CAPÍTULO VII.-RINDIÉNDOSE A LA PASIÓN
Los besos fueron subiendo de
tono, respiraciones entrecortadas y dos cuerpos entregándose a la pasión, pero
uno de ellos no se sentía del todo cómodo, algo no estaba bien, lo que acababa
de pasar en el bar había sido muy extraño y ahora que lo pensaba bien y
rememoraba los hechos no estaba seguro de seguir adelante, pero era tan
doloroso detenerse justo ahora.
Edward entre toda la calentura
sabía que tenían una larga conversación pendiente, su Bella estaba tan extraña,
era como si no fuera ella, todavía sentía violencia en su cuerpo y en su alma y
sabía que en este momento no era ella misma, pero ¡carajo cómo la deseaba!, más
ahora que se estaba entregando a él, tan sensual, tan desinhibida, tan madura.
Pero aún perdido en el deseo
sentía que no era correcto, que su niña se arrepentiría de dar ese paso tan
grande en esa condición.
- Para Bella, por favor detente
- Cállate Edward, te deseo aquí
y ahora
- Amor, por favor conversemos,
mañana te arrepentirás de lo que estamos haciendo
- ¿A caso ya no me deseas, es
eso?
- Joder niña, estoy tan duro
como riel de ferrocarril, te deseo tanto que estoy a punto de cogerte de manera
dura y fuerte, pero
- Pero nada vampiro, cógeme
duro, haz conmigo lo que quieras, ganaste, soy tuya, siempre tuya, te amo y te
deseo
Joder, joder, joder, había
esperado tanto por escuchar esas palabras de su niña y ahora que las escuchaba
su raciocinio se fue a la mierda.
Paladeaba en su lengua el aroma
almizcle de la excitación de Bella, sentía su calor traspasar la escasa ropa
que vestía y su erección ya no podía estar más dura y dispuesta a follarla toda
la maldita noche.
Las caricias que recibía Bella
la llevaban a la locura, nunca se había sentido tan viva, tan deseada, tan
mujer, Edward la tocaba con adoración, como si fuera a romperse con su toque y
le encantaba que tuviera esa delicadeza y al mismo tiempo esa pasión
desbordante.
Edward lentamente la fue
desvistiendo y besaba con fervor cada porción de piel que desnudaba, era tan
hermosa, su piel lisa, suave, cremosa y sin imperfecciones le quemaban la
lengua y los sentidos, nunca en todos sus años de actividad sexual activa había
sentido lo que ahora estaba sintiendo, estaba en la gloria, en el puto cielo.
Los suaves gemidos de Bella fueron en aumento y eran los sonidos más hermosos
que había escuchado jamás.
Al llegar a sus torneadas
piernas sus labios quemaban y su boca se llenaba de ponzoña cada vez más
mientras se acercaba a su centro delicioso, lentamente le abrió las piernas y
un gruñido puramente animal se escapó de su pecho, ella estaba tan húmeda que
su crema se deslizaba con descaro por sus muslos, sediento, loco, desesperado
le abrió los labios vaginales dejando al descubierto su apetitoso clítoris, con
adoración lo envolvió en su lengua perdiéndose en ese mar de lujuria, era simplemente
deliciosa, adictiva, una droga que no podía ni quería dejar de consumir.
Bella se arqueaba de placer
empujando su pelvis más cerca de la cara del vampiro, jadeaba, gemía y pedía
sin tapujos por más, era indescriptible la sensación de la lengua del vampiro
en esa área tan íntima y receptiva, nunca pensó que este acto fuera así de
delicioso y pecaminoso.
Con dos dedos Edward se adentró
en su cuerpo mientras seguía lamiendo y tironeando su clítoris, Dios, Ella era
tan jodidamente estrecha que le daba un poco de miedo penetrarla, él era tan
grande y fuerte que no estaba seguro si su verga cabría completamente en ella.
Con deleite y un orgullo
puramente varonil se dejó endulzar con los gemidos y las palabras entrecortadas
y susurrantes de su niña, todo era tan jodidamente especial y nuevo para él,
por primera vez estaba haciendo el amor y ese conocimiento lo llenó de una
alegría y una satisfacción que rayaba en la locura, se sentía como un
adolescente en su primera vez y a la vez un maldito troglodita porque sabía que
ella sería suya, nadie más que él estaría así con ella, MÍA, gritaba su
interior y se regocijaba de este hecho.
Sintió como sus músculos
interiores se estrechaban aprisionándoles los dedos, logrando que su miembro
latiera y derramara un poco de líquido pre seminal, nunca había estado tan
excitado y era la sensación más placentera que había experimentado, pero sabía
que sería mucho mejor cuando la penetrara y cuando bebiera de su sangre
mientras alcanzaban el máximo placer.
Bella se corrió gritando el
nombre de su vampiro y un gruñido acompañado de una maldición escapó de los
labios de Edward, estaba tan excitado que tuvo que tomar su miembro en sus
manos y apretarlo para no descargarse como un adolescente humano y primerizo.
Miraba con orgullo a su mujer,
se veía tan hermosa después de su orgasmo, su cuerpo brillaba con una película
de sudor, sus ojos dilatados, su boca roja e hinchada gracias a sus besos y a
las mordidas que Bella se propinaba de tanto placer, sus mejillas sonrosadas y
su respiración agitada. Jodidamente hermosa, una diosa del sexo, su mujer, su
hembra, su todo.
- Te amo tanto mi Bella, mi
niña, si quieres llegar hasta acá te comprendo, no me molestaré
- ¿Estás loco vampiro? ¿crees
que he esperado todo este tiempo para quedarme con las ganas de sentirte dentro
de mi? – ella sonrió con picardía y Edward se abalanzó a su boca mientras sus
manos se perdían en ese cuerpo que estaba como tallado a mano por los mismos
dioses.
La acarició entera, excitándola
nuevamente, su pene no daba más de la excitación, pero la quería bien lubricada
para no hacerle tanto daño.
Sus pechos fueron ahora su
diversión, eran tan perfectos, redondos, tersos, llenaban sus manos y sus
pezones, Dios, sus pezones eran de un rosa hermoso y ahora estaban tan duros
como piedrecillas entre sus dedos. Su lengua prontamente salió a divertirse
volviendo loca a Bella nuevamente, ese vampiro era tan jodidamente talentoso en
el arte de amar que Bella sollozaba de placer mientras lengua y dedos
acariciaban sus pezones sensibles.
Pero Bella quería más, quería
nuevamente sus dedos en su vagina, quería sentirlo nuevamente en su centro
húmedo y caliente, como si Edward le leyera el pensamiento bajó una mano y tres
dedos se perdieron en su interior mientras tironeaba un pezón.
Los jadeos fueron más fuerte y
ahora quería sentirlo, quería que terminara la tortura, quería por fin ser su
mujer, que la llenara con esa hermosa polla rígida y dura, pero grande fue su
asombro cuando la vio, él era tan grande que un miedo se alojó en su interior,
de ninguna manera eso cabría en su pequeña vagina, Edward sintió su tensión y
reptó por su cuerpo hasta llegar a sus labios.
- Amor, no te asustes, no te
haré daño
- Pero es muy grande Edward, no
cabrá, me partirás en dos
- No amor, no te lastimaré, te
amo demasiado para hacerte daño, estás muy húmeda y ya verás que entrará, pero
cuando quieras parar me avisas y te juro que lo haré.
Esas palabras le llegaron al
corazón a Bella, Edward la respetaba y la amaba de verdad, tanto como para
detenerse si ella lo pedía, ahora el temor se había esfumado, confiaba
plenamente en él como nunca antes lo hizo, estaba lista, lo necesitaba, lo deseaba
ahora más que nunca.
- Hazlo Edward, necesito
sentirte ahora amor, por favor ahora, no aguanto más.
Esas fueron las palabras que
Edward esperaba con anhelo, la besó, abrió con delicadeza sus piernas, tomó con
una mano su erecto miembro y lo posicionó en su centro, jugueteó un poco sin
introducirlo pasándolo por toda su abertura y golpeando su clítoris con él,
Bella arqueaba la espalda de tanto placer y anticipación, no quería cerrar los
ojos, pero era tan difícil, aún así los mantuvo abiertos, no quería perderse ni
un solo momento de lo que estaba viviendo.
Ambos vieron con absoluta
enajenación como el gran miembro se adentraba lentamente en su vaina apretada.
Edward tenía su mandíbula apretada controlando su movimiento, quería entrar de
una vez, penetrarla completamente y perderse en el éxtasis, pero debía ser
delicado, entrar suavemente para no hacerle daño. Bella lo sentía en cada
pulgada de su ser, era tan grande que le dolía mientras entraba, pero no quería
que parara, sabía que dolería, pero también sabía que el dolor pasaría dejando
solamente la pasión y el éxtasis del placer.
Cuando llegó a su barrera
Edward paró con un gemido que erizó cada vello del cuerpo de Bella, era tan
hermoso y sus sonidos eran tan placenteros, tan animal, tan Edward.
Se miraron a los ojos y no fue
necesario decir nada, Edward bajó su cara y tomó su boca con pasión mientras
rompía su barrera y se asentaba por completo dentro de ella. Estaba perdido en
una marea de lujuria, posesión y sed, mucha sed, la sangre de su virginidad la
podía paladear en su boca, el aroma lo volvía totalmente loco y tenía que hacer
un esfuerzo titánico para no bajar su lengua hacia aquel lugar, él se moría por
hacerlo, pero Bella se sentiría incómoda y eso era lo que menos quería en este
magnífico momento, pero ¡joder!, era una tentación.
Por fin era su mujer, por fin
era suya, sólo suya y su coño tan ajustado lo tenía al borde de la locura.
Sabía que su niña estaba sintiendo dolor por ese motivo se quedó quieto hasta
que ella se ajustara a su intruso, era doloroso no moverse, no embestirla
duramente. Bella sintió que se relajaba un poco, el dolor no pasaba aún, pero
ya no dolía como momentos antes, así que movió sus caderas, un indicio
silencioso de que estaba lista para continuar. Edward entendió a la perfección
y con movimientos lentos pero profundos fue saliendo y entrando dilatando con
cada embestida la vagina de Bella que lo recibía a la perfección, era tan
apretada que su verga parecía estar abrazada por un guante.
- Oh Dios nena, eres tan
ajustada, tan deliciosa, tan jodidamente perfecta, mmmm, eso nena, así, ahhhhh,
sigue así. Sin dejar de embestirla bajó una mano hacia su centro y mientras se
retiraba levemente tomó con dos dedos el fluido con sangre y se lo llevó a los
labios gimiendo extasiado al saborear el dulce elixir de su mujer.
Bella perdió la poca cordura
que le quedaba al ver lo que acababa de hacer Edward, era tan sensual, y empezó
a mover más enérgicamente las caderas saliendo al encuentro de las embestidas
de Edward. El choque de la carne contra la carne creaba una nueva sinfonía
maravillosa que llenaba los oídos de los amantes perdiéndolos cada vez más en
la maravillosa locura del máximo placer.
- Más Edward, más, más rápido,
más duro, ahhhhhh, si así, así…..
Los embates fueron más rápidos,
más duros, más profundos, sin poder controlarse Edward tiró su cabeza hacia
atrás cerrando sus ojos y mordiendo su labio inferior perdido totalmente.
Levantó las caderas de Bella y se impulsó más fuerte. Bella ya no aguantaba más
y empezó a contraerse en torno a la verga de Edward, le faltaba poco, tan poco,
esa bola estaba en su máximo punto y estaba a punto de reventar llevándola
hasta el mismo cielo. El vampiro sintió ese ajuste y soltando las caderas de
Bella y pasándole las piernas alrededor de su cintura se acercó a su torso, su
aroma se estaba haciendo más concentrado, lamió su cuello deleitándose en su
pulso que cantaba feliz para él, sólo para él.
No soportó más espera y hundió
sus colmillos extasiado de la sangre que se deslizaba con lujuria por su seca
garganta. Bebió como sediento el elixir que le regalaba su diosa mientras ambos
alcanzaban el orgasmo y tocaban el cielo con los dedos.
Selló su herida y la acunó en
sus brazos mientras le acariciaba la espalda. Sin que Bella se diera cuenta escaneó
su cuerpo revisando que no le hubiera hecho daño con su fuerza, todo estaba
bien, a pesar de todo en ese sentido si se había controlado.
Se arroparon y mientras Edward
la acunaba le recitaba rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
Despierta, tiemblo al mirarte,
Dormida, me atrevo a verte,
Por eso, alma de mi alma,
Yo velo mientras tú duermes.
Despierta ríes y al reír tus
labios
Inquietos me parecen
Relámpagos de grana que serpean
Sobre un cielo de nieve
Dormida, los extremos de tu boca
Pliega sonrisa leve,
Suave como el rastro luminoso
Que deja el sol que muere.
¡Duerme!
Cuando en la noche te envuelven
Las alas de tul del sueño
Y tus tendidas pestañas
Semejan arcos de ébano,
Por escuchar los latidos
De tu corazón inquieto
Y reclinar tu dormida
Cabeza sobre mi pecho,
Diera alma mía
Cuanto poseo,
¡la luz, el aire
Y el pensamiento¡
Cuando se clavan tus ojos
En un invisible objeto
Y tus labios ilumina
De una sonrisa el reflejo,
Por leer sobre tu frente
El callado pensamiento
Que pasa como nube
Del mar sobre el ancho espejo,
Diera, alma mía,
Cuanto deseo,
¡la fama, el oro,
La gloria, el genio!
Bella se sumió en los brazos de
Morfeo escuchando la suave voz de Edward recitar esas rimas tan hermosas, le
parecía tan nuevo que Edward tuviera esa sensibilidad, primero para hacerle el
amor y ahora para recitarle al oído mientras la acunaba y acariciaba con
ternura.
Edward estaba perdido en un mar
de emociones que nunca antes había sentido, había sido una experiencia
magnífica tomarla como su mujer por fin, era un nuevo hombre, había renacido en
los brazos de su ángel, su hermosa mujer, su rebelde.
No podía despegar sus ojos de
ella acurrucada en sus brazos, sintiendo su respiración chocando en su pecho,
sus piernas fundidas entre las suyas y su brazo alrededor de su cintura, su
Bella era tan posesiva y lo reclamaba con cada partícula de su cuerpo.
Lentamente le acariciaba su
brazo, su cara, su cabello, era tan hermosa, tan fuerte, tan especial y allí le
llegó la imagen de ella peleando en el bar, había sido tan raro, por un momento
la desconoció, sintió miedo de ella, miedo por todos los humanos que se
encontraban allí, esa violencia, esa ira la había puesto mal, habría jurado que
por un momento era otra persona, esa energía que emanó por apenas unos segundos
fue totalmente escalofriante, no podía definir muy bien lo que había pasado,
era como si ella hubiera estado poseída y lo más extraño de todo fue que sus
amigos, esos chicos tan extraños ni pestañearon, estaban embobados mirándola, pero
sin pizca de miedo.
Hablaría con la familia, esos
chicos merecían el esfuerzo de investigación, sobre todo porque estaban muy
conectados con su mujer, averiguaría todo, eso no quedaría así.
Sus pensamientos quedaron
suspendidos cuando Bella entre sueños pronunció su nombre y el vampiro olvidó
todo, sonriendo la apretó más a su cuerpo mientras besaba su cabello
deleitándose con su aroma.
A las dos horas sintió a Bella
incómoda y ahí cayó en cuenta de que aparte de estar medianamente adolorida
como era natural, él no había tenido la delicadeza de limpiarla, eso era
imperdonable, así que se levantó silenciosamente y mojando una toalla con agua
tibia procedió a limpiarle la entrepierna, pero al tratar de iniciar el trabajo
se quedó paralizado mirándola, Dios, era tan hermosa y su centro era
simplemente delicioso, el panorama era perfecto, su centro contenía el flujo de
los dos y además estaba teñido con la sangre de su inocencia entregada, dejó la
toalla a un lado y mandó todo a la mierda, no pudo aguantar más y acercó su
cara al oasis que esperaba por ese sediento.
Primero aspiró lujuriosamente y
la pasión recorrió cada partícula de su ser, la miró y ella aún dormía,
lentamente, disfrutando cada segundo acercó su boca y lamió sus muslos quitando
el rastro de fluidos llegando a su centro caliente y húmedo, era delicioso,
putamente contenía el mejor manjar para él, sus flujos y su sangre, el cóctel
perfecto que necesitaba para ser feliz por toda su eternidad.
Lamida tras lamida la fue
dejando limpia y con una calentura monumental, su falo estaba jodidamente duro.
Bella empezó a despertar al sentir tanta calor, tanta, sin estar del todo
despierta su cuerpo se arqueó y despertó del todo al escuchar el gruñido.
Al darse cuenta de lo que
estaba haciendo Edward rió pasionalmente, la vista era espectacular, ver a
Edward perdido entre sus piernas lamiendo como desesperado era muy, muy
sensual.
Esa noche la tomó lentamente,
porque Bella aún estaba un poco adolorida, él trató de comportarse como un
caballero, pero era un puto egoísta y cuando Bella le dijo que quería hacerlo
de nuevo él no se negó más y se entregó nuevamente a la pasión que los
envolvía.
Se olvidaron de todo y así
recibieron el nuevo día amándose, por supuesto los Cullen no estaban allí para
ser testigos de esa pasión que calcinaba todo a su alrededor, habían desaparecido
en el bosque tan contentos y esperando que ahora todo felicidad, los dos se lo
merecían.
Cuando regresaron los amantes
aún estaban encerrados, pero estaban descansando, por lo menos Bella. No los
molestaron por el resto de la mañana.
Por la tarde bajaron tomados de
la mano e irradiando felicidad, todos estaban sorprendidos por esa aura de
tranquilidad, amor y pasión que desbordaban los jóvenes, por fin la familia
estaba completa y feliz.