CAPITULO VII
Los siguientes días fueron para Bella una verdadera pesadilla. Edward se había alejado de ella tanto que estaba asustada. No importaba lo que intentara, bromas, enfado, ruegos, sexo, él no se inmutaba. La confianza en sí misma de Bella se veía amenazada por la fuerza de voluntad de Edward para mantenerse al margen de su existencia.
-Edward, por favor, háblame -le dijo en el coche, camino de Zulheina. Necesitaba que le hablara.
-¿De qué quieres hablar? -dijo él alzando la vista de los papeles; sus ojos mostraban el tipo de interés amable que se tiene hacia un extraño.
-¡De cualquier cosa! ¡No te cierres ante mí! -dijo ella a punto de echarse a llorar, lo que la horrorizaba.
-No sé a qué te refieres -contestó él volviendo a sus papeles y zanjando así la conversación.
Bella se acercó entonces y le quitó los papeles de las manos.
-¡No dejaré que me hagas esto!
Los ojos verdes de Edward echaban fuego mientras su mano la tomaba de la barbilla.
-Has olvidado las reglas. Ya no obedezco tus órdenes -dijo él sin aparente furia, tan sólo calma. Incluso la forma de tocarla fue amable y después la dejó ir.
-Te amo. ¿No significa eso nada para ti? -preguntó ella con un hilo de voz.
-Gracias por tu amor -dijo él tomando los papeles que le había quitado y se puso a ordenarlos-. Estoy seguro de que tiene el mismo valor que hace cuatro años.
El tono de sutil sarcasmo y su actitud altiva le llegaron al alma.
-Ya no somos los mismos que hace cuatro años. ¡Danos una oportunidad! -rogó ella.
La miró con unos ojos neutros en los que no reconocía los de su pantera.
-Tengo que leer estos informes.
La primera noche a su llegada a Zulheina, se sintió tentada de dormir en su propia habitación, dolida e insegura de si sería bienvenida en el lecho común. Pero en vez de ello, se cepilló el pelo en el espejo de Edward y se echó en su cama. Y cuando él se estiró para tocarla, ella accedió. Allí, sí conectaban. El sexo que compartían siempre era salvaje, apasionado. Mantenía las esperanzas de Bella porque tenía que haber algo más que lujuria en él para tocarla como lo hacía y susurrarle «Eres mía, mi Bella» cuando la penetraba con intensidad.
Una semana después, Bella estaba sujetando con alfileres una prenda que estaba confeccionando y se estiró para tomar las tijeras.
-Me gustaría hablar contigo, esposa mía. Sorprendida, dejó caer los alfileres que sujetaba en la boca.
-Me voy a París una semana.
Edward ocultó con maestría cualquier fuego que el beso de Bella pudiera haber encendido en él, si era que lo había hecho.
-¿Cómo? -Bella no podía ocultar su sorpresa-. ¿Cuándo? -dijo con los puños apretados.
-Dentro de una hora.
-¿Por qué no me lo has dicho antes?
-No tengo por qué decirte esas cosas.
-¡Soy tu mujer!
-Sí. Y te quedarás en tu sitio.
La inesperada reprimenda la golpeó como una bofetada. Inclinó la cabeza e inspiró profundamente.
-Sabes que algunos de los diseñadores franceses más importantes están organizando desfiles esta semana. Si me lo hubieras dicho antes, podría haber ido contigo.
Bella sabía que Edward necesitaba hacer gala de su control sobre las cosas, y hasta podía comprenderlo, pero nunca la había tratado con tanta dureza, como si no le importaran lo más mínimo sus sentimientos. No sabía que lamentara tanto lo ocurrido en Zeina.
-No, Bella. No puedes salir de Zulheil.
-No confías en mí, ¿verdad? -dijo ella frunciendo el ceño-. ¿Qué esperas que haga, eh, huir a la primera oportunidad?
-Puede que me comportara como un idiota una vez, pero no me dejarás en ridículo por segunda vez -contestó él con un gruñido-. Ya no me puedes controlar, como seguramente esperabas, y no tengo la intención de dejar que lo vuelvas a hacer. Y como lo sabes, puede que quieras huir. Tampoco tengo la intención de perderte.
-Te amo -dijo ella sacudiendo la cabeza en señal de negación, pero él no la soltó-. ¿No sabes lo que eso significa?
-Significa que puedes volver la espalda y huir en cualquier momento -contestó él en tono seco.
-¿Cuánto tiempo seguirás comportándote de esta manera? -le preguntó desesperada-. ¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome? ¿Cuándo terminará tu venganza?
-No hago esto para castigarte. Para querer vengarme, tendría que sentir algo más que lujuria, y no lo siento. Eres para mí una posesión, de gran valor, pero no irremplazable.
Bella se puso lívida. No podía articular palabra. Le sangraba el corazón. En un intento desesperado por ocultar su angustia, se mordió las paredes internas de la boca tan fuerte que le sangraron, y esperó a que su suplicio terminara.
-Voy a París por cuestiones de estado. Jasper sabe cómo ponerse en contacto conmigo -añadió.
Bella guardó silencio, apenas si podía oírlo a través del zumbido en sus oídos. Cuando este inclinó la cabeza y le dio un posesivo beso en los labios, ella lo aceptó con desgana.
-No te opondrás a mí -le susurró junto a los labios porque conocía sus puntos débiles. Ella no se opondría. No cuando llevaba tanto tiempo deseando estar con él.
Cuando se retiró, un frío aire de satisfacción brilló en sus ojos.
-Puedo hacer que jadees por mí siempre que quiera, Bella, así es que no intentes manipularme con tu cuerpo. Me iré en cuarenta minutos -y diciendo eso se levantó y salió de la habitación.
Edward no sabía cuánto tiempo estuvo allí sentada, incapaz de moverse. Le dolía demasiado el alma para sentir nada más que dolor. Cuando finalmente se levantó y se dirigió hacia la puerta acristalada que daba al balcón sobre los jardines principales, vio a Edward entrando en su limusina oficial.
A punto de sufrir una crisis nerviosa, salió corriendo por los pasillos rogando por no encontrarse con nadie; entró en el jardín privado y se escondió bajo las ramas colgantes del árbol, llenas de flores azules que le proporcionaron un refugio aromático; en el que tratar de olvidar su tormento.
Había creído que podría amar a Edward lo suficiente para hacer que le correspondiera, una chica a la que nunca nadie había querido. Bella se preguntaba si sólo se había casado con ella para humillarla, para castigarla. La noche cayó pero ella no se daba cuenta. Había expulsado todas las lágrimas que tenía dentro, pero el dolor no desaparecía.
De pronto, la invadieron los recuerdos de aquel terrible día muchos años atrás, cuando sólo era una niña, en que descubrió la verdad que se cernía sobre ella de labios de su tía. La que creía ser su madre era en realidad su tía y la había adoptado a cambio de dinero. Ese día, Bella se vio golpeada por el hecho de que los cuidados que había recibido en su vida habían estado pagados de antemano. Tantos años después, seguía sin ser amada, sin ser querida.
Al día siguiente, Bella decidió que no ganaría nada llorando todo el tiempo por algo que no podía cambiar. A pesar de que el peso seguía allí presente, se obligó a meterse en su habitación de trabajo y a tomar las tijeras. Una hora después, sonó el teléfono, pero no le hizo caso. Al momento, alguien llamó a su puerta.
-¿Señora?
-¿Si,? -le dijo a la sirvienta.
-El Jeque Cullen quiere hablar con usted.
La garganta se le cerró al oír su nombre. Pensó en pedirle que le dijera que estaba ocupada pero eso sería mentir y, al pensar en las consecuencias, decidió acceder.
-Por favor, transfiere la llamada a este teléfono -dijo señalando el aparato que estaba junto a la puerta.
La empleada asintió y salió de la habitación. El teléfono sonó segundos después. Bella se levantó y se acercó. Tomó el auricular... Y colgó. Con el corazón latiendo desbocado, salió corriendo por el pasillo hacia su habitación y desde allí al jardín. El teléfono volvió a sonar cuando salió pero ella se escondió tras el árbol.
Una hora más tarde, salió del jardín y volvió a la habitación de trabajo. Había un mensaje en la mesa, junto al teléfono. Lo tomó con manos temblorosas. Decía que llamara a Edward al número que se indicaba.
-¡Vete al infierno! -gritó arrugando el papel y tirándolo a la papelera, y se puso a trabajar en el corpiño que estaba confeccionando.
Edward colgó el teléfono por cuarta vez. Lo molestaba aquella rebelión por parte de su mujer, pero otra emoción mucho más profunda amenazaba con salir a la luz: la que le impedía olvidar el dolor que le había causado la última vez que habían hablado.
Después de tanto tiempo, la ira y el dolor que había controlado sin piedad durante años habían conseguido salir de la prisión que los atenazaba. Cuando Bella le había declarado su amor, se sintió como si le abriera las heridas que apenas si había conseguido cerrar. El dolor casi insoportable se había alzado por encima de una necesidad que no quería aceptar. Le había hecho decir cosas que no debería haber dicho.
Pero Bella no le tendría rencor. En cuanto hablara con ella, todo volvería a la normalidad, y la próxima vez que levantara el teléfono, hablaría con ella.
Bella se sentía como si se estuviera preparando para una lucha a vida o muerte. Había ignorado a Edward durante dos días. Edward le había dado un fuerte golpe que la había hecho despertar a la cruda realidad de que el hombre al que amaba no era el hombre con quien se había casado.
No estaba segura de si amaba a aquel hombre pero su furia se negaba a que la siguieran ignorando. La siguiente vez que Edward llamara, obtendría respuesta. Y la llamada llegó en la madrugada. Descolgó el teléfono al segundo tono.
-La posesión da gran valor al habla -dijo sin pensar. Quedó horrorizada, pero orgullosa de sí misma.
Un silencio absoluto llegó del otro extremo de la línea.
-No me hace gracia, Bella -dijo finalmente-. Estás siendo muy obstinada.
-Sí.
-¿Qué esperabas cuando regresaste? -preguntó Edward con un hilo de rabia bajo el estudiado autocontrol-. ¿Que nada habría cambiado? ¿Que te entregaría mi confianza sin más?
-No. Esperaba que me hubieras perdonado -era una cruel verdad-. Pero no lo has hecho. Me tomaste por esposa, y me diste un lugar en tu vida. ¿Cómo te atreves a tratarme como... como un objeto, como si fuera una piedrecita que puedes sacarte de la suela del zapato? ¿Cómo te atreves? -dijo ella con las lágrimas a punto de saltársele por encima de la ira.
-¡Nunca te he tratado así! -contestó él con reprobación.
-Sí lo has hecho. ¿Y sabes otra cosa? No quiero hablar con un hombre que me trata así. Casi podría odiarte. No me llames más. Tal vez cuando llegues a casa me haya calmado, pero ahora, no tengo nada que ofrecerte. ¡Nada! -era el dolor más intenso el que hablaba.
-Hablaremos cuando regrese -dijo él con una nota en el tono que ella nunca había escuchado antes, una nota que no podía comprender.
Bella colgó el teléfono con manos temblorosas, sorprendida de su estallido de rabia. Quería mostrarse beligerante, pero había terminado deshaciéndose de los escudos que protegían su corazón. Ella merecía que la trataran mucho mejor. Podría ser que no la amaran, pero merecía respeto.
Los siguientes días fueron para Bella una verdadera pesadilla. Edward se había alejado de ella tanto que estaba asustada. No importaba lo que intentara, bromas, enfado, ruegos, sexo, él no se inmutaba. La confianza en sí misma de Bella se veía amenazada por la fuerza de voluntad de Edward para mantenerse al margen de su existencia.
-Edward, por favor, háblame -le dijo en el coche, camino de Zulheina. Necesitaba que le hablara.
-¿De qué quieres hablar? -dijo él alzando la vista de los papeles; sus ojos mostraban el tipo de interés amable que se tiene hacia un extraño.
-¡De cualquier cosa! ¡No te cierres ante mí! -dijo ella a punto de echarse a llorar, lo que la horrorizaba.
-No sé a qué te refieres -contestó él volviendo a sus papeles y zanjando así la conversación.
Bella se acercó entonces y le quitó los papeles de las manos.
-¡No dejaré que me hagas esto!
Los ojos verdes de Edward echaban fuego mientras su mano la tomaba de la barbilla.
-Has olvidado las reglas. Ya no obedezco tus órdenes -dijo él sin aparente furia, tan sólo calma. Incluso la forma de tocarla fue amable y después la dejó ir.
-Te amo. ¿No significa eso nada para ti? -preguntó ella con un hilo de voz.
-Gracias por tu amor -dijo él tomando los papeles que le había quitado y se puso a ordenarlos-. Estoy seguro de que tiene el mismo valor que hace cuatro años.
El tono de sutil sarcasmo y su actitud altiva le llegaron al alma.
-Ya no somos los mismos que hace cuatro años. ¡Danos una oportunidad! -rogó ella.
La miró con unos ojos neutros en los que no reconocía los de su pantera.
-Tengo que leer estos informes.
La primera noche a su llegada a Zulheina, se sintió tentada de dormir en su propia habitación, dolida e insegura de si sería bienvenida en el lecho común. Pero en vez de ello, se cepilló el pelo en el espejo de Edward y se echó en su cama. Y cuando él se estiró para tocarla, ella accedió. Allí, sí conectaban. El sexo que compartían siempre era salvaje, apasionado. Mantenía las esperanzas de Bella porque tenía que haber algo más que lujuria en él para tocarla como lo hacía y susurrarle «Eres mía, mi Bella» cuando la penetraba con intensidad.
Una semana después, Bella estaba sujetando con alfileres una prenda que estaba confeccionando y se estiró para tomar las tijeras.
-Me gustaría hablar contigo, esposa mía. Sorprendida, dejó caer los alfileres que sujetaba en la boca.
-Me voy a París una semana.
Edward ocultó con maestría cualquier fuego que el beso de Bella pudiera haber encendido en él, si era que lo había hecho.
-¿Cómo? -Bella no podía ocultar su sorpresa-. ¿Cuándo? -dijo con los puños apretados.
-Dentro de una hora.
-¿Por qué no me lo has dicho antes?
-No tengo por qué decirte esas cosas.
-¡Soy tu mujer!
-Sí. Y te quedarás en tu sitio.
La inesperada reprimenda la golpeó como una bofetada. Inclinó la cabeza e inspiró profundamente.
-Sabes que algunos de los diseñadores franceses más importantes están organizando desfiles esta semana. Si me lo hubieras dicho antes, podría haber ido contigo.
Bella sabía que Edward necesitaba hacer gala de su control sobre las cosas, y hasta podía comprenderlo, pero nunca la había tratado con tanta dureza, como si no le importaran lo más mínimo sus sentimientos. No sabía que lamentara tanto lo ocurrido en Zeina.
-No, Bella. No puedes salir de Zulheil.
-No confías en mí, ¿verdad? -dijo ella frunciendo el ceño-. ¿Qué esperas que haga, eh, huir a la primera oportunidad?
-Puede que me comportara como un idiota una vez, pero no me dejarás en ridículo por segunda vez -contestó él con un gruñido-. Ya no me puedes controlar, como seguramente esperabas, y no tengo la intención de dejar que lo vuelvas a hacer. Y como lo sabes, puede que quieras huir. Tampoco tengo la intención de perderte.
-Te amo -dijo ella sacudiendo la cabeza en señal de negación, pero él no la soltó-. ¿No sabes lo que eso significa?
-Significa que puedes volver la espalda y huir en cualquier momento -contestó él en tono seco.
-¿Cuánto tiempo seguirás comportándote de esta manera? -le preguntó desesperada-. ¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome? ¿Cuándo terminará tu venganza?
-No hago esto para castigarte. Para querer vengarme, tendría que sentir algo más que lujuria, y no lo siento. Eres para mí una posesión, de gran valor, pero no irremplazable.
Bella se puso lívida. No podía articular palabra. Le sangraba el corazón. En un intento desesperado por ocultar su angustia, se mordió las paredes internas de la boca tan fuerte que le sangraron, y esperó a que su suplicio terminara.
-Voy a París por cuestiones de estado. Jasper sabe cómo ponerse en contacto conmigo -añadió.
Bella guardó silencio, apenas si podía oírlo a través del zumbido en sus oídos. Cuando este inclinó la cabeza y le dio un posesivo beso en los labios, ella lo aceptó con desgana.
-No te opondrás a mí -le susurró junto a los labios porque conocía sus puntos débiles. Ella no se opondría. No cuando llevaba tanto tiempo deseando estar con él.
Cuando se retiró, un frío aire de satisfacción brilló en sus ojos.
-Puedo hacer que jadees por mí siempre que quiera, Bella, así es que no intentes manipularme con tu cuerpo. Me iré en cuarenta minutos -y diciendo eso se levantó y salió de la habitación.
Edward no sabía cuánto tiempo estuvo allí sentada, incapaz de moverse. Le dolía demasiado el alma para sentir nada más que dolor. Cuando finalmente se levantó y se dirigió hacia la puerta acristalada que daba al balcón sobre los jardines principales, vio a Edward entrando en su limusina oficial.
A punto de sufrir una crisis nerviosa, salió corriendo por los pasillos rogando por no encontrarse con nadie; entró en el jardín privado y se escondió bajo las ramas colgantes del árbol, llenas de flores azules que le proporcionaron un refugio aromático; en el que tratar de olvidar su tormento.
Había creído que podría amar a Edward lo suficiente para hacer que le correspondiera, una chica a la que nunca nadie había querido. Bella se preguntaba si sólo se había casado con ella para humillarla, para castigarla. La noche cayó pero ella no se daba cuenta. Había expulsado todas las lágrimas que tenía dentro, pero el dolor no desaparecía.
De pronto, la invadieron los recuerdos de aquel terrible día muchos años atrás, cuando sólo era una niña, en que descubrió la verdad que se cernía sobre ella de labios de su tía. La que creía ser su madre era en realidad su tía y la había adoptado a cambio de dinero. Ese día, Bella se vio golpeada por el hecho de que los cuidados que había recibido en su vida habían estado pagados de antemano. Tantos años después, seguía sin ser amada, sin ser querida.
Al día siguiente, Bella decidió que no ganaría nada llorando todo el tiempo por algo que no podía cambiar. A pesar de que el peso seguía allí presente, se obligó a meterse en su habitación de trabajo y a tomar las tijeras. Una hora después, sonó el teléfono, pero no le hizo caso. Al momento, alguien llamó a su puerta.
-¿Señora?
-¿Si,? -le dijo a la sirvienta.
-El Jeque Cullen quiere hablar con usted.
La garganta se le cerró al oír su nombre. Pensó en pedirle que le dijera que estaba ocupada pero eso sería mentir y, al pensar en las consecuencias, decidió acceder.
-Por favor, transfiere la llamada a este teléfono -dijo señalando el aparato que estaba junto a la puerta.
La empleada asintió y salió de la habitación. El teléfono sonó segundos después. Bella se levantó y se acercó. Tomó el auricular... Y colgó. Con el corazón latiendo desbocado, salió corriendo por el pasillo hacia su habitación y desde allí al jardín. El teléfono volvió a sonar cuando salió pero ella se escondió tras el árbol.
Una hora más tarde, salió del jardín y volvió a la habitación de trabajo. Había un mensaje en la mesa, junto al teléfono. Lo tomó con manos temblorosas. Decía que llamara a Edward al número que se indicaba.
-¡Vete al infierno! -gritó arrugando el papel y tirándolo a la papelera, y se puso a trabajar en el corpiño que estaba confeccionando.
Edward colgó el teléfono por cuarta vez. Lo molestaba aquella rebelión por parte de su mujer, pero otra emoción mucho más profunda amenazaba con salir a la luz: la que le impedía olvidar el dolor que le había causado la última vez que habían hablado.
Después de tanto tiempo, la ira y el dolor que había controlado sin piedad durante años habían conseguido salir de la prisión que los atenazaba. Cuando Bella le había declarado su amor, se sintió como si le abriera las heridas que apenas si había conseguido cerrar. El dolor casi insoportable se había alzado por encima de una necesidad que no quería aceptar. Le había hecho decir cosas que no debería haber dicho.
Pero Bella no le tendría rencor. En cuanto hablara con ella, todo volvería a la normalidad, y la próxima vez que levantara el teléfono, hablaría con ella.
Bella se sentía como si se estuviera preparando para una lucha a vida o muerte. Había ignorado a Edward durante dos días. Edward le había dado un fuerte golpe que la había hecho despertar a la cruda realidad de que el hombre al que amaba no era el hombre con quien se había casado.
No estaba segura de si amaba a aquel hombre pero su furia se negaba a que la siguieran ignorando. La siguiente vez que Edward llamara, obtendría respuesta. Y la llamada llegó en la madrugada. Descolgó el teléfono al segundo tono.
-La posesión da gran valor al habla -dijo sin pensar. Quedó horrorizada, pero orgullosa de sí misma.
Un silencio absoluto llegó del otro extremo de la línea.
-No me hace gracia, Bella -dijo finalmente-. Estás siendo muy obstinada.
-Sí.
-¿Qué esperabas cuando regresaste? -preguntó Edward con un hilo de rabia bajo el estudiado autocontrol-. ¿Que nada habría cambiado? ¿Que te entregaría mi confianza sin más?
-No. Esperaba que me hubieras perdonado -era una cruel verdad-. Pero no lo has hecho. Me tomaste por esposa, y me diste un lugar en tu vida. ¿Cómo te atreves a tratarme como... como un objeto, como si fuera una piedrecita que puedes sacarte de la suela del zapato? ¿Cómo te atreves? -dijo ella con las lágrimas a punto de saltársele por encima de la ira.
-¡Nunca te he tratado así! -contestó él con reprobación.
-Sí lo has hecho. ¿Y sabes otra cosa? No quiero hablar con un hombre que me trata así. Casi podría odiarte. No me llames más. Tal vez cuando llegues a casa me haya calmado, pero ahora, no tengo nada que ofrecerte. ¡Nada! -era el dolor más intenso el que hablaba.
-Hablaremos cuando regrese -dijo él con una nota en el tono que ella nunca había escuchado antes, una nota que no podía comprender.
Bella colgó el teléfono con manos temblorosas, sorprendida de su estallido de rabia. Quería mostrarse beligerante, pero había terminado deshaciéndose de los escudos que protegían su corazón. Ella merecía que la trataran mucho mejor. Podría ser que no la amaran, pero merecía respeto.