Dark Chat

domingo, 16 de enero de 2011

Guerrero del Desierto

Capitulo II

Edward no podía controlar el deseo acuciante, primitivo, de probar el sabor de Bella. Ni siquiera saber que la estaba haciendo sentir abrumada con su presencia y atrapada sin salida podía detenerlo. Trató de ser tierno con su posesión, pero el ansia era demasiada para detenerlo. Entonces las pequeñas y femeninas manos de Bella lo tomaron por la nuca acercándolo hacia ella, incitándolo. El ardiente y doloroso deseo que había sentido dentro durante años escapaba a su control, rogaba ser liberado. Quería comérsela, saborearla.

Pero decidió que no era el momento.

Cuando la tomara, quería que el regocijo durara horas, días, semanas. Pero el deseo tanto tiempo reprimido tenía que ser satisfecho con algo, o explotaría rompiendo las ataduras que él mismo se había impuesto. La ira amenazaba con salir a la luz y fue consciente de ello en el momento en que puso sus labios sobre los de ella. Mataría a cualquier hombre que se hubiera atrevido a tocarla. Nunca la perdonaría si se enterara de que había permitido a otro acariciarla.

Bella era suya.

Y esa vez, no la dejaría escapar.

En sus brazos, Bella temblaba. Recorrió el perfil de sus labios con la lengua y Bella se abrió al instante. Su sabor era como un elixir para Edward, una droga de la que había carecido durante años. Sus sentimientos hacia ella eran salvajes y caóticos como una tormenta del desierto. No se explicaba por qué lo había abandonado ni cómo se atrevía a regresar cuatro años después. En un momento en que Bella dio un grito ahogado en señal de que necesitaba recuperar el aliento, Edward exhaló dentro de su boca, alimentándola al tiempo que la tomaba.

-Nadie te ha tocado -dijo Edward y encontró algo de alivio en ello. No demasiado, pero suficiente para refrenar a la bestia que tenía dentro.

-Y -respondió Bella sorprendida-, nadie te ha tocado a ti.

-Tengo hambre de ti, Mina -dijo Edward sonriendo como un depredador otra vez.

Bella sintió que su cuerpo comenzaba a reaccionar como siempre lo había hecho ante la inquietante sensualidad de Edward.

-¿Hambre?

-Mucha -contestó él al tiempo que le acariciaba el cuello con el pulgar de forma inconsciente, sintiendo la vibración de las cuerdas vocales de Bella cuando esta hablaba.

-Necesito tiempo -dijo ella.

No estaba preparada para enfrentarse al hombre en que se había convertido Edward. Reservado. Hermoso. Magnífico. Furioso.

El levantó la vista hacia ella.

-No. No estoy dispuesto a ser más indulgente contigo.

Bella no tenía respuesta para tan estricta afirmación. Cuatro años antes, Edward se había mostrado gustoso de dejarla hacer a su forma. Ella nunca había tenido que luchar con semejante guerrero. En el pasado, él siempre había sido muy cuidadoso con la inocencia de ella, pero cuando la había tocado, Bella no se había sentido como una libertina. Se había sentido amada. Edward se movió ligeramente dejándola libre pero se quedó a su lado en el coche, con un brazo extendido por el respaldo del asiento.

-Así que has estado estudiando diseño de modas.

-Sí.

-¿Quieres ser una diseñadora famosa? -preguntó él mirándola divertido.

Bella sintió que se le erizaba el cuerpo. Estaba acostumbrada a que su familia se burlase de sus sueños, pero nunca lo habría esperado de Edward.

-¿Te parece divertido? -dijo Bella tratando de fruncir el ceño ante los rasgos salvajemente masculinos de Edward.

-Guarda tus uñas, Mina. Simplemente no puedo verte diseñando esas cosas ridículas que se ven en las pasarelas. ¿Tus vestidos no serían transparentes, de esos que muestran al mundo tesoros femeninos que sólo un esposo debería ver?

Bella se ruborizó ante la mirada ardiente de él, ridículamente complacida porque no se estuviera riendo de ella.

-Dime -ordenó a continuación.

-Quiero diseñar modelos femeninos -dijo ella-. En estos tiempos, los diseñadores parecen tener una macabra idea de la forma de la mujer. Sus modelos parecen simples sayas que no muestran las curvas femeninas.

-Ah -dijo él emitiendo un típico sonido masculino.

-Ah, ¿qué? -preguntó ella alzando la vista para mirarlo.

Edward pasó una mano en actitud posesiva sobre el abdomen de Bella y esta dio un grito ahogado.

-Tú tienes muchas curvas, Mina.

-Nunca dije que fuera una sílfide.

El tibio aliento de Edward junto a su oreja la sobresaltó.

-Me has entendido mal, A mí me encantan esas curvas. Será muy cómodo para mí apoyarme en ellas.

El dolor incisivo dio paso a una turbación extrema y después a un deseo arrebatador. Ciega por el anhelo apenas si pudo terminar de decir lo que estaba explicándole sobre la moda.

-Quiero diseñar prendas hermosas para mujeres de carne y hueso.

Edward la observaba con expresión contemplativa.

-Te permitiré continuar con ello.

-¿Me permitirás continuar con mi trabajo?

-Necesitarás hacer algo cuando yo no esté contigo.

Bella emitió un pequeño grito de frustración y se agitó inquieta hasta que finalmente su espalda quedó pegada a la puerta y desde allí le lanzó una mirada fulminante.

-¡Tú no tienes ningún derecho a permitirme hacer nada! -dijo ella señalándolo con el dedo índice.

-Al contrario -dijo él cazando al vuelo su mano-, tengo todo el derecho -finalizó y el tono helado de su voz la detuvo-. Ahora eres mi posesión. Me perteneces. Y eso significa que tengo derecho a hacer contigo lo que me plazca.

Esa vez no había humor en su expresión; aquel hombre no era ni la sombra del que ella había conocido años atrás.

-Y harías bien en no provocarme. No tengo intención de ser cruel, pero tampoco seré tu muñeco por segunda vez -añadió.

Tras un momento de estupor, Edward la soltó y volvió a sentarse frente a ella. Bella entonces trató de recuperar la compostura y se giró hacia la ventana. No dejaba de preguntarse si habría sido ella la culpable de tan horrible cambio. Espontáneamente recordó la forma en que él le había ofrecido refugio en sus brazos cuando ella había corrido hacia él asustada por el ambiente sofocante de su casa.

"Ven a casa conmigo, mi Bella. Ven a Zulheil». «¡No puedo! Mis padres...».

«Ellos solo quieren capturarte. Yo te haría libre». Era una terrible ironía que ese mismo hombre que una vez le prometiera la libertad quisiera en ese momento encerrarla.

-Tenía solo dieciocho años -exclamó Bella de pronto.

-Pero ya no los tienes -dijo él con tono peligroso.

-¿No puedes entender lo que tuve que soportar? -preguntó Bella en tono suplicante-. Se trataba de mis padres y hacía solo seis meses que te había conocido.

-Entonces por qué... -se detuvo-. Sí... ¿por qué jugaste conmigo? Acaso te divertía tener a un miembro de la realeza árabe a tu entera disposición?

Ella nunca lo había tenido a su entera disposición. Con dieciocho años tenía aún menos confianza que sí misma que en esos momentos, pero él siempre la había hecho sentir... importante.

-¡No! ¡No! No fue así...

-Es suficiente -interrumpió él con una voz afilada como una navaja-. Lo cierto es que cuando tu familia te pidió que eligieras, tú no me elegiste a mí. Y ni siquiera me lo dijiste para que pudiera luchar por nosotros. No hay nada más que hablar.

Bella guardaba silencio. Sí, todo eso era cierto. ¿Cómo podría hacer que un hombre como él comprendiera lo que había sido para ella? Nacido entre un halo de poder, Edward nunca había sabido lo que era que alguien lo aplastara y lo menospreciara hasta hacerle perder la propia voluntad. Su padre le había prohibido ver a Edward, incluso la había amenazado con desheredarla. Ella le había suplicado de rodillas pero él la había hecho elegir.

"El árabe o tu familia».

Su padre siempre había llamado a Edward «el árabe", No era una cuestión de racismo sino algo mucho más profundo. El motivo era que sus padres querían que Edward se casara con Jesica.

La hermosa Jesica siempre había deseado ser una princesa, y todo el mundo había dado por hecho que ocurriría. Excepto que, cuando Edward apareció en su casa, se fijó en Bella, la hija que no era más que causa de vergüenza para su familia.

-¿Habéis implantado ese sistema de riego? -dijo ella con un tono debilitado por el dolor. Se habían conocido en una visita de Edward a Nueva Zelanda para aprender el funcionamiento de un revolucionario sistema de riego descubierto por una familia vecina de la de ella.

-Lleva tres años funcionando perfectamente.

Ella asintió con la cabeza y la apoyó después en el respaldo del asiento. Con dieciocho años había hecho la elección incorrecta asustada ante la idea de perder a las únicas personas que podrían aceptarla con todas sus imperfecciones. En ese momento pensaba que, una semana antes, había vuelto la espalda a esas mismas personas para aventurarse a la recuperación del amor verdadero que había sentido por Edward.

Lo único que Bella poseía en el mundo eran su determinación y un profundo amor que nunca había muerto, pero que no podía decir lo mismo de Edward. Que este sintiera lástima sería aún peor que su furia.

-Estamos llegando a Zulheina, si quieres mirar.

Bella apretó el botón elevalunas con el codo y la ventanilla bajó. El aire cálido penetró en el coche acariciando sus mejillas heladas.

-Dios mío –susurró Bella ante el paisaje que la alejó por completo de su agonía.

Zulheina era una ciudad de leyenda. Muy pocos extranjeros habían tenido la oportunidad de penetrar en el santuario de Zulheil. Los negocios normalmente se desarrollaban en una ciudad mayor situada al norte llamada Abraz. Bella se dio cuenta en ese momento por qué la gente de Zulheil guardaba ese lugar con tanto celo. Era absolutamente grandioso.

Innumerables minaretes de aspecto frágil apuntaban a los cielos hasta casi rozar el azul con la punta. El río que atravesaba Zulheil llegaba a Zulheina en forma de cascada de espuma. Los mármoles blancos de los edificios de la ciudad reflejaban la belleza cristalina del agua.

-Parece salido de un cuento de hadas -comentó Bella fascinada por la forma en que el agua fluía bajo ellos mientras atravesaban el puente que daba acceso a la ciudad.

-A partir de ahora será tu hogar -dijo Edward y sus palabras sonaron como una orden.

Los olores más extraños y maravillosos mezclados con la cálida brisa invadieron sus sentidos. Los sonidos flotaban también en el ambiente vagando entre los colores intensos del mercado que iban atravesando.

De pronto, unos dedos le apresaron el brazo. Sorprendida, Bella miró a Edward. Sus ojos verdes le ocultaban toda emoción que pudiera sentir.

-Te acabo de decir que este es ahora tu hogar. ¿No tienes nada que decir al respecto?

Bella pensó en sus palabras. Su nuevo hogar. Nunca antes había tenido uno. Entonces lo miró con luminosa sonrisa.

-No tendría ningún problema en llamar a este lugar mi hogar -contestó Bella y creyó ver que la pantera se relajaba un poco. En ese momento vio algo por el rabillo del ojo que la hizo dar un grito ahogado-. No puedo creerlo. No puede ser cierto -exclamó Bella ignorando la mano que la apresaba aunque sin hacerle daño, y sacó la cabeza por la ventana para ver mejor.

Ante sus ojos se alzaba una edificación de apariencia frágil como nunca antes había visto. Parecía estar hecha de jirones de niebla y gotas de agua, hasta tal punto llegaba la perfección de las paredes talladas. La roca de un blanco transparente de las paredes refulgía con una luminiscencia de un tono rosa pálido que la dejó petrificada. Se volvió hacia Edward con los ojos desmesuradamente abiertos olvidando que este estaba furioso con ella.

-Juraría que ese edificio está construido con Rosa de Zulheil! -exclamó Bella asombrada.

Aunque Zulheil era un pequeño país del desierto era una tierra rica que producía no solamente petróleo sino un tipo de roca de gran hermosura llamada Rosa de Zulheil. Una roca cristalina asombrosa que escondía en su interior una llama de color rojo fuego la convertía en la gema más rara del planeta, y solo podía encontrarse en Zulheil.

-Si sigues abriendo los ojos de esa manera, mi Bella le harán la competencia al mismo cielo -bromeó Edward.

Bella olvidó el asombroso edificio al oír el tono humorístico pero sereno de Edward. Parecía que había decidido hacer a un lado su furia, de momento.

-Este es tu nuevo hogar -añadió.

-¿Qué? -preguntó ella perdiendo la compostura que tanto le había costado controlar.

Edward miró el rostro exaltado de Bella con un interés divertido.

-El palacio está, efectivamente, construido con Rosa de Zulheil. Ahora ya ves por qué no dejamos que los extranjeros entren en la ciudad.

-No me extraña -contestó ella y diciéndolo se inclinó hacia delante. Al hacerlo, puso, de forma inconsciente, las manos en las rodillas de él para guardar el equilibrio-. Sé que esa roca es más dura que el diamante e impenetrable, pero ¿no tienta a los habitantes a llevarse pequeños trozos?

-Los habitantes de Zulheil son felices y se sienten cuidados. No tienen la necesidad de perder su lugar dentro de nuestra sociedad por una cuestión de dinero -contestó él con voz dura-. Y el palacio se considera un lugar sagrado. El fundador de Zulheil lo talló en ese mismo sitio a partir de una única roca. Nunca en la historia de nuestra tierra se ha vuelto a descubrir un yacimiento igual. Se cree que mientras el palacio permanezca en pie, Zulheil será próspera.

Los poderosos músculos del hombre se flexionaron bajo los dedos de Bella y esta alzó de golpe la cabeza. La sangre corrió veloz por sus venas tintando sus mejillas de un rojo brillante. Avergonzada, retiró las manos y volvió a su sitio.

-Eso, Mina -dijo Edward al detenerse en el patio interior del palacio-, puedes hacerlo siempre que quieras.

La mezcla de turbación y deseo la hizo murmurar:

-¿A qué te refieres?

-Tocarme.

Bella quedó sin aliento. Cuando tenía dieciocho años, Edward había sabido que tenía que esperar a tener intimidad con ella, pero ya no iba a ser tan paciente.

Salieron del coche en el corazón mismo del complejo palaciego, un jardín exuberante protegido del exterior por unos altos muros de Rosa de Zulheil. Desde donde se encontraba, Bella pudo ver un granado cargado de frutos en un extremo del jardín. En el otro, dominaba una enorme higuera. Vibrantes de color y brillo las flores se extendían cubriéndolo todo como una alfombra viviente.

-Es como una página de las Mil y una noches hecha realidad -dijo Bella que esperaba la aparición, de un momento a otro, de un pavo real.

-Abrimos estos jardines al pueblo todos los viernes. Aprovecho ese momento para ver a aquellos que quieran hablar conmigo.

-¿Así sin más? -preguntó ella sorprendida.

Edward estaba junto a Bella tomándola fuertemente de la mano, pero en ese momento cambió ligeramente de posición y se puso enfrente hasta cubrirle casi todo el campo de visión.

-¿Acaso no apruebas que quiera hablar con mi pueblo? -preguntó Edward. La luz brillante del sol hacía relucir su pelo cobrizo como si fuera de diamante.

-No es eso. Según he leído, tu pueblo te adora -dijo ella y se detuvo girando un poco la cabeza para no enfrentarse a los ojos verdes-. Estaba pensando en tu seguridad.

-¿Me echarías de menos, mi Bella, si me ocurriera algo? -la pregunta escapó al férreo control de Edward, traicionando unas emociones que no quería reconocer que sentía.

-¡Vaya una pregunta! Pues claro que te echaría de menos.

Aun así, cuatro años antes ella se había alejado de él sin mirar atrás mientras su corazón sangraba sin control.

-Siempre se ha hecho así. Zulheil es pequeño pero próspero y solo seguirá siendo así si su pueblo está contento. Nadie me haría daño porque saben que siempre los escucharé.

-¿Y qué pasa con los extranjeros? -preguntó ella. Edward fue incapaz de evitar una sonrisa al ver en la expresión resuelta de Bella a la jovencita que le había robado el corazón.

-Si algún foráneo entrara en nuestra tierra lo sabríamos al momento.

-El chófer trató de convencerme de que esta limusina era un taxi -dijo ella lanzando una risa suave, ligera como el amanecer del desierto.

Al escuchar el cálido sonido, algo en el interior de Edward comenzó a despertar. El alma le había dolido por ella durante mucho tiempo. Pero él aplastó el intento con una determinación férrea. Esta vez no le daría a Bella ni su confianza ni su corazón. No cuando las cicatrices de las heridas que le había infligido en el pasado aún no habían cerrado.

-Tyler es un buen chófer, pero no el mejor de los actores -dijo él alzando la vista al oír pasos que se acercaban.

-Su Alteza.

Unos familiares ojos azules lo miraban con desaprobación aparente. Edward no parecía preocupado. Jasper podía mostrarle su ira a veces, pero acallaría sus dudas debido a la gran lealtad que le profesaba.

-Recordarás a Jasper -dijo Edward al tiempo que hacía un gesto de asentimiento con la cabeza hacia el jefe de sus consejeros, y su mejor amigo, haciendo que la mujer se volviera hacia este.

-Claro. Me alegra volver a verte, Jasper.

Jasper hizo una pequeña reverencia sin abandonar su postura rígida y formal.

-Señora.

-Por favor, llámame Bella.

Edward sintió que la espalda de Bella era muy frágil bajo su contacto. No luchó contra el fiero deseo protector que lo invadió. Por muy furioso que estuviera con ella, Bella era suya y la tenía que proteger. Suya.

-Jasper no aprueba mis planes en lo que respecta a tu persona, Mina -dijo él y sus palabras fueron como una sutil advertencia.

-Su Alteza, me gustaría hablar con usted -Jasper parpadeó en señal de entendimiento con Edward pero no abandonó su postura rígida-. Su tío y su séquito han llegado, así como el resto de los invitados.

-Y solo me llama «Su Alteza» para molestarme -murmuró Edward-. No es así cómo me llama mi pueblo.

Le costaba esfuerzo mantener el tono tranquilo después de escuchar el mensaje de Edward. La llegada de los invitados a la ceremonia que tendría lugar esa misma noche le recordaba que sus planes estaban un paso más cerca de hacerse realidad.

Jasper suspiró y se relajó, incapaz de continuar comportándose de forma tan extraña.

-Así que finalmente lo has hecho -dijo clavando los ojos en Bella-. ¿Sabes que lo que tiene intención de hacer?

-Sabe lo suficiente -dijo Edward a modo de seca advertencia.

Jasper no hizo sino alzar una ceja y se retiró. Se quedó un paso por detrás de ellos dos mientras que entraban en el palacio.

-¿Qué es lo que has planeado? -preguntó Bella.

-Te lo contaré más tarde.

-¿Cuándo?

-Bella -su tono tranquilo pero implacable siempre ordenaba obediencia.

-Edward -escuchar su nombre fue del todo inesperado para este y al detenerse y volver la mirada se encontró con Bella, que lo miraba con el ceño fruncido.

La risa entre dientes de Jasper suavizó la situación y tuvo que Bella ya no era la frágil niña que recordaba.

-Veo que ha crecido. Bien. No será fácil controlarla. Tú solo podrías dominarla si fuera débil.

-Hará lo que yo diga.

Bella quiso protestar por la forma en que hablaban de ella como si no estuviera presente, pero la expresión sombría de Edward la hizo desistir de su idea. Había gastado bromas con ella en la última parte del trayecto, pero el hombre que estaba delante de ella era el Jeque de Zulheil y, para ella, un total desconocido.

El interior del palacio era sorprendentemente cómodo, sin excesos. La luz penetraba a través de cientos de pequeñas ventanas horadadas en la piedra, bañando de claridad las estancias. A pesar de ser una maravilla, verdaderamente parecía un hogar. Bella seguía observando anonadada la maravilla que la rodeaba cuando una mujer vestida con un vestido largo hasta los pies y un velo verde claro apareció junto a ella.

-Ahora irás con Alice –decretó Edward al tiempo que le soltaba la mano y le daba un beso en la muñeca, sin dejar de mirarla a los ojos.

Bella sintió que la sangre corría frenética por sus venas ante el efecto de aquella sencilla caricia.

-Te veré dentro de dos horas –añadió antes de marcharse por el pasillo con Jasper.