Capítulo 20 Viejos Pecados
¿Por qué?,
¿Por qué?,
¿Por qué?, me repetía una y otra vez deslizando mi dedo índice sobre el borde del vaso de refresco que tenía enfrente.
Este hombre será mi perdición agregue a la recriminación, pero no desearlo era imposible.
Edward era mi locura personal, mi debilidad, mi pecado más mortal.
Tienes que ser fuerte, tienes que serlo, tienes que mantenerte alejada de él me repetía mi vocecilla interior, ¿pero cómo se aleja uno de alguien a quien se necesita como el aire para respirar?.
Permanecía sentado y su cuerpo estaba puesto de tal forma que nuestros ojos se encontraban, de hecho aquellos ojos verdes estaban clavados en mí y ese rostro angelical estaba socavando los pocos cimientos de decencia que me estaban quedando.
Tenía su pelo totalmente despeinado y mojado lo que evidenciaba que recién se había levantado, su rostro también me hacía pensar que no se afeitaba al menos en dos, tal vez tres días, la incipiente barba era como un manto perfecto que endurecía sus facciones y estaba volviéndome loca, traía puesta una polera azul, mi color favorito, demasiado ajustada para que fuera legal vestirse así.
Mi madre me miró examinando mis facciones y traté con todas mis fuerzas de guardar la compostura, le di mi mejor cara de santa y sonreí nerviosa.
Y como no estarlo si lo tenía frente a mi incitando las mejores fantasías que mi traviesa y alocada mente podía imaginar.
Desafiando toda lógica pensé en que hacía exactamente dos semanas que no nos veíamos; Ahora estaba ahí frente a mí con esa apariencia de recién levantado que me mataba, estaba socavando mi voluntad de mantener mi postura del no, no estaré contigo, esto no puede ser.
por favor, un poquitito de ayuda con la tentación –
Le supliqué a la nada, más le suplique a él y lo hice porque mirar ese rostro de facciones perfectas, contemplar el movimiento de sus labios cerezas encendidos era suficiente para corromper el temple de la más devota.
Nadie en la faz de la tierra podría resistirse a un hombre así, tan perfectamente deseable.
Gemí lastimosamente mientras tomaba un sorbo de mi refresco en un intento de acallar mis pensamientos.
Aire es lo que necesitas me dije y respiré, no en realidad necesitaba una bolsa de hielo, una ducha helada justo en ese momento.
¡Por favor! Suplique internamente mientras veía como jugaba con su refresco, nuestros ojos se volvieron a encontrar y él parecía disfrutar mi expresión de sufrimiento.
Siempre había sido una niña de pensamientos rápidos y de una imaginación que ya se la quisiera Spielberg, y lo demostró el hecho que no pude evitar fantasear mientras detenía mi mirada en sus manos que sostenían un vaso largo y bien delineado semejante como un cuerpo femenino.
Trague saliva pensando en cómo esas benditas manos podían acariciarme y él noto mi intención porque comenzó a jugar subiendo y bajando sus manos por todo ese cristal.
Apreté mis ojos tratando de controlar mis emociones ¡Maldito! Le grite con la mirada y era increíble porque la fantasía seguía sin yo poder controlarla, me imaginaba sus manos recorriendo cada rincón de mi cuerpo desnudo, imaginaba esos dedos largos y fuertes apretarse en mi cuello, bajando hasta la base de este y deslizándose por mis hombros al tiempo que sus labios tersos me besaban.
Los sentía bajar por mi espalda, llegando hasta mis caderas.
¡Detente! Me grito la voz en mi interior pero yo no quería, no podía detenerme. Seguí imaginando el contacto de sus palmas contra mi piel, casi sentía sus manos en mis caderas, y en ese minuto mi respiración se comenzó a distorsionar, lentamente mis labios se separaron unos centímetros y la lógica me gritaba que estaba en un lugar público, con mi madre y mi hermana frente a mí y que eso no estaba sucediendo pero mi mente estaba demasiado extasiada con la fantasía y no podía terminarla. No quería terminarla.
Sentí sus dedos por la parte baja de mis caderas, bajando lentamente hasta el borde del comienzo de mi falda cuando…
- ¡Ey! Bella, ey! – Sentí que alguien chasqueo los dedos frente a mí y salí de mi fantasía sorprendida y notablemente agitada - ¡Tierra llamando a Bella!
Volvió a gritar mi hermana esta vez con la cara llena de risa y mis mejillas se tiñeron de un rojo furioso. Mi corazón estaba latiendo desbordado, rugía furioso y solo atiene a cerrar mi boca, tragar saliva y tomar un sorbo del refresco que tenía frente a mí.
Además de apoyar mi cabeza contra mi mano acariciando mi pelo ¡Rápido toma agua y bien helada! Me grité a mi misma aún con los ojos brillosos y con la mirada perdida enfoque está en mi familia.
- ¿Qué?
Balbucee roja de la vergüenza y tenía claro que mis manos se habían vuelto sudorosas y todo mi cuerpo estaba a una temperatura anormal para alguien que está sentada en un lugar público, con su madre y su hermana frente a ella. Me morí el labio aún con mi vista perdida en él y sus ojos brillaban como los míos. – Dios por favor un poco de piedad – murmuré para mi interior.
Edward Cullen era mi perdición, era el pecado que me mandaría directo al infierno, pero como me gustaba caer en esas brazas. Caería una y otra vez, casi como una necesidad.
Nada.
Contesté pero a esta altura era demasiado evidente, tenía la boca seca y aún podía sentir las caricias en mi cuerpo, me estremecí comprobando que mi mente alocada estaba haciéndolas reales demasiado reales puesto que mi piel se erizó, mi piel reclamaba por él.
Por qué estas tan acelerada
Me preguntó mi madre casi enojada por mi comportamiento. La miré aun con la risa dibujada en la cara. ¡Por qué acabo de tener un orgasmo con solo mirarlo! Le grité en mi interior riéndome de plano nerviosa. ¡Eres una pervertida! Me dije a mi misma apoyando mi rostro sobre la mesa, para cuando lo levanté Edward ya no estaba sentado frente a nosotras, de hecho no estaba en ningún lugar. Lo que me desconcertó y me inquieto sobre manera.
- Nada, no me pasa nada.
Le contesté ahora en serio a mi madre tosiendo para hacer mi voz segura y firme. Busque con la mirada al causante de mi fantasía pero no estaba por ningún lado. Me inquieté.
¡Vamos Bella tienes que concertarte! ¡Deja de fantasear! ¡Basta!
Eran los gritos de mi conciencia, pero yo no quería dejar de sentir ese nivel de placer.
¡Vamos Bella razona es un lugar público!
Me traté de convencer para acallar el deseo dentro de mí.
Tomé aire y baje la vista. Volví a carraspear para volver las cosas a la realidad.
- Permiso pero necesito ir al baño
Le dije a ambas y Ángela me miro sorprendida. Necesitaba escapar de aquella mirada tan penetrante que estaban dándome las dos.
No era cierto aquello, en realidad necesitaba terminar con la fantasía y mojarme la cara para bajarme la temperatura.
Camine presurosa hasta el baño y entre sin voltearme siquiera, estaba escapando, escapando de una bola de nieve gigante que yo misma había comenzado.
¡En que estabas pensando! Me grite a mi misma tratando de calmar los nervios y la relación que había comenzado con Edward se me había ido de las manos, nadie puede fantasear en público y menos ese tipo de cosas me dije avergonzada de mi misma pero muy en el fondo lo había disfrutado, había sido lo más excitante que había hecho alguna vez.
Entre al baño y apoye mis manos en el borde del lavatorio, el agua escurría ajena a mis discusiones mentales y contemple como ese liquido seguía brotando sin control de la llave; Estaba concentrada en eso centralizándome para quitar mis pensamientos pecaminoso cuando sentí su aliento tibio estrellarse contra mi oído.
¿Te parece si te cumplo la fantasía?
Susurró rozando tan lentamente sus labios que el contacto del aire y de estos con mi odio me hizo perder la fuerza de mis pies, los sentí como lanas, casi caí al suelo producto de aquella sensación sublimemente exquisita.
Mis manos comenzaron a temblar y cerré mis ojos respirando hondo, mi corazón se disparó, mi respiración se distorsiono y me estremecí; para cuando alce la vista en el espejo, el reflejo de su cuerpo detrás de mío fue suficiente para doblegar mi voluntad.
Antes que pudiera decirle siquiera algo, ahogo mi susurró con sus labios y me rendí, lo bese casi como si no hubiera un mañana, como si hoy mismo se acaba el mundo. Mi imaginación no le hacía justicia, Edward era incluso mejor de lo que yo había imaginado, cien por cien me gustaba el real.
Estábamos besándonos desenfrenadamente cuando de pronto sentimos el ruido de la puerta abrirse pero mi dios griego la cerro en las narices de quien haya estado detrás.
Es-tá ocu-pado
Murmure contra su cuello con la voz completamente distorsionada por sus caricias; su risa picara en mi odio me excito lo suficiente para olvidarme de las tantas razones que tenía para terminar con esto.
Por qué no podía controlarme con él, por qué era tan irremediablemente tentador su sola existencia.
Por qué deseaba tanto su cuerpo, sus caricias, sus besos al extremo de olvidarme de la cordura y la decencia.
Por la sensación que estaba sintiendo mi sangre de seguro estaba llena de adrenalina, me sentía tocando el cielo y sentir sus labios tersos, húmedos y cálidos masajear los míos era el placer más culpable antes el cual yo simplemente vendía mi alma.
Sentí sus dedos bajo mi ropa, desabotonar mi corpiño y sus manos levantar la falda.
Sus dedos expertos y de hombre maduro se enroscaron en mi ropa interior para liberar mis piernas de ella y en ese minuto. El golpeteo insistente de la puerta lejos de hacernos desistir o desmotivarnos solo lo hizo más divertido y excitante.
Van a entrar
Le traté de hacer ver mientras él bajaba hasta el suelo con mi ropa interior entre sus manos, alzo su cuerpo y me miró con esa sonrisa torcida que me quitaba el aliento.
Olvídate de la puerta, olvídate del mundo
Exclamó sin pudor ni vergüenza.
Concéntrate en mí, en nosotros
Agregó y mis mejillas estaban ardiendo. Cuando sentí su tibio cuerpo contra el mío cerré mis ojos besando su cuello. Un gemido se escapo de mis labios… justo cuando sentí mi nombre…
Bella
Lo sentí susurrar y al abrir mis ojos me encontré con los suyos, de un verde tan profundo como sus facciones, me quede pasmada mirándolos temerosa que estuviera hablando entre sueños. ¡Uy qué vergüenza! Me dije a mi misma mientras examinaba su semblante por algún asomo de victoria frente a mi debilidad pero no, su semblante era sombrío, serio, triste y demasiado culpable para que yo hubiera estado hablando en sueños sobre aquel encuentro furtivo en el baño de aquel restaurante cuatro años atrás.
- Yo… tengo algo que decirte… —exclamó tomando entre sus manos las mías, las acarició por unos momentos, las contemplaba, deslizo sus dedos blancos y tibios por mi piel, lentamente levantó la tela que cubría mis brazos, volteándolas en el proceso, dejo mis palmas hacia arriba, en ese minuto supe lo que buscaba, Edward lo sabía pero ¿cómo?, ¿quién? pensé y las intenté quitar pero él las sujeto con fuerza impidiéndomelo.
- Yo no debí —exclamo con lágrimas en los ojos — Yo debo… —y su voz se ahogo en la pena — yo… debiera alejarme de ti —sentenció acariciando con su dedo pulgar las cicatrices de las cortadas que yo había proferido hace unos años atrás en mis muñecas.
El recuerdo que había recuperado anoche se unía a otro, el mío separándose del padre Alfonso al oír a mi hermana — Está muerta —había exclamado Ángela aquel día mirándome asustada. Y yo en ese minuto había entendido que mi vida se había logrado acabar, corrí hasta la cocina de nuestra casa, abrí cajón por cajón completamente fuera de mí, completamente desequilibrada y motivada por el terror de haber entendido esas dos palabras, no era yo la que estaba haciéndolo, en ese minuto sentí los pasos de alguien más detrás de mí.
— Bella, hija… debes calmarte… —conminó esa voz pero yo estaba perdida en el reflejo del metal que estaba frente a mí, era un cuchillo, el más grande que había en esa casa.
— Yo la maté —murmuré y las lágrimas salían sin control, me giré para encarar al dueño de esa voz dulce y que trataba de estar serena.
— Fue un accidente hija mía —trató de consolar pero no había nada que hacer, hoy había dado muerte a alguien más, me había convertido en una asesina, lo que no había conseguido con mi pequeño hijo gracias a su padre si lo había conseguido con mi madre, eres una asesina que no tiene perdón, me gritó mi voz interior y entonces apreté mis ojos
— Bella, dame eso… mírame —ordenó pero no le hice caso, tomé fuerzas y era mejor que yo no estuviera, así Edward podría ser feliz, tener una oportunidad, mi hijo podría ser feliz si yo desaparecía. Sus vidas tendrían un final feliz, el monstruo de este cuento de hadas debía acabar.
En ese minuto agradecí que él lo hubiera separado de mí — Hiciste bien mi amado Edward, porque yo soy un monstruo —exclamé ahogado, con la voz distorsionada por el llanto.
Para cuando había abierto mis ojos, estaba de rodillas en el suelo, el cuchillo estaba a un lado, y todo sucedía sin control, el padre Alfonso buscaba frenético un paño sin dejar de mirarme, cuando lo encontró se abalanzo a mí y tomo mis manos entre las suyas, apretando las heridas.
— Llama a una ambulancia —le ordenó a mi hermana que había entrado en la habitación, parecía estar ensimismada, sin creer que en cuestión de minutos su familia se había extinguido, ambas nos contemplamos — ¡Ángela! — gritó otra vez el padre Alfonso y fue allí cuando el recuerdo se desvanecía a otro.
Dos ojos negros se presentaban frente a mí, tan distintos, tan apacibles, tan serenos pero tan duros.
— Todo va a estar bien, de ahora en adelante, todo estará bien —murmuraron esos ojos negros, con un brillo especial, en ellos había una cierta calidez, la misma que había visto en alguien más, solo que ahora no quería recordar.
El sollozo fue lo que me trajo de regreso a la tierra, ahora era yo quien estaba llorando al recordar ese sentimiento de pérdida que había experimentado cuando decidí cortarlas. Mi razón se nubló ante el hecho de que, cuatro años después Edward iba a dejarme por segunda vez, iba a quitarme a mi hijo otra vez, no podía ser cierto, esta vez sí terminaría por volverme loca. Mis ojos se pusieron vidriosos de la angustia que sus palabras habían iniciado, todo ese sentimiento de placer, de amor se desvaneció y lo inundo una desolación. Comencé a temblar, esta vez no iba a soportarlo, estaba vez no iba a poder sobreponerme, mi corazón se ahogo incluso antes de que él profiriera las últimas palabras de la sentencia.
- Pero no puedo, no quiero y no lo haré —refutó confundiéndome. Las lágrimas se congelaron y deje de llorar.
- Te amo —declaró solemne — y no importa el pasado, ni siquiera lo que él trato de hacer —agrego besándome la frente dulcemente – esta vez no voy a huir porque te amo, siempre lo he hecho — deslizo sus manos por mis mejillas, secando mis lágrimas de ellas con sus pulgares — Mi amor yo te amo, y lo siento, lo siento en el alma, ¿Crees que algún día puedas perdonarme? —concluyó preguntándome lo impensable.
Las lágrimas volvieron a brotar pero no eran de desconsuelo sino de alegría una extraña alegría me invadió por completo, lleno a mi corazón dudoso, por primera vez desde hacía cuatro años mi corazón estaba entero, estaba sanando, Edward estaba armando mi corazón de nuevo con ese gesto y quise gritarle que yo lo había perdonado hace mucho tiempo atrás. No guardaba rencor, simplemente quería ser feliz a su lado, quería tener una oportunidad de ser feliz que nuestra relación fuera distinta, que tonta fui al dudar reflexioné mirándolo a los ojos, ese mar esmeralda estaba frente a mí, invitándome a sumergirme en él y lo haría, me sumergiría en mi amor por Edward.
- Sólo te pido una oportunidad más, ¿Me la darás? —insistió al no escuchar una respuesta directa, pero mi voz me falló, no podía hablar, a cambio lo abrace rodeando su cuello con mis brazos, nuestros rostros se quedaron nariz con nariz, ahogue sus lágrimas con un beso, con el beso más tierno y dulce que jamás podría haber dado a alguien.
Quería acallar mis miedos, y los suyos, quería que ese beso fuera su respuesta. Porque yo lo amaba con todo mi ser, desde el comienzo lo había amado y lo haría por siempre, lo nuestro era una extraña y tortuosa historia de amor, era de amor al fin. Cuando rompimos el beso quise que lo escuchara, quise que escuchara mi respuesta, solo para que estuviera seguro.
- Si Edward… ¿me darás tu a mí una segunda oportunidad? —pregunté en un murmulló contra sus labios.
- Claro que sí mi vida —me respondió él, besándome otra vez. Esta vez no sería yo quién le daría a él una oportunidad, ni él a mí, seríamos ambos, sería la vida, sería el destino quién nos daría una segunda oportunidad de ser felices.