Holaa niñaas! ps por petición de mi sisss vanee les dejo aqi estoss caps de sangre reaal, ella se disculpaa peroo no se sientee muy bieen por lo que yo la estaré ayudando un poco a actualizar.
besitooss
Anita Cullen:)
Capitulo 14.- Tormenta
El llanto del cielo percutía contra el cristal, rítmico y constante, irradiaba una melodía abatida.
Abrí los ojos a la penumbra de la habitación. Mis pies, desnudos, me guiaron hasta la ventaba donde la lluvia seguía lamentándose. Edward no estaba, me pregunté donde se podría encontrar.
-Te escuché levantarte.
La voz fría de Rosalie me hizo girarme.
-¿Qué haces aquí? –la cuestioné. Era consciente que no era de su agrado, por supuesto el sentimiento era mutuo, así que sospechaba que la visita no era para saber si me encontraba bien.
Debió de escuchar mi desconfianza en el tono de mi voz, porque sonrió de manera que su boca dibujó una curva en su rostro, mostrándola mucho más hermosa de lo que ya era.
-Es cierto –dijo como si hubiera adivinado mis pensamientos-, no vengo a socializar.
Caminó hacia la cama, su cabello rubio parecía flotar detrás de ella, sin perder la elegancia, se sentó con suavidad sobre las desordenadas sábanas blancas.
-No has contestado a mi pregunta –le recordé no muy gentilmente. Mi voz no sonó tan firme como pretendía, el frío había provocado un ligero temblor en mi cuerpo. El vestido negro de Alice no cubría mucho, mis piernas y mis brazos eran los que llevaban la peor parte.
-No me agradas –comenzó con un comentario innecesario-, pero no creo que seas una mala persona.
Eso sí que me había sorprendido, no podía verme, pero estaba segura que mis cejas se habían elevado a una distancia considerable.
-¿Gracias?
-No he terminado –continuó-. A lo que me refiero, es que no creo que seas capaz de dejar que nadie muera por tu causa.
-Nunca me perdonaría si pasara algo como eso –contesté inmediatamente.
Ella asintió, viéndose, quizás por primera y única vez, satisfecha con una respuesta expulsada de mis labios.
-Eso pensaba –dijo-, por eso he venido a verte, para evitar que suceda.
El viento, acompañado de la lluvia, rugió en forma de tormenta. En la mayoría de las películas de terror, ese sonido siempre anunciaba que la peor parte se aproximaba.
-¿Cómo? –pregunté alejándome de la ventana.
-Llevándote con el rey –respondió tranquilamente-, así podré pedirle que perdone a mi familia por el error que cometió Edward.
Reprimí un estremecimiento.
-¿Crees que los perdone?
-No si yo se lo pido –admitió. Levantó la vista hacia mí-, pero tú vas a ser muy pronto nuestra reina ¿no? Con tu perdón será más que suficiente –añadió. Distinguí un ligero sazón de envidia en sus palabras.
-¿Pero cómo vas a…
-Edward, Carlisle y Emmett salieron a revisar si hay peligro cerca –me interrumpió-. Alice, Esme y Jasper están planeando una estrategia de resistencia por si un invitado no deseado se presenta en la casa y en cuanto a mí, ellos no pensarán en molestarme por un rato, creen que sigo lo bastante enojada como para hacer algo por protegerte.
-¿Pero Alice no puede ver lo que vamos a hacer?
Ella negó con la cabeza, ligeramente orgullosa de sí misma.
-Todo se me ha ocurrido hasta hace unos momentos, y se puede decir que aún no he tomado un decisión concreta, Edward no puede escuchar mis pensamientos estando tan lejos y Alice no puede ver nada que no esté respaldado por una firme elección.
-¿Cuándo nos vamos? –le pregunté dispuesta a liberar de una condena de muerte a su familia. Por dentro me estaba destrozando de miedo, pero nada me haría cambiar de opinión.
-Edward volverá pronto –dijo-, no puede soportar estar alejado de ti por mucho tiempo –se puso de pie-. Así que cuanto antes mejor.
No tuve tiempo ni de parpadear, Rosalie me había levantado, me detenía con facilidad como si pesara lo mismo que una almohada, abrió la ventana, invitando una gran cantidad de humedad al interior del cuarto.
Saltó.
Las gotas y el vértigo me obligaron a cerrar los ojos, cada una, mojada y fría se impregnaba en mi piel y el vestido que me cubría, la tela oscura terminó pegada a mi cuerpo.
El sonido de la lluvia bajo su volumen, el golpeteo del agua cesó de pronto y al dejar que mi vista volviera, me encontré en el asiento trasero de una amplia camioneta, el olor de los nuevos asientos de cuero llegó hasta mi nariz.
La camioneta rugió cuando Rosalie pisó el acelerador, el pavimento se quejó, estaba segura que había dejado unas decorativas marcas en él.
Me fijé en el acelerado paisaje que se pintaba afuera del vehículo, había pocas casas que lucían una generosa distancia entre ellas. La principal característica del lugar era el gusto de los habitantes por los grandes jardines.
-¿A dónde me vas a llevar?
Por el retrovisor la vi poner los ojos en blanco.
-Noche Eterna
Había adivinado la respuesta incluso antes de que la pregunta escapara de mis labios, pero una parte de mi deseaba que su contestación fuera otra. No tenía recuerdos agradables de ese lugar.
-Escóndete –me dijo Rosalie cuando nos adentramos en la zona poblada de la ciudad.
-¿Por qué? –pregunté agachándome detrás del asiento del piloto.
-Porque si te ven, van a atacarme antes de que pueda explicarles que vengo a entregarte pacíficamente.
Un golpe resonó, venía de la parte de atrás de la camioneta, asomé mi cabeza, logré vislumbrar una sombra, Rosalie soltó una maldición.
-¡No! –la escuché gritar antes de que nos desprendiéramos del suelo.
Las imágenes que revelaban las ventanas del vehículo pasaron como flashes ante mis ojos, la camioneta daba giros en el aire.
Me pregunté si todo terminaría pronto, me pregunté si el golpe dolería mucho.
Sentí unos dedos fríos sobre la piel de mi brazo, no me sostuvieron por mucho tiempo. El grito de Rosalie hizo arder mis oídos.
Después de una eternidad, se escuchó el metal estrellarse, los cristales se hicieron añicos, con la visión empañada por el mareo y el dolor logré distinguir un trozo de vidrio especialmente afilado apuntar en mi dirección, cerré los ojos y ya no los pude abrir de nuevo.
El dolor agudo y punzante en mi cabeza se estaba haciendo insoportable, todo estaba tan oscuro… eso se debía en buena parte a que mis párpados se negaban a levantarse. Intenté beberme una gran bocanada de aire, pero mi pecho no llegó a inhalar lo suficiente, encima tenía una presión de varios kilos sobre mí.
¿Qué estaba ocurriendo?
-¡Ella está ahí! –chilló alguien a lo lejos-. ¡La camioneta la está aplastando!
¿Una chica atrapada dentro de una camioneta? Sentí pena por ella.
La realidad me golpeó cuando abrí los ojos, estaba acostada sobre el techo del vehículo de Rosalie.
La chica en la camioneta era yo. El oxígeno no estaba llegando a mi cerebro, el asiento delantero se estaba encargando de ello. No logré ver casi nada de mí, estaba enterrado debajo de grandes cantidades de duro cuero negro. Mi labio comenzó a arder, algo caliente descendió por el hasta llegar a mi barbilla y perderse por mi cuello.
Logré mover mi brazo derecho, que estaba atrapado en una posición extraña en el volante, me dolió, pero por fortuna no estaba roto. Toqué mis labios con los dedos y vi como se pintaban de un rojo brillante.
-¡Es verdad! –insistió la voz, que reconocí como la de Rosalie-. ¡Está adentro!
Jalé todo el aire que pude, que no fue mucho, mis pulmones comenzaban a quejarse de la falta que les hacía, el esfuerzo por respirar era demasiado, no tenía tantas energías para seguir con aquello.
-¡Cállate! –gritó una voz masculina.
-¡Idiota! –escupió ella-. ¡Ella se va a morir!
Desgraciadamente, estaba comenzando a pensar que eso iba a ocurrir pronto. El sonido de un golpe fuerte, lejano, llegó hasta mí, Rosalie profirió un grito de dolor.
-¡Te dije que te callaras! –ordenó la voz masculina-. El rey va a llegar pronto, ante él no podrás mentir para salvarte…
-¡Digo la verdad!
Otro golpe. Después de todo, ella tampoco parecía pasarla tan bien.
Afuera la lluvia seguía con su lamento, la puerta a mi derecha, rota y aplastada como una lata, me permitía ver algo del pavimento mojado.
Estiré mi mano libre, me aferré a lo que quedaba del marco, donde antes había existido un vidrio polarizado, me encajé uno de los restos del cristal. Gemí. Ignorando el dolor apoyé con mayor fuerza mi mano, haciendo un esfuerzo por jalarme fuerza de mi prisión.
No me moví ni un centímetro, pero fue lo suficiente para gastar la poca reserva de oxígeno que me restaba.
Me estaba ahogando.
-¿Qué ocurre? –una voz imperiosa surgió como rugido, haciéndose espacio entre todo el ruido.
-Señor –dijo otra voz masculina, temblado ligeramente-, ella debe saber algo sobre la futura reina.
Rosalie estalló en un mar de palabras.
-¡Claro que lo sé estúpido! –gritó-. ¡Te lo he estado diciendo todo este tiempo! ¡En la camioneta!
Tras un ruido y un débil jadeo de mi parte, el metal se abrió como hoja de papel, el asiento que me oprimía salió volando a lo lejos. Una ola cargada de aire se adentró en mi nariz, mis pulmones celebraron la entrada de su vital alimento.
En la húmeda oscuridad, distinguí los cabellos plateados de Lucern, vestido completamente de negro, lucía imponente, sus músculos se marcaban perfectamente debido a que la tela mojada se adhería a su cuerpo como guante.
-Bella –se inclinó hacia mí, observándome con sus ojos que parecían llamas azules. Me tomó delicadamente entre sus brazos, como si fuera lo más importante, algo que tuviera que proteger a toda costa-. Mi hermosa y linda Bella.
Recosté mi cabeza en su hombro, y dejé que me llevara.
-Señor –el otro vampiro, que no lograba ver bien parecía de estatura media y de cabello rojizo, se veía muy asustado. Traía a una furiosa y mallugada Rosalie de un brazo-, creí que me estaba mintiendo.
-Tendrías que haber revisado primero –siseó Lucern con ira, su tono sonaba completamente opuesto al dulce y cariñoso que había usado conmigo-. En cuanto a ella…
-Ella me traía de vuelta a ti –la defendí entre balbuceos, todavía me sentía mareada-, no le hagas daño por favor…
-Bella, no te esfuerces –dijo Lucern acariciando mi mejilla. Luego se dirigió al asustado vampiro-. Déjala ir.
Rosalie corrió, por lo menos ella y los Cullen estarían bien.
Lo siguiente me pareció confuso… otros vampiros habían llegado al lugar, y por órdenes de Lucern, estaban limpiando todo el desorden.
-Yo la llevo mi señor –un vampiro de cabello negro y largo se había acercado a nosotros, extendió sus brazos hacía mí-, no tiene que estar cargando… yo puedo…
Lucern le mostró los colmillos.
-Es mía –rugió-, y nadie más la va a tocar.
Era la habitación más amplia que mis ojos habían tenido oportunidad de escudriñar, una extensa ventana se escondía tras densas cortinas, el color vino en ellas oscurecía más el lugar.
Mi cuerpo, adolorido, descansaba sobre finas sábanas de seda. Giré ligeramente la cabeza para percatarme de la espaciosa cama que se desplegaba debajo de mí.
El agua aún bailaba con ferocidad, el único alivio era que ya no me encontraba afuera.
Me percaté de la falta de humedad en mi ropa y mi piel. Logré incorporarme hasta quedar sentada, y me observé. El vestido de Alice había desaparecido y cambiado a uno color rojo sangre, la tela, suave, acariciaba mi piel con cada movimiento. Toqué mi largo cabello y mis yemas se encontraron con mechones secos, mi mano estaba completamente curada, mi cuerpo seguía quejándose pero parecía estar recuperándose.
El sonido de una cerradura girando me hizo desconcentrarme, rápidamente busqué su procedencia y mis ojos se clavaron en las anchas puertas de madera. Una de ellas se abrió permitiendo la entrada al rey de los vampiros.
-Has despertado –dijo, con una sonrisa. Se sentó cerca de mí y sus ojos azules buscaron los míos.
Me mordí el labio y lancé un quejido de dolor, la herida en mi labio aún seguía abierta.
La mirada de Lucern rápidamente reparó en la gota de líquido rojo que caía por mi labio inferior, quise limpiarme con mi brazo, pero él me tomó de la muñeca para impedírmelo.
-Creo que olvidé curar eso –dijo-, pero puedo remediarlo ahora.
Sus manos rápido se acomodaron alrededor de mi cintura y me estrecharon contra su cuerpo. Lucern se inclinó hacia mí y sus labios se apoderaron de los míos, su lengua se deslizó lentamente sobre mi herida, el dolor desapareció pronto.
Separó su rostro del mío, tan sólo unos centímetros.
-Pronto serás mi reina
No quería convertirme en un vampiro, mucho menos ser la reina. Estaba aterrada, pero sabía que no había elección. Me estremecí.
Reacción, que el vampiro del cabello plateado interpretó muy mal, porque que comenzó a besarme el cuello.
-Espera…
Mi voz se ahogó en mi garganta, cuando sentí sus colmillos rozar ligeramente mi piel.
Un ruido, la puerta se había abierto de un golpe, alguien se había acercado a nosotros.
-Señor…
Lucern, le dirigió un gruñido al intruso, era un vampiro alto de un hermoso cabello rubio, que en la poca luz que había se reflejaban leves destellos dorados. Retrocedió un paso tras ver la hostilidad del rey.
Quien me soltó a regañadientes y se levanto de la cama.
-¿Qué pasa? –preguntó Lucern molesto.
-Un grupo de vampiros ha llegado –anunció el vampiro.
El rey arqueó una ceja.
-¿Por eso has irrumpido en mi habitación?
-Ellos no vienen a ver el asenso de la reina –continuó dirigiéndome una mirada-, uno de ellos reclama a la chica…
-Edward –murmuré. ¿Por qué? Ahora estaba en peligro, él y su familia.
-Sí, ese es su nombre –coincidió el vampiro rubio.
Había olvidado el oído tan fino que poseían.
Lucern frunció el ceño en mi dirección, no pareció agradarle mi preocupación por otro vampiro.
-Lo reta a una pelea –finalizó.
No logré ahogar mi exclamación de horror.
-Acepto –respondió el rey de los vampiros.
Asustada, salté de la cama y me coloqué unos zapatos rojos, se veían caros, pero ahora no había tiempo para analizarlo.
-Por favor…
No me dejó hablar se acercó y tomó mi mano.
-Tú también estarás presente, quiero que me veas destruirlo…
En el vestíbulo estaban reunidos una multitud de vampiros, iban vestidos elegantemente, y en cuanto descendí las escaleras, con el brazo de Lucern firmemente aferrado a mi cintura, las miradas de todos los presentes se posaron en nosotros.
Se me hundió el corazón al ver a Edward, la mirada llena de ira que tenía para el rey cambió a una completamente diferente cuando se fijó en mí.
-Bienvenidos –les dijo Lucern a los Cullen, estaban rodeados por otros vampiros con miradas llenas de hostilidad-, pero al parecer no han llegado a presenciar la trasformación de Bella.
-No lo harás –gruñó Edward, dos vampiros se acercaron a él y le enseñaron los colmillos.
-He decidido aceptar tu reto.
De pronto, todo el lugar quedó sumergido en el silencio, los vampiros que detenían a Edward se quitaron de su camino.
-¡No! –grité-. ¡Por favor tienes que…!
-Estás encargado de su seguridad Anthony –dijo Lucern ignorando mis súplicas.
-Sí, señor –contestó el vampiro rubio.
Lucern se acercó a Edward, los otros vampiros se fueron alejando, formando un círculo a su alrededor.
Quise correr hacia ellos, pero Anthony me atrapó y me sostuvo con fuerza entre sus brazos.
-Dime que no es un duelo a muerte –musité. Sabía cuál sería su respuesta, pero necesitaba desesperadamente una esperanza-, dime que no –repetí con lágrimas asomándose por mis ojos.
Anthony me soltó, pero mantuvo una mano aprisionando mi muñeca. Parecía inseguro sobre qué hacer con una humana que derramaba líquido cristalino por los ojos.
-Lo siento, pero así es como son las cosas –dijo despacio y con mucha suavidad, como si te miera que sus palabras fueran a romperme.
Por más que intenté, no pude evitar que una lágrima escapara, escurridiza, resbaló por mi mejilla.
Vi como los colmillos de Lucern, lucían filosos, listos para iniciar la masacre. Edward le gruño en respuesta.
Pero la danza mortal se vio interrumpida, cuando un estruendo irrumpió en el ambiente, las ventanas altas, ubicadas a los lados del portón principal, se vieron destrozadas en sólo unos segundos. Los cristales rotos, ya sin oponer resistencia, no tuvieron más remedio que ceder el paso a los invitados que traía la noche.
-El clan ruso –escuché decir a Anthony.
No sabía si sentirme aliviada o asustada por la interrumpíos de los vampiros rusos. La cerradura del portón obedeció al primer golpe, el vampiro que entró a paso decidido era fuerte, se podía ver bajo ese abrigo largo y oscuro que llevaba. Tenía el cabello negro y sus ojos oscuros no escondían el peligro en su mirada.
Los invitados retrocedieron ante el avance de la presencia extranjera.
-¿Qué ocurre? –pregunté, nerviosa.
-Vadik –Anthony soltó las palabras como si fueran una maldición-, él y su clan siempre han estado en desacuerdo con el rey.
-Como puedes darte cuenta Lucern –dijo Vadik con un marcado acento-, no hemos venido aquí a una visita de cortesía.
-Me lo imaginaba –respondió.
Vadik rugió y saltó sobre el rey, lo que debió ser una señal para sus seguidores, porque comenzaron con la masacre.
-¡Bella! –escuché a Edward llamarme.
Mi boca se había abierto para responder, pero fue cubierta por una mano, mis pies dejaron de tocar el suelo, y todo lo que supe es que era llevada por Anthony a gran velocidad.
Algo se rompió y salí volando de los brazos del vampiro, caí sobre una mesa de madera, que se volcó con el impacto de mi peso.
Mi cabeza comenzó a palpitar dolorosamente, logré levantarme para ver a Anthony intentando hacer daño a su contrincante.
-Una deliciosa humana –escuché una voz detrás de mí. Uno de los vampiros del clan ruso había llegado hasta mí-. ¿Qué haces en una madriguera de vampiros?
Me concentré en correr lejos de él. No logré llegar muy lejos, mi perseguidor me había tomado del tobillo y estrellado contra el suelo.
Antes de que el vampiro se lanzara sobre mí, otro, lo golpeó con fuerza en la mandíbula.
El caos se imponía a todo lo ancho y alto de la casa. Una vampiresa terminó volando por los aires, no logré ver de dónde venía, pero fui bastante consiente del impacto que tuvo contra un mueble de cristal. Los pedazos se desprendieron en todas direcciones, cubrí mi rostro con mis manos y me agaché lo más que pude, cuando creí que había terminado, alcé la cabeza.
Sólo para ver cómo un candelabro, giraba en mi dirección. Rodé por el suelo y logré esquivar el golpe. Mis ojos encontraron en su camino unas botas, del estilo militar de color negro, y el final de un abrigo largo.
Oh, no.
-Humana –Vadik pronunció la palabra como algo delicioso.
Se inclinó hacia mí y una de sus manos, teñida de rojo, se acercó a mi rostro.
Grité.
Entonces Vadik salió volando varios metros lejos de mí, Edward lo había golpeado.
-¿Estás bien? –preguntó.
Asentí.
Edward me tomó entre sus brazos.
-Se que no es el mejor momento para decirlo –dijo con su rostro casi pegado al mío-, pero te amo.
Me puse rígida, la confusión llegó a mí en muchas formas. No sabía que responder o que era lo que yo sentía… mi mente estaba demasiado ocupada en otras cosas.
Vadik rugió detrás de nosotros.
Edward me soltó y se colocó protectoramente delante de mí.
El vampiro ruso saltó sobre él. Todo fue muy rápido para mis ojos, un parpadeo y la escena había tomado un drástico giro.
Edward tenía su brazo manchado de sangre, mientras Vadik se presionaba una herida en el abdomen, tenía grandes dimensiones y de ella brotaba el líquido rubí.
Vadik pronunció unas cuantas palabras en ruso, que a mí me parecieron una gran maldición.
-Me gustaría quedarme un poco más –dijo con dificultad-, pero no estoy en condiciones.
Los vampiros rusos lograron escaparse.
Alice fue la primera en encontrar entre la multitud. Se acercó, me observó e interrogó hasta estar segura que estaba en perfectas condiciones.
-¿Estás bien Bella? –preguntó Rosalie, cuando llegó hasta nosotros. Su cara, reflejando toda la culpabilidad que sentía.
Edward le enseñó los dientes, y ella, asustada retrocedió hasta la seguridad de los brazos de Emmett.
-No te le acerques Rose –gruñó Edward.
-Sigues molesto –dijo ella.
En respuesta, él se giró, centrando su atención en mí, y dándole la espalda.
Anthony apareció de improvisto ante nosotros. Presentaba múltiples rasguños en los brazos, su camisa estaba desgarrada mostrando un corte en el pecho, el que parecía estarse curando sólo.
-Lucern ha muerto –anunció.
Ahogué una exclamación.
-Según nuestra ley, Vadik, al ser su asesino ascendería al poder –continuó-, pero debido a que pertenece al clan traidor… el rey es aquel que logró sacarlos de aquí y salvarnos.
Su mirada se quedó fija en un aturdido Edward.
-Pero… -quiso discutir él.
Anthony hizo caso omiso y le ofreció una inclinación.
-Así es la ley, señor.
Sin dar tiempo a que Edward asimilara la noticia, la noche aulló.
No, la noche no, aquel sonido había sido provocado por… lobos.
-Jacob –el nombre se escapó de mis labios. Vi como las expresiones de horror se formaban en los vampiros presentes.
-¿Qué debemos hacer? –le preguntó Anthony a Edward-. Después del ataque recibido no creo que estemos en condiciones para recibir a los Licantrópos.
-Yo puedo… creo que los puedo detener –dije.
Edward me miró fijamente.
-Jacob sólo viene por mí –continué-, sé que me escuchará si salgo y hablo con él.
-Bella…
-Es lo mejor y lo sabes –insistí-, es mi mejor amigo, no me hará ningún daño.
Edward apretó los puños, pero asintió muy despacio.
Así fue como salí, sola en la noche. Sabía que Edward estaría dentro de la casa, observando, podía sentir sus ojos en mi espalda. Había insistido en salir conmigo, pero no podía permitirlo, si los licántropos lo veían podían hacerle daño.
No caminé mucho, al dar mi quinto paso, fui atrapada por unos brazos cálidos.
-Bella –escuché la voz de Jacob. Noté que mi amigo no llevaba camisa, al igual que noté el numeroso grupo de lobos detrás de él.
-Estoy bien –dije-, no me lastimaron, no hay necesidad de arruinar tantos años de paz entre vampiros y licántropos.
Jacob frunció el ceño.
-No te vi, en mucho tiempo, estaba muy preocupado por ti –dijo su voz contenida, intentando disimular la rabia-, es algo que me es difícil de perdonar.
-Pero estoy bien –le dije-, estoy contigo.
-Sí –eso pareció tranquilizarlo más-, conmigo. Te llevaré a tu departamento.
-Gracias, Jacob.
No sabía cuánto había extrañado ese reducido espacio, al que yo llamaba casa, hasta que llegué.
Agotada, me enterré en las sábanas, y todos los pensamientos que había pospuesto regresaron, golpeándome con fuerza. Una lágrima resbaló, me entristecí por la muerte de Lucern, que siempre me había tratado como si yo fuera la prioridad, jamás me había lastimado. A ésa, le siguieron otras, por la destrucción y muertes que habían provocado el clan de Rusia. La rabia, también se hizo presente en mí.
“Te amo” La palabra resonó en mi mente, dando paso a la confusión. ¿Cuáles eran mis sentimientos hacia él?
Me aterraba convertirme en vampiro, era algo que no quería hacer y si lo aceptaba, significaba también aceptar la conversión, así como aceptar el reinado.
Jacob entró en mi habitación y se recostó a un lado mío. También había olvidado cuanto extrañaba a mi mejor amigo.
Me rodeó con sus brazos, brindándome seguridad.
-¿Te vas a quedar? –le pregunté.
-No te voy a dejar sola.
-Gracias, otra vez, Jacob.
Me relajé y mis parpados comenzaron a pesar.
-Sí –musité.
-¿Bella?
-¿Qué? –logré pronunciar, mi conciencia estaba a punto de desconectarse.
-Siempre te he amado –dijo-, como algo más que como una amiga.
Esto tenía que ser un sueño.
-Quiero que estés junto a mí como mi esposa, como la reina de los Licántropos.
Si, definitivamente estaba soñando o alucinando, no podía ser cierto.
Se río.
-Creo que será mejor esperarme a que estés en tus cinco sentidos.
¿Qué tanto más podría complicarse mi vida?