Hello mis angeles hermosos , este cap es un regalo para una chica q siempre me deja sus comentarios en los fics y ps me ha pedido vicio y yo como soy muy buena aqui se lo dejo
Libii aqui te dejo mas vicio te mando mil besitos
Angel of the dark
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CAPÍTULO 17
-Te ves muy emocionada con la boda de Bella -dijo Esme mientras se sentaba en uno de los banquitos de piedra del jardín, cerca de Alice.
-La verdad es que sí -aceptó ella con voz ilusionada.
-Pareciera que más que con tu propia boda- insinuó la reina. Alice bajó su rostro con culpabilidad. La noche anterior, tras la conversación con su prima, había decidido fijar todos sus esfuerzos y pensamientos en los preparativos de su matrimonio y había afrontado la tarea con, quizás, demasiado entusiasmo. No quería que las grandes dudas que la estaban acosando la atormentaran aquel día. Ya habría tiempo para hablar con Jasper... si es que se atrevía a enfrentarlo.
-No te estoy juzgando, Alice -le aclaró mientras posaba su mano sobre su hombro. -No puedo decir que lo entiendo pero trato de comprender, dada la situación.
-¿Amabas al Rey cuando te casaste? -preguntó levantando su rostro.
-Mucho -sonrió Esme.
-¿Cómo fue? ¿Cómo os conocisteis? -Alice no pudo ocultar su curiosidad.
-En realidad el nuestro también fue un matrimonio pactado -le dijo -pero, a diferencia del tuyo, fue pactado desde nuestra cuna.
Alice la miró con asombro.
-No te negaré que, tal vez, en mi corazón había una gran predisposición al saber que sería mi esposo algún día pero, desde que tengo uso de razón, recuerdo haber estado enamorada de él -admitió. -Me enamoré de sus atenciones hacia mí y su galantería, aunque es el modo en que me hace sentir lo que me hace amarlo tanto, como si yo fuera lo más preciado que hubiera en el mundo para él.
Alice sonrió aunque con cierto deje de tristeza en su mirada.
-Y... -titubeó -¿cómo supiste que él te amaba?
Esme le sonrió comprensiva. Sabía muy bien con que sentido le había formulado aquella pregunta.
-Querida, es cierto que mentir con palabras es muy fácil. Sin embargo, mentir con la mirada ya no lo es tanto y -agregó con manifiesta intención -te puedo asegurar que miradas de veneración como las que te suele dedicar mi sobrino cuando cree que nadie lo observa, no pueden ser mentira.
Alice bajó el rostro, mordiéndose el labio.
-Dejarse llevar por el corazón no es humillarse -le dijo suavemente tomando su mano -es ser sincero y fiel con uno mismo.
Alice se mantuvo en silencio, pensativa, asimilando las palabras de la reina.
-Vamos -se levantó Esme instándola a hacer lo mismo -he acabado con la recámara nupcial -el tono sugerente de su voz hizo sonreír a Alice. -¿Quieres venir a verla y darme tu opinión?
Alice asintió animada mientras se encaminó junto a ella hacia el castillo.
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Bella no sabía muy bien si caminaba por aquel corredor o si, simplemente, flotaba como en una nube. El sentir su brazo rodeando el de Jasper era lo único que la hacía volver a la realidad. El Rey había conseguido mediar a su favor frente al obispo, así que él sería quien oficiaría la ceremonia. Jasper por su parte la llevaría al altar, afianzando así su apoyo a ese matrimonio para que gozara de total validez.
Se detuvieron un momento en el umbral de la capilla, esperando a que las trompas y cornetas dieran la señal que anunciara que la novia iba a hacer su entrada. El esplendor de la estancia la sobrecogió. Las lazadas, cintas y aromáticos bouquets la engalanaban delicadamente. No alcanzaba a imaginar como en un sólo día, Alice había conseguido organizarlo todo. Sabía bien que su prima no se había podido resistir y, a pesar de todo, no iba a ser una celebración tan sencilla y sobria como ella hubiera deseado. Sin embargo, todo aquello dejó de tener sentido en cuanto posó sus ojos sobre el altar, donde la aguardaba Edward en compañía de su padre, tan apuesto, enfundado en su túnica de gala. Jasper entonces le dio un cariñoso apretón en su mano, alentándole, y juntos recorrieron esos últimos pasos que la dirigían hacia la felicidad.
Edward la recibió con una amplia sonrisa y, tomando su mano, se inclinó sobre ella para besar su mejilla.
-Estás preciosa -susurró en su oído. Bella enrojeció profundamente, de repente, el sentirse observada por todos los presentes empezó a incomodarla. Sin embargo, la intensidad de los ojos de Edward que buscaban los suyos le ofreció el sosiego que estaba necesitando. Todo a su alrededor desapareció, sólo quedaron aquella mirada y aquel tacto que ella amaba tanto. Ni siquiera las oraciones o las palabras del obispo la pudieron apartar de esa serenidad, hasta que Carlisle se acercó a su hijo. Había llegado el momento de recitar los votos y el intercambio de los anillos.
-En este momento, te conviertes en mía para siempre, del mismo modo en que yo seré tuyo eternamente -comenzó Edward.
-Desde este instante, no puedo vivir sin ti. No vivas tú sin mí -continuó Bella.
-Somos palabra y significado, unidos.
-Y tú eres pensamiento y yo sonido.
-Que las noches sean dulces junto a ti -concluyó Edward sonriendo, deslizando el anillo en su dedo.
-Que los despertares sean dulces junto a ti -respondió Bella colocándoselo a él.
Bella no había alcanzado a escuchar las bendiciones del obispo cuando se encontró entre los brazos de Edward, que la besaba con fervor. Por una vez, a Bella no le importó la presencia de los demás y respondió a sus labios con el mismo afán. Todas sus zozobras y sinsabores culminaban con aquel beso y la felicidad más absoluta se mostraba al alcance de su mano.
-Por fin eres mi esposa -le dijo con emoción sin dejar de abrazarle.
-Te amo -susurró ella.
Edward volvió a besarla, aunque, la llegada de sus familiares para felicitarlos le obligó a soltarla.
Salieron de la capilla y se dirigieron al comedor donde se realizaría el banquete nupcial. Al ser una celebración tan íntima, cenarían allí, como de costumbre, salvo que, esta vez, Edward y Bella serían los que presidían la mesa. Aún no habían acabado de acomodarse cuando aparecieron Emmett y Angela, con expresión confusa en sus rostros. Ambos se apresuraron a felicitar a los recién casados.
-Charlotte nos ha informado de que demandaban nuestra presencia -mencionó el guardia.
-Tanto Bella como yo consideramos que, los dos, os habéis ganado nuestra confianza y afecto, ya sea de un modo u otro -anunció Edward poniéndose en pié -por lo que, es nuestro deseo, y esperamos concordéis con nosotros -miró ahora a su familia -que celebréis con nosotros este momento y os sentéis a la mesa.
Emmett y Angela lo miraron llenos de desconcierto.
-A no ser que la idea no sea de vuestro agrado -añadió Edward en vista de su silencio.
-Al contrario, Alteza -se apresuró a corregirle Emmett -sería un honor para ambos -habló en nombre de Angela que afirmaba con la cabeza. -Mas no sé si... -dudó mientras observaba los rostros de los presentes, buscando el mínimo indicio de desaprobación.
-Es una estima bien merecida -le cortó Jasper que coincidía con su primo. La labor de Angela ayudando a Bella con la escuela era loable y se había ganado la simpatía de Bella, dando muestras más que suficientes de su buena educación y buen estar. En cuanto a Emmett, no en vano Alice lo apreciaba tanto, su lealtad y nobleza eran encomiables además de haber mostrado un gran sentido común. Jasper sabía que había despertado la admiración de todos con su forma de actuar, incluso la suya.
-¿A qué esperáis? -sonrió Bella. -Angela, siéntate frente a mí. La doncella sonrió complacida.
Emmett acompañó a Angela a ocupar dicho asiento por lo que él tuvo que hacerlo en el único lugar que quedaba libre... frente a Rosalie. Al sentarse, esperó que la muchacha le dedicara alguna de sus ya acostumbradas miradas de fastidio al tener que compartir la mesa con él, pero, para su sorpresa, no fue así. No sólo lo miraba con aceptación, casi se atrevería a afirmar que con cierta admiración, sino que, y aumentando su perplejidad, le sonreía tímidamente. Inevitablemente, los recuerdos sobre lo sucedido el día anterior en aquella cabaña ocuparon su mente y maldijo para sus adentros. Ni siquiera tenía la posibilidad de soñar con que sus sonrisas fueran solo para él.
La entrada de Charlotte, acompañada de otras doncellas, entre ellas María, dio comienzo al festín. A Bella no le pasó desapercibido como el rostro de Alice, que se había mostrado animada y sonriente tras varios días de gran apatía, se tornaba sombrío. Por un momento, Bella se fijó en la doncella, en sus movimientos, sus gestos y empezó a apreciar cierto aire de insinuación, casi libidinoso en su mirada. Se había propuesto "servir" al Rey y no hacía más que revolotear en torno a Jasper casi con descaro. Empezaba a comprender ahora que, por muy pequeña que hubiera sido la duda que asaltaba a Alice, viendo la actitud de María, no era de extrañar que la atormentase tanto.
-¿Te incomoda algo? -se preocupó Edward al ver el disgusto de su rostro.
-Ya sé quien es la causante de la desdicha de mi prima -masculló entre dientes, señalando disimuladamente con la cabeza en su dirección.
-¿María? -preguntó asombrado.
-Tú observala -le pidió Bella, al ver que la doncella volvía a acercarse a Jasper. Edward asintió.
-¿Queréis más vino, Majestad? -le ofreció, inclinándose sobre él de modo sugerente.
-No -respondió secamente, con cierto malestar en su voz.
-Yo sí, por favor -le indicó Edward -y te agradecería que trajeras más hidromiel, pero te rogaría que la suavices un poco. No quisiera que la Princesa Bella acabase la noche en estado inconveniente -bromeó.
La muchacha obedeció sin poder ocultar su fastidio al tener que retirarse de su objetivo, aunque eso supuso el alivio de Alice.
-Creo que entiendo a que te refieres -dijo en voz baja evitando ser escuchado. -Mas no hay ningún interés por parte de Jasper -le aseguró él.
-Eso házselo entender a mi prima -se lamentó.
-¿No creerá que...?
-Eso mismo -le confirmó ella.
-Jasper es incapaz -le defendió.
-¡Charlotte! -le escucharon decir al joven -Enhorabuena por la exquisitez del banquete de esta noche -la felicitó.
-Gracias, Majestad -se inclinó la joven halagada que entraba a servir los postres. -Seguí los consejos que una vez me diera la Reina.
Jasper miró a su esposa con orgullo, que sonreía a la doncella con cierta turbación.
-Hablando de consejos, quería preguntarte algo Emmett -cambió de tema el muchacho.
-¿Sí, Majestad?
-¿Estuviste presente en Breslau cuando se instauró el nuevo sistema de recaudación? -quiso saber.
-No sólo estuvo presente -intercedió Bella. -Le escuché decir a mi padre en más de una ocasión que había sido de gran ayuda.
-Me complace oír eso -le alabó Jasper. -Me gustaría, si es posible, que mañana hablásemos sobre ello y me informaras de los detalles del proceso -le pidió.
-Por supuesto, Majestad -aceptó honrado.
-¿Ya has dado con la solución para ese asunto? -se interesó Edward.
-Más que eso -le respondió. -Descubrí que Dios me ha concedido la gracia de una esposa tan hermosa como inteligente y perspicaz -añadió tomando la mano de Alice que bajaba el rostro atormentada.
-Pues brindo por ello -rompió Edward aquel silencio alzando su copa -mas, como bien le has dicho a Emmett, eso será mañana. ¡Nada de asuntos de estado en mi boda! -exclamó jocoso. -Lástima que no haya juglares amenizando la velada.
-Eso tiene fácil arreglo, si me lo permitís -alegó Angela.
-Cualquier sugerencia será bienvenida -respondió Edward animado.
-No, Angela -le advirtió Bella que ya preveía lo que vendría, pero la doncella hizo caso omiso y salió del comedor.
-No creo que os podáis negar, Alteza -anunció Emmett con sorna. -Haceos cargo de que es vuestra boda...
-¿Negarse a qué? -Edward no entendía por qué Bella miraba con recelo al guardia que hacía grandes esfuerzos por no reír.
-Tu amada esposa odia bailar -le informó Alice.
-En ese instante Angela volvió con varios muchachos que portaban instrumentos, al igual que ella.
-Pues como bien ha dicho Emmett -le guiñó el ojo al guardia -no te negarás en tu boda.
Edward se puso en pié ofreciéndole su mano y, aunque a regañadientes, Bella aceptó. Miró a su prima y una sonrisa maliciosa afloró en sus labios.
-Deberías saber que, al contrario que yo, tu esposa adora bailar -le dijo a Jasper.
-¿A qué esperamos entonces? -se levantó sonriente -¿Me acompañáis? -agregó demandando su mano.
Alice no tuvo duda de las intenciones de Bella, y sabía que no podía negarse, así que aceptó la mano de Jasper.
-Papá, ¿por qué no bailas con mamá? -le animó Edward.
-Es más divertido desde aquí -se rió Carlisle.
-¿Y tú Rosalie? -se detuvo Jasper frente a su hermana. -Emmett ¿por qué no la invitas a bailar?
Rosalie, al igual que Emmett, lo miraban atónitos.
-¿No me dirás que lo crees "inapropiado"? -se quejó su hermano.
-No -negó ella rápidamente. -Si tú quieres -miró a Emmett con ojos esperanzados.
-Alteza -Emmett se puso de pié alzando su mano. En cuanto sus pieles se tocaron un estremecimiento los recorrió a ambos, pero tuvieron que ocultar esa turbación que se adivinaba en sus ojos y unirse al resto de parejas.
Todos danzaron sin cesar, bajo las alegres miradas de todos los presentes, sin que ninguno se percatase del tiempo transcurrido hasta que Esme se acercó a las muchachas.
-Es la hora -les informó con sonrisa sugerente y Edward accedió gustoso a que le robaran de las manos a una sonrojada Bella.
Ya en la recámara, entre risitas de complicidad, las tres mujeres ayudaron a Bella a despojarse de su traje de novia, entregándole un bonito camisón de lino. Las tres la abrazaron, una vez lista, como despedida.
-Verás que todo va muy bien -le susurró Alice.
Bella asintió y la acompañó a la puerta, cerrándola cuando hubieron salido. Caminó después hacia la cama, donde se sentó, acurrucando las rodillas hacia su pecho. La soledad y la espera de aquella habitación hacían que los nervios comenzasen a indagar en su mente y en su cuerpo; sus manos temblorosas jugando torpemente con el doblez de su camisón eran buena prueba de ello. No es que tuviera miedo, sabía perfectamente lo que iba a suceder...¿o sí lo tenía?...
Su corazón comenzó a batir con fuerza al escuchar unos pasos acercándose a la recámara... Edward llegaba antes de lo que ella había creído. Oyó como la puerta se abría lentamente y algunos mechones de cabello cobrizo hicieron su aparición por la rendija, poco a poco, hasta que asomó la cabeza por completo.
-Hola, querida esposa -sonrió Edward.
-Hola -respondió ella, tratando de ocultar el temblor de su voz con una leve risita mientras ya él entraba cerrando la puerta tras de sí.
-Nadie diría que ésta es mi recámara -bromeó mirando a su alrededor a la vez que iba desabrochándose el cincho para dejarlo sobre el butacón.
-Es cosa de tu madre -alcanzó a susurrar. Contemplar como se deshacía de la túnica para quedarse con un simple pantalón y en mangas de camisa... Jamás lo había visto vestir de forma tan casual, cosa que, a pesar de darle un aire desenfadado, acorde con su cabello rebelde, resaltaba sobremanera su aspecto varonil. El tejido del pantalón abrazaba perfectamente sus piernas esbeltas, aunque bien formadas y su camisa medio abierta dejaba entrever la piel de su pecho que parecía tan cálida...
Bella cogió sus rodillas, intentando acercarlas más a su cuerpo, tratando de dominar el temblor de sus manos y el extraño ardor que empezaba a invadirla. El muchacho sonrió al notar su inquietud. Se acercó a la cama y se sentó frente a ella, sin dejar de mirarla, cosa que no ayudaba ni una brizna al nerviosismo de Bella. Edward tomó una de sus manos, soltándola de aquel agarre y la llevó a sus labios, besando la yema de sus dedos. Bella bajó su rostro enrojecido.
-¿Estás nerviosa? -le dijo él dedicándole media sonrisa. Bella asintió sin apenas levantar la mirada. Edward se acercó más a ella y posó su mano sobre su mejilla, acariciándola levemente. Ella cerró los ojos ante la suavidad de su contacto y notó como sus dedos bajaban hasta su barbilla para alzar su rostro mientras él se inclinaba lentamente sobre ella. Muy despacio sus labios alcanzaron los suyos en un movimiento suave, leve, como el aleteo de una mariposa.
-¿Todavía? -susurró él separándose un poco de sus labios. Bella volvió a asentir mientras un suspiro escapaba de su pecho. Edward llevó su mano hasta su nuca, enredando sus dedos entre su cabello y la atrajo de nuevo hacia su boca, besándola ahora con pasión, pero, a su vez, con tanta ternura... Aquel calor que Bella había sentido instalarse en su interior hacía un momento, ahora se expandía como una llama por todo su cuerpo. Antes de lo que ella hubiera querido, Edward se separó nuevamente de ella.
-¿Y ahora? -respiró sobre su boca, clavando su verde mirada sobre la suya. Bella negó con la cabeza y Edward entonces capturó sus labios con urgencia, besándola con fervor y vehemencia mientras la rodeaba entre sus brazos, sintiendo como su cuerpo trémulo se abandonaba a su beso. Faltos ya de aire se separaron. Edward acarició su rostro una vez más, sin dejar de mirarla, descendiendo sus manos hasta llegar al primer lazo de aquel camisón de lino que la cubría y, como en una clara invitación, ella comenzó, con manos temblorosas, a hacer lo mismo con las lazadas de su camisa, ayudándolo a desprenderse de aquella prenda que ocultaba su glorioso cuerpo. Cuando Bella se percató de su propia desnudez, enrojeció avergonzada bajando el rostro.
-Eres tan hermosa -le dijo -y te amo tanto -musitó Edward acariciando el rubor de sus mejillas. Bella lo miró insegura, a lo que él respondió besándola de nuevo. Con sus manos ahora sobre su espalda, Edward la atrajo hacia sí, sintiéndola finalmente contra su piel, tan tibia, tan suave. Con ardor profundizó aquel beso, queriendo disfrutar de su dulce sabor y, para su gozo, escuchó un leve gemido que escapaba de su garganta, contestando por ella, mientras hundía sus manos entre su pelo.
La tumbó despacio sobre la cama, colocándose él a su lado y, sin dejar de besarla, comenzó a acariciarla, lentamente, su cuello, sus hombros, la delicada línea de sus senos, su cintura, recorriendo cada una de las curvas de su cuerpo, sintiendo su agitado aliento sobre su boca. Se separó de sus labios para besar su cuello y saborear su pálida piel... era tan deliciosa. Notó los dedos femeninos clavarse sobre su espalda, sin duda Bella iba a llevarlo a la locura. Edward se deshizo de la última de las prendas que ocultaba su masculinidad y se posó sobre ella con delicadeza. Viendo como buscaba ella su boca con tanto deseo, casi con desesperación, comprendió que estaba tan preparada como él. Aún así la miró a los ojos tratando de encontrar algún atisbo de duda o miedo en ellos, pero en la oscuridad de sus pupilas no halló otra cosa que no fuera la confianza y la absoluta entrega que denotaban la grandeza de su amor. La tomó de forma muy lenta, aun sabiendo, muy a su pesar, que el dolor sería algo inevitable. Cuando traspasó la barrera de su virtud escuchó como un quejido escapaba de su boca.
-Lo siento -le dijo sobre sus labios, besándola para mitigar con sus besos aquel dolor que la hacía tensarse bajo su cuerpo. Bella notó como el elixir embriagador de sus labios iba transformando, poco a poco, aquella punzada en un fuego abrasador que amenazaba con consumirla mientras un sentimiento de plenitud y completa unión la embargaba. Tuvo la completa certeza de que el lugar al que pertenecía era allí entre los brazos de Edward y del mismo modo supo él que Bella era la pieza que completaba su ser, su vida entera. Juntos iniciaron entonces aquella travesía que les llevaría a los confines de la dicha, creando un perfecto y eterno vínculo entre ellos y que nada ni nadie sería capaz de quebrantar jamás...
Al despertar, Bella se maravilló ante la sensación tan sublime que era amanecer en los brazos de Edward. Su expresión tranquila y serena, su cabello alborotado que le daban aspecto de niño travieso... Bella no pudo evitar apartar uno de sus mechones cobrizos que caía sobre sus ojos, haciendo, sin pretenderlo, que el muchacho se revolviese.
-Buenos días, querida esposa -la saludó con un beso tierno.
-Buenos días -sonrió ella. -Por un segundo me olvidé de donde estaba.
-Pues vas a tener que acostumbrarte -sonrió él, acomodándola en sus brazos.
-No me será difícil -se acurrucó ella en su pecho, respirando el embriagador aroma de su piel.
-Bella -titubeó él -¿eres feliz?
-¿En verdad me lo preguntas? -alzó ella el rostro para mirarlo, sorprendida.
Edward asintió con seriedad.
-Todo ha sucedido muy rápido y sin que tu padre haya estado presente -dudó. -Quizás no era lo que esperabas.
Bella lo besó como respuesta a sus dudas.
-Me siento muy feliz, Edward, y afortunada -le confirmó. -En los tiempos que corren, casarse por amor no es algo que se dé todos los días.
-¿Estás pensando en Alice?
Bella asintió con tristeza.
-Pero ellos sí se aman -la corrigió, abrazándola de nuevo.
-Y eso es lo que más me apena -le dijo. -No veo correcto inmiscuirse entre ellos -admitió -pero de seguir así, van a perder la oportunidad de ser felices.
-No te preocupes -acarició Edward sus cabellos -verás como todo se aclara.
-Ojalá -deseó ella con un suspiro.
-¿Sabes? -exclamó él con tono más alegre. -Estoy hambriento.
-Bajemos a desayunar entonces -respondió tratando de levantarse, pero Edward se lo impidió, con declarada insinuación en su mirada.
Bella sonrió comprendiendo, tras lo que se entregó a la pasión de sus labios.
Cuando al fin bajaron al comedor, su familia ya había empezado a desayunar. Viéndolos aparecer tan radiantes y dichosos, Jasper no pudo evitar una punzada de envidia en su corazón, tras lo que se sintió profundamente culpable. No era que su primo no mereciera esa dicha, al contrario, pero pareciera que fuera él quien no la mereciera. Cada día sentía a Alice más y más lejana y todas sus esperanzas de una vida llena de amor se alejaban con ella.
-No sabíamos si esperaros -bromeó Carlisle.
-Buenos días a ti también, papá -respondió Edward con una mueca divertida y, aunque las muchachas no recibieron a Bella con ese tipo de observaciones, sus miradas hablaban por sí solas, haciéndola enrojecer.
-Jasper, ¿estás muy ocupado esta mañana? -quiso saber Edward.
-Quitando la cita que tengo con Emmett por lo del tema de la recaudación, nada importante ¿por qué? -preguntó confuso.
-Bella, y cito literalmente, es una mujer casada pero no una irresponsable, por lo que va a seguir ocupándose de la escuela -le respondió -Podría decirse que tengo la mañana libre.
Su comentario produjo una risa generalizada y que Bella golpeara su brazo en señal de reproche.
-Podemos ir a cazar, si te apetece -sugirió Jasper.
-Me parece una idea estupenda -concordó él. -Te animas, papá.
-Yo también soy un hombre responsable -negó Carlisle con la cabeza. -El dispensario me espera.
-Podríamos avisar a Emmett -puntualizó Edward.
-Ya lo había pensado -afirmó él. -Ahora que lo vea se lo diré, a no ser que a mi querida hermana se le ocurra alguna insólita tarea que encomendarle.
Jasper esperó como respuesta a su broma alguna de las usuales y desdeñosas contestaciones de Rosalie, mas nunca llegó. Observó con sorpresa como su hermana bajaba el rostro con aflicción y en silencio.
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-¡Maldición! -exclamó Jasper, viendo como su flecha se estrellaba contra un árbol.
-Primo, si no lo veo no lo creo -lo miró Edward pasmado golpeando su espalda.
-Majestad, me habían asegurado que erais infalible con el arco -bromeó Emmett.
-Y lo era, hasta ahora -le guiñó un ojo -es la primera vez que le veo errar un tiro.
-¡Maldita sea! -volvió a blasfemar Jasper aún más exasperado.
-¿Algo te aflige, primo? -se mofó Edward.
-El amor te está volviendo idiota -se quejó Jasper.
-El amor nos ennoblece -le corrigió con una carcajada.
-O nos hunde en la más absoluta miseria -añadió Emmett por lo bajo.
-Olfateo una desilusión amorosa por aquí -insinuó Edward.
-¿Tienes una enamorada? -preguntó Jasper sonriendo, desviando la atención por un momento de su propio tormento.
-En realidad, no. Bueno -titubeó -ella no sabe de mis sentimientos.
-¿No te atreves a confesárselo? -aventuró Edward.
-Ni siquiera me planteo el hacerlo -admitió él.
-¿Es una mujer casada o inapropiada para ti tal vez? -se extrañó Jasper.
-Creo que peor que todo eso -respondió cabizbajo. -Soy yo el inapropiado.
-Una noble... -concluyó Edward.
Emmett asintió azorado.
-No debes avergonzarte por eso -le animó Edward. -Sé que no es una situación sencilla, que tienes mucho en contra pero, tú tampoco eres un hombre común y corriente. Creo que eres merecedor del amor de cualquier mujer.
-Gracias, Alteza, pero ya perdí la esperanza hace tiempo -se encogió de hombros con resignación.
-Menuda penosa pareja formamos tú y yo -sonrió entristecido Jasper.
-Lo sois por voluntad propia -les acusó Edward.
-Habla el feliz recién casado -se burló Jasper.
-No seas absurdo, primo -le reprochó. -Emmett únicamente debe ganarse el corazón de la muchacha, como haría con cualquier mujer. Si ella le corresponde, serán capaces de encararse contra el mundo entero si es necesario. Que de algo sirva mi ejemplo -aseveró. -Y en cuanto a ti, basta con que enfrentes a tu esposa de una vez por todas y aclaréis este estúpido malentendido.
Jasper lo miró atónito mientras Edward dibujaba una mueca en su rostro al darse cuenta de que, dejándose llevar por su impetuosidad, había hablado demasiado. Emmett también lo observaba extrañado.
-¿Qué malentendido? -le exigió -¿Sabes algo que yo desconozca?
-Tómalo con calma, primo. No quiero que esto me cueste mi matrimonio y me tenga que unir a vuestro clan de los corazones rotos.
-Edward -le advirtió Jasper con severidad.
-¿Qué opinas de María? -quiso tantear Edward.
-¿Y qué demonios tiene que ver la doncella en todo esto?
-¿No crees que es demasiado complaciente? -hizo hincapié en esto último.
-Sí, y demasiado molesta también -se empezaba a exasperar. -¿Quieres decirme de una vez a que viene este interrogatorio?
De repente, Emmett comenzó a comprender.
-Alteza, no será que la Reina piensa...
-Eso mismo, querido amigo -afirmó Edward.
-¡Qué el infierno me lleve! -bramó Jasper -¿Alguien me puede explicar que diantres sucede con mi esposa?
-Alice está convencida de que tienes amoríos con María -espetó Edward.
Toda la irritación que Jasper sentía en ese momento se diluyó, dejando paso al más grande estupor.
-¿De dónde has sacado semejante exabrupto? -demandó saber.
-De labios de tu propia esposa -le dijo. -Bella me lo contó anoche.
-¿Pero cómo?
-Sólo se eso, Jasper -se lamentó Edward. -El resto deberás averiguarlo tú.
-Por eso actúa de forma tan extraña -supuso Emmett.
-Eso es una vil calumnia -exclamó afrentado. -Yo amo a Alice, no me atrevería ni a pensarlo siquiera.
-Lo sabemos, Majestad -concordó Emmett. -Pero pareciera que ella no.
-Debo hablar con ella enseguida -masculló. -No puedo permitir que por más tiempo crea que...
Pero le impidió continuar un terrible dolor que le atravesó el pecho en ese mismo instante. Alcanzó a llevarse la mano al cuerpo y palpó la madera de una flecha y algo cálido que emanaba de ella a borbotones. Tras eso... sólo oscuridad.