lunes, 7 de diciembre de 2009
Fan Art de Rob
Publicado por anita cullen en 15:13 1 comentarios
GHOTIKA
Buen dia mis angeles hermosos!!! ya se acerca el final del fic este es el penultimo cap , llorare ,bueno aqui se los dejo , por fiss dejen suss comentariios si sean buenas.
les mando mil besitos
Angel of the dark
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Ocurra lo que ocurra, aún en el día más borrascoso las horas y el tiempo pasan
W. Shakespeare
Capítulo 32: Tiempo
–Nunca había conocido a un vampiro tan más estúpido – se mofó Azael, mientras caminaba hacia él, dando pasos desinteresados y burlescos, haciendo perfecto juego con su mordaz mirada y sarcástica sonrisa – Mira que venir solo a la boca del lobo no es digno de alguien con buen raciocino
–¿Dónde está Bella? – gruñó, desplazando su cuerpo al son de los movimientos de su enemigo. Preparado para cualquier ataque.
–Ella ni si quiera sabe que estas aquí; pero, para que veas que aprecio el valor que has tenido al venir a enfrentarte, solo, contra mi familia, por el simple hecho de salvarla (algo que no pasará), tendré la bondad de que la veas a través de mis pensamientos.
Edward clavó su negra mirada en él, sabiendo perfectamente que detrás de todas esas palabras había algo oculto, algo que, seguramente, no sería nada bueno. Pero el deseo de verla, de comprobar que estaba viva, pudo más que cualquier otra razón. Así que, cuando Azael se acercó tres pasos más hacia el frente, Edward penetró en sus pasamientos a través de su mirada enrojecida.
El vampiro de cabellos cobrizos gimió ante la lluvia de imágenes que se le presentaron y, cuando quiso desviar la vista hacia otro lado para deshacerse de ellas, Azael lo tomó por los hombros, sonriendo despiadadamente, pues su plan había salido a la perfección.
–¿Tan pronto te aburriste de ver a tu amada? – preguntó, recordando, con detalle, cada una de las veces que había visto a Bella.
Demasiado tarde era ya. Edward no pudo evitar seguir mirando en la mente de aquel maldito ser que, con exagerada precisión, pintaba en su memoria el rostro de Bella, el cual, tal vez, para muchos podría pasar como el semblante de una persona seria y no encontraría nada más. Pero Edward, él que tan bien le conocía, se sumergió en el sufrimiento que esas pupilas rojizas intentaban esconder. ¡Cuánto hubiera, en ese momento, deseado el no haber aprendido a descifrar el brillo inmortal de esa mirada! Al menos, así, aquella zozobra tan enfermiza y descuartizadora no se hubiera sembrando tan profundamente en su alma.
–Espera, espera, espera – le dijo Azael, quien gozaba enormemente el daño que hacía, alejando las manos de su cuerpo para no seguir desvaneciéndolo – Aún no es momento para que te debilites, amigo mío. Lo mejor está por venir – advirtió, esbozando una sonrisa maligna justo en el momento que recordaba, de manera lasciva, cada movimiento que había dado dentro de Bella.
Edward jadeó fuertemente, manifestando de esta manera cuán enérgicamente le había castigado aquel recuerdo. Y no era el orgullo lastimado de un hombre que no ha podido disfrutar, primero que nadie, el sabor de su amada, lo que le aniquiló toda el alma.
No...
Que Bella se entregara a cuantos tantos quisiera. Eso no le importaba si ella era feliz; pero era su rostro, la forma en que sus labios se habían fruncido, plañendo en silencio, el forcejeo que su cuerpo hizo para intentar impedir lo que estaba sucediendo y la forma en que su ceño se arrugó cada vez que ese animal osó en acariciarle y besarle, lo que le laceró cada milímetro de su piel. Fue ese lamento silencioso que sus ojos mostraron cuando Azael terminó y se alejó de ella, ese pequeño estiramiento de sus labios hacia abajo, ese maldito dolor que sólo él podía descodificar, lo que le encogió de pena.
Si Edward se pudo mantener de pie, fue solo por el deseo enardecedor de matar a ese protervo rufián que tenía enfrente, deleitándose ante lo que su maldad había creado.
–Te ves mal – apuntó Azael, con burla – pensé que verla te alegraría
–Te voy a matar – siseó Edward, con los puños acomodados a su costado – Te voy a matar como el animal que eres.
–Inténtalo – tentó el otro vampiro, estando perfectamente consiente de que casi todas las fuerzas de su enemigo habían sido absorbidas por él - ¡Vamos! ¡Hazlo! ¡Atácame!
Y Edward, movido por la bestial cólera, se lanzó a él, con tanta velocidad que se volvió borroso e impredecible ante los ojos del contrincante, dándole a éste un fuerte impacto que le arremetió contra las paredes que se levantaban sobre el castillo. Azael sonrió de manera socarrona, intentando ocultar la humillación le daba el tener que reconocer que aquel enfurecido inmortal podría llegar a ser más fuerte que él, de no tener la ventaja de debilitarle con sus manos.
–Aún si me matarás, ella ya fue mía – le recordó, propinándole a Edward una enérgica patada directa en el estomago que lo tiró al suelo – Nada puedes hacer para cambiar esa realidad – agregó, pisándole una de sus piernas, logrando que el chasquido de sus huesos al romperse se alzara por el viento, llegando hasta los sentidos de Bella que, al escucharle, respingó y caminó hacia la ventana, movida por el certero presentimiento de que ese ser, al que tanto amaba, podría estar cerca.
–¿Tuya?
La duda se disipó al momento de agudizar sus oídos y reconocer aquel sonido suave y angustiado
– Ella jamás será tuya. El alma no se compra ni se vende; pero es imposible que lo entiendas
–Y no me interesa entenderlo. Me importan poco esos conceptos tan inútiles de la paciencia, la bondad y el sacrificio que, según, van ligados al absurdo sentimiento que se hace llamar “amor”. Todo eso son sólo creencias de mentes débiles, humanas.
Bella corrió fuera de la habitación, arrojando lejos a los que se interpusieran en su camino. Ignorando la posibilidad de la muerte tan segura que se avecinaba. Lo única necesidad que tenía en ese preciso momento era de comprobar que, efectivamente, Edward estaba vivo. Podía morir plena, si su última visión era la de su glorioso rostro pintado en mármol. Corrió por los pasillos que, pese a su naturaleza de vampiro, le resultaron largos e interminables.
–Déjenla que se acerque – ordenó Azael al escucharle venir. Los vampiros que pretendían capturarle, se hicieron a un lado, obedeciendo las órdenes de su señor.
Bella salió disparada hacia aquel oscuro callejón y su mirada buscó, desesperadamente, aquel par de ojos dorados por los cuales vivía. Los encontró ahí, a pocos metros de distancia, pues Azael la capturó entre sus brazos antes de que pudiera dar un paso más.
–Bella
–Edward
Susurraron ambos al reencontrarse. Con las miradas unidas en la distancia y con una serie de emociones que se colisionaban entre sí. Volviendo el momento hermoso, trágico, terrible, doloroso, reconfortante... Evocando cada segundo, pasado en las semanas, que fueron hijas de los meses en los que estuvieron separados. El verse, el contemplarse de nuevo, era como cerrar una herida que se abría cada vez más en su muerto corazón. Qué hermosa era ella para los ojos de él. Aún con la roja mirada destilando aquella amarga pesadumbre, aún con los cabellos alborotados y la actitud frágil, parecía una diosa oscura que no le era permitida tocar.
–Edward – repitió Bella, intentando dar un paso hacia él y siendo retenida, de manera violenta, al instante.
El vampiro gruñó fuertemente, recordando que esas manos, que ahora le sostenían, habían osado en hacerle daño de la peor manera.
–¡Suéltala! – bramó, sacando de la garganta de Azael una risa socarrona.
–¿Por qué habría de hacerlo? – contestó éste, acercando sus labios al cuello de la morena y apretando sus manos a su pequeña cintura – Si se siente tan bien estar así... ¿No lo crees, Bella?
La vampira respondió con una aguda expresión de repulsión y un fuerte codazo dado en el estomago de aquel sucio ser, el cual pareció no verse nada alterado por la agresión.
–¡Vengan por ella! – dijo y, al instante, varios vampiros estuvieron a su lado, tomándola y arrastrándola hacia adentro.
Edward intentó impedirlo, pero Azael arremetió contra él con furia brutal. No lo iba a aceptar, pero le ardía la sangre de envida ante lo evidente que era el amor que Bella tenía hacia él. Un amor que jamás sería suyo.
–¡Ella es mía! – Bramó, apretando sus manos al cuello del muchacho que, incansablemente, llamaba a la mujer que, en es momento, estaba siendo encadenada - ¡¿Quieres que te lo muestre otra vez?! – preguntó, sin esperar respuesta, volviendo a transmitir sus lúbricos recuerdos que se formaban como llamas de infierno para el lector de mentes que suplicaba interiormente por no ver más.
Edward recibió golpe tras golpe cuando el cobarde enemigo se hizo de dos aliados más. Quedó tendido sobre el suelo, casi sin poder moverse. La inmortalidad nunca antes se le hizo tan irónica, ¿Le habían dicho alguna vez que era invencible? Estaba seguro que más derrotado no se podía encontrar en ese momento. Estaba completamente aniquilado. Destrozado interiormente. Sintiendo dolor por todas partes...
–Esperen – frenó Azael, cuando sus otros acompañantes tomaban al chico de las extremidades, dispuestos a desmembrarlo en ese preciso momento – Déjenlo. Aún no es tiempo para que muera.
Los monstruos asintieron a regañadientes, y se retiraron, obedeciendo a la orden dada por su “amo”.
Edward sintió, en medio de su turbación, que su cuerpo era jalado hacia arriba, a través de sus cabellos, y después arremetido contra la pared, formando varias grietas en ésta a causa del impacto.
–No, aún no puedes morir – volvió a repetir Azael, enterrando las uñas en su cuello. Edward apretó los puños para reprimir el sonido de desgarrador dolor que su garganta quería expulsar e intentó defenderse con una patada, la cual, debido a lo débil que se encontraba, fue esquivada con suma facilidad. Otro impacto contra la pared fue lo que recibió como compensación – Sé que estas sufriendo – agregó el despiadado vampiro – Sé que el no tenerla cerca, el saber que se encuentra a mi lado y que la puedo tener cuando quiera, te lastima más a que te arrancara, pedazo tras pedazo, toda tu piel. Si te mato ahora, lo más posible es que te haga un favor. Y yo no le hago favores a nadie, mucho menos a mediocres que, por creer estar enamorados, vienen a sacrificar su insolente vida. Si te dejo vivir un poco más, si permito que sea tu mente la que te atormente y te aniquile con el recuerdo de las imágenes que te he creado, esa sería mi mejor venganza y mi mejor forma de ganar.
Lo arrojó varios metros lejos de él y entonces rió.
–¡Ve y conoce el infierno, amigo mío! – exclamó, con amargo deleite – ¡Que las llamas de su ausencia te consuman hasta volverte cenizas!
Y dicho esto, él se internó en el castillo. Dejando a Edward encogido de dolor en un solo y oscuro callejón...
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Después de esto, pasaron alrededor de tres semanas más. Edward fue encadenado, tal y como Aro le había prometido. Carlisle no pudo hacer nada para impedirlo y la desesperación y zozobra que su hijo destilaba, llegó a Jasper, atormentándolo más, hasta el punto que sintió enloquecer cierta tarde en que, queriendo hacer lo mismo que su hermano e ir en busca de Alice (sabiendo las nulas probabilidades que había de tener éxito) atacó a los que cuidaban en la entrada.
Al rubio le había sido estrictamente prohibido el visitar a Edward o estar cerca de él. Sabía que su domino de emociones no les ayudaría en nada más que para empeorar la situación y así, teniendo como único consuelo y compañía a su violín, pasaba, después del entrenamiento, justo cuando la hora del crepúsculo caía, tocando infinitamente la misma melancólica pieza que lloraba junto con él, ignorando que Violeta siempre estaba ahí, con sus piernitas pegadas a su pecho y su carita hundida en sus rodillas, sollozando en silencio ante lo insoportable que era ver llegar un anochecer tras otro y no tener a su amado Darío junto a ella.
El tiempo para Alice tampoco transcurría de manera fácil. Ante lo sucedido, (de lo cual ella nada supo) Azael había prohibido cualquier visita a Bella y, como hasta el momento ambas seguían ignorando que Darío se encontraba en el mismo lugar, el sentimiento de soledad se apoderaba de ella con cada segundo que pasaba...
Damián penetró por la habitación, encontrándole con la mirada pérdida en la nada. Su rostro se inclinó hacia abajo al contemplarla así, tan ausente en la hora del crepúsculo que parecía que, justamente en ese momento, su alma abandonaba su cuerpo para huir al lado de él, su enemigo al que tanto odiaba por impedir que ella correspondiera su amor.
Se acercó a la pequeña y tomó su mano entre las suyas. Habían pasado ya tantos meses y no había logrado nada más que verla sufrir cada día un poco más.
–Hola – saludó, con voz suave, logrando que Alice volteara el rostro para verle. El hallarse reflejado en el mar oscuro de sus ojos le llenó de varias emociones encontradas, en las cuales se podía definir la paz, el amor, el sosiego, la inquietud... la culpa – Todos los días, a la misma hora, vienes y te sientas aquí – continuó, aprovechado la oportunidad que le había sido brindada ya que, pocas eran las veces en que ella reaccionara ante el sonido de su voz – ¿Por qué?
–Me hacer recordar – contestó la muchacha, con un hilo de voz.
–¿Qué recuerdas?
–Es muy probable que no lo quieras saber
–Ahora no importa lo que yo quiera o no saber – discutió él, dulcemente, apretando su agarre contra la pequeña manita – si no lo que te haga sentir mejor. ¿Sabes? – preguntó, sin esperar una respuesta – Cada vez se me resulta más insoportable tu angustia. Es como si, con cada día que pasa, se fusionara más con mi cuerpo... Creo que estoy en peligro – sonrió tristemente – Dudo que me convenga el familiarizarme tanto con tu pesar. Temo que un día de estos, también yo lloraré su recuerdo.
Todas esas palabras Alice, aunque no lo diera a saber, las escuchaba de manera atenta. Siempre eran tan cariñosas y amables, que cada vez le costaba menos el convencerse de que el hermoso vampiro de cabellos platinados no era del todo malo.
–¿En realidad está muerto? – se atrevió a preguntar, temerosa por la posible reacción de su acompañante que, para sorpresa suya, sonrió sin diversión y besó su mano.
–Si te respondo, estaré traicionándome a mi mismo – confesó – Aunque, sigue así, mi pequeña, y pronto sacarás de mis labios la verdad.
Damián esperaba que con eso hubiera sido suficiente para disipar las dudas de Alice sobre la muerte de Jasper. ¡Traicionarse! Desde hacía tanto que él había dejado de ser dueño de su persona... Ahora solo esperaba a que aconteciera lo que tuviera que suceder...
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–Oh, mi amor – dijo Mâred, acomodándose sobre las piernas de Darío y recostando su cabeza sobre su pecho, no recibiendo, ni la más mínima señal de aceptación por parte de él, que se encontraba envarado y ojeroso, como una vieja estatua de un pequeño ángel dormido – Otra vez estas pensando en ella, ¿no es así?
Si. Así era. ¿Había algo más que él pudiera hacer, aparte de perderse en el resplandor del rostro de Violeta?
–Mi adorado – continuó la niña, paseando sus manitas por su rostro pálido e inexpresivo y echando hacia atrás algunos negros mechones de cabello que caían sobre su frente – No sabes cuánto me duele verte sufrir por ella; pero dime, contéstame, por favor, ¿Qué es lo que ella tiene para que la ames tanto y no la puedas olvidar? ¿Es acaso más bella que yo? Me puedo pintar el cabello de negro – resolvió, con tono enfermizo y desesperado, mientras se cepilla las hebras doradas con la punta de sus dedos – ¿O es su nombre? ¡Renuncio al mío entonces! Puedes llamarme Violeta, si deseas...
...¿O es acaso el color de sus ojos? ¡Me los arrancaría y me pondría otros iguales solo por ti! – Prosiguió – ¿Es la forma en que te habla? ¿Acaso no soy yo lo suficientemente cariñosa contigo? ¿La forma en que sus labios rozaban los tuyos? – Se acercó para besarle ligeramente – ¿Acaso los míos no trabajan igual de bien? ¡Enséñame cómo hacerlo y veras que no tendrás quejas de mí! Dime, explícame, cómo era ella contigo y yo actuaré de la misma manera para que me ames.
Darío sonrió tristemente, mientras bajaba el rostro para que su mirada grisácea se centrara en el rostro angustiado de Mâred y, al verla ahí, temblando entre sus brazos, se conmovió. Pasó entonces la mano por los rubios cabellos y la dejó reposar ahí, sobre ellos.
–No es que seas, o no, más bella que ella. Mi amor por ella va mucho más allá que una atracción física – respondió, hablando con un hilo de voz – No es el color de su pelo lo que me hace quererla, si no la forma en que estos se movían hacia mí y el pequeño cosquilleo que me daban al topar sus puntas con mi rostro – explicó, perdiéndose en el recuerdo de su pequeña amada – Tampoco son las letras que conforman su nombre, si no la inconsciente devoción con la que mis labios lo pronuncian y lo aclaman...
...Mucho menos es el color de sus ojos, si no el brillo que les caracteriza, esa luz cálida que se funde en mis venas. Tú eres muy cariñosa, Mâred – agregó, sonriéndole de manera amable a la niña que escuchaba atenta cada palabra – Pero ella es... tierna, inocente... buena... es esa parte de bondad que me hacía falta y que ilumino mis noches. Los besos que me da están bañados de dulce ingenuidad, la cual nunca se perderá... Mâred, Violeta es mi vida. La razón que tanto busqué al porqué de ser inmortal la encontré en ella, en la forma de su sonrisa y su alma pura. Tú eres especial, pero hagas lo que hagas, nunca serás como ella y, aún si lo lograras, debes de saber que amaría sólo un reflejo de su imagen y no a ti. Perdóname – pidió, con un doliente suspiró – Yo no podría jamás amarte. Mi corazón esperó, en silencio, décadas enteras por ella, sólo por ella, por Violeta...
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–Sólo un poco – murmuró cierta noche Heidi, mientras se acercaba a Edward para aproximarle el tazón que contenía un poco de sangre – Bebe, o se enfriará – advirtió, con voz cariñosa; más el muchacho no reaccionaba. Era como si todo él estuviera sumergido en un pesado estado de sopor del cual se negaba a salir. Y así era. En su mente solo habitaba aquel tormentoso recuerdo de Bella suplicando por él, mientras las manos de Azael la recorrían...
–Edward – insistió la hermosa vampira – Tiene semanas que no te has alimentado.
¿Semanas? ¿Acaso el tiempo transitaba de manera tan lenta? Él sentía como si hubieran pasado milenios... se sentía viejo, pese a que su cuerpo siempre tendría la apariencia de un joven de diecinueve años. Sentía el alma carcomida, ignorando la cuestión de si, realmente, poseía una o no. El corazón hecho pedazos, aunque éste no palpitara desde hacía décadas.
–Debes alimentarte o nuestros maestros no permitirán que vayas a la batalla – agregó ella, con voz baja y tomando su rostro entre sus manos, para que sus miradas se encontraran.
Fue entonces cuando el rostro de Edward se deshizo de la máscara de inexpresividad para demostrar, en sus negros ojos, un pequeño brillo que no se supo descifrar muy bien.
–Escuché a Aro decirle a Carlisle que mañana te liberarán – le siguió informando mentalmente la muchacha – Atacaran en un par de días... Debes estar preparado para salvarla...
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