Buen dia mis angeles hermosos , aqui de nuevo dando lata jejej que dijieron se acabo , pero no falta este cap ahora si el ultimo.
MUCHAS GRACIAS A ANJU DARK, y a todas las chicas q siguieron el fic . bueno mis angeles no mas rollos y a disfrutar
este cap va por ti LIBI!!!!!
les mando mil besitos
Angel of the dark
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Hoy abriré a tu alma el gran misterio; ella es capaz de penetrar en mí.
En el silencio hay vértigos de abismos: yo vacilaba, me sostengo en ti.
Muero de ensueños; beberé en tus fuentes puras y frescas la verdad; yo sé
que está en el fondo magno de tu pecho el manantial que vencerá mi sed.
Y sé que en nuestras vidas se produjo el milagro inefable del reflejo...
En el silencio de la noche mi alma llega a la tuya como un gran espejo.
Si con angustia yo compré esta dicha, ¡bendito el llanto que manchó mis ojos! ¡Todas las llagas del pasado ríen al sol naciente por sus labios rojos!
¡Ah! tú sabrás mi amor; más vamos lejos, a través de la noche florecida;
acá lo humano asusta, acá se oye, se ve, se siente sin cesar la vida.
Vamos más lejos en la noche, vamos donde ni un eco repercuta en mí,
como una flor nocturna allá en la sombra me abriré dulcemente para ti.
Íntima – Dalmira Agustini
Epílogo. Oscuro Edén.
El saber que todo había terminado era casi imposible de creer. Y es que, después de meses calados de tanto sufrimiento, la felicidad se mostraba un tanto desconocida para todos ellos.
Edward se acercó a Bella de manera cautelosa, intentando no asustarla. Había miedo en su roja mirada. Sabía que ella estaba en todo su derecho de temerle. Después de todo, él había dejado escapar hasta la más minúscula parte de la bestia que tenía guardada. Pero no era así. El afianzamiento de la castaña no se debía al temor hacia él, si no al miedo que le daba el pensar que estaba soñando. Creía que si se movía podía despertar de su utopía y volvería a estar encerrada en la misma habitación, lejos de él...
El vampiro dio un paso tras otro, con suma lentitud, hasta que estuvo frente a ella. No se atrevió a tocarla. Tenía las manos totalmente bañadas en sangre, literalmente. Ya mucha ofensa era presentarse de esa manera. Pero no soportaba la idea de no tenerla cerca. Había sido tanto tiempo, tanto dolor.
¿Cuánto habrían cambiado sus vidas a partir de esto? Estaba claro que nada sería igual. Absolutamente nada. ¿Iba a bastar su amor para seguir de pie o el daño era irreversible? Su mirada buscó la suya para reconfortarse y Bella se estremeció ante el impávido mar de dulzura y tormento que la bañó.
–Abrázame
Edward respingó. No se lo esperaba. Pero fue una petición cargada de añoro que le alegró escuchar y obedeció al instante. Sus brazos la rodearon con ternura y delicadeza. Como si su frágil cuerpo se pudiera romper de un momento a otro. La sintió tan fina, tan susceptible...
–Perdóname – susurró – Perdóname. Fui incapaz de protegerte...
Calló al no encontrar más qué decir. No existían las locuciones justas para exonerarse. Le había fallado, lo sabía. Le había fallado y de la peor manera. Había roto todas sus promesas. Tenía miedo de ya no poder hacer nada para enmendar el daño hecho. Demasiado miedo. Pero fue el delicado cuerpo, que se apretó al suyo, lo que le exterminó el frío y, a cambio, le brindó paz.
–¿Por qué pides perdón? De lo único que te puedo culpar es de la angustia que me provocaste al venir para arriesgar tu vida. Edward, no sabes todo lo que sentí al pensar que te podía ver morir... No lo sabes
–Lo sé, Bella, créeme que lo sé – aseguró el muchacho, con sus labios pegados a su frente y con la voz impregnada de dulce angustia. Era bueno saber que seguía siendo amado, pese a sus errores – Yo también estaba aterrado. El solo imaginar que tú, mi mundo entero, podías dejar de existir... Lo recuerdo y vuelvo a temblar – apretó el agarre de sus brazos, como prueba inconsciente de sus palabras – Y qué me importa si me llaman cobarde. Mi vida sin ti no tiene ningún sentido. Yo no soy nadie si no me reflejo en tus ojos. Yo sin ti no soy nada...
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Tras la caída de los Rumanos, los Vulturi regresaron al castillo con una guardia mucho más poderosa que antes. Se rindió un culto de quince días por todas las muertes habidas, en las cuales se tomaron en cuenta a las almas perdidas de Mâred y Damián. Y las leyes que, alguna vez, se quisieron suplantar, siguieron de pie con más fuerza que antes.
Había pasado ya un año tras el incidente. Lo sucedido jamás se olvidaría. Todos habían quedado marcados con ello (unos, más que otros), pero, al menos, con el paso del tiempo, la amargura se fue disipando hasta convertirse en algo más aceptable y llevadero.
Bella, Alice, Jasper y Edward habían decidido regresar a Forks. El castillo les traía ásperos recuerdos que aún no lograban tolerar. Tal vez algún día regresarían. Tal vez, algún día, las heridas ya no arderían tanto. Pero, para mientras, era necesario volver al pueblito nublado que prometía brindarles un poco más de armonía.
Y ahí estaban ya, entre las espesuras del bosque. Los recuerdos de las noches en él regresaron a cada una de las memorias inmortalmente adolescentes que mantenían la dorada mirada fija en los frondosos árboles bañados por la luna llena.
Cada pareja se separó al llegar a un claro de luna, con la promesa de encontrarse en los días siguientes. Ambas sabían que cada una necesitaba su tiempo a solas.
Alice y Jasper llegaron a la antigua casa, en forma de pequeño castillo, en la que, tiempo atrás, él y ella habían pasado los primeros días de su eterna relación. Él la tomó en brazos y la cargó hasta la terraza. Ella sonreía y él se deleitaba con el sincero gesto, haciendo a un lado los afilados recuerdos de los días en los que creyó nunca volver a estar de esa manera, con ella a su lado.
–Pensé que jamás volvería a contemplar la noche de esta manera – susurró la pequeña, mientras él la acunaba y la brisa fresca acariciaba sus mejillas y revolvía sus cabellos – se siente bien estar aquí, de regreso contigo.
–Si –confirmó el rubio – se siente bien estar contigo.
Alice acercó sus labios y besó sus parpados. Él suspiró pacíficamente, comprobando que, efectivamente, Forks era el lugar ideal para cerrar el telón de aquella lacerante obra de la cual habían sido participes.
–¿No te molesta?... Me refiero al saber que estás tan cerca de tus padres y no poder acercárteles – dijo Jasper
–Ellos se encuentran bien. Mejor de cómo estaban cuando yo vivía con ellos – contestó Alice, con una sonrisa tranquilizante
–Pero... ¿No te parecerá algo incomodo el vivir escondida en el bosque, sin poder salir durante varios años, hasta que estemos seguros que el resto de la gente no te reconocerá? Alice, yo no quiero privarte de...
–Jazz – interrumpió suavemente ella, posando la punta de sus dedos en los labios de él – ¿Qué me importa lo que pase allá afuera, si estoy contigo? Tú eres todo lo que necesito. El resto del mundo sobra siempre y cuando esté entre tus brazos. ¿Es necesario que te lo diga?
Él besó la punta de su nariz como respuesta.
No. Claro que no era necesario el decir que se adoraban. Lo sabían desde hacía mucho. Desde que ella había nacido, había visto su rostro. Le había escuchado. Desde que él había sido condenado a vagar por las oscuras calles como un demonio, la había estado buscando... Y ahora, no hacían falta los poderes de ambos para saber que se pertenecían por toda la eternidad.
–Quiero sentirte... – susurró Alice, mientras él besaba su cuello.
Jasper esperaba sentado a la orilla de la cama, jugando con sus manos y sin poder ocultar, aunque lo intentaba, su nerviosismo. No era la primera vez que la tendría para sí, pero la entrega de Alice era algo que, aun con el paso de los siglos, le golpearía con la misma intensidad de siempre.
¿Quién se podría a acostumbrar a contemplar la belleza del ángel más divino? Estaba seguro que haya, en el Cielo, Dios le envidiaba por ser él quien pudiera tocarla, hacerla suya. Solo de él y sus manos y sus sentidos.
Escuchó el ligero crujido de la puerta al abrirse y alzó la mirada hacia el frente. Sintió las rodillas temblarle al verla, solamente vestida por un pequeño camisón negro que le dejaba a su vista un panorama completo de su fino y delgado cuerpo. Tragó saliva ruidosamente, mientras Alice se acercaba paso a paso hacia él. Dándole tiempo para verla un poco más y apreciar los frágiles contoneos de sus caderas, el cómo la punta de sus pequeños pies topaba con la madera mientras se acercaba, con tanta elegancia y agilidad, que simulaba ser un hada que danza un baile magino a mitad de un bosque.
Suspiró profundamente cuando la tuvo a menos de cinco centímetros de distancia. Definitivamente, era la más hermosa. Su deleitable belleza estaba pintada de dulce inocencia que se reflejaba en el brillo de su dorada mirada que le invitaba a tomar, entre sus manos, la definida forma de su cintura y pasear sus labios por la piel que, sin premura alguna, comenzaba a desnudar.
Ella también se encontraba nerviosa. La inmortalidad podría haberle otorgado fuerza y sentidos altamente desarrollados, pero su ingenuidad seguía igual de indemne, como desde la primera vez que se había entregado a Jasper. No importaba las veces que sus manos recorrieran su cuerpo, siempre habría algo de delicioso pudor que le hacía sentirse más humana que en su vida mortal y a él le extasiaba de pasión incontenible, que descargaba con lentas caricias, dibujando círculos sobre su piel. No había nada más agradable para ellos que dar y disfrutar de esa candidez inmortal por toda la noche.
Los labios de Jasper comenzaron a moverse sobre la apacible y lisa piel del vientre plano de Alice, el cual temblaba gracias a la férvida descarga de emociones que le transmitía el apasionado gesto. Sus dedos se hilaron en los rubios cabellos, y un suspiro ahogado se le escapó cuando él acarició, con su lengua, la fina curva de su cintura. La tela que le cubría se deslizó por sus piernas hasta caer al suelo. Sintió las manos de Jasper apretar y recorrer su espalda desnuda, hasta desabrochar, con agilidad, la prenda que cubría sus pechos. Su cuerpo cayó paulatinamente sobre el colchón, sumergiéndolo con su ligero peso, el cual iba acompañado de otro mayor, que se posaba ligeramente sobre ella y le brindaba un apacible calor que le quemaba la piel.
Sus labios se hincharon ante la intensidad de los besos que le abandonaron sólo para situarse en el nacimiento de sus pechos. Sus esbeltas piernas se enrollaron en las caderas que comenzaban a ejercer, de manera inconsciente, un poco de presión y un apasionado jadeo bailó en sus labios cuando sintió que sus pezones eran humedecidos por la cortés boca que los acariciaba con sutileza, endureciéndolos con la frescura de su saliva.
Sus pequeñas manos también comenzaron a trabajar de manera automática y, guiada por el anhelo y la efusión que le bañaban por completo, despojó a Jasper de la negra playera que le vestía. Su mirada se deleitó con el marcado y varonil torso que tenía encima. Recorrió con la yema de sus dedos cada una de las líneas que dibujaban sus músculos, hasta bajar en la parte que reposaba la entrada del pantalón.
El vampiro gruñó quedamente cuando apreció el tacto cálido pasearse lentamente por su piel, enardeciendo su cuerpo y reavivando cada uno de sus sentidos. Su boca se volvió más ansiosa y se abrió camino por la dulce senda que su lengua recorrió con premura, mientras su mano se deslizaba hacia abajo, acariciando, a su paso, la fina levadura de los temblorosos senos y la suave consistencia de su vientre, hasta llegar más abajo, en donde sus dedos penetraron el húmedo espacio que nacía entre sus piernas. Ella se revolvió en la cama, mientras él gemía involuntariamente, y su espalda se arqueó ante el placer advertido.
El tiempo sin tropel había valido la pena y había comenzado a hacer su trabajo. Ahora, Alice se podía entregar a Jasper de manera total. Sin remordimientos. Sin lágrimas internas. Sin nada más que les hiciera vibrar que no fueran sus besos impregnando sus pieles de manera reciproca. Con los corazones casi reviviéndoles de tanto querer. Ahora, ambos, podían decir que eran felices.
Si bien la historia amarga sería imborrable, las heridas ya no sangraban. El recuerdo de Damián permanecería, si, siempre, como algo bueno, como una enseñanza para ambos. Todo lo que habían pasado, ahora era asimilado como un aprendizaje, como una prueba que, gracias al Cielo (o lo que les haya ayudado), habían logrado superar...
Ahora, se encontraban ahí, en medio de la noche, con sus cuerpos trémulos y desnudos. Ardiendo en calor. Con sus alientos entrecortados, jadeando al mismo ritmo descompasado y sensual, mientras él comenzaba a internarse en ella, manteniendo, primero, el lento contoneo de sus caderas para, después, hacerlo más rápido, hasta sentir que las uñas de Alice se enterraban en su espalda y sus labios aclamaban su nombre. Hasta que el ángel se despojaba de todo pudor para dar paso a la mujer pasionalmente concedida que se unía a él en aquella danza sinuosa en la que ambos tendían para llegar a un clímax, el cual culminaría en medio de sosegados gemidos y deliciosos espasmos que los derrumbaría sobre la cama, en la cual descansarían un momento, en medio de charlas, para después iniciar por segunda, por tercera y por cuarta vez, el mismo candente ritual que acababa con la llegada del amanecer...
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Si se miraba hasta lo más alto de una vieja torre, se podía apreciar a las dos infantiles siluetas, dibujadas en medio de las sombras que provocaban las noches en Volterra. Ella en las piernas de él, como una pequeña bebé recostada sobre su pecho. Su lindo vestido de encaje blanco se encontraba manchado por oscuras nubes de sangre, pues, a su escenario, se le sumaba que, a sus espaldas, los cuerpos de dos hombres yacían, embarrados en el suelo.
Y, mientras su cuerpecito se veía envuelto por los brazos de Darío, que la acunaba con devoción, Violeta tarareaba una melancólica canción, muy cerca de su oído. Después, cerró sus ojos y sus deditos se entrelazaron con los de él, que depositó un beso sobre su frente. Sonrió ligeramente. Le gustaba estar así. Era como si, de alguna manera, pudiera volver a dormir y soñar.
El viento agitaba sus espesos y largos cabellos negros que se alzaban para acariciarle. Él también sonrió, alzando la comisura de sus labios (en la cual, del lazo izquierdo, un hilo de sangre aún le adornaba).
Ambos tan unidos. Tan sumergidos en su propio mundo oscuro...
–¿Lo extrañas? – Preguntó él, de repente – ¿Extrañas tu vida de mortal, cuando vivías en el orfanato?
Violeta suspiró antes de contestar con un susurro.
–No. En absoluto.
–A veces siento que fui demasiado egoísta al convertirte
–¿Te arrepientes de haberlo hecho?
–No – negó él, con la cabeza.
Ella elevó la mirada, para encontrarse con las gemas grisáceas que se pintaban en las orillas con un ligero color carmesí
–¿Entonces? ¿A qué viene todo esto?
–Tengo miedo de ser yo el único que, pese a todo lo que ha ocurrido, sea el único que se sienta feliz – confesó Darío – Violeta, contéstame la verdad ¿Te hago dichosa? Por que si tienes, aunque sea la más mínima parte de pena bañando tu existencia, me gustaría saberlo. Si hay dolor habitando en tu alma, compártelo conmigo. Que yo nací para ti.
La niña alzó una de sus manitas y acarició su mejilla derecha con suavidad. Sus uñitas estaban manchadas de sangre seca, pero eso no importaba. Ella lucía siempre hermosa ante sus ojos.
–¿Cómo podría ser infeliz si te tengo a mi lado, Darío? – Contestó – Créeme, y no dudes de mis palabras, podría pasar toda mi eternidad acunada entre tus brazos, sintiendo tu calor y reflejándome en tu mirada. No me haces dichosa, mi amor. Haces algo mucho mejor: me complementas. No necesito más. Siempre seremos uno solo. Tú y yo.
–Si – asintió el pequeño inmortal, con una sonrisa dibujada en sus labios – siempre seremos tú y yo, por toda la eternidad. Gracias. Gracias por aparecer en mi vida. Durante décadas te estuve buscando. Y, al fin, apareciste: mi pequeño ángel con el cual compartiré todas mis noches...
Violeta irguió su espalda, para que sus labios chocaran, por un fugaz momento, con los de Darío. Después, volviendo a acomodar su cabeza sobre su pecho, respiró profundo, disfrutando del dulce aroma de su compañero, cerró sus grandes ojos y retomó su sombrío canto.
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La terraza ya estaba adornada con oscuros y finos velos que se agitaban gracias a la fresca brisa que soplaba, haciéndolos bailar. Los pocos invitados ya esperaban, sentados alrededor de una mesa redonda, con velas moradas sobre ella, alumbrando con su tenue luz la penumbra del lugar. A un costado, se hallaba un piano y un violín y, más allá en el fondo, reposaba un fúnebre y pequeño altar, carente de sacerdote o cualquier signo religioso.
Bella apareció entonces, cubierta toda de negro, luciendo un hermoso vestido y con el rostro cubierto por un delicado velo de encaje. Edward le esperaba al pie del improvisado tabernáculo, portando, igualmente, una luctuosa vestimenta. El pequeño publico miraba atento el cómo ambos se tomaban de las manos y se miraban fijamente a los ojos. Con el dorado fundiéndose bajo la luna plateada, de una manera tan intima, que estremeció a todos por su impetuosa fuerza.
La Diana llena apuntaba directamente sobre ellos, como regalo de la noche. El canto de algunos cuervos y lechuzas quebraban el silencio del ambiente. Y, sobre sus cabezas, reposaban varios espirales de rosas negras y rojas.
Él sonrió ligeramente y ella correspondió el gesto de manera similar. No hubieron votos matrimoniales. Al menos, no en voz alta. Sus miradas bastaron para hacer los juramentos más sinceros y eternos. Los anillos plateados se deslizaron en sus respectivos lugares. La unión que, desde hacía ya tiempo estaba marcada, ahora esta simbolizada a través de ellos.
El vals iba a dar comienzo. Alice y Jasper se pararon de sus asientos para dar entrega de su regalo de bodas. Entonces, el sonido de un trágico violín, en compañía de una dulce voz, se levó por el viento.
Edward tomó a Bella entre sus brazos, de manera que sus pies quedaran sobre los suyos. Sabía que a ella sólo le gustaba bailar si era de esa forma. Con él protegiéndola en todo instante. La castaña cerró los ojos y recargó su rostro en su pecho, pero fue una tierna caricia, dada directamente sobre su mejilla, la que le hizo elevar la vista hacia el cielo dorado que brillaba en todo su esplendor. Su velo fue retirado y sintió el pecho comprimirse cuando sus labios iban en camino para besarla, de manera afable, sin apremio.
La canción terminó, dando paso al banquete. El espeso líquido rojo que reposaba sobre las lujosas jarras plateadas fue vaciado en las copas de cristal. La deliciosa sangre se resbaló por cada una de las gargantas, fundiéndose en las venas secas y coloreando las pálidas pieles.
La ceremonia nocturna terminó poco después de la media noche. Los invitados abandonaron el lugar. Bella y Edward se adentraron en la habitación que Darío y Violeta habían adornado. Todo el escenario estaba en pasionales tinieblas. Las oscuras velas apenas y cortaban las sombras de la noche con sus frágiles llamas. Los pequeños capullos de rosas secas estaba esparcidos por todo el alrededor y las gruesas cortinas de terciopelo, que rodeaban la ancha cama como un pabellón, caía de manera delicada hasta el suelo, como falda lóbrega doncella.
Edward se mantuvo en su lugar aún cuando Bella caminó hacia el frente. Sostuvo su mirada fija en el suelo y sus manos se encontraban fuertemente empuñadas a sus costados. Sabía que si se atrevía a mirarla, podía cometer un error. A pesar de que el tiempo había pasado, las heridas que ambos tenían aún no se disipaban del todo. Si algo ocurría entre ellos dos esa noche, sería la primera vez. Pero no había prisa. Si, en todo caso, ella se rehusaba a entregársele esa noche, él lo entendería. Jamás la presionaría. Nunca lo haría. Aún cuando su piel aclamara sentir la suya, el reprimiría ese fervoroso deseo hasta que ella estuviera lista. Era por todo eso por lo cual no se movía. La habitación podría estar preparada, pero todo dependía de Bella.
La castaña se percató de su inmovilidad. Había estado todo ese tiempo por que él iniciara, pero hasta ese momento, no había pasado nada. Dio media vuelta para mirarle. ¿Qué le sucedía? Parecía triste... No necesitó de mucho para comprender qué era lo que le pasaba. Se conocían tan bien. Caminó hacia él, con pasos lentos. Tampoco ella estaba muy segura de lo que pasaría, pero quería intentarlo. Además, debía admitir que ella lo deseaba.
–Edward – llamó, posando sus manos sobre su pecho, firme y fuerte – No temas
–No quiero lastimarte...
–No lo harás – prometió ella, acercándose un paso más y enlazando sus brazos alrededor de su cuello – Quiero hacerlo.
Sus pupilas afirmaron sus palabras e incitaron al vampiro a inclinar su rostro para juntar sus labios con los suyos, que le esperaban entre abiertos. Sus ojos se cerraron y, conforme la danza de sus bocas iba en aumento, los dedos de Edward se apretaban más a la pequeña cintura que sostenían. Intentaba no perder el control de si mismo, por si Bella se arrepentía en ese instante, pero su poca concentración se vio corrompida cuando fue ella misma quien guió una de sus manos debajo de la tela que cubría su abdomen, para que pudiera sentir la desnuda piel de éste.
–Acaríciame – suplicó, sin soltar sus labios – Acaríciame, Edward.
Él jadeó instintivamente, despidiéndose de toda inseguridad, y, con movimientos pausados, fue guiando sus cuerpos para que ambos cayeran sobre la cama.
Sentir el peso de Bella yacer sobre él le enardeció la sangre. Elevó la espalda para poder rodear su frágil figura con sus brazos y sus labios abandonaron su lugar original para descender por la suave piel de su cuello, llegando hasta la entrada de sus pechos. Supo entonces que esta tela que les cubría ya estaba de más, así que, mientras deshacía los sedosos listones que sostenían al negro corsette, su mirada fue en busca de la otra, intentando encontrar en ella alguna vacilación. No hallando, por lo contrario, nada más que la ingenua timidez que destelló cuando la redonda piel quedó al descubierto.
Estaba tan completamente hechizado, sumergido por la belleza que se le presentaba, que, de manera inconsciente, paseó la punta de sus dedos sobre las finas curvas del femenino cuerpo que vibró ante su tacto. Fue esa reacción, que ejerció presión entre sus piernas, lo que le incitó a capturar uno de los pezones entre sus labios.
Bella respiró profundo en ese momento y sus uñas se enterraron en la espalda de Edward. Si antes había tenido duda alguna de entregarse a él, ahora estaban completamente disipadas por el inmenso placer que la estaba bañando cada una de sus caricias que borraban las marcas que Azael le había tatuado y les dejaba, a cambio, un tórrido cosquilleo que se expandía en cada milímetro de su piel. Sus manos buscaron su lugar en los músculos que había debajo de la negra camisa que cayó al suelo con un sordo sonido. Las yemas de sus dedos dibujaron cada línea marcada de sus brazos, su espalda, su pecho, su abdomen. Su aliento se fusionó con el suyo cuando Edward la apretó fuertemente contra él, haciéndole estremecerse ante el libre contacto de sus pieles desnudas.
En algún momento, sus labios comenzaron a recorrer el camino que sus dedos habían pintado. Y, mientras ella lo bañaba de besos, él la recorría por completo con sus manos fuertes que acomodaron su espalda sobre el suave colchón y se abrieron paso entre sus piernas. La castaña se revolvió en la cama mientras sentía los dedos de Edward comenzar a jugar en su sensualidad, al mismo tiempo que sus labios bailaban sobre sus senos y la otra extremidad libre exploraba el resto de su figura.
–Ed-Edward... – musitó, en medio de jadeos.
El vampiro se detuvo de inmediato y fijó su negra mirada en la suya. Con la respiración completamente descompasada, esperaba el momento en que ella le dijera que parara. Pero no era eso lo que Bella deseaba. Al contrario, el fuego ardiente reflejado en la oscuridad de sus pupilas incrementó más su excitación, haciendo que sus dedos se enredaran en los cobres cabellos para que sus labios pudieran saborear a los otros.
–No te detengas – pidió, besándolo con ardiente desesperación y rodeando sus caderas con sus piernas. Induciendo a que sus intimidades se rozaran y ambos soltaran un pequeño gemido – Por favor... no lo hagas.
Sin darse cuenta, Edward empujó hacia dentro mientras su boca se fundía con la suya. Bella soltó un suspiro ahogado, para después viajar su mano hacia abajo, con la intención de despojarlo de su pantalón. Él la ayudó y después su cuerpo se situó en medio de sus piernas y los besos que alguna vez habían sido delicados y tiernos, ahora conservaban una esencia más abrasadora y resuelta.
–¿Es-estas segura? – musitó él, con los húmedos labios temblorosos y enrojecidos. Su cabello estaba completamente revuelto y varios mechones caían sobre su rostro, haciendo de él una imagen más perfecta.
–¿Me amas?
–Más que a mi vida...
La mirada de la castaña penetró la suya
–Entonces, tómame y hazme tuya
Él la besó con delicada desesperación ante la seguridad de sus pensamientos.
–Ya eres mía, Bella – murmuró, sin dejar de besarla – Siempre lo has sido, pues siempre nos hemos pertenecido el uno al otro. Si con angustia compré esta dicha, ¡Bendito el llanto que manchó mis ojos! Todas las llagas del pasado ríen al sol naciente de tus labios...*
Y entonces, él prosiguió. Adentrándose en ella lentamente, impulsándose a través de delicados contoneos que, después, adquirieron más ritmo, llevando a ambos de la mano, a un infinito y cálido edén...
Y la noche continuó cubriéndolos con su entrañable manto. La cera de las velas se consumió por completo y la habitación se tornó mucho más sombría que antes, pero, ¿Qué importaba? Nuestra lúgubre pareja siguió amándose, aún con más pasión que antes, pues, la oscuridad era la mejor representación de su eterna unión que comenzó, cierto día en el que la lluvia caía de manera siniestra...
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Forks, Washington, cien años después.
Hemos regresado, por tercera vez, a Forks. Después de nuestra estancia de treinta años en Volterra, para callar los rumores que se comenzaban a levantar por nuestra eterna juventud, aquí estamos de nuevo.
Mi mirada se pierde en el espeso e inmortal bosque e inspiró profundamente, para dejarme abrigar por la extraña esencia de tierra mojada. Se siente bien. Sonrío ligeramente y vuelvo a suspirar.
La negra camioneta se detiene e identifico a la vieja mansión que reposa frente a nosotros. Nuestro hogar. Sus paredes lucen ya muy deterioradas, pero solo es una apariencia que crea mayor gusto en mí. ¿Tengo que decir que me fascinan los escenarios corroídos y funestos? Además, tengo la tranquilidad de que sus muros jamás caerán, Alice está segura de eso.
La puerta se abre, dejándome libre el paso. Sonrío al pálido chico que me espera afuera. Le tomo la mano y vuelvo a sonreír al encontrarme con el dorado de su mirada. Ese piélago ocre que me baña con su esplendor. Bajo el rostro y cierro los ojos para aceptar el beso que sus labios dan a mi mejilla. Siento el fuego de siempre nacer en mi estomago, provocándome un ligero cosquilleo que se expande hasta la punta de mis dedos.
–Bienvenida a casa – susurra suavemente y alzó la vista para volver a fusionarla con la suya.
–Bienvenido a casa – cito sus palabras y él me sonríe. Ambos nos perdemos en el otro y todo se eclipsa por un momento.
Las risitas indiscretas de dos agudas vocecillas nos regresan a la realidad. Giramos el rostro para encontrarnos a Darío y Violeta. Alice y Jasper también están ahí, pero, a diferencia de nosotros, ellos siguen envueltos en su mundo de oscuro cristal.
El estridente sonido de algunas pisadas llega a nuestros sentidos. Unos mortales se aproximan.
–Parece que esta vez tendremos vecinos – dice Edward.
Me sorprendo. Hasta ese entonces, pensaba que absolutamente nadie le apetecía vivir al lado de “la mansión embrujada”.
La rubia mujer nos sonríe de lejos, viene acompañada de otra muchacha más joven, de una edad aproximada a la que yo aparento, pero el miedo al vernos se hace presentes rápidamente en sus verdes pupilas. Madre e hija aproximándose a la muerte, sin si quiera saberlo.
–¡Santo Dios! ¿Pero ya viste cómo están vestidos?
–Parece que acaban de salir de un velorio – Susurran, ignorando que nosotros le alcanzamos a escuchar a la perfección.
Violeta frunce el ceño y se mira su negro vestido con adornos de encaje que Edward le había comprado antes de venirnos. Darío suelta una risita y rodea sus hombros con el brazo
–Luces hermosa – le asegura y la niña olvida la ofensa rápidamente.
Los latidos de ambos corazones laten apresuradamente, pero siguen avanzando. Genial. Nos habíamos encontrado con esas personas que la “curiosidad” puede más que su sentido de supervivencia. Me siento ligeramente molesta cuando la humana más joven planta su mirada en Edward.
–Pero son realmente guapos – murmura.
Edward toma mi mano y le da un tierno apretón. Alice y Jasper se ponen casi a nuestro costado, él con los brazos enrollados alrededor de ella, que mantiene su cabeza recostada sobre su pecho.
Las dos mortales ya están a un paso de nosotros y sus rostros nos muestran una mezcla confusa de miedo, admiración, horror y nerviosismo.
–H-hola – dice la madre.
Se levanta un silencio incomodo entre nosotros. Creo que tampoco debo añadir que a ninguno de los seis nos agradan las visitas inesperadas y, desgraciadamente, tampoco poseemos el don de “hacer amistades en un segundo”. La señora prosigue
–S-somos sus vecinos. Nunca pensamos que alguien se mudara a esta... casa. Bienvenidos.
Nos limitamos a asentir. La única que extiende su pequeña manita a forma de saludo es Violeta.
–Mucho gusto – sonríe de manera angelical.
–¡Pero qué hermosa niña! – Exclama la aludida, aceptando el gesto – ¿Es su hermana?
–Es nuestra hija – informa Alice.
– ¡Oh! ¡Qué fría estas! ¿Te sientes bien pequeña?
–Está bien – Darío interrumpe y cubre a Violeta con su espalda.
Es evidente que, a diferencia de su compañera, la mirada del niño es intimidante. La mujer da dos pasos hacia atrás, de manera inconsciente.
–¿Y... este... pequeñín?
–Es nuestro hijo – contesta Edward. Reprimo mis instintos psicópatas cuando escucho a la hija suspirar al escuchar su voz.
–Bu-bu-bueno – ambas humanas sueltan risitas nerviosas e histéricas – Nosotras nos retiramos. Supongo que han de necesitar mucho tiempo para arreglar sus cosas.
–Tiempo es lo que nos sobra a los que no dormimos– ahí estaba otra vez Darío con sus confesiones en forma de broma.
Al fin, quedamos solos. Edward y yo nos dirigimos a nuestra terraza y el viento de media noche agita nuestros cabellos. Mi mirada se pierde un momento en la luna llena que se alza como redonda lámpara plateada sobre nuestras cabezas
–¿En qué piensas? – Me pregunta, abrazándome por detrás y pegando sus labios a mi cuello – Sabes que me encanta ser confidente de tus secretos.
–En lo hermosa que es la noche – contesto, haciendo eco a mis pensamientos – En lo interminable y mágica que es. A través de los años, es lo único que sigue conservando su misma belleza, su misma esencia. Y nunca cambiará. Siempre seguirá siendo la misma madre amorosa que nos arrope entre sus brazos para abrigarnos con su lúgubre quietud.
–¿Sabías que eres una mentirosa?
Giro mi cuerpo para encararlo. Le miro, molesta, pues no entendiendo por qué me ha dicho mentirosa. Sus brazos se acomodan a ambos lados de mi cintura y me empuja para que mi espalda tope con la barda.
–Si. Eres una mentirosa – vuelve a confirmar – Al menos, hablando por mí, todo lo que has dicho no es cierto. Pues, ¿Qué es la noche para mí? Nada, desde el momento en que apareciste en mi vida. No hay belleza más suprema que tus ojos, ni calma más infinita y pura que la que me prometen tus besos y brazos. En ti, solo en ti, Bella, veo reflejada todas mis noches. En ti, solo en ti, mi alma, dejo toda mi pasión. Desde que te conocí, la luna y todas sus fases sólo desempeñan un papel: El ser testigo del infinito e inmortal amor que te profeso, mi eterna princesa Gótica.
Y fue con esas palabras las que sus labios pronunciaron antes de silenciarse al unirse con los míos, moviéndose a su manera lenta, suave, deliciosa y embriagante...
FIN
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