Dark Chat

martes, 1 de junio de 2010

Mi Corazon En Tus Manos

Hello mis angeles hermosos , este cap es un regalo para una chica q siempre me deja sus comentarios en los fics y ps me ha pedido vicio y yo como soy muy buena aqui se lo dejo
Libii aqui te dejo mas vicio te mando mil besitos
Angel of the dark
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CAPÍTULO 17


-Te ves muy emocionada con la boda de Bella -dijo Esme mientras se sentaba en uno de los banquitos de piedra del jardín, cerca de Alice.


-La verdad es que sí -aceptó ella con voz ilusionada.


-Pareciera que más que con tu propia boda- insinuó la reina. Alice bajó su rostro con culpabilidad. La noche anterior, tras la conversación con su prima, había decidido fijar todos sus esfuerzos y pensamientos en los preparativos de su matrimonio y había afrontado la tarea con, quizás, demasiado entusiasmo. No quería que las grandes dudas que la estaban acosando la atormentaran aquel día. Ya habría tiempo para hablar con Jasper... si es que se atrevía a enfrentarlo.


-No te estoy juzgando, Alice -le aclaró mientras posaba su mano sobre su hombro. -No puedo decir que lo entiendo pero trato de comprender, dada la situación.


-¿Amabas al Rey cuando te casaste? -preguntó levantando su rostro.


-Mucho -sonrió Esme.


-¿Cómo fue? ¿Cómo os conocisteis? -Alice no pudo ocultar su curiosidad.


-En realidad el nuestro también fue un matrimonio pactado -le dijo -pero, a diferencia del tuyo, fue pactado desde nuestra cuna.


Alice la miró con asombro.


-No te negaré que, tal vez, en mi corazón había una gran predisposición al saber que sería mi esposo algún día pero, desde que tengo uso de razón, recuerdo haber estado enamorada de él -admitió. -Me enamoré de sus atenciones hacia mí y su galantería, aunque es el modo en que me hace sentir lo que me hace amarlo tanto, como si yo fuera lo más preciado que hubiera en el mundo para él.


Alice sonrió aunque con cierto deje de tristeza en su mirada.


-Y... -titubeó -¿cómo supiste que él te amaba?


Esme le sonrió comprensiva. Sabía muy bien con que sentido le había formulado aquella pregunta.


-Querida, es cierto que mentir con palabras es muy fácil. Sin embargo, mentir con la mirada ya no lo es tanto y -agregó con manifiesta intención -te puedo asegurar que miradas de veneración como las que te suele dedicar mi sobrino cuando cree que nadie lo observa, no pueden ser mentira.


Alice bajó el rostro, mordiéndose el labio.


-Dejarse llevar por el corazón no es humillarse -le dijo suavemente tomando su mano -es ser sincero y fiel con uno mismo.


Alice se mantuvo en silencio, pensativa, asimilando las palabras de la reina.


-Vamos -se levantó Esme instándola a hacer lo mismo -he acabado con la recámara nupcial -el tono sugerente de su voz hizo sonreír a Alice. -¿Quieres venir a verla y darme tu opinión?


Alice asintió animada mientras se encaminó junto a ella hacia el castillo.


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Bella no sabía muy bien si caminaba por aquel corredor o si, simplemente, flotaba como en una nube. El sentir su brazo rodeando el de Jasper era lo único que la hacía volver a la realidad. El Rey había conseguido mediar a su favor frente al obispo, así que él sería quien oficiaría la ceremonia. Jasper por su parte la llevaría al altar, afianzando así su apoyo a ese matrimonio para que gozara de total validez.


Se detuvieron un momento en el umbral de la capilla, esperando a que las trompas y cornetas dieran la señal que anunciara que la novia iba a hacer su entrada. El esplendor de la estancia la sobrecogió. Las lazadas, cintas y aromáticos bouquets la engalanaban delicadamente. No alcanzaba a imaginar como en un sólo día, Alice había conseguido organizarlo todo. Sabía bien que su prima no se había podido resistir y, a pesar de todo, no iba a ser una celebración tan sencilla y sobria como ella hubiera deseado. Sin embargo, todo aquello dejó de tener sentido en cuanto posó sus ojos sobre el altar, donde la aguardaba Edward en compañía de su padre, tan apuesto, enfundado en su túnica de gala. Jasper entonces le dio un cariñoso apretón en su mano, alentándole, y juntos recorrieron esos últimos pasos que la dirigían hacia la felicidad.


Edward la recibió con una amplia sonrisa y, tomando su mano, se inclinó sobre ella para besar su mejilla.


-Estás preciosa -susurró en su oído. Bella enrojeció profundamente, de repente, el sentirse observada por todos los presentes empezó a incomodarla. Sin embargo, la intensidad de los ojos de Edward que buscaban los suyos le ofreció el sosiego que estaba necesitando. Todo a su alrededor desapareció, sólo quedaron aquella mirada y aquel tacto que ella amaba tanto. Ni siquiera las oraciones o las palabras del obispo la pudieron apartar de esa serenidad, hasta que Carlisle se acercó a su hijo. Había llegado el momento de recitar los votos y el intercambio de los anillos.


-En este momento, te conviertes en mía para siempre, del mismo modo en que yo seré tuyo eternamente -comenzó Edward.


-Desde este instante, no puedo vivir sin ti. No vivas tú sin mí -continuó Bella.


-Somos palabra y significado, unidos.


-Y tú eres pensamiento y yo sonido.


-Que las noches sean dulces junto a ti -concluyó Edward sonriendo, deslizando el anillo en su dedo.


-Que los despertares sean dulces junto a ti -respondió Bella colocándoselo a él.


Bella no había alcanzado a escuchar las bendiciones del obispo cuando se encontró entre los brazos de Edward, que la besaba con fervor. Por una vez, a Bella no le importó la presencia de los demás y respondió a sus labios con el mismo afán. Todas sus zozobras y sinsabores culminaban con aquel beso y la felicidad más absoluta se mostraba al alcance de su mano.


-Por fin eres mi esposa -le dijo con emoción sin dejar de abrazarle.


-Te amo -susurró ella.


Edward volvió a besarla, aunque, la llegada de sus familiares para felicitarlos le obligó a soltarla.


Salieron de la capilla y se dirigieron al comedor donde se realizaría el banquete nupcial. Al ser una celebración tan íntima, cenarían allí, como de costumbre, salvo que, esta vez, Edward y Bella serían los que presidían la mesa. Aún no habían acabado de acomodarse cuando aparecieron Emmett y Angela, con expresión confusa en sus rostros. Ambos se apresuraron a felicitar a los recién casados.


-Charlotte nos ha informado de que demandaban nuestra presencia -mencionó el guardia.


-Tanto Bella como yo consideramos que, los dos, os habéis ganado nuestra confianza y afecto, ya sea de un modo u otro -anunció Edward poniéndose en pié -por lo que, es nuestro deseo, y esperamos concordéis con nosotros -miró ahora a su familia -que celebréis con nosotros este momento y os sentéis a la mesa.


Emmett y Angela lo miraron llenos de desconcierto.


-A no ser que la idea no sea de vuestro agrado -añadió Edward en vista de su silencio.


-Al contrario, Alteza -se apresuró a corregirle Emmett -sería un honor para ambos -habló en nombre de Angela que afirmaba con la cabeza. -Mas no sé si... -dudó mientras observaba los rostros de los presentes, buscando el mínimo indicio de desaprobación.


-Es una estima bien merecida -le cortó Jasper que coincidía con su primo. La labor de Angela ayudando a Bella con la escuela era loable y se había ganado la simpatía de Bella, dando muestras más que suficientes de su buena educación y buen estar. En cuanto a Emmett, no en vano Alice lo apreciaba tanto, su lealtad y nobleza eran encomiables además de haber mostrado un gran sentido común. Jasper sabía que había despertado la admiración de todos con su forma de actuar, incluso la suya.


-¿A qué esperáis? -sonrió Bella. -Angela, siéntate frente a mí. La doncella sonrió complacida.


Emmett acompañó a Angela a ocupar dicho asiento por lo que él tuvo que hacerlo en el único lugar que quedaba libre... frente a Rosalie. Al sentarse, esperó que la muchacha le dedicara alguna de sus ya acostumbradas miradas de fastidio al tener que compartir la mesa con él, pero, para su sorpresa, no fue así. No sólo lo miraba con aceptación, casi se atrevería a afirmar que con cierta admiración, sino que, y aumentando su perplejidad, le sonreía tímidamente. Inevitablemente, los recuerdos sobre lo sucedido el día anterior en aquella cabaña ocuparon su mente y maldijo para sus adentros. Ni siquiera tenía la posibilidad de soñar con que sus sonrisas fueran solo para él.


La entrada de Charlotte, acompañada de otras doncellas, entre ellas María, dio comienzo al festín. A Bella no le pasó desapercibido como el rostro de Alice, que se había mostrado animada y sonriente tras varios días de gran apatía, se tornaba sombrío. Por un momento, Bella se fijó en la doncella, en sus movimientos, sus gestos y empezó a apreciar cierto aire de insinuación, casi libidinoso en su mirada. Se había propuesto "servir" al Rey y no hacía más que revolotear en torno a Jasper casi con descaro. Empezaba a comprender ahora que, por muy pequeña que hubiera sido la duda que asaltaba a Alice, viendo la actitud de María, no era de extrañar que la atormentase tanto.


-¿Te incomoda algo? -se preocupó Edward al ver el disgusto de su rostro.


-Ya sé quien es la causante de la desdicha de mi prima -masculló entre dientes, señalando disimuladamente con la cabeza en su dirección.


-¿María? -preguntó asombrado.


-Tú observala -le pidió Bella, al ver que la doncella volvía a acercarse a Jasper. Edward asintió.


-¿Queréis más vino, Majestad? -le ofreció, inclinándose sobre él de modo sugerente.


-No -respondió secamente, con cierto malestar en su voz.


-Yo sí, por favor -le indicó Edward -y te agradecería que trajeras más hidromiel, pero te rogaría que la suavices un poco. No quisiera que la Princesa Bella acabase la noche en estado inconveniente -bromeó.


La muchacha obedeció sin poder ocultar su fastidio al tener que retirarse de su objetivo, aunque eso supuso el alivio de Alice.


-Creo que entiendo a que te refieres -dijo en voz baja evitando ser escuchado. -Mas no hay ningún interés por parte de Jasper -le aseguró él.


-Eso házselo entender a mi prima -se lamentó.


-¿No creerá que...?


-Eso mismo -le confirmó ella.


-Jasper es incapaz -le defendió.


-¡Charlotte! -le escucharon decir al joven -Enhorabuena por la exquisitez del banquete de esta noche -la felicitó.


-Gracias, Majestad -se inclinó la joven halagada que entraba a servir los postres. -Seguí los consejos que una vez me diera la Reina.


Jasper miró a su esposa con orgullo, que sonreía a la doncella con cierta turbación.


-Hablando de consejos, quería preguntarte algo Emmett -cambió de tema el muchacho.


-¿Sí, Majestad?


-¿Estuviste presente en Breslau cuando se instauró el nuevo sistema de recaudación? -quiso saber.


-No sólo estuvo presente -intercedió Bella. -Le escuché decir a mi padre en más de una ocasión que había sido de gran ayuda.


-Me complace oír eso -le alabó Jasper. -Me gustaría, si es posible, que mañana hablásemos sobre ello y me informaras de los detalles del proceso -le pidió.


-Por supuesto, Majestad -aceptó honrado.


-¿Ya has dado con la solución para ese asunto? -se interesó Edward.


-Más que eso -le respondió. -Descubrí que Dios me ha concedido la gracia de una esposa tan hermosa como inteligente y perspicaz -añadió tomando la mano de Alice que bajaba el rostro atormentada.


-Pues brindo por ello -rompió Edward aquel silencio alzando su copa -mas, como bien le has dicho a Emmett, eso será mañana. ¡Nada de asuntos de estado en mi boda! -exclamó jocoso. -Lástima que no haya juglares amenizando la velada.


-Eso tiene fácil arreglo, si me lo permitís -alegó Angela.


-Cualquier sugerencia será bienvenida -respondió Edward animado.


-No, Angela -le advirtió Bella que ya preveía lo que vendría, pero la doncella hizo caso omiso y salió del comedor.


-No creo que os podáis negar, Alteza -anunció Emmett con sorna. -Haceos cargo de que es vuestra boda...


-¿Negarse a qué? -Edward no entendía por qué Bella miraba con recelo al guardia que hacía grandes esfuerzos por no reír.


-Tu amada esposa odia bailar -le informó Alice.


-En ese instante Angela volvió con varios muchachos que portaban instrumentos, al igual que ella.


-Pues como bien ha dicho Emmett -le guiñó el ojo al guardia -no te negarás en tu boda.


Edward se puso en pié ofreciéndole su mano y, aunque a regañadientes, Bella aceptó. Miró a su prima y una sonrisa maliciosa afloró en sus labios.


-Deberías saber que, al contrario que yo, tu esposa adora bailar -le dijo a Jasper.


-¿A qué esperamos entonces? -se levantó sonriente -¿Me acompañáis? -agregó demandando su mano.


Alice no tuvo duda de las intenciones de Bella, y sabía que no podía negarse, así que aceptó la mano de Jasper.


-Papá, ¿por qué no bailas con mamá? -le animó Edward.


-Es más divertido desde aquí -se rió Carlisle.


-¿Y tú Rosalie? -se detuvo Jasper frente a su hermana. -Emmett ¿por qué no la invitas a bailar?


Rosalie, al igual que Emmett, lo miraban atónitos.


-¿No me dirás que lo crees "inapropiado"? -se quejó su hermano.


-No -negó ella rápidamente. -Si tú quieres -miró a Emmett con ojos esperanzados.


-Alteza -Emmett se puso de pié alzando su mano. En cuanto sus pieles se tocaron un estremecimiento los recorrió a ambos, pero tuvieron que ocultar esa turbación que se adivinaba en sus ojos y unirse al resto de parejas.


Todos danzaron sin cesar, bajo las alegres miradas de todos los presentes, sin que ninguno se percatase del tiempo transcurrido hasta que Esme se acercó a las muchachas.


-Es la hora -les informó con sonrisa sugerente y Edward accedió gustoso a que le robaran de las manos a una sonrojada Bella.


Ya en la recámara, entre risitas de complicidad, las tres mujeres ayudaron a Bella a despojarse de su traje de novia, entregándole un bonito camisón de lino. Las tres la abrazaron, una vez lista, como despedida.


-Verás que todo va muy bien -le susurró Alice.


Bella asintió y la acompañó a la puerta, cerrándola cuando hubieron salido. Caminó después hacia la cama, donde se sentó, acurrucando las rodillas hacia su pecho. La soledad y la espera de aquella habitación hacían que los nervios comenzasen a indagar en su mente y en su cuerpo; sus manos temblorosas jugando torpemente con el doblez de su camisón eran buena prueba de ello. No es que tuviera miedo, sabía perfectamente lo que iba a suceder...¿o sí lo tenía?...


Su corazón comenzó a batir con fuerza al escuchar unos pasos acercándose a la recámara... Edward llegaba antes de lo que ella había creído. Oyó como la puerta se abría lentamente y algunos mechones de cabello cobrizo hicieron su aparición por la rendija, poco a poco, hasta que asomó la cabeza por completo.


-Hola, querida esposa -sonrió Edward.


-Hola -respondió ella, tratando de ocultar el temblor de su voz con una leve risita mientras ya él entraba cerrando la puerta tras de sí.


-Nadie diría que ésta es mi recámara -bromeó mirando a su alrededor a la vez que iba desabrochándose el cincho para dejarlo sobre el butacón.


-Es cosa de tu madre -alcanzó a susurrar. Contemplar como se deshacía de la túnica para quedarse con un simple pantalón y en mangas de camisa... Jamás lo había visto vestir de forma tan casual, cosa que, a pesar de darle un aire desenfadado, acorde con su cabello rebelde, resaltaba sobremanera su aspecto varonil. El tejido del pantalón abrazaba perfectamente sus piernas esbeltas, aunque bien formadas y su camisa medio abierta dejaba entrever la piel de su pecho que parecía tan cálida...


Bella cogió sus rodillas, intentando acercarlas más a su cuerpo, tratando de dominar el temblor de sus manos y el extraño ardor que empezaba a invadirla. El muchacho sonrió al notar su inquietud. Se acercó a la cama y se sentó frente a ella, sin dejar de mirarla, cosa que no ayudaba ni una brizna al nerviosismo de Bella. Edward tomó una de sus manos, soltándola de aquel agarre y la llevó a sus labios, besando la yema de sus dedos. Bella bajó su rostro enrojecido.


-¿Estás nerviosa? -le dijo él dedicándole media sonrisa. Bella asintió sin apenas levantar la mirada. Edward se acercó más a ella y posó su mano sobre su mejilla, acariciándola levemente. Ella cerró los ojos ante la suavidad de su contacto y notó como sus dedos bajaban hasta su barbilla para alzar su rostro mientras él se inclinaba lentamente sobre ella. Muy despacio sus labios alcanzaron los suyos en un movimiento suave, leve, como el aleteo de una mariposa.


-¿Todavía? -susurró él separándose un poco de sus labios. Bella volvió a asentir mientras un suspiro escapaba de su pecho. Edward llevó su mano hasta su nuca, enredando sus dedos entre su cabello y la atrajo de nuevo hacia su boca, besándola ahora con pasión, pero, a su vez, con tanta ternura... Aquel calor que Bella había sentido instalarse en su interior hacía un momento, ahora se expandía como una llama por todo su cuerpo. Antes de lo que ella hubiera querido, Edward se separó nuevamente de ella.


-¿Y ahora? -respiró sobre su boca, clavando su verde mirada sobre la suya. Bella negó con la cabeza y Edward entonces capturó sus labios con urgencia, besándola con fervor y vehemencia mientras la rodeaba entre sus brazos, sintiendo como su cuerpo trémulo se abandonaba a su beso. Faltos ya de aire se separaron. Edward acarició su rostro una vez más, sin dejar de mirarla, descendiendo sus manos hasta llegar al primer lazo de aquel camisón de lino que la cubría y, como en una clara invitación, ella comenzó, con manos temblorosas, a hacer lo mismo con las lazadas de su camisa, ayudándolo a desprenderse de aquella prenda que ocultaba su glorioso cuerpo. Cuando Bella se percató de su propia desnudez, enrojeció avergonzada bajando el rostro.


-Eres tan hermosa -le dijo -y te amo tanto -musitó Edward acariciando el rubor de sus mejillas. Bella lo miró insegura, a lo que él respondió besándola de nuevo. Con sus manos ahora sobre su espalda, Edward la atrajo hacia sí, sintiéndola finalmente contra su piel, tan tibia, tan suave. Con ardor profundizó aquel beso, queriendo disfrutar de su dulce sabor y, para su gozo, escuchó un leve gemido que escapaba de su garganta, contestando por ella, mientras hundía sus manos entre su pelo.


La tumbó despacio sobre la cama, colocándose él a su lado y, sin dejar de besarla, comenzó a acariciarla, lentamente, su cuello, sus hombros, la delicada línea de sus senos, su cintura, recorriendo cada una de las curvas de su cuerpo, sintiendo su agitado aliento sobre su boca. Se separó de sus labios para besar su cuello y saborear su pálida piel... era tan deliciosa. Notó los dedos femeninos clavarse sobre su espalda, sin duda Bella iba a llevarlo a la locura. Edward se deshizo de la última de las prendas que ocultaba su masculinidad y se posó sobre ella con delicadeza. Viendo como buscaba ella su boca con tanto deseo, casi con desesperación, comprendió que estaba tan preparada como él. Aún así la miró a los ojos tratando de encontrar algún atisbo de duda o miedo en ellos, pero en la oscuridad de sus pupilas no halló otra cosa que no fuera la confianza y la absoluta entrega que denotaban la grandeza de su amor. La tomó de forma muy lenta, aun sabiendo, muy a su pesar, que el dolor sería algo inevitable. Cuando traspasó la barrera de su virtud escuchó como un quejido escapaba de su boca.


-Lo siento -le dijo sobre sus labios, besándola para mitigar con sus besos aquel dolor que la hacía tensarse bajo su cuerpo. Bella notó como el elixir embriagador de sus labios iba transformando, poco a poco, aquella punzada en un fuego abrasador que amenazaba con consumirla mientras un sentimiento de plenitud y completa unión la embargaba. Tuvo la completa certeza de que el lugar al que pertenecía era allí entre los brazos de Edward y del mismo modo supo él que Bella era la pieza que completaba su ser, su vida entera. Juntos iniciaron entonces aquella travesía que les llevaría a los confines de la dicha, creando un perfecto y eterno vínculo entre ellos y que nada ni nadie sería capaz de quebrantar jamás...


Al despertar, Bella se maravilló ante la sensación tan sublime que era amanecer en los brazos de Edward. Su expresión tranquila y serena, su cabello alborotado que le daban aspecto de niño travieso... Bella no pudo evitar apartar uno de sus mechones cobrizos que caía sobre sus ojos, haciendo, sin pretenderlo, que el muchacho se revolviese.


-Buenos días, querida esposa -la saludó con un beso tierno.


-Buenos días -sonrió ella. -Por un segundo me olvidé de donde estaba.


-Pues vas a tener que acostumbrarte -sonrió él, acomodándola en sus brazos.


-No me será difícil -se acurrucó ella en su pecho, respirando el embriagador aroma de su piel.


-Bella -titubeó él -¿eres feliz?


-¿En verdad me lo preguntas? -alzó ella el rostro para mirarlo, sorprendida.


Edward asintió con seriedad.


-Todo ha sucedido muy rápido y sin que tu padre haya estado presente -dudó. -Quizás no era lo que esperabas.


Bella lo besó como respuesta a sus dudas.


-Me siento muy feliz, Edward, y afortunada -le confirmó. -En los tiempos que corren, casarse por amor no es algo que se dé todos los días.


-¿Estás pensando en Alice?


Bella asintió con tristeza.


-Pero ellos sí se aman -la corrigió, abrazándola de nuevo.


-Y eso es lo que más me apena -le dijo. -No veo correcto inmiscuirse entre ellos -admitió -pero de seguir así, van a perder la oportunidad de ser felices.


-No te preocupes -acarició Edward sus cabellos -verás como todo se aclara.


-Ojalá -deseó ella con un suspiro.


-¿Sabes? -exclamó él con tono más alegre. -Estoy hambriento.


-Bajemos a desayunar entonces -respondió tratando de levantarse, pero Edward se lo impidió, con declarada insinuación en su mirada.


Bella sonrió comprendiendo, tras lo que se entregó a la pasión de sus labios.


Cuando al fin bajaron al comedor, su familia ya había empezado a desayunar. Viéndolos aparecer tan radiantes y dichosos, Jasper no pudo evitar una punzada de envidia en su corazón, tras lo que se sintió profundamente culpable. No era que su primo no mereciera esa dicha, al contrario, pero pareciera que fuera él quien no la mereciera. Cada día sentía a Alice más y más lejana y todas sus esperanzas de una vida llena de amor se alejaban con ella.


-No sabíamos si esperaros -bromeó Carlisle.


-Buenos días a ti también, papá -respondió Edward con una mueca divertida y, aunque las muchachas no recibieron a Bella con ese tipo de observaciones, sus miradas hablaban por sí solas, haciéndola enrojecer.


-Jasper, ¿estás muy ocupado esta mañana? -quiso saber Edward.


-Quitando la cita que tengo con Emmett por lo del tema de la recaudación, nada importante ¿por qué? -preguntó confuso.


-Bella, y cito literalmente, es una mujer casada pero no una irresponsable, por lo que va a seguir ocupándose de la escuela -le respondió -Podría decirse que tengo la mañana libre.


Su comentario produjo una risa generalizada y que Bella golpeara su brazo en señal de reproche.


-Podemos ir a cazar, si te apetece -sugirió Jasper.


-Me parece una idea estupenda -concordó él. -Te animas, papá.


-Yo también soy un hombre responsable -negó Carlisle con la cabeza. -El dispensario me espera.


-Podríamos avisar a Emmett -puntualizó Edward.


-Ya lo había pensado -afirmó él. -Ahora que lo vea se lo diré, a no ser que a mi querida hermana se le ocurra alguna insólita tarea que encomendarle.


Jasper esperó como respuesta a su broma alguna de las usuales y desdeñosas contestaciones de Rosalie, mas nunca llegó. Observó con sorpresa como su hermana bajaba el rostro con aflicción y en silencio.


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-¡Maldición! -exclamó Jasper, viendo como su flecha se estrellaba contra un árbol.


-Primo, si no lo veo no lo creo -lo miró Edward pasmado golpeando su espalda.


-Majestad, me habían asegurado que erais infalible con el arco -bromeó Emmett.


-Y lo era, hasta ahora -le guiñó un ojo -es la primera vez que le veo errar un tiro.


-¡Maldita sea! -volvió a blasfemar Jasper aún más exasperado.


-¿Algo te aflige, primo? -se mofó Edward.


-El amor te está volviendo idiota -se quejó Jasper.


-El amor nos ennoblece -le corrigió con una carcajada.


-O nos hunde en la más absoluta miseria -añadió Emmett por lo bajo.


-Olfateo una desilusión amorosa por aquí -insinuó Edward.


-¿Tienes una enamorada? -preguntó Jasper sonriendo, desviando la atención por un momento de su propio tormento.


-En realidad, no. Bueno -titubeó -ella no sabe de mis sentimientos.


-¿No te atreves a confesárselo? -aventuró Edward.


-Ni siquiera me planteo el hacerlo -admitió él.


-¿Es una mujer casada o inapropiada para ti tal vez? -se extrañó Jasper.


-Creo que peor que todo eso -respondió cabizbajo. -Soy yo el inapropiado.


-Una noble... -concluyó Edward.


Emmett asintió azorado.


-No debes avergonzarte por eso -le animó Edward. -Sé que no es una situación sencilla, que tienes mucho en contra pero, tú tampoco eres un hombre común y corriente. Creo que eres merecedor del amor de cualquier mujer.


-Gracias, Alteza, pero ya perdí la esperanza hace tiempo -se encogió de hombros con resignación.


-Menuda penosa pareja formamos tú y yo -sonrió entristecido Jasper.


-Lo sois por voluntad propia -les acusó Edward.


-Habla el feliz recién casado -se burló Jasper.


-No seas absurdo, primo -le reprochó. -Emmett únicamente debe ganarse el corazón de la muchacha, como haría con cualquier mujer. Si ella le corresponde, serán capaces de encararse contra el mundo entero si es necesario. Que de algo sirva mi ejemplo -aseveró. -Y en cuanto a ti, basta con que enfrentes a tu esposa de una vez por todas y aclaréis este estúpido malentendido.


Jasper lo miró atónito mientras Edward dibujaba una mueca en su rostro al darse cuenta de que, dejándose llevar por su impetuosidad, había hablado demasiado. Emmett también lo observaba extrañado.


-¿Qué malentendido? -le exigió -¿Sabes algo que yo desconozca?


-Tómalo con calma, primo. No quiero que esto me cueste mi matrimonio y me tenga que unir a vuestro clan de los corazones rotos.


-Edward -le advirtió Jasper con severidad.


-¿Qué opinas de María? -quiso tantear Edward.


-¿Y qué demonios tiene que ver la doncella en todo esto?


-¿No crees que es demasiado complaciente? -hizo hincapié en esto último.


-Sí, y demasiado molesta también -se empezaba a exasperar. -¿Quieres decirme de una vez a que viene este interrogatorio?


De repente, Emmett comenzó a comprender.


-Alteza, no será que la Reina piensa...


-Eso mismo, querido amigo -afirmó Edward.


-¡Qué el infierno me lleve! -bramó Jasper -¿Alguien me puede explicar que diantres sucede con mi esposa?


-Alice está convencida de que tienes amoríos con María -espetó Edward.


Toda la irritación que Jasper sentía en ese momento se diluyó, dejando paso al más grande estupor.


-¿De dónde has sacado semejante exabrupto? -demandó saber.


-De labios de tu propia esposa -le dijo. -Bella me lo contó anoche.


-¿Pero cómo?


-Sólo se eso, Jasper -se lamentó Edward. -El resto deberás averiguarlo tú.


-Por eso actúa de forma tan extraña -supuso Emmett.


-Eso es una vil calumnia -exclamó afrentado. -Yo amo a Alice, no me atrevería ni a pensarlo siquiera.


-Lo sabemos, Majestad -concordó Emmett. -Pero pareciera que ella no.


-Debo hablar con ella enseguida -masculló. -No puedo permitir que por más tiempo crea que...


Pero le impidió continuar un terrible dolor que le atravesó el pecho en ese mismo instante. Alcanzó a llevarse la mano al cuerpo y palpó la madera de una flecha y algo cálido que emanaba de ella a borbotones. Tras eso... sólo oscuridad.



Inmortal

Capítulo12.
BELLA POV



–¡Suéltame! – Ordené, de manera inútil, pues parecía que no me iba a hacer caso – No seas cobarde


–¿Cobarde? – Repitió, frunciendo el ceño y soltándome las manos – Disculpe, su Majestad, pero no entiendo a qué viene todo esto... ¡¿Podría explicarme el por qué intenta matarme? – exigió, volviéndome a aprisionar entre el árbol y su cuerpo, después de haber intentado atacarle por segunda vez.


–¿Aún tienes el descaro de hacerte el inocente? Permítame decirle, su Alteza, que esta falta de valor no es digna para el quien es llamado un príncipe, – desafié, de la forma más ácida que me lo permitía la voz – Pues puedo asegurar que, en mi vida, había conocido a un ser tan ruin como usted...


–¿Ahora me habla de "Usted"? – Señaló, con la furia contenida chispeando en sus ojos negros – ¿Sabe, princesa? – inquirió, de manera amenazante, acercando su rostro a escasos centímetros del mío, con su aliento rozando mis parpados, saboreando a mi lengua con el dulce sabor que no pude evitar recordar en ese instante – Si algo me molesta, es que me digan cobarde...


–¡Ah! ¡Entonces me vas a matar! – exclamé, sin dejar de lado el sarcasmo; pues, de manera completamente anómala, había una nubosa certeza de que él no me haría daño, lo cual conllevaba a que mi furia relumbrara sin una sola pizca de temor por sus intimidaciones


–Podría hacerlo, y sin ninguna complicación, ahora mismo, si me lo propusiera


–¿Qué esperas entonces? –


Una pequeña risita se escapó de sus labios


– Ay, princesa... – susurró, con la mirada puesta fijamente sobre la mía, provocando miles de aleteos en mi estomago, mientras me perdía en la lúgubre oscuridad de aquel mar insondable de sus pupilas – Es su indomable carácter lo que le salva y le condena al mismo tiempo.


–No quiero que te acerques más – mentí, al tener el peso de su cuerpo comenzándose a recargar sobre mi figura. Pues, aunque no lo fuera a admitir abiertamente, una voz interior cantaba en mi corazón, suplicando por que sucediera todo lo contrario – No me es grato el estar a esta distancia con un mentiroso, cobarde y traicionero vampiro que es incapaz de mantener su promesa


–No sé de lo que me habla y sus palabras me ofenden – discrepó, alejándose y borrando, con ello, la oleada de extrañas y deliciosas sensaciones que recorrían mi sangre.


–Dicen que la verdad ofende – continué, siguiéndole por detrás y frenando cuando, de manera rápida e inesperada, se volvía para quedar, otra vez, frente a mí


–La calumnia es más que una ofensa, entonces


–No sabía que los vampiros no tuvieran una sola pizca de decencia


–¡Pero es que no sé de qué maldición me habla! ¿Carruaje? ¿Su hermana? ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?


Suspiré profundamente, antes de hablar, para que el onix, ardiente y furioso de su mirada, no me desconcentraran


–Mi hermana ayer, justo a la caída del crepúsculo, fue atacada por un grupo de bandidos, humanos, que confesaron estar a las ordenes de sus reyes, los vampiros, y que, como recompensa, serían inmortales – escupí – ¿No les da vergüenza? Ni si quiera tiene el valor de atacarnos directamente, si no que usan a la mente débil de aquellos seres que le temen a la muerte y, con tal de evitarla, están dispuestos a traicionar hasta su propio reino.


–Princesa, le juro que no sé de qué me habla...


–Entonces, para ser príncipe, ignoras demasiadas cosas...


–Si está tan segura... ¿por qué no ha intentado apuñalarme de nuevo? – preguntó, tras señalar el arma que yacía en el suelo, justo debajo de mis pies. Dio dos pasos hacia atrás, con sonrisa irónica ante mi silencio – Contaré hasta cinco, ese es lapso que tiene para tomar ventaja y matarme. Soy todo suyo durante ese tiempo. Hagalo, sin dudarlo, si realmente cree que soy culpable. Yo no me opondré – prometió, antes de cerrar sus ojos y quedar, frente a mí, con los brazos caídos a su costado y con la expresión serena y relajada.


Y si. Tal y como, tal vez, él había supuesto, no fui capaz de llevar a cabo lo que, anteriormente, tan dispuesta me encontraba a realizar. Me pregunté mentalmente si acaso había estado, al menos un segundo, verdaderamente decidida a hacerle daño, si hubiera sido fielmente capaz, o si sólo había sido una puesta en escena, falsa y nada real... Y la respuesta me molestó.


La cuenta regresiva finalizó, él abrió sus ojos y yo seguía ahí, plantada en el mismo lugar, sin si quiera coger el puñal que esperaba bajo mis pies. Empuñé mis manos, sobre la falda de mi vestido, y tensé la mandíbula, ante mi propia frustración y reproche. ¿Cómo era posible que yo, enemiga de los vampiros, fuera completamente incapaz de matar a uno que, además de ser, por nacimiento, mi más grande rival, me había traicionado y había tentado la vida de mi hermana menor? ¡¿Cómo? ¿Qué era lo que me paralizaba...? ¿Por qué esa voz, gritaba, incesablemente, una y otra vez, "no lo hagas" "no puedes hacerle daño" "no puedes lastimarle por que..."? ¿Por qué que?... ¿Por qué se enmudecía siempre cuando estaba a punto de finalizar? Tantas preguntas me nublaron la vista y debilitaron mis pies. Imágenes borrosas, una voz sin sonido, recuerdos olvidados que era incapaz de traer al presente...


...Sus manos sujetándome


–¿Se encuentra bien?


–Si – contesté, alejándome de él, con rapidez y sin verle a los ojos. Subí a mi caballo y, cuando espoleé sus costillas para que comenzara a correr, sus pálidas manos capturaron las cuerdas y le hicieron frenar


–¿Ha creído en lo que he dicho? – quiso asegurar, más yo no pude responder... Estaba demasiado aturdida como para creer o no creer... Demasiado confundida y demasiado asustada por los latidos desenfrenados, bailando en mi corazón.


ROSE POV


– Mi nombre es Emmett. Puedes confiar en mí...


Maldije interiormente, por enésima vez aquella tarde, al recordar el nombre, la voz, la oscura y profunda mirada de aquel Noble. ¿Me estaría volviendo loca? Mis pensamientos no podían ir dirigidos hacia ellos de otra forma que no fuera para idear una venganza o un plan que acabaría con ellos y, sin embargo, ahí estaba yo, evocando cada movimiento que había dado, al intentar acercarse hacia mí, y la forma en que, fuera de atacarlo, le había huido...


Emmett... McCarty... Era lo que logré descifrar, atreves de las nubes de humo de la poción que había derramado en un pequeño recipiente, antes de que la puerta se abriera de manera inesperada, dejándome ver al vampiro encolerizado que ingresaba, acompañado de una ráfaga de viento helado.


–¿Se puede saber por qué entras así a mi casa? – exigí saber, poniéndome de pie para encararlo, sin dejar, bajo ningún momento, que su mirada me intimidara


–¡¿Fuiste tú? – Soltó, en medio de siseos – ¿Fuiste tú quien mandó a unos malditos humanos a atacar a la princesa Alice?


–¿Qué diablos estas diciendo? – Inquirí, molesta por el tono tan mordaz que estaba usando – ¿Te has vuelto loco? ¿Has perdido el juicio?


Me miró a los ojos, durante varios minutos, encontrando en ellos algo que yo desconocía, pero que lo fue tranquilizando.


–Perdóname, Rose – pidió, mientras se llevaba la punta de sus dedos al puente de su nariz. Suspiré, pesadamente, haciéndole manifiesto el mal humor que me había provocado y, dando media vuelta, para darle la espalda, me dirigí hacia el sofá que había a pocos metros de ahí.


–¿Serías tan amable de explicarme a qué vino este arrebato tuyo?


–La princesa Isabella – contestó, sentándose a un lado de mí – Nos encontramos hoy en el bosque y me atacó, completamente encolerizada, argumentando que yo era responsable de una agresión que su hermana había tenido ayer, por parte de unos humanos que dicen estar a nuestros servicios. ¿Tienes idea de lo absurdo que es?


–Seguramente se trató de una mentira para salvar sus pellejos


–No, Rose – discutió – Esa sería la excusa más estúpida que pudiera llegar a procrear su débil mente. Alguien de nosotros debió dar esa orden


–¿Quién podría ser, si así fuera? – pregunté, de manera burlona, pues consideraba a los humanos lo suficientemente bastos de inteligencia que no me sorprendería que mis especulaciones fueran acertadas.


–Es lo que no sé – contestó – Es claro que mi padre no es. Él jamás haría algo así, mucho menos sus hombres. El que mandó esa orden está con nosotros.


–¿Quieres que intente averiguar quién es? – Adiviné, con suficiencia al ver su asentimiento – Esto tiene un precio


–Lo sé – admitió, sonriendo y estirando su mano para dejar caer sobre la mía diez monedas de oro.


Me puse de pie, con actitud orgullosa. Me dirigí hacia la alacena en donde reposaban varias de mis pócimas y cogí especialmente una, que ocupaba menos de la mitad del recipiente. Vertí unas gotas de ésta en un espejo ovalado, cubierto de plata, y llamé a Edward con un gesto en la mano para que se acercara.


Ambos esperamos en silencio, con la mirada atenta en las imágenes que se iban dibujando en el cristal.


–Laurent – susurró Edward, al ver el rostro del vampiro, que, tras mostrarse un par de segundos, desapareció, dejando que el cristal del espejo reflejara solamente nuestros rostros sorprendidos – Ese imbécil...


–No es para tanto – expuse, volviendo al sofá – Al final de cuentas, tal vez es lo que deberías de hacer. ¿Te he dicho que vas demasiado lento con nuestra venganza? Un poco de presión no me parece nada grave


–Yo sé lo que estoy haciendo – discutió, con voz contenida – Yo sé cuándo será el momento. ¡No necesito presiones y mucho menos a un idiota que, sin consultarme si quiera, reclute humanos para aprisionar a una de las princesas y que, con su magnífico plan, arruine el mío!


–¿Y qué piensas hacer? ¿Matarlo? Te recuerdo que no tenemos muchos aliados. La mayoría ha decidido quedarse o volver con tu padre - Le advertí - No lo entiendo. No entiendo el motivo de tu furia – agregué, de manera persuasiva, acercándome hacia él – ¿Qué fue lo peor que pudo haber pasado? ¿Que la princesita se enojara contigo, que te atacara y que los papeles se invirtieran y fueras tú el asesino y ella la víctima? ¿Cuál sería el problema Edward? Harías lo que tanto anhelas: matarla y robarle al príncipe James y al Rey Charlie su mayor tesoro. ¿Qué importan los métodos cuando te llevan al mismo fin? ¿O es que acaso, todo eso es sólo una excusa por que no la quieres aniquilar?


–¿Por qué no habría yo de quererlo? – se defendió, poniéndose de pie y esquivando mis caricias. Y fue esa respuesta lo que me alarmó...


–No lo sé – contesté, a la defensiva – Dímelo tú


Nuestras miradas se pelearon durante un par de segundos. Yo, exigiendo una respuesta y él, negándose rotundamente a dármela.


–Esto es absurdo – dijo, deshaciéndose de nuestra fiera unión ocular y dándome la espalda – Iré a ver a Laurent. Necesito que me de una explicación...


JASPER POV


–Hola – saludó María, entrando por la habitación y dejando al aguamanil en el pequeño buro que reposaba a un lado de la cama


–Hola – contesté, de forma ausente y desinteresada


–¿Aún sigues molesto? Lo siento – añadió, ante mi silencio – Me dejé llevar. El verte así, mal herido, me produjo a actuar de una manera impulsiva.


–No pasa nada – tranquilicé, sin mirarle a los ojos, hasta que sentí su mano asir la mía


–Jasper, desde hace tiempo sabes de mis sentimientos – recordó – Desde que éramos niños te he querido. Si tan sólo tú...


–María – interrumpí, con voz baja, llevando una de mis manos a su mejilla – Tú también sabes lo que siento por ti. Te quiero, pero como una hermana...


–Lo sé – admitió, con voz entrecortada – Lo sé pero... dime... ¿Tengo al menos una esperanza de que tú...? – Dejó de hablar en cuanto comencé a negar, lentamente, con la cabeza – ¿Hay alguien más?


–La hay – afirmé, sonriendo tristemente


–¿La conozco? ¿Has hablado con sus padres...?


–No – contesté rápidamente – Es una mujer prohibida y nunca será mía; pero eso no significa que yo pueda abrir mi corazón a alguien más


–¿Por qué no? – Inquirió, tomando mi rostro entre sus manos – Jasper, si ella no puede corresponderte y hacerte feliz, yo si puedo. Estoy dispuesta a darte todo lo que me pidas...


–Sería utilizarte


–¡No me importa! Sé que algún día me llegaras a querer...


–María – bloqueé sus palabras, retirando sus manos de mi cara – No puedo verte como algo más que una hermana – repetí – Lo he intentado, tú has sido consciente de ello; pero a los sentimientos no se les puede forzar.


La muchacha bajó el rostro, tratando de ocultar las lágrimas con sus manos.


–Perdóname – supliqué – encontrarás a alguien que te valore, ya lo verás.


No contestó. Se limitó a ponerse de pie y salir, a paso apresurado, de la habitación. En cuanto quedé sólo hice a un lado las sábanas y me puse de pie al no poder soportar estar acostado más tiempo. Que yo recordara, desde que pude caminar, no había permanecido descansando más allá de siete horas y aquel exceso de reposo parecía que me iba a enloquecer. Me quité la camisa, ignorando las pequeñas punzadas de dolor que me provocaba la herida del hombro, para así curármela con el agua limpia que María había dejado.


Un toque de nudillos llamó a la puerta


–Adelante – contesté, sin dejarme de pasar la toalla húmeda por la contusión y sin imaginarme, ni de lejos, que podría ser ella.


–¡Jasper! – exclamó, dando media vuelta para mostrarme la espalda.


–¡Lo siento su Majestad! – Me apresuré a contestar, tomando, de la misma forma, mi camisa para vestirme – No pensé que era usted.


–No te preocupes – calmó – ¿Te has vestido ya?


–Si


Reprimí una sonrisa al verla girar con exagerada cautela, y sin mirarme aún directamente. Qué hermosa se veía de esa manera, con las mejillas sonrojadas y la actitud nerviosa e inocente.


– ¿Se le ofrecía algo?


–Sólo venía a preguntarte cómo sigues


–Muy bien, gracias la benevolencia de su padre que insistió en que tomara este día de reposo.


–No tienes por que agradecer, es lo menos que puede hacer como muestra de su gratitud al haber salvado mi vida


–Realmente, fueron los licántropos los que le salvaron...


–Pero fuiste tú quien no me abandonó nunca – interrumpió, avanzando hasta quedar frente a mí – Muchas gracias


–Lo haría las veces que fueran necesarias – contesté, sin pensar mucho en mis palabras, pues me había perdido en el mar de sus pupilas – Moriría diez mil veces con tal de mantenerla a salvo y resucitaría otras cien mil más, si me llegase a necesitar...


–¿Cómo sigue tu herida? ¿No se ha infectado? – preguntó, de repente, volviendo a dar media vuelta, privándome del remedio de su mirada.


–No. De hecho, parece que cicatrizará demasiado rápido


–Me alegro – dijo – Entonces, te dejo para que descanses. Muchas gracias – repitió, antes de retirarse, sin agregar una sola palabra más.


BELLA POV


–Majestad – saludó el moreno joven, caminando hacia mí y tomando mi mano para depositar un beso sobre ella, al verme descender por las escaleras


–Jacob – dije de vuelta – Me alegra verlo – agregué


–Me alegra escucharle decir eso – contestó – Pero... ¿no habíamos acordado que las formalidades quedarían a un lado?


–Tiene razón – acordé, sin poder evitar sonreír ampliamente – Lo siento, pero has sido tú el que falló primero al llamarme "Majestad"


–Te ofrezco mis disculpas, no volverá a suceder... Ahora bien – agregó – ¿Fue mi imaginación o querías decirme algo?


–Quería decirte algo – admití, comenzando a caminar hacia el jardín que colindaba con la salida hacia el bosque – ¿Tendrás tiempo?


–Para ti, el que sea


Bajé el rostro, huyendo de su negra mirada que hacía vibrar a mis pies.


–Quería agradecerte por lo que hiciste por mi hermana – comencé a decir, en cuanto llegamos al jardín y tomé asiento en una de las bancas de piedra – Por todo lo que pasó, no pude hacerlo antes.


–No tienes por que dar las gracias. Estamos aquí para eso, para ayudarles y protegerles. Y el deber se vuelve más intenso cuando deja de ser por compromiso o lealtad – añadió, tomando mis manos – para convertirse en una necesidad que dicta el corazón.


Sus palabras provocaron un ligero estremecimiento que me inmovilizó en el momento en que sus manos se movieron para situarse sobre mi mejilla, trayendo, con su roce, el recuerdo de otra caricia mucho más agradable y placentera, que no recordaba en dónde, ni cuándo, ni con quién, lo había sentido... Pero que me fue bañando de una extraña melancolía que fue surgiendo de manera inexplicable e indómita.


... Tal vez, pensé, era la caricia de un sueño que nunca ocurriría...


Te quiero, Bella...


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Capítulo13: Borrosos Recuerdos

EDWARD POV


–Exijo una explicación, Lauren – repetí, por segunda vez, mientras veía al vampiro con mirada fiera.


–Mi señor, ¿Qué explicación puedo darle? Usted puede leer mis pensamientos y saberlo de manera inmediata.


–No soy tonto – contradije – sé muy bien que eres astuto y bien podrías mentirme con facilidad, así como has mantenido, durante todo este tiempo, en secreto que has estado usando humanos, sin que yo me lo imaginara si quiera.


–Mi señor, le juro que no fue mi intención el ofenderle. Sólo quería ser de ayuda


–¿Ayuda? – Repetí, bufando incrédulamente – ¿Acaso no fui claro cuando dije que no quería ningún tipo de ataque contra la Realeza, hasta que no diera yo la orden?


–Le reitero mis disculpas. Le prometo que no volverá a pasar. Mi único deseo era serle útil


Le miré seriamente durante varios segundos, tratando de encontrar en su memoria algún atisbo de traición, más no encontré nada que no fuera el vivo reflejo de las palabras que había dicho en voz alta... Tragué aire de manera desesperada, llevándome la punta de los dedos al puente de mi nariz y cerrando los ojos con desesperación.


–Que no vuelva a pasar, o no tendrás oportunidad de contarlo – advertí, caminando lejos de él – Y si tienes a más humanos trabajando para ti, despídelos ahora mismo.


–Si, mi señor –


Saliendo del lugar en donde el resto de mis hombres se encontraban, caminé hacia el bosque, con una maldita desesperación que se negaba a dejarme en paz. Había algo que me atormentaba. Y ese algo, aunque me doliera admitirlo, era el recuerdo de aquella despectiva mirada castaña...


Tenía que hacer algo para no perderla, pero, ¿Qué? Al final de cuentas, era cierto que mis hombres habían atentado contra la vida de su hermana. ¿Creería ella que yo desconocía de todo ello? Por supuesto que no. Bella era demasiado escéptica... Aunque me pasara insistiéndole toda la eternidad, no confiaría en mis palabras.


Incluso sabiendo que mis posibilidades eran mínimas, fui al castillo, burlando fácilmente a los soldados humanos y precaviendo que los licántropos no captaran mi olor. Y la encontré más rápido de lo que supuse...


Me escondí detrás de la muralla mientras observaba la escena en donde aquel licántropo – lo supe por su peste – le acompañaba. Sentí cómo, de manera incontrolable, mi cuerpo se tensaba en cuanto pude leer sus pensamientos: la deseaba, la quería para él, y estaba dispuesto a conquistarla, a ganarse su corazón por entero. Un instinto asesino nació descontroladamente en mi interior. Una furia desgarradora amenazó con enloquecerme, al ver cómo sus manos capturaban las suyas y sus pensamientos viajaban a escenas en donde sus labios recorrían a los de ella. En donde su tacto se deleitaba con la suavidad de su piel...


Mi mano se apretó tan fuertemente a la roca plana que me cubría, que la rompí sin siquiera darme cuenta hasta que varios residuos de ésta fueron cayendo al suelo. Grave error. El acompañante de la castaña giró su rostro justamente en mi dirección. Me dejé caer y corrí hacia el bosque. Fue una "suerte" el que su mente se encontrara demasiado entretenida en ella, que sus sentidos estaban atontados y la idea de que un vampiro estuviera cerca sólo le duro un pequeño instante.


Continué corriendo, sin lograr que la calcinadora duda de quién era él para la princesa, me aturdía. En ese momento más que nunca me lamenté el no poder leer sus pensamientos. ¿Acaso le correspondía? ¿Era esa sonrisa suya una demostración de algún tipo de afecto o simple cortesía? ¿Le importaría, en todo caso, el que no fueran de la misma raza? ¿Era por eso, por que su corazón estaba ya ocupado por él, que yo no podía sembrar mi semilla en ella?


Fueron todas esas incertidumbres la que me hizo regresar, aunque no sabía muy bien cómo es que las iba averiguar...


BELLA POVç


–Jacob, ¿Qué sucede? – pregunté, cuando el joven giró su rostro hacia el bosque


–No es nada – contestó, con una sonrisa – Creo ya empiezo a delirar con vampiros.


–¿Vampiros?


–Fue mi imaginación – aseguró - Dudo mucho que se atrevan a acercarse al castillo, cuando su agravio con la princesa Alice fue descubierto de manera tan descarada.


No pude evitar el pensar en su nombre. ¿Sería posible...?


No. Sonreí interiormente de manera irónica ante mis tontas suposiciones. Estaba claro que, después de lo ocurrido, todo había acabado... Él no tenía nada qué venir a hacer al castillo. Al menos nada que no tuviera relación alguna con matarme o matar a mi familia...


Todo... había... Acabado...


¿Por qué dolía repetir esas palabras en mi mente?


–Bella – llamó Jacob, y su voz fue como un impulso que cerró el agujero que comenzaba a formarse en mi pecho – ¿Aceptarías dar un paseo conmigo mañana?...


Subí a mi recamara a paso lento; los injustificados sentimientos de abatimiento regresaron en cuanto me separé de Jacob. Apreté los labios, mientras abría la puerta sin siquiera encender la luz. De repente, mi humor iba bien con la oscuridad. Mi sol personal se había quedado abajo, platicando con mi hermano y con Emmett. Suspiré pesadamente, haciéndome la misma pregunta de casi todas las noches: ¿Por qué este sentimiento bañado en melancolía? Era como si en un pasado me hubieran arrancado parte importante de mi vida, o como si hubiera muerto.


Comencé a desatarme los lazos de mi vestido, para así meterme a la cama e intentar dormir. Tal vez era eso lo que me hacía falta: Dejarle a mi mente descansar. Había sido un día pesado. Sobre todo en la mañana...


... Bloqueé mis pensamientos que se dirigían, alegres, hacia aquel par de ojos dorados.


El vestido cayó de manera perezosa hacia el suelo, provocando un sordo sonido que ignoré mientras lo suplantaba por el camisón. Me dirigí hacia el tocador y comencé a cepillar mis cabellos con lentitud, intentando no ver mi reflejo, ¿De qué utilidad me era el observar el abatimiento de mi rostro?


Antes de acostarme, quise contemplar una vez más la noche... Más bien, y debía admitirlo, mis ojos rogaban por convencerse de que, realmente, Jacob no se había equivocado y, efectivamente, el pequeño sonido que le había sobresaltado había sido producto de su imaginación. Recorrí cada centímetro del bosque, en busca de una sombra plateada. Desesperada por no hallarle...


Mi corazón reaccionó de manera violenta en cuanto un inesperado aliento frío rozó la parte trasera de mi cuello y mi cintura se vio apretada por la firmeza de unas pálidas manos que aparecieron de la nada. Aquel palpitar, tan deliciosamente enloquecido, me anunció que no había peligro. Secretamente, me confesaba que todo estaba bien y no había por qué temer; que la persona, que detrás de mí se mantenía, era alguien conocido, alguien que jamás me dañaría. Giré entonces, de manera inconsciente, para encontrarme con el dueño transmisor de esa dulce paz, y dilaté mi mirada al ver el rostro que tanto había buscando allá afuera y que venía a hacer su gloriosa aparición justo en mi recamara.


–Tú... – musité. Los tamborileos de mi corazón me robaban el aliento.


–Yo... – confirmó, mirándome fijamente, con el ocre fundiéndose en mi piel.


Intenté dar dos pasos hacia atrás para recobrar un poco de conciencia, pero mi espalda, chocando con la pared, me recordó que me encontraba acorralada entre ella y su cuerpo.


–¿Por qué intenta alejarse? – preguntó y el suave sonido de su voz tocó más allá de mis parpados.


–¿Qué haces aquí? – intenté decir, esforzándome por no tartamudear, sintiendo, cada vez con mayor precisión, sus manos cubrir mi cintura.


–Quería hablar con usted


–¿Y para ello tenías que meterte en mi recamara?


–No había otra manera – se defendió, esbozando una pequeña sonrisa traviesa que me desconectó de todo los sentidos - Además, esta vez he sido más cauteloso. Evité matar a los guardias para que nadie se enterará de mi visita.


–Debes irte, no tardaran en saber que estas aquí – dije, ignorando su mala broma, y sentí sus dedos apretarse más en mi talle, en respuesta a una negativa a mi consejo – Ya bastante condenada está tu raza por lo que intentaron hacerle a mi hermana


–Yo no tuve nada que ver en eso. Créame.


–¿Y por qué habría de hacerlo?


Él rió de manera cáustica.


–Desde que hicimos el acuerdo, en que ninguno de los dos iba lastimar al otro, yo no le he faltado bajo ningún momento. En cambio usted...


–¿Qué esperabas? ¡Mi hermana pudo morir!


–No debería de juzgar tan apresuradamente - repuso, con seriedad - No le voy a negar que sí fue alguien de mi especie quien está detrás de todo esto; pero yo no lo sabía.


–¿Eres su príncipe y no sabes lo que tu gente hace? – levanté una ceja, para acentuar mi escepticismo.


Él suspiró, de manera frustrada.


–Ya sabía que esto me iba a costar trabajo...


–Pues no deberías de desgastarte, entonces – aconsejé, empujándolo para que se hiciera a un lado y el taco de sus dedos no inhibiera mi concentración. Sentí sus pasos justo tras de mí


–Sabe que no fui yo – habló, volviéndome a tomar por la cintura y con su aliento acariciando mi oído derecho – Si estuviera tan segura como parece, me hubiera matado hoy en la mañana o hubiera gritado, desde el momento en que me supo en su habitación, para que en este mismo instante, me capturaran y me quemaran mañana en el amanecer... Pero está callada, inmóvil bajo mis manos – me hizo girar en ese instante, de manera delicada, y yo, como si bajo de un hechizo me encontrara, no puse ni la más mínima resistencia.


Los latidos de mi corazón se dispararon de manera casi enfermiza al unir mi mirada con la suya. Y la razón me abandonó, a medida que su rostro iba inclinándose y su aliento comenzaba a fusionarse con el mío. Sentí las piernas languidecerse, mientras esperaba, ansiosa, el momento en que su boca volviera a rozar la mía, tal y como lo había hecho aquella tarde. Esta vez no opondría resistencia. Ya no tenía fuerzas para ello. Sólo quería probar su sabor otra vez, esa fresca dulzura que me resultaba vagamente conocida...


–¿No está, usted, en este momento, traicionado alguien? – Susurró, cuando solo faltaban escasos milímetros para que nuestros labios se unieran – Me refiero a Jacob Black...


¿Qué lugar tenía Jacob entre nosotros?


–Él está interesado en usted – prosiguió, con voz mucho más baja y suave – Debería ser él quien la tuviera así de cerca...


–Si eso crees, ¿Por qué no te alejas y vas por él, para que ocupe tu lugar?


–Eso jamás – contestó, acortando, de manera ansiosa, la distancia que nos separaba. Apretando mi cintura con sus manos y pegando mi espalda a la pared más próxima que encontramos. La forma de sus labios acarició los míos con fervor, moviéndose intensamente, abriéndose paso ante mi reticencia que se derrumbó por completo en cuanto sus brazos envolvieron por completo mi cuerpo y me apretaron contra su pecho, sintiendo la frialdad traspasar la delicada tela de mi camisón y enardeciendo mi sangre. Mis manos se movieron hacia sus cabellos, al mismo tiempo que mi espalda se arqueaba hacia atrás, en una positiva respuesta ante la pasional intensidad con la que nuestras bocas bailaban y se humedecían...


No recordaba otro momento en el que mi mente se desconectara de manera tan más pura del exterior...


...O, tal vez, si...


–¿Quién eres tú? – le había preguntado el pequeño niño de piel extremadamente pálida a la niña de cabellos castaños que se había encontrado en el bosque


–Eso debería de preguntarte yo


El niño paseaba su dorada mirada sobre ella. Escaneando cada parte de su figura infantil, adornada por el sencillo y bonito vestido de terciopelo rojo que le cubría. Ella hacía exactamente lo mismo. Indagando cada uno de sus movimientos, fluidos y casi insonoros, como los de un pequeño león.


–Tú no eres humana


–Así como tu – había contestado ella.


–No apestas, así que eso significa que tampoco no eres un licántropo


–A ti te desagrada su olor, por lo tanto, no eres de la Realeza... –


El pequeño había sonreído de manera victoriosa, teniendo la respuesta del acertijo en la punta de la lengua, sin imaginarse que la pequeña niña llegaría y pasaría a su lado, ignorándole por completo y mostrando la indiferencia más grande que pudiera alguien manifestarle en siglos de vida.


–Eres un vampiro – le dijo, al pasar a su lado, con voz casi aburrida, cuando debería de estar aterrada – No eres alguien interesante, así que me retiro a jugar a otra parte...


–No iras a ningún otro lado – se paró él, frente de ella, obstruyéndole el paso


–¿Y por qué no? – exigió saber la castaña, con indignación


–Por que estas son mis tierras y nadie, a quien yo no permita el paso, puede estar en ellas


–Tú no eres quién para decirme lo qué tengo que hacer o no. Hazte a un lado. No tengo tiempo para perderlo en tontos niños vampiros


–Hasta donde sé, ambos somos inmortales – recordó, encogiéndose de hombros – A mi no me duele gastar unos cuantos minutos en una boba princesa inmortal.


–¿Cómo me has dicho?


–B-o-b-a


–Le diré a mi padre que te mande a matar


–Yo le diré al mío que haga lo mismo


Ambos pequeños se mutilaron con la mirada un par de segundos. Aunque la verdad era que los dos se encontraban haciendo un esfuerzo enorme por no romper a carcajadas...


Mientras Edward me seguía besando, las borrosas imágenes desaparecieron de mi mente. Nuestras bocas se fueron alejando, poco a poco, hasta que solo quedó el sonido inconstante de nuestras respiraciones agitándose en el aire. Y no fue hasta ya pasados varios segundos, cuando pude recobrar un poco de cordura y encontrar la voluntad de alejar sus manos de mi cuerpo.


–Esto es... absurdo – dije, caminando lejos de él, sintiendo como sus pasos venían tras de mí – ¿Qué es lo que pretendes? – exigí saber, girando para encararle, encontrándome sólo con la nada, pues él... ya no estaba...


EDWARD POV


Corre, Edward, corre...


Me detuve cuando estaba a varios kilómetros lejos de ella y me recargué en un árbol, jadeando, aunque resultara ridículo ya que mi cuerpo no se cansaba con tanta facilidad. Cerré los ojos y me llevé las manos hacia el rostro, tratando de descifrar, de poner en claro, todas las borrosas ideas que me habían llenado la mente en el momento en que mis labios habían buscado, con nata desesperación, los suyos.


Ese beso...


Aún podía sentir el cosquilleo que su calor me había producido. ¿Qué estaba pasando? Mis planes se estaban yendo a la deriva. Se suponía que, después de lo ocurrido, yo debía de haberme quedado a su lado e intentar seducirla aún más; pero no, había hecho todo lo contrario: había salido corriendo, como un vil cobarde que teme a una amenaza que promete destruirle...


Amenaza...


¿Qué peligro podría representar aquella frágil muchachita, cuando la había sentido temblar bajo mis manos, las cuales fácilmente podrían acabar con ella en cuanto quisiera? Sin embargo... ¿Dónde estaba quedado ese afán de destruirla? En todo ese tiempo que le estuve viendo, desde el instante en que penetró a su recamara, con mirada melancólica, mis sentidos solo se concentraron en contemplar su sublime belleza y mis pensamientos tuvieron, por una pequeña fracción de segundo, el mismo sentido que los de aquel licántropo...


ALICE POV


–¿Te irás? – repitió Bella, con asombro.


–Si – asentí, sin poder ocultar mi pesadumbre – Mañana, en cuanto el sol salga.


–Pero... ¿por qué?


–Hace días debí haberme ido, ¿Recuerdas?


–Pensé que te quedarías más tiempo, – confesó con tristeza, tomando asiento en una de las bancas del jardín – Que la estancia de Emmett te había hecho cambiar de opinión. No habías tocado el tema desde hace semanas. ¿Acaso hay algo que te incomode?


Bajé el rostro, intentando ocultar mi mirada para que no pudiera deducir la verdad de sus conjeturas. No podía decirle que lo que me incomodaba era aquel humano de rostro gentil y cabellos rubios. Ni yo misma lo terminaba de aceptar, pero era la verdad. Por alguna extraña razón, la luz azul de sus ojos no abandonaba mis recuerdos y su presencia me causaba pequeñas heridas, que amenazaban con crecer si me quedaba.


–Espero que regreses pronto – agregó mi hermana ante mi silencio, sonriendo de manera tranquilizante, diciéndome en silencio que si quería hablar sobre el tema, ella no insistiría. Le miré de forma gratificante, para después ponerme de pie y caminar hacia la salida del jardín


–Iré por alguna de las doncellas para que me ayude a arreglar mis pertenencias – anuncié – nos vemos en la cena.


–¿Acaso has perdido el juicio? – inquirió mi padre, cuando supo la noticia de mi partida – Irte mañana, cuando hace pocos días estuviste a punto de ser raptada por vampiros, ¡¿En que estás pensando, criatura?


–Padre, creo que corro más peligro al permanecer aquí – intenté razonar – sabe bien que no he nacido para estar encerrada en un castillo. Me encanta salir a explorar, y me arriesgo más en una excursión por los bosques de Forks que si me voy a otro reino, en donde me desconozcan e ignoren que soy una princesa.


–Hija, al menos espera un poco más – suplicó mi madre, apresurándome yo a negar con la cabeza


–Lo peligroso sería el salir del reino – dije – en todo caso, puedo llevar a parte de la guardia conmigo, hasta que me encuentre fuera de estas tierras. Ya después, seguiré sola, con Charlotte como compañía, como siempre lo he hecho.


Mi padre bufó fuertemente, mientras se paraba de su asiento y caminaba, con expresión exasperada hacia el otro extremo de la sala.


–Está bien, dejare que te vayas – acordó, tras pensar por un tiempo – Pero, con una condición: Tendrás que esperar a que tu hermano, junto con tu primo y los licántropos, realicen la primera cacería. No falta mucho para ello, los planes ya están listos, así que no te cuesta nada esperar un poco más– agregó, mirándome fijamente – Sólo de esa manera te daré mi bendición para que puedas emprender otro de tus viajes...


No me quedó otra opción que el aceptar. Unos cuantos días más, ¿En que me podrían afectar? Después de la cacería, me iría y no volvería hasta que...


Hasta que...


Me vi en la necesidad de frenar mis pasos, ante la fuerte punzada que me propinó el pensar en el tiempo que iba a pasar lejos de él. La realidad no me había pegado tan burdamente como en ese entonces. Gritándome, tortuosamente en el oído, que él era un humano, que envejecía y era mortal... Que muy probablemente, para mi regreso, ya no le encontraría en el castillo. Su vida era demasiado corta... así como la mía, que se había encogido de un momento a otro.