerza como si una pesa se dejara caer sobre él de manera tortuosa, hasta que éste estalló como un cascaron de huevo a presión, salpicando gotas rojas y espesas hacia el rostro de los niños que, en cuanto se supieron libres de peligro, corrieron para abrazarse.


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Los dos ojos de Azael ya yacían en el suelo. Del rostro, que alguna vez había sido hermoso, sólo quedaba una masa de carne roja y sangrante. Edward jadeaba de puro cansancio. El destazar cada milímetro de piel le había costado su trabajo. La respiración del deforme inmortal era inconstante, muy parecida a un perro moribundo.


–Por favor... ya mátame – si, efectivamente, fue una súplica.


El desdichado ya no soportaba ni una sola herida más. Sentía el cuerpo denodado, pesado... sus hebras negras habían sido arrancadas por completo, dejando solo un irritado cuero cabelludo a la vista. Le chorreaba sangre por todas partes y solo algunos pocos pedazos de piel le cubrían.


Sentía frio... Estaba sufriendo. Las gotas rojas que caían de los huecos sin ojos, simulaban las lágrimas que no podía llorar.


–Mira cómo estás – murmuró Edward, quien parecía haber sido abandonado por la bestia sedienta de venganza – ¿Cuántas veces dijiste que sería yo quien terminaría así? No te preocupes, yo estoy mil veces más herido que tú – sonrió tristemente, sabiendo que, pese a lo desahuciado que se encontraba su enemigo, le escuchaba – Ni matándote, ni torturándote, ni escuchando tu lamento, he podido calmar este dolor... ¡De nada sirve! Puedo verter tu sangre por todo el castillo, puedo sepultarte las uñas hasta el fondo de tus entrañas, puedo comerme tus órganos y demolerte miembro tras miembro, pero ¿para qué? El daño que le hiciste ya está sembrado. De nada sirve la venganza... Te lo digo yo, un instante antes de acabar con tu miserable existencia. De nada sirve la venganza, grábatelo bien, que éste sea el último aprendizaje que te lleves al infierno, si es que ahí te reciben... Felicidades, amigo mío, pese a todo, tu has ganado.


Y dicho esto, la cabeza de Azael salió volando hasta los pies de Bella, quien, justamente en ese momento, había exterminado a su oponente. El pedazo de masa blanca se posó frente a ella, como una ofrenda involuntariamente dada. Dio dos pasos hacia atrás, asustada. Le resultaba casi imposible el que todo hubiera terminado...

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